Martin Lutero - II - En Lucha Contra Roma - R. García Villoslada - B.A.C. - (OCR) - PDFCOFFEE.COM (2024)

MARTIN LUTERO _

II

tu lucha contra Roma RICARDO GARCIA-VILLOSLADA

BIBLIOTECA DE

AUTORES CRISTIANOS Declarada de interés nacional ----------------------------------- 4 ----------------------------------EST A COLECCIÓN SE PU BLICA B A JO LO S A U SPIC IO S Y ALTA DIRECCIÓN DE LA UNIVERSIDAD P O N T IF IC IA DE SALAMANCA LA COMISIÓN DE DICHA PONTIFICIA UNIVER­ SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA­ CIÓN CON LA BAC ESTÁ INTEGRADA EN EL AÑO 1976 POR LOS SEÑORES SIGUIENTES:

P r e s id e n t e : E m m o . y R v d m o . Sr. D r. V i c e n t e E n r i q u e y T a r a n c ó n , Cardenal Arzobispo de M adrid-Alcalá y Gran Canciller de la Universidad Pontificia V

ic e p r e s id e n t e :

lim o .

S r.

D r.

F ern an d o

S e b a st iá n

A

g u il a r ,

Rector M agnífico : D r. A n t o n i o R o u c o V a r e l a , Vicerrector; D r. G a b r i e l Decano de la Facultad de Teología; D r. J u l i o M a n z a n a r e s M a r i j u á n , Decano de la Facultad de Derecho Canó­ nico; D r. A l f o n s o O r t e g a C a r m o n a , Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y Vicedecano de la Sección de Filología Bíblica T rilingüe; D r. M a n u e l C a p e l o M a r t í n e z , Decano d e la Facultad de Ciencias Sociales; D r. S a t u r n i n o A l v a r e z T u r i e n z o , V icede­ cano de la Sección de Filosofía; D r. J u a n A n t o n i o C a b e z a s S a n d o v a l , Vicedecano de la Sección de Pedagogía; D r. E n r i q u e F r e i j o B a l s e b r e , Vicedecano de la Sección de Psicología. V o c a le s

P é r e z R o d r íg u e z ,

S e c r e t a r io : D r. Ju a n S á n c h e z S á n c h e z ,

Catedrático de Derecho

Canónico

L A E D IT O R IA L C A T O L IC A , S. A . — A p a r t a d o 4 6 6 MADKII) * M CM I.XXVI

Ma r t í n Lutero ii

En lucida contra Roma PO R

RICARDO

GARCI A-VILLOSL ADA

PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD GREGORIANA

SEGUNDA EDICION

BIBLIO TEC A

DE

AU TO RES

MADRID

MCMLXXVI

CR ISTIA N O S

Biblioteca de Autores Cristianos, de EDICA, S. A. M adrid 1976 Con censura eclesiástica Depósito legal M 31666-1976 ISBN 84-220-0421-6 obra completa ISBN 84-220-0423-4 tom o 2 Im preso en España. Printed in Spain

I N D I C E

G E N E R A L

TOMO

II Pdgs.

C A P IT U L O i .— E l caballero Jorge en la soledad de W artburg (1521-22).

3

L a fortaleza medieval.— En el reino de los pájaros.— E l salmo 67.— Liebres y perdices.— Ocio y soledad.— Pecca fortiter.— Visiones diabólicas o alucina­ ciones.—Dudas angustiosas.— L a gran tentación.— Misión de profeta.—U n oasis: el Magníficat.— Catarino, teólogo del anticristo.— Latomus contra Lu tero.— Los grandes burros de la Sorbona.— En torno a la confesión.— «Contra el ídolo de Halle».— Gabriel Zwilling, nuevo Lutero.— Llamamiento a la paz.— «Las comilonas de nuestro señor el papa».— L a traducción del Nuevo Testa­ mento.— Sic volo, sic iubeo.— L a Biblia, arma de combate.

C A P IT U L O 2 .— Desde W artburg. Ataques al celibato y a la misa.........

39

Dudas y tanteos.—U n colega se le adelanta.— Lutero no se casa.—Por fin se deja convencer.— E l adiós a la vida monástica.— Guerra a los votos, y especial­ mente al de castidad.— Contra la ascética del heroísmo, la del derrotismo.— E l celibato según Cristo y San Pablo.— L a castidad es imposible.— ¿Qué decir de las vírgenes?— Doctrina sobre el matrimonio.— Divorcio, adulterio y vida conyugal.— Las dos columnas del Papado.-—Para los agustinos de W ittenberg.— N i sacrificio eucarístico ni sacerdocio.— Horribilia sunt quae loquor.— L o s deli­ rios del canon.—Sacerdotes de Baal y M oloch.— U n rey defensor de la fe.— ¿Dónde estás, Sr. Enrique?—A medianoche con el diablo.— D e l yermo a la ciudad.— E l castillo de Wartburg y la casa-torre de Loyola.

C A P IT U L O 3. — E l pacificador de Wittenberg. Ordenación litúrgica (1523-1524)......................................................................................................

75

«El asalto a los curas» de Erfurt.— Los tumultos de W ittenberg.— Los pro­ fetas de Zwickau.— Ordenación de la ciudad de W ittenberg.— Disposiciones del Consejo de Regencia.-—E l viaje de regreso.— En la posada del Oso Negro.— Retrato de Lutero.— Los ocho sermones: N o hay fe sin caridad.— Contra las tumultuosas reformas de W ittenberg.— Libertad ante todo.— L a comunión.— L a derrota de Karlstadt.— Karlstadt bajo la Inquisición luterana.— H ábil ma­ niobra.— Contra los puercos del cabildo.— Ordenación de la m isa en 15 2 3 .— Cómo se organiza una comunidad evangélica.— Irradiación d e l Evangelio.— Eclesiastés por la gracia de Dios.—Abajo la jerarquía.— «Contra el hombre de armas Codeo».— Nuevo retrato de Lutero.

C A P IT U L O 4.— Triunfos del luteranismo. E n pro y en contra de los príncipes. L a escuela. Himnos y canciones (1523-1524)........................

I09

Efectos de la predicación luterana.—Predicadores destacados.— Karsthans y otros laicos.— L a irradiación de W ittenberg.— Palmas de m artirio.— Nuevas conquistas.— Zutphen, evangelista de Bremen.— E l primer du qu e de Prusia.— L a carta malaventurada.— L a sangre noble de Lutero.— L a tentación de la gloria.— Contra Jorge de Sajonia.—Sobre la autoridad c iv il.— ¿Pueden salvarse los hombres de guerra?— Las escuelas y la educación d e los jóvenes.— E l Himnógrafo.— Poesía confesional.—Ein fes te Burg ist unser G o tt.— Floreci­ miento de la himnografía luterana.— En loor de la música.

C A P IT U L O 5.— E l luteranismo ante las Dietas imperiales. M uerte de Sickingen y de Hutten. Adriano V I y Clemente V II ( 15 2 3 -15 2 4 ) ....... Sickingen, el Zizka alemán.— Muere el águila en su nido.— U lric o de Hutten huye a Suiza.— Plumas como espadas.— L a «Esponja», de Erasm o.— T riste ocaso

r43

VI

Ìndice generai

en el lago de Zurich.— E l Consejo imperial de Regencia.— L a Dieta de Nuiem berg: Adriano V I.— E l nuncio Chieregati en Nuremberg.— Habla el papa Adriano: Omnes nos declinavimus.— Respuesta de la Dieta.— Réplica de Chie­ regati.— Palabras de Lutero.— Nueva Dieta y nuevo nuncio.— Intrigas dentro y fuera de Nuremberg.— Alocución de Campeggi.— Conclusión de la Dieta.— Airada respuesta de Lutero.— Los católicos contra la Dieta.— Liga de Ratisbona.

C A P IT U L O 6.—Primeras escisiones: Karlstadt y Münzer. L a contro­ versia con Erasm o (1524-1525).................................................................. Andrés Bodenstein de Karlstadt.— Expulso de Sajonia.— E l miserable se hu­ milla ante el burgués.— L a dulce vida del D r. M artín.— L a controversia sacra­ mentaría.— Contra los profetas «celestes».— E l crotorar de la cigüeña.— Profeta asesino y archidemonio.— E l satán de Allstedt contra el evangelista de W it­ tenberg.— E l predicador empuña la espada de Gedeón.— Erasmo y Lutero.— L a Diatriba erasmiana.— En defensa de la libertad de obrar bien.— Esclavitud de la voluntad.— L a voluntad humana es un jumento.— Predeterminación.-— N o quiero la libertad.—Ultim as palabras.—Humanismo contra Reform a.—Los humanistas se van con Erasmo.

C A P IT U L O 7.—L a sublevación de los campesinos y la guerra (15241 5 2 5 ) ...........................................................................................................................................................................................................................................................................

Primeras insurrecciones.— Carácter de la revolución.— Tocan a rebato.— Sublevación y guerra.— L os 12 artículos.-—Exhortación a la paz.— «Cruz, cruz, es el derecho de los cristianos».—Arde más y más la guerra.— Dos nobles entre los campesinos.— «Contra las hordas homicidas y rapaces».— L o s príncipes van a la guerra: Liga de Esmalcalda.— Batalla de Frankenhausen: muerte de M ünzer.— Represalias de los príncipes.— Consecuencias sociales, políticas y religiosas.— Muerte de Federico el Sabio, de Sajonia.

C A P IT U L O 8.— Esposo y padre de familia. Las «Charlas de sobremesa». ¿Por qué se casó Lutero?— U na capa a la española.— Catalina de Bora.— Las bodas, casi en secreto.— E l banquete nupcial.— Murmuraciones.— Carta de Melanthon.— U n matrimonio feliz.—Remendando sus calzones.—Juanita, el primer hijo.— Fecunda descendencia.— L o s últimos hijos.— Educación domés­ tica.— L a gran familia del D r. M artín.— Carta de los pájaros a Lutero.— El abad y la abadesa.— Tischreden.'—Cordatus empieza.-—Las Tischreden como fuente histórica.—Tem as de conversación.— Interviene la «doctora».— Comer, beber y cantar.— E l sueño diario de Lutero.

C A P IT U L O 9.— Organización de la Iglesia luterana. D e Spira (1526) a Spira (1529) Visitación de las iglesias. Los Catecismos. Reacción católica........................................................................................................... E l problema alemán.— Fracaso de Augsburgo.— L a Dieta de Spira (1526).— Deliberación de los Estados.— Festejos y distracciones.— Labor de las comisio­ nes.'—Solución de compromiso.— L a batalla de Mohács (1526).— Lutero y la guerra contra los turcos.— L a nueva Iglesia o comunidad de creyentes.— L a Iglesia y el Estado.— L a Reforma, necesitada de reformas.— Visitaciones de las iglesias.— L a mano suave de Melanthon.— Impresión recibida por los visita­ dores.— Los consistorios.— E l Catequista alemán.-—Los dos Catecismos.— Reac­ ción católica.— E l falsario Otto de Pack.— L a nueva Dieta de Spira (1529).-— Validez del edicto de Worms.-—Nacen los protestantes.-—L a crisis del Imperio.

C A P IT U L O 10 .— Luchas intestinas. Lute o contra Zwingli en M arburg

(1529)........................................................................................................ Foris pugnae, intus timores.— En peligro de muerte.-—En la criba de Satanás.-— «Firme baluarte es nuestro Dios».— U lrico Zwingli contra Lutero.— Confesión de fe en la eucaristía.— Planes del landgrave de Hessen.— E l coloquio de M arburg.— Coloquio del 2 de octubre.— Coloquio del día 3.-—Fin del colo­ quio.— L o s 16 artículos de Marburg.-—Ultim as impresiones.

Indice general

VII Págs.

C A P IT U L O i i .— Dieta y «Confesión de Augsburgo» (1530)...................

323

Coronación imperial en Bolonia.— Convocación de la Dieta.— E l parecer de Campeggio.— Preparativos de Juan de Sajonia.— D e nuevo en el reino de los pájaros.— L a Dieta pajarera de Coburgo.— «En vida seré vuestra peste».— L a salud, quebrantada.— E l diablo en Coburgo.— Carlos V en Alemania.—Augsbur­ go.— Apertura de la Dieta.—Melanthon y Erasmo.— Otros personajes.— Entrega de la confesión de fe.— Las primitivas redacciones.— Obra común de diferentes Iglesias y países.— Estructura de la Confessio Augustana.— Contenido dogmá­ tico y reformatorio.— L a refutación de 20 teólogos.— Melanthon el conciliador.— Lutero el intransigente.— Necesidad de confianza.— Refutación católica oficial.— L a vía de los coloquios.— Decreto conclusivo.— Desilusión final.

C A P IT U L O 12.— Sombras de muerte y de guerra. Escritos de Lutero. Liga de Esmalcalda (1531). Tregua de Nuremberg (1532).................

368

Enfermedad y muerte de Hans Luder.— Carta a la madre moribunda.— Decae la salud de M artín.— L a muerte de Zwingli.-—Muere Juan de Sajonia.— Nuevos escritos de Lutero.— «El traidor asesino de Dresden».— De Augsburgo a E s­ malcalda.— Organización de la Liga esmalcáldica.—Justificación de la defensa armada.— «Amonestación a mis queridos alemanes».— Lutero se lava las ma­ nos.— Dieta de Ratisbona (1532).— Petición de un concilio.— Tregua o compro­ miso de Nuremberg.— E l turco viene lentamente.— L a ilusión de un concilio.

C A P IT U L O 13. —Actividad literaria (1533-1540). E l diablo y la misa. Traducción de la Biblia. Epístola a los Gálatas.....................................

392

Labor universitaria.— Contra la misa privada y la ordenación sacerdotal.— L u ­ tero dialoga con el diablo.— E l teólogo se deja convencer por Satanás.— Reper­ cusiones del libelo.—Versiones germánicas de la Biblia antes de Lutero.— Em ­ presa audaz del traductor.— L a Biblia alemana completa.— Trabajo en equipo.— Arbitrariedades hermenéuticas.— Méritos idiomáticos y literarios.— Otros es­ critos relativos a la Sagrada Escritura.— D e nuevo a la epístola a los Gálatas.— Valor de la ley divina y humana.— «Cuanto mayor observancia, mayor pecado».— Progresos del luteranismo.— Prelados apóstatas.

C A P IT U L O 14. — L a nunciatura de P. P. Vergerio en 1535. Respues­ tas de los príncipes y ciudades del Im perio............................................

414

Clemente V II y Pablo III.— Con Vergerio en la M agliana.— E l nuncio en Viena.— En Baviera.— E l prelado de Augsburgo.—Segunda gira por el Imperio.—• L os Brandeburgos.— Conquista de Túnez por Carlos V .— Nuremberg.— E l elector palatino.— Spira, Maguncia, Lieja, Cleve.—Joaquín II de Brandeburgo.— E l nuncio pontificio y M artín Lutero cara a cara.— Retrato o caricatura de Lutero.— L a liturgia de W ittenberg.— «Iré al concilio».— L a versión de Lutero.— Fin de la legación y respuesta de Esmalcalda.

C A P IT U L O 15.—Los artículos de Esmalcalda. A las puertas de la muerte. «Sobre los concilios y la Iglesia» (1536-1539)........................... E l emperador en Roma.— ¿Concilio en M antua?— L a nunciatura de P. van der Vorst.— L a iniciativa del elector de Sajonia.— Consulta de los teólogos.— Anticoncilic.— «Con los puños si es preciso».— Los artículos de Esmalcalda.— Puntos para la discusión.— E l viaje.— Maniobras contra Lutero.— «Sobre la potestad del papa y de los obispos».— L a relación de Melanthon.— P. van der Vorts, despreciado en Esmalcalda.— Conclusión de la asamblea.— Fin de la legación pontificia.— Gravísima enfermedad de Lutero.— Psstis erara vivens.— Casi moribundo, hace su confesión.— Bendición a los príncipes.— Maldición al papa.— «Sobre los concilios y la Iglesia».— Poderes del concilio.— L a parro­ quia y la escuela son concilios.— Concepto y descripción de la Iglesia.— Siete sii'nos exteriores.—Jerarquía no eclesiástica.

437

Indice general

V III

C A P IT U L O 16.— «Contra esto y contra aquello». L a bigamia del landgrave.............................................................................................................. Contra el poeta Lem nius.— Contra Alberto de Maguncia.— E l cardenal homi­ cida, vampiro, tirano, salteador y ladrón.—Contra el antinomista Agrícola.— Contra Hans W orst.— Cómo conocer la verdadera Iglesia.— L a Iglesia papística no es la antigua Iglesia.—Repudio tajante de la gran ramera.— Defensa del elector de Sajorna.-—Contra turcos y judíos.— L a bigamia del landgrave.-—M a­ trimonio turco.— L a dispensa de Lutero.— E l elector lo aprueba a disgusto.-—El escándalo.— Complicaciones políticas.— Conferencia de Eisenach.— L a mentira gorda.— Viraje político del «Macedón».

C A P IT U L O 17.— Los coloquios de Haguenau, de W o rm s y de Ratisbona (1540 -1541)....................................................................................... Años de incertidumbre y confusionismo.— Propuesta del margrave de Brandeburgo.— Muerte de Jorge de Sajonia.— Temores de guerra.— L a tregua de Frankfurt.— Cambio de clima espiritual.— L a asamblea de Haguenau.— Se ini­ cian los coloquios en Worms.-—Contarini en Ratisbona.— Inauguración de la Dieta.— Las disputas o coloquios.— «Loado sea Dios».— Concordancias y dis­ crepancias.— «No quiero una concordia paliada».— Embajada al D r. M artín.— Programa de reforma.— «Receso» de Ratisbona.-—L a salud de Lutero.

C A P IT U L O 18.— Ultimos escritos (1544-1545)............................................ Breve confesión del santo sacramento.—Respuesta de Bullinger.— Enarrationes in Genesim.— Alcorán del papa, el derecho canónico.—E l papa no me inte­ resa.— «Contra el Papado fundado por el diablo».— Ocasión del panfleto lute­ rano.— Concilio libre y cristiano.— E l colmo de la irreverencia.— El papa, excre­ mento del diablo.— L a papistería diabólica, la mayor calamidad de la tierra.— E l más estruendoso estampido.— Caricaturas del papa.— «Contra los asnos de Lovaina y París».— Opera omnia.

C A P IT U L O 19.— E l ocaso del héroe (1546)................................................. Alemania no volverá a ser lo que fue.— Huyamos de Sodoma.— ¡A y de ti, W it­ tenberg! ¡A y de ti, Alem ania!— Proximidad del fin del mundo.— L a muerte a la vista.— Medianero de paz y concordia.— E l último sermón en W ittenberg.— Ultimo viaje: cartas a su mujer.— Predicador hasta el fin.— L a s burlas del dia­ blo.— L a víspera de la muerte.— «En tus manos encomiendo mi espíritu».— E l eterno descanso.— E l testamento.— Honras fúnebres.— En W ittenberg para siempre.

EPILO G O .— «Post mortem Lutheri»............................................................. Situación crítica de los familiares del D r. Martín.— Coloquios teológicos de Ratisbona (1546).— L a guerra: campaña del Danubio.— Táctica de Carlos V .— Wittenberg en peligro: huye la familia de Lutero.— Campaña de Sajonia: batalla de Mühlberg.— Asedio de W ittenberg.— Huye otra vez la viuda de Lutero: su muerte.— E l Interim de Augsburgo (1548).—Rebelión de los prín­ cipes y traición de Mauricio.— L a paz religiosa de Augsburgo (1555).— Ocaso de una época. I n d ic e

o n o m á s t i c o ................................................................................................................................

I n d ic e

d e l o s p r i n c i p a l e s e s c r it o s d e

L

u t e r o e n e s t a o b r a ................................

Págs.

MARTIN

LUTERO 1I

470 EN

499

533

555

582

601 608

LU C H A

C O N T R A

ROM A

C

a p í t u l o

i

E L C A B A L L E R O JO R G E E N L A S O L E D A D D E W A R T B U R G (15 2 1-15 2 2 )

Era ya noche cerrada cuando un fraile a caballo, escoltado por otros cua­ tro o cinco jinetes y difícilmente reconocible en su negro ropón, subía la cuesta del camino que va de Eisenach al próximo y elevado castillo de W artburg. Sin duda, ante el puente levadizo estaría aguardándole el alcaide de la fortaleza, Hans von Berlepsch, que tenía órdenes superiores de tratar al misterioso huésped con la mayor obsequiosidad y respeto. L a fortaleza m edieval

Dominando la ciudad y los valles circunvecinos, se erguía, alta y solitaria, la antigua fortaleza conocida por el nom bre d e Wartburg, antaño residencia y castillo de los landgraves o condes de Turingia. Robustos contrafuertes sos­ tenían los muros del palacio condal, rasgados por elegantes ventanales; por encima de todo el conjunto arquitectónico se levantaba airosamente una enor­ me torre cuadrangular adornada de almenas y matacanes. L as antiguas salas y galerías, perfumadas en el siglo x m por las maravillosas virtudes de la santa princesa Isabel, presentaban ahora un aspecto ruinoso, como de mansión destartalada. E l silencio y la soledad habían sucedido a las alegres músicas y canciones de los trovadores o Minnesinger. Y a no sonaban los laúdes ni de­ cían chistes picantes los bufones. Su dueño actual era el elector de Sajonia, Federico el Sabio; pero como no venía con su corte a darle animación y vida, aquel histórico y legendario monumento yacía en la escualidez y el abandono. Lo custodiaba un alcaide con algunos servidores y un capellán. E l aposento que se le señaló al recién llegado no estaba en la parte princi­ pal del castillo. Su precisa ubicación no nos consta de una manera segura. Unos lo colocan en la parte destinada a los huéspedes; otros, en la próxima conserjería o intendencia ( Vogtei). Lutero alude a dos aposentos distintos; el primero y principal ( StubeJ, sin otro mobiliario que una mesa, un sillón y una estufa, y otro contiguo, más pequeño y estrecho, que le servía de alcoba (Kammer) . Llegábase a ellos por una escalera móvil guarnecida con cadenas de hierro (die Treppe mit Ketten und Eisen). Las dimensiones del aposento principal eran, según H. Nebe, de 20 pies de largura, 15 de anchura y 12 de altura, más o menos, porque no eran uniformes !. Toda la construcción, levantada sobre fundamentos románicos, presen­ taba caracteres góticos de gran austeridad. 1 Estos y otros detalles en H . N ebe, Die Lutherstube a u f der Wartburg: Vierteljarhrsschrift der Luthergesellschaft 11 (1929) 34-42.

4

C.l.

El caballero Jorge en la soledad de Wartburg

En el reino de los pájaros

Cuando a la mañana siguiente se despertó M artín y pudo asomarse al exterior, le fue dado contemplar uno de los paisajes más pintorescos de T u ringia, con sus valles verdeantes entre ondulantes colinas. Bien lo conocía él desde su juventud, pero ahora lo veía con otros ojos. Como era un amanecer de primavera (5 de mayo), las innumerables aves que revoloteaban y canta­ ban en los árboles del vecino bosque le produjeron tal embeleso, que pensó hallarse en el reino de los pájaros. In regione volucrum, in regione avium, firma algunas de sus primeras cartas, o bien inter volucres de ramis suave can­ tantes, y años adelante recordará un poco nostálgicamente su estancia en aquel «reino de las aves». Otras veces firma in monte, in regione aéris, y también ex eremo, ex Ínsula Pathmos, queriendo significar la cumbre de la colina en que se alza el castillo de W artburg y el aislamiento, tan propicio a la meditación, de aquella su eremítica morada. Como la razón de esconderse en aquella solitaria fortaleza no era otra que el sustraerse a las autoridades imperiales, eludiendo así el edicto de proscrip­ ción, le fue necesario desde el primer momento guardar rigurosamente el incógnito 2. Por eso evitaba cuidadosamente las relaciones sociales y aun las conver­ saciones con el sacerdote que decía la misa diariamente, y con los servidores del castillo, que no estaban en el secreto. Para éste, aquel misterioso huésped no era sino «el caballero Jorge» (der Junker Jorg). A sí se lo había dicho a todos el alcaide de la fortaleza, el cual, inmediatamente que llegó Lutero, le hizo vestir un traje de caballero o gentilhombre, con una cadena de oro al cuello y la espada al cinto. San Jorge era el patrono de los caballeros, y se le repre­ sentaba alanceando a un dragón. Por eso escogió Lutero ese nombre. L a trans­ formación del aspecto fue completa cuando el cabello, crecido sobre la ton­ sura hasta cubrirle las orejas, y una espesa barba, partida en dos grandes mechones maxilares, le dieron un aire farruco y bravucón. Hans von Berlepsch se encargó de amaestrarle en las leyes y costumbres de la caballería, en los modales, gestos, maneras de vestir y de expresarse que debe usar un genuino caballero. D el trato que se le daba, especialmente en la comida, no podía estar des­ contento; al contrario, le parecía excesivamente generoso. «Me dan más de lo que merezco— decía— , pero supongo que los gastos correrán a cargo de F e­ derico y no del castellano; y es natural que lo pague el príncipe, pues todos los príncipes, por regla general, son ladrones». Aquel «ermitaño de la Orden de San Agustín» podía llamarse ahora verdaderamente eremita; pero ni de fraile ni de agustino tenía ya nada. En aquella soledad tuvo lugar su absoluto repudio de la vida religiosa y del sacerdocio. 2 En la segunda m itad de junio todavía ignoraba Federico de Sajonia el escondrijo de Lutero (Briefw. II 367).

El salmo 67. Liebres y perdices

5

El salmo 67. Liebres y perdices

Su primer pensamiento al verse en la soledad de W artburg fue para sus amigos de W ittenberg, con quienes deseaba permanecer en perpetuo con­ tacto. Temiendo revelar su paradero, no se atrevió a escribirles inmediata­ mente; pero a los tres días tomó la pluma y dirigió a su querido Melanthon unas líneas de saludo, recomendándole absoluto silencio. Sólo con Amsdorf, que estaba al tanto de todo, debería conversar acerca de la suerte del desapa­ recido. Los demás amigos sólo debían saber que estaba en vida. Fray Martín seguiría siendo, aunque ausente, el jefe del movimiento religioso allí iniciado. El 9 de mayo, festividad de la Ascensión del Señor, asistió a la misa que celebró el capellán del castillo, en la que oyó cantar el gradual con unas pa­ labras del salmo 67: Dominus in Sina in sancto, ascendens in altum, etc. Y diez días más tarde, domingo de Pentecostés, oyó el introito con otras palabras del mismo salmo: Exsurgat Deus, et dissipentur inimici eius. ¿Advirtió Lutero que la bula pontificia condenatoria de sus doctrinas, Exsurge, Domine, empe­ zaba con las mismas palabras del salmista? N o lo sabemos, mas lo cierto es que, careciendo de libros en que estudiar, se propuso ocupar sus ocios escribiendo en alemán un comentario a todo el salmo 67. Y al cabo de una semana se lo enviaba a Melanthon para que lo hiciera estampar en W ittenberg o lo diera a leer a los amigos 3. Empieza así: «1. Levántese Dios y desaparezcan sus enemigos; y huyan a su vista los que le odian. Cuando Cristo murió, hizo Dios como que dormía y no veía a los judíos enfurecidos; los dejó fortificarse y reunirse, mientras los discípu­ los huían y se dispersaban. Cuando los judíos pensaban haber vencido y de­ rrotado a Cristo, he aquí que despierta Dios y resucita a Cristo de entre los muertos. Se cambia el juego: se reúnen los discípulos y se dispersan los ju ­ díos; unos en gracia, porque abrazaron la fe; otros en desgracia, destruidos por los romanos... Indignado el profeta por el triunfo de los judíos con la muerte de Cristo y la fuga de los discípulos, empieza exclamando: '¡A y ! Bastante se ha glorificado el enemigo del Señor. Levántese Dios y vuelva la hoja y resucite a Cristo de entre los muertos’. »2. Como el humo se desvanece, así desaparezcan ellos; como la cera se de­ rrite al fuego, así perezcan los impíos ante la presencia de Dios. Dos lindas com­ paraciones las del humo y de la cera. El humo se disipa con el viento, la cera con el fuego, en lo cual viene significado el Espíritu Santo, que es viento y es fuego, porque espíritu se dice el viento con que Dios nos sopla, haciendo de nosotros hombres espirituales. Ese viento y fuego, después de la resurrec­ ción de Cristo, vinieron del cielo y por medio del Evangelio convirtieron al mundo. Es deshonroso para tan grandes enemigos ser comparados con el humo y la cera, pues ellos pretenden expugnar la tierra y el cielo. El humo sube sobre sí, se mantiene constante en el aire, hace como si quisiera apagar el sol y asaltar el cielo. Pero ¿qué sucede? Viene un leve vientecillo y lo di­ sipa, y la ancha humareda se desvanece, de forma que nadie sabe dónde 3

N o tardó en imprimirse y divulgarse (WA 8,1-35).

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El caballero Jorge en la soledad de Wartburg

queda. A sí, todos los enemigos de la verdad tienen grandes planes, hacen co­ sas horribles, y al fin son como el humo contra el viento y contra el cielo, que también desaparece en el aire» 4. Sin duda, así pensaba «el caballero Jorge» que se disiparían los humos de sus enemigos como aquellas negras humaredas que él solía contemplar desde su ventana; humaredas que salían de los numerosos hornos de carbón de Turingia, tiznando la belleza del paisaje. L a metáfora del humo reaparece con alguna frecuencia, como agudamente notó el biógrafo A . Hausrath, en los escritos luteranos de aquellos días. Confiado en su traje, en su bigote y poblada barba, atrevióse, en una de sus largas cabalgatas, a llegar hasta la ciudad de Erfurt, donde tan conocido era, y penetró en un convento, que no sería el de los agustinos. Reconocióle uno de los frailes, y dijo a los demás: «Ese es el D r. Martín». Oyó estas pala­ bras el fámulo que le acompañaba, y le avisó inmediatamente: «Junker, re­ cordad que hemos dicho a cierto señor que hoy estaríamos con él», susurróle al oído lo que aquel fraile había dicho. Entonces el Dr. M artín montó a caba­ llo y se alejó con el fámulo hacia W artburg 5. Alguna vez hizo otro tanto bajando a Eisenach, la ciudad amada de su juventud, para visitar a sus amigos franciscanos. Con mayor seguridad corría por los alrededores cogiendo fresas o batiendo el monte tras la caza 6. De una de estas batidas cinegéticas, que duró dos días (el 12 y 13 de agos­ to), estamos bien informados por una carta a Spalatino que dice así: «El último lunes salí de caza por dos días para experimentar aquel placer agridulce de los héroes. Cazamos dos liebres y algunos pobres perdigones; ocupación digna, en verdad, de hombres ociosos. Aun entre las redes y los perros iba yo teologizando, y, si era grande el placer de aquel espectáculo, no era menor el misterio de misericordia y de dolor que se le mezclaba. Pues ¿qué representa esa imagen sino al diablo, que va a caza de inocentes bestiecillas con sus trampas y sus perros, que son los maestros impíos, es decir, los obispos y los teólogos? Tenía siempre presente en mi pensamiento este m is­ terio tristísimo de las almas sencillas y fieles. Añadióse otro misterio más atroz cuando, por obra mía, a un lebratillo lo conservamos vivo; yo lo envolví en la manga de mi túnica y lo dejé un poco apartado, pero los perros hallaron entre la túnica a la pobre liebre, y le quebraron la pata derecha y le apretaron la garganta hasta matarlo. No de otra manera se encruelece el papa y Satán, matando aun a las almas bien guardadas, sin que les detengan mis esfuerzos. Su cacería me tiene ya harto; es más dulce aquella en que se disparan venablos y saetas contra los osos, lobos, jabalíes, zorros y toda suerte de maestros im ­ píos. Sin embargo, me consuelo pensando que la caza de liebres y bestiecillas inocentes por el hombre en este misterio de salvación es como la caza de almas por estos osos, lobos y buitres rapaces que son los obispos y teólo­ gos, sólo que aquéllas son devoradas para el cielo, y éstas para el infierno. WA 8,4-5. 5 Tisch. 5375d V 103: «D octor M artinus L uther war zu Erfurt in ein K loster geritten». Erfurt distaba de W artburg unos 50 kilómetros. 6 «Saepe descendí... in venationes, ad colligenda fraga. Contuli cum franciscanis, sed res celabatur, tanta inest taciturnitas equitibus. Exceperunt me dúo nobiles equites, Sterbach (Hans •ton Sternberg) et Berlepsch, et dúos fámulos habui, qui me conducerent» (Tisch. 5353 V 82). 4

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Esto lo digo jugando contigo epistolarmente, para que sepas que vosotros los cortesanos, que coméis fieras monteses, seréis también, en el paraíso, fieras cazadas y conservadas con mucho trabajo por Cristo, excelente cazador. Con vosotros se juega cuando vosotros jugáis en las cacerías»7. O cio y soledad

Distracciones como éstas ni eran frecuentes ni del gusto de M artín Lutero, el cual tenía que pasarse días y semanas en su aposento sin hablar con nadie y sin otro entretenimiento que el de la pluma o el de la lectura de la Biblia, porque había traído consigo el Antiguo Testamento en hebreo y el Nuevo en griego. El, que estaba acostumbrado a tener clases de teología en W ittenberg y a predicar con mucha frecuencia, no podía tolerar el silencio forzado y la soledad eremítica de W artburg. Tenía vocación de predicador y de profesor, no de ermitaño contemplativo, por más que él dijese que no ambicionaba cátedras ni púlpitos. Por otra parte, los ayunos y abstinencias del convento habían cesado para siempre. Las comidas en W artburg eran suculentas, y las bebidas copiosas, como correspondían a un distinguido caballero alemán, al Junker Jórg. Debido tal vez al régimen de comidas y a su vida sedentaria, comenzó a sufrir desde los primeros días un terrible estreñimiento y dureza de vientre, que le atormentó y preocupó durante los cinco primeros meses, y que él des­ cribe en cartas a sus amigos con las expresiones más gráficas y realistas 8. E l 15 de julio le agradece a Spalatino unas píldoras que le ha enviado, y que le han producido algún efecto, aunque los dolores y molestias persisten. Piensa que tendrá que ir a Erfurt para someterse a un médico o quirurgo, pues el mal se le va haciendo insoportable, tanto que diez grandes heridas le molestarían menos. El 6 de agosto se recela que su duritia digestionis se torne crónica y perpetua. Pero Spalatino le manda otra medicina, y el 7 de octubre le contesta agradecidísimo, porque ya se encuentra totalmente sano como antes. Su pensamiento de ir a Erfurt no obedecía solamente al deseo de ver al médico; soñaba a veces en presentarse allí públicamente para enseñar su doctrina en la Universidad erfordiense, ya que muchos maestros y estudian­ tes se lanzaban tumultuosamente a la revolución religiosa. Con la enfermedad del cuerpo corre parejas aquellos días la del espíritu. L a soledad le abruma y le entristece. L as tentaciones se multiplican y se ha­ cen cada vez más fuertes. «Aquí estoy ahora ocioso, como entre cautivos, aunque libre» (escribe el 12 de mayo). Y a otro el mismo día: «Yo, extraño cautivo, me estoy aquí sentado voluntaria e involuntariamente; de buen gra­ do, porque Dios lo quiere; de mala gana, porque desearía defender en públi­ co la palabra de la verdad». «Aquí estoy sentado todo el día, ocioso y crapulo­ so; leo la Biblia en griego y en hebreo» (14 de mayo). L o mismo repite el mes 7 Briefw. II 380-81; carta del 15 de agosto. 8 El 12 de mayo: «Dominus percussit me in posteriora gravi dolore; tam dura sunt excrementa, ut m ulta vi usque ad sudorem extrudere cogar... Heri quarto die excrevi semel, unde nec tota nocte dormivi» (Briefw. II 333). El 23 de mayo: «Ani molestia nondum cessit» (II 348). El 10 de junio: «Durissima patior excrementa» (II 354). El 9 de septiembre: «Hodie sexto die excrevi tanta duritia, ut pene anim am efflavi. N unc sedeo dolens sicut puérpera, lacer et saucius et cruentus» (II 388).

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siguiente: «Yo estoy aquí ociosísimo y acupadísimo; estudio el hebreo y el griego (de la Biblia) y escribo sin cesar» (10 de junio). En efecto, el ocio de los primeros días se fue transformando poco a poco en una actividad febril. Asombra verdaderamente la potencia creadora y la capacidad de trabajo de aquel hombre, que en la altura de un monte, en un desierto verde y remoto, en la soledad de un castillo desamparado, sin más libros que los pocos que le enviaban sus amigos de W ittenberg, lanzó al p ú ­ blico ininterrumpidamente opúsculos exegéticos, folletos polémicos incandes­ centes, obras teológicas de contenido demoledor, epístolas variadísimas res­ pondiendo a consultas difíciles; sobre todo acometió la gigantesca tarea de traducir la Biblia en lengua germánica. D e todo ello diremos algo a su tiempo. Insistamos ahora en los efectos de la soledad. ¿Y quién nos los describirá mejor que él mismo? «En la soledad—-decía más tarde en una de sus Charlas de sobremesa— , los hombres cometen más pecados y más graves que en compañía de otros. Eva fue engañada por el diablo en el paraíso estando sola. En la soledad se cometen homicidios, latrocinios, hurtos, deshonestidades, adulterios, porque en la soledad se da lugar y ocasión al diablo, mientras que en la reunión y compañía de hombres, o se tiene vergüenza de cometer el pecado, o no hay lugar ni ocasión de cometerlo. Cristo prometió estar en medio de aquellos dos o tres que se hubieran congregado en su nombre. El diablo tentó a Cristo en la soledad. David cayó en adulterio y en homicidio cuando estaba solita­ rio y ocioso. Y yo tengo experiencia de que nunca caigo en tantos pecados como cuando estoy a solas... L a soledad produce tristeza; entonces vienen a nuestro ánimo las cosas peores y más tristes, consideramos minuciosamente todos los males, y, si nos ha sucedido algo adverso, nos lo restregamos y lo amplificamos mucho más, y nos imaginamos que todo nos resultará mal, como si nadie fuese más infeliz que nosotros» y. En otra ocasión decía: «El diablo no me ataca sino cuando estoy solo» 10. Y que en W artburg se sentía absolutamente solo como un «eremita», como un «anacoreta», como un «aislado» (Nesicus), como si viviera «en una isla», «en un yermo», «en un monte», lo repite continuamente al final de sus cartas. «Pecca fortiter»

N o tiene, pues, nada de particular que las tentaciones del diablo menu­ deasen entonces más que nunca. «Créeme— escribía a Nicolás Gerbel— , en esta ociosa soledad estoy expuesto a los ataques de mil satanases... Caigo muchas veces, pero me levanta de nuevo la diestra del Altísimo» n . ¿Qué caídas son ésas? A primera vista, parece tratarse de un consentimiento de la voluntad a las sugestiones lujuriosas del tentador; pero acaso se refiera Lutero a simples imaginaciones y conmociones venéreas, involuntarias, porque en su opinión, como ya dijimos, el solo hecho de sentir la concupiscencia es pe­ cado. De todos modos, es cierto que jamás le vemos reaccionar enérgicamente contra las tentaciones en materia de castidad. Su comportamiento nos parece 9 Tisch. 4857 IV 555-56. J » Tisch. 812 I 392. u Briefw. II 397; carta del 1 de noviembre.

«.Pecca fortiter»

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demasiado pasivo, y no podía ser de otra manera dado su desprecio de las obras ascéticas. Bien conocida es la carta que el 13 de julio de 1 5 21 dirigió a Melanthon. M ás de una vez ha sido interpretada torcidamente, pero en su contexto se echa de ver que es la confesión humilde y crudamente expresiva de un penitente que tiende a exagerar sus pecados. «Tus letras— le escribe a Melanthon— me desagradaron por dos razones; primero, porque veo que llevas con impaciencia la cruz (de la separación), condescendiendo demasiado con el sentimiento y enterneciéndote, conforme a tu costumbre; en segundo lugar, porque me alabas en exceso y yerras gran­ demente al atribuirme cosas tan altas, como si tanta fuese mi solicitud por la causa de Dios. M e confunde y me atormenta esa egregia idea que de mí tie­ nes, siendo así que yo, insensato y endurecido, yazgo aquí, triste de mí, en el ocio, orando poco y sin gemir nada por la Iglesia de Dios; me abraso en los grandes fuegos de mi carne indómita; en suma, yo que debía tener fervo­ roso el espíritu, siento el hervor de la carne, de la sensualidad, de la pereza, del ocio, de la somnolencia, y no sé si, tal vez porque no oráis por mí, Dios se ha apartado de mí. T ú eres ya mi sucesor y me aventajas en dones divinos y en gracia. Hace ya ocho días que ni escribo, ni hago oración, ni estudio, debido en parte a las tentaciones de la carne, en parte a las otras molestias... Rogad por mí, os lo suplico, porque me sumerjo entre pecados en esta sole­ dad. Desde mi yermo, día de Santa Margarita de 15 2 1.— M artín Lutero, er­ mitaño» 12. En el resto de la carta responde a una consulta de Melanthon sobre el ius gladii ; alaba el celo de sus amigos por la causa de Cristo, los anima a se­ guir trabajando y humildemente se tiene a sí mismo por casi innecesario. M ás escandaloso a primera vista puede parecer lo que escribe al mismo Melanthon pocos días después. Y a no refiere humildemente sus tentaciones y pecados, sino que exhorta a su corresponsal a pecar, y a pecar sin miedo, con decisión y fuerza. ¿No será esto la expresión de un corazón corrompido y disoluto, como pensaba Denifle? De ningún modo. Sus palabras son éstas: «Si eres predicador de la gracia, predica la gracia verdadera, no la fingida. Si es verdadera la gracia, ten por cierto que el pecado es verdadero y no fingi­ do. Dios no salva a los pecadores fingidos. Sé pecador y peca fuertemente, pero aún con más fuerza confía y alégrate en Cristo, que es el vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. Se ha de pecar mientras aquí vivimos; esta vida no es la morada de la justicia, sino que esperamos, como dice San Pedro, cielos nuevos y una tierra nueva, en donde mora la justicia. Basta que, por la riqueza de la gloria de Dios, reconozcamos al Cordero que quita el pe­ cado del mundo; de él no podrá apartarnos el pecado aunque mil y mil veces al día cometamos fornicaciones y homicidios. ¿Tan pequeño piensas que es. 12 Briefw. II 356-59. Se comprende que, citando de esta larga carta tan sólo unas frases, com o «carnis meae indomitae uror magnis ignibus..., ferveo carne, libídine, pigritia..., peccatis enim immergor», se saque la impresión de un hom bre dom inado por la pasión carnal; pero en el con­ texto tal impresión desaparece. Dígase lo mismo de la carta a J. Lang (18 de diciembre): «Ego> corpore bene habeo, et bene curor, sed peccatis et tentationibus quoque bene pulsor» (Briefw II 413). Escribe a este propósito L. Fèbvre: «Luther ne serait pas l ’homme allemand q u ’il est, sil ne trouvait, ancré au fond de lui, un goût un peu m aladif de dévoiler des tares cachées, le besoin à moitié sensuel, à moitié morose, de les exhiber nues au grand jour, et, pour tout dire, un souci obsédant d ’aller chercher, au fond d ’un amas de souillures étalées et remuées sans pudeur, une.virginité neuve et le sentiment libérateur d ’une totale justification» (Un destin. M artin Luther 137)..

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el precio de redención pagado con tal Cordero? Ora fuertemente como fortísimo pecador» 13. Quien conozca la doctrina luterana sobre la corrupción de la naturaleza humana y sobre la justificación por la fe sola, según hemos explicado en otros capítulos, comprenderá fácilmente que con esta paradójica expresión no se exhorta al pecado, sino a la fe fiducial en Cristo. E l pecado existe siempre de nuestra parte; no hay que preocuparse de él, sino de la confianza en Cristo, cuya misericordia nos salva. Téngase además presente que esas palabras tan chocantes no se dirigen a un pecador empedernido, ni a un hombre vicioso y disoluto, sino al doctísimo Melanthon, casado y de vida sumamente mori­ gerada. D e todos modos, el Pecca fortiter no deja de impresionar desagradable­ mente a los oídos de un buen cristiano y a los de cualquier hombre sincera­ mente religioso. Y los mismos teólogos luteranos tendrán que admirarse de que el Reformador alemán no le hable al pecador de penitencia y arrepenti­ miento, como si el pecado mortal no fuese una grave ofensa de Dios. ¿Es que para la justificación basta olvidarse del pecado, confiando en el Salvador, sin luchar positivamente contra él, ut destruatur corpus peccati, como dice el Apóstol? Pero entonces, ¿dónde está el sentido ético de la conversión? Visiones diabólicas o alucinaciones

Que los meses transcurridos en W artburg no sólo fueron tiempo de ten­ taciones, sino también de oración frecuente, lo demuestran muchas expresio­ nes epistolares. E l 26 de mayo se lamentaba de su debilidad en la fe y de su falta de espíritu, de suerte que ni el retiro y apartamiento en que se hallaba le era de provecho. Pero rogaba por la Iglesia, por su Iglesia se entiende. « ¡Oh Dios!—-exclamaba un día escribiendo a su querido Melanthon— . ¡Qué horrendo espectro de la ira de Dios es aquel reino abominable del anticristo romano! Detesto mi endurecimiento, que no me deshago todo en llanto para llorar con fuentes de lágrimas los hijos muertos de mi pueblo. Pero no hay quien se levante para aferrarse a Dios y oponerse como un muro en defensa de la casa de Israel en este último día de su ira... Que Dios tenga piedad de nosotros. Por eso, tú, que eres ministro de la Palabra, no cejes y fortalece los muros y las torres de Jerusalén hasta que también a ti te acometan... Y o 13 «Esto peccator et pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in C hristo... Peccandum est, quandiu hic sum us... Ab hoc (Agno) non avellet nos peccatum, etiamsi millies, millies uno die fornicemur, aut occidamus» (Briefw. IX 372; carta del 1 de agosto). Sobre el m al efecto que esta doc­ trina causó en sus contemporáneos, véase G risar , Luther II 158-63. N o hay duda que Lutero siempre aborreció el pecado teológicamente, pero nunca ahondó, como los santos y como los doc­ tores católicos de todos los tiempos, en lo que el pecado tiene de rebeldía y desobediencia contra Dios, de ingratitud y deslealtad al A m or eterno, de desprecio de la M ajestad divina, de ofensa al Redentor, de apartam iento del C reador y conversión a la criatura. Parecía gozarse en ser pe­ cador, para así confiar sólo en Dios. Reléase la carta a Spenlein, del año 1516, que hemos citado en el c.6 de la p .l.a Y para com pletar su pensamiento en este punto consúltese una carta poste­ rior, de 1530 (julio?), en la que, después de dar útiles consejos (aunque poco sobrenaturales) a J. Weller para vencer las tentaciones, le dice: «Est nonnunquam largius bibendum, ludendum, nugandum , atque adeo peccatum aliquod faciendum in odium et contem ptum diaboli... Proinde si quando dixerit diabolus: noli bibere, tu sic fac illi respondeas: atqui ob eam causam máxime bibam ... U tinam possem aliquid insigne peccati designare m odo ad eludendum diabolum , ut intelligeret, m e nullum peccatum agnoscere... Omnino totus decalogus amovendus est nobis ex oculis et animo» (Briefw. V 519). La doctrina del «pecca fortiter, sed fortius fide», aun entendida en el m ejor de los sentidos, ¿no será la causa del estado casi continuo de tentación en que vivió Lutero en W artburg y en otras épocas de su vida?

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oro especialísimamente por ti, que algo podrá, no lo dudo, mi oración. Y tú haz otro tanto por mí, a ñn de que entre los dos llevemos este peso» 14. Las aves del bosque le enseñaban a alabar a Dios 15, pero por la noche el vuelo de los murciélagos y el fúnebre lamento de los búhos le traerían imágenes del diablo. «Ruega por mí— le dice el 10 de junio a Spalatino— , que ésa es la única cosa que necesito». Y el 9 de septiembre: «Aquí estoy bien, pero me hago indolente, languidezco y mi espíritu se enfría, triste de m í... Es tiempo de orar con todas las fuerzas contra Satanás, que quiere anticipar una funesta tragedia para Alemania. Y yo, temeroso de que D ios se lo per­ mita, sigo roncando y ocioso sin hacer oración» 16. Desde niño, Lutero tuvo siempre la obsesión del demonio, y se lo im a­ ginaba continuamente del modo grotesco con que lo retrataban los pintores alemanes del siglo xv o a la manera como se lo figuraban los campesinos medievales. Mientras estaba en W artburg lo vio muchas veces que se le acercaba tentándole o sugiriéndole pensamientos de desconfianza. Hablando años ade­ lante de las veces que había visto al demonio, cuenta que en W ittenberg lo vio un día correr por el jardín en forma de una marrana negra; viniendo a la época de W artburg, cuenta que «una vez yacía un perro junto a mi lecho; yo lo agarré y lo eché por la ventana; como no chillase, pregunté al día si­ guiente si había perros en el castillo. 'N o ’ , me respondió el alcaide. Entonces dije yo: 'E ra el demonio’» 17. Semejantes alucinaciones le acontecieron con alguna frecuencia 18. E l caso más curioso fue el siguiente: «Cuando yo el año 1 5 21 partí de W orms y fui secuestrado junto a Eisenach, habitaba en el castillo de W artburg, mi Patmos, lejos de la gente, en un aposento al que nadie podía acercarse, fuera de dos jóvenes nobles, que me traían de comer y de beber dos veces al día. M e habían comprado un saco de avellanas, que yo a ratos comía, y las tenía encerradas en una cesta. Yendo una noche a la cama, me desnudé en el aposento, apagué la luz, pasé a la alcoba y me eché en la cama. D e pronto caen sobre mí las avellanas, y empieza (el demonio) a romperlas, machacándolas duramente, una tras otra, con una viga y metiendo mucho ruido junto a mi cama; pero yo no pregunté la razón de ello. Apenas me había dormido un poco, empieza un ruido igual en las escaleras, como si por ellas abajo alguien arrojase cien barriles. Y o sabía que las escaleras estaban defendidas con cadenas y hierros de forma que nadie pudiese subir, pero los barriles seguían cayendo. M e levanto, voy a la esca­ lera para ver lo que ocurría, y veo que la escalera estaba cerrada. Entonces dije: ’ ¿Eres tú? No me importa’ . Y me encomendé a Cristo, Señor nuestro, 14 Briefw. II 332-33; carta del 12 de mayo de 1521. 15 Así term ina una carta del 26 de m ayo a M elanthon: «Iterum vale. Inter volucres de ram is suave cantantes, Deum que totis viribus laudantes die ac noctu. Dom inica T rinitatis 1521» (Briefw. II 349). 16 Briefw. II 388. 17 Tisch. 5358 V 87-88. 18 «Saepe me vexavit Sathan spectris suis, praesertim in arce illa» (Tisch. 2884 III 50). «Ego in captivitate mea, in Pathm o, in altissimo arce, in regno volucrum, saepius vexabar; ego illi (daemoni) fide restiti» (Tisch. 3814 III 634).

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de quien está escrito: Omnia subiecisti pedibus eius, como dice el salmo 8, y me eché de nuevo en la cama. Vino por entonces a Eisenach la esposa de Hans von Berlepsch, y, ha­ biendo olido que yo estaba en el castillo, mostró deseos de verme, mas no pudo ser. A mí me llevaron a otro aposento y a la señora de Berlepsch la pu­ sieron en mi alcoba. Y aquella noche oyó en la alcoba tal estrépito como si hubiera dentro mil demonios. L a mejor manera de expulsarlos es invocar a Cristo y despreciar al diablo; esto él no lo puede sufrir» 19. «En mi cautividad, en mi Patmos, en el altísimo alcázar, en el reino de los pájaros, yo era frecuen­ temente hostigado por el demonio» 20. Dudas angustiosas

Aquella larga y absoluta soledad, aquellos meses de retiro y de silencio, Dios se los otorgó, sin duda, para que reflexionara tranquila y desapasiona­ damente sobre el nuevo camino que había emprendido y para que en la ora­ ción implorase de lo alto la gracia necesaria para cumplir en todo la voluntad divina. Desgraciadamente, su oración, como él mismo lo confesaba, no fue ni m uy frecuente ni m uy serena. N o podemos dudar de que Dios le hablaría muchas veces al corazón, y también el espíritu maligno. ¿Acertó a discernir entre el espíritu de la luz y el espíritu de las tinieblas ? Ciertamente, no a la manera que aquellos mismos días el convertido de Loyola iniciaba su «dis­ cernimiento de espíritus». M artín Lutero no hace mención directa de las palabras que Dios le ha­ blaría en la soledad de W artburg, en su «isla de Patmos». Pero sí refiere m u­ chas veces en sus escritos las palabras que entonces le dijo el demonio ten­ tándole. Nosotros nos preguntamos: ¿serían del diablo y no de Dios? Veamos lo que él mismo refiere de aquellos días: «Hace diez años (decía en 1 531 ) sentí por primera vez esta desesperación (de sentirse rechazado por Dios) y la tentación de la ira divina» 21. ¿Por qué? En otra ocasión dio una explicación, diciendo que ya no sentía las antiguas tentaciones, o inquietudes, o dudas de la misericordia de Dios; sus inquietu­ 19 Tisch. 6816 VI 209-210. En el núm ero siguiente propone otros medios de arrojar al diablo, sucios y fétidos. Nótese que en 1521 todavía no se había casado H ans von Berlepsch, cuyo m atri­ monio con Beata von Ebeleben tuvo lugar en 1523; por tanto, la m ujer a que alude L utero no podía ser la esposa de Berlepsch entonces; seguramente pretendió decir: «la que hoy es esposa de Berlepsch» (relato luterano de febrero de 1546). 20 Cf. n.18. El 11 de noviembre de 1521, día de su santo, escribe: «Non unus est Satan m ecum» (Briefw. II 403). Y diez dias antes: «Non tam en sum m onachus (solitario), assunt enim m ulti et mali et astuti daemones» (ibid., II 399). A ños adelante, ya casado, dirá que el demonio le pro­ porciona por la noche m ás molestias que Catalina placeres: «Ich verstehe und fulle es (alude al demonio) denn er schlefft vil m er bey m ir denn meine K etha» (Tisch. I 289). En sus años tranqui­ los, pasadas las horas de crisis, llegará a burlarse del demonio con frases groseras y con ironía sarcástica. Dejaré de traducir las expresiones más crudas: «Cuando el demonio viene a m olestar­ me por la noche, yo le doy esta respuesta: ‘Dem onio, ahora tengo que dorm ir, pues es m andato de D ios trabajar de día, dorm ir de noche’. Y cuando no cesa de fastidiarme, echándome en cara mis pecados, le respondo: ‘Querido demonio, he escuchado la lista, pero he cometido otros pe­ cados que no están en tu registro. Escribe lo siguiente: Ich hab in die Hosen und Bruch geschissen; cuélgatelo al cuello y pasa la jeta por él’. Y al fin, si no cesa de inculparm e como a pecador, le digo por desprecio: ‘Sánete Sathana, ora pro m e?, pues tú nunca obraste m al y sólo tú eres santo’» (Tisch. 1557 II 132). M ayor, si cabe, es la grosería de otro texto paralelo (Tisch. 141 I 64). Era una m anera típicamente luterana de dar higas al diablo. Pero será algo más tarde. En W artburg predom inaba lo trágico sobre lo humorístico. 21 Tisch. 1263 II 13. Algo sem ejante en 1347 II 62.

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des actuales procedían de la voz del demonio, que le susurraba: «¡A cuánta gente has seducido con tu doctrina!»22 «Muchas veces me dijo Satanás: ' ¿Qué si fuese falso tu dogma contra el papa, contra la misa y los monjes’ ? etc. Y me ha acometido con tal ímpetu y frecuencia, que el sudor me brotaba con fuerza. Por fin, yo le respondí: 'Vete y díselo a Dios, que mandó escuchar a Cristo’» 2 i. Las dudas sobre su doctrina debieron de inquietarle, más que nunca, pocos años después, cuando vio los gravísimos trastornos sociales, que fueron su consecuencia natural. Pero hay motivos para pensar que, al menos en parte, algunas de estas dudas— tentaciones del diablo las apellidaba él— asal­ taron su conciencia entre los bosques solitarios de la fortaleza de W artburg. «Y su trémulo corazón— es frase suya— le palpitó en el pecho» con fuertes objeciones contra sus enseñanzas 24. «Una vez (el diablo) me atormentó, y casi me estranguló con las palabras de Pablo a Timoteo; tanto que el corazón se me quería disolver en el pecho: ’T ú fuiste la causa de que tantos monjes y monjas abandonasen sus monas­ terios’ . E l diablo me quitaba hábilmente de la vista los textos sobre la justi­ ficación... Y o pensaba: 'T ú solo eres el que ordenas estas cosas; y, si todo fuese falso, tú serías el responsable de tantas almas que caen al infierno’ . En tal tentación llegué a sufrir tormentos infernales hasta que Dios me sacó de ella y me confirmó que mis enseñanzas eran palabra de Dios y doctrina verda­ dera» 25. L a persuasión, hondísimamente arraigada en su corazón, de estar en la verdad le salvaba siempre. «Antes de todo, lo que tenemos que establecer es si nuestra doctrina es palabra de Dios. Si esto consta, estamos ciertos de que la causa que defende­ mos puede y debe mantenerse, y no hay demonio que pueda echarla abajo... Y o en mi corazón he rechazado ya toda otra doctrina religiosa, sea cual fuere, y he vencido aquel molestísimo pensamiento que el corazón murmura: '¿Eres tú el único que posees la palabra de Dios? ¿Y no la tienen los dem ás?’ ... T al argumento lo encuentro válido contra todos los profetas, a quienes también se les dijo: 'Vosotros sois pocos, el pueblo de Dios somos nosotros’» 26. La gran tentación

Aunque Lutero se esfuerza por rechazar con pies y manos esta tentación — diabólica según él— que le atenacea la conciencia y aunque parece cantar victoria agarrándose, como un náufrago, a la tabla salvadora de la «palabra divina», nadie se imagine que la paz de su alma y la seguridad de su concien­ cia son completas. El germen de la duda late en su corazón, y de cuando en cuando se le ve aflorar en años posteriores. Pongamos algunos ejemplos, para no volver más veces sobre lo mismo. 22 «Cogitabam (en la juventud) D eum mihi non esse propitium ... Iam alias tentationes habeo. Saepe mihi obiicit: W ol hast sovil L eut verfuret!» (Tisch. 518 I 240). 23 Tisch. 2372 II 436. Cf. 462 I 200; 1310 II 36. 24 W A 8,412. Pero a principios de 1532 decía; «Deus me ante decennium, cum solus essem, confirmavit suis angelis luctando... Ego experientia hunc versum didici: Lavabo per singulas noeles lectum m eum » (Tisch. 1347 II 62). 25 Tisch. 141 I 62-63. 26 Tisch. 130 I 53-54.

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Leemos en un escrito suyo de 1527: «¡Cómo saben los impíos afilar, y aguzar, y amolar sus palabras cuando gritan: '¿Crees tú que todos los docto­ res anteriores no sabían nada? ¿Que todos nuestros padres eran locos? ¿Eres tú, en los últimos tiempos, el único huevo en el nido del Espíritu Santo?’ ... A sí hablan: 'Nosotros queremos permanecer en la antigua fe. ¿Serás tú el único en ver lo que ningún otro ha visto?’» ¿Y qué responde Lutero a estos pensamientos que le remuerden y desasosiegan? Conténtase con una evasiva y una réplica que nada tiene de razonable. «El que quiera mantener la idola­ tría papal, que siga siendo idólatra del papa y hereje papista»27. Pero al gusano de la duda o de la inquietud no lograba matarlo. Y todavía en 1535 confiesa que le impresiona el argumento «muy especioso y robusto de los pseudoapóstoles», que le impugnan de este modo: «'Los apóstoles, los Santos Padres y sus sucesores nos dejaron estas enseñanzas; tal es el pensa­ miento y la fe de la Iglesia. Ahora bien, es imposible que Cristo haya dejado errar a su Iglesia por tantos siglos. T ú solo no sabes más que tantos varones santos y que toda la Iglesia... ¿Quién eres tú para atreverte a disentir de todos ellos y para encajarnos violentamente un dogma diverso ? Cuando Satán urge este argumento y casi conspira con la carne y con la razón, la conciencia se aterroriza y desespera, y es preciso entrar continuamente dentro de sí mismo y decir: Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño cosas humanas, sino divinas; o sea, que fen el negocio de la salvación) todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada» 28. Con más fuerza aún lo había dicho en un sermón de 1525: «Los Santos Padres, los doctores, los concilios, la misma Virgen M aría y San José y todos los santos juntos pueden equivocarse» 29. N o hay que mirar a la persona que habla, sino a las cosas que dice. ¿No parece algo inaudito y demencial esto de ponerse por encima de toda la Iglesia de todos los tiempos? Lutero respon­ derá que no, «porque yo— dirá con humildad— no valgo nada; el infalible es Cristo, cuya palabra yo defiendo contra todos». Humildad nada más que apa­ rente, porque, al identificar su propia opinión con la palabra divina, está di­ ciendo que él es el único en interpretar rectamente la palabra de Dios, contra la opinión de todos los Santos Padres y doctores de la Iglesia y contra las de­ cisiones de todos los concilios y sumos pontífices 30. 27 W A 23,421-22. En 1523 se preguntaba: «Vis tu igitur esse sapientior ómnibus patribus, sanctis, principibus totius m undi et episcopis?» (WA 10,3 p.431). D e 1533 son estas palabras: «Diabolus me saepe vexavit hac voce: Quis iussit te docere contra m onasteria ? Ante erat pulcherrima pax; hanc‘ tu turbasti, quo iubente?» (Tisch. 525 I 244-45). 28 W A 40,1 p .130-31. Sabemos que esa últim a frase le hacía fuerza a Staupitz, más propenso al misticismo que a la sólida teología. 29 «Es heisse Heilig, Gelert, Veter, Concilia, oder was es sein mag, wenn es gleich M aría, loseph nnd alie Heiligen m iteinander waren, so folget darum b nicht, das sie nicht haben kónnen irr en und feilen» (WA 17,2 p.28). Así tan sólo puede hablar un inspirado, aunque lo haría más humildemente, o un iluso. 30 Lutero negaba la infalibilidad a los papas y a los concilios. ¿Negábala también a toda la Iglesia universal ? En teoría no, puesto que Cristo se la prom ete en el Evangelio; pero en la prác­ tica, sí: «Ecclesia errare potest, quia congregan non potest dispersa in omnem terrarum orbem. U num autem novi, qui errare non potest, Christus scilicet» (W A 46,772). Cristo, y L utero su intérprete infalible.

Misión de profeta

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Misión de profeta

D e aquí arranca la conciencia de su vocación profètica, la íntima persua­ sión de haber sido elegido por Dios para anunciar un evangelio nuevo, descono­ cido hasta entonces. Entre las páginas de su salterio había una en que estaban escritas estas palabras: «Yo el D r. M artín Lutero, aunque sin méritos, fui digno de ser instruido por el H ijo de Dios y por el Espíritu Santo, de que se me encomendara el ministerio de la Palabra..., de que se me impusiese el precepto de creer estas cosas, de que se me intimase con amenazas de maldición y de venganza eterna el no dudar jamás de ellas» 31.

«Mi evangelio— repetía con San Pablo— no tiene origen humano, sino di­ vino». «Yo sé de dónde procede mi doctrina y quién me ha levantado... para asestar una estocada tal al cuerpo del papado» 32. «Estoy cierto de que mis dogmas los he recibido del cielo. M is dogmas permanecerán y el papa sucum­ birá» i } . L a historia nos demuestra claramente que esta profecía resultó falsa. Y , sin embargo, varias veces encontramos en ios escritos luteranos la afirma­ ción de que él es un profeta. Quería decir un profeta en el sentido literal de la palabra; uno que habla en nombre de Dios; un heraldo, un embajador, un portavoz de Dios; un evangelista, un eclesiastés, mas no uno que vaticina el porvenir. A sí lo dirá en 1536 predicando a sus compatriotas i4. «Porque yo soy el profeta de los alemanes, y en adelante quiero aplicarme este nombre para gusto y placer de mis borricos papistas»35. «Ea, queridos alemanes, os lo he dicho bastantes veces: habéis oído a vuestro profeta» 36. «Yo vuestro apóstol, os amonesté, como era mi deber» 37. T al es el estado de ánimo de M artín Lutero cuando se lanza intrépida­ mente a la revolución religiosa. N o va impulsado por afanes egoístas y terre­ nos, al menos deliberadamente; le mueve la conciencia de su misión divina; está oyendo resonar continuamente en sus oídos la voz de lo alto, que le inti­ ma con gravedad amenazadora: «Predica el evangelio que te he mostrado en la torre del monasterio de W ittenberg y en el castillo de Wartburg». Está ínti­ mamente convencido de que el Señor le ha iluminado la mente y lo ha esco­ gido, como a otro Pablo, para anunciar la verdadera palabra divina. E l se siente como un instrumento en las manos de Dios, y se deja conducir ciega­ mente. A quí reside la fuerza de su acción huracanada, pero sistemática, tenaz y constante. Si está con Dios, ¿quién contra él? Y en nombre de Dios, de su Dios, habla a los hombres. Pretende reformar el cristianismo tradicional, y 31 Tisch. 4852 IV 544-45. 32 «Ich weiss woher mein Lere kom pt und wer mich auff gericht h a t..., das Bapstum m it sem*n K orper e!n solchen Stoss durch mich empfangen hat» (W A 10,2 p.12). 33 «Certus sum dogm ata mea habere me de coelo... D ogm ata mea stabunt et papa cadet» (W A 10,2 p.184). 34 W A 41,706. 35 W A 30,3 p.290. 36 WA 30,2 p.587. Cuando otras veces niega ser profeta, se entiende en el sentido de pronos­ ticar el porvenir. 37 «Ego Apostolus vester monui, ut debui» (WA 30,3 p.392-93).

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para eso crea una nueva Iglesia. Hasta ese momento él no pertenecía ni a la Iglesia romana (pues estaba excomulgado) ni a otra alguna. E s en este año de 15 2 1 cuando vemos que se organiza comunitariamente la primera Iglesia luterana. E l laico Felipe Melanthon, joven y recién casado, es el primer obispo de los luteranos de W ittenberg, y tras él otros amigos wittenbergenses, que, aunque sean sacerdotes y canónigos, están ya buscando cada cual su episcopisa, que les ayude a llevar la carga del oficio pastoral. E l pastor supremo, en ausencia de Lutero, no ha de ser Karlstadt el teólogo, sino Melanthon, el joven humanista y discípulo predilecto del Reformador. «Custodiad la Iglesia del Señor, en la cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos verdaderos», les escribe, como un nuevo apóstol de las gentes, el 26 de mayo 38. Que M artín Lutero no pertenece ni quiere en modo alguno pertenecer a la Iglesia católica romana, cuya cabeza visible es el papa, bien lo sabe él después que León X lo ha anatematizado y Carlos V lo ha proscrito del Im pe­ rio. Pero Lutero no quiere ser un individuo aislado, sin vinculación con alguna comunidad o Iglesia cristiana. Y organiza la suya, que poco a poco va crecien­ do, y empieza a llamarse Iglesia de Cristo, en oposición a la Iglesia de Roma, que es la del anticristo. «Muchos de sus adeptos son todavía católicos de co­ razón y de mente; no viendo en la Iglesia luterana más que una reforma de la antigua Iglesia, se adhieren a ella de buena fe. Los íntimos de Lutero, como el mismo Reformador, van más allá, planean una revolución religiosa pro­ funda, una transformación completa del cristianismo tradicional, una nueva Iglesia sin sacerdocio ni jerarquía de derecho divino y casi sin sacramentos, pues aun a los pocos que conservan, como el bautismo y la cena, les han cam­ biado su carácter. Suele decirse que Lutero nunca quiso separarse de la Iglesia. Y en cierto sentido es verdad. El mismo lo repitió varias veces, y con una fuerza de ex­ presión que raya en lo paradójico. «No hay derecho humano ni divino— decía en 15x9— que pueda justificar la separación de la Iglesia, por lo cual ni los griegos ni los husitas están libres de culpa» 39. «Hereje no lo seré nunca», repetía. Y , efectivamente, nunca quiso fundar una secta religiosa que llevara su nombre. «Lo que yo predico— agregaba— no es palabra mía, sino de Cristo»40. Y cuando los católicos le echaban en cara el haberse separado de la Iglesia de Cristo, de aquella Iglesia en que había sido bautizado y educado, respon­ día: «No nos hemos separado nosotros de la Iglesia; es ella la que se ha sepa­ rado de nosotros»41; ella que es la Iglesia del anticristo, mientras que nosotros somos la verdadera Iglesia cristiana. 38 C arta a M elanthon y a los suyos: «Servate Ecclesiam Domini, in qua vos posuit Spiritus Sanctus episcopos, non episcoporum simulacra» (Briefw. II 349). Y el 9 de septiembre a Spalatino: «Valde vellem, ut Philippus et vulgo concionaretur alicubi in oppido diebus festis... Si enim om nia hom inum iura fregimus et iuga eorum abiecimus, quid adhuc m oretur nos, si unctus rasus non sit, et coniunx sit? Veré tam en et est sacerdos et agit de facto sacerdotem ... Si ego praesens essem, om nino apud senatum et populum agerem, ut eum rogarent... ut sic paulatim fieret et vernaculus episcopus» (Briefw. II 388). 39 Hemos citado sus palabras textuales en la p .l.“ c.13 nt.25.28.54. 4,1 «Ich bynn yhe gewiss, das meyn W ort nitt meyn, sonder Christus sey» (WA 8,683). «Denn ich weyss, das diese Lere nicht meyn I.ere ist» (WA 11,2 p.230). 41 «Nos discedimus a Papa et dicimus nos Christi Ecclesiam esse, Papam uutem cum suis

Un oasis: el «Magnificat»

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Un oasis: el «Magníficat»

Como un oasis apacible y ameno, surge en los desolados y tormentosos días de W artburg el comentario alemán de Lutero al cántico de la Virgen M ana. L o había empezado en W ittenberg, en noviembre de 1520; hubo de interrumpirlo por el llamamiento a la Dieta de W orms, y ahora le da la última mano (septiembre-octubre de 15 2 1); se lo dedica a Juan Federico de Sajonia, joven de diecisiete años, sobrino del príncipe elector, que será siempre fide­ lísimo seguidor de las nuevas doctrinas 42. «Que otros— le dice— escuchen a sus amantes entonar una canción mun­ dana; un príncipe y señor escuchará de buen grado a esta casta Virgen, que canta un himno espiritual puro y salvador. N o está mal la costumbre de todas las iglesias de entonar cada día en las vísperas este cántico con agradable y particular melodía. Que la misma tierna M adre de Dios me quiera alcanzar espíritu para exponer útil y profundamente su cántico»43. Y da comienzo con estas palabras: «Para entender este canto de alabanza, se ha de notar que la benditísima Virgen M aría (die hochgelobte Jungfrau M a ­ ría) habla por propia experiencia, en la que fue iluminada y amaestrada por el Espíritu Santo. Pues nadie puede entender a Dios y su palabra si no es me­ diante el santo Espíritu». Siguen hermosísimas ideas y admirables sentimientos, que espontánea­ mente brotan del corazón de Lutero; de aquel corazón modelado durante tantos años en los libros litúrgicos, en la lectura de los Santos Padres y de los autores medievales, y que ahora prorrumpe sin querer en alabanzas de «la dulce Virgen y tierna M adre de Dios» (die zarte Jungfrau, die zarte Mutter Christi), como le habían enseñado en el monasterio. Pero como vive obsesio­ nado por su doctrina de la fe sola, hace un silencio profundo sobre las pre­ rrogativas de Nuestra Señora; nada dice de las virtudes que adornaban el alma de M aría, y mucho menos de sus méritos, empeñándose en ensalzar únicamente la misericordia de Dios para con ella. N o quiere reconocer su oficio de intercesora por el mundo cristiano, si bien al fin implora él perso­ nalmente la intercesión de la Virgen madre con palabras que dejan entrever la antigua piedad mañana de Fr. Martín. M aría nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios, sin buscar en ello nuestro interés. Am a y alaba a Dios recta y desinteresadamente el que le alaba solamente porque es bueno, y no considera otra cosa que su bondad, y sólo en él halla placer y alegría». «Desgraciadamente, ahora todo el mundo, todos los conventos, todas las Antichristi Ecclesiam esse. Iudicam ur igitur seditiosi et haeretici a Papa, ut qui nos diviserimus ab ea Ecclesia, in qua baptisati et instituti sumus, sed nostra non est culpa, nos non discessimus ab eis, sed ipsi discedunt a nobis, imo eiiciunt nos et verbum nostrum ex sua Ecclesia» (WA 25, 278). Los católicos le podían replicar con las palabras que él había escrito en 1515: «Haeretici confitentur et gloriantur quod in Christum credant... A praelatis se subtrahunt, verbum eorum nolunt audire, suum autem sensum sequuntur; quaero, quom odo in Christum credant?» (WA 56,251). 42 Juan Federico sucederá en el electorado de Sajonia a su padre el duque Juan (1525-32), herm ano y heredero de Federico ( t 1525). Juan Federico, apellidado el M agnánim o (1532-47), vencido en Mühlberg, perdió el electorado, que fue dado por Carlos V a M auricio de Sajonia. 43 WA 7,545. El comentario entero ocupa las páginas 544-604. Sobre el Magníficat y algo de la m ariologia de Lutero, breves notas en H. D. P reus , María bei Luther (Gütersloh 1954).

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iglesias, rebosan de gente, que camina, y avanza, y corre a toda velocidad cajo el impulso de este falso, torcido y pervertido espíritu, que exalta tanto las buenas obras, como si por ellas se mereciera el cielo». «Yerran los que dicen que la Virgen no se gloría de su virginidad, sino de su humildad; ella no se gloría ni de su virginidad ni de su humildad, sino tan sólo de la mirada bondadosa de D ios... L a verdadera humildad nunca sabe que es humilde». «Notad la palabra: no dice que hablarán muy bien de ella, que alabarán sus virtudes, que enaltecerán su virginidad o su humildad, ni que se canta­ rán canciones en su honor, sino solamente que la llamarán bienaventurada porque Dios ha dirigido su mirada a ella». «Todos sus loores se compendian en una palabra: cuando es llamada M a­ dre de Dios. Nadie puede decir de ella cosa más grande, aunque tenga más lenguas que hojas y hierbas (hay en el bosque), estrellas en el cielo y arenas en el mar. Todo lo atribuye ella a la gracia de Dios y no a sus méritos, aun siendo libre de pecado». Pero «hay que guardar la mesura, no amplificando demasiado el nombre que se le da de Reina del cielo, que es verdadero; pero ella no es una diosa o ídolo (Abgottin) para dar o ayudar, como piensan algunos, que acuden a ella y la invocan más que a Dios». Lutero, más que elogiar a M aría, que en sí no es nada aunque sea Madre de Jesucristo y tabernáculo del Altísimo, lo que hace es ensalzar la misericor­ dia de Dios para con aquella Virgen llena de fe, abatir el orgullo espiritual de los que confían en sus propias obras y cantar las promesas divinas a los hijos de Abrahán. Y concluye: «Aquí cesamos por ahora, y pedimos a Dios la recta inteligencia de ese M agníficat; que no solamente nos ilumine y nos hable, sino que arda y viva en el cuerpo y en el alma. Concédanoslo Cristo por la intercesión y voluntad de su amada M adre María. Amén». «Esta exposición— exclama Grisar— es maravillosa por los sentimientos de piedad interior que el autor ha sabido derramar en estas páginas religiosas y prácticas... Aquí reaparece, bajo muchos aspectos, el antiguo lenguaje de tanta veneración a María, que era tradicional en la Orden agustiniana... Indu­ dablemente, el comentario de Lutero al Magníficat alcanzó celebridad, porque junto a la entonación religiosa no resuena la aspereza de una polémica reli­ giosa, como no sea veladamente. En el fondo, también el comentario al M agní­ ficat es un escrito de batalla. Advertencias inútiles, como la de que M aría no es una diosa auxiliadora, tienen un valor polémico... Conserva todavía la fe en la virginidad de María, aseverada en el símbolo apostólico, aun después del parto. Años adelante le negó el poder de interceder por nosotros, como se lo negó a los santos, e impugnó el culto especial que se rinde a M aría en la Iglesia católica, desnaturalizándolo y llamándolo excesivo y paganizante... Y en cuanto a la doctrina de la inmaculada concepción de María, conforme a las tradiciones teológicas de su Orden, la profesaba todavía en 1527»44. 44 Lutero. La sua vita, trad. ital., 198-99. Véase del mismo G risar , Luther II 571-72.797-98, En un sermón de 1522 sobre el nacim iento de M aría, reprueba Lutero el rezo de la S ah'e RegitiQ^ porque M aría no puede decirse «reina de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra» (WA 10, 3 p.321).

Catarino, teòlogo del anticristo

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Catarino, teólogo del anticristo

Cuando acababa de plantar este oasis de verdor, de frescura y de paz en la inmensidad multiforme de su producción literaria, le llegó a W artburg, recién impreso, otro libro suyo que había terminado de escribir en W ittenberg la víspera de salir para W orms. L o había redactado febrilmente en menos de un mes y alternando con otras ocupaciones. Iba dirigido contra el conocido teólogo de la Orden de Predicadores Ambrosio Catarino (Lancellotto de Politi, 1484-1553), el cual, siendo aún novicio, aunque ya maduro y con títulos universitarios, había publicado en 1520, con dedicatoria al emperador C ar­ los V, una Apología de la verdad católica contra Lutero 45. Apenas éste pasó los ojos por aquellas páginas, exclamó: Quam insulsus et stolidus Thomista! Y se puso a responderle con desprecio sarcástico a fin de «irritar la bilis de esa bestia itálica» 46. Desde la primera página de esta Responsio, que quiere ser un complemento o un posludio del libro Sobre la cautividad babilónica, se trasluce el rencor del alemán contra el italiano (ut videat hom*o italus, et bestias Germaniae nonnihil habere humanitatis j y el aborrecimiento de todo lo tomista (video Thomistam purum esse asinum verum). Toda la Responsio chorrea semejante grosura de lenguaje. A l «tomisticísimo e italianísimo Catarino» le llama «animal inmundo sin pezuñas y sin lengua rumiante, que se engulle todos los errores de los antiguos Padres». «Hasta los niños de Alemania se ríen de ti, y hasta las mu­ jeres, ya que, siendo tan gran Magister noster e italiano, en vez de palabras de Dios, no echas más que mucosidades y excrementos». Lo que pretende Lutero es negarle al papa el poder de las llaves y des­ truir el primado romano y toda autoridad pontificia; mostrar que la Iglesia católica no es cabeza, ni maestra, ni reina, ni señora, ni la primera de las igle­ sias del mundo. En el capítulo octavo de la profecía de Daniel, donde se des­ cribe el quinto reino diabólico, que sucederá a los cuatro reinos precedentes, Lutero ve la representación del papado. L a Iglesia es el reino del anticristo. El papa es «el rey insolente y experto en astucias» que devastará el universo y exterminará al pueblo de los santos, se ensoberbecerá en su corazón y se alzará contra el Príncipe de los príncipes, pero al fin será destruido por el Señor Jesús con el espíritu de su boca. Esta figura monstruosa del papa-anticristo con sus cuernos, dientes y garras será la misma que luego hará pintar a Lucas Cranach el Viejo en fantásticas y horripilantes formas. E l Reformador denuncia con su virulencia típica los que él juzga abusos y corrupciones, como el hábito eclesiástico, el esplendor del culto litúrgico, la ley del ayuno y abstinencia, el sacrificio de la misa, el celibato sacerdotal y aun las universidades del papismo. Sátira cruda, burda, pero incandescente, pintoresca; de una elocuencia tremendamente vivida, realista, apasionada. 45 Apología pro veritate catholica et apostolícae fidei ac doctrínae adversus impía ac valde pes­ tífera M artini Lutheri dogmata (Florencia, 20 diciembre 1520). Sobre Catarino véase F. L auCHEr t , Die italieníschen literaríschen Gegner Luthers 30-133; J. SCHW EITZER, Ambrosíus Cathariñus Polítus... Sein Leben und seíne Schríften (Münster 1910) 16-42. 4a' en K o l d e , 382-400; G. W e n t z , Das Augustinereremitenkloster in Wittenberg: Germ ania sacf^ I, 31 (Berlin 1941) 451; W. H u e m p f n e r , Aeussere Geschichte der Augustiner-Eremiten in O e u t s d 1' land: Augustinus Festschrift (W ürzburg 1930) 147-96. 9 C arta de los de Zwickau a Federico de Sajonia pidiéndole ayuda para acabar con los fetas (en Z K G 5 [1881] 325-27). Fue nom brado párroco N . H ausm ann, muy amigo de Luter° '

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solo así se llega a la verdadera santidad y divinización del hombre. Todas las leyes e instituciones—sean del Estado o de la Iglesia—son estorbos para el Espíritu. El principio que nos debe guiar en todo no es la Escritura, sino la palabra interior, la luz interior, el Espíritu, que inspira a sus «elegidos» 10. El indeciso Melanthon se dejó impresionar por los ocultos sentidos que atribuían a la Sagrada Escritura, y más aún por los coloquios familiares que decían tener con Dios, de quien recibían la misión de predicar y el don de profecía; y no osando rechazar las nuevas doctrinas de los «profetas de Zwickau», que en parte le parecían atendibles, aunque en muchos puntos fuesen contrarias a las de Lutero, y dudando si también a ellos les habría revelado el Espíritu Santo el auténtico sentido del Evangelio, escribió aquel mismo día 27 de diciembre una carta al príncipe Federico, rogándole que llamase al «solitario de Wartburg», porque él era el único que podía juzgar si verdaderamente el Espíritu de Dios movía a estos predicadores n . Con frases de humildad aseguraban que, aunque indignos, tenían visiones y sueños, en los que el Señor les comunicaba maravillosas revelaciones. Storch contaba que el arcángel Gabriel se le había aparecido y le había dicho: «Tú te sentarás en mi trono». Según estas revelaciones, pronto vendría un reformador más grande que Lutero, que transformaría totalmente el orden social, daría muerte a todos los sacerdotes y exterminaría a los increyentes, iniciando el reino milenario de la igualdad de todos los hombres. Repudiaban el culto externo y predicaban que el bautismo de los párvulos no tiene valor alguno, porque son incapaces de hacer un acto de fe. No pueden, con todo, estos profetas llamarse todavía anabaptistas, porque no imponían prácticamente la renovación del bautismo. Por su exaltado fanatismo místicoreligioso, Lutero los apellidó Schwärmer (fanáticos delirantes), y con este apelativo han pasado a la historia. Nicolás Storch, el más frenético de todos, salió pronto de Wittenberg y se dedicó algunos años a evangelizar la Turingia, donde le vemos reaparecer durante la guerra de los campesinos; en cambio, Stübner, como antiguo cono­ cido de Melanthon, se quedó seis meses en casa de este profesor mientras intentaba ganarse adeptos entre los universitarios. Un teólogo que se adhirió en seguida y con entusiasmo a los «profetas de Zwickau» fue el docto Martín Borrhaus (Cellarius), que desde 1522 llevará una vida errabunda de predica­ dor por diversos países. El mismo Andrés Karlstadt, que estaba en la cumbre de su poder y se alegró con la venida de los iconoclastas «profetas de Zurckau», experimentó en su corazón un fuerte atractivo hacia esa religiosidad más mística y radical que la de Lutero. También él hablaba, o hablará pronto, de cierto abandono oscuramente místico del alma y, por supuesto, de la su­ presión de todas las imágenes de culto. R.

10 P. W a p p l e r , Thomas Münzer in Zwickau und die Zwickauer Propheten (Zwickau B a c h m a n n , Nielas Storch, der Anfänger der Zwickauer Wiedertäufer (Zwickau 1880).

1908);

n «M ira sunt quae de sese praedicant; missos se clara voce Dei ad docendum ... Contemni eos nolim ... D e quibus iudicare praeter M artinum nemo facile possit» (CR 1,513-14; N. M u e l l e r , Die Wittenberger Bewegung 129-30). L utero reprochaba a M elanthon su timidez ante los pro­ fetas de Zwickau: «Venio ad prophetas, ac primum non probo tuam tim iditatem ... N on statim audiendi sunt... Neque enim D eus unquam aliquem misit, nisi per homines vocatum, vel per signa declaratum» (Briefw. II 424). Se le podía argüir: ¿De qué hom bres autorizados había reci­ bido él la vocación profètica o con qué milagros la había dem ostrado ?

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«Ordenación de la ciudad de W ittenberg»

El 24 de enero de 1522, un estudiante llamado Félix Ulscenius escribía a su protector, W . Capitón, dándole cuenta de las reformas que estaba introdu­ ciendo el recién casado Karlstadt en la ciudad de Wittenberg: «Muchos esco­ lares se van, y tememos que también nuestro Felipe (Melanthon) se marchará antes de Pascua, pues dice que él no quiere ser responsable de los delitos que bajo su nombre se cometen. Aurogallus (Mateo Goldhahn), el profesor de hebreo, piensa irse a Praga... Es sorprendente cómo predica Gabriel (Zwilling) la palabra de Dios sin conformarse con la opinión de nadie; tanto que recien­ temente ha reprendido públicamente desde el púlpito a Jonás y a Amsdorf porque no hablaron del Evangelio con bastante dignidad... Diariamente tienen conciliábulos el preboste, Karlstadt, Felipe, el clero y los magistrados para tratar de los cambios que se han de hacer» 12. Ese mismo día 24, las autoridades municipales, a quienes Karlstadt había entregado la dirección suprema de los negocios eclesiásticos, promulgan la Ordenación de la ciudad de Wittenberg, prohibiendo las imágenes, imponiendo la misa evangélica, confiscando los bienes de los monasterios, los tesoros de las iglesias, las riquezas de las numerosas cofradías y de otras fundaciones religiosas, y destinándolos al socorro de los hospitales y de los pobres y a la fundación de algo así como una caja de ahorros. A l mismo tiempo se prohíbe a frailes y estudiantes la mendicidad, se cierran los burdeles, mirando por la pública moralidad, y se amenaza con el destierro a las rameras que no se casen. El puritanismo fanático de Karlstadt pretendía reformar la beneficen­ cia, el culto, las costumbres. De acuerdo con los magistrados, hizo que todas las imágenes de los templos fueran arrojadas y destruidas, conforme al libro que acababa de escribir, Von Abtuung der Bilder 12*. Hubo escenas de increíble vandalismo. A l histo­ riador Hermann Barge, que exalta a Karlstadt como iniciador de «un nuevo tipo de espiritualidad» independiente y tal vez más alto y profundo que el de Lutero (eine neue Frömmigkeit), le replica H. Böhmer con un gesto de admi­ ración: «Realmente son notables estas ideas; ningún sacerdote debe admitir su cargo si no está casado y ha engendrado ya uno o dos hijos; el que en la cena eucarística toma solamente la hostia y no el cáliz, comete pecado; el que se acerca a la comunión está obligado a tomar la hostia y el cáliz con sus pro­ pias manos, pues Cristo dijo: Tomad y comed; tener imágenes en la iglesia es contra el primer mandamiento, y todavía es peor ponerlas en los altares; los artistas que hacen estatuas o pinturas cometen un pecado más grave que el adulterio y el robo; los ayunos y la confesión no están en la Biblia, y, por tanto, se han de suprimir; la autoridad tiene obligación de mandar a los pre12 Z K G 5 (1881) 331. M uchos escolares abandonaban W ittenberg, especialmente los súb­ ditos de príncipes católicos (Briefw. II 452). También Spalatino confesaba que «avocavit hac hieme ex Academia W ittenbergensi suos Ioachimus, m archio Brandeburgensis, Elector, et Heinricus, dux Brunsvicensis iunior» (en M u e l l e r , Die Wittenberger Bewegung 173). 12* Von Abtuung der Bilder und das keyn Bedtler unther den Christen seyn sollen (W ittenberg 1522; Bonn 1911).

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dicadores, bajo severas penas, no predicar sino lo que contiene y enseña la Escritura» 13. «Es indiscutible—añade Bohmer—que tal código jurídico no es evangélico, y lo que tiene de bueno está tomado de Lutero». D isposiciones del Consejo de regencia

Entre el Concejo y la Universidad, y Karlstadt sobre todo, que actuaba como el jefe supremo de aquel movimiento religioso, estaban imponiendo en Wittenberg, con métodos radicales y violentos, la Reforma iniciada por Lutero. Este, que en la Dieta de Worms había apelado a las palabras de Cristo: No he venido a traer la paz, sino la espada, ahora reprobaba la violencia y el tumulto, criticando con indignación el iconoclasmo y las innovaciones litúr­ gicas de Karlstadt y de Zwilling 14 y repitiendo con San Pablo: Todo me es lícito, pero no todo es conveniente (x Cor 6,12). No era el atolondrado Zwilling el que le infundía temores; era el ambicioso Karlstadt, convertido en caudillo de los radicales, quien empezaba a erguirse como rival y adversario de Lutero y como corruptor de su obra reformadora. Se podía temer que la Reforma se pusiese solamente en destruir imágenes, decir la misa en alemán, comer carne en los días de abstinencia, tomar la comunión con las propias manos y cosas semejantes. Desde su «isla de Patmos» vio que tenía que volar a Wittenberg. Pronto recibiría de allí un llamamiento urgente; mas no del príncipe, que estaba sumido en las mayores perplejidades. Habíase retirado Federico a su residencia de Allstedt, en donde recibió noticias de los furores iconoclastas que se desataban en Wittenberg contra las órdenes que él había dado. A fin de poner algún remedio, mandó a prin­ cipios de febrero a su consejero privado, Enrique de Einsiederln, reunirse en Eilenburg con algunos wittenbergenses amigos de la reforma, los cuales llevaron consigo la Ordenación de la ciudad de Wittenberg, recientemente promulgada. Einsiederln les declaró el día 14, en nombre del príncipe, que tal Ordenación era inaceptable; tan seriamente les habló, que Karlstadt confesó que se había excedido, y prometió abstenerse de toda predicación. Era pre­ ciso que los profesores redactasen otra Ordenación más moderada en lo litúr­ gico con la colaboración de los consejeros de Federico. Este indicó el 17 de febrero a los profesores de la Universidad que habían procedido con demasiada audacia en la reforma de la misa y que no hiciesen mutación alguna hasta que no se conociese el parecer de otras universidades 15. El elector se confirmó en sus propósitos de moderación cuando supo que el 20 de enero había salido una orden del Consejo de regencia, residente en Nuremberg, contra las inno13 H. B o e h m e r , Luther im Lichte der neueren Forschung 117. La obra fundam ental de Barge, sobrevalorando a su héroe, fue criticada por varios historiadores, entre otros por N. M ueller en H Z 96 (1906) 471-81, a quien contestó Barge en H Z 99 (1907) 256-324. Véase el juicio m ás se­ reno de H. J. H i l l e r b r a n d , Andreas Bodenstein o f Carlstadt, Prodigal Reformer: Church History 35 (1966) 379-98. 14 En m arzo escribía a Hausm ann: «Sic impulit eos Satanas. D am no m issas..., sed nolo m anum apponere aut vi arcere nolentes» (Briefw. II 474). Y al duque Juan Federico: «Wir sind nicht davon Christen, das wir das Sacrament angreifen oder nit, sonder davon, das wir glauben und lieben» (ibid., 477). Véase lo dicho en el c.2 sobre el «llamamiento a la paz». 15 Alberto Burer a Beato Rhenano: «Pridie idus Februarii (12 febrero) illustrissimus Saxoniae dux Fridericus pro Philippo Melanchthone, Andrea Carolostadio, Amsdorfio et Rectore Universitatis Wittenbergensis (J. Montanus Hessus) misit. Redierunt vero e Lochen (Lochau) ubi prin­ ceps solet agere, 16 kal. Marcii (14 febrero)» (B. R h e n a n o , Briefwechsel 303).

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vaciones en la misa, contra los monjes que abandonaban los monasterios y los curas que corrían al matrimonio; los obispos de Brandeburgo, de Merseburgo y de Meissen eran los encargados de hacer las debidas inquisiciones y ejecutar el castigo. Del Consejo de regencia (Reichsregiment) , que gobernaba el Im­ perio durante la ausencia de Carlos V, formaba parte el intransigente católico Jorge de Sajonia 16. ¿Qué harían en tan apurada coyuntura los profesores y los magistrados de la ciudad de Wittenberg? Rebelarse contra su príncipe y contra las auto­ ridades imperiales era una locura. Traicionar a sus ideales religiosos y refor­ matorios, tampoco les era posible. No vieron otra solución que llamar a Martín Lutero, padre y autor de la Reforma. Y el 20 de febrero partía un correo a todo galope con el encargo de suplicar al solitario de Wartburg que tornase cuanto antes a Wittenberg 17. No deseaba otra cosa más ardientemente el Reformador; así que, desafian­ do a todos sus enemigos y a cuantos se oponían a sus designios, lió sus bártulos y aparejó una caballería para el viaje. Los alborotos de Wittenberg y los nuevos estatutos religiosos impuestos por el fanatismo de Karlstadt causaban sorpresa e intranquilidad en otras ciudades. Desde las proximidades de Basilea, Wolfgang Capitón, bien infor­ mado de todo lo que pasaba, se lo comunicaba a Cornelio Agrippa de Nettesheim el 23 de abril con estas palabras: «No es cristiano—dicen los wittenbergenses—el que no come carne, huevos y cosas semejantes los viernes. No debe ser tenido por cristiano quien no recibe y toca con sus propias manos el sacramento de la eucaristía. El que se confiesa en Cuaresma no participará de la clemencia de Dios. El que da algún valor a las obras de piedad, se cierra a sí mismo el camino de la salvación. Y otras muchas cosas a este tenor. Soliviantaron a la turba necia, y, corriendo en tropel, asaltaron las casas de los sacerdotes, se trató con violencia a los ciudadanos... Los eruditos escribieron a Lutero instándole a que se presentase en público. Ahora se halla en Wittenberg. Predica todos los días; reprende a los suyos; increpa a los innovadores temerarios, que no tuvieron respeto a la simplicidad de la plebe; mas no por eso deja de afirmar sus antiguas ense­ ñanzas» 17 *. En seguida veremos más de cerca la actitud del Reformador y escuchare­ mos su predicación al pueblo. El viaje de regreso

Desde la encumbrada fortaleza de Wartburg contemplaba Lutero a sus pies su querida ciudad de Eisenach, pero sus pensamientos y cuidados volaban mucho más lejos. Hacía tiempo que sólo pensaba en Wittenberg. El 6 de 16 El M andat des Reichregiments (Nuremberg, 20 de enero), en B a r g e , A ktensíücke zur Wittenberger Bewegung (Leipzig 1912) 3-6; S e c k e n d o r f , Commentarius historicus I n.130 p .2 1 7 . 17 «Lutherum revocavimus ex heremo sua magnis de causis», dice M elanthon el 12 de m arzo (CR 1,566). Y Lutero mismo: «Dass ich schriftlich berufen bin von der gemeine Kirchen zu WitIcnberg m it grossen Flehen und Bitten» (Briefw. II 460). La Ordenación de la ciudad de Wittenlurg, en E. S e h l i n g , Die evangelischen Kirchenordnungen des X V I. Jahrhunderts (Leipzig 1902) I 697-98. 17* H. C o r n e l i i A g r i p p a e , Opera (Lyon 1600) II 730.

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febrero de 1522 le comunicaba al príncipe elector sus deseos de dirigirse pronto a la ciudad del Elba. Federico se alarmó, porque su primo el luterófobo duque Jorge había en­ trado en el Consejo de regencia, y éste había dado órdenes recientemente de proceder contra todos los innovadores; sería, pues, vergonzoso para el prín­ cipe elector de Sajonia que los obispos inquisidores viniesen a sus Estados y allí descubriesen al primer causante de todas las alteraciones, a Martín Lutero, sobre quien pesaba la proscripción imperial y el anatema pontificio. Por eso redactó a los pocos días una instrucción, que envió a un funciona­ rio de Eisenach, Juan Oswald, para que se la comunicase al Dr. Lutero, resi­ dente en Wartburg. Le decía que en Wittenberg había infinitas disensiones; que los emisarios del Consejo de regencia hacían indagaciones para castigar a los autores de novedades religiosas, y él no podrá protegerle; y que como era inminente un nuevo Reichstag, en que se discutiría la causa luterana, tuviese paciencia y no se moviese entre tanto 18. Afortunadamente para Lutero, esta instrucción no le llegó hasta el 28 de febrero por la tarde, cuando ya tenía todo aparejado para el viaje del día si­ guiente. Así que no desistió de su propósito. Y el 1 de marzo por la mañana montó en su caballo y partió silencioso hacia Gotha, Erfurt, Weimar, Jena. Acaso las preocupaciones no le dejaron reflexionar en lo fecundos y decisi­ vos que habían sido para él los diez meses pasados en aquella sublime sole­ dad; meses de terribles tentaciones y luchas interiores; meses de febril activi­ dad literaria, que le había producido una cosecha de libros fundamentales, como el ataque a la misa católica, la impugnación de los votos monásticos, especialmente el de la castidad, y, sobre todo, la traducción alemana del Nuevo Testamento; meses, en fin, de evolución y transformación de su per­ sonalidad. Había entrado en aquel castillo como fraile y, si se quiere, como hereje perseguido por las autoridades, y salía ahora como reformador de la Iglesia, como jefe y pontífice de una Iglesia nueva. La Sajonia y todo el Impe­ rio tendrán que contar con él, proscrito por la Iglesia y por el Estado. Tan asegurada está su posición, que ya no necesita ni del príncipe Fede­ rico, que ha sido hasta ayer su única salvación. La conciencia de haber sido elegido por Dios para una obra gigantesca le quita todo temor humano y le hace moverse en una esfera superior a la de cualquier autoridad terrena. Así se entiende la carta que el 5 de marzo, al llegar a la pequeña ciudad de Borna (sur de Leipzig), dirige al elector de Sajonia: «A Su Alteza el ilustrísimo príncipe y señor Federico, duque de Sajonia, elector del Sacro Romano Imperio, landgrave de Turingia, margrave de Meissen, mi muy gracioso señor y patrono. Jesús. Favor y paz de Dios, nues­ tro Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, con mis humildes servicios. »Ilustrísimo y alto príncipe elector y muy gracioso señor: Vuestra carta y bondadosas observaciones llegaron a mis manos el viernes por la tarde mientras yo preparaba mi partida para la mañana siguiente. Que Vuestra Alteza electoral tiene las mejores intenciones, no es preciso que yo lo confiese y testifique, pues mi certeza es tan grande como puede serlo la certeza huma18 Briefw. II 449-52; F. 233 (p.207-209).

von

Bezold,

Luthers Rückehr von der Wartburg: Z K G 20 (1900) 186-

En la posada del Oso N egro

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na. Pero que también mis intenciones son buenas, creo saberlo con garantía más que humana... Si yo no estuviera cierto de que con nosotros está el puro evangelio, me arredraría en este negocio... No de los hombres he recibido mi evangelio, sino solamente del cielo por medio de nuestro Señor Jesucristo. »Escribo esto a Vuestra Alteza electoral para que sepa que voy a Wittenberg bajo una protección más alta que la del príncipe elector. La de Vuestra Alteza no tengo intención de demandársela. Digo más, yo quiero proteger a Vuestra Alteza más de lo que Vuestra Alteza puede protegerme... En este negocio, la espada no sirve de nada; sólo Dios puede actuar, sin ninguna intervención humana. Por eso, el que más cree será el que más protegerá. Y , puesto que noto que Vuestra Alteza es todavía débil en la fe, yo no puedo de ningún modo ver en Vuestra Alteza al hombre que me pueda proteger o salvar... Vuestra Alteza ha hecho hasta ahora demasiado por mí; en adelante no haga absolutamente nada... Ante los hombres, Vuestra Alteza debe com­ portarse así: en su cualidad de príncipe, debe obedecer a la autoridad y dejar que la Majestad imperial gobierne cuerpos y almas en vuestras ciudades y territorios según la ley del Imperio, sin estorbar ni poner resistencia, ni bus­ car otro cualquier obstáculo al poder público aunque me prendan o me maten... Sería una rebelión contra la autoridad y, consiguientemente, contra Dios... Después de esto, yo encomiendo a Vuestra Alteza a la gracia de Dios. Muy pronto hablaremos, si es necesario. Sea Dios amado y alabado eternamente. Amén.—Dado en Borna a mi guía de viaje el miércoles de Ceniza del año 1522. De Vuestra Alteza electoral humilde servidor, Martín Lutero» 1 y. Desde Borna se dirigió hacia el norte, cabalgando siempre en lo posible por tierras del príncipe elector hasta llegar a Wittenberg. A Federico el Pru­ dente, o mejor, el Cauteloso, no le gustó que su súbdito hiciera el viaje en estas circunstancias y contra su expreso mandato; por eso le obligó a declarar por escrito las causas que le habían movido a ello, testificando que venía sin per­ miso del elector (ohn unser Zulassen); así podría Federico excusarse ante cualquiera, y especialmente ante el Consejo de regencia 20. E n la posada del O so Negro

Un hecho interesante para el biógrafo le acaeció a Martín Lutero en aquel viaje. El estudiante suizo Juan Kessler, futuro reformador de San Gall, que con otro amigo por nombre Wolfgang Spengler se dirigía a la Universidad de Wittenberg, se encontró casualmente en un hostal de los arrabales de Jena con un caballero desconocido, de quien nos trazará un retrato pinto­ resco y bien delineado. Era un día lluvioso—quizá el 4 de marzo— , y tanto por esta circunstancia como por las fiestas del Carnaval no pudieron los dos suizos hallar albergue en la ciudad. Estaban para buscarlo en una aldea próxima, cuando alguien les indicó en las afueras la posada del Oso Negro, Entraron dentro y vieron a un hombre sentado con un librito sobre la mesa (después supieron que era el Salterio en hebreo), el cual amigablemente les invitó a sentarse a su lado, 19 Briefw. II 454-57. 2" Briefw. II 458.

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pues los jóvenes, con las botas llenas de barro, se habían acomodado vergon­ zosamente en un banquillo junto a la puerta. El caballero ofrecióles de beber con tanta amabilidad y cortesía, que ellos no pudieron menos de aceptar, y luego por su parte pidieron otra botella de vino para corresponder a aquel noble caballero, que tal parecía por su manera de vestir: «gorro de cuero ro­ ji*zo, pantalones ajustados y jubón o casaca, espada al flanco, la mano derecha en el pomo y con la izquierda sosteniendo la vaina». Conociendo el caballero, quizá por el lenguaje, la procedencia de los jóvenes, les preguntó: «Vosotros sois suizos; ¿de qué lugar de Suiza?» «De San Gall», respondieron. Y él: «Vais a Wittenberg, según entiendo; allí en­ contraréis buenos paisanos, como el Dr. Jerónimo Schürpf (jurista) y su her­ mano el Dr. Agustín (médico)». «Traemos cartas para ellos». Preguntaron luego al desconocido si el Dr. Martín Lutero estaba en Wittenberg o en otra parte. «Tengo noticias ciertas—contestó—que actualmente no está en Wittenberg, pero pronto llegará. Allí está Felipe Melanthon, que enseña el griego, como otros el hebreo». Y les animó a estudiar estas lenguas para entender la Sagrada Escritura. Alegres los dos suizos, exclamaron: «Alabado sea Dios, que, mientras nos conceda vivir, haremos lo posible por ver y escu­ char a ese hombre; por su causa hemos emprendido este viaje, pues desde la niñez estamos destinados por nuestros padres para ser sacerdotes, y, ha­ biendo oído que Lutero rechaza el sacerdocio y la misa, queremos que él nos instruya y nos dé razón de su doctrina». «¿Dónde habéis estudiado?» «En Basilea». «¿Cómo van las cosas en Basilea? ¿Está allí todavía Erasmo de Rot­ terdam y qué hace?» «Señor, no sabemos sino que allí se está bien. También Erasmo vive allí, pero nadie sabe lo que hace; lleva vida muy tranquila y re­ tirada en casa». «Amigos, ¿qué se dice en Suiza de Lutero?» «Señor, hay di­ versidad de opiniones, como en todas partes; unos le ensalzan cuanto pueden y alaban a Dios, que por su medio nos ha revelado la verdad dándonos a co­ nocer los errores; otros, especialmente los eclesiásticos, le maldicen y con­ denan como a hereje intolerable». A l cabo de un rato, cuando ya anochecía, el posadero llamó a Juan Kessler, y, conociendo sus deseos de ver y oír a Lutero, le susurró: «Ese que está sen­ tado con vosotros es Lutero». El suizo, sin acabar de creerlo, se lo dijo secre­ tamente a su amigo, el cual, igualmente incrédulo, observó: «Te habrá dicho que es Hutten, no Luther; no has entendido bien su pronunciación». Cierto, declara Kessler, el traje y los gestos más parecían de un caballero, como era Hutten, que de un monje. Entraron dos comerciantes con ánimo de pernoctar allí, quitáronse el ca­ pote y las espuelas, y uno de ellos dejó sobre la mesa un libro en rústica. A la pregunta de Martín: «¿Qué libro es ése?», respondió: «Es la explicación de algunos evangelios y epístolas recientemente publicada por el Dr. Lutero. ¿No lo habéis leído?» Replicó Martín: «Lo recibiré pronto». El posadero llamó a todos a cenar. En la mesa, Lutero llevó la voz can­ tante, censurando a los príncipes, que perdían el tiempo en diversiones du­ rante la Dieta de Nuremberg, y anunciando que la verdad evangélica y la palabra de Dios, mal conocidas por nuestros padres, produciría gran fruto en

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la siguiente generación, no envenenada por los errores papísticos. Terminada la cena, los comerciantes se marcharon a cuidar de sus caballos. Y como los dos suizos le preguntaran si él era Ulrico de Hutten, les contestó: «No soy». Intervino el posadero: «Vos no sois otro que Martín Lutero». Bromeando y riendo, repuso: «Estos me tienen por Hutten, vos por Lutero; pronto seré Marcolfo» (personaje burlesco de la sátira popular). Y , tomando en la mano un gran vaso de cerveza, brindó: «Suizos, bebamos un buen trago a la salud de todos». Guando Kessler iba a beber el suyo, se lo cambió por otro, diciendo: «Vosotros no estáis acostumbrados a la cerveza; bebed este vino». Luego se echó a los hombros la guerrera y, dándoles un apretón de ma­ nos, se despidió, diciendo: «Cuando lleguéis a Wittenberg, saludadme al E>r. Jerónimo Schürpf». «Lo haremos con gusto—replicaron— ; pero ¿de parte de quién?» «No digáis más que esto: 'Aquel que ha de venir os saluda’ , y él entenderá». Dicho esto, se retiró a descansar. A l día siguiente, los suizos se dirigieron hacia Naumburg, y Lutero hacia Borna. Cuando aquéllos llegaron a Wittenberg y entraron en casa del doctor Schürpf, se encontraron con el hermano de éste, Agustín, y con Melanthon, Justo Joñas, Nicolás Amsdorf y el propio Martín Lutero. Entonces tuvo lugar la anagnórisis. Retrato de Lutero

De este encuentro de Kessler con Lutero procede uno de los mejores retratos del Reformador. Dice así el cronista suizo: «Cuando yo le vi a Martín el año 1522, a los cuarenta y un años de su edad (sie, en vez de treinta y ocho), era él corporalmente bastante obeso, de un andar recto, inclinado más bien hacia atrás que hacia adelante, con el rostro levantado hacia el cielo, negras las cejas y negros los profundos ojos, que brillaban y parpadeaban como una estrella, en tal forma que no se les podía mirar bien» 21. El s de marzo, miércoles de Ceniza, se hallaba en Borna. A l día siguiente, en su ciudad de Wittenberg. Poco antes de atravesar sus puertas, el arro­ gante caballero de barba negra, rizosa, y de espada al cinto detuvo un mo­ mento su cabalgadura, porque un grupo de jinetes salía a su encuentro para saludarle y conducirle honrosamente hasta el corazón de aquella ciudad, don­ de reinaba casi despóticamente el fanático Karlstadt. Entró en casa de Justo Joñas, preboste de la colegiata, recién casado, el cual encargó en seguida a un orfebre hiciese un collar de oro para «el caballero Jorge»; mandó también venir al pintor Lucas Granach para que le sacase un retrato en traje de gentilhombre. Dejó éste su caballo, se despojó de la espada y de sus hábitos ecuestres y se dirigió al casi deshabitado «monasterio ne­ gro» para vestir de nuevo la cogulla, aunque ya no tenía nada de fraile. 21 J. K e s s l e r , Sabbata mit kleineren Schriften und Briefen 65. P or tratarse de un retrato tan preciso, merecen citarse las palabras en su texto original: «Wie ich M artinum sines Alters 41 Jar anno 1522 gesehen hab, war er ainer natürlich zimlichen Faiste, aines uffrechten Gangs, also da er sich meer hinder sich, denn furdersich naiget, m it uffgehepten Angsicht gegen den Himel, mit tiefen schwartzen Ogen und Brawen, blintzend und zwitzerlend, wie ain Stern, das die nitt wol mögend angesehen werden». La crónica de Kessler, intitulada Sabbata porque la escribió en días de descanso, comprende los sucesos de 1523 a 1539. El prim er libro es una especie de in­ troducción histórica hasta la m uerte de Maximiliano I. En el segundo trata de M artín Lutero y de «la revelación de la verdad evangélica en estos tiempos».

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Lo más pronto que pudo—el 7 o el 8 de marzo—tomó la pluma y puso por escrito las razones de su regreso a fin de que Federico de Sajonia pudiese mostrarlas al Consejo de regencia. El próximo domingo (9 de marzo), Martín Lutero, bien rapada la barba, tonsurada la cabeza y vistiendo la negra cogulla de los frailes agustinos—para demostrar con su ejemplo que a estas cosas exteriores no hay que dar impor­ tancia— , subió al púlpito de la parroquia, entre la expectación anhelante de sus amigos y la medrosa curiosidad de sus adversarios. Del 9 al 16 de marzo pronunció ocho sermones consecutivos, que le dieron el pleno dominio so­ bre aquella comunidad y consumaron la derrota de los «fanáticos» y de los extremistas. Alberto Burer, un ayudante del erudito y humanista Beatus Rhenanus, escribía así sus primeras impresiones: «El 6 de marzo volvió Martín Lutero a Wittenberg en traje de caballero... Vino a apaciguar los tumultos que Karlstadt y Gabriel, sin tener cuenta de los débiles, habían suscitado con sus vehementísimos sermones... Predica diariamente sobre los diez mandamien­ tos. Es un varón benigno, manso y alegre a juzgar por el semblante. Su voz es suave y sonora, tal que me hace admirar la elocuencia de ese hombre. Respira piedad todo lo que dice, lo que enseña, lo que obra, aunque digan lo contrario sus impiísimos enemigos. Quien una vez le ha escuchado, desea, si no es una roca, escucharle más y más veces, tan penetrante es el aguijón que clava en el alma de los oyentes. En suma, a su perfectísima piedad y reli­ gión cristiana no le falta nada, aunque se junten todos los mortales con las puertas del infierno para decir lo contrario» 22. Los ocho serm ones. N o hay fe sin caridad

Solía repetir Lutero aquellos días que la razón por que venía a Witten­ berg era que en este redil suyo (in meine Hürden) había entrado Satán como lobo rapaz, y él tenía obligación de defender a sus ovejas. Para Lutero, cual­ quier adversario que le impugnase o se apartase de él era Satanás, lo mismo si se trataba del papa que de un anabaptista. En este caso, los satanases eran los «profetas de Zwickau» y los exaltados de Wittenberg, como Karlstadt y Zwilling, que destruían las imágenes de los templos, prohibían la confesión e imponían por la fuerza la comunión bajo las dos especies 23. «Ayúdame con tus oraciones—le escribía a Spalatino—a pisotear a ese Satanás que en Wittenberg levantó su cabeza contra el Evangelio en nombre del Evangelio. Luchamos contra un espíritu transfigurado en ángel de luz. Difícil será que Karlstadt abandone sus opiniones; pero, si no lo hace espon­ táneamente, Cristo le forzará» 24. El 9 de marzo, dominica Invocavit, el templo parroquial se hallaba ati­ borrado de gente. La austera figura del fraile agustino, con sus hábitos ne­ gros, apareció en el púlpito. Paseó su mirada intrépida y dominadora sobre la multitud y dio comienzo a su primer sermón: h e n a n u s , Briefwechsel 3 0 3 . 23 «Satanas fecit irruptionem in hanc caulam m eam ... Carlstadius et Gabriel horum auctores fuerunt m onstruorum » (Briefw. II 478). 24 Briefw. II 471; carta del 13 de marzo.

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«Todos nosotros estamos destinados a morir, y ninguno puede morir por otro, sino que cada cual en propia persona tiene que luchar con la muerte... Por eso, todos tienen que saber las cosas principales que importan a un cris­ tiano, a fin de que vaya bien armado a esta batalla, y son las que hace mucho escuchasteis de mis labios. En primer lugar, tenéis que saber que todos so­ mos hijos de ira, y nada valen ante Dios nuestras obras, intenciones y pensa­ mientos... En segundo lugar, que Dios ha enviado su Unigénito para que creamos en El; quien en El confíe será libre de pecado e hijo de Dios... En tercer lugar, que debemos tener caridad, y por la caridad obrar bien recí­ procamente..., porque sin la caridad la fe no es nada, según dice San Pablo a los corintios: S i hablase con lenguas de los ángeles y discurriese altísimamente sobre la fe, mas no tuviese caridad, nada soy. ¡Ah!, queridos amigos, ¿no ha­ béis faltado mucho en esto? En ninguno de vosotros veo la caridad... Cui­ demos de que Wittenberg no se convierta en Cafarnaúm... Dios no quiere meros oyentes o repetidores de sus palabras, sino seguidores mediante la ca­ ridad. La fe sin caridad no basta ni es fe, sino sólo apariencia de fe, como el rostro visto en un espejo no es verdaderamente el rostro, sino su apariencia... Queridos amigos, no hay que hacer todo lo que uno podría lícitamente, sino lo que conviene a su hermano, según dice San Pablo: Todo me es lícito, mas no todo es conveniente..., porque no todos somos igualmente fuertes en la fe... »¿Qué hace la madre con su hijo? Primeramente lo nutre con su leche, después le da papilla; después, huevos y alimentos blandos... Así debemos obrar con nuestros hermanos, teniendo paciencia con ellos y sufriendo su debilidad hasta que sean fuertes... De este modo no iremos solos al cielo, sino que llevaremos también a nuestros hermanos, que ahora no son nuestros amigos. Si las madres arrojasen a sus hijos, ¿dónde estaríamos nosotros? Que­ rido hermano, tú ya has mamado bastante; no cortes en seguida el pezón, sino deja que tu hermano mame como has mamado tú. Yo no hubiera permi­ tido que las cosas fuesen tan lejos si hubiera estado presente. La cosa en sí está bien, pero el apresuramiento ha sido precipitado, porque de aquella parte hay todavía hermanos y hermanas que nos pertenecen, y tienen que ser atraídas. Oíd esta comparación: el sol tiene dos cosas, el resplandor y el ca­ lor, y no hay rey tan poderoso que pueda impedir o desviar la luz solar, sino que ésta permanece en su sitio; pero el calor puede uno esquivarlo y evitar­ lo... Así la fe debe permanecer constantemente en nuestros corazones, sin apartarse nunca; la caridad, en cambio, se mueve y orienta según las posibi­ lidades de nuestro prójimo. Hay algunos que pueden correr, otros caminan bien, otros apenas se arrastran. Por eso, no tenemos que mirar a nuestras fa­ cultades, sino a las de nuestros hermanos, para que el débil en la fe siga al fuerte y no se deje devorar por el diablo. Por eso, hermanos queridos, seguid­ me a mí, que nunca os llevé a la perdición. Yo soy el primero a quien Dios puso en este plano. Yo no puedo desertar, sino continuar todo el tiempo que Dios quiera. Yo soy también el primero a quien Dios reveló que os predicase su palabra. Yo sé que tenéis la pura palabra de Dios... T ú dices que has obrado bien, según la Escritura; te lo concedo; pero ¿dónde queda el buen orden? Has obrado violentamente, sin ningún orden, con escándalo del pró-

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Jimo. Convendría haber hecho primeramente oración y luego consultar a los superiores» 25. Con esta apelación a la autoridad—se entiende, a la autoridad civil, al príncipe elector— , sin cuyo consentimiento no se debe innovar nada en ma­ teria religiosa (el papa ha sido suplantado por una autoridad laica), terminó Lutero su primer sermón, que fue una reprimenda suave, pero seria, a todos cuantos habían introducido las reformas tumultuosamente, sin distinguir en­ tre lo esencial y lo accesorio, como si la insensata destrucción de todo lo ceremoniático bastase para hacer a uno buen cristiano. Lo fundamental del cristianismo es la fe y la caridad, cosa que han olvidado los fanáticos wittenbergenses. Y todas las reformas deben hacerse con orden y disciplina. Habló como un profeta, en nombre de Dios, pero sin humillar a nadie. A sus rivales o adversarios sólo una vez los nombró incidentalmente. Insistió enérgi­ camente en las cosas esenciales de su evangelio, en la maldad de las obras hu­ manas y en la fe que salva, pero al mismo tiempo encareció tanto la necesidad de la caridad como lo podía haber hecho el más ortodoxo católico. Hasta ahora había acentuado la fe, despreciando las obras; ahora, por conveniencia, pone el acento sobre la caridad. Contra las tumultuosas reformas de W ittenberg

Es interesante ver a Martín Lutero, hasta hace poco tan revolucionario ( Tumultus egregie tumultuatur, decía el 14 de enero de 15 21) y tan excesiva­

mente hiperbólico en sus palabras, dominar ahora una revolución a fuerza de moderación, de prudencia, de tacto; esforzándose por hallar una vía media entre dos extremas, sin ceder a la derecha y sin inclinarse hacia la izquierda. Es que se jugaba el triunfo o la derrota del movimiento religioso por él inicia­ do. Y era preciso que el príncipe Federico, poco amigo de tumultos, quedase contento del súbdito que venía a echarle una mano; y al mismo tiempo con­ venía que el Consejo de regencia no se alarmase demasiado por lo ocurrido en Wittenberg. Con este modo de obrar, quizá «el proscrito de Worms» sería, ya que no absuelto, por lo menos tolerado. A l día siguiente, lunes 10 de marzo, volvió a subir al púlpito, con la misma o mayor expectación del auditorio, porque el predicador empezaría a tocar concretamente los más candentes temas. Y empezó por la misa. Dijo que la misa privada, entendida como sacrificio, debía ser abolida; en esto todos esta­ ban conformes. Pero no se ha de suprimir con la violencia—añadió— ; tan sólo se ha de proceder contra ella con la palabra oral o escrita; hay que enseñar que es un pecado, una ofensa de Dios, y dejar luego que la palabra actúe. «En suma, yo quiero que se hable, quiero que se predique, quiero que se escriba (contra la misa), pero nunca jamás que se la destierre y expulse con la violencia, porque la fe debe ser libre y no forzada. Tomad ejemplo de mí. Yo me opuse al papa, a la indulgencia y a todos los papistas, pero nunca con la fuerza y el tumulto; 25 W A 10,3 p.l-13. D e las dos redacciones sigo la m ás breve, que es la primera. Nótense estas dos frases, tom adas de la epístola del apóstol Santiago, «paji*za epístola», tan despreciada otras veces por el Reformador: «Got wil nit Zuhörer oder Nachreder haben... D ann der Glaub on die Liebe ist nit gnugsam, ja ist nit ein Glaub» (p.4). ¡Cuántas controversias y falsas acusaciones hu­ biera evitado Lutero si hubiera siempre hablado con esta moderación!

Libertad ante todo. La comunión

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sólo con la palabra de Dios... Mientras yo dormía, mientras yo bebía la cerve­ za de Wittenberg con mi Felipe y con Amsdorf, la sola palabra ha actuado eficazmente, debilitando tanto al papado como hasta ahora no lo ha hecho ningún príncipe o emperador. Yo no he hecho nada; la palabra lo ha hecho todo. Si yo hubiera procedido con violencia, toda Alemania se hubiera inundado de sangre y en la Dieta de Worms hubiera entablado un juego peligroso para el mismo emperador» 26. «Vengamos ahora—decía en su sermón del n de marzo—a las cosas que Dios ha querido sean libres, no obligatorias..., como el matrimonio, la aboli­ ción de las imágenes, el hacerse fraile o monja, el abandonar el monasterio, el comer carne los viernes o dejar de comerla y cosas semejantes. Todo eso es libre y nadie debe prohibirlo; y, si alguien lo prohíbe, obra injustamente y contra la voluntad de D ios... Si tú puedes observar esas cosas sin cargar tu conciencia, obsérvalas, sin hacer de ello obligación y conservando la libertad... Lo que Dios ha dejado libre, libre debe seguir; pero si alguien te lo prohíbe o manda, como hace el papa, el anticristo, entonces hay que hacer lo contra­ rio... Porque un monje o monja sale del convento, ¿todos han de salir? No tal (Noch nitt). Porque uno ha destruido y quemado las imágenes (y destrozado el crucifijo), ¿todos tenemos que quemarlas? No tanto, queridos hermanos... Nosotros podemos hacer imágenes y retenerlas, mas no adorarlas. Y , si alguien las adora, entonces sí podemos destruirlas y abolirías..., mas no en forma tu­ multuosa y violenta, sino por orden de la autoridad» 27. Lutero no quiere la anarquía, y se lamenta de que los innovadores de W it­ tenberg no hayan tenido el menor respeto a la libertad cristiana. Libertad ante todo. La com unión

A l día siguiente empezó diciendo que dos cosas son absolutamente nece­ sarias: no considerar a la misa como sacrificio y no hacer nada contra la pala­ bra de Dios; las otras cosas, como la vida monástica, el matrimonio, las imáge­ nes en los templos, son cosas indiferentes. Insistiendo en lo dicho sobre las imágenes, añadió que él desearía destruirlas en todo el mundo; no porque in­ duzcan a idolatría o a pensar que el crucifijo es Cristo en persona—no hay na­ die tan tonto que así piense— , sino por el deplorable uso que muchos hacen de ellas, creyendo que el adornar la iglesia de imágenes es hacer un servicio a Dios. Pero este abuso, por peligroso que sea, no debe bastar para que seamos iconoclastas. «El vino y las mujeres causan a muchos aflicción y angustia, mas no por eso derramamos todo el vino ni matamos a todas las mujeres. El oro y la plata producen muchos males, mas no por eso condenamos su uso». Y no faltan personas que saben usar de las imágenes. A continuación habló de la abstinencia de carnes, sin añadir nada nuevo 28. Los días 13 y 14 de marzo, discurriendo sobre la comunión bajo las dos especies, habló de los comulgantes que tomaban las especies sacramentales 26 W A 10,3 p .13-20. «Wir haben wol jus verbi, aber nícht executionem» (p.15). 27 W A 10,3 p.21-30. En carta a N . H ausm ann decía el 17 de marzo: «Nemo m ihi m olestior est quam hoc vulgus nostrum , quod relictis verbo, fide et charitate, solum in hoc gloriatur, se christianum esse, quod coram infirmis carnes, ova, lac comedere, utraque specie uti, non ieiunare non orare possit» (Briefw. II 474). 28 W A 10,3 p.30-40.

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con sus propias manos: «Si creéis ser buenos cristianos por el hecho de tomar el sacramento con las manos y os ufanáis de eso ante el mundo, entonces He­ redes y Pilatos serían los mejores cristianos, pues yo pienso que tocarían bien el cuerpo de Cristo... No, queridos amigos; el reino de Dios no está en esas cosas exteriores que se pueden tocar y agarrar, sino en la fe... Reconozco que vosotros no pecasteis al tomar el sacramento con las manos, pero en verdad os digo: tampoco hicisteis obra buena... ¿Por qué no renuncias al uso de tu libertad, teniendo consideración con el que todavía es débil en la fe?» Cosa semejante dijo del recibir la comunión bajo las dos especies: no hay que im­ ponérselo por la fuerza a los que por debilidad en la fe o por ignorancia no aceptan ese modo de comulgar; el rito externo importa poco. «Y se dice por ahí que hay en Wittenberg buenos cristianos que toman el sacramento en sus manos y agarran el cáliz, y luego se van a beber aguardiente en las tabernas y se emborrachan lindamente». La comunión—agregó—no se debe imponer por ley, por lo cual obra el papa de una manera loca y anticristiana al precep­ tuar que todos deben comulgar al menos una vez al año, tengan fe o no la tengan 29. El séptimo sermón (15 de marzo) trató sobre «el fruto de este sacramento que es la caridad». El resumen que nos ha llegado es muy breve, y allí leemos: «La caridad yo no la veo todavía entre vosotros en Wittenberg, aunque os la he predicado mucho... Son espantosas las palabras de San Pablo: S i yo poseyese toda la ciencia y sabiduría, y conociese todos los misterios de Dios, y tuviese tanta fe que trasladase las montañas, eso, sin la caridad, no vale nada» 30. Para el final (16 de marzo, dominica Reminiscere) dejó el tema de la comu­

nión. Habló de una especie de confesión que es más bien una admonición fra­ terna (S i autem peccaverit in te frater tuus, etc.: Mt 18,15) y de una confesión íntima y necesaria, que se hace a sólo Dios, y «en tercer lugar—dijo—hay otra confesión cuando uno se confiesa con otro secretamente de las cosas que acon­ gojan su alma a fin de escuchar una palabra consoladora. Esta es la confesión mandada por el papa». No es verdad que sea así la confesión sacramental, pero de todos modos, Lutero dice que él la rechaza por el hecho de mandarla el papa como obligatoria. A nadie hay que forzar a confesarse. «Pero yo no me dejaré arrebatar esta confesión secreta ni por el mundo entero renunciaré a ella; porque tengo experiencia de cuánta consolación y fuerza me ha dado; y nadie sabe el poder que tiene para quien ha de luchar frecuentemente con el demonio. Hace tiempo que el demonio me hubiera agarrotado, a no ser por la confesión... Yo conozco bien al demonio, y él me conoce a mí; si vosotros lo conocieseis, no habríais rechazado la confesión como lo hicisteis. Sea Dios obedecido» 31. Uno de sus oyentes, Juan Magenbuch, que estudiaba medicina en Witten­ berg, nos ha dejado un perfecto resumen de los ocho sermones en una carta que el 16 de mayo dirigió desde Leipzig a su amigo Wolfango Rychardus, mé­ dico de Ulm. Allí dice que el evangelio predicado por Lutero consiste en la 29 WA 10,3 p.40-47.48-54. 30 WA 10,3 p.55-58. «Und w ürd auch den Glauben haben, das ich kündt die Berge versetzen, on die Liebe, so ists nichts» (p.56-57). 31 WA 10,3 p.58-64.

ha derrota de Karlstadt

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fe y la caridad, y es un camino central entre la izquierda de los católicos, que se funda en leyes pontificias y cosas ceremoniales, y la derecha de Karlstadt y G. Zwilling, que pregona la libertad evangélica 32. Más brevemente, podía haberlos resumido en esta frase: La Reforma debe venir por la palabra, no por la fuerza. L a d e r ro ta d e K a rlsta d t

Con sus ocho famosos sermones, como otros tantos golpes de cayado o de honda, logró el pastor Lutero sosegar al rebaño alborotado y echar del redil al lobo o al diablo, como él decía. La población de Wittenberg se le rindió sin condiciones. Gabriel Zwilling, arrepentido, se puso a sus órdenes. No así Karlstadt, que sentía perder el caudillaje ejercido durante los últimos meses. Lutero, que en 1 5 1 8 alababa las «maravillosas declaraciones de Karlstadt» ( hom*o studii incomparabilis) , ahora lo destronaba, lo desprestigiaba públicamente y lo arrojaba a la sombra de un rincón, como un trasto inservible. Por lo pronto, se le prohibió predicar «en pena de su temeridad al subir al púlpito sin vocación y contra la voluntad de Dios y de los hombres» 33. ¿Y no era esto reprimir una violencia con otra violencia tiránica y sofocar por la fuerza la libertad de palabra, proclamada por el pacificador en sus pre­ dicaciones ? La carta del 19 de marzo a W. Link parece un himno triunfal después de la batalla. «Satán ha sido vencido... Recogemos ya las primicias de la victoria y triunfamos de la tiranía papal... Vencemos y despreciamos a los mismos príncipes... Nunca estuve tan animoso y valiente como ahora. Y, aunque a to­ das horas estoy expuesto a peligros de muerte en medio de mis enemigos y sin ningún auxilio humano, nada en mi vida desprecié tanto como desprecio las estólidas amenazas del duque Jorge (de Sajonia) y de sus semejantes... Escribo esto en ayunas y de mañana, con plenitud cordial de piadosa esperanza. El Cristo mío vive y reina, y yo también viviré y reinaré» 34. El 12 de abril escribe que ha tenido una conversación con «los nuevos pro­ fetas»; se refiere a Marcos Tomé Stübner, de Zwickau, y a Martín Cellarius, estudiante, el cual los primeros días después de los ocho sermones se había en­ tusiasmado con Lutero, y ahora espumajeaba y rugía furioso contra él. El diá­ logo degeneró en disputa acalorada. Querían que el Reformador se pusiese de su parte, y cuando éste les exigió milagros que garantizasen la verdad de su 32 «Evangelion est media quaedam via inter dexteram et sinistram ... In parte sinistra sunt omnia ceremonialia, leges pontificiae, etc. In altera autem parte sunt libertatis et Evangelii opera. Vera et media via est fides ipsa et charitas... Sic enim Carolostadius et m onachus quidam Gabriel dictus et alii plures... inculcabant populo fidem sine charitate: quo etiam imagines concrematae sunt, evangélica missa coepta, in summa traditiones omnes abrogatae. Sic lapsi fuimus M artino, non aliter quam G alathae Paulo», etc. (pub. por B a r g e en Z K G 22 [1901] 127-29). P or aquellos mismos días publicó L utero un libro comenzado antes de salir de W artburg (Von beider Gestalt des Sacramenta: W A 10,2 p. 11-41), con las mismas ideas y a veces con las mismas palabras de los ocho sermones. D e la comunión escribe: «Si vas a un lugar donde el sacram ento se distribuye bajo una sola form a, tóm alo en esa form a, como los demás; si se da en las dos formas, tómalo en las dos» (p.29). D e las imágenes: «También la mujer y el vino son cosas peligrosas, y es po­ sible el abuso; pero ¿qué hay de que no se pueda abusar?» (p.33). 33 Lutero a Link, 19 de marzo: «Gabriel quidem sese agnoscit, et in alium virum m utatus est; ille (Karlstadt) quid sit futurus aut facturus, nescio. Certum est, ei interdicere suggestu, quod ipse tem eritate propria, nulla vocatione, invitis Deo et hominibus, conscendit» (Briefw. II 478). 34 «Primitias victoriae habemus et de tyrannide papali trium phamus. E t ego vivam et resnabo» (Briefw. II 479). 6

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doctrina, fue tanto lo que aquéllos vociferaron, que no le dejaban hablar. Por fin hubo de despacharlos como si fueran demonios. Y vio con satisfacción que Cellarius se marchaba de Wittenberg 3S. Poco después se le presentó el visionario furibundo Nicolás Storch, que había tornado a Wittenberg por algunos días, y tampoco pudieron entenderse. Más adelante vino de paso el cabecilla de los profetas de Zwickau, Tomás Münzer, agitador social, de ideas anarquistas coloreadas de religiosidad bíblica, y el juicio que de él se formó Lutero fue que no había hombre más soberbio y de más hinchada doctrina 36. Karlstadt bajo la Inquisición luterana

El profetismo revolucionario no echó raíces en Wittenberg, pero algo de su espíritu alentaba en el profesor Andrés Karlstadt, y éste sí que le daba cui­ dado al fraile reformador. Viéndose arrinconado y con prohibición de predi­ car, Karlstadt se retiró a su cátedra universitaria, y a los pocos días entregó a los tipógrafos un librito contra el teólogo católico de Leipzig, Jerónimo Dungersheim. Creyó Lutero falsamente que el librito iba contra él, y se irritó su soberbia. «Hoy—dice el 21 de abril—he rogado y suplicado a Karlstadt priva­ damente que no publique nada contra mí; de lo contrario, me vería forzado a topetarlo cuernos contra cuernos; pero el hombre casi jura por Dios que no escribe nada contra mí; otra cosa dicen los cuadernillos que están ya en manos del rector y de los censores. Una cosa es cierta: que yo no he de tolerar lo que ha escrito sin preocuparse del escándalo. Le piden que retire o suprima el libelo; yo no lo apremio. Pues no temo ni al mismo Satanás ni a un ángel del cielo, cuánto menos a Karlstadt» 37. Los jueces universitarios confiscaron el libro al salir de la imprenta, pues encontraron unas frases que no les gustaron, porque parecían una defensa de las reformas carlostadianas, y dieron orden de quemar toda la edición 38. Eran éstos los comienzos de la censura inquisitorial luterana, y el primero en sentirla era el primer disidente del Reformador y su más antiguo colabora­ dor y colega. No pudiendo actuar ni con la palabra ni con la pluma, dedicóse Karlstadt a las especulaciones teológicas y místicas. Partiendo del sacerdocio universal luterano, llegó él a las últimas conclusiones, imaginando un cristianismo abso­ lutamente anticlerical, laico y ajerárquico. Todos los laicos tienen obligación de leer la Biblia y de exponerla según su propio entender, pues lo harán tal vez—aunque sean artesanos—mejor que cualquier sacerdote. Siendo él archi­ diácono de la colegiata, renunció a todos sus privilegios, se despojó del hábito 35 «Prophetas istos novos passus sum ... Spum abat et frem ebat et furebat inter haec M artinus (Cellarius)... ut nec mihi spatium loquendi faceret» (Briefw. II 493). «Propheta M arcus una cum Cygneis (de Zwickau) prophetis a m e correptus et m onitus, indignantes recesserunt» (ibid., 495). 36 «Post illos venit... Muntzerus: quam ille fuerit superbus et elatissimae doctrinae, nemo eloqui potest» (Tischr. 2060 II 307). El 4 de septiembre dice que se le ha presentado de nuevo «princeps prophetarum Claus Storck incedens more et habitu militum istorum, quos lantzknecht dicimus (Briefw, II 597; P. W a p p l e r , Thomas M ünzer in Zwickau und die Zwickauer Propheten [Zwickau 1908] 33-34). 37 «Cogerer, licet invitus, m utuis cornibus congredi» (Briefw. II 509). 38 Escribe M elanthon a Spalatino: «De Carolostadii libro decretum est, ut prem atur, ne in lucem exeat» ( Corpus Reform. I 570).

H ábil maniobra

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clerical y, en vez de «Dr. Andrés», quiso ser llamado «hermano Andrés» (Bruder Endres) o «querido camarada» (lieber Nachbar), porque desde 1523 ya no era él un sacerdote o un dignatario eclesiástico, sino «un nuevo laico» (eyn neuer L a y ). A sus discípulos les decía que despreciasen las ciencias, quemasen los libros y no se ocupasen más que en leer la Biblia y aprender un oficio. Como profesor, declaró que nunca más otorgaría grados académicos, porque el Evan­ gelio prohíbe dar a nadie el título de maestro. La misma ciencia teológica es despreciable, pues lo único que vale es oír la voz del Espíritu dentro del alma. No pudiendo soportar el ambiente hostil de Wittenberg, se retiró con su mujer y su hijito a la aldea de Segrena, donde con su parda vestimenta de la­ briego trabajaba los campos de su suegro. A fines de 1523 se estableció en Orlamunde, parroquia dependiente de la colegiata de Todos los Santos, de Wittenberg. Allí pudo libremente introdu­ cir todas sus reformas y elaborar sus teorías teológicas y místicas: desnudez del alma, despojándose de todo lo humano y mundano (Entgrobung); abandono o dejamiento y tranquilo reposo en Dios ( Gelassenheit und Langweiligkett), iluminación en éxtasis y sueños, por donde el alma, desengañada de toda cien­ cia, alcanza la suprema sabiduría. En esta plenitud de Dios y gozando de tales iluminaciones interiores, ¿de qué sirven los sacramentos, signos externos, y la misma Sagrada Escritura? 39 Contra el Dr. Martín Lutero, «nuevo papa de Wittenberg», negó Karlstadt la presencia real de Cristo en la eucaristía y la utilidad del bautismo de los párvulos, haciendo causa común con los sacraméntanos y con los anabaptistas. Sobre esto volveremos más adelante. Bástenos por ahora indicar que en el movimiento de Wittenberg apuntan las primeras disidencias y que en la lucha por el caudillaje pronto se impone la personalidad superior del Dr. Martín, mente lúcida y voluntad decidida. Hábil maniobra

Se ha calificado alguna vez de reacción este proceder de Lutero contra los reformadores fanáticos de Wittenberg. Inexactamente. Porque en su interior se alegraba de lo sucedido, que no era sino el fruto natural y lógico de sus en­ señanzas. Lo había aprobado él desde Wartburg cuando recibió las primeras noticias, y lo hubiera promovido con entusiasmo si hubiera visto que esos medios drásticos e intransigentes eran necesarios para obtener el triunfo de su reforma. «Cuando se trata de la doctrina de Cristo—dirá más tarde—, no hay que tener miedo de los escándalos ni de la sedición» 39*. No hay que ol­ vidar que el mismo que había echado a las llamas con gesto revolucionario toda la legislación eclesiástica, escribirá en 1525 la más sangrienta y homicida soflama contra los campesinos. Pero en las actuales circunstancias se persuadió que la violencia y el extremismo no eran recomendables por muchas razones. Lutero vio certeramente tres cosas que le podían acarrear graves perjui­ cios: i . a El pueblo, apegado a sus antiguas devociones, se escandalizaba de mirar a sus santos destrozados por los reformadores y de no poder contemz ig

39 H . B a r g e , Frühprotestantisches Gemeindechristentum in Wittenberg und Orlamunde (Leip­ 1909). F . K r í e c h b a u m , Grundzüge der Theologie Karlstadts (Ham burgo 1967). 39 ♦ Tischr. 571 I 201; cf. Briefw. II 446.

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piar en la misa la elevación de la hostia para adorarla piadosamente, conforme a la costumbre casi supersticiosa de la Edad Media; ahora bien, al pueblo ha­ bía que atraerlo necesariamente. 2.a El príncipe Federico, devotísimo de las reliquias y de la santa misa, que oía indefectiblemente cada día, podría moles­ tarse y negar a los novadores su protección, sobre todo si el Consejo de regen­ cia le urgía con serias amonestaciones. 3 .a Presentándose el profesor Karlstadt como el autor principal de las más audaces innovaciones, había peligro de que se alzase con el caudillaje de todo el movimiento reformatorio y modificase en puntos esenciales la auténtica reforma luterana, eliminando al mismo Lutero o dejándole en segunda categoría. Comprendió que toda su obra estaba en juego, y con una habilidosa ma­ niobra decidió apaciguar al pueblo cristiano, satisfacer al príncipe y desbancar a Karlstadt. Consiguió a la perfección los tres objetivos con sus ocho sermones de marzo. Habló contra la violencia reformadora, no porque la violencia le disgustara tanto como él decía—la usará él mismo cuando le convenga—, sino porque se empleaba mal, en cosillas exteriores, indiferentes, sin importancia, como el culto de los santos y de sus imágenes 40. Y al príncipe, que seguía el rito de la misa leyendo su Líber Horarum en latín, ¿por qué molestarlo diciendo las ora­ ciones en alemán? ¿Y qué se ganaba con no elevár la hostia después de la con­ sagración sino escandalizar al pueblo devoto? Todo esto se podría y se debería hacer más tarde, cuando ya las gentes estuviesen bien empapadas en las doc­ trinas de la fe luterana. Ahora era correr un riesgo inútil. Lo censurable, pues, no era la violencia de los fanáticos; era la prisa, la precipitación, el obrar antes de tiempo. Con su modo cauto de proceder se ganó de nuevo la confianza del príncipe Federico. Pero, lejos de iniciar una reacción contra los excesos cometidos en Wittenberg, trató de imponerlos en todas partes poco a poco y sin escándalo. Contra los puercos del cabildo

En la colegiata de Todos los Santos y en la iglesia del castillo y de la Uni­ versidad fue suprimida, por condescendencia del príncipe, la ostensión pública de las numerosas reliquias (abril de 1522); pero como allí se continuase cele­ brando la misa tradicional, católica, Lutero, «el evangelista y eclesiastés de Wittenberg», según se define a sí mismo en varias cartas de entonces, escribe a los canónigos que de ningún modo tolerará los ritos «contrarios a nuestro Evangelio»; y les avisa que, si no suprimen espontáneamente esa «intolerable abominación», él les atacará públicamente. Hartas concesiones se han hecho ya a la debilidad humana 41. Como se ve, Lutero echaba en olvido, siempre que le convenía, su cacarea40 «Sciant non necessarium esse cultum sanctorum, u t demus licitum et bonum esse. Stultum autem est in non necessariis sudare et necessaria negligere. Per sesemet cultus sanctorum sine opere nostro corruet... Mihi ipsi excidit iste cultus, ut nesciam quom odo et quando desierim sanctos appellare orando» (Briefw. II 548; carta a Lang del 29 de mayo de 1522). En lo esencial de su program a revolucionario no transigía lo más mínimo: «Caelibatum istum immundum, tum missarum impietatem et religionum tyrannidem ... proposuimus persequi verbo... Destruendum est mihi, mi Pater, regnum illud abominationís et perdítionís Papae, cum toto corpore suo», escribía en junio de 1522 a Staupitz (Briefw. II 567). 41 «Satis datum est infirmitatibus anim orum » (Briefw. III 34).

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do principio de la libertad de conciencia, y en ocasiones osaba propugnar la más rígida intolerancia religiosa. Puesto que la «abominación antievangélica» no desaparecía—quizá porque el príncipe sentía su corazón apegado a la misa antigua— , vuelve a avisarles «a los tres o cuatro puercos o vientres» de canónigos que, si no introducen en seguida la reforma del culto, los reputará «no cristianos», lo cual era lo mismo que excomulgarlos. ¿Que los canónigos de la colegiata apelarán a Federico? No le importa a Lutero que el elector en esta ocasión mande lo contrario; hay que obedecer a Dios antes que a los hombres 42. Tampoco vale el principio de la libertad de conciencia, porque la buena conciencia—replica Lutero—debe conformarse a la Sagrada Escritura. El 2 de mayo de 1523, Fr. Martín sube al púlpito y predica ásperamente contra el culto tradicional, tal como aún se celebraba en la Schlosskirche, pro­ clamando que no se podía tolerar por más tiempo este público desprecio de sus enseñanzas. Habla como un obispo, por no decir como un papa. Fastidiado el indeciso Federico, le envía una seria amonestación por me­ dio de tres amigos del Reformador: Jerónimo Schurf, Juan Schwertfeger y F. Melanthon. Pero Lutero, sabiendo que el príncipe no había de tomar me­ dida alguna contra él, responde arrogantemente que no ha hecho más que pre­ dicar el Evangelio 43. Federico opta por guardar silencio, y los medrosos canónigos, que tenían por preboste al luteranísimo Justo Joñas, se humillan a pedir les dicte las re­ glas que deben guardar en el culto divino. El Reformador se las da el 19 de agosto, eliminando de la misa todo lo concerniente al sacrificio y simplificando el canto de las horas en el coro 44. No parece que todos se sometiesen de buena gana. El i.° de noviembre de 1524, fiesta de Todos los Santos, titular de la colegiata, una mujer enferma que no puede ir a la iglesia pide se le lleve la comunión a casa. El deán, Mateo Beskau, accede y permite se le lleve la eucaristía bajo una sola especie, a la ma­ nera tradicional. Lutero, que lo sabe, envía al cabildo una terrible reprimenda por semejante osadía, que puede provocar tumultos populares 45. Bajo serias amenazas, les intima que acaben de una vez con ese juego: nada de misas, nada de vigilias ni de ritos antievangélicos; exige una respuesta categórica e inme­ diata. Temiendo los canónigos que el Dr. Martín instigará al pueblo, comisionan a tres de ellos que acudan a Federico pidiéndole protección. El príncipe man­ da decir a Lutero que lo sufra con paciencia y desista de sus amenazas. Pero el «eclesiastés de Wittenberg» no hace caso, y el 27 de noviembre truena desde el púlpito contra los autores de la horrenda abominación papística, que es una negación blasfema de Cristo. «Yo os ruego a todos vosotros por amor de Dios que toméis a pechos el acabar con este horror y lo denunciéis al mundo entero, de suerte que se ponga completamente al descubierto la vergüenza de esa roja 42 Briefw. III 112. Los canónigos eran pocos, «vix tres aut quatuor porci et ventres sunt in illa perditionis dom o» (WA 13,3 p.220). 43 Briefw. III 122-24. Véase Luther's Altitudes on Religious Liberty, en el libro de R. H . B a i n t o n , Studies o f the Reformation 20-45; N . P a u l u s , Protestantimus und Toleranz im 16. Jahrhundert 1-61; J. L e c le r, Histoire de la tolérance I 150-76. 44 Briefw. III 129-32. 45 Briefw. III 376-77. M uitir/

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prostituta de Babilonia... Yo aseguro que todas las casas públicas, tan seria­ mente prohibidas por Dios, y todas las heridas mortales, latrocinios, asesinatos y adulterios no son tan perjudiciales como esa atrocidad de la misa papística» 46. En semejante tono demagógico seguía arengando este defensor de la liber­ tad religiosa a los príncipes, a los jueces y a todas las autoridades a exterminar tal blasfemia contra Dios, castigándola severísimamente para que la terrible ira divina no se encienda contra nosotros como un horno en llamas. Su elocuencia triunfa. La Universidad y el Consejo municipal le aplauden y rompen todo trato con el cabildo. Entonces los canónigos se rinden, y el 2 de diciembre proclama Lutero, victorioso, que la misa ha sido abolida en la co­ legiata 47. Tal era la moderación del enemigo de Karlstadt. Ufanábase de propugnar la libertad de conciencia, pero dentro del corazón, porque, si la manifestaba en lo exterior, la juzgaba sedición. Por eso en los dominios que caían bajo su influencia no toleraba la libertad de culto. O rdenam iento de la misa en 1523

Observando a su regreso de Wartburg que la ordenación litúrgica, implan­ tada violentamente por Karlstadt y Zwilling, había producido en el pueblo y en el mismo Federico escándalos y protestas, pensó que era necesario proce­ der con más circunspección y cautela. No convenía que el pueblo viera en la Reforma luterana una revolución contra la antigua Iglesia. El pensaba llegar hasta donde habían llegado de un salto aquellos destructores de la liturgia ro­ mana, pero por sus pasos contados. Desde un principio había que suprimir el carácter sacrificial de la misa, eliminando el canon o por lo menos cuanto en él hiciera alusión al divino sacrificio. Pero, a fin de que las gentes que venían al templo los domingos no se dieran cuenta de la radical transformación del rito, había que conservar ciertas cosas accidentales y sin importancia, como los paramentos sacerdotales, la ceremonia, tan venerada del pueblo, de la ele­ vación de la hostia y el cáliz y la lengua latina de las plegarias. Púsose a la obra, y el 4 de diciembre tenía ya terminado su manual de rú­ bricas, o Formula Missae et communionis48, que se puede compendiar en los siguientes puntos: No pretendo abolir—así empieza—todo el culto de Dios, sino purgarlo de las cosas superfluas y censurables que se le han adherido con el correr de los tiempos. (Naturalmente sólo se trata de la misa solemne y cantada ante el pueblo; la privada está abolida para siempre.) 1. Se conservará el introito dominical y el de Pascua, Pentecostés y Na­ vidad; todas las fiestas de los santos quedan suprimidas 49. W A 15,764-74. En su opúsculo Vom Greuel der Stillmesse (1525) volverá sobre lo mismo. «Canonicos nostros perpulimus tándem , ut consentiant missas esse abrogandas» (Briefw. III 397). 48 W A 12,205-20. Los controversistas católicos Jerónim o Emser y Judoco Clichtove escri­ bieron en seguida sendos tratados teológicos contra la Formula missae. 49 «Nos W ittenbergae solis dominicis et festis D om ini sabbathissare quaeremus, omnium sanctorum festa prorsus abroganda» (WA 12,209). Sólo provisionalmente perdona a las festivi­ dades de la Asunción y N atividad de la Virgen; las de la Purificación y Anunciación son tenidas como de nuestro Señor. Los días no festivos se tenía en la parroquia un oficio divino, consistente en cantos de salmos, lecciones de la Biblia y a veces sermón. 46 47

Ordenamiento de la misa en 1523

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2. Se mantiene el canto del Kyrieleison y del Gloria in excelsis, aunque al­ gunos días se podrán suprimir, a juicio del «epíscopo» o celebrante. 3. Se recitará una sola oración o colecta modo sit pia, es decir, conforme con la idea luterana de la salvación por la fe sola y sin invocación a los santos. 4. Se entonará la epístola de San Pablo y el evangelio, sin candelas ni ta­ rificación, suprimiendo, por regla general, las secuencias y glosas intermedias. 5. Se puede conservar el canto del Credo y luego el sermón, aunque éste caería mejor antes del introito. 6. Hay que repudiar con abominación, por su carácter sacrificial, el ofer­ torio u oblación y todo el canon. (Hay que advertir que el pueblo no se daría cuenta, porque entonces se decía en voz baja.) 7. Después del credo prepárese el pan y el vino. Dígase: Dominus vobiscum... Sursum corda... Gratias agamus... Veredignum et iustumest (abreviado). Y en seguida: Qui pridie quam pateretur, etc., con las palabras de la consagra­ ción. 8. Mientras se canta el Sanctus y el Benedictus tendrá lugar la elevación del pan y del cáliz «con el iito observado hasta ahora, a fin de que los débiles en la fe no se ofendan con la innovación». 9. Oración del Pater noster, omitiendo el Libera nos, etc. 10. «Dígase Pax vobis, que es una cierta absolución pública de los pe­ cados». 11 . Comunión del preste y del pueblo bajo las dos especies mientras se canta el Agnus Dei. 12 . La communio se puede cantar o dejar; la última oración o colecta se ha de suprimir. En vez de Ite missa est dígase Benedicamus Domino, terminando con la bendición acostumbrada. * A l celebrante se le permite usar las vestes sacerdotales, con tal que no haya pompa ni lujo. Procúrese que los comulgantes ne irruant ad caenam Domini digni et indigni; hace falta, pues, un cierto examen o inspección de los mismos, pero la confesión privada de los pecados nec necessariam nec exigendam; utilem tamen 50.

De esta forma, el santo sacrificio de la misa, perpetuación en la Iglesia del sacrificio de la cruz, se deforma esencialmente, convirtiéndose en un convite o «cena» eucarística meramente conmemorativa de la última cena de nuestro Señor. Pero al pueblo no se le dice nada de este cambio sustancial, y a fin de que no lo advierta se mantienen en su forma antigua las más externas ceremonias, la casulla, los gestos del celebrante, la música del órgano, los cantos del Kyrie, Gloria, Sanctus, etc. «El que entraba, después de la victoria de Lutero, en la iglesia parroquial del lugar, hallaba aún en el servicio divino los antiguos pa­ ramentos litúrgicos y escuchaba los antiguos cantos en latín, que alternaban con otros en alemán. Después de la consagración se elevaba la hostia, mos­ trándola al pueblo. A los ojos de éste, la misa seguía siendo la de antes, sólo 50 W A 12,216. Y m ientras no se im plante la misa alemana (que a eso se aspira) serán los canlos en una y otra lengua: «Cantica velim etiam nobis esse vernacula quam plurim a..., doñee tota missa vernacula fieret... Sed poetae nobis desunt» (ibid., 218). Según Lutero, Cristo está realmente presente en el pan y en el vino sólo en orden a la comunión, no a la adoración; por eso, termi­ nado el rito, el pan es pan y nada más; adorarlo, idolatría.

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que Lutero había querido que se omitiesen todas aquellas oraciones que pre­ sentan aquel acto litúrgico como un sacrificio» 51. Por respeto al príncipe y al pueblo, aficionado a los antiguos ritos, el Dr. Martín toleró la lengua latina durante dos años. Mientras en casi todas las ciudades invadidas por las nuevas ideas se tenía la «cena eucarística» en alemán, en el foco central de todo el movimiento, o sea, en Wittenberg, no se introdu­ jo la lengua vernácula hasta la muerte de Federico III el Sabio o el Prudente. El inquieto y fanático Tomás Münzer, precursor de Lutero en la ordena­ ción del culto, tradujo la misa en alemán y la impuso en Alstedt en 1523. Cosa parecida hicieron poco después las comunidades de Estrasburgo, Nuremberg, Nordlingen, Worms, Reutlingen, Wertheim, etc. El nuevo príncipe elector de Sajonia, Juan, hermano y sucesor de Federico, dio en seguida autorización a Lutero para reformar la liturgia y germanizarla. A este objeto le envió los músicos de la corte, Juan Walter y Conrado Rupff, que le ayudasen en la adaptación de la notación musical. Hecha la traducción de oraciones e himnos y reajustadas las ceremonias, por fin el domingo 29 de octubre de 1525, en la parroquia de Wittenberg, se celebró por primera vez toda «la misa en alemán». Según este formulario deberían en adelante unifor­ mar sus ritos todas las iglesias luteranas 52. Comparada esta misa con la de 1523, se advierte en ella no sólo el uso exclusivo de lá lengua germánica, sino tam­ bién la preponderancia del canto. C óm o se organiza una com unidad eclesial

A modo de complemento de la ordenación litúrgica, podemos indicar aquí las reglas para designar los ministros del culto. Se fundan, como es obvio, en la doctrina del sacerdocio universal de los fieles y fueron escritas por Lutero en 1523 para los husitas de Praga. Los ministros—dice en su instrucción—no deben recibir la ordenación de ningún obispo papista. Todos los bautizados son por igual sacerdotes, mas no todos deben ejercitar los ministerios del culto; es preciso que sean elegidos por el pueblo, es decir, por la comunidad de cada lugar. «El sacerdote nace, el presbítero se hace». Si en algún lugar no hubiera ningún presbítero, bastarían los padres de familia para enseñar la doctrina evangélica; la eucaristía no es necesaria para la salvación; basta el evangelio y el bautismo. Condición necesa­ ria para que uno sea elegido ministro del culto, pastor o presbítero, es la ido­ neidad para la enseñanza de la doctrina evangélica. Entre las diversas comu51 H . G r i s a r , Lutero, la sua vita 208. En todo cuanto no se opone a sus dogmas desea pre­ sentarse como conservador. Así escribirá a Guillermo Pravest, predicador de Kiel: «Immo et ima­ gines perm itto in templo, nisi quas ante meum reditum furiosi fregerunt. Sic et missam in solitis vestibus et ritibus celebramus, nisi quod vemacule cantiones quaedam miscentur et verba consecrationis loco canonis vernacule proferimus; denique missam latinam nequaquam volo sublatam, nec vernaculam permisissem nisi coactus» (Briefw. IV 412; carta del 14 de m arzo de 1528). L a elevación de la hostia se m antuvo en la parroquia de W ittenberg hasta el 25 de junio de 1542 (J. K o e s t l in - K a w e r a u , M artin Luther II 578). 52 El 28 de octubre escribía a Lang: «Crastina dominica publico experimento tentabitur in nomine Christi. Erit autem missa vernáculo pro laicis, quotidianus vero cultus latinus erit, coniunctis lectionibus vernaculis» (Briefw. III 591). El texto alemán con la notación musical del introito (salmos), Kyrie, epístola, evangelio, Sanctus, de la Deudsche Messe und Ordnung Gottis Dienst (1526) en W A 19,70-113; J. B e r g s m a , Die Reform der Messliturgie durch Johannes Bugenhagen (Kevelaer 1966) 49-64. Al lado de la misa alemana, Lutero deseaba m antener, al menos para los estudiantes, la misa en latín.

Cómo se organiza una comunidad eclesial

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nidades o iglesias particulares no habrá otra unión que la del espíritu; nada de leyes coactivas, sólo la palabra de Cristo. Aunque por el bautismo todos los fieles están capacitados para ejercer los ministerios sacerdotales, predicar el evangelio, «consagrar o distribuir el pan» e incluso la potestas clavium —perdón de los pecados por la corrección fraterna— , pero al menos públi­ camente tan sólo deben hacerlo los designados por la comunidad53. Eran los tiempos de un luteranismo muy espiritualista, que no pudo mantenerse muchos años. Muy poco después de esta instrucción envió otra no menos espiritualista y utópica a la comunidad de Leisnig, en la Sajonia electoral, trazando el programa de cómo se había de organizar aquella iglesia en forma popular —democrática diríamos—y conforme al Evangelio. La comunidad tendrá po­ der para dar su juicio sobre la enseñanza que los ministros le imparten, para nombrarlos y destituirlos, y también para promoverlos a dignidad más alta, si los estima dignos. Estos se reunirán, si quieren, para elegir entre ellos uno que los inspeccione, como jerarca mayor. Ministros o presbíteros, obispos o superintendentes, predicadores o evangelistas, o cualquiera que sea su nombre, están sometidos a la comunidad eclesial, son como funcionarios ci­ viles, sin carácter indeleble, sacramental. «Los papistas—dice—tienen que inclinarse ante nosotros y obedecer a nuestra palabra» 54. Los que no aceptaron tal estructura de tipo popular fueron los príncipes protestantes, que deseaban ser jefes civiles y religiosos de sus pueblos. Y muy pronto Lutero se doblegará dócilmente ante ellos. En la organización de la iglesia de Leisnig, que debía servir de modelo, surgieron dificultades, especialmente acerca del uso que se había de hacer de los antiguos bienes eclesiásticos, secularizados o confiscados por el Con­ cejo. El Dr. Martín era partidario de que con los bienes y réditos de antiguas fundaciones se formase un fondo o caja común, de donde se sacaría la canti­ dad suficiente para gastos de párrocos, sacristanes y templos. Un comité de nobles, de burgueses y de campesinos se encargaría de la administración. Pero lo que sucedió fue que el Concejo municipal, ávido de dinero, se negó a depositar en la caja las rentas de las fundaciones confiscadas y otros bienes. Y en vano Lutero se presentó en aquella ciudad en agosto de 1523. Habló y aun trató de llamar en su ayuda al príncipe; todo fue inútil. La tentativa, de organizar, conforme a su ideal, una iglesia democrática y carismàtica re­ sultó entonces y siempre un rotundo fracaso. En cambio, por entonces su triunfo en Wittenberg era claro. Apacigua­ das las violencias de unos cuantos exaltados, Martín, que seguía habitando 53 «Cum quilibet sit ad verbi ministerium natus e baptism o..., reliquum est... oportere con­ venni facto, communibus suffragiis, ex suo gremio eligere unum vel quotquot opus fuerit idoneos... atque eos tum pro legitimis Episcopis et ministris verbi agnoscere» (De instituendis ministris Ecclesiae: W A 12,169-96 [p. 191 ]). «Tum convocatis et convenientibus libere, quorum corda Deus tetígerit, ut vobiscum idem sentiant et sapiant, procedatis in nom ine Dom ini, et eligite quem et quos volueritis, qui digni et idonei visi fuerint, confirmetis et commendetis eos populo et Ecclesiae seu universitati» (ibid., 193). En un sermón de 1524 hará observar que «la ordenación no es consagración»: «Ordinare non est consecrare» (W A 15,721). Descripción del rito de la ordenación (en alemán y en latín) en W A 38,423-33. 54 Dass evn christliche Versammlung odder Gemeyne Recht und M achí habe, alie Lere tzu urteylen und Lercr tzu bcruffen, eyn und abtzusetzen, Grund und Ursach aus der Schrift: W A 11,40816. Para los mismos de Leisnig, Ordemtng cyns gemcynen Kastens: W A 12,11-30.

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—con el prior Everardo Brisger, monje de sus mismas ideas, que se casará en 1525—en el «monasterio negro», no teniendo ya frente a sí ningún rival, se consagró enteramente a la organización de aquella iglesia, con el apoyo decidido del Concejo municipal y de la Universidad. Fueron sus principales auxiliares y cooperadores—además de Melanthon, asesor y amigo insepara­ ble—J. Bugenhagen de Pomerania, párroco de Wittenberg y profesor de la Universidad, tosco en sus maneras, pero gran organizador; J. Joñas, preboste o deán de los canónigos de la Schlosskirche, buen humanista y profesor de derecho canónico (decano de la Facultad teológica de 1523 a 1533), y N. de Amsdorf, canónigo de la colegiata y aficionadísimo al Reformador, el cual lo envió en 1524, en calidad de superintendente, a organizar la comunidad de Magdeburgo según el estilo de Wittenberg. Irradiación evangélica

No se contentaba el Dr. Martín con ser «evangelista y eclesiastés de Wittenberg»; se afanaba por irradiar sus ideas y transmitir sus normas a todos los lugares en donde tenía algún imitador o prosélito. No se limitaba a ser el episcopus de la iglesia particular wittenbergense; aspiraba a ser, en algún modo, el pontifex maximus de la nueva religión evangélica. Lo conse­ guía con sus viajes de visita e inspección, y no menos con sus cartas a lo Pablo. Pasada apenas la Pascua de 1522 y pacificada la ciudad de Wittenberg, se dirige a Borna, donde predica dos sermones el 27 de abril; de allí sale para Altemburg, llamado por las autoridades municipales para vencer los obstácu­ los que allí había encontrado el turbulento Gabriel Zwilling; pasa luego a Zwickau, foco del profetismo münzeriano: la concurrencia es tanta, que tiene que predicar desde una ventana del Ayuntamiento que daba a la plaza, ates­ tada de gente. Torna otra vez a Borna, y como tiene que atravesar tierras del duque Jorge de Sajonia, se viste de caballero y viaja de noche, tomando todas las precauciones para no caer en manos de su mayor enemigo. El 4 de mayo lo hallamos predicando en Eilemburg, de donde regresa a Wittenberg, y el 18 del mismo mes sale para predicar en Zerbst. Desde Erfurt, agitada siempre por acaloradas discusiones religiosas, le llama su amigo Juan Lang. Tras largas dilaciones, se decide por fin a ir en octubre, aprovechando otra invitación del duque Juan, hermano de Federico. Acompañado de Melanthon, de Juan Agrícola y de Jacobo Probst, antiguo prior agustiniano de Amberes, se presenta el 18 de octubre en Weimar, donde predica dos veces en el palacio ducal. El 20 entra en Erfurt. La re­ cepción que aquí le preparan sus amigos es espléndida, con banquetes y dis­ cursos, si bien los profesores de la Universidad y los magistrados no creyeron prudente intervenir en los homenajes al Reformador. El día 21 sube al púlpito de la iglesia de San Miguel y saluda al público, que sorbe ansioso sus palabras: «Queridos amigos, yo no he venido con inten­ ción de predicar, ni creo que sea necesario, pues por la gracia de Dios tenéis aquí buenos y abundantes predicadores». Satirizando a los «doctores y maes­ tros de teología», que hasta ahora enseñaban falsas y laberínticas doctrinas en

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las universidades, regidas por el diablo, recuerda que él estudió en Erfurt: «Si ellos ostentan títulos, también yo me hice aquí baccalaureus (en filosofía), y luego magister, y después otra vez baccalaureus (en teología). Con ellos fui a la escuela; y sé bien y estoy cierto que esos maestros no entienden ni sus propios libros. Aquí nada valen Aristóteles, Platón, Averroes. ¡Atrás, caba­ lleros de paja! Querido pueblo, no os cuidéis de eso; nosotros hablaremos de otra cosa, del santo Evangelio». Y pasa en seguida a disertar de su tema favorito: «de la fe y de las obras». «Esta fe la despierta Dios en nosotros. De ella se siguen también las obras, con que servimos a nuestros hermanos y venimos en su ayuda. Pero, si uno quisiese confiar en tales obras y poner en ellas su esperanza, sería condena­ do... La verdadera fe es una total confianza del corazón en Cristo... El que la posee es feliz, el que no la posee está condenado. Esa fe no procede de alguna preparación nuestra, sino de la palabra de Dios predicada clara y pú­ blicamente; entonces empieza a surgir esa fe y esperanza, esa fuerte esperan­ za en Cristo. Pero en los monasterios y universidades hasta ahora hemos tenido que oír y aprender que Cristo es duro y severo juez, y, siendo él me­ diador único entre Dios y los hombres, han levantado a María y otros mu­ chos santos. De ahí tantas fundaciones pías y tanto peregrinar de uno a otro santuario. Mirad: aquí, en el Evangelio, Cristo llama esposa suya a todos los cristianos juntos, y El es el esposo. No hay lugar a mediador» 55. Al día siguiente predicó en otra iglesia de Erfurt «sobre la cruz y el su­ frimiento de un verdadero cristiano», diciendo que la cruz de Cristo es la que nos salva, porque en ella padeció el Redentor. Esta salvación es la que El anuncia gozoso al hombre pecador. El día 22 dejó la ciudad de Erfurt para volver otra vez a Weimar. De los seis sermones que allí pronunció tiene particular interés el del 25 de octubre, en la iglesia del castillo ducal, acerca de los deberes del príncipe en cuanto tal y como cristiano, explicando conceptos que pronto desarrollará en su libro Sobre la autoridad civil.

Concluida su gira pastoral, regresa a su cuartel general de Wittenberg, y el 1 de noviembre de 1522 ya está en el púlpito prosiguiendo su interrum­ pida predicación. Si el pueblo no se rinde a su persuasiva elocuencia, en cam­ bio, tiene siempre de su parte a las autoridades civiles y a la Universidad. Realiza entre tanto una labor incesante, adoctrinadora, alentadora y de gran eficacia proselitista por medio de la correspondencia epistolar. Son infinitas las cartas que le llegan de todas partes pidiéndole consejo sobre cuestiones de dogma, de culto, de administración eclesiástica, de interpretación bíblica, o sobre problemas individuales, y a todos responde en forma clara y categó­ rica; en latín a los eruditos, en alemán a los príncipes, a las ciudades, a los ca­ balleros. Obruor undique litteris, repite una y otra vez; me abruman los mon­ tones de cartas que me llegan de todas partes, el mundo tiene sed de evan­ gelio. Desde Livonia le suplican que, si no puede visitarles por la gran distan­ cia, les mande siquiera una palabra escrita, porque «te deseamos a ti, que eres nuestro Pablo» 56. 55 W A 10,3 p.357. Todos estos sermones del año 1522 se hallan en este volumen. El 8 de m ayo de 1522 escribe: «O bruor enim undique litteris» (Briefw. II 523). El 15 de

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Y, como si todo este apostolado oral y epistolar fuera poco, le vemos des­ plegar una actividad casi increíble como escritor de opúsculos polémicos y de obras de contenido teológico. Casi todas son de carácter circunstancial pero rebosantes de vida, de pensamiento original, de chispazos que iluminan la mente del lector y de ramalazos que ponen lívida y sangrienta la piel de los adversarios. De las 616 publicaciones que hizo Lutero en vida según el catálogo de Kawerau, no menos de 21 pertenecen al año 1522, y 38 a 1523, incluidas las colecciones de sermones, lo que da un resultado aproximado de dos o tres escritos (libros o trataditos) al mes 57. ¿De dónde sacaba tiempo aquel Hércu­ les de la pluma para tantos trabajos y tan graves menesteres? Secretarios no sabemos que entonces tuviese más que un frailecito, que se decía su famulus; después le servía alguno de sus discípulos o amigos. «Eclesiastés por la gracia de D ios»

Aquel año de 1522, en que el Dr. Martín Lutero logró imponerse en Wittenberg por la elocuencia, la habilidad y la prudencia, señala uno de los momentos cumbres de su «endiosamiento». No quiero decir que entonces se ensoberbeciese más que nunca, sino que entonces acentuó la identifica­ ción de su palabra con la palabra de Dios. Crece y se exalta su conciencia de legado divino, de profeta, que no habla en nombre propio, sino en nombre del Señor. Por eso se siente muy por encima del papa, de los obispos y de todos los eclesiásticos. Así lo manifestó paladinamente en uno de sus más virulentos y mordaces escritos—y también de los más inverecundos y obsce­ nos— : Contra el falsamente llamado estado eclesiástico del papa y de los obispos 58. Concebido primeramente como un ataque personal «contra el ídolo de Halle», es decir, contra el arzobispo Alberto de Maguncia, se transformó luego en una radical impugnación de todo el orden sacerdotal y de la jerar­ quía eclesiástica. Como si fuera el sumo sacerdote de una nueva iglesia, pone a sus letras apostólicas este solemne preludio: «Martín Lutero, por la gracia de Dios eclesiastés de Wittenberg, a todos los obispos papales... Queridos señores: si tal vez, a causa de tan orgulloso título de llamarme eclesiastés por la gracia de Dios, soy por vosotros tenido por loco, debéis saber que no me maravillo de que me reprendáis, injuriéis, condenéis, persigáis y queméis por la alta y noble causa de ser hereje... Puesto que vosotros levantáis los cuernos y procedéis con violencia, también yo alzaré cuernos y cabeza ante mis seño­ res... Y, si yo me denomino evangelista por la gracia de Dios, espero justifi­ car mi título, mejor que cualquiera de vosotros el título o nombre de obispo» 55>. mayo: «Pene obruor litteris legendis» (Briefw. II 526). El 17 del mismo mes: «Occupatissimus enim sum» (Briefw. II 534). El 26 de agosto: «Ubique sititur Evangelion. Undique petuntur a nobis evangelistae» (Briefw. II 580). Y el 20 de agosto le escribe desde Riga el secretario de aque­ lla ciudad: «D. M artino Luthero, Christi vocato apostolo, amico sancto... Te Paulum nostrum desideramus» (Briefw. II 591-92). 57 G . K a w e r a u , Luthers Schriften (Leipzig 1917). Antes que Kawerau trazase la lista de los escritos de Lutero, lo hizo P. Sinthern en 1912 para la obra de H . G r i s a r , Luther III 932-52. La lista es más incompleta, pero añade m uchos datos sincrónicos, que pueden ser útiles. 58 Wider den falsch genannten geistlichen Stand des Papsts und der Bischöfe (W ittenberg 1522): W A 10,2 p.105-58. 59 WA 10,2 p.105.

«.¡Abajo la jerarquía!»

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«Ya basta de necias humildades... Haré que se oiga mi voz, y, como ense­ ña San Pedro, demostraré ante todo el mundo la razón y fundamento de mi doctrina, que por nadie debe ser juzgada, ni por todos los ángeles. Pues, teniendo yo certeza de su verdad, quiero ser, por medio de ella, juez de vos­ otros, y también de los ángeles, como dice San Pablo (i Cor 6,3). Quien no acepte mi doctrina, no alcanzará la bienaventuranza. Y pues mi doctrina no es mía, sino de Dios, también la sentencia será de Dios, no mía. En fin, que­ ridos señores, sea ésta la conclusión: mientras yo viva, vosotros no tendréis paz, y, si me matáis, la tendréis diez veces menos; y seré, como dice Oseas, un oso en vuestro camino y un león en vuestro sendero. Mientras os opongáis a mí, no conseguiréis vuestros intentos hasta que vuestra frente de hierro y vuestro cuello de bronce sean quebrantados a buenas o a malas... Demostra­ ré por escrito que no sólo es lícito, sino necesario, castigar a los altos digna­ tarios» 60. « ¡Abajo la jerarquía!»

A continuación aduce textos del profeta Ezequiel, de Miqueas, Jeremías y otros profetas del Antiguo Testamento, aplicando a los obispos todo cuanto aquéllos dicen contra los impíos príncipes y contra los malos sacerdotes. Sigue citando a San Pablo y a San Pedro en las descripciones que hacen del obispo ideal, para sacar en consecuencia que los obispos actuales, idólatras, inmorales, lobos rapaces, asesinos de las almas, lejos de imitar a los apósto­ les, «siguen el camino de Balaam de Bosor»; y como Balaam fue reprendido por un asno, así los obispos son objeto de las hablillas satíricas del pueblo. «Cristo en el Evangelio se muestra como una humildísima persona, no colocada en alta dignidad o gobierno. ¿Con quién pleitea? ¿A quién castiga si no es a los sumos sacerdotes, a los escribas, a los clérigos distinguidos y a los que están en alto? Así da ejemplo a todos los predicadores para que se atrevan a atacar a las grandes cabezas, puesto que de éstos depende princi­ palmente la perdición o la salvación del pueblo. ¿Por qué, pues, hemos de seguir, contra el ejemplo de Cristo y de todos los profetas, la necia ley de un papa insensato, y no castigar a los grandes fantoches (die grossen Hanssen) y tiranos del espíritu?... Tenemos, pues, que castigar a los obispos y a los altos dignatarios eclesiásticos más que a las autoridades civiles por dos razo­ nes; primero, porque la autoridad eclesiástica no procede de Dios, pues Dios no conoce esos mamarrachos y obispos de farsa (Larvenvolk und Niclassbischoffe) ... ; ni son de institución humana, porque ellos mismos son los que se alzaron a tal dignidad, contra Dios y contra los hombres, a la manera de los tiranos, que sólo gobiernan por la ira de Dios... En segundo lugar, porque el gobierno temporal, aunque obre con violencia y contra justicia, sólo daña al cuerpo y a los bienes. Pero los prelados, si no son santos ni observan la palabra de Dios, son lobos y asesinos de las almas, y es como si el demonio en persona ocupase su sede y gobernase. »Pero diréis: 'Es de temer una revolución contra la autoridad eclesiástica’. Respuesta: ¿Y por eso tendrá que enmudecer la palabra de Dios y perecer 60

T bid., 107.

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el mundo entero?... Sería mejor que fuesen asesinados todos los obispos y que todas las abadías y conventos se extirpasen antes que un alma se pierda. ¿Para qué sirven los que, en medio de placeres, viven del sudor y trabajo de los demás y ponen estorbos a la palabra de Dios? Temen la revolución social y no se preocupan de la muerte espiritual... Pero no es la palabra de Dios la que suscita revoluciones, sino la desobediencia pertinaz»61. O idola terrae et larvae mundil, exclama después de haber satirizado a los obispos con lo más pintoresco y burlón de su prosa germánica. Y no perdo­ na al papa, «que pone a los reyes y príncipes bajo sus pies, los destituye, los excomulga, los maldice hasta la cuarta y nona generación»; y mucho menos a «los obispados, abadías, conventos, universidades, que no son más que pozos de grasa en donde se acumulan los bienes de los príncipes y de todo el mundo, no teniendo ellos nada en propiedad; creen ser las más nobles joyas de la cristiandad, y San Pedro los llama labes et maculas, vergüenzas y man­ chones; maldicen y condenan la verdad que no conocen...; hombres bestia­ les, sensuales, brutales, sin el menor gusto de lo espiritual»62. Comparaciones prolijamente obscenas del papa con Príapo, fáciles juegos de palabras, como «los papistas o priapistas»; crudísimas alusiones a los actos sexuales y frases de burdel embadurnan feamente estas páginas, dotadas, por otra parte, de ardorosa elocuencia. Habla con entusiasmo de la palabra de Dios, que, en último término, es la palabra de Lutero; todo lo que no es puro luteranismo es vergonzosa prostitución (eyn lautter Hurerey). Si los romanos pontífices publican bulas con planes de reforma, también el Reformador nos presenta aquí su Doctor Luthers Bulla und Reformation. «Oídme ahora, obis­ pos, o mejor, larvas del demonio: el Dr. Lutero os quiere leer una bula y pro­ grama de reforma que no sonará bien a vuestros oídos. »Bula del Dr. Lutero y plan de reforma: Todos cuantos contribuyan con su cuerpo, sus bienes y su honor a destruir los obispados y a exterminar el régimen episcopal, son hijos amados de Dios y genuinos cristianos... Y cuan­ tos mantienen el régimen episcopal y se le someten con voluntaria obedien­ cia, son siervos del demonio y luchan contra la ordenación y ley de Dios» 63. Basten estas muestras para comprender el «endiosamiento» de Lutero o la perfecta identificación de la doctrina luterana con la doctrina de Cristo. Quien lo niegue o ponga en duda está con el diablo y rechaza al profeta. Es interesante notar que esto se escribía en el año de la moderación y liber­ tad cristiana. «i Ibid., 110-11.

62 Ibid., 116. 63 Ibid., 139-40. Pido al lector me excuse de copiar aquí unas m uestras de lo más repugnante del estilo luterano. Lo dejaré en su oscuro alemán, por decencia: «Es ist der m ehrer Teil Dyrnen in Klöstern, die frisch und gesund sind und von G ott geschaffen, das sie Weyber seyn und K inder tragen sollen». Repitiendo lo que otras veces h a dicho, insiste en lo imposible que le es a cual­ quiera ser casto; la castidad está sobre la naturaleza, über die Natur, y ni el hom bre ni la m ujer pueden dejar de ejercitar las funciones sexuales. «Es ist eben so tieff eyngepflantzt der N atur, K inder tzeugen, alss essen und trincken. D arum b h a tt G ott dem Leib die Gelide, oddern, Fluss und alles, was datzu dienet, geben und eyngesetzt». Y a continuación la frase más indecente: «Das Fleysch samet sich, wie es G ot geschaffen h a t...; fleusset es nicht ynn das Fleisch, sso fleusset es ynns H em dt» (ibid., 156).

N uevo retrato de Lutero

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Contra el hom bre de armas C o d eo

La misma arrogancia y el sentimiento de haber triunfado en su lucha con­ tra el papado respira en el librito que lanzó contra el Dr. Juan Codeo en la primavera de 1523. A mediados de febrero de aquel año, el gramático Gui­ llermo Nesen le envió desde Frankfurt del Mein un ejemplar del libro de Codeo De gratia sacramentorum, contra Martín Lutero, impreso pocos me­ ses antes. Allí decía el polemista católico que, habiendo retado al teólogo de Wittenberg a una disputa, éste no había recogido el guante, sin duda porque no estaba bien armado para combatir. Esto irritó a Lutero, quien, cogiendo inmediatamente la pluma, redactó en pocos días su libelo Adversus armatum virum co*kleum 64. ¿No es una manía—exclamaba—ese jactarse de sus armas varoniles? «Por mi mano ha herido el Señor al papa, a los obispos, a los monasterios, a las universidades y a todo el diabólico monstruo de Behemoth; más aún, los ha expuesto a la pública vergüenza en casi todo el orbe» 65. Sigue burlándose de ese Héctor arrogante que es Codeo, y que tan triste papel hizo en Worms disputando con Fr. Martín. Desprecia a los teólogos de Colonia, Lovaina y París, que se pronunciaron contra él, y pasa a defen­ der su doctrina de la justificación por la fe sola, «dogma paulino entenebre­ cido por los sofistas con el abuso diuturno y sacrilego de las palabras». Nadie entendía a San Pablo hasta que él por primera vez se esforzó en interpretarlo rectamente. N uevo retrato de Lutero

Con el afán de conocer lo más perfectamente posible al Reformador in­ cluso en los detalles más menudos de su persona y de su vida, nos hemos de­ tenido al principio de este capítulo en el retrato que de él nos trazó la crónica de Juan Kessler. Ahora nos fijaremos brevemente en los rasgos con que deli­ neó su figura y carácter un humanista que pasó por Wittenberg en el verano de 1523. Nos referimos al diplomático polaco Juan de Hófen, conocido um­ versalmente por el apelativo de Dantiscus, porque era natural de Dantzig. Era dos años más joven que Lutero, había alcanzado inmensa cultura en las universidades, en sus viajes por el Próximo Oriente y por Europa y en la amistad con las personas doctas de su tiempo; sirvió al rey de Polonia en diversas embajadas y llevó una vida no del todo ejemplar hasta que recibió las órdenes sagradas en 1533. 64

W A 11,294-306. Empieza rem edando a Virgilio en el comienzo de la Eneida: «Arma virumque cano, Mogani qui nuper ab oris Leucoream fato stolidus, Saxonaque venit littora, m ultum ille et funis vexatus et oestro»...

Leucorea es el nom bre latino de W ittenberg, y Moganus el del río M ein, de donde le llegó el libro de C odeo. Este le respondió al «fraile-m inotauro» con otro panfleto: Adversus cucullatum M inotaurum Wittenbergensem (M ünster 1920) (CC 3). Y empieza rem edando a Virgilio igualmente, y a Lutero: «M onstra bovemque cano, Boreae qui primus ab oris Teuthonicas térras profugus conspurcat, et omnem sub specie monachi violat pacemque fidemque vi Sathanae, saevis furiis agitatus et oestro»... 65 «Per me D om inus Papam , Episcopos, monasteria et Academias totum que illud c o rp u s Behem oth non solum percussit, sed et pene iam palam traduxit per orbem» (WA 11,295).

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C.3.

E l pacificador de W ittenberg, Ordenación litúrgica

Diez años antes de esa fecha pasó por Wittenberg en su regreso de Valladolid a Cracovia, y, como el Dr. Martín gozaba ya de fama universal, de­ seó visitarle y conocerle personalmente, porque decía: «Quien no ha visto en Roma al papa y en Wittenberg a Lutero, se dice vulgarmente que no ha visto nada». Por mediación de Melanthon obtuvo una entrevista con el Reformador. La impresión que le causó no fue ciertamente muy favorable, como se ve por la carta que a poco de llegar a Polonia escribió al obispo Pedro Tomicki, fechada el 8 de agosto de 1523. Escribe así Dantiscus: «Lutero se alzó, y con cierto embarazo me alargó la mano y me hizo to­ mar asiento. Nos sentamos, y hasta bien entrada la noche pasamos cerca de cuatro horas hablando de diversas cosas. Hallé en él un hombre agudo, docto y elocuente; pero no dijo sino maledicencias, arrogancias y odiosidades con­ tra el pontífice, el emperador y otros príncipes. Tiene un semblante como el de los libros que publica, ojos penetrantes y de torvo fulgor, como suele verse en los posesos. Su lenguaje es vehemente, salpicado de sarcasmos e iro­ nías. Su modo de vestir es tal, que no se podría distinguir de un gentilhom­ bre. Cuando sale de su casa—el antiguo monasterio— , dicen que se viste el hábito monástico. No se redujo nuestra entrevista a conversar, sino que los dos bebíamos alegremente vino y cerveza, como allí se acostumbra; me pare­ ció que es lo que los alemanes dicen ein gut geselle (un jovial compañero). En cuanto a la vida santísima que muchos entre nosotros ensalzan, no se dife­ rencia de nosotros en nada. Nótase en él arrogancia y vanagloria; en cuanto a insultos, calumnias y burlas, parece ciertamente excesivamente libre»66. Otra cosa advierte Dantisco, y es que el pueblo de Sajonia no veía con buenos ojos la reforma luterana en sus efectos morales. Dice que le costó llegar a caballo hasta Wittenberg. «Los ríos, mayormente el Elba, que flan­ quea aquella ciudad, iban tan crecidos, que en las tierras bajas todos los sem­ bradíos estaban inundados. Por eso escuchó en el camino palabras despecti­ vas y maldiciones contra Lutero y sus correligionarios, pues se creía general­ mente que Dios castigaba a todo el país porque la mayoría de la gente había comido carne durante toda la Cuaresma» 67. 66 «Inveni virum acutum, doctum , facundum; sed citra malevolentiam, arrogantiam et livorem in Pontificem, Caesarem et quosdam alios principes, nil proferentem. H abet vultum quales libros edit, oculos acres et quiddam terrificum m icantes... Vitae sanctissimae quae de illo apud nos per m ultos praedicata est, nil a nobis aliis differt» (Acta Tomiciana. Epistolae, legationes, resportsa... [Posen 1852] VI 299). El mismo Dantiscus afirmó «eum esse daem oniacum» (ibid., VI 299). Cit. en C. d e H o e f l e r , Papst Adrián VI 320 nt.2. 67 Acta Tomiciaca VI 299.

C a p í t u l o

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T R IU N F O S D E L L U T E R A N IS M O . E N P R O Y E N C O N T R A D E L O S P R IN C IP E S . L A E S C U E L A . H IM N O S Y C A N C IO N E S ( 15 2 3 - 15 2 4 )

A despecho del edicto de Worms, que proscribía del Imperio a Martín Lutero por hereje y prohibía severísimamente la lectura y posesión de sus escritos, la figura de aquel fraile perseguido se agigantaba de día en día, y re­ surgía a los ojos de muchos de sus compatriotas aureolada con crecientes res­ plandores de doctrina evangélica, de fervor reformista y de auténtica espiri­ tualidad. Sacerdotes y monjes jóvenes con inquietudes religiosas, varones doctos de Alemania, magistrados de ciudades, nobles caballeros y príncipes, se dirigían admirativos y suplicantes «al teólogo y evangelista de Wittenberg», «al piadoso, al venerando, al inspirado de Dios», «al insuperable doctor», «al apóstol y profeta de Germania» y aun «al santo Fr. Martín» ( Sánete frater M artine), como le invocaba el rey Cristián II de Dinamarca el 25 de mayo de 1525; de todas partes acudían pidiéndole luz y consejo, encomendándose a sus oraciones, proponiéndole los varios problemas que iban surgiendo en las nuevas comunidades evangélicas y solicitando predicadores o pastores para los respectivos países. «En todas partes hay sed de Evangelio—escribía Lutero el 26 de julio de 1522— , de todas partes nos piden evangelistas» *. Efectos de la predicación luterana

El evangelio de Wittenberg se difunde por doquier a la manera de un incendio en los pinares resinosos de agosto. ¿Cómo explicar este fácil aban­ dono de la religión paterna? Muchos no creían cambiar de religión, sino me­ jorarla, despreciando lo ritual y formalista para atender más a la fe en Cristo. Es verdad que la religión tradicional se había hecho demasiado externa, recargándose de preceptos, a veces mal entendidos y peor explicados; de prácticas casi supersticiosas, de devociones despóticamente impuestas por el uso popular. Los hombres de mayor cultura espiritual tenían hambre y sed de la palabra de Dios pura y simple, sin los aditamentos humanos, que la hacían difícil de cumplir. Por lo cual recibían con íntima satisfacción la doctrina del Reformador, el cual testificaba gozoso en 1522 lo que cada día oía y experi­ mentaba: «que la palabra de Cristo no se queda en la lengua o flotando en la oreja, sino que penetra hasta el fondo del corazón y allí mora», dándole con­ solación e intrepidez para ensalzar el nuevo evangelio y confesarlo con la boca y con los hechos contra todo el mundo y contra los más altos personajes 2. Alegrábanse los juristas, sintiéndose desembarazados de las innumerables trabas canónicas que la organización eclesiástica, fuertemente centralizada en Roma, les imponía. Los príncipes abrazaban satisfechos la nueva religión, 1 Briefw. II 580. En la misiva al caballero H artm ut de Kronberg, amigo de Sickingen (WA 10,2 p.53).

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C.4■ Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. H im nografia

que les permitía redondear sus territorios, despojando a los obispos, a los abades, a los monasterios, a las parroquias y otras fundaciones de sus tierras y bienes. Aplaudían exultantes los enemigos de la escolástica, porque al fin veían que esa hidra de siete cabezas sucumbía bajo la maza del moderno Hércules aparecido en Sajonia. El pueblo sencillo no podía sustraerse a la incesante predicación oral y escrita, ni podía resistir a la propaganda, ni dis­ cernir lo falso de lo verdadero. Con los libros doctos y voluminosos volaban por todos los países de len­ gua germánica nubes de folletos, octavillas, versos, que penetraban en los talleres de los artesanos y hasta en las cabañas de los campesinos; y juntamen­ te grabados más o menos artísticos de carácter satírico o de carácter piadoso ridiculizando a los frailes y al papa o enalteciendo la piedad bíblica que venía de Wittenberg. Es innegable que los escritos luteranos, sencillos y fuertes, rebosantes de vida, abogando por una religiosidad más auténtica, sin formalidades, ni cere­ monias, ni preceptos eclesiásticos, fundada en la sola palabra de Dios o en lo que se estimaba tal, presentaron de un modo fascinador a millares y milla­ res de personas la imagen de un cristianismo más atrayente que el que venían predicando desde antiguo los curas con sus prácticas rutinarias, los frailes con su ascetismo difícil, los teólogos escolásticos con sus agudas disquisicio­ nes, los papas con sus leyes y preceptos. La nueva religión parecía más ínti­ ma, libre y espontánea, e indudablemente más fácil. Bastaba confiar en Cris­ to: solafides; sin otra autoridad ni magisterio que la Sagrada Escritura, pala­ bra de Dios y única fuente de dogma y de moral: sola Scriptura. Muchísimos se persuadieron de que hasta entonces habían sido engañados por la Iglesia romana, tiranizadora de las conciencias, y corrieron alegremente a la emancipación que se pregonaba desde Wittenberg, echando por la borda cuanto la tradición había transmitido durante siglos: ritos, ceremonias, ins­ tituciones eclesiásticas, obediencia a la jerarquía, ayunos, abstinencias. A los sacerdotes se les repetía: «El celibato es un crimen contra la naturaleza». A los monjes y monjas: «Los votos monásticos son imposibles y anticristia­ nos, pura hipocresía o soberbia». Y a todos: «El matrimonio es absolutamente obligatorio y necesario para quien tiene órganos de generación» 3. Nótese, con todo, lo siguiente: es verdad, como afirma Lutero, que los pri­ meros en abrazar «con hambre ardiente y con sed insaciable la noble palabra» de la libertad cristiana fueron los sacerdotes y religiosos; mas no simplemente, como muchas veces se ha repetido, porque estuviesen moralmente corrompi­ dos y mirasen en la nueva religión un justificante de sus desórdenes y un modo legal de vivir a sus anchas, sino porque, dotados de mayor cultura re­ ligiosa, se dejaron impresionar, mucho más que el pueblo rudo, de los ele­ mentos espiritualísticos del nuevo evangelio. Esto no quita que la persuasión teológica a que muchos llegaron rapidísimamente se debiese en buena parte a la carga moral del celibato, que a regañadientes soportaban, mugiendo como las vacas que llevaban el arca de 3 «Masculus et feraína sum us... D eus ad propagationem dedit carnem, sanguinem et sem*n; non possunt quae Dei sunt servari nísi in m atrim onio» (WA 14,471; Von ehelichen Leben [1522]: W A 10,2 p.275-304).

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Dios. Entre los innumerables curas y frailes que se pasaron a las filas lutera­ nas, es una excepción rarísima la del que no tomó mujer inmediatamente. El canónigo N. de Amsdorf se mantuvo siempre célibe, mas no faltaron mur­ muraciones sobre su vida privada. Y es extraño que su amigo Lutero no le impusiese el deber de casarse. Pero si en aquel ejército de almas consagradas a Dios que abandonaron el catolicismo influyó el vehemente deseo del matri­ monio, hay que reconocer que en muchos, en los mejores, hubo otros motivos más altos y nobles. Las cartas privadas que de ellos conservamos revelan la sinceridad y hondura con que vivían su fe cristiana. El crecido aluvión de frailes y párrocos avezados al ministerio de la pre­ dicación, significó para el luteranismo un gran refuerzo y una ayuda notabi­ lísima, pues desde el primer momento se convertían en predicadores y pas­ tores hábiles, si bien alguna vez llegó a molestarse Lutero de que se declara­ sen prosélitos suyos y acudiesen a Wittenberg muchos monjes ineptos, que no aspiraban sino a tomar mujer 4. Predicadores destacados

Bastará citar algunos nombres de distintas procedencias. Es natural que el agustinismo exacerbado de Fr. Martín, que no dejó de hacer mella en el alma serena y piadosa de su superior Staupitz, se clavara hondamente en el corazón de otros muchos hermanos suyos, más juveniles y más propensos a la revolución religiosa. Wenceslao Link, el sucesor de Staupitz en el vicariato general, renunció a su cargo en 1523 para convertirse en párroco luterano de Altemburg, donde tuvo la alegría de que Fr. Martín presidiese la ceremonia de sus bodas. Tenía fama de gran predicador, y cuando estaba en Nuremberg escuchaban con ad­ miración sus sermones personajes como C. Scheurl, L. Spengler y el gran A l­ berto Dürer. Juan Lang, vicario territorial después de Lutero y prior de Erfurt, dio al traste con aquel convento, antes modelo de observancia, y consiguió luteranizar a aquella gran ciudad. Gabriel Zwilling, el agitador de Wittenberg y de Eilenburg, siguió predicando en varias poblaciones con entera sumisión a Lutero. Lo mismo hizo Leonardo Beyer, discípulo y compañero de Fr. M ar­ tín, párroco más tarde en Guben y Zwickau. Enrique de Zutphen, según ve­ remos, pagó su celo impulsivo en la hoguera inquisitorial. Mejor suerte tuvo Jacobo Propst, prior de Amberes, que, aunque preso igualmente en Amberes con otros frailes de su convento, logró escaparse y llegar a Wittenberg, para terminar su vida cuarenta años más tarde como predicador luterano en Bremen. Miguel Stiefel, de Esslingen, mejor matemático que teólogo, escribió en favor de Lutero y polemizó contra el gran satírico franciscano T . Murner. Wolfango Volprecht, prior de Nuremberg, en cuyo convento introdujo en 4 C arta del 11 de julio de 1523: «Mihi sane molestissimum est huc tanto num ero volare defectores monachos, et quod magis movet, statim uxores ducere, cum sit genus hom inum ad res gerendas ineptissimum» (Briefw. III 109). N o obstante la m ultitud de clérigos convertidos al lu­ teranismo, el 16 de diciembre de 1531 se lam entaba Lutero de la gran penuria de pastores, de form a que sentía la necesidad de instituir ministros con rito propio y ordenarlos sin obispo ni ce­ remonias: «M agna ubique penuria fidelium pastorum , ita ut prope sit, quo cogem ur proprio ritu ordinarc seu instituere ministros, sine rasura, sine unctura, sine Ínfula, sine chirothecis, sine báculo et sine thuribulo, sine denique istis episcopis» (Briefw. V 700).

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Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. H im nografia

1524 la liturgia luterana. Gerardo Güttel de Eisleben ejerció su actividad en el condado de Mansfeld. Esteban Agrícola, doctor en teología en 15 19 y al año siguiente predicador en sentido luterano, trabajó y fue persegui­ do en el Tirol y en varias ciudades alemanas. Lamberto Thorn, a quien in vinculis Evangelii posito escribió Fr. Martín una carta consolatoria, estuvo a punto de acompañar en la hoguera a otros dos frailes de su convento de Amberes. Provincial de Turingia-Sajonia fue Tilemann Schnabel, que abandonó la Orden en 1523 y predicó el luteranismo en Hessen 5. Crecidísima es también la lista de franciscanos, observantes o conventuales, que se adhirieron a la Reforma. Recordemos al afamado hebraísta alsaciano Conrado Pellikan, amigo de Zwingli; al historiador de la Reforma, con fuerte colorido autobiográfico, Federico Mykonius, párroco de Gotha; al furioso planfletario y virulento polemista Juan Eberlin de Günzburg, predicador itineran­ te, que predicaba la matanza de curas y frailes y aconsejaba echar abajo la ca­ tedral de Ulm; al no menos revolucionario Enrique de Kettembach, autor de libelos y hojas volantes; a Burcardo Waldis, autor de salmos y de fábulas; a Burcardo Leykham, «eclesiastés de la ciudad de Schwabach»; al doctor en teo­ logía por Wittenberg Juan Briessmann, reformador de Koenigsberg y Riga; a Esteban Kempe, predicador en Rostock y en Hamburgo, su patria, etc. Con Lutero convivió algún tiempo en Wittenberg el antiguo franciscano de Avignon Francisco Lambert, que al casarse recibió de Spalatino un venado para el banquete nupcial y fue luego mal visto por los luteranos por sus tendencias al zuinglianismo. De la Orden de San Benito son bien conocidos el teólogo e infatigable pre­ dicador constanciense Ambrosio Blarer, o Blaurer, prior de Alpirsbach, con­ vertido en 1522 al luteranismo y sospechoso luego de doctrinas zuinglianas; Wolfango Müslin (Musculus), prior de Lixheim, predicador en Augsburgo, profesor en Berna y autor de un catecismo, de comentarios a la Biblia y de himnos religiosos; Antonio Corvinus, un tiempo cisterciense, etc. Numerosos abades entregaron sus abadías a los novadores; otros salieron de ellas por la fuerza, de suerte que en muchas regiones, especialmente en la Alemania sep­ tentrional, apenas quedó un monasterio benedictino 6. Los dominicos que siguieron al monje de Wittenberg fueron muy escasos. Entre ellos, Jorge Rauth, que en 1523 firmaba olim sectae Praedicatorum, nunc servus Iesuchristi7, y el apasionado y violento Dionisio Melander, consejero del landgrave de Hessen; pero el de mayor renombre e influencia fue, sin duda, Martín Bucer, ordenado de presbítero en 15 17 , temprano admirador de L u ­ tero en Heidelberg (1518); salido de la Orden en 1520, fue el primer sacerdote que osó casarse con una religiosa (1522); su gran actividad teológica y organi­ 5 Estos y otros nom bres pueden verse en T. K o l d e , Die deutsche Augustiner C o n g r e g a r o n passim. También en el epistolario de Lutero. El 24 de junio de 1523 habla el Reform ador de 16 monjas agustinas salidas del monasterio de W idderstedt, en el condado de Mansfeld (Briefw. III 100). A todas les aconsejaba el casamiento. Cuando L. K oppe sacó 12 monjas cistercienses del m onasterio de Nimbschen, Lutero justificó el hecho en Ursach und Anttwort dass Ju n c k fr a w e n Kloster gotlich verlassen mugen (1523): W A 11,394-400. D e las clarisas de Seusslitz escribe a Stifel: «Hac nocte (28-29 septiembre de 1525) tredecim moniales ex ditione ducis Georgií afferri curavi, et rapui tyranno furenti hoc spolium Christi» (Briefw. III 584). Ph. Schmitz (Histoire de VOrdre de saint Benoit, M aredsous 1948) dedica un capítulo a las «ruinas causadas a la Orden por el protestantismo» (III 270-89). 7 Briefw. III 250. Lutero le dirigió una breve carta en 1524.

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zadora como «evangelista de Estrasburgo» y al fin como profesor en Cambridge es bien conocida. De otras órdenes nos contentaremos con mencionar al carmelita Gaspar Kantz, reformador de Nordlingen; al premonstratense Juan Baldewinus (Boldewan), abad de Belbog, que se pasó con todo su monasterio al luteranismo en 1522; al teólogo zuingliano Juan Ecolampadio, cuyas inquietudes religiosas se agudizaron mientras vivió en el monasterio brigidiano de Altomünster. Has­ ta de la Cartuja nunquam deformata salió algún predicador protestante, como Francisco Kolb, que se casó en Nuremberg a los sesenta años y trabajó en Suiza con el canónigo Bertoldo Haller en pro del zuinglianismo. Para el praeceptor de los canónigos antonianos de Lichtenberger (Sajonia electoral) escribió Lutero Un escrito cristiano dedicado al señor Wolfango Reissenbusch 8, invitándole a quebrantar sus votos religiosos y tomar mujer, ya que el hombre está hecho por Dios para el matrimonio, y fuera de él es imposible guardar la castidad. El escrito fue eficaz, y el preceptor de la Orden de San Antonio corrió a las bodas con una epístola gratulatoria de J. Bugenhagen, pá­ rroco de Wittenberg. Otro escrito semejante había dirigido a toda una corporación en 1523: Amonestación a los señores de la Orden Teutónica para que eviten la falsa casti­ dad y abracen la verdadera en el matrimonio 9. El era todavía célibe. «Aplaudo

gustosísimo—escribía en mayo de 1524—las bodas de los sacerdotes, de los monjes y de las monjas» 10. Estos y otros escritos del Reformador, repitiendo de mil maneras que el voto de castidad es absolutamente imposible de guardar y contrario a la ley divina y natural, caían como teas incendiarias en el recinto de los claustros, provocando la salida de muchos, que volaban a enmaridarse contra las leyes de la Iglesia, declarándose adeptos del nuevo evangelio. Innumerables fueron, como queda dicho, los sacerdotes seculares. Entre los de mayor formación cultural y teológica, y, por lo mismo, de mayor eficien­ cia en la propagación de las nuevas doctrinas con diversos matices, descuellan: Nicolás de Amsdorf, Justo Joñas, Juan Bugenhagen de Pomerania, Jorge Spalatino, Juan Hess, Nicolás Hausmann, Juan Poliander, Andrés Osiander, Juan Brenz, Urbano Rhegius, Gaspar Aguila (Adler), Conrado Cordatus, Andrés Althamer, Pablo Spret (Speratus), Juan Ziegenhagen, Andrés Bodenstein de Karlstadt, Tomás Münzer, Cristóbal Schappeler, Wolfango Capitón (Cápito), Gaspar Hedió (Heid), Mateo Zell, etc. 11 8 Eyn christliche Schrift an Herrn Wolfgang Reissenbusch... sic in den ehelichen Stand zu bege­ ben (1525): WA 18,275-78. 9 An die Herrn Deutsches Ordens, das die falsche Keuscheyt meyden und zur rechten ehlichen Keuscheyt greyfen Ermanung: W A 12,232-44. 10 «Mirifice placent nuptiae sacerdotum et m onachorum et m onialium apud vos» (Briefw. III 299; carta a Capitón). 11 W . B e s t e , Die bedeutendsten Kanzelredner der lutherischen Kirche des Reformationszeitalters (Leipzig 1856), con antología de sermones de predicadores estrictamente luteranos; v.gr., Link, Jonas, Amsdorf, Brenz, Dietrich, Mathesius, Rhegius, Spangenberg, Corvinus, Aquila, M aior, Fröschel, Sarcer, Coelius, etc. Frente a los eclesiásticos seducidos por el luteranismo se podrían poner los nom bres de aque­ llos frailes y sacerdotes que lo combatieron en sus predicaciones y libros. Los agustinos pueden presentar teólogos controversistas como B. A. de Üsingen, Juan Hoffmeister, C onrado Treger. Los franciscanos: Agustín de Alfeld, G aspar Schatzgeyer, Tomás M urner, Nicolás Ferber, Con­ rado Kling, Juan Widl (Ferus), Juan Heller, Jacobo Schwederich, Juan Findeling. Los cistercienses: Pablo Bachmann. Los dominicos: Jacobo Hoogstraeten, Juan Faber de Augsburgo, Juan

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Triunfos luteranos. Trente a los príncipes. H im nografía

Karsthans y otros laicos

También los seglares, es decir, los que no habían recibido las órdenes sa­ gradas en la Iglesia católica, coadyuvaron oralmente y por escrito a la divulga­ ción de las nuevas ideas. El primero y el más ilustre de todos, conquistado en su juventud por la fuerza magnética de Fr. Martín, es universalmente conoci­ do por el hombre helenizado de Melanthon. Casado a los veinticuatro años con la hija del burgomaestre de Wittenberg, no consta que subiese al púlpito a predicar el Evangelio, pero rigió aquella comunidad evangélica en ausencia de Lutero, el cual le llamaba pastor, episcopus, gratiae praedicator, minister Christi, y con su palabra y sus escritos le veremos desempeñar un papel de principalísima importancia en la configuración definitiva del luteranismo. Detrás de Melanthon, entre los seglares doctos de primera hora hasta que se organizó establemente el ministerio pastoral protestante se han de poner los nombres de Juan Agrícola de Eisleben, Adam Krafft, Justo Menius (Jost Menig), Veit Dietrich, Jorge Maior, Gaspar de Schwenckfeld, Hartmann Beyer, Erasmo Alber y otros. Y no hablemos de los fanáticos ignorantes, que se creían iluminados por el Espíritu Santo y girovagaban por los pueblos predicando la revolución reli­ giosa y el odio a curas y frailes. «Laicos faltos de instrucción—escribía el ex franciscano Eberlin— , campesinos, carboneros, trilladores, saben y enseñan el Evangelio mejor que todos los cabildos urbanos o rurales de canónigos o de curas y mejor que los más eminentes doctores» 12. Lo mismo decía su colega Enrique de Kettembach: «Hoy día se ven en Nuremberg, en Augsburgo, en Ulm, a lo largo del Rhin, en Suiza, en Sajonia, mujeres, muchachas, criados, obreros, sastres, zapateros, toneleros, arrie­ ros y caballeros que entienden de la Biblia más que todas las universidades, incluso las de París y Colonia, y más que todos los papistas del mundo entero, y lo pueden demostrar y lo demuestran diariamente» 13. Uno de esos predicadores populares era un médico por nombre Hans Murer, aunque nadie lo conocía sino por el apodo popular de Karsthans. Expulsado de Estrasburgo hacia 1522 por sus ideas luteranas y por su propa­ ganda sediciosa, pasó al ducado de Würtemberg, y desapareció, sin dejar más que su apodo, que vino a significar lo mismo que «revolucionario popu­ lar». Con el título de Karsthans se publicaron entre 15 2 1 y 1524 varios folletos y diálogos satíricos, entre los que sobresale por su virulencia el Newkarsthans, atribuido a veces, sin bastante fundamento, a Ulrico de Hutten, y con más probabilidad a Martín Bucer. Faber de Heilbron, C onrado Koellin, Juan Dietenberger, Am brosio Pelargus, Juan Mensing, Pedro Rauch, Bartolomé Kleindienst, Miguel Behe, Lam berto Campester. Cf. N . P a u l u s , Die deutschen Dominikaner im Kampfe gegen Luther 1518-63 (Freiburg i. B. 1903). Al clero secular pertenecían Conrado W impina, Juan Eck, Juan C odeo, Jerónim o Dungersheym, Juan Fabri, obispo de Viena, y su sucesor en esta sede, Federico Nausea; O thm ar Nachtgall (Luscinius), Al­ berto Pigge, Juan Gropper, Julio Pflug, el belga Jacobo M asson (Latomus), etc. N . Paulus (Katholische Schriftsteller aus der Reformationszeit: D er K atholik [1892] 544-64; [1893] 213-23) re­ coge breves noticias de 161 escritores antiluteranos pretridentinos. Para los italianos, F. L a u c h e r t , Die italienischen literarischen Gegner Luthers (Freiburg 1912). Poco útil para nuestro ob­ jeto es la obra de P . G a u d e n t i u s , Der Protestantismus und die Franziskaner (Bozen 1882). 12 B. R i g g e n b a c h , Johann Eberlin von Günzburg und sein Reformprogramm (Tubinga 1874) 198. 13 O . C l e m e n , Schriften H . von Kettenbach (Halle 1907) 173.

La irradiación de W ittenberg

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Otros se presentaban como campesinos analfabetos, aunque en realidad no lo fuesen; v.gr., aquel Diepold Schuster, «el campesino de Wöhrd», de quien habla con admiración Spalatino, y de quien consta que era un párroco de aldea. «Es bien comprensible—escribe Hagen—el inmenso influjo que estos pre­ dicadores itinerantes ejercían en el pueblo. Todo lo que suele aminorar el entusiasmo por un predicador, el conocimiento íntimo de su persona y de sus debilidades, el largo trato y cosas semejantes, aquí no se verificaba; ellos venían como traídos por el viento, y del mismo modo se desvanecían rápida­ mente; se mostraban siempre en su momento más brillante, porque en nin­ guna parte se detenían largo tiempo; así podían atreverse a abordar los temas más inquietantes y subversivos, y lo hacían con la más entera y viril fuerza de lenguaje. Lo nuevo, lo insólito y misterioso que acompañaba a estas per­ sonas, no podía menos de producir profunda impresión en las masas» 14. Después de estas consideraciones se podrá comprender mejor la rápida difusión del luteranismo en aquellos primeros años. La irradiación de W ittenberg

Naturalmente, el foco central de donde partía la luz y el fuego de la Re­ forma era la ciudad de Wittenberg; y en Wittenberg, la Universidad con sus profesores de la nueva teología, el Consejo municipal con sus magistrados, y, por encima y en el corazón de todos, el Reformador, Martín Lutero. A los pies del maestro y profeta venían a formarse jóvenes de diversos países, que volverían luego convertidos en predicadores, y no pocos sacerdotes y monjes tránsfugas, que en adelante serían pastores o párrocos protestantes. Desde las más lejanas comunidades evangélicas llegaban a la antigua «celda», ahora sala doméstica, de Lutero, como a un consultorio, peticiones de consejo y de luz sobre cuestiones bíblicas, litúrgicas y morales; de cómo se habían de portar en la vida familiar, en la obediencia a las autoridades civiles, etc. El incendio luterano ganó muy pronto toda la Sajonia electoral o ernestina bajo la connivencia del indeciso Federico el Sabio, y mucho más la política, paternalmente absolutista, de sus sucesores Juan el Constante y Juan Fe­ derico. De allí se fue extendiendo a las ciudades de Franconia, especialmente a Nuremberg, y a las de Suabia, Renania, Palatinado, Baden; a las ciudades hanseáticas, como Bremen, Hamburgo, Lübeck; a las de Prusia y Pomerania. En abril de 1524 escribía Aleandro desde Roma: «Se podría advertir a la Majestad imperial que no solamente la Sajonia, sino toda Alemania, la superior y la inferior, y sus países de Brabante y Flandes, Frisia, Zelanda, Holanda, están inficionados de esta peste peor que nunca... Item, las ciudades libres, como Nuremberg, Augsburgo, Estrasburgo, Spira, que solían gober­ narse prudentemente, están mucho más contaminadas que los otros pueblos... No quieren que se haga oración a nuestra Señora ni a los santos... Menos­ precian los sacramentos de la Iglesia, especialmente la confesión, y en la eucaristía van completamente fuera de camino» 15. 14 K . H

ac .e n ,

Deutschlands literarische und religiöse Verhältnisse im Reformationszeitalter

(F r a n k f u r t 1868) I I 175-76. 15

p.

B alan,

Monumento Reformationis 339-40.

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Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. H im nografia

Los únicos príncipes que decididamente se oponían al luteranismo eran, además de los Habsburgos, el duque Jorge de la Sajonia albertina, el duque Guillermo de Baviera, el arzobispo de Tréveris, Ricardo de Greiffenklau, y el elector Joaquín de Brandeburgo antes de que éste tuviese el dolor de ver a su esposa, Elisabeth de Dinamarca, pasarse al luteranismo en 1527. No por eso dejaban de infiltrarse también en las ciudades y en los conventos de esos países católicos las nuevas opiniones religiosas, como se manifestó claramente en los dominios de Jorge el Barbudo a la muerte de este capital enemigo de Lutero 16. Palmas de martirio

De nada servían los severos escarmientos que la Inquisición comenzó a hacer en los Países Bajos, donde gobernaba la infanta Margarita, tía del emperador. En el convento agustiniano de Amberes fueron aprisionados mu­ chos de sus frailes por causa de herejía. Algunos se retractaron. Otros fue­ ron llevados a Bruselas para ser juzgados. Y el día i.° de julio de 1523, en la plaza del Ayuntamiento bruselense, Enrique Voes y Juan van den Esschen, despojados de sus hábitos monacales, morían abrasados en medio de las llamas: eran los protomártires del luteranismo. Lutero no pudo contener un grito de exultación religiosa: «Sean dadas gracias a Cristo, que por fin empieza a mostrarnos algún fruto de nuestra predicación, o suya mejor, creando nuevos mártires»17. En seguida dirigió una misiva «a todos los queridos hermanos en Cristo de Holanda, Brabante y Flandes», congratulándose con sus fieles seguidores por haber dado testimonio de Cristo 18. Tan honda fue la impresión del Reformador, que tocó las más íntimas 16 Jorge de Sajonia m urió en 1539. Lutero escribía el 19 de enero de 1524: «Apud nos sub ducatu principis nostri (Friderici) pax est; caeterum dux Bavariae et episcopus Trevirorum m ul­ tos perdunt, proscribunt et persequuntur» (Briefw. III 239). D e la expansión del luteranism o allende las fronteras del Im perio no nos toca hablar aquí. D e Dinam arca bajo Cristián II (1513-22) algo hemos indicado ya. En Suecia se introdujo el luteranismo bajo Gustavo Vasa (1523-60). E n los Países Bajos, la Inquisición actuó severamente desde primera hora, sin lograr jam ás ex­ tinguir los focos protestantes. En Francia, el concilio Parisiense de 1522 se alarm a ante la invasión de libros heréticos, y ni el rey ni la Sorbona pueden poner un dique a la propaganda. Véase P. I m b a r t de l a T o u r, Les origines de la Réforme III 169-272.368-494; R. J. Lovy, Les origines de la Réforme française, M éaux 1518-46 (Paris 1959). Para Italia véase P. T a c c h i V e n tu ri, Storia délia C. di G. vol.l La vita religiosa in Italia (Rom a 1930) 431-81. En el c.14 de la p .l.a hemos aducido el testimonio de Froben, de 1519, que había enviado a España centenares de libros de Lutero. Y, al tratar de la Dieta de W orms, hemos copiado las palabras de las autoridades españolas, que denuncian la propaganda clandestina que, procediendo de los judíos españoles de Flandes, alija libros luteranos traducidos al español a través del Pirineo y por los puertos de Valencia, C atalu­ ña, Vizcaya y Galicia. La Inquisición da muestras de nervosismo, olfateando cualquier rastro de herejía, y no descansa de 1521 a 1536. Es la época en que los alum brados y los erasmistas son acusados como luteranos. El m allorquín Jaime Olesa es el primer español que publica en 1521 un libro contra errores Lutheri (no hallado hasta ahora). La Oratio in M artinum Lutherum del obispo de Tuy quizá es anterior, pero M arliano era italiano. En 1524 escribía M artín de Salinas que a los españoles interesaba sumamente «lo de Luterio, que en otra cosa no se habla» (A. R e­ d o n d o , Luther et l ’Espagne de 1520 à 1536: Mélanges de la Casa de Velázquez 1 [1965] 109-65). 17 «Gratia Christo, qui tandem coepit fructum aliquem verbi nostri, imo sui, ostendere, et novos martyres, forte primos in ista regione creare» (Briefw. III 115; carta a Spalatino del 22 de julio). 18 «Allen Brudem ynn C hristo»... (W A 12,77-80). La historia de los dos agustinos m ártires se divulgó rápidamente en latín y alemán por todas las comunidades protestantes.

Nuevas conquistas

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fibras de su temperamento poético, y, sacudido por la inspiración, entonó su primer himno, que tiene algo de balada y de romance histórico. «Una nueva canción entonemos; lo quiere D ios, nuestro Señor; en su honor y alabanza cantemos la obra de D ios. E n Bruselas, ciudad del Brabante, por m edio de dos jóvenes floridos, su poder milagroso ha revelado, adornándolos pródigam ente con sus dones divinos. Juan era el nom bre del primero, lleno de gracias celestiales; su hermano en la fe era Enrique, cristiano auténtico, inculpable. A m b o s salieron de este m undo, ganándose coronas triunfales; com o buenos hijos de D ios, por su palabra han m uerto. Son verdaderos mártires».

Sigue narrando las circunstancias del suplicio; dice que sus cenizas no desaparecerán inútilmente, sino que se espolvorearán por todas las naciones; y los que en vida fueron reducidos al silencio por la violencia, en muerte serán cantados por doquier con mil voces y en todas las lenguas. Y concluye con una visión de esperanza: «Demos gracias a D ios. Su palabra to m a de nuevo. L a primavera está a las puertas, ya ha pasado el invierno. L a s tiernas flores abren sus corolas. E l que ha puesto el comienzo com pletará su ob ra»19.

Nuevas conquistas

Gratas noticias le llegaban a Lutero de la expansión de sus enseñanzas por diversos países, lo que le hacía escribir satisfecho a Spalatino: «En todas partes actúa la palabra más poderosamente que entre nosotros y en nuestros con­ tornos» 20. M uy pronto el nuevo evangelio saltó las fronteras de la Sajonia electoral. En la ciudad de Estrasburgo, un círculo de hombres literatos imbuidos de ideas luteranas, como Nicolás Gerbel, Mateo Zell, Martín Bucer, W olfango Capitón y Gaspar Hedió, habían logrado imponerse, organizando una jiujante comunidad evangélica. Con ellos mantiene Lutero frecuente comer­ cio epistolar, respondiendo a sus consultas, mandando saludos «a todos los 19 La balada consta de doce estrofas de nueve versos. Véase la primera: «Eyn newes Lyed wyr heben an, des wald G od unser Herre, zu singen was Gott hat gethan zu seinem Lob und Ehre. Zu Brüssel in dem Niederlandt woll durch zwen junge Knaben hat er sein Wundermacht bekandt, die er mit seynen Gaben so reychlich hat gezyret» (W A 35,411-15). 20 IJriefw. III 36; carta del 1 marzo de 1523.

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hermanos y hermanas», encomendándose a sus oraciones y alegrándose de los progresos de aquella iglesia. «Oigo que la palabra reina entre vosotros», le dice a Gerbel; y a continuación le comunica noticias consoladoras: «Entre nosotros, cuanto más perseguida es la predicación, tanto más se dilata a lo largo y a lo ancho. Triunfa ya en Magdeburgo y en Bremen; espero que pronto invadirá Braunschweig, sobre todo porque su duque, que antes nos combatía tanto, ahora está completamente cambiado» 21. «Los bremenses— escribe cinco días después— progresan en el conocimien­ to de la palabra, de manera que ya han llamado a nuestro Jacobo (Propst) de Yprés para evangelista de otra iglesia de allí. Los dos duques de Mecklen­ burg (Enrique y Alberto), el uno por medio de Hans Löser, el otro por el prior del convento de Sternberg, Juan Steewyck, piden también evangelistas. El duque Enrique de Braunschweig, según testifica Euricius Cordus, em­ pieza a abrazar el evangelio, llamando como predicador a uno de nuestra Orden del convento de Helmstedt» 22. «Corren por aquí rumores de que los margraves (Felipe) de Baden y C a­ simiro (de Brandeburgo) permiten la libre predicación del evangelio. Eso mismo solicita del obispo de W ürzburgo la nobleza de Franconia. A sí reina el poder de Cristo» 23. El duque Magnus I de Lauenburg pedía «al piadoso señor Martín Lutero, doctor en Sagrada Escritura, monje agustino en Wittenberg» (el 16 de mayo de 1524), le enviase «un buen predicador evangélico..., varón sabio y espiri­ tual, de lengua sajona» 24. El escogido para anunciar el nuevo evangelio en aquellas tierras fue el Dr. Pablo Spret (Speratus), que residió algún tiempo en Königsberg, y desde 1530 se decía «obispo de Pomeramia». No menor avidez de la divina palabra tenían los magistrados de Dantzig, «que de la sombra de la muerte en que estaban sentados han venido al cono­ cimiento de la verdadera justicia de Dios por Jesucristo nuestro Salvador y único mediador..., sin mérito propio, por pura misericordia de Dios»; por lo cual desean «se les envíe un evangelista experto en las doctrinas de la sal­ vación que con dulzura y mansedumbre de corazón, no con espíritu revolu­ cionario y tumultuoso, les enseñe los caminos de Dios con discreción»; y, a ser posible, venga «el provechoso y cristiano Dr. Juan Bugenhagen, de quien todo el mundo dice altas cosas, con grandes alabanzas» 25. Lutero les contesta que la comunidad de W ittenberg no deja partir a Bugenhagen, el cual prestaba buenos servicios en la traducción de la Biblia y en la organización de las iglesias, pero que en su lugar les envía al maestro Miguel Muris de Hainichen (o Hänlein), «varón piadoso, morigerado y docto», y les amonesta que, si algo tienen que cambiar o destruir, v.gr., imágenes reli­ giosas, no lo haga la plebe, sino la autoridad municipal 26. 21 Briefw. III 284; del 6 de mayo. 22 Briefw. III 292. 23 Briefw. III 589; del 21 octubre.

24 Briefw. III 295-96. 25 Briefw. III 435-36; del 6 febrero de 1525. 26 Briefw. III 483-84.

Zutphen, evangelista de Bremen

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Zutphen, evangelista de Bremen

En la ciudad norteña de Bremen, centro de la provincia eclesiástica Bremen-Hamburgo, quien introdujo el luteranismo y lo predicó con admirable tenacidad y ardor fue el agustino Enrique de Zutphen (1488-1525), discípulo de Lutero en W ittenberg y luego prior del convento de Amberes, donde fue cogido preso por hereje en septiembre de 1522. Logró escapar de noche con ayuda de gente popular, y en noviembre llegó a Bremen. A la sombra de la autoridad municipal, que le protegía, se desató en violentos ataques al clero, al arzobispo, al emperador y al papa, y, sobre todo, a los frailes, seductores del pueblo. En 1524 vino a ayudarle en su labor evangelizadora su antecesor en el priorato, Jacobo Propst, ya casado. Informado Lutero de la intrepidez y fervor de su antiguo discípulo, le escribió una carta el i.° de septiembre de 1524 contándole las nuevas que más le podían interesar. «A Enrique de Zutphen, evangelista de la iglesia de Bremen, su hermano en Cristo: Gracia y paz. El objeto casi único de escribirte es, Enrique mío, el saludarte por fin con estas letras escritas por mi mano, a fin de que este men­ sajero no llegase vacío a vosotros. Las noticias de aquí son varias. El licen­ ciado (Nicolás) Am sdorf ha sido llamado a Magdeburgo, y allá se dirige para atender a la parroquia de San Ulrico. Melchor Mirisch, colgados ya sus hábi­ tos, proveerá a la de San Juan, allí mismo; a la de Santiago, el Dr. (Everardo) Widensehe, preboste de Halberstad y marido inminente; a la del Espíritu Santo, (Fr.) Juan Fritzhans, prometido a una doncella, hija única ( de un cervecero). Así prospera Magdeburgo y crece en Cristo. La iglesia de Hamburgo nos pide instantemente a Juan (Bugenhagen) de Pomerania... El landgrave de Hessen por edicto público ha dado libertad al evangelio... El obispo de Estrasburgo, convocadas las autoridades civiles, les ordenó que expulsasen a los evangelistas, cuatro de los cuales son verdaderamente egregios: Martín Bucer, F. Capitón, Gaspar Hedió, Mateo Zell y otros. La respuesta fue que cumplirían gustosos el mandato; pero lo que hicieron fue intimar al obispo que antes de veinticuatro horas abandonase la ciudad con todo su clero y la curia y los amigos, si querían salvar la vida... En Augsburgo, como se temía que expulsasen al evangelista, se reunieron en pocas horas ante el senado más de 4.000 hombres armados demandando la causa de la expulsión. A l saber esto, el primero en huir clandestinamente fue (Jacobo) Fugger, y detrás de él todo el clero» 27. Poco después de recibir esta carta, Enrique de Zutphen salió de Bremen para predicar en el pueblo de Meldorf, donde fue arrestado por orden de Agustín Torneborch, prior de los dominicos. Procesado y condenado a muer­ te «por haber predicado contra la Madre de Dios y contra la fe cristiana», pereció en la hoguera el 10 de diciembre de 1525. Melanthon compuso un Carmen latino en su honor. Wenceslao Link escribió en alemán la historia de aquel martirio. Y Martín Lutero dirigió a la comunidad de Bremen una carta 27 Briefw. III 337-38. Las inexactitudes y exageraciones de Lutero se corrigen en las notas de la edición.

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consolatoria con la exposición del salmo 9: Quiero darte gracias, ¡oh Y a hvéj cantar tus maravillas, seguida de una pormenorizada Historia de F r. Enriqne de Zutphen 28. E l primer duque de Prusia

En el norte y nordeste de Alemania aparecieron, poco después del edicto de Worms, los primeros pregoneros del nuevo evangelio que anunciaba el fraile de Wittenberg. D e Pomerania, a orillas del Báltico, procedía Bugenha, gen, que en 1521 vino a la ciudad del Elba, donde se hizo amigo de Melaru thon y luego familiarísimo de Lutero, sin perder nunca de vista la marcha del evangelio en su patria y en otros países septentrionales. Bien sabía el Dr. Martín que no solamente a Prusia, sino a Livonia y Estonia, países so­ metidos al arzobispo de Riga y a la Orden Teutónica, había llegado el eco de sus enseñanzas y que no le faltaban allí fervorosos adeptos. Deseando corroborarlos en la fe, envióles en 1523 una misiva A los elegi­ dos y queridos amigos de Dios, a todos los cristianos de Riga, R eval y Dorpat, nuestros queridos señores y hermanos en Cristo. «Por escrito y de palabra— les

dice— he sabido cómo Dios, Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, ha iniciado también entre vosotros sus maravillas y ha visitado vuestros cora­ zones con su luz y verdad, ricas de bendiciones» 29; les anima a ser agradecidos a la divina bondad y a mantener la fe pura, no dejándose arrebatar por el viento de otras doctrinas y despreciando como obras diabólicas y blasfemas las prácticas exteriores, como son las vigilias y ayunos, las oraciones, las misas, las peregrinaciones. Como aquellos neófitos anhelasen tener algún escrito de Lutero dirigido a ellos, el Reformador quiso contentarlos, y en 1524 les envió «A todos los queridos amigos en Cristo de Riga y de Livonia» unas letras acompañadas de una exposición del salmo 127 (126): S i Yahvé no edifica la casa, en vano se esfuerzan quienes la edifican, etc. 30 El 6 de febrero de 1525 el Concejo de la ciudad de Dantzig pide a Lutero un buen doctor de la doctrina de Cristo, sugiriendo el nombre del pomerano Bugenhagen, «de quien todo el mundo refiere altas cosas». Como la ciudad de Wittenberg no puede privarse de tan ilustre sujeto, el enviado es M iguel Murris o Meurer. El golpe más fatal para el catolicismo de aquellos países fue la supresión de la Orden Teutónica, cuyo gran maestre, al protestantizar, convirtió susdominios en el «ducado de Prusia». El luteranismo pudo gloriarse de haber hecho una de las mayores conquistas. No sucedió en un día ni de un modo fulminante, porque Alberto de Brandeburgo-Ansbach era sumamente cau­ teloso. Hijo tercero del margrave Federico de Brandeburgo-Ansbach, del linaje de Hohenzollern, era A lberto, primo del elector Joaquín I de Brandeburgo 28 W A 1 8 ,2 2 4 -5 0 . Más noticias sobre la predicación en Bremen y sobre Enrique de Zutphefl1 el opúsculo de J. F. I k e n , Heinrich von Zutphen (Halle 1 8 8 6 ). » W A 12,147. 30 W A 15,360-78, con las notas musicales para ser cantado. Nueva misiva de Lutero, de BU' genhagen y de Melchor Hoffmann «a todos los amados cristianos de Livonia» (en W A 18,417-30)' en

El primer duque de Prusia

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y del cardenal-arzobispo de Maguncia, Alberto, también príncipe elector del Imperio. Entrado joven en la carrera eclesiástica, los caballeros de la Orden Teutónica lo eligieron gran maestre en 1511, cuando aún no había cumplido veintiún años, con la esperanza de que los libraría del vasallaje de Polonia. En efecto, el nuevo gran maestre luchó cuanto pudo por obtenerlo, aunque en vano. Hallábase en Nuremberg en 1522 procurándose el apoyo del Imperio, cuan­ do conoció, por medio de Andrés Osiander, las doctrinas luteranas, que le agradaron sobremanera, si bien por entonces no hizo manifestación alguna; al contrario, muy hipócritamente escribió al papa Adriano VI, denunciando «el veneno luterano», que cundía entre sus caballeros. Con el mayor secreto se dirigió al teólogo de Wittenberg, pidiéndole con­ sejo sobre el modo de reformar in capite et in membris la Orden Teutónica, institución religioso-militar, que indudablemente se hallaba en profunda de­ cadencia espiritual y moral y sin finalidad histórica. D e los 700 caballeros que había tenido un tiempo, ya no eran más de 56, repartidos en 23 castillos o casas de la Orden 31. Por fin, Alberto se decidió en noviembre de 1523 a ir en persona a tener un coloquio de cuestiones religiosas con Lutero en W ittenberg. Este le acon­ sejó que, despreciando la regla de la Orden y sus votos, contrajese matrimonio y secularizase todos los dominios que la Orden Teutónica poseía en Prusia, convirtiéndolos en un ducado o principado hereditario. Alberto sonrió, sin decir nada, pero en su corazón cayó muy halagadoramente aquel consejo 32. Alberto escribió a su lugarteniente Jorge de Pelenz (1478-1550), obispo de Samland, cuya mentalidad evangélica y reformista bien conocía, que aco­ giese con las mayores atenciones al Dr. Pablo Speratus (Spret), sacerdote y teólogo luterano, que iba a predicar la palabra de Dios para ayudar en esta tarea a Juan Briessmann y Juan Amandus, que ya predicaban en Königsberg. ¡Qué hermoso sería— agregaba Lutero— si con el gran maestre de la Orden los demás prelados tomaran mujer y dieran forma política a sus domi­ nios eclesiásticos! 33 Alberto de Brandeburgo-Ansbach se decidió por fin, haciéndose recono­ cer como duque de Prusia, pero feudo de Polonia (tratado de Cracovia, 9 de abril de 1525), y poniendo su capital en Königsberg. A l año siguiente, contra la excesiva influencia polaca, se aproximó a Dinamarca, casándose con Dorotea, hija del luterano rey Federico. El obispo de Samland, Jorge de Polenz, al casarse en 1525, puso el territorio de su diócesis en manos de Alberto, recibiendo de él, en cambio, otros bienes de la Orden. L o mismo hizo en 1527 31 Briefw. III 8 6 -8 7 ; W . H u b a t s c h , Albrecht von Brandenburg-Ansbach (Heidelberg i 9 6 0 ) 139. En vano Adriano VI había urgido varias veces la reforma de aquellos «Caballeros» (C. H o e f l e r , Papst Adrian VI 4 3 3 ). 32 «Cum primo loquerer principi Alberto Magistro, etc., et ille me de sui Ordinis Regula consuleret, suasi ut, contempla ista stulta confusaque Regula, uxorem duceret, et Prussiam redigeret in politicam formam, sive principatum, sive ducatum. Idem sensit et suasit post me Philip­ pus. lile tum arrisit, sed nihil respondit. Interim video homini placuisse consilium» (carta a J. Briess­ mann, 4 de julio de 1524: Briefw. III 315). 33 Ibid. Ya hemos aludido arriba (nt.8) a la exhortación de Lutero «a los señores de la Orden Teutónica» a que se casasen, «evitando la falsa castidad». La que dirigió en 1525 a Alberto de Maguncia en el mismo sentido tuvo menos cxito (W A 18,408-11).

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el obispo de Pomerania, Erhard de Queis, ferviente propagador de la causa evangélica desde 1524. Fueron los dos primeros obispos alemanes que se pasaron a la Reforma. Siguieron su ejemplo casi todos los caballeros de la Orden Teutónica. Así vemos que Prusia se convierte en uno de los bastiones más fuertes del luteranismo. L a carta malaventurada

M uy pronto comprendió Lutero que el triunfo de su Reforma dependía de la actitud que hacia ella tomasen los príncipes. Por eso no pudo menos de regocijarse de la erección del nuevo Estado de Prusia y de congratularse con Alberto por su secularización, aunque le llamasen, como él dice, adulator principum ! Y a eran dos los principados alemanes en los que dominaba casi plenamente: el de Prusia y el de la Sajonia electoral. Otros varios no tardarían en abrirle las puertas de par en par. Respecto al elector de Maguncia, Alberto de Brandeburgo, alimentó ilusiones y le tentó con el atractivo de las bodas y del principado hereditario; sus reiterados incitamientos se frustraron siempre. D el emperador no podía esperar nada, sino persecuciones. Pero otros reinos extranjeros, ¿no alzarían su estandarte revolucionario contra el viejo cato­ licismo, contra la privilegiada jerarquía eclesiástica y contra las tiránicas leyes del papa romano? Ya Cristián II de Dinamarca (1513-23), cuñado de Carlos V, había llama­ do a Karlstadt en 1521, favoreciendo las nuevas ideas e iniciando una revolu­ ción religiosa contraria a Roma; y si aquel «Nerón escandinavo» había perdi­ do el trono por su arbitrariedad y sangrienta tiranía, no por eso sufrió nada el movimiento reformístico, pues su sucesor, Federico de Schleswig-Holstein (1523-33), se inclinó muy pronto hacia el luteranismo, dejándose con­ vencer por su capellán, Hans Tausen, «el Lutero danés». Con mayor decisión emprendió la reforma en Suecia el rey Gustavo Erikson Vasa (1523-60) al independizarse de Dinamarca en 1523. El 30 de abril de 1523 se matriculaba en la Universidad de Wittenberg el caballero francés Anémond de Coct, quien, hablando con Lutero, le enca­ reció los anhelos de sincera piedad que mostraba el duque Carlos III de Saboya. Ilusionado el Reformador, le escribió a Carlos una carta humilde y res­ petuosa, diciéndole que la verdadera piedad evangélica no es la que enseñan los sacrilegos sofistas, obedientes al papa, sino la que anuncia San Pablo, y consiste en la justificación por la fe sola, sin observancias exteriores. El buen duque le dio la callada por respuesta, y las ilusiones de Lutero de conquistar la Saboya y abrir por allí un portillo para entrar en Francia resultaron frus­ tradas 34. Un rayo de esperanza le vino en 1525 de donde menos lo podía esperar, del monarca inglés, que, en lucha contra el teólogo de Wittenberg, se había ganado el título de defensor fid ei. Mejor dicho, el rayito procedía del destro­ nado rey de Dinamarca, aunque se refería a Inglaterra. Cristián II le había comunicado por carta a Spalatino que el ánimo de Enrique V III había cambiado totalmente, y que ahora, lejos de nutrir odio 34 Briefw. III 148-53.

La carta malaventurada

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contra Lutero, miraba con buenos ojos a la Reforma (favere Evangelio) , de suerte que, si de W ittenberg le tendiesen los brazos, fácilmente se echaría en ellos. Vaciló algún tiempo el Reformador; pero, comprendiendo la impor­ tancia de la cosa, se decidió a probar fortuna y no desaprovechar la ocasión.

Y el i.° de septiembre de 1525 redactó una carta, que podemos calificar de malaventurada; ein unglücklicher B r ie f dice Kawerau 35. Una carta indigna y vergonzosa, en que el autor se rebaja y se arrastra a términos incompatibles con el honor y la dignidad personal. No es caso único en la vida de Lutero. A quel hombre tan orgulloso en ocasiones, dobla el espinazo y se echa por los suelos, como «hez de la tierra», cuando cree que de este modo va a conseguir algo que le interesa sobremanera. No es explicación válida la de algunos que se empeñan en interpretar esta humildad abyecta como un efecto de la educa­ ción monacal. Esta carta «al invictísimo e ilustrísimo príncipe y señor don En­ rique VIII, rey de Inglaterra y de Francia, mi señor clementísimo», no merece­ ría nuestra atención si su autor no hubiese escrito tres años antes un panfleto Contra Henricum regem Angliae, en que le llamaba charlatán, que gasta saliva en balde; rey estólido, insensato y ridículo, que hace ostensión de su impúdica y meretricia impotencia; putridez y gusano; asno y cerdo, puerco tomista, rey mentiroso y sacrilego, cuya majestad y corona hay que cubrirlas con estiér­ col, etc. 36 Pero ahora, sin que el monarca inglés haya dado muestras de mutación al­ guna, le pide humildemente perdón, porque «me remuerde la conciencia de haber ofendido gravísimamente a Su Majestad con un libelo que no se debió a mi natural sentimiento, sino a las incitaciones de otros, poco amigos de Vues­ tra Majestad; yo, necio y atolondrado, lo publiqué; pero confío en vuestra re­ gia clemencia, celebrada por tantísimos de palabra y por escrito». Con increíble descuido cometió Lutero en esta carta una gran pifia, pues queriendo atacar a Eduardo Lee, supuesto autor de Assertio septem sacramentorum, además de cometer un error ofensivo al rey, lanza un violento estiletazo contra el favorito «cardenal de York», Tomás W olsey, a quien llama «mons­ truo y peste de tu reino», palabras que, naturalmente, tenían que irritar a En­ rique tanto como a su poderoso ministro. Siguen frases demasiado humildes para ser sinceras: «Yo, avergonzado, no me atrevo a levantar los ojos delante de Vuestra M ajestad..., siendo como soy hez y gusano (fa e x et v erm is)... Pero lo que a mí, hombre vil (abiectum ) , me ha movido a escribir estas letras es la noticia de que Vuestra Majestad comien­ za a favorecer al evangelio... Por eso me prosterno a los pies de Vuestra M a­ jestad con toda la humildad posible, rogándole y suplicándole, por la cruz y la gloria de Cristo, se digne... otorgarme el perdón de las cosas con que ofendí a Vuestra Majestad... Y si Vuestra Majestad serenísima no lo desestima, es­ toy dispuesto a cantar la palinodia y a volver por el honor de Vuestra M ajes­ tad con un escrito público... Espero una respuesta clemente y benigna, si así parece a Vuestra Majestad... D e vuestra regia Majestad subditísimo, Martín Lutero, manu propria » 37. 35 W. K aw erau, Hieronymus Emser (Halle 1898) 56. 36 Véase lo dicho en el c.3. 37 Briefw. III 563-64.

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Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. Himnografia

L a sangre noble de Lutero

Esta carta llegó a manos de Enrique con muchos meses de retraso, después de peregrinar, como dijo el rey en su contestación, por no sé qué tierras. L a amplia respuesta del monarca está concebida en un tono de soberano despre­ cio, escrita con elegante serenidad, llena de sabios razonamientos y salpicada de sarcasmos y vilipendios. «Dices que te avergüenzas de aquel libro que con­ tra N os escribiste. N o sé si lo dices sinceramente; debieras avergonzarte no sólo de aquél, sino de casi todos tus escritos. El libro sobre los sacramentos es verdaderamente nuestro y no comprado a los sofistas, como tú finges creer. C o n pestilente lengua chocarreas ( scurraris) contra el reverendísimo cardenal de York, nuestro consejero y canciller de Inglaterra, a quien mucho queremos por sus eximias virtudes, y que no se enfadará de que le injurie esa lengua que ha blasfemado de la Iglesia, de los santos y de la misma Virgen María. Escribes que te avergüenzas de alzar los ojos hacia Nos; pero yo me admiro mucho más de que no te avergüences de alzarlos a D ios o a cualquier hombre honrado. Por instigación del diablo has caído en tanta liviandad y en tan obscena libí­ dine, que, siendo fraile agustiniano, has violado criminalmente a una monja consagrada a D ios, y lo que es más execrable todavía, la has tomado pública­ mente por esposa en unas bodas sacrilegas». Sigue reprochándole otras mil cosas y refutando su doctrina de la justifica­ ción por la fe sola, aunque sin declararse enemigo suyo, porque «yo— dice— nunca te estimé tanto como para dignarme ser tu enemigo, si bien aborrezco más que nadie tus herejías. N o puedes alabarme mejor que vituperándome» 38. Para mayor desprecio, ni siquiera se dignó mandarle la carta directamente, sino que se la envió al duque Jorge de Sajonia, enemigo acérrimo de Lutero, para que de allí fuese remitida a W ittenberg. Emser y C o d e o la tradujeron al alemán y la esparcieron por todo el Imperio. N o pudo el Reformador, herido en su honra por tan alta autoridad, mor­ derse los labios, y reaccionó como él solía, con insultos al rey, a Erasmo, al papa, a otros enemigos, como Jorge de Sajonia, y con ocurrencias como la si­ guiente: « ¡Dios me v a lg a ! ¡Y con qué garras tan rápidas y precisas me ataca! ¿No soy yo un verdadero noble ? ( ein theurer edler M a n n ) . Sí, ciertamente, y en mil años no ha existido uno de sangre más noble que la de Lutero. ¿Cómo así? Saca tú la cuenta. N ada menos que tres papas, muchos cardenales, reyes, principes, obispos, curas, monjes, grandes personajes, sabios y el mundo en­ tero son o quieren ser traidores, asesinos y verdugos de la sangre de Lutero. Y el diablo con ellos. ¡Puf! Casi odio a mi noble sangre cuando pienso que merezco tener tan magníficos y valiosos verdugos y asesinos. A l emperador de los turcos le correspondería este honor, no a este pobre mendigo que soy yo». Pero Lutero, identificado con Cristo, no teme a sus enemigos, por altos e ilustres que sean, y a todos los desafía con arrogancia delirante. ,t Litterarum quibus invictissimus princeps Henricus octavus, rex Angliae et Franciae, dominus y erniae ac Fidei Defensor, respondit ad quandam epistolam Martini Lutheri, ad se missam, et psiuS' lutheranae quoque epistolae exemplum (Londres, 2 de diciembre de |1526). El rey hizo otra X I I '7 4 93)°Sa 6n ^’° mayor’ Que env¡ó a sus amigos; entre otros, al duque Jorge de Sajonia (Briefw.

La tentación de la gloria

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«¿Qué es ya de Pilatos, de Herodes, de Anás y Caifás, enemigos de Cristo ? ¿Qué es de Nerón, Domiciano, Maximiano? ¿Qué es de Arrio, Pelagio, Maniqueo? Eso serán muy pronto nuestros sabiondos y tiranos. Y Cristo perma­ nece» 39. Si escribió en alemán esta respuesta, fue porque deseaba que la entendiese no tanto el rey inglés cuanto Emser, Codeo y el público alemán. Codeo se apresuró a traducirla al latín para que la pudiesen leer Enrique V III y Erasmo, atacados ásperamente en ella. Con el intento de ganarse a los hebreos, escribió en 1523 un opúsculo ti­ tulado Q ue Jesucristo es judío de nacimiento. ¡Qué contento y satisfacción para el Reformador si en el monumento ancirano de sus gestas victoriosas hubiese podido esculpir la conquista de Israel para la fe de Cristo! Nada consiguió. Y más adelante le veremos convertido en el más encarnizado enemigo de to­ dos los judíos. La tentación de la gloria

No obstante la derrota sufrida en su intento de conquistar reinos y princi­ pados para su causa, le bastaba echar una mirada al mapa de Europa, desde el lago Mayor hasta el mar Báltico y desde Alsacia hasta Letonia, para no des­ alentarse y aun para llenarse de optimismo comprobando que su evangelio avanzaba por todas partes a banderas desplegadas; que la ciudad de W itten­ berg, aunque en su aspecto urbanístico parecía casi una aldea, culturalmente podía ufanarse de una Universidad luterana y religiosamente se levantaba como una nueva Roma, y, consiguientemente, su propia persona de reforma­ dor cristiano ya no era la de un simple fraile ni la de un mero profesor de teolo­ gía, sino la de un pontífice supremo, a quien miraban y escuchaban provincias enteras como a un oráculo, cuya palabra era infalible, como palabra de Dios. Quedan arriba indicados los grandes triunfos obtenidos en Alemania y en los países convecinos; triunfos que avivaron más y más en su alma la concien­ cia de haber sido escogido por Dios para descubrir el verdadero cristianismo, oscurecido por el error y la maldad de muchos siglos; triunfos que le corrobo­ raron en la certeza de la verdad de su doctrina y afianzaron su íntima persua­ sión de que Dios hablaba por su boca. «Vuestra Alteza— le escribía el 21 de diciembre al duque Jorge de Sajonia— no quiere creer que mi doctrina es pa­ labra de D ios...; pero ni Vuestra Alteza ni hombre alguno podrá ahogarla ni reprimirla»40. «Yo estoy cierto— repetirá más tarde— que la palabra de Dios está en mí»41. Muchas veces dirá que es un profeta; no en el sentido de vati­ cinar lo futuro, sino de hablar en nombre de Dios, y se tendrá por un nuevo Jeremías, llamado por Dios para desbaratar, arruinar y destruir el reino de la maldición 42. 39 A u ff des Königs zu Engelland Lesterschrift Titel Martin Luthers Antwort (1527): W A 23, 26-37 (p.27). 40 Briefw. III 642. 41 W A 7,313. 42 «Cum autem et ego sim unus de Antipapis, revelatione divina ad hoc vocatus, ut dissipem, perdam et destruam regnum illud maledictionis» (W A 30,3 p.496). «Deus suam Ecclesiam semper apud paucos servavit per unum aliquem, ut Adam ..., Abraham, M osem ..., Heliam, Esaiam..., postea per Danielem et Christum..., postea per Nicaenum Concilium et Augustinum et Ambrosium. Bernliardus illiquid fecit, et nunc per me Hieremiam. Et sic erit finis» (Tischr. 5242 V 23-24).

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«Dios, rechazando a los papistas, me levantó del cieno y lodo para colocar­ me entre los príncipes de su pueblo, a fin de que, por mi ministerio, Alemania se agregase al reino de Cristo y alcanzase la verdadera noticia de Dios» 43. «Dios me llevó milagrosamente a la palestra para atacar al dragón, y por eso he cercenado a monjes y monjas y agarrotado al papa» 44. «Por mi medio el Señor no sólo azotó al papa, a los obispos, a los monaste­ rios y universidades, y a todo aquel cuerpo de Behemoth, sino que casi lo expuso a la vergüenza pública en todo el orbe» 45. Frases como éstas no son baladronadas, aunque en ellas se trasluzca de­ masiada arrogancia, sino expresiones admirativas del vasto incendio religioso que él había provocado. Decía Erasmo que el grande éxito alcanzado, el favor que tantos personajes le dispensaban y el aplauso general del público pudo envanecer y hacer arrogante a Lutero, de cuya sinceridad él dudaba 46. ¿Sintió ante tantas ovaciones y victorias la tentación de la soberbia? ¿Fue efecto su conciencia de profeta de los éxitos felices que logró? ¿Hubiera teni­ do la misma seguridad y certeza de la verdad de su doctrina si su predicación primera no hubiese encontrado eco y aplausos en tantas partes ? Es verdad que él suele atribuir los propios triunfos a D ios, que le maneja y le lleva «como a un caballo ciego»; pero al fin y al cabo era hombre, y él d e­ cía que los hombres sienten diversas tentaciones según la edad: «los jóvenes y adolescentes son tentados de hermosas m uchachas...; a los treinta años viene la tentación del oro; a los cuarenta, la tentación de la gloria y del honor»47.

¿Hablaba por experiencia personal? Nótese que Martín Lutero cumplió los cuarenta años en 1523, cuando empezaban sus más resonantes triunfos. Contra Jorge de Sajonia

L a conciencia de ser un profeta, un hombre elegido por Dios para mani­ festar al mundo la divina palabra, le impulsó a hablar públicamente con el ma­ yor desprecio y grosería de todos cuantos le combatían; y con tanta arrogancia, que incluso a sus amigos les parecía irrespetuosa, especialmente cuando lanza­ ba insultos e invectivas contra las supremas autoridades 48. « W A 42,657. 44 Tischr. 3776 III 605. 45 W A 11,295. Prólogo de Adversus armatum virum Cochlaeum (1523). 46 «D e Lutheri animo multa sunt quae suadent ut dubitem... Est ardens ac vehemens ingenium Lutheri; agnoscas ubique Pelidae stomachum cedere nescii... Accedit huc tantus negotii successus, tantus favor, tantus applausus theatri, quantus vel modestissimum ingenium possit corrumpere» (carta a Melanthon, 18 de diciembre de 1524; A l l e n , Opus epistolarum V 598). 47 Tischr. 3190 III 215-16. 48 Y a hemos visto varios ejemplos, y tendremos ocasión de ver otros más. Incluso el austero reformador Adriano VI es tratado con desprecio (M eyster Adrián) y con injurias, llamándolo falso, mentiroso, ignorante del Evangelio; que mientras hace quemar en Bruselas a los verdaderos santos (luteranos) Juan y Enrique, pone en los altares a un ídolo y demonio, a un asesino, tan san­ to com o Anás y Caifás, santo del diablo. Se refiere a la canonización (31 mayo 1523) de San Bennón, obispo de Meissen (1066-1106), defensor del papa Gregorio VII en sus conflictos con el em­ perador Enrique IV (Widder den newen Abgott und cillten Teuffel, der zu Meyssen sol erheben werden [1524]: W A 15,183-98). Del emperador Carlos V habló generalmente con respeto. Decía que era taciturno, melancólico, aficionado a los placeres y poco constante en sus empresas; sobre todo, que no tenía comprensión para la causa luterana; pero sentía cierta admiración hacia él. «Es piadoso y tranquilo. Y o creo que no habla en un año tanto com o yo en un día» (Tischr. 1687 II 182). «Carolus est melancholicus et hom*o voluptuarius, nec heroicus vir. Non intellexit causam nostram... Multa incipit, pauca perficit... Ferdinandus est monachus... Et is non intelligit causam nostram» (Tischr. 5042 IV 631). «Habemus tantum Imperatorem, qui fortissimas duas

Contra Jorge de Sajorna

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A ningún príncipe trató tan ásperamente como a Jorge el Barbudo, que se firmaba «duque de Sajonia, landgrave de Turingia y margrave de Misnia». Era éste, sin duda, su mayor enemigo y aquel de quien más podía temer. Fue Jor­ ge el primero en prohibir en sus dominios, por decreto de 1522, la compra y venta del Nuevo Testamento traducido por Lutero; nadie más antiluterano y más activo que el duque en el Reichsregim ent; en su corte de Dresden halla­ ban protección y estímulo para escribir contra las nuevas doctrinas varones doctos como Eck, Wimpina, Emser, Alveld, Codeo, Francisco Arnoldi y otros. Sabedor de la campaña que el duque conducía contra él, decidió Lutero escribirle el 3 de enero de 1523 suplicándole que cesase en la persecución del evangelio. Carta breve, pero injuriosa, en que trataba al duque de furioso enemigo de la verdad cristiana, mentiroso y blasfemo, y le apellidaba— no por primera vez— «vejiga o ampolla de agua», ante la cual él no se amedrenta. El duque protestó por estas expresiones y por otras no menos duras contra las supremas autoridades del Imperio y de la Iglesia, escribiendo a su primo Juan de Sajonia reprimiese las intemperancias de su súbdito; y cuando Hans von der Planitz, en nombre del elector, amonestó suavemente a Lutero, éste se defendió diciendo que no había atacado al duque tan ásperamente como a otros y que demasiado tiempo había condescendido con tan furioso tirano. «Ya sé que mis escritos son mirados por algunos como si fuesen del demonio...; pero en nuestra época, contrariamente a lo que antes sucedía, también los más altos personajes son atacados... Y si a los tales les molesta mi manera libre y dura de escribir, que dejen ellos de embrollar mi doctrina y se cuiden de la suya. Ningún agravio les hago. Si en ello peco, no son ellos los que me tienen que perdonar, sino Dios» 49. Viendo que el elector de Sajonia no tomaba medidas eficaces, el duque Jorge, que a sus notables dotes de gobernante unía gran cultura, tomó la pluma y escribió Contra la amonestación de Lutero a los alemanes (Dresden I 53 1)» de cuya edición se encargó el párroco Francisco Arnoldi. Inmediatamente res­ pondió Lutero con otro panfleto: C ontra el asesino de Dresden 50, del que bas­ tará citar el padrenuestro, en forma de anatema, con que finaliza el escrito. Vea el cristiano si es la oración que nos enseñó Jesucristo:

«Yo quiero llevarlo al sepulcro entre rayos y truenos. Puesto que no puedo rezar, tengo que maldecir. Diré: Santificado sea tu nombre, pero añadiré: M al­ dito, condenado, deshonrado sea el nombre de los papistas y de todos cuantos blasfeman tu nombre. Diré: Venga tu reino, y añadiré: Maldito, condenado, destruido sea el papado con todos los reinos de la tierra, contrarios a tu reino. Diré: Hágase tu voluntad, y añadiré: Malditos, condenados, deshonrados y nationes Hispanicam et Germanicam convinxit. Dominus dat illi victorias» (Tischr. 6265 V 565). «Caesar per se esset bonus, sed Hispania esset tyrannica. Ideo multi homines dic*nt: Ich bin gut kaiserlisch, aber nicht gutt hispanisch» (Tischr. 4124 IV 151-52). Y hasta le dedicó unos dísticos latinos: «Caesar in indómitos ubi praelia suscipit hostes, invicto semper Marte redire solet. A t ubi sanctorum coetus disperdere tentet, victus, ut in coelum qui tulit arma, ruet»

(Tischr. 5676 V 317). « Briefw. III 27-28. 50 Wlder den Meuchler zu Dresden: W A 30,3 p.446-71.

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aniquilados sean todos los pensamientos y planes de los papistas y de cuantos maquinan contra tu voluntad y consejo. Verdaderamente, así rezo todos los días oralmente y con el corazón sin cesar, y conmigo todos cuantos creen en Cristo» 51. No es de maravillar que ésta fuese su oración, pues también en otras ocasiones había dicho que no podía orar sin maldecir; y aconsejaba alguna vez no orar por algunos enemigos, como Emser, o rezar contra él para que mueraasí decía el 26 de abril de 1524. Jerónimo Emser, secretario un tiempo del duque Jorge, murió en 1527, suponemos que no por efecto de las oraciones luteranas. Estas, en forma de maldición, cayeron en lo sucesivo contra su amo y señor, o sea, contra «el verdugo de Leipzig», «contra el asesino de Dresden», contra el príncipe bastardo, inicuo Amalee, payaso de la curia romana, perro rabioso, archifacineroso (erzbosew icht) , el más loco de los locos (M orótaton m orón), «mi más venenoso, amargo y orgulloso enemigo», perseguidor del Evan­ gelio, sanguinario ladrón y poseso de muchos demonios, etc. 52 Tales eran las lindezas que solía soltar el Dr. Martín, sin el menor respeto a la autoridad del adversario, fuese éste un papa, un rey de Inglaterra, un prín­ cipe alemán, un humanista, como Erasmo; un teólogo católico o un hereje anti­ luterano. D e Ignacio Doellinger son las palabras siguientes: «Lo que Lutero escribió contra los tres príncipes alemanes, el elector Alberto de Maguncia, el duque Enrique de Braunschweig y el duque Jorge de Sajonia, sobrepasa con mucho a todo cuanto en materia de panfletos calumniosos ha producido toda la moderna literatura»53. Sería inexacto afirmar que ello era fruto de la soberbia y del orgullo. Era su conciencia de profeta y apóstol del nuevo evangelio, que era preciso defen­ der, y era su condición de fraile alemán, que se expresaba en el vulgar grobianismo del ambiente popular en que se había educado. Mas no se puede negar que su lenguaje era el de los orgullosos, y que la afirmación constante de ser él, individualmente, el único posesor de la verdad, sin atender a las razones del adversario, si bien puede hacerse con humildad de corazón, corre mucho pe­ ligro de inficionarse de soberbia y altanería. Sobre la autoridad civil

A fin de justificar su desacato a las autoridades en materia religiosa y su actitud rebelde contra el edicto imperial de la Dieta de Worms, y al mismo tiempo persuadir a todos la sumisión absoluta al príncipe en cuestiones de orden público, escribió en 1522 un libro, terminado de imprimir en marzo del año siguiente, cuyo título es D e la autoridad temporal y hasta qué punto se le debe prestar obediencia 54. 51 W A 30,3 p.470. 52 Leemos también en las Charlas de sobremesa: «Martinus Lutherus serio affirmat non modo spiritualiter, sed etiam corporaliter ducem Georgium a diabolo obsessum esse» (Tischr. 5808 IV 362-63). 53 Die Reformation III 265. 54 Von welltlicher Uberkeyt, wie weyt manyhr gehorsam schuldig sey: W A 11,245-80. Fechado el día de «A ñ o nuevo», que empezaba el 25 de diciembre. En 1526 dirá: «Tres años hace, mucho antes de la revolución (de los campesinos), escribí el librito sobre la autoridad temporal, en el que yo, apoyándome en la Escritura, establecí y corroboré la autoridad de los príncipes y la obe­ diencia a ellos debida» (W A 19,278). El aprecio que del librito hacía Federico, en W A 30,2 p.107

Sobre la autoridad civil

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Federico el Sabio lo leyó con tanto placer, que lo mandó copiar y encua­ dernar para su uso personal. E l libro estaba dedicado al corregente Juan de Sajonia, y venía a ser la condenación de los «profetas» y «fanáticos», que sólo querían obedecer al Espíritu Santo. «Tiempo atrás— dice aludiendo al manifiesto A la nobleza germánica — escri­ b í un librito para los nobles de Germania, mostrándoles cuál es su oficio y su deber de cristianos; pero ante los ojos está cómo se han portado». Y a manera de protesta contra los príncipes católicos, que poco antes habían prohibido varios libros luteranos, particularmente su traducción del N uevo Testam ento, prosigue de este modo: «El D ios omnipotente ha vuelto locos a nuestros prín­ cipes..., tanto que han empezado a mandar a las gentes que arrojen ciertos libros y crean y observen lo que ellos prescriben, con lo cual osan sentarse en la silla de D ios y señorear las conciencias y la fe y dar lecciones ( zu r Schulen fu r e n j al Espíritu Santo según sus locos cerebros... T ales son hoy los prínci­ pes que rigen el Imperio en Alemania, y por eso van las cosas tan lindamente en todas partes, como estamos viendo. Puesto que la rabia de estos locos tien­ de a aniquilar la fe cristiana, a renegar de la palabra de Dios y a blasfemar de la majestad divina, no quiero ni puedo por más tiempo tener miramiento a mis inclementes señores e iracundos caballeros, y les atacaré al menos con pa­ labras. Y o, que no tuve miedo de su ídolo el papa, que pretendía quitarme el alma y el cielo, les haré ver ahora que no temo sus escamas de serpiente ni sus vejigas de aire, que amenazan quitarme el cuerpo y la tierra» 55. En la primera parte asienta las bases del poder civil, demostrando el poder absoluto de los príncipes en cuanto se refiere a la vida social y terrena de sus súbditos. L a autoridad y la espada temporal son— dice— de institución divina. «Si todos en el mundo fuesen buenos cristianos, es decir, creyentes sinceros, no sería necesario ni útil ningún príncipe, rey, señor; ni espada, ni derecho... Com o los hombres injustos no obran rectamente, es necesario el derecho, que los instruya, los obligue y los fuerce a obrar bien» 56.

Expone largamente las razones por qué también el creyente— que goza de la libertad cristiana— debe fidelísimamente obedecer a todas las leyes civiles, y explica las palabras de San Pablo: Todo hombre se someta a las autoridades superiores (Rom 13,1), y las de San Pedro: Estad sujetos a toda autoridad hu­ mana (1 Pe 2,13), ideas que desarrollará con mucha más fuerza en otros es­ critos. ¿Hasta dónde se extienden los poderes del príncipe? D e esto trata en la segunda parte. Si en el orden temporal y terreno hay que prestarle obediencia en todo, no así en lo concerniente a la religión, porque en esto no tiene poder alguno. «Por tanto, si un príncipe te manda estar con el papa o echar lejos de ti ciertos libros, tú le responderás: 'Lucifer no tiene derecho a sentarse al lado de Dios; a ti, mi señor, yo debo obediencia en cuanto al cuerpo y a mis bienes; mandad en los límites de vuestro poder en la tierra, y os obedeceré; pero, si me imponéis una creencia o arrojar los libros, no os obedeceré’» 57. Sobre las 55 W A 11,246-47. 56 Ibid., 250. 57 Ibid., 267. Pero a los disidentes sediciosos, llámense anabaptistas o papistas, puede el prín­ cipe castigar— dirá en otra ocasión—con pena de muerte (W A 31,1 p.184; CR 4,740). M tirtin

Lulero 2

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conciencias no tiene poder el príncipe. Este principio se opone diametralmen­ te al axioma cuius regio, eius et religio, axioma que, sin embargo, se estaba im­ poniendo en Sajonia con aprobación de Lutero. Pésima es la opinión que tiene Lutero de las personas de los príncipes. Véase cómo la manifiesta con audacia desatada y sin pelos en la lengua: «Es de saber que, desde el principio del mundo, un príncipe prudente es un ave rara, y todavía más rara es un príncipe piadoso. Son comúnmente los mayores locos y los peores bribones de la tierra; por eso se puede temer de ellos siempre lo peor o lo menos bueno, especialmente en las cosas de Dios y en las que conciernen a la salvación de las almas. Son sayones y verdugos a las órdenes de Dios; la ira divina los necesita para castigar a los malos y mantener la paz exterior... Place a la voluntad de Dios que llamemos ilustres señores a los que hacen de sayones suyos, nos postremos a sus pies y nos sometamos a ellos con toda humildad, con tal que no extiendan demasiado su oficio, pretendiendo ser pastores, siendo así que tan sólo son verdugos 58. No deben impedir los príncipes (católicos, se entiende) con medidas externas que las gentes sean seducidas por falsas doctrinas, ni oponerse a los herejes, porque eso compete a los obispos. Pero ya veremos cómo esto, por bien de paz, se lo concede después a los protestantes. Las teorías sobre la autoridad fueron para Lutero como una nariz, de cera, fácil de torcer a la derecha o a la izquierda, según las circunstancias. Cómo un príncipe debe ejercer su autoridad para ser buen cristiano, es el argumento que desarrolla en la tercera parte. ¿Pueden salvarse los hombres de guerra?

Tres años más adelante acentuó el poder absoluto e incluso tiránico de la autoridad civil, aprobándolo y echándole su bendición en un escrito de 1526 sobre una cuestión que le propuso el noble caballero Assa de Kram: S i los hombres de guerra pueden estar en gracia de D ios 59. Nunca es lícito— responde— alzarse en rebeldía contra un príncipe, el cual siempre ha de ser obedecido aunque sea injusto y cruel; la venganza hay que dejársela a Dios. El tiranicidio está reñido con el cristianismo. D es­ pués de explicar cómo el oficio del guerrero es lícito al cristiano, se pregunta: Pero ¿es lícito guerrear contra los príncipes? Nunca jamás, aunque sean in­ justos. Voz es de Dios: M ih i vindicta (Rom 12,19). El poder público injusto va contra los cuerpos, no contra las almas. ¿Y qué se ha de hacer si el prínci­ pe persigue al Evangelio? Huir a otro país. El tirano, por rabioso que sea y peor que un loco, tiene conciencia y razón, y puede convertirse o enmendar­ se. Por tanto, aunque sea traidor a sus compromisos con su pueblo, se le ha de obedecer. Ya se ve que éste es aquel Lutero que poco antes había lanzado al mundo su monstruoso parto Contra las bandas homicidas de los campesinos, de que se hablará en otro capítulo. También habrá que tratar más adelante (c.13) de la nueva doctrina que inventó después para justificar la sublevación y gue58 Ibid., 267-68. Dentro de pocos años hará del príncipe luterano un «obispo», o mejor, un papa en sus dominios. 59 Ob Kriegsleute auch ynn seligen Stande seyn kunden: W A 19,623-62.

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rra de los príncipes protestantes (y de sus súbditos) contra el emperador. Pero dejemos este campo de la política y de la guerra, para oírle hablar muy discretamente y con espíritu renacentista sobre las artes liberales y sobre los estudios humanísticos. Las escuelas y la educación de los jóvenes

M uy certeramente comprendió el Reformador que su obra reformadora no podría conservarse a la larga, por grandes y resonantes que fuesen sus triunfos exteriores, si dentro de sus comunidades evangélicas no se formaba y educaba una juventud que pudiese sustituir dignamente a los actuales pá­ rrocos y predicadores. No podía hacer lo que más adelante hizo Trento para los católicos: crear seminarios clericales; pero sí creó o fomentó la creación de escuelas. Destruidas las escuelas de los antiguos monasterios y convertidas las uni­ versidades en alcázares escolásticos adversos a los nuevos dogmas, toda la institución escolar de Alemania tenía que presentarse a los ojos de Lutero como ruinosa y despreciable. El humanismo antiescolástico se infiltraba poco a poco en las facultades de filosofía. El mismo Lutero joven lo había visto germinar en Erfurt y en Wittenberg, y había sentido sus influjos renovado­ res de la enseñanza. A l lado del Reformador actuaban algunos de sus más íntimos amigos, como Spalatino, Lang, J. Joñas y, sobre todo, el gran M elanthon, imbuidos de humanismo erasmiano. Estos debieron de impulsarle a tomar partido en favor de la educación de los jóvenes con métodos humanís­ ticos. Fácilmente se dejó convencer, porque vio en esa formación el mejor medio de combatir al vetusto y carcomido escolasticismo y de fomentar el estudio de la Biblia. Por otra parte, contemplaba entre sus seguidores el peligro de conten­ tarse con la traducción alemana de la Sagrada Escritura, pues ya habían sur­ gido antes de 1524 varios grupos enemigos de las letras y de las ciencias, tanto que Melanthon en 1523 tuvo que salir en defensa de la «elocuencia» clásica. Para reprimir aquel movimiento quiso Lutero, hombre de su tiempo, dar un grito de alarma ante la decadencia de los estudios y demostrar que el Evangelio solamente progresará si los jóvenes salen bien formados litera­ riamente. Así nació su amonestación A los consejeros de todas las ciudades de A lem a ­ nia sobre el deber de fundar y sostener escuelas cristianas, librito que vio la luz en febrero de 152460. Empieza declarando que habla en nombre de Dios. «Dios, que me ha dado la boca, me manda hablar... Con franqueza y consolación os digo y repito que, si me oís en esto, oís a Cristo, no a mí; y quien no me oye, des­ precia a Cristo... Estamos viendo hoy día en los países alemanes cómo se van arruinando las escuelas. Las universidades se enervan, los monasterios decrecen..., y nadie manda a sus hijos a estudiar, porque dicen: '¿Q ué van a aprender, si no han de ser curas, frailes o monjas?’»61 60 An die Radherrn aller Stedte deutsches Lands, dass sie christliche Schulen auffrichten und hallten sollen: W A 15,27-57. Cf. O. A l b r e c h t , Studíen zu Luthers Schrift «.An die Rathsherren aller Stadte...»: TSK 70 (1897) 687-777. 01 W A 15,27-28.

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A rgu ye a sus compatriotas de que nada aportan en favor de las escuelas, mientras que no dejan de contribuir a remediar los males de las guerras, los turcos, las inundaciones. «Queridos señores: si tanto dinero gastamos en fusiles, caminos, puentes, diques y otras innumerables cosas para conservar la paz y las casas de una ciudad, ¿por qué no gastar tanto o más en favor de la pobre juventud, a fin de que cada muchacho pueda tener uno o dos maes­ tros hábiles? T o d o ciudadano debería moverse a ello. Hasta ahora ha derro­ chado tantos bienes y dineros en indulgencias, misas, vigilias, fundaciones, testamentos, aniversarios de difuntos, frailes mendicantes, cofradías, peregri­ naciones y cosas semejantes, y ahora que por la gracia de D ios está libre de tales robos y tributos, ¿no querrá agradecer a Dios, dando una parte para las escuelas, donde se eduquen los pobres niños ?»62 «Dios todopoderoso nos ha visitado con su gracia recientemente, iniciando una verdadera edad de oro ( ein recht gülden Jar) ; ahora tenemos los más excelentes y doctos jóvenes y hombres maduros adornados de todas las artes e idiomas, los cuales podrían prestar gran utilidad empleando sus conoci­ mientos en la instrucción de la juventud.

¿No es evidente que hoy en tres

años se puede enseñar a un joven tanto, que a los quince o dieciocho años de edad sepa más que cuanto hasta ahora enseñaban todas las universidades y monasterios ?» 63 En cuanto a esos establecimientos antiguos de enseñanza, «es mi opinión, y mi demanda, y mi deseo que esos establos de jumentos y escuelas del dem o­ nio (E sel S telle und Teuffels S chu len ), o se hundan en el abismo, o se trans­ formen en escuelas (se entiende, luteranas)... Y o pienso que nunca como ahora Alem ania ha oído tanto de la palabra de Dios» 64. Si no lo agradecemos— les dice— , caeremos en tinieblas más horrendas que las antiguas. Aprovechemos la ocasión, porque la gracia y palabra de D ios es como una lluvia pasajera, que se va y no vuelve. N o todo hay que dejar a los padres. L a autoridad y los magistrados de las ciudades tienen que cuidar de ello. «Dirás: ¿Qué utilidad nos reporta el aprender latín, griego y hebreo y las artes liberales ? ¿No nos basta para la salvación aprender la Biblia y la palabra de D ios en alemán? Respondo: Desgraciadamente, sé m uy bien que nosotros los alemanes hemos de ser y permanecer siempre bestias y animales furiosos, como nos llaman los de los países circunvecinos, y bien que lo merecemos... E n verdad, aunque los idiomas no tuvieran otra utilidad, debería animarnos y estimularnos a aprenderlos el hecho de ser un noble y exquisito don divino, con el que a nosotros, alemanes, nos bendice Dios hoy día más abundante­ mente que a los demás pueblos» 65. «Dios nos dejó escrita la Biblia solamente en dos lenguas: el A n tigu o T e s ­ tamento en hebreo, el N uevo en griego... Las lenguas son la vaina en que se « Ibid., 30. « Ibid., 31. 64 Ibid., 31-32. Y para mostrarles la obligación gravísima de la educación añade: «Cuando yo era joven, corría en las escuelas este adagio: Non minus est negligere scholarem, quam corrumpere virginem» (ibid., 33). 65 Ibid., 36.

Las escuelas y la educación de los jóvenes

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mete este puñal del espíritu; son el escriño que porta esta joya; son la copa que contiene este vino; son la estancia en que se guarda este manjar» 66. «Prueba y demuestra la experiencia que poco después de los tiempos apostólicos, cuando las lenguas se olvidaron, empezó a decaer más y más el Evangelio y la fe y toda la cristiandad; hasta que todo se hundió bajo el papa­ do» 67. «Por eso es una empresa descabellada el querer aprender la Escritura por los comentarios de los Padres y por medio de muchos libros y glosas» 68. Y , recordando los años de su juventud, que en realidad no fueron tan oscu­ ros como él aquí los pinta, escribe: «Ya nuestras escuelas no son el infierno y purgatorio en que nosotros fuimos martirizados con los Casualibus y Temporalibus, y en donde no aprendimos sino bagatelas con tantos azotes, miedos, angustias y lamentos... Si yo tuviera hijos (todavía no estaba casado) y pudie­ ra hacerlo, les enseñaría no sólo las lenguas y las historias, sino también el canto y la música y todas las matemáticas» 69. Crear escuelas, sí, pero con métodos nuevos. «No es mi intención que se instituyan escuelas iguales a las antiguas, en las que un muchacho estudiaba veinte y treinta años el Donato y el Alejandro

( de V illa D e i) , y no aprendía nada» 70. Por fin, aconseja que se funden «buenas librerías» o bibliotecas comunales, especialmente en las grandes ciudades, a ejemplo de lo que hicieron en la Edad M edia los monasterios y las colegiatas; pero en ellas no deben figurar los libros monacales, inútiles y perjudiciales, como el Catholicon (diccionario latino de J. Balbi de Génova), ni el Florista (poema gramatical de Ludolfo de Luchow ), ni el Graecista (gramática en verso de Everardo de Bethune), ni el Labyrinthus (poema D e miseriis rectorum scholarum, del mismo Everardo), ni el Dormi secure (sermonario de Juan de W erden, para predicadores). N ada de sentenciarios teológicos, ni de cuestiones filosóficas, ni de sermones de frailes. T o d o eso no es más que «excremento de asnos, y de monjes, y de sofistas». N i siquiera las obras de Aristóteles, «larvas del demonio». L os libros que allí habrá serán: ante todo, la Sagrada Escritura en latín, griego, hebreo y en alemán, con los mejores expositores del texto; libros de idiomas antiguos, como los poetas y oradores griegos y latinos, pues enseñan la gramática; libros de las artes liberales; finalmente, también de derecho y medicina. D a la pre­ ferencia a los de historia, que entre los alemanes escasean. «Por eso, nada se conoce en otros países de nuestra historia alemana; en todo el mundo no se habla sino de los bestias alemanes, que no saben más que guerrear, zampar y trincar» 71. T an to le satisfizo este librito al gran humanista y pedagogo de Alemania Felipe Melanthon, que lo tradujo al latín para su mayor difusión. 66 Ibid., 37-38. 67 Ibid., 38. 68 Ibid., 41. 69 Ibid., 46. 70 Ibid., 46. 71 «Darumb man auch von uns Deutschen Bestien heyssen, die nichts mehr künden denn kriegen und fressen und sauñen» (ibid., 52). Con semejante expresión, pero todavía más fuerte, censuró a sus queridos compatriotas en 1526: «W ir Deudschen sind Deudschen und bleiben Deudschen. Das ist Sew und unverniifftige Bestien» (W A 19,631).

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C.4-

Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. Himnografía

El himnógrafo

Nos queda por tocar, siquiera brevemente, la labor realizada por Martín Lutero con el más dulce, encantador y pacífico instrumento de conquista: la poesía y la música religiosa; instrumento que supo manejar con auténtica ins­ piración y con arte sencillísima, arrastrando a las gentes tras de sí, como Orfeo arrastraba con el son de su lira mágica las rocas y las selvas de Tracia. Hemos visto cómo el martirio de los dos agustinos del convento de Amberes, perteneciente a la Congregación alemana, arrancó de la pluma y del co­ razón del Reformador su primer himno, semejante a una balada religiosa, que alcanzó gran popularidad. Desde sus más tiernos años, Martín amó siempre la música, tanto la vocal como la instrumental72. Cantaba dulcemente, cuando era niño, en la parroquia de Mansfeld; tocaba el laúd cuando era estudiante en Erfurt; se ejercitó siendo fraile en el canto gregoriano; placíale en sus años maduros unir su voz al coro de sus comensa­ les cuando éstos entonaban algún cantar en tanto que «la doctora Catalina» recogía los platos o alzaba los manteles. Y continuamente en sus escritos y conversaciones magnificaba las excelencias de la música. Los himnos litúr­ gicos, que tan maravillosamente proliferaron en la Edad Media, eran su deli­ cia, particularmente el inspiradísimo y profundamente sentido Veni, Sánete Spiritus, «que parece compuesto por el mismo Espíritu Santo», según él dice 73, y el R ex Christe, factor omnium, o el Surrexit Christus, secuencia de Pascua, o los cánticos de Navidad. Y , alternando con los propiamente litúrgicos, gozaba en oír y en cantar los variadísimos cantos populares alemanes que las gentes canturreaban por doquier, y que los tipógrafos recogían a veces, juntamente con los religiosos, en los cancioneros (Gesangbücher, Liedersammlungen) , tan frecuentes en la Alemania de entonces 74.

Mérito de Lutero fue el introducir en su liturgia los cánticos religiosos alemanes, pues hasta entonces, dentro de la iglesia, sólo se cantaban en latín. Verdad es que en esto se le adelantó Tomás Münzer, introduciendo en su ordenamiento litúrgico de Alstedt (1523) diez himnos en idioma alemán; y mucho antes en la lengua checa, Juan Hus y sus secuaces de Bohemia; pero fue el antiguo fraile agustino, ahora «eclesiastés y evangelista de Wittenberg», quien intentó hacer para su Iglesia algo semejante a lo que en el siglo iv había hecho para la de Milán el gran San Ambrosio. Los primeros himnos de Lutero que vieron la luz pública fueron cuatro, 72 «Musicam semper amavi» (Tischr. 6248 V 557). Los versos que compuso en alabanza de Frau Música, y que sirven de prólogo o introducción a un himno o poema de J. Walter (1538), se transcriben al fin de este capítulo. 73 Tischr. 4627 IV 409. Su autor más probable parece Esteban Langton ( f 1228). Lutero lo imitó en uno de sus himnos. Cierto día, sus comensales se pusieron a cantar en la mesa el motete Haec dicit Dominus a seis voces, del músico de corte Conrado Rupf, y el Dr. Martín, lleno de admiración, exclamó: «Egregio motete, que comprende la ley y el Evangelio, la muerte y la vida» (Tischr. 4316 IV 215). 7* «Spatio quinquaginta annorum, ab anno 1470 ad annum 1520, fere centum compilationes canticorum piorum editae sunt in Germania in língua vulgari» ( F . C a l l a e y , Praelectiones hist. eccl. aetatis mediae et modernae [Roma 1950] 276). En una charla de sobremesa aludió Lutero a las canciones profanas y a las espirituales, «et recitabat aliquas germánicas cantilenas», com o la profana que empieza: «Den Thurnier von den W ollen» (Tischr. 5603 V 274).

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que aparecieron, juntamente con tres de P. Speratus y uno de autor ignoto, en una breve «colección de ocho himnos» ( A cht-Liederbuch, Wittenberg 1524), acompañados de sus correspondientes melodías. Cuidó de la edición Antonio Musa. No mucho después, dentro del mismo año, una tipografía de Erfurt estampó un Enchiridion oder eyn Handbuchlein de cánticos espirituales y de salmos, que contenía 25 himnos religiosos (18 de Lutero). D e mayor importancia fue el cancionero o «himnario religioso» ( Geistliches Gesangbüch­ lein) que se publicó en W ittenberg a fines de 1524 75. Suele conocerse como Cancionero de Juan W alter, porque la música que llevan dichos himnos le pertenece al afamado compositor de la corte de Sajonia, en Torgau, Juan Walter. Son 32 himnos religiosos alemanes, 24 de los cuales versificados por el teólogo de Wittenberg. Esta colección de himnos fue enriqueciéndose más en ediciones sucesivas de 1525, 1529, 1533. 1 5 3 5 . 1 5 3 9 , 1540, 1542 y i 5 4 S 76¿Cuántos son los himnos alemanes compuestos por Lutero? La edición crítica de Weimar recoge 38 (incluyendo el más artístico de todos, Frau M úsica, que se estampó en 1538 al frente de un poema de J. Walter, y el tetrástrofo exequial Begräbnislieder, de 1542). Estos dos publicados en vida del autor; pero se han de añadir otros de carácter circunstancial, que nos han transmitido sus amigos y discípulos. El tomo VIII de Luthers W erke fü r das christliche H aus (Braunschweig 1892) le asigna un total de 55 (de las cuatro estrofas exequiales hace cuatro himnos). Hubo quien ya a fines del siglo xvi llegó a atribuirle 137 Lieder, con música y todo. N o hay que repetir tales exa­ geraciones. E n cuanto a la música, los críticos más benévolos le atribuyen hoy la melodía de tres himnos: W ir glauben all an einen G ott (Todos creemos en un solo Dios), Jesaia dem, Propheten geschah (A l profeta Isaías le sucedió), E in feste Burg ist unser G ott (Firme baluarte es nuestro Dios). Otros historiadores más severos opinan que aun en estos tres casos no hizo sino adaptar antiguas melodías a las nuevas letras.

W . Lucke, en la edición crítica de los 36 himnos de Lutero, escribe: «Nadie puede con entera certeza afirmar que Lutero haya compuesto la melo­ día de sus himnos. La labor y el mérito principal de Lutero consistió en la selección y adaptación de antiguas melodías, tomándolas del tesoro himnológico gregoriano y de las canciones populares así piadosas como profanas» 77. Con su instinto musical y poético señaló el camino que debían seguir los fu ­ turos himnólogos. En lo concerniente al texto poético, Lutero se inspiró principalmente en los Salmos, cuyo alto valor religioso había aprendido a saborear desde que

en 1513 empezó sus lecciones sobre el Salterio, y en otros himnos litúrgicos 75 Contenía además cinco himnos en latín. Autores de las canciones germánicas (de la letra, porque la melodía era de Walter) eran Lutero, Speratus, J. Jonas y Elisabeth Cruciger ( t 1535)! 76 Véase la descripción de las ediciones en W A 35,314-66. 77 W A 35,85, Introducción de W . Lucke. De la parte musical cuidó Hans J. Moser; pero Lucke hace esta observación: «Die Frage lag ja ohnehin nahe, ob die Melodien überhaupt in unsre Angabe gehörten, denn in den allermeisten Fällen bleibt Luthers Anteil an ihnen doch sehr hypothetisch» (ibid., 2). Sobre la formación musical de Lutero en el convento y su posterior in­ fluencia en la liturgia musical, F. G e b h a r d t , Die musikalischen Grundlagen zu Luthers Deutsche M esse: LJ 10 (1928) 56-169, con amplia bibliografía.

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C.4■ Triunfos luteranos. Frente a los príncipes. Himno grafía

o paralitúrgicos. Siempre creyó que el cantar era propio de los buenos cris­ tianos, como aconsejaba San Pablo a los colosenses (3,16), y que todos de­ bían con jubiloso corazón cantar la propia fe, la misericordia y el poder de Dios. En la Sagrada Escritura y en la himnología eclesiástica medieval en­ contraba los más bellos ejemplos de estas efusiones líricas. En su Formula M issae de 1523 todavía admite que se canten algunos himnos latinos alter­ nando con cánticos alemanes; pero cuando en 1525 ordenó que se germani­ zase totalmente la liturgia, fue preciso traducir las antiguas secuencias, antí­ fonas y otros cantos eclesiásticos, adaptándolos a vetustas o modernas me­ lodías. Entonces deseó ser poeta para componer canciones y salmos en su lengua patria; mas, a pesar de dominar el idioma como nadie y estar dotado de rica afectividad y brillante fantasía, se juzgó a sí mismo inhábil para la tarea versificatoria y sin alas para el vuelo poético. «Hemos decidido— le escribe a Spalatino a fines de 1523— componer para el vulgo, a ejemplo de los profetas y de los antiguos Padres de la Iglesia, salmos vernáculos, o sea, cantilenas espirituales, a fin de que la palabra de Dios, por medio del canto, permanezca entre los pueblos. Buscamos, pues, en todas partes poetas. Y puesto que tú posees la lengua germánica con riqueza y elegancia y la has ejercitado con largo uso, te ruego que colabores con nosotros e intentes poner en verso algún salmo, conforme al ejemplo mío que aquí te remito. Quisiera que no emplea­ ses palabritas cortesanas y nuevas, sino las más conocidas y sencillas para las entendederas del vulgo, pero limpias y aptas para el canto... Yo no tengo tanta gracia, como quisiera, para hacerlo, pero lo intentaré» 78. E l acierto de su ensayo no pudo ser más feliz. Lutero, que con la traduc­ ción de la Biblia mereció el título de forjador de la moderna lengua alemana, con su elaboración germánica de algunos salmos y con otros himnos espiritua­ les se convirtió en el padre de la himnología religiosa protestante, que tanto había de florecer posteriormente siguiendo la pauta luterana. Poesía confesional

Podemos clasificar todos los himnos luteranos en cuatro grupos: a ) pará­ frasis de algunos salmos o de breves pasajes bíblicos; b) arreglos o acomodas ciones de cantos litúrgicos, secuencias, etc.; c ) reelaboraciones de antiguocantos populares, extralitúrgicos; d ) himnos de invención propia y original.

En el primer grupo hay que poner: E s spricht der Unweisen wohl (Dixit insipiens in corde suo), A u s tiefer N o t schrei ich zu dir (De profundis clamavi ad Te, Domine), W ä r G o tt nicht mit uns diese Z e it (Nisi quia Dominus erat in nobis) y otros muchos. En el segundo: N un komm, der Heiden H eiland (Veni, Redemptor gentium), Komm, Heiliger Geist, Herre G ott (Veni, Sancte Spiritus), Komm, G ott Schöpfer, Heiliger G eist (Veni, Creator Spiritus), Jesus Christus, unser H eiland (Iesus Christus, nostra salus), etc. A los cantos reli­ giosos extralitúrgicos pertenece la implorante súplica al Señor, en medio de los peligros de esta vida, M itten wir im Leben sind, para cuya composición 78 «Consilium est, exemplo prophetarum et priorum patrum Ecclesiae, psalmos vernáculos condere pro vulgo, id est, spirituales cantilenas... Quaerimus itaque undique poetas... Ego non habeo tantum gratiae, ut tale quid possem, quale vellem. Itaque tentabo» (Brief w. III 220).

« Ein feste burg ist unser G ott »

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tuvo Lutero en la memoria la que algunos atribuyen, sin fundamento, a N ot­ ker Balbulus (t 912): M ed ia vita in morte sumus, o una traducción alemana del siglo xv: M itte l unsers Leben Z eit. También su conocido himno pascual C hrist lag in Todes Banden es un arreglo del C hrist ist erstanden, popularisimo desde el siglo xm . Finalmente, en el grupo de los cánticos más originales podemos destacar el que empieza: «Alegraos, amados cristianos» (N u n frew t euch lieben Christen gmein — Und last uns fro lich springen) , el canto poético más típicamente luterano por sus ideas y sentimientos. Es una exhortación a que los cristianos se alegren y canten en común el dulce y milagroso beneficio de Dios ( W as G ott an uns gewendet hat -— • Und seine süsse W undertat) , que nos ha redimido a costa de la sangre de su Hijo, librándonos del infierno y de la esclavitud del diablo a nosotros que vivíamos angustiados y en desesperación, porque nues­ tras buenas obras nada valen, no son sino corrupción, y la voluntad, opuesta al juicio de Dios, está muerta para el bien. Como poesía vale más el villancico navideño, rebosante de ternura, que principia así: Vorn Himmel hoch da komm ich her («Vengo del alto cielo trayéndoos una hermosa y buena nueva»). Es un ángel que canta «al niñito tierno y lindo» (E in Kindelein zo za rt und fe in ) nacido de una virgen: «hermoso niñito, en un pesebrito, amado Jesusito» (In dem K rip p elin ... das schöne K in d elin ... das liebe Jesulin). Sorprende un poco este florecer de ingenuas margaritillas entre la lava volcánica de otros escritos luteranos; pero es que, según él mismo dijo de su estilo, «bajo la áspera corteza se esconde una pulpa suave y dulce». Es verdad: bajo la palabra fuerte y violenta late un corazón tierno, y no hay que olvidar que el aire popular de los cantos natalicios influyó, inevi­ tablemente, en esta «nana» ( Susaninne) , por ventura mientras, al lado de Catalina de Bora, arrullaba a sus hijitos en la cuna 79. «Ein feste bürg ist unser Gott»

Pero la canción que se ha hecho más célebre en el mundo protestante es una que puede incluirse en el primer grupo, porque está inspirada en el salmo 45 (D eus noster refugium et virtu s). Nos referimos a la que empieza: «Firme baluarte es nuestro Dios». Para W . Lücke, «es el canto de la Reforma por antonomasia..., que ha entrado en la conciencia del pueblo, afirmándose así durante siglos» 80. No es una canción sentimental, como no lo son, generalmente, las de L u ­ tero, aunque sí ardiente, confiada y heroica. Alguien la ha definido como la «Dragonenmarch» de Dios nuestro Señor, como una «marcha guerrera» y como «la M arsellesa de la Reforma». Dícese que la cantaron los soldados de Gustavo Adolfo en la batalla de Breitenfeld, en 1630; y todavía la entonan el 31 de octubre de cada año en la ancha gradería de la catedral de Erfurt millares de voces infantiles. Su autor la hizo imprimir por primera vez en 1529; debió de componerla a principios de 1528, cuando la peste desaparecía de W itten­ berg y Lutero acababa de superar el ataque de una gravísima enfermedad, 79 W A 35,459-61, impresa por primera vez en 1535. Lutero compuso otras cuatro canciones navideñas. so A su estudio dedica 45 páginas en W A 35,185-229.

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Triunfos luteranos. Frente a los principes. Himnografia

cuando los sacraméntanos impugnaban su doctrina y toda Alem ania temblaba bajo la sombra de la cimitarra turca. Es, pues, un himno de súplica y de es­ peranza en Dios. Hemos procurado traducirlo con exactitud, conservando en lo posible la forma de la estrofa y un poco del ritmo. Es como sigue: F irm e baluarte es nuestro D ios, buen escudo y espada. E l nos socorre en los aprietos q ue h oy día nos alcanzan. N uestro antiguo enem igo seriamente se afana. L a astucia y el poder son su terrible arnés. N o h ay en la tierra nadie com o El. C o n nuestras fuerzas, que de nada sirven, pronto estaríamos perdidos; m as por nosotros lucha el Justo, el escogido por D io s m ismo. Preguntas tú: ¿Q uién es ? Se llama Jesucristo. Señor de la m ilicia celestial. N o hay otro D ios. Y triunfará en toda batalla campal. Si el m undo hierve d e demonios que engullim os desean, no les tenem os miedo, nuestra victoria es cierta. E l príncipe del m undo, por más que se enfurezca, no nos podrá afligir. Si lo intenta, ju zgad o está; en la lid una sola palabra lo ha de hundir. A la palabra santa el enem igo respetará, m al de su grado. C risto, con el E spíritu y sus dones, com bate a nuestro lado. Q u e nos quiten la vida, la honra, lo más caro, los hijos, la mujer. ¿Q ué ganancia con ello han de obtener? E l im perio inmortal nuestro ha de ser 81.

M artín Lutero no pretendió con sus himnos hacer obra artística ni ganar fama de poeta. A unque sinceros y rebosantes de sentimiento, carecen de li­ rismo subjetivista. Son todos de carácter confesional, de afirmación y de fe. M ás que de un corazón efusivo, brotan de un alma que cree y goza en procla­ mar sus creencias religiosas y dogmáticas; de ahí su carácter conciso, austero, lapidario, aunque siempre armonioso. Los compuso para satisfacer a las 81 W A 35,455-57. Para que el lector se forme idea precisa de la forma estrófica y del verso, transcribo la primera estrofa: «Ein feste Burg ist unser Gott, ein gute Wehr und Waffen, Er hilfft uns frey aus aller Not, die uns jetz hat betroffen. Der alt bose Feind mit Ernst ers jetz meint; gros Macht und viel List sein grausam Rüstung ist; a uff Erd ist nicht sein gleichen».

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necesidades prácticas de su liturgia, y también— no lo olvidemos— para em­ plearlos como arma de combate e instrumento de propaganda. El mismo lo confiesa en el prólogo del himnario de Walter (1524). «Hemos recogido— escribe— estos himnos religiosos con el fin de pro­ mover y dar vuelo al santo evangelio que recientemente, por la gracia de Dios, ha alboreado» 82. Y en otro prólogo de 1545: «Quiera Dios que esta colección, graciosamente impresa por Valentín B apst, sea para mayor daño y ruina del papa (P a p st) romano, que en todo el mundo no hace sino organizar aullidos, ayes y lamen­ tos con sus condenadas, intolerables y malditas leyes. Amén» 83. Florecimiento de la himnografía luterana

Lutero tuvo la suerte de hallar poetas y músicos que se apoderasen per­ fectamente de su intuición poético-musical y litúrgica y rivalizasen con él en la composición de himnos que debía cantar en la iglesia el pueblo cristiano. Hemos hecho mención de algunos de sus más íntimos colaboradores. Añada­ mos los nombres de A . Blaurer (1492-1564), J. Zwick (1496-1542), Erasmo Alber (1500-53), P. Eber (1511-69), F. Nicolai (1556-1608). La segunda mitad del siglo x vi acusa cierto cansancio o estancamiento de la vena poética reli­ giosa, que empieza a teñirse de barroquismo, perdiendo su primitiva frescura; pero el angustioso y desgarrador estremecimiento de la guerra de los Treinta Años sacude la fibra poético-musical de muchos alemanes, que vuelven a en­ contrar el acento viril, salmòdico, anheloso, confesional y suplicante de la lírica luterana. Surgen entonces cantores como M . Altemburg (1584-1640), J. M . Meyfart (1590-1642), J. Heermann (1585-1647), M . Rinkart (1585-1649), P. Fleming (1609-40) y A . Gryphius (1616-64). En la época del pietismo, el cántico religioso adquiere una intimidad devota, casi mística, teñida de cierta dulzonería blandamente sentimental, de la que no se salvan ni siquiera las altísimas figuras de Paul Gerhardt (1607-76) y Angelus Silesius (1624-77), que en 1653 se convirtió al catolicismo 84. Así, mientras en otros países dominados por el calvinismo la liturgia se mantenía adherida al canto de los Salmos en traducción vernácula, en Alem a­ nia la liturgia luterana se enriquecía continuamente con originales composi^ ciones himnódicas, que ajustaban su estilo poético al de la literatura reinante en cada época. El arbolillo lírico-religioso plantado por Lutero se transformó, andando los tiempos, en una inmensa selva que elevaba al cielo plegarias y armonías cuando el viento del espíritu sacudía sus ramas. E n loor de la música

Para completar este capítulo, digamos que, si Lutero amó siempre entraña­ blemente la música, lo que buscaba en ella no era tanto el placer sensorial, ni siquiera su valor puramente estético, cuanto su virtud catártica y terapéutica «2 W A 35,474-75. « W A 35,477. 84 Ph. W a c k e r n a g e l , Das deutsche Kirchenlied von der altesten Zeit bis zur Anfang des X VII Jahrhunderts (Leipzig 1864-77) 5 vols.; P. G a b r ie l , Das deutsche evangelische Kirchenlied von M . Luther bis zum Gegenwart (Leipzig 1956).

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del alma, el alivio del ánimo, la disipación de las melancolías, la elevación del hombre hacia Dios. Por eso repetía que la música es la más alta de las artes y la más próxima a la teología 8S. Y , por lo mismo, deseaba que se emplease en la sagrada liturgia. Merece transcribirse aquí la carta que a principios de octubre de 1530 escribió desde la soledad de Coburgo al conocido músico Luis Senfl, maes­ tro de capilla de los duques de Baviera. Dice así: «Gracia y paz en Cristo. Aunque mi nombre es tan detestado que me temo, Ludovico mío, no puedas recibir sin peligro ni leer estas letras, pero el amor de la música con que mi Dios te ha dotado y adornado vence mis temores. Ese amor me da esperanza de que mi carta no te ocasionará ningún peligro. Porque ¿quién, aunque sea un turco, será vituperado porque ama al arte y alaba al artista? Y o ciertamente alabo mucho y venero, más que a otros, a tus duques de Baviera, aunque me son poco propicios, por la protección y honor que dispensan a la música. Pues no hay duda que en los ánimos aficio­ nados a la música germinan muchas virtudes, mientras que los que no tienen tal afición me parecen semejantes a tarugos o bodoques. Sabemos que la mú­ sica es odiosa e intolerable a los demonios. Y no tengo reparo en afirmar que, después de la teología, no hay nada comparable a la música; sólo ella, después de la teología, produce lo que de otra manera sería exclusivo de la teología, a saber, la paz y la quietud del ánimo, claro argumento de que el demonio, autor de las tristes preocupaciones, de las turbaciones e inquietudes, huye a la voz de la música casi igual que a la voz de la teología. De ahí que los profetas de ningún arte usaron como de la música, poniendo su teología no en formas geométricas, aritméticas ni astronómicas, sino musicales, teniendo a la teolo­ gía y a la música por hermanas ( coniunctissimas) y anunciando la verdad por medio de salmos y cánticos. Pero ¿a qué me empeño en alabar a la música, pintándola, o, mejor, embadurnándola, en este trocito de papel? Es que bulle y se desborda mi afecto hacia ella, que tantas veces me refrigeró y me alivió de grandes pesares. »Ahora me dirijo a ti, suplicándote que, si tienes algún ejemplar de aquel cántico In pace in id ipsum, me lo transcribas y envíes. Pues su melodía ( tenor) me encantó desde la juventud, y mucho más ahora que entiendo la letra. No he visto esa antífona compuesta para muchas voces. No es mi voluntad imponerte el trabajo de la composición, sino que presumo que tú ya la tendrás compuesta. Espero que el fin de mi vida es inminente. El mundo me odia y no puede tolerarme; yo también tengo fastidio del mundo y lo detesto. Que el Pastor óptimo y fiel se lleve mi alma. Por eso empecé ya a tararear esta antífo­ na y la deseo oír armonizada. Pero, si no la tienes compuesta o no la conoces, te la envío aquí con sus notas, y después de mi muerte, si quieres, podrás armonizarla. Que el Señor Jesús sea contigo eternamente. Amén. Perdona mi audacia y mi verbosidad. Salúdame respetuosamente a todo el coro mu­ sical. Desde Coburgo, el 4 de octubre de 1530.— Martín Lutero» 86. 85 «Quam utilis ars sit Música» (Tischr. 1515 I 120). «Canere óptima ars est... ñeque curiosi sunt ñeque tristes cantores» (Tischr. 2362 II 434). «Música est insigne Dei donum et theologiae proximum» (Tischr. 3815 III 636). Lutero estimaba mucho los motetes del insigne músico neer­ landés Josquin des Prez ( t 1521), los del belga Pierre de la Rué ( t 1518) y los del suizo Luis Senfl ( t 1543). 86 Briefw. V 639.

En loor de la música

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O tro bellísimo panegírico de la música lo escribió Lutero en versos. Es una de las más auténticas y puras poesías que salieron de su pluma. Perso­ nificando a la música en una matrona (F ra u M ú sica ) , le hace hablar o cantar, magnificando los saludables efectos de la canción y de la armonía instrumental, para concluir en una especie de «Cántico de primavera» con la alabanza del ruiseñor. E n la siguiente traducción se ha mirado principalmente a la exac­ titud literal. D o ñ a M ú s ic a (h a b la )

D e todas las delicias de esta vida, ninguna más sabrosa y escogida q u e la que brindo yo con los acentos de m i vo z y los dulces instrumentos. C u an d o un coro de jóvenes entona su canto, el mal hum or nos abandona. H u y e la envidia, e l odio, la aversión, cualquier pena que aflija al corazón. L a codicia, el cuidado, la aspereza, se alejan, y con ellas la tristeza. N ad ie, cautivo del engaño, crea que este placer pecam inoso sea, porque ningún solaz agrada tanto a D io s com o la m úsica y el canto. E ste le corta al tentador las alas y obstaculiza las acciones malas, com o se vio en D a vid , que con su lira, m oderando del rey Saúl la ira, logró más de una v e z que el insensato no perpetrase aleve asesinato. E l hombre por la m úsica se inclina a la palabra, a la verdad divina. A l son del arpa vin o el aleteo del espíritu al alm a de Elíseo. E s m i estación m ejor m ayo y abril, cuando van pajarillos m il y m il llenando el cielo, el aire y los caminos con la dulce alegría de sus trinos. Sobresale entre todos la garganta del ruiseñor, que al universo encanta con la preciosidad d e su canción. D ém osle gracias por tan dulce don. Gracias, más bien, a D ios, que lo ha creado y de voz tan hermosa lo ha dotado para que siempre sea cantor diestro y de m úsica auténtico maestro. E l canta día y noche y brinca y danza, sin cansarse, de D io s en la alabanza T a m b ié n yo canto, al son de m i laúd, gloria al Señor y eterna gratitud 87.

Nadie, que yo sepa, ha advertido todavía que en estos versos, que brota­ ron con suma espontaneidad y frescura del alma lírica de M artín Lutero, resuenan claramente reminiscencias conceptuales y literarias de un escritor místico, teólogo afectivo y filósofo nominalista, que el monje de W ittenberg 87 El texto alemán empieza así: «Fur alien Freuden auff Erden kan niemand keine feiner werden, den die ich geb mií meim singen und mit manchcm süsscn klingen», etc.( 20 pareados ;W A 35,483

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Triunfos luteranos. Frente a los principes. Flimnografta

había leído con avidez en sus años juveniles, cuando tenía la conciencia terri­ blemente angustiada por las tentaciones. M e refiero al Doctor Consolatorio, Juan Gerson, que también era poeta y ensalzó a la música con sentimientos muy parecidos 88. 88 N o pretendemos hacer aquí un estudio comparativo. Baste citar unos versos gersonianos de su Carmen de laude musicae. Comienza, com o Lutero, con una ponderación de la música, superior a cualquier alabanza; afirma, com o Lutero, que la música aleja del alma los cuidados y calma las pasiones, y prosigue citando los mismos ejemplos del iracundo rey Saúl, del citarista David y del espíritu profètico de Eliseo. Alude luego a las aves (los pajarillos, Vógelein de Lutero), y al fin tiene un recuerdo para San Agustín, que, indudablemente, leería gustoso el monje agus­ tino de Wittenberg. El Carmen consta de 49 dísticos. He aquí algunos: «Musica, divini nova pulsu quae fit amoris, extolli nulla laude satis poterit. Cor recreat, curas abigit, fastidia mulcet... fitque peregrinis quos vehit apta comes. ... Quid quod corporibus curandis musica prodest dum cor laetifìcat, lenit et alleviat. ... Carmina non loquimur nunc execranda magorum, nec nisi mysticus est, ipse poeta placet. ... Quid numcremus aves, humano quae capiuntur cantu nec cantum despicit ulla suum. ... Vocibus Ecclesiae, pater Augustine, fateris motum te lacrimis ora rigasse piis»

(Gersonis Opera omnia„ ed. D u Pin, III 673; Oeuvres completes, ed. Glorieux, IV 135-37). Aquí las semejanzas son evidentes; no así en el Carmen de laude canendi (18 dísticos). En el Carmen iocundum ad excitandum cor in superna tropezamos ya desde el primer verso endecasílabo con una referencia a la primavera y a la alondra en vez del ruiseñor, que nos hace pensar en Frau Musica : «Vernum tempus adest, fac hilaresce cor torpens gelidae frigore brumae. Sursum surrige te more volucrum quae vires reparant sole tepenti. Odas dulcísono gutture formant alternantque modos. Cernís alaudam? Se pennís liquidum librat in aetra sensim pervolitans deserit ima, extra se rapitur ebria cantu affarique Deum laeta videtur»

(Opera omnia IV 786; Oeuvres completes IV 176). N o sería difícil hallar igualmente en las obras en prosa de Gerson algunos pasajes sobre la música, la más alta de las artes, la más próxima a la teología, que Lutero leyó en su juventud y recordaba en su edad madura; v.gr. en el Tractatus primus de canticis: «Sic inter caeteras artes comparata est magno plausu Musica, et ad divinas res atque caeremonias tandem adhibita» ( Opera omnia III 623). Y en el Tractatus tertius de can­ ticis: «Canticum est vox numerosa ad Dei gloriam ordinata... Canticum habet ex D eo agente, modum; per Deum exemplantem, speciem; in D eo finiente, ordinem... Canticum morale (rationale) distinctionem capit in suis vocibus tam philosophice quam medicinaliter quam theologice» (ibid., I li 677-78).

C a p í t u l o

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E L L U T E R A N IS M O A N T E L A S D IE T A S IM P E R IA L E S . M U E R T E D E S IC K IN G E N Y D E H U T T E N . A D R I A N O V I Y C L E M E N T E V II (1 5 2 3 -1 5 2 4 )

A l contemplar los rápidos progresos del luteranismo, que avanzaba por las ciudades de Alemania y por los países limítrofes a banderas desplegadas, sin que los príncipes se unieran para ponerle un muro de contención, ocurre preguntar: ¿Seguía teniendo validez el edicto de Worms, tan enérgicamente proclamado por Carlos V? ¿Cuál era la condición jurídica de Lutero en el Imperio? ¿Seguía siendo un proscrito, un perseguido por la ley? Antes de responder a tales interrogaciones, vamos a referir la suerte funesta de dos de sus más resueltos partidarios. Sickingen, el Zizka alemán

En los años precisos en que el luteranismo cobraba vuelo, dos altos per­ sonajes entusiastas del Reformador desaparecían en forma repentina y trágica del escenario de la historia germánica. Es claro que nos referimos al célebre condotiero Francisco de Sickingen, «terror Germaniae», y a su satélite el ca­ ballero-poeta Ulrico de Hutten. Durante la Dieta de W orms (1521), ellos habían sido los que desde el castillo de Ebernburg, con sus palabras de fuego y con sus promesas de ayuda, incluso militar, le habían infundido ánimo al fraile de W ittenberg para no arredrarse en aquellos momentos críticos. Lutero habría de ser el alma de la revolución social y religiosa que ellos planeaban; no era el teólogo el que les interesaba, sino el revolucionario. Cuando conocieron el edicto imperial anti­ luterano, Sickingen y Hutten, desesperados, apelaron a la guerra *. Era Sickingen el más típico y el más poderoso de la clase social de los ca­ balleros, nobleza ya decaída de su antiguo rango y poderío desde que la in­ vención de la pólvora y el empleo de la artillería en las batallas había reducido a lugar secundario la acción de la caballería; a lo cual se agregaba el creciente auge de la burguesía industrial y comerciante en las ciudades, con lo que las posesiones rurales que rodeaban al castillo feudal se depreciaban más y más en la estima pública; en consecuencia, los orgullosos caballeros, azuzados por la pobreza y por el odio y envidia a las ciudades prósperas, se convertían en aventureros mercenarios o en salteadores, ladrones y forajidos. Tanto como a las ciudades exentas de gabelas, odiaban a los príncipes territoriales, que fundaban su potencia en las ciudades. En vano Hutten había lanzado su Exhortación a las ciudades libres e imperiales de la nación germánica para que hiciesen causa común con los caballeros; era un connubio antinatural, y las ciudades prefirieron unirse a los príncipes. No comprendieron aquellos feu1 El 5 de mayo de 1521 escribía Cocleo a Aleandro: «Luterani in solis armis fidunt» (Z K G 18 II8‘)«1 III).

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Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

datarios empobrecidos que, si querían sobrevivir, les era preciso evolucionar, acomodándose a la nueva edad capitalista y absolutista. Fueron muy pocos los que por las letras o por otros medios supieron elevarse a mejor nivel de vida 2. Francisco de Sickingen, temido en todas partes por su valor temerario, soñaba la reorganización del Imperio con grandes transformaciones sociales y religiosas, dentro de la fidelidad al emperador, y creía tener de su parte a los caballeros (R eichsritterschaft), a los campesinos y a todo el estado llano. A l servicio de Carlos V había conducido en 1521 una guerra poco brillante contra Francia y contra el conde Roberto de la Marck. El ambicioso caudillo tenía que desquitarse, y alzó su bandera contra la tiranía de los príncipes eclesiásticos. En agosto de 1522, en la asamblea de Landau, la liga o asociación fraternal de los caballeros del Rhin y de Suabia lo escogió por su jefe. Pensó entonces en vengarse del alto clero, arrebatarle sus dominios y riquezas y crearse para sí un principado, al par que «abría una ancha puerta al evangelio», según la expresión de su pariente y amigo Hartmuth von Kronberg. Para eso lo pri­ mero que hizo fue lanzar un desafío de guerra ( Fehde) al arzobispo de Tréveris, príncipe elector del Imperio. Confiado en sus fuerzas— 7.000 lansque­ netes y 1.500 de a caballo, que algunos reducen a 700— , invadió el territorio enemigo, y, después de conquistar con suma facilidad el lugar fortificado de St. Wendel, pasó junto a Saarbrueken sin detenerse y se abalanzó con sus mesnadas el 8 de septiembre, al son de trompas y tambores, contra las murallas de la ciudad de Tréveris. A l empezar el asedio intimó al Consejo de la ciudad que se rindiese sin temor, porque él respetaría a las personas y los bienes del pueblo y tan sólo tomaría venganza del arzobispo y de todos los eclesiásticos. El valeroso arzobispo, Ricardo de Greiffenklau, no se dejó intimidar, y, habiendo recibido pólvora y armas de M etz y de Colonia, se preparó a la de­ fensa. Sus súbditos se apretaron en torno a él con una fidelidad que no espe­ raba Sickingen. Alberto de Maguncia, lejos de venir en ayuda de su hermano en el episcopado y de su colega en las Dietas imperiales, siguió, como tantas veces, una conducta ambigua, dejando que las tropas mercenarias, «los caba­ lleros de Cristo», según decía en un manifiesto el apóstata franciscano Enrique de Kettenbach, atravesasen el Rhin 3. Pero en favor del trevirense se declara­ ron dos poderosos príncipes: el elector del Palatinado, Luis V, y el landgrave 2 U no de aquellos Raubritíer fue idealizado por W . Goethe en su drama Goetz von Berlichingen mit der eisernen Hand, vivo retrato de aquella Alemania, llena de vida, pero sin freno. Goetz de Berlichingen fue una figura histórica (1480-1562); se le apellidaba «mano de hierro» porque, en lugar de su mano mutilada, llevaba una de hierro. Militó al servicio de varios príncipes y capita­ neó bandas de campesinos en la guerra de 1525. D os veces se atrajo la proscripción del Imperio, pero al fin sirvió fielmente a Carlos V en la guerra contra Francia. A pesar de todas sus tropelías, «G oetz podía decirse un cordero en comparación con un monstruo com o el cortador de manos, Hans Thomas von Absberg. Es verdad que también Goetz se complacía en hacer que sus prisio­ neros le tendiesen las manos, com o para que se las cortase, pero luego los despachaba, aterro­ rizados, a puntapiés y mojicones. En cambio, otros caballeros de Brandeburgo llegaron en su bestialidad hasta el punto de mutilar mujeres y niñas. Toda la ferocidad de esa gentuza se refleja en la famosa orden que dio a sus caballeros la noble dama Agata Odheimer: ‘ Si un mercader no os da lo prometido, cortadle las manos y los pies y abandonadlo a su destino’ » (F. v o n B e Z O L D , Geschichte der deutschen Reformation 421). 3 Caracterizando a los arzobispos electores del Imperio, dice D . F. Strauss que, «si el de M a­ guncia era un León X en miniatura, Ricardo de Tréveris recordaba por su belicosidad a Julio II» ( Ulrich von Hutten 434).

Afuere el águila en su nido

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de Hessen, Felipe, que, con ser férvido amigo de Lutero, tenía cuentas anti­ guas con Sickingen, y quería ahora saldarlas. Cinco veces se lanzó Sickingen al asalto de la ciudad con furia y apresura­ miento, hasta que, desesperando de conquistarla, el 14 de septiembre dio a sus tropas orden de retirada. El fracaso había sido completo. M uere el águila en su nido

Quemando iglesias y conventos, como su modelo Zizka el taborita, y de­ vastando las tierras por donde pasaba, se volvió al refugio seguro de sus cas­ tillos. Los caballeros que le seguían no tardaron en ser desbaratados por el triple ejército de Tréveris, Hessen y el Palatinado. Hartmuth perdió su cas­ tillo familiar de Kronberg; a un cuñado de Sickingen le impusieron una multa de 5.000 gúldenes, y al elector de Maguncia, por connivencia con los pertur­ badores de la paz, una de 25.000. Decíase que Ulrico de Hutten estaba herido, pero acaso los rumores se referían a las llagas sifilíticas que cubrían su cuerpo enfermo, porque no consta con certeza que el caballero-poeta participase acti­ vamente en la campaña. Desde Wittenberg, M artín Lutero no veía con buenos ojos que sus amigos empuñasen las armas para hacer triunfar la palabra de Dios; pero otros muchos partidarios del nuevo evangelio, como el intrigante Juan de Fuchstein, antiguo canciller del conde palatino Federico, simpatizaban con el condotiero y reclutaban para él subsidios y fuerzas militares en AIsacia, en Brisgovia, en los condados de Fürstenberg y Zollern, entre los suizos y hasta entre los husitas de Bohemia. El nombre de Francisco de Sickingen resonaba con el de un héroe nacional en ciudades y aldeas. Y un cantar popular lo imaginaba dueño inminente de toda Alemania: «Francisco m e llamo, Francisco soy, Francisco sigo siendo. C on d e palatino, arrójame; landgrave de H essen, esquívam e; obispo de T réveris, resísteme; tam bién tú entras, obispo de M agun cia. Y veremos quién es emperador dentro de un año»4.

Pero los tres príncipes confederados no desistían de cazar al aguilucho en su nido por enriscado que estuviese; y, moviendo ordenadamente sus ejérci­ tos, avanzaron hacia el castillo de Landstuhl, al oeste de Kaiserslautern. En aquella fortaleza, un tiempo inexpugnable, se había encerrado el terrible Nemrod, cazador de hombres, que ahora iba a ser cazado como una salvajina. El 29 de abril de 1523 se inició el asedio y comenzaron los bombardeos. La defensa fue tan desesperada como inútil. Ante la moderna artillería de los «Frantz haiss ich, Frantz bin ich, Frantz bleib ich. Pfalzgraf, vertreib mich. Landgraf von Hessen, meid mich. Bischof von Trier, du müst mir halten. Bischof von Menz, müst auch herbei. Nun lügend welcher biss Jar Kaiser sei»

4

( L . U h l AND,

Alte hoch- und niederdeutsche Volkslieder [Stuttgart

1 8 8 1 J 7 5 0 ),

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Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

príncipes, los viejos muros de piedra no pudieron mantenerse en pie. Torres y barbacanas caían, formando montones de escombros. A l tercer día, el ma­ deramen del edificio fue pasto de las llamas; una viga se desplomó sobre la persona de Sickingen, hiriéndolo mortalmente. Trasladado en una camilla a los sótanos, perseveró en la resistencia hasta que el 6 de mayo, próximo a la muerte, capituló con todos los suyos. A l día siguiente, los tres príncipes vencedores entraron en el castillo de Landstuhl pisando ruinas, y, cuando penetraron en el sótano embovedado, todavía tuvieron tiempo para dirigir unas palabras poco amigables al mori­ bundo. «Cuando el diálogo se acabó, — el noble caballero dejó de existir. — Dios tendrá misericordia de él. — Nunca tuvo el país mejor guerrero». Así decía la canción del lansquenete. Y en otra estrofa anterior: «Jamás, jamás le olvidaré. — El amó a todos los lansquenetes, — a todos los pertrechó bien; — por eso merece nuestras alabanzas» 5. Lutero, al tener noticia de su muerte, exclamó: « ¡Ojalá el rumor resulte falso!» Y dos días más tarde: «Ayer oí y leí la verdadera y lamentable historia de Francisco de Sickingen. D ios es justo, pero misterioso juez» 6.

Destruido el castillo de Landstuhl, las tropas confederadas siguieron arra­ sando las fortalezas del caudillo y de los demás caballeros revoltosos. El 10 de mayo se rindió Díachenfels, que fue entregada a las llamas. Más tiempo resistió la plaza fuerte de Ebernburg, elevada sobre una colina; pero tampoco aquel castillo, tras un bombardeo de cinco días, pudo mantenerse en pie. En junio, la Liga suaba, en su reunión de Nordlingen, determinó enviar un ejército de 13.000 soldados contra la nobleza de Franconia; no menos de 23 castillos, nidos de malandrines y salteadores, fueron reducidos a ce­ nizas 7. La historia de la caballería o de la nobleza feudal, inquieta, descontenta e inadaptable, podía darse por definitivamente concluida en Alemania. «Con la muerte de este hombre— Sickingen— , las bestias papísticas vuelven a le­ vantar sus cuernos», decía Bucer a Zwingli en carta del 9 de julio. Bien había hecho Lutero en separar su causa de la de aquellos turbulentos caballeros, que buscaban la revolución social más que la reforma religiosa. Ulrico de Hutten huye a Suiza

N o habían pasado cuatro meses de la muerte trágica de Sickingen, cuando su más ardoroso y radical partidario sucumbía de la manera más triste y m i­ serable. Tras el fracaso de Tréveris, sabemos que el errante caballero-poeta, 5 Canción del lansquenete, que comienza así: «Drei Fürsten hond sich ains bedacht» (R. VON L il ie n c r o n , Die historischen Volkslieder III 418). La única biografía completa de Sickingen es la de H. U l l m a n n , Franz von Sickingen. Nach meistens ungedruckten Quellen (Leipzig 1872). Sobre su aspecto físico y su retrato, P. K a l k o f f , Huttens Vagantenzeit und Untergang (Weimar

1925) 350-52. 6 Hacia el 20 y 22 de mayo escribía: «D e Francisco Sickingen extincto opto famam esse falsam» (Briefw. III 70). «Francisci Sickingen heri audivi et legi veram et miserabilem historiam. Deus iustus, sed mirabilis iudex» (ibid., 71). Según Wolfgang Rychardus, los católicos gritaban alegres: «Y a ha muerto el pseudoemperador; pronto morirá el pseudopapa (Lutero), que está enfermo» (T. K o l d e , Analecta Lutherana 50). 7 Todavía se salvaron algunos caballeros, com o Hans Thomas de Absberg, que siguió perpe­ trando atroces y despiadadas fechorías contra los sorprendidos caminantes, y especialmente contra los sacerdotes, hasta que en 1531, mientras cenaba con un judío, éste le emborrachó y le asesinó bárbaramente (J. J a n sse n n , Geschichte des deutschen Volkes II 320).

Ulrico de Hutten huye a Suiza

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acosado por la miseria, se dirigió a Schlettstadt para recibir cierta suma dinero de unos amigos. No hallando asilo seguro en su querida Alemania» porque ni Lutero ni Melanthon se fiaban de él y los príncipes le echaría# mano dondequiera que lo cogiesen, viendo frustrada su revolución, buscó refugio en Basilea. A llí estaba su admirado maestro, su «adorable amigo* Erasmo, que le podría favorecer con su influencia y quizá con dinero y hoS' pedaje. Consta que el 28 de noviembre de 1522 estaba ya en aquella ciudad, adonde quizá había llegado con Ecolampadio y con el desterrado Hartmuth voi1 Kronberg. Intentó ponerse al habla con Erasmo, pero se llevó una gran des' ilusión cuando éste le manifestó por medio del joven Enrique de Eppendorf que no le comprometiese viniendo a su casa, porque no era conveniente en aquellas circunstancias tener un coloquio; que por lo demás seguían siendo tan amigos y que estaba dispuesto a hacerle cualquier otro servicio. Entonces se manifestó claro el contraste entre los dos: el temperamento iracundo, violento, audaz de Hutten, frente al pacífico, circunspecto y cobarde de Erasmo. Unidos por las letras humanas, los separaba la revolución religiosa y nacional, de la que Hutten quería ser el heraldo. Alojado en la Hostería de la Flor, recibió muchas visitas de los magistra­ dos y de otras personas de Basilea; del príncipe de los humanistas, ninguna, porque Erasmo no podía tolerar las estufas en su habitación en los meses in­ vernales, y el enfermizo Hutten no podía prescindir de ellas. A una razón de tanto peso se añadían, naturalmente, otras. ¿Tenía miedo de que le con­ tagiase su vergonzosa dolencia? ¿Se recelaba algún sablazo de aquel pobre de solemnidad? ¿Le fastidiaban sus quejas amargas y sus fanfarronerías? Todo esto lo indica el grande humanista (pequeño hombre a veces) en carta a M e­ lanthon 8. Pero la razón verdadera no era otra que el temor a comprometerse. ¿Qué dirían los príncipes y qué pensarían las autoridades eclesiásticas si le veían en amistoso trato con un revolucionario del partido de Sickingen, con un luterano y ultraluterano que predicaba continuamente el odio a Roma y el exterminio de los eclesiásticos? Por otra parte, es bien sabido el aborrecimiento instintivo y razonado que Erasmo sentía hacia todo cuanto significase «tumulto»; no había para él pala­ bra más odiosa, porque era lo mismo que violencia, revolución y guerra. Ahora bien, todo eso entraba en el programa de Hutten. Este había pretendido y es­ perado que su idolatrado Roterodamo, el Sócrates germanicus, se declarase en favor del evangelio luterano, a lo que el gran humanista se negó siempre, porque decía: «Continuamente oigo a los luteranos clamar evangelio, mas no veo en ellos nada evangélico... Concitan la fiereza de los príncipes y se en» furecen contra mí porque no sigo a Lutero... ¿Inscribirme yo a esa facción? Antes que unirme con algunos de ellos, me uniría con los turcos» 9. 8 «Erat mihi gloriosus ille miles cum sua scabie in aedes recipiendus, simulque recipiendu^ ille chorus titulo Evangeiicorum, sed titulo dumtasat. Sletztadii mulctavit omnes amicos suo$ aliqua pecunia» (carta del 8 de septiembre de 1524; A l l e n , Opus epistolarum V 544-45). Y el mayo, en carta a Lutero, le acusa de inmoralidad, disipación y de haber cortado las orejas a d0$ predicadores y haber asaltado en los caminos públicos a tres abades en plan de latrocinio (ibic^ V 452). 9 «Nunquam non audio Evangelion, nihil video evangelicon... Hi concitant saevitiam pri^v

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Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

A Hutten lo alababa como a poeta y humanista; lo detestaba internamente como a hombre de espada y de guerra. «No he visto a Hutten, ni le quiero ver por ahora», escribía el

25 de diciembre de 1522 10.

Plumas como espadas

El 19 de enero de 1523, consumido por la miseria y por la enfermedad el caballero-poeta, mal visto por los católicos de Basilea, salió disgustado hacia la próxima ciudad de Mulhouse, donde los frailes agustinos— algunos de los cuales se habían declarado partidarios de Lutero— le hospedarían misericor­ diosamente. A llí permaneció algo más de cuatro meses. Y allí escribió su Expostulatio (reclamación o queja) a Erasmo de Rotterdam 11. N o lo escribió espontáneamente, sino por instigación de algunos lutera­ nos, y m uy particularmente del sicofanta y vicioso Enrique de E p p e n d o rf12. L o escribió con el corazón amargado y dolorido, con ímpetu acusador y con el talento literario propio de su pluma, tan hábil o más en la lengua latina que en la germánica. Empieza echándole en cara el desprecio con que lo ha tratado, no dignándose hablarle, a él a quien muchas personas privadas y magistrados de ciudades se honraban en recibir. L o hubiera pasado en si­ lencio si no viera que Erasmo se aparta cada día más de la causa del evangelio, como lo demuestra su última carta a Marcos Laurinus 13. Eso demuestra que ya no piensa como antes o que hipócritamente disimula su pensamiento por miedo. L e acusa de cobardía y pusilanimidad; Erasmo no confía en el triunfo de la causa evangélica y le parece más seguro ponerse de parte de los prínci­ pes enemigos del evangelio.

¿Es que le han sobornado o tiene envidia de

Lutero ? L e domina la vanagloria, el amor a la fama. El, que antes de que so­ nase el nombre de Lutero luchaba contra las tiranías de los papas, ahora se ha entregado totalmente a la Iglesia romana, como Hércules a la reina O n fale. Sepa que los papistas, a cuyo campo se ha pasado, nunca se lo agradece­ rán, porque tendrán presentes las heridas que antes les causó. «Tú, que des­ enterraste la verdadera piedad, hasta ahora sepultada, y sacaste al evangelio del oscuro rincón a la luz, y restauraste la religión, ahora pones tu mano en su destrucción, ruina, destierro y aniquilamiento» 14. El manuscrito de la Expostulatio corrió por muchas manos en Basilea antes que su autor lo diese a la imprenta, y acaso no se hubiera estampado si Erasmo o alguno de sus amigos le hubiese obsequiado a H utten con un puñado de gúldenes. A l impresor Juan Froben y al canónigo constanciense Juan de cipum, et in me debacchantur, quod non profitear nomen Lutheri... et tali factioni me addicam? In quibus video tales, ut malim adiungi Turcis» (A l l e n , Opus epist. 551). 10 «Huttenum non vidi, nec hoc tempore videre cupio. Oprime illi volo, si bene velít sibi» ( A l l e n , V 160). 11 Úlrici ab Hutten cum Erasmo Roterodamo presbytero theologo Expostulatio (Estrasburgo, junio 1523). Las obras completas de Hutten fueron publicadas críticamente por E. B o e c k in g , Ulrici Hutteni Opera (Leipzig 1859-70) 5 vols. más 2 de complementos. 12 «Hunc multi quidem lutherani instigaverunt ut scriberet contra me, sed Epphendorpius instruxit aliquot sycophantiis» ( A l l e n , Opus epist. V 432). 13 En esta larguísima carta del 1.° de febrero de 1523, donde Erasmo autobiográficamente cuenta sus viajes por Flandes, Alemania y Suiza, y donde habla de sus enfermedades, de sus ene­ migos y de sus más ilustres amigos, al fin viene a tratar de los luteranos en forma poco halagüeña, criticando la ferocidad de algunas obras de Lutero ( A l l e n , Opus epist. V 203-27). 14 Expostulatio, en B o e c k in g , II 180-248, texto latino con trad. alemana. Este libelo disgustó aun a Melanthon y Eoban Hessius, amigos de Hutten.

La «Esponja», de Erasmo

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Botzheim les disuadió Erasmo comprar con dinero el silencio de su adversa­ rio, máxime cuando ya el manuscrito era conocido. Pero él se encargó de darle la debida respuesta. L a «Esponja», de Erasmo

A fines de julio tomó la pluma, y en seis días terminó su librito, titulado muy expresivamente Esponja contra las salpicaduras de H utten 15. Cuando Pirckheimer, amigo de ambos, escribió a Erasmo rogándole que, por bien de paz, guar­ dase silencio, éste con fecha 29 de agosto (a la hora en que moría Hutten) le contestó: «Tarde me avisas; Froben está ya para imprimir mi Esponja». A pa­ reció en septiembre, y el mismo Froben hizo una segunda edición en noviem­ bre de 1523. Quiso que fuera dedicada aZwingli,como a un árbitro imparcial. Se lamen­ ta de haber sido atacado por un amigo con inaudita virulencia, siendo así que él ni de palabra ni de obra le había herido. N i a Lutero ni a las buenas letras ha prestado Hutten buen servicio con su libelo, pululante de mentiras, inju­ rias y hieles. Y es un joven el que escupe a un viejo y lo abofetea. Explica a su modo el desaire que le causó a Hutten no admitiéndolo en su casa. Defiende luego su posición religiosa. No es él de los enemigos a raja tabla de Lutero; admite sus cosas buenas, pero algunas de sus doctrinas le parecen absurdas y paradójicas. «Yo veo muchos luteranos; pero verdaderamente evangélicos, ninguno o muy pocos». Entre los discípulos de Lutero hay algunos doctos y sinceros, con los cuales Erasmo mantiene amistad, y, como ellos, desea la reforma de los abusos eclesiásticos. Otros son hombres incultos, sin juicio, de malas costumbres, no frecuentan la iglesia, maldicen del papa, son amigos de los tumultos, siguen a Lutero sin entender sus doctrinas; con tales hombres no quiere tener trato ninguno. Hay una tercera clase de luteranos, a quienes no interesa el evangelio, sino el botín y el saqueo; Lutero no los reconoce como suyos, porque la doctrina de éstos es que el que puede ufanarse de ser noble tiene el derecho de atacar a un viajero en el camino para robarle o cogerle preso, y el derecho de guerrear con cualquiera con afán de lucro cuando se ha gastado todo el dinero en vino, en mujerzuelas y en el juego. Fácil es de ver en estas frases sangrientas una velada alusión a la vida de Hutten y del joven Eppendorf. Erasmo suplica que le dejen en paz; él segui­ rá promoviendo las buenas letras— que es su vocación— y restaurando la genuina teología con la aprobación o la desaprobación de Lutero. El está dis­ puesto a sufrir la muerte por la verdad evangélica, no por las paradojas lute­ ranas. Mártir de Cristo, sí, no de Lutero, porque Lutero pasará, y Cristo permanece eternamente 16. A l leer estas páginas, se presiente que no está lejano el choque violento y la ruptura pública y definitiva de Erasmo y Lutero. El luteranismo, que ha 15 Spongia adversus aspergines Hutteni, en «Opera omnia», ed. Clericus, X 1631-72. 16 «Proveho bonas litteras, ac sinceriorem et simpliciorem illam theologiam pro viribus instau­

ro, idque quoad vivam facturus sum, sive amico sive inimico Luthero, quem ego pro homine habeo, et puto fallí posse et fallere. Lutherus cum caeteris transibit, Christus manet in aeternum» (Spongia 1653). «Optarim esse Christi martyr, si vires ipse suppeditet, Lutheri martyr esse nolim» (ibid., 1663).

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perdido ya la clase de los caballeros, va a contemplar muy pronto cómo le abandonan los humanistas. Cuando a W ittenberg llegaron los dos libelos, la Expostulatio y la Spongia, la impresión que causaron no fue igual en todos. Melanthon condenó se­ veramente la amarga invectiva de Hutten, irrespetuosa y llena de calumnias. Lutero no aprobó el escrito de Hutten, pero mucho menos el de Erasmo, a quien acusó de no entender las cosas de Cristo y de guiarse sólo por la pru­ dencia humana. Eso no es limpiarse con la esponja— decía— , sino maldecir y ultrajar 17. Triste ocaso en el lago de Zurich

Se hallaba todavía el caballero-poeta en el convento de Mulhouse, cuando llegó a sus oídos la triste nueva de la muerte de Sickingen. Le cayó como un hachazo terrible que cercenaba en su alma las últimas esperanzas; y todavía, en un arranque de coraje, tuvo fuerzas para redactar el último de sus escritos, In tyrannos, disparado como una bombarda contra los príncipes confedera­ dos, que habían derrotado al Zizka alemán, al nuevo Arminio, que pretendía acabar con la tiranía eclesiástica. En carta del 21 de junio le anunciaba a su amigo Eoban Hessus el envío del opúsculo, rogándole y suplicándole que lo hiciera imprimir cuanto antes en Erfurt. Pero Eoban ya no pensaba como su amigo, y dejó perder el manuscrito. Hutten era mirado en M ulhouse como peligroso; así que un día de fines de junio o principios de julio abandonó furtivamente la ciudad y se trasladó a Zurich, donde U lrico Zw ingli le brindaba asilo 18.

En Zurich se encontraba ya cuando escribió la carta que acabamos de citar. ¿Fue entonces cuando dio los últimos retoques a su diálogo latino A r minius? Es posible, porque sólo después de su muerte vio la luz pública. A r ­ minio, el antiguo héroe querusco, que el año 9 después de Cristo derrotó a las legiones romanas en la selva de Teutoburg, fue escogido por Hutten como el símbolo de la libertad germánica, el más apto para despertar la conciencia na­ cional, porque Arminio fue el primero en sacudir el yugo de Roma y demos­ tró ser «el más libre, el más invicto y el más alemán de los alemanes», superior en la guerra a Alejandro, superior a Escipión y superior a A n íb a l19. Parece que ni siquiera en Zurich se sentía H utten del todo seguro; además, su cuerpo enfermo precisaba de una terapéutica apropiada; y es m uy proba­ ble que fuese Zw ingli quien le recomendó un doctor o curandero que le sum i­ nistrase algunos medicamentos, y un lugar solitario, apacible y tranquilo donde reposar una temporada. «He determinado — escribía el

29 de julio

esconderme varios días, junto a un médico, a tres millas de aquí»20. 17 Melanthon a Spalatino, 3 de julio: «Huttenus acerbo scripto in Erasmum invehitur. Indignum plañe facimus! Quid enim attinebat, in senem optime de litteris meritum temere saevire?» (CR I 616). Y el 23 de agosto después de leerlo: «Hutteni libellus... non nisi mera sycophantia» (ibid., 626). Lutero a C. Pellican, 1 de octubre: «Equidem Huttenum nollem expostulasse, multo minus Erasmum abstersisse» (Briefw. III 160). 18 Hasta allí le persiguió la ira de Erasmo, que el 31 de agosto escribió a Zwingli preguntando por qué le recibían en aquella ciudad ( A l l e n , Opus epist. V 329). Y casi lo mismo al Concejo de Zurich (ibid., V 311). Las relaciones de H. y E. han sido estudiadas por W. K a e g i , Hutten und Erasmus. lhre Freundschaft und ihr Streit: Hist. Vierteljahreschrift 30 (1925) 200-78.461-514. 19 Arminius, dialogus Huttenicus, en B o e c k in g , IV 407-18. 20 Carta a Nicolás Prugner, ex agustino de Mulhouse (B o e c k in g II 255-56).

El Consejo imperial de regencia

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En busca de salud y de paz se refugió en la pequeña isla de Ufnau, lago de Zurich, donde vivió cosa de un mes; pero de nada le sirvieron los médicos ni las bellezas del paisaje estival, pues a fines de agosto de 1523, cuando sólo contaba treinta y cinco años y cuatro meses de edad, sucumbió a su grave dolencia 21. M urió en suma penuria. Zwingli, que hizo el inventario, declaró que no había dejado nada de valor: ni libros, ni alhajas o utensilios; praeter calamum 22. Solamente la pluma, inseparable compañera de su vida. El humanista luterano Eoban Hessus lo lloró con dolor en prosa y verso. Otros muchos de sus ad­ miradores prefirieron guardar silencio, contemplando impasibles su partida, com o la de un amigo molesto 2}. E l Consejo imperial de regencia

Volvamos la vista al Imperio y a la situación jurídica del luteranismo ante las leyes imperiales. La aplicación del edicto de Worms resultaba cada día más difícil. Ausente Carlos V durante largos años, la autoridad suprema de Alemania quedaba en manos de un Consejo o Gobierno imperial ( Reichsreg im en t), presidido al principio por Fernando de Austria. Semejante Reichsregiment, o Gobierno del Imperio, que los príncipes, bajo la inspiración y la guía del arzobispo maguntino Bertoldo de Henneberg, habían impuesto a Maximiliano I con el fin de restringir los poderes del em­ perador, no tuvo vigencia, en su primer época, más que dos años (1500-1502), pero en la elección de Carlos V los príncipes electores lo pusieron como con­ dición en las capitulaciones, y el joven Carlos tuvo que admitirlo, aunque repugnaba a su concepto unitario del Imperio. En la Dieta de W orms se pre­ cisó su composición y funcionamiento. Ante las exigencias oligárquicas de los príncipes, Carlos llegó a indignarse, protestando que ya él era mayor de edad y que no se empeñasen en tenerle bajo tutela. Ya que no pudo menos de ad­ mitir el Reichsregiment, trató de darle un carácter provisional. Debía funcionar como un Consejo de regencia mientras el emperador estuviese fuera, pero mientras estuviese dentro de Alemania no sería sino un Consejo ( R a t) . «El emperador nombraba su lugarteniente y cuatro de los 22 miembros, pero la preponderancia quedaba en los otros 18 votos, un tercio de los cuales compe­ tía a los electores, otro tercio a las circunscripciones (Kreisen, señaladas por Maximiliano), y el último a los príncipes, prelados, ciudades y caballeros... En cuestiones de especial importancia, la Regencia podía convocar a los electores y a los doce príncipes con derecho a representación; y en casos extre­ mos, a todos los Estados, o sea, a la Dieta» 24. El Consejo de regencia, que tenía su sede en la ciudad libre de Nuremberg, empezó a actuar en el otoño de 1521. Eran de su incumbencia todos los asun­ tos internos del Imperio, la vigilancia de la Corte de justicia y del supremo 21 D . F. S t r a u s s , Ulrich von Hutten 487. Erasmo dice taxativamente que murió el 29 de agos­ to: «Huttenus periit vigésimo nono die mensis augusti, atque eodem ferme tempore Frobenius Spongiam finiit quo ille vitam» (pról. a la 2.a ed. de Spongia; A l l e n , V 335). 22 Carta de Zwingli, 11 de octubre de 1523, en B o e c k in g , II 382. 23 «Huttenus nos magna invidia onerat», había escrito Melanthon el 24 de agosto (C R 1,627). 24 B e z o l d , Geschichte der Reformation 401; A . G r a b n e r , Zur Geschichte des zweiten Nürnberger Regiments (Berlín 1903).

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poder ejecutivo, la paz y tranquilidad pública, y particularmente la cuestión religiosa. Respecto a esto último, los miembros del Consejo distaban mucho de estar acordes. Con todo, en enero de 1522 los antiluteranos hicieron sentir su voz eficazmente. Se hallaba a su cabeza el joven de veinte años Fernando de Austria, hermano del emperador, educado en España conforme a la piedad tradicional y a la más rígida ortodoxia, sin grandes simpatías en Alemania, porque todavía no hablaba bien el alemán y porque tenía a un español, G a­ briel de Salamanca, por principal consejero y ministro de Hacienda (G eneralschatzmeister) 24*. Era su brazo derecho el duque Jorge de Sajonia, fer­ viente católico y adversario decidido del luteranismo. A éste se debió la orden dada a los obispos de Naumburg, Meissen y Merseburg de atajar las noveda­ des y restablecer los antiguos usos eclesiásticos. Cuando Jorge conoció los tu­ multos religiosos de W ittenberg y supo que Lutero había abandonado su so­ ledad de Wartburg, lo consideró como un reto al edicto de Worms, amonestó seriamente a sus primos Federico y Juan de Sajonia y pidió la intervención del Consejo de regencia. Pero dentro de éste había quienes favorecían al Refor­ mador, como el jurisconsulto de Bamberg Juan de Schwarzenberg, y especial­ mente Hans von der Planitz, representante de Federico, que salió en defensa de la política religiosa de su señor. «No se trata— dijo— de doctrinas heréticas, sino de usos y costumbres. Que se reparta la comunión bajo las dos especies, que algunos curas se casen y algunos monjes o monjas abandonen el monas­ terio, no es incurrir en herejía, sino dejar de cumplir preceptos eclesiásticos que no existían en la antigua Iglesia. Es peligroso desterrar a Lutero, como quieren algunos, porque fácilmente surgirán otros con espíritu más revolu­ cionario, que no sólo vayan contra la Iglesia, sino contra Cristo y la religión». En julio de 1522, el propio Federico en persona participó en el Consejo de regencia, y como era la personalidad más relevante en el Imperio por su experiencia, su habilidad, su fama de prudencia y moderación, no dejó de influir en sentido contrario al de su ardoroso primo Jorge. «Ya se comprende que Lutero, gozando en alto grado de la gracia de este príncipe, no tenía nada que temer del Consejo de regencia... ¡Extraña mutación! Después que el emperador en 1521 había proscrito a Lutero, las autoridades que representan la potestad imperial toman al proscrito bajo su protección en 1522 y 1523, aproximándose a las tendencias de éste» 25. 24 * Este «leal servidor» de Femando de Austria era natural de Burgos; su padre tenía por primer apellido González. Hizo gran fortuna, de riquezas y honores, en el Imperio desde los tiem­ pos de Maximiliano. Com o director de las finanzas del archiduque, estuvo en constantes rela­ ciones con los Fugger. El veneciano Lorenzo Orio escribe: «Fernando é gobernato da un spagnol chiamato Gabriel Salamanca... qual é il suo intimo secretario e consier» (Diarii di M . Sanuto X X X V 298). Sus bodas con la condesa Elisabeth von Eberstein en Innsbruck (1523) fueron rum­ bosísimas; así emparentó con buena parte de la nobleza alemana. Acom pañó a Fernando a las Dietas de Nuremberg de 1522-23 y 1524; de él recibió posesiones y el título de conde de Ortemburg. Pariente suyo era el Magister Petrus de Salamanca, a quien Fernando llama siempre su «consejero». Gabriel se hizo odioso a los alemanes por su avaricia, tanto que en 1524 se compuso contra él esta oración: «Omnipotens, sempiteme Deus, qui Salamancam, pecuníarum lupum rapacissimum, totius Germaniae hostem immanissimum, Tirolis gubernio praeesse voluisti; tribue, quaesumus, ei rabiem, scabiem, fistulam, morbum gallicum, pestilentiam, febrim quartanam, omnemque mendicantium plagam, ut hic in terris semper crucietur et post hanc vitam in coelis nunquam laetetur. Per Antichristum, dominum huius mundi, quem destruat Dominus Iesus Spiritu oris sui. ■—Dicat omnis populus: Am en» (A. S t e r n , Gabriel Salamanca Graf von Ortenburg: H Z 131 [1925] 19-40 [p.29]). Cartas de Martín de Salinas a Salamanca, en A. R o d r í g u e z V i l l a , El emperador Carlos V y su corte (Madrid 1903). 25 L. R a n k e , Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation (Hamburgo 1925) I 290.

La Dieta de Nuremberg. Adriano VI

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Esta última frase de Ranke podrá tal vez ser exagerada, pero es lo cierto que en la misma ciudad de Nuremberg, ante los ojos de la Regencia, se im ­ primían y se vendían públicamente los escritos del Reformador, y predicado­ res, como Andrés Osiander, de la parroquia de San Lorenzo, y empleados municipales, como Lázaro Spengler, difundían sin el menor reparo doctrinas luteranas. L a Dieta de Nuremberg. Adriano V I

El Consejo de regencia era un mosaico de opiniones y tendencias; poco más o menos, como lo era todo el Imperio alemán. Hallábase alcanzado de recursos económicos y políticamente gozaba de escasa autoridad; los Estados remoloneaban en mandarle los debidos subsidios e incluso se negaban algu­ nos a enviar allá sus representantes. El momento histórico era de evidente gravedad. Tras la conquista de Bel­ grado por las tropas de Solimán II (1521), la Media Luna se cernía amena­ zante sobre Hungría y Austria. Había que hacerle frente al mismo tiempo que se luchaba contra «el turco interior» que era Sickingen. Los príncipes se hallaban desunidos; también había peligro de una escisión religiosa, que no haría sino debilitar cada vez más las fuerzas del Imperio. Para buscar remedio y solución a tan graves problemas se convocó la Dieta de Nuremberg. Esta no pudo inaugurarse hasta el 17 de noviembre de 1522. «Todas las llagas del Imperio— por usar una frase de Hófler— comenzaron a sangrar» 26. Especialmente cuando todos los Estados y ciudades levantaban su voz para protestar contra los desórdenes de tipo social y económico y contra toda clase de gravámenes. A nosotros solamente nos interesa la cuestión religiosa. Puede decirse que, por efecto de la propaganda luterana, toda la nación germánica deseaba reformas en la vida cristiana y en las instituciones eclesiásticas. Había muchí­ simos que, sin pensar en herejía o cisma, esperaban una reforma de tipo na­ cional implantada por los alemanes sin contar con Roma. La historia de los papas y de la curia pontificia en los últimos cincuenta años no era como para fomentar ilusiones. Pero he aquí que una gran transformación se había operado en la cátedra de San Pedro en este año de 1522. U n papa austero y ejemplar se había hecho el iniciador de todas las reformas. Y además ese papa era o se decía alemán 27. Roma quiso por un momento demostrar al mundo, y particularmente a A le­ mania, que la anhelada reforma no se debía esperar de Martín Lutero, sino del vicario de Cristo. La elección de Adriano VI para sucesor de San Pedro, ajena a toda intervención política, pareció a todos maravillosa y a muchos providen­ cial. Había llegado el momento de empezar un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia. “

C. H o efler , Papst Adrián VI ¡522-1523 (Viena 1880) 252. Adriano era propiamente neerlandés, com o nacido en Utrecht, pero sabido es que entonces todos los de los Países Bajos se decían alemanes. El mismo Adriano habla repetidas veces de «nuestra nación germánica» y Alemania, «de donde nuestra carne procede». L. Pastoreen los Importantes capítulos que le dedica en la Historia de los Papas, lo llama «Der letzte deutsche Papst». Y ese mismo título escogió para su biografía E. H ocks, Der letzte deutsche Papst Adrián VI (Freiburg i. Br. 1939). 27

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Ante las Dietas imperiales. Sickìngerì y Hutten, Adriano V I

Nacido en Utrecht en 1459, Adriano Florensz había recibido en su niñez y juventud una educación severa y piadosa. A los diecisiete años entró en la Universidad de Lovaina, donde hizo sus estudios de filosofía y teología y donde consiguió una formación perfectamente escolástica, como lo muestran sus Cuestiones cuodlibéticas y sus Cuestiones sobre el cuarto libro de las Sentencias, publicadas en 1 5 1 5 y 1 5 1 6 . El emperador Maximiliano, buscando un preceptor para su nieto Carlos de Austria, se fijó en el docto y austero profesor. La go­ bernadora de los Países Bajos, Margarita, lo nombró miembro de su Consejo en 1516. A l año siguiente, Adriano era obispo de Tortosa. Su discípulo Carlos I de España lo propuso para el cardenalato, dignidad que le fue con­ ferida por León X en 1517. Cuando Carlos marchó a Alemania en 1520 a re­ cibir la corona imperial, le nombró regente o gobernador de España 28. Los reinos españoles pasaban por un trance difícil, y Adriano estaba lejos de poseer gran talento político, pero supo comportarse con honradez en aque­ llos tormentosos días, y la experiencia que ganó entonces le vino muy bien para después. Se hallaba en Vitoria cuando Blas Ortiz, provisor de la diócesis de Calahorra, le comunicó el 24 de enero de 1522 la inesperada noticia de que los cardenales de Roma le habían elegido para suceder a León X. Hasta el 29 de agosto no entró en la Ciudad Eterna 29. En su primer consistorio, el i.° de septiembre, el cardenal Cayetano se dirigió al pontífice para decirle que él, Adriano, no tenía necesidad de refor­ ma, pero tenía que reformar la curia romana y la Iglesia 30. Y fue entonces cuando el nuevo papa habló ante los cardenales de reformar la administración de la justicia, en la que mucho pecaban los jueces de la Rota, y de enmendar las corrompidas costumbres de la Urbe 31. Desde el primer momento se persuadieron todos en Roma que el papa neerlandés iba a ser el polo opuesto del florentino. N i el arte clásico ni las letras humanas le interesaban. Su carácter, que no había congeniado mucho con los españoles, chocaba ásperamente con los italianos. Adriano era para éstos, no obstante su ciencia teológica, un inculto, un «bárbaro». Y como no tardó en colocar en puestos de importancia a algunos compatriotas, como Guillermo van Enkevoirt, Juan W inkler, Juan Ingenwinkel, D irk van Heeze y otros, reíanse los romanos de esos nombres bárbaros, diciendo que servían para espantar a los perros 32. 28 «Pareció que debíamos dejar la dicha gobernación e administración (destos nuestros reinos) al muy reverendo in Cristo padre cardenal de Tortosa, por ser, com o es, persona de buena, sana e honesta vida e costumbres, celoso del servicio de Dios Nuestro Señor e nuestro» (doc. del 17 de mayo de 1520, en M. G a c h a r d , Correspondance de Charles-Quint et d ’Adrien VI 239-40). En carta al emperador (3 mayo 1522) se alegra de no haber sido elegido papa «par voz prierez». Así obrará con mayor libertad (K. L a n z , Correspondenz des Kaisers I 61). 29 T od o el viaje y un resumen de su pontificado lo narró B l a s O r t i z , Itinerarium Adriani Sexti (Toledo 1546; Vitoria 1950 con trad. esp.). 30 «Tu reformatione non eges, caput iam es reformatum» (CT X II 31). 31 «Fecit verba de iustitia, quae ut dicebatur, male administrabatur in curia per reverendos dom ínos de Rhota, et erat fere effecta venalis. Item de pravis moribus qui in urbe passim vigebant... Denique de Rhodiis et Hungaris, qui graviter a Turcis opprimebantur» (A. M e r c a t i , DalVArchivio Vaticano... Diarii di concistori delpontificato di Adriano VI [Roma 1951] 88 ; «Studi e Testi» 157). Habló también del oficio del buen pastor: «Recensuit officium pastoris esse, oves errantes reducere» (CT II 31). 32

«N om i da far isbigottir un cane, da fare spiritare un cimitero al suon delle parole horrende e strane»

El nuncio Chieregati, en Nuremberg

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L o que más disgustaba a los que habían gozado de los tiempos áureos del papa M èd ici era la seriedad y firmeza con que el neerlandés emprendió la reforma de la Iglesia in capite et in membris 33. E n cambio, todos los amigos de una auténtica restauración cristiana, todos los que suspiraban por la repristinación de la pureza eclesiástica, se regoci­ jaron por la elección de Adriano VI; conociendo sus afanes reformatorios, le dirigieron de muchas partes cartas de felicitación y proyectos de reforma. El canónigo Cornelio Aurelio de Gouda, los grandes humanistas Luis Vives y Erasmo, el perfecto conocedor de Alemania Jerónimo Aleandro, el obispo Zacarías Ferreri, los cardenales M ateo Schinner, Cayetano, Cam peggio y otros le señalaron el camino que debía seguir. Adriano V I no necesitaba tanto de estímulos cuanto de discreción y de acierto. E inmediatamente empezó a actuar 34. E l nuncio Chieregati, en Nuremberg

L a reforma eclesiástica era el primer punto del programa bosquejado por Adriano para su pontificado. E l segundo se refería al luteranismo, y el tercero a la defensa del O ccidente contra el avance de la M edia Luna. Com o estas tres cuestiones iban a discutirse próximamente en la D ieta de Nuremberg, pensó que allí no debía faltar un representante de la Santa Sede. El elegido fue Francisco Chieregati, diplomático experimentado y prudente, a quien el papa había conocido y estimado en España. N o era una personalidad relevante, no poseía la brillantez, el talento intuitivo y la elocuencia de un Aleandro en W orm s, pero era de mayor seriedad moral 35. Hacía tiempo que Adriano se preocupaba del problema religioso en Alemania, y había tomado, frente a la herejía, posiciones fijas 36. Creyendo que el luteranismo había surgido como reacción contra los abusos de la curia romana y contra las inmoralidades del clero, se propuso cortar enérgicamente esas raíces y manifestar a los alemanes que en adelante no tendrían motivo para quejarse de Roma. Para extinguir la conflagración que se propagaba por todo el Imperio se persuadió de la ab ­ soluta necesidad de la colaboración de los príncipes, y trató de conmoverlos con un acto de máxima humildad, al par que con ardientes palabras de súplica y con ofrecimientos de todo cuanto podía prometer. D udar de su sinceridad y de su inmejorable voluntad era imposible. (versos de F. Berni, en C. B u r m a n n , Hadrianus VI sive Analecta histórica de HadrianO sexto [Utrecht 1727] 431). 33 Véase el capítulo de P a s t o r , Geschichte der Papste IV,2 p.60-88; H o c k s , Der letzte 88-102. 34 Las principales citas en Pastor. Los remedios que Aleandro propone contra el luteranismo, en Creighton: «Imploranda ad hoc praecipue divina misericordia est, quam facile nobis conciliabimus piis precibus, sed praesertim vitae in melius reformatione... Tollat Smus. D . N. e curia sua errores, quibus mérito Deus et homines offenduntur... Clerum sibi toto terrarum orbe subditum, monendo, increpando, etiam sacerdotiis privando castiget» (Hist. o f the Papacy from the Great Schism [Londres 1897] VI 240). 35 Sobre F. Chieregati (1478-1539), natural de Vicenza, véase B. M o r s o l i n , Francesco Chie­ regati vescovo e diplomático (Vicenza 1873); H o e f l e r , Papst Adrián 269-85; O r . R e d l i CH, Der Reichstag von Nürnberg 1522-23 (Leipzig 1887); K . H o f m a n n , Die Konzilsfrage auf den Reichstagen 1521-24 (Heidelberg 1932) 34-36. 36 En diciembre de 1519 aprobó las decisiones de los lovanienses contra las «rudes ac palpabiles haereses» de Lutero, oponiéndose a los «pestiferis hominis dogmatibus». Solamente le ad­ vierte que «in condemnatione per vos publicanda, nullum verbum aliter ponatur, quam ab ipso auctore sit scriptum» ( L e P l a t , Monum. ad hist. conc. Trid. II 50-51). Siendo inquisidor general ordenó en España la confiscación de los libros luteranos (7 abril 1521) (H. R e u s c h , Der Index der verbotcnen Biicher [Bonn 1883-85] I 131).

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CJ.

Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

Apenas nombrado nuncio apostólico en Alemania, partió Chieregati para su difícil misión, y el 26 de septiembre de 1522 entraba en Nuremberg. Como aún faltaban veintiún días para la apertura de la Dieta, mantuvo conversacio­ nes privadas con el duque de Baviera y otros príncipes, especialmente con el archiduque Fernando de Austria, lugarteniente del emperador, a quien con­ firmó en su fervor antiluterano y a quien ofreció positiva ayuda en la guerra contra el turco, prometiéndole en nombre del papa que en adelante las anatas y el ius pallii no serían cobradas por la cámara apostólica, sino que quedarían en Alemania con destino a la guerra turca 37. El lunes 17 de noviembre se inauguró la Dieta (R eich sta g ) , y el 19 com­ pareció ante ella Chieregati, pero se limitó a tratar de los subsidios para la defensa militar de Hungría. Volvió a hablar sobre lo mismo el 10 de diciem­ bre; sólo que esta vez aludió discretamente a la cuestión luterana, que dividía los ánimos de los alemanes y dificultaba la necesaria unión para combatir a los turcos. Era preciso que todos los Estados pusiesen en ejecución el edicto de Worms; el papa por su parte estaba resuelto a remediar los abusos que en la curia se cometían. Respondieron los Estados que no pensaban deliberar sobre esto hasta que no leyeran los documentos pontificios. Estos documentos de Adriano V I le llegaron a Chieregati algunos días más tarde. El primero era un breve datado e l2 5 de noviembre y dirigido «a los nobles electores y demás príncipes, tanto eclesiásticos como seculares, del Sacro Romano Imperio y a los representantes de todas las comunidades de la íncl*ta nación germánica congregados en la Dieta de Nuremberg» 38; el segundo, una Instrucción al nuncio acerca de las cosas que debía declarar pú­ blicamente en nombre del romano pontífice. El primero lo leyó y lo entregó a los Estados y el segundo lo leyó o lo dio a conocer sustancialmente en la se­ sión del 3 de enero de 1523. Habla el papa Adriano

Empieza el breve declarando que un solo pensamiento le embarga día y noche, el de cumplir perfectamente su oficio de buen pastor, que ama a sus ovejas y cuida de reducir al redil a las descarriadas. Ha gastado sus tesoros en ayudar a los caballeros de Rodas, amenazados por los turcos, y ahora, vol­ viendo los ojos al interior, tropieza con la herejía, porque «Martín Lutero, a quien desgraciadamente ya no podemos, por culpa suya, llamar hijo nuestro, renovador de antiguas herejías y condenado por sentencia de la Santa Sede y por un edicto de la Dieta de Worms, no solamente no abandona su mal camino, sino que diariamente divulga nuevos escritos llenos de errores, here­ jías, insultos y desobediencias, que inficionan la nación germánica y pueden provocar la guerra civil. Imposible luchar contra los enemigos exteriores si internamente reina la discordia. Considerad, príncipes y pueblos de Alemania, que, si en el origen de este mal no tuvisteis quizá parte alguna, podéis ahora ser culpables por la excesiva tolerancia y falta de resistencia. 37 A. W r e d e , Deutsche Reichstagskten unter Karl V III 384; O. R . R e d l ic h , Der Reichstag 21 - 22 . 38 W ret>e , III 399-404. También en R i n a l d i , Armales a.1522 n.60-64; L e P l a t , Monument. II 140-44; B u r m a n n , Hadrianus 467-72. El breve Hadriani papae VI ad Fridericum Saxoniae ducem> que traen estos tres últimos autores y que empieza «Satis et plus quam satis», no es auténtico.

Habla el papa Adriano

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»Y pasamos por alto lo que es más enorme (quod enormissimum est), que una nación tan grande y tan religiosa, siguiendo a un frailecillo (per unum fra-

terculum ) que, mintiendo a D ios, apostató de la fe católica y de la religión cris­ tiana, por él profesada desde la niñez y predicada y enseñada después durante muchos años, se deje arrastrar fuera del camino que le mostraron nuestro Redentor y los santos apóstoles, tantos mártires, tantos varones preclaros por la doctrina y la santidad y vuestros mismos antepasados. Com o si sólo Lutero tuviese juicio y saber y como si él solo hubiese recibido el Espíritu Santo, según decía de sí el herético M ontano, y la Iglesia, a quien el benignísimo Redentor del género humano prometió su asistencia hasta la consumación de los siglos, se hubiera siempre extraviado por ambages de perdición entre tinie­ blas de ignorancia hasta que vino Lutero a iluminarla con su luz. T o d o lo cual, aunque al juicio de los sensatos parezca sumamente ridículo (perridicula) , es m uy pernicioso para las almas sencillas y para los que, ansiosos de noveda­ des, desean cambiar el orden establecido. «¿N o veis,

¡oh príncipes y pueblos de Alem ania!, que los secuaces de

Lutero, bajo capa de libertad, introducen el libertinaje y la sedición? ¿Creéis que respetarán vuestras leyes los que vilipendian y echan a las llamas los sagrados cánones, los decretos de los Padres y de los concilios? ¿Dejarán de echar mano a los bienes de los laicos los que todos los días, ante vuestros mismos ojos, arrebatan los bienes consagrados a Dios ? Por eso os exhortamos a todos, os suplicamos por lo más santo, y 'os exigimos, en virtud de la santa obediencia que todos los cristianos deben a Dios, a San Pedro y a su vicario, que, deponiendo todas las rencillas que pueda haber entre vosotros, os apli­ quéis siquiera ahora con toda el alma a extinguir este común incendio y os esforcéis por traer al recto camino del pensar y del vivir tanto a M artín L u ­ tero como a los demás autores de tumultos y errores’ . Y si cerraren los oídos como áspides, proceded, para evitar gravísimos daños a la república cristiana, conforme a vuestras leyes imperiales y obrad severamente según el reciente decreto de W orm s. Por carácter, y por naturaleza, y por nuestro oficio pas­ toral, nos sentimos más inclinados al perdón que a la vindicta; ‘pero, si tan ulceroso se ha puesto este horrible cáncer que los medicamentos blandos y leves no surten efecto, habrá que emplear otros más ásperos y cauterios de fuego, cercenando del cuerpo íntegro los miembros disidentes’ . Esperamos en la divina clemencia, que volverá los ojos a vuestra nación y hará que triun­ féis del dragón diabólico de la herejía. N os haremos todo lo posible, dispuestos incluso a exponer la vida por tan santa obra. Nuestro querido hijo Francisco Chieregati, electo obispo de Téram o, nuestro nuncio, os expondrá más am ­ pliamente nuestro sentir». Hablaba el papa con el corazón en la mano, manifestando francamente su aflicción de padre, y se dirigía como alemán a los alemanes, tratando de conmoverlos, para que abrieran los ojos y vieran el abismo de guerras civiles adonde se iba a precipitar la nación. Si la curia romana había tenido alguna responsabilidad en provocar la situación actual, él, Adriano V I, sumo pon­ tífice de Roma, estaba dispuesto a hacer penitencia empezando por la confe­ sión pública de sus culpas.

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C.5.

Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

«Om nes nos declinavimus»

Más importante que el breve a los príncipes es la Instrucción privada que con la misma fecha envió a Chieregati sobre cosas que podría decir en la Dieta de viva voz 39. El papa no quiere dejar piedra por mover en orden a conseguir de los Es­ tados alemanes una determinación firme contra el luteranismo, siempre cre­ ciente. Por eso, no contento con exponerles nuevos motivos para la acción y de dirigirles palabras profundamente emocionadas, patéticas, casi implo­ rantes, parece como si se arrodillase delante de ellos para hacer la confesión de sus pecados con firme propósito de la enmienda. No le importa humillarse hasta el exceso con tal de mover a su querido pueblo germánico a que se aparte de Lutero y no de Roma. «En primer lugar les manifestarás el inmenso dolor que nos aflige por el auge de la secta luterana, sobre todo porque vemos que con ocasión de ella se apartan de la verdadera fe y religión y se pierden innumerables almas, re­ dimidas con la sangre de Cristo y encomendadas a nuestro celo pastoral; y esto en una nación de la que procedemos según la carne». Desea ardiente­ mente Adriano que todos y cada uno de los príncipes se esfuercen por evitar que suceda en Alemania lo que en Bohemia. Los motivos son éstos: i. El honor divino, gravemente violado por estas herejías, y la caridad para con los prójimos. 2. La infamia de su nación, antes tan cristianísima. 3. El honor de los príncipes germánicos, que quedará infamado si no destierran la herejía, pues ellos o su mayor parte aprobaron el edicto de Worms contra Martín Lutero, y serán hijos degenerados de sus progenitores, que condena­ ron a Juan Hus y con sus propias manos lo condujeron a la hoguera. 4. La in­ juria que Lutero hace a los antepasados alemanes, a quienes declara seguidores de una fe falsa, y, por tanto, herejes, infieles y reos de condenación eterna. 5. El fin a que tienden los luteranos, bajo color de libertad evangélica, es a quitar toda potestad superior; porque si bien es verdad que al principio lla­ maban tiránica solamente a la potestad eclesiástica, lógicamente tienen que atacar también a la potestad secular. 6. Los grandes escándalos, turbaciones, latrocinios, homicidios, litigios y disensiones que causó esta secta en toda Alemania; ítem, las blasfemias, maldiciones, chocarrerías y asperezas que éstos llevan siempre en sus labios, todo lo cual provoca la ira de Dios. 7. El modo usado por Lutero para seducir al pueblo cristiano es el mismo de Mahoma ( Mahometus Ule spurcissimus), permitiendo a los hombres carnales lo que les pide su instinto: Mahoma permitió la poligamia; Lutero declara que son inválidos los votos de castidad para captarse el favor de las personas reli­ giosas tentadas por la lascivia. El nuncio deberá pedir a todos los príncipes y Estados alemanes la apli­ cación efectiva del edicto imperial de Worms. Pasa luego a refutar un rumor que falsa e injustamente se repetía entonces: «Si alguno por ventura dijese que Lutero fue condenado por la Sede Apostólica sin oír su defensa y que es pre39 W rede,

Instructio pro te D. Francisco Cheregato de quibusdam quae... dicere poteris viva vocey e n Deutsche Reichstagsakten III 3 9 0 -9 9 ; y e n R i n a l d i , Anuales a . 1 5 2 2 n .6 5 - 7 1 .

Respuesta de la Dieta

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ciso oírle a él mismo y no condenarle hasta que se le convenza de error, res­ ponderás que los artículos de fe no se han de probar con razones, sino creer por la autoridad divina... E n cuestiones de derecho divino y en materia de sa­ cramentos hay que estar a la autoridad de los Santos Padres y de la Iglesia... Hace injurias al sínodo de la Iglesia el que se empeña en poner en duda lo que una vez ha sido rectamente establecido. Porque ¿qué certidumbre podrá haber entre los hombres o cuándo se acabarían las disputas y contiendas si a cualquier presuntuoso y maligno se le permitiese separarse de lo que ha sido determinado y sancionado no por el parecer de uno o de pocos, sino por el de la Iglesia católica, a quien D io s nunca permite errar en cosas de fe, y por el de los hombres más sabios en el decurso de los siglos? Cada sociedad tiene que exigir el cumplimiento inviolable de sus leyes... Y siendo así que Lutero y los suyos rechazan las sentencias de los Santos Padres, echan al fuego los sagrados cánones, confunden todo arbitrariamente y perturban el mundo en­ tero, consta claramente que, como perturbadores y enemigos de la paz pública, tienen que ser exterminados por todos los amadores de la misma paz». Sigue la humilde y sincera confesión de las culpas que Roma ha podido cometer: «Item, dirás que ingenuamente confesamos que Dios ha permitido esta persecución hecha a su Iglesia por los pecados de los hombres, máxime de los sacerdotes y prelados de la Iglesia... Sabemos que en esta santa sede, hace ya algunos años, hubo cosas abominables, abusos en lo espiritual, exceso en el mandar y alteración y perversión de todo. Y no es extraño que la enfer­ medad haya descendido de la cabeza a los miembros, de los sumos pontífices a otros prelados inferiores. T odos nosotros, es decir, prelados y eclesiásticos, nos hemos desviado del recto camino... Por lo tanto, es necesario que todos demos gloria a D ios y le humillemos nuestros corazones y vea cada cual de dónde ha caído... Y en esto, por lo que a N os toca, prometerás que pondremos todos los medios para que en primer lugar esta curia, de donde quizá proce­ dió todo el mal, sea reformada, a fin de que la sanidad y la reforma se deriven de allí de donde se derivó la corrupción a todos los inferiores» 40. Testifica el papa que solamente aceptó el pontificado por someterse a la voluntad de Dios y para devolver su belleza a la Esposa de Cristo por medio de la reforma; mas nadie se admire de no ver inmediatamente corregidos todos los abusos; la enfermedad fue m uy larga y complicada. Quéjanse algunos príncipes de que la sede romana violó sus concordatos; pero Adriano no puede ser acusado de lo que sucedió antes de ser él papa, y promete que, lejos de disminuir los derechos de los príncipes, se los aumentará en adelante. Respuesta de la Dieta

Las palabras del pontífice no podían ser ni más claras, ni más sinceras, ni más humildes. Hablaba a sus hijos como padre de la catolicidad y hablaba como alemán a sus queridos alemanes; pero éstos, en su mayoría, no le entendieron o no quisieron entenderle. E l o su curia se reconoció culpable; los alemanes 40 Hergenroether opina que Adriano VI, sin conocimiento de la curia romana, creyó inge­ nuamente a las sátiras y murmuraciones y le faltó prudencia al comunicar estas instrucciones al legado (H efele -L e c l e r c q , Histoire des conciles VIII 859). En cambio, L . Pastor trata de ex ­ cusar y defender al papa.

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jamás reconocieron en sí culpa alguna. Lejos de conmoverse

y de atender a las

razones de Adriano, se aprovecharon maliciosamente de aquella confesión de culpas para dar la razón a Lutero. Por eso se le podrá reprochar al papa neer­ landés la falta de habilidad diplomática

y el exceso de candidez e ingenuidad;

pero no se puede negar que dio un magnífico ejemplo de buena voluntad, de desinterés, de ánimo generoso

y humilde, que los príncipes y ciudades no su­

pieron agradecer ni estimar. Q u izá el bueno de Adriano V I, que nunca com ­ prendió a los italianos, tampoco comprendía bien a los alemanes de la nueva generación.

No faltaban en la Dieta algunos príncipes de sentimientos genuinamente católicos que estaban de acuerdo con los deseos de Adriano VI, y de buen grado le hubieran dado en seguida una respuesta favorable. Baste nombrar al archiduque Fernando de Austria, al margrave Joaquín de Brandeburgo, al duque Jorge de Sajonia, al de Baviera y algún otro. Pero con gran habilidad y astucia consiguió Hans von der Planitz, representante del elector sajón, que por lo pronto no se diese una respuesta definitiva, sino que se aguardase a las deliberaciones de una comisión especial. En esta comisión de ocho miembros entraron algunos de los más fervorosos luteranos, como el influente jurista Juan de Schwarzenberg, que supo contrarrestar la influencia católica del car­ denal Mateo Lang, arzobispo de Salzburgo, y atraerse a otros colegas e incluso a algún obispo. El 5 de febrero de 1523, la comisión terminó de redactar su respuesta, que tres días más tarde, levemente retocada por la Dieta y traducida al latín, fue entregada al nuncio. Los Estados alemanes aseguran que, al saber la elección de Adriano al sumo pontificado, se alegraron mucho por ser originario de la nobilísima nación germánica y por sus eximias dotes y virtudes. En cuanto a su petición de que se ejecute el edicto de W orms contra Lutero, responden que eso es imposible «por gravísimas y urgentísimas razones», ya que los males que se seguirían habían de ser mucho más perniciosos, porque seguramente surgirían tumultos populares y guerras civiles. La nación germánica se siente muy molesta por los abusos y los gravámenes de la curia romana. Con mucha verdad y piedad confiesa el reverendísimo nuncio que Dios permite estas per­ secuciones a la Iglesia por los pecados de los hombres, y promete que el papa hará lo posible para que se reforme la curia romana, origen de toda corrupción. También reconoce Su Santidad que la curia violó los concordatos de los prín­ cipes. Pues bien, mientras no se corrijan estos abusos y no se supriman los gravámenes, no habrá paz y concordia entre los príncipes seculares y eclesiás­ ticos. En consecuencia, se pide que las anatas y las vacantes o frutos intercala­ res dejen de pagarse a la cámara apostólica y se adjudiquen al fisco imperial. «Y como Su Santidad desea informarse de los remedios más aptos contra el error luterano..., piensan los príncipes que el más cómodo, eficaz y opor­ tuno es que Su Santidad, con la aprobación de la sacra y cesárea Majestad, convoque lo más pronto posible un concilio cristiano y libre en algún lugar conveniente de la nación germánica, como, por ejemplo, Estrasburgo, M a­ guncia, Colonia o M etz..., y que en tal concilio puedan hablar libremente, no obstante sus juramentos y obligaciones, todos cuantos en él participen, sean eclesiásticos o seglares».

Réplica de Chieregati

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En el ínterin, a fin de evitar errores y tumultos, la Dieta interpondrá sus ruegos, que espera serán eficaces, ante el príncipe Federico, elector de Sajo­ rna, a fin de que éste prohíba a Lutero y sus secuaces escribir, publicar o im ­ primir cosa alguna. También procurará la Dieta que en toda Alemania los predicadores no esparzan doctrinas erróneas o sediciosas, sino que «prediquen y enseñen con piedad, mansedumbre y espíritu cristiano el verdadero, puro, auténtico y santo Evangelio y la Escritura autorizada». En cuanto a los sacer­ dotes que contraen matrimonio y los religiosos que abandonan sus monaste­ rios, contra los cuales el nuncio pidió medidas coercitivas, se le responde que, no existiendo en el Código civil penas establecidas, sean castigados por sus ordinarios según los cánones41. Esto equivalía a abolir el edicto de W orms y a proclamar que Lutero había hecho bien en denunciar los abusos y desórdenes, que ahora eran re­ conocidos por el mismo papa. Como además se hacían otras reclamaciones intolerables, el nuncio tuvo que dejarse oír de nuevo. Réplica de Chieregati

Cuando el edicto de la Dieta de Nuremberg, retocado por el emperador en lo concerniente al concilio y a la predicación de la Escritura, se publicó el 6 de marzo, ya hacía dieciocho días que el nuncio, disgustado y desalenta­ do, había salido de la ciudad, no sin haber escrito antes una réplica deshacien­ do los fútiles argumentos del decreto y demostrando que sus decisiones so­ bre el edicto de W orm s ni eran lógicas ni tenían fundamento histórico. Lo de las anatas lo dejaba al parecer del papa. En lo del concilio ecuménico libre en una ciudad alemana, encontraba frases ambiguas e inaceptables, aunque el emperador había suprimido la intervención de los seglares. A todos los demás puntos hacía observaciones oportunas y prudentes, que de nada sirvieron 42. Es verdad que el Reichstag, o la Dieta, nunca aprobó las doctrinas de Lutero, y en sus duras querellas o Gravamina que envió directamente a Roma nunca insinuó la más mínima tendencia cismática. A l fin y al cabo, la mayo­ ría de sus componentes eran fieles católicos. Pero no deja de maravillar que tal asamblea de representantes de Estados que se dicen católicos y que pare­ cen dolerse de la difusión de la «peste luterana», la dejen extenderse impune­ mente, negándose a ejecutar el edicto de Worms, que con tanto celo y ener­ gía había firmado el emperador Carlos V. La explicación está en que los obis­ pos o príncipes eclesiásticos eran de una cobardía incalificable, y más que a la religión, miraban a sus propios intereses; y los príncipes seglares, aun los ca­ tólicos o dudosos, se dejaban influir por sus consejeros, que generalmente eran hábiles juristas inficionados de luteranismo. Y no se ha de menospre­ ciar el poder conminatorio de muchos burgueses, estudiantes y sacerdotes apóstatas, que, por medio de algaradas callejeras, de hojas volantes y aun de 41 W r e d e , Deutsche Reichstagsakten III 433-35. Con esta ocasión se mandaron a Rom a los cien «gravámenes que Alemania no podía tolerar»: Sacri Romani Imperii Principum ac Procerum gravamina centum (en W r e d e , Deutsche Reichstagsakten III 645-68; L e P l a t , Monument. II 164-207).

42 C. M artin

v o n H o efler , ¡.útero 2

Adrián VI 284.

fi

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sermones en las iglesias de Nuremberg, creaban un ambiente antirromano, favorable a Lutero. M uy diferente hubiera sido el giro de los acontecimientos religiosos en el Imperio de haberse hallado allí presente Carlos V; pero las guerras con Francia casi no le permitían pensar en Alemania; y el Consejo de regencia, que nunca se sintió con fuerza para gobernar de veras enérgicamente, estaba aquellos días preocupado por los movimientos subversivos de los inquietos caballeros y por las desavenencias entre algunos príncipes. El 8 de marzo de 1523 corrían ya por la ciudad de W ittenberg los decre­ tos nurembergenses en alemán y en latín, que Martín Lutero leyó «con sumo placer» 43. Regocijábase de que el papa y su nuncio hubiesen fracasado en su empeño de dar validez y eficacia al edicto de Worms, y no podía menos de alegrarse al ver la actitud protestataria de los Estados germánicos frente a Roma. Palabra de Lutero

Que la reforma moral y disciplinar del clero y de la Iglesia le importaba un comino, lo demuestra el desprecio, a veces insultante, con que habló del «maestro Adriano», a quien trató de hipócrita, de ignorante y de asno lovaniense, y cuyas sincerísimas tentativas reformadoras no quiso comprender. Fue por aquellos días cuando publicó, en colaboración con Melanthon, su injuriosa interpretación del papa-borrico ( Papstesel) y del monje-ternera (M on ch k a lb ), de que hicimos mención en otro capítulo44. En el papa neer­ landés, amantísimo de la reforma, Lutero no vio más que al anticristo y al vocero de Satán. Y cuando Adriano, aspirando a reformar el episcopado alemán, propu­ so a todos los obispos un alto modelo en la figura de San Bennón de Meissen (1066-1106), a quien canonizó el 31 de mayo, el teólogo de W ittenberg lanzó a la publicidad su panfleto Contra el nuevo ídolo y viejo diablo que se va a elevar a los altares en Meissen, donde designa al «maestro Adriano» como el peor enemigo de Dios y del Evangelio, y a San Bennón, como adulador del papa y digno de ser arrastrado al infierno por el demonio. Los miembros de la Dieta habían convenido con Chieregati en condenar de alguna manera aquella especie de epidemia moral, de sacerdotes que vo­ laban al matrimonio y de monjes y monjas que colgaban sus hábitos. Lutero, en cambio, multiplica este año de 1523 sus exhortaciones a despreciar el celibato eclesiástico, porque «las bodas de los sacerdotes me encantan», y divulga escritos como éstos: Por qué y cómo las vírgenes pueden abandonar sus conventos obedeciendo a D ios (10 de abril de 1523), Amonestación a los caballe­ ros de la Orden Teutónica para que eviten la falsa castidad y abracen la verdadera castidad del matrimonio (28 de marzo). D e ellos hicimos mención en el capí­

tulo precedente. El 25 de mayo, Federico de Sajonia le comunicó que los deseos de la Dieta y del Consejo de regencia eran que se abstuviese de escribir y publicar nada 43 «Habemus decreta Nurmbergae... mire libera et placentia» (Briefw. III 41). 44 Véase el c.l de esta p.2.a (W A 11,369-85).

Nueva Dieta y nuevo nuncio

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antes de que se reuniese un concilio en tierra alemana, lo cual había de ser dentro de un año. Lutero respondió a su príncipe el 29 de mayo que de buen grado dejaría de escribir cosas fuertes contra sus adversarios; pero como éstos le atacan, «especialmente Juan Faber, vicario del obispo de Constanza, que ha escrito un grueso libro latino contra mí, recientemente reimpreso en Leipzig, y también Emser otro contra mí en alemán..., con muchos vitupe­ rios no sólo de mi nombre cristiano, sino del santo Evangelio, me será muy difícil soportar tales blasfemias» 45. Por otra parte, ya que el edicto de la Dieta ordena que se predique en todas partes el puro Evangelio, no se me prohibirá a mí— dice— anunciar la verdad evangélica. Y

que no estaba dispuesto a callar, lo demostró en seguida prácticamente,

publicando a principios de julio del mismo año un escrito contra las decisio­ nes de la Dieta, que él tituló Contra los falseadores y tergiversadores del mandato

im p erial 46. Nueva Dieta y nuevo nuncio

Poco antes de disolverse la Dieta nurembergense en marzo del 1523, se determinó que tendría que reunirse otra aquel mismo año y en la misma ciu­ dad de Nuremberg, porque los principales problemas quedaban por resolver. Mientras la situación de Alemania, sin la presencia del emperador, se ponía cada vez más confusa e incierta, en Roma se verificaba un cambio de escena de alguna importancia. Tras un breve pontificado de veinte meses, el 14 de septiembre de 1523 moría piadosamente Adriano V I 47; al cabo de dos meses era elegido para sucederle el cardenal Julio de Médicis, que tan activamente había intervenido en el proceso romano de Lutero. Tom ó el nombre de Clemente VII, y, aunque era primo de León X, se parecía poco al hijo de Lorenzo el Magnífico. Frugal, moderado, de costumbres intacha­ bles, adolecía de un grave defecto: la indecisión o incertidumbre en el obrar. Y en su gobierno prevalecía lo político sobre lo religioso. Con todo, la escisión luterana, siempre creciente, lo mismo que la amenaza turca, le preocupó hondamente desde el principio. A sí lo dio a entender en el primer consisto­ rio del 2 de diciembre 47#. Alarm ado por las noticias que le llegaban de Alem ania y sabiendo que la nueva D ieta se reuniría próximamente en Nurem berg, quiso mandar a ella un nuncio apostólico que representase dignamente a la Santa Sede y actuase con eficacia en la cuestión de la defensa armada contra la amenaza turca y, sobre todo, en la unificación religiosa de la nación germánica. E l escogido fue el cardenal Lorenzo Cam peggi (1474-1539), uno de los mejores diplom á­ ticos que entonces poseía Roma; hombre docto, equilibrado y amigo de la reforma de la Iglesia, aunque su vida privada no siempre fue m uy ejemplar. Había sido profesor de derecho en la Universidad de Bolonia, y, al quedar 45 Briefw. III 77. 46 Widder die Verkerer und Felscher keyserlichs Mandats (W A 12,62-67). 47 Muerto Adriano, los romanos pusieron a la puerta de la habitación del médico pontificio esta inscripción: LIBERATORI PATRIAE — SPQR. Lutero se contentó con decir: «Adriani mortem D eo committo» (Briefw. III 162). Sforza Pallavicino sentencia lacónicamente: «Fú ecclesiastico ottimo, pontefice in veritá mediocre» (Istoria del concilio di Trento II 9,1). 47* Véanse las actas en P. K a l k o f f , Forschungen zu Luthers römischem Prozess 86.

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viudo en 1509, pensó en cambiar de vida, entrando en la carrera eclesiástica. A l regresar de su primera legación alemana en 1512 fue nombrado obispo de Feltre. En recompensa de su segunda legación al emperador Maximiliano, obtuvo el capelo cardenalicio en 1517. León X le envió de nuncio a Inglate­ rra en 1518. Durante el pontificado de Adriano V I escribió su tratado o me­ morial D e depravato statu Ecclesiae. Clemente V II se apresuró a darle el ar­ zobispado de Bolonia y el 8 de enero de 1524 lo nombró legado apostólico para toda Alemania, Bohemia, Hungría, Polonia y Escandinavia, recomendándole la defensa de los intereses católicos ante la Dieta de Nuremberg 48. Esta, que había sido convocada para el n de noviembre de 1523, no pudo reunirse hasta el 14 de enero de 1524. Intrigas dentro y fuera de Nuremberg

En la nueva Dieta de Nuremberg (1524) se manifestaron las mismas di­ sensiones del año precedente. El Consejo de regencia (Reichsregiment ) , pre­ sidido por el archiduque Fernando de Austria, lugarteniente de su hermano el emperador, quería hacer valer su autoridad por encima de los miembros de la Dieta, a lo que éstos se oponían decididamente. Particularmente los tres príncipes de Tréveris, del Palatinado y de Hessen criticaron el 6 de febrero la conducta poco clara que el Consejo de regencia había observado en la guerra contra Sickingen. En favor del Consejo se declaró Federico de Sajonia; mas como sus palabras no fuesen bien recibidas, abandonó bruscamente la ciudad de Nuremberg el 26 de febrero, dejando allí por representante suyo a Felipe von Feilitzsch. ¿Se largó quizás el cauteloso príncipe para no encon­ trarse con el nuncio apostólico, que no tardaría mucho en llegar? Quejábanse las ciudades de la arbitrariedad con que el Consejo había gobernado; y tanto Jorge de Sajonia como el obispo de W urzburg lamentaban la debilidad del Consejo respecto de Lutero. En efecto, no pocos de sus miembros luteranizaban abiertamente. Dentro de la Dieta se discutió sobre la conveniencia de suprimir el Con­ sejo imperial o de regencia ( Reichsregiment), sustituyéndolo, en ausencia del emperador, por un vicario imperial. Capitaneaba esta opinión el conde pala­ tino Federico, que aspiraba a desempeñar ese cargo alegando antiguos dere­ chos. Otros proponían la elección de un «rey de romanos» con fuerte autori­ dad sobre todo el Imperio; pero lo grave estaba en que el rey de Francia Fran­ cisco I se presentaba como candidato al título de «rey de romanos», y con sus grandes recursos económicos engatusaba a varios príncipes, intentando eli­ minar así a Carlos V de la escena alemana. El noble caballero y embajador del emperador en la Dieta, Juan Hannart, aunque no aprobaba en todo la conducta del joven Fernando de Austria, se puso resueltamente de su lado en orden a mantener esencialmente el Consejo de regencia, cambiando solamente sus miembros 49. 48 De Campeggi trata L. P a s t o r , Geschichte IV 2 passim; C. S i g o n i o , Vita L. Campeggi cardinalis, en Sigonii opera omnia (Milán 1773) III 531-76; T. B r t e g e r , Campegi, en RE; E. C a r d i ­ n a l , Cardinal L. Campeggio, Legate o f the Courts o f Henry VIII and Charles V (Boston 1 935). 49 «La pluspart desdicts du Régiment (informaba Hannart al emperador) sont grandz luthériens» (K. L a n z , Correspondenz des Kaisers Caris V I 101). Cita frecuentemente estos informes J. J a n sse n , Geschichte des deutschen Volkes II 384-97. Hannart traía de Carlos V un mensaje

Alocución de Campeggi

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La firmeza del joven archiduque— a quien el embajador veneciano G. Contarini describe como acutissimo, pronto, ardentissimo di stato e di signoreggiare— logró que fracasasen las intrigas del rey francés y que los Estados se decidie­ ran el 12 de marzo a «prolongar la duración del Consejo de regencia por dos años más» 50. Hallábanse todavía en estos debates, cuando llegó a Nurem berg el car­ denal legado, Lorenzo C a m p e g g i51.

Alocución de Campeggi

El nuncio había salido de Roma el primero de febrero de 1524. Hasta el 26 de aquel mes no llegó a Trento. El 3 de marzo estaba en Innsbruck, el 9 en Augsburgo y el 14 por la tarde entraba en Nuremberg. La Alemania que ahora veía con sus ojos no era la misma que en tiempo de Maximiliano le había recibido con aplausos y honores. A l pasar por Augsburgo estuvo a punto de sufrir ultrajes y afrentas de parte del pueblo, pues se había dispuesto que un centenar de muchachos le saliesen al encuentro vestidos de diablos y arrastrando un pelele vestido de cardenal; sólo por intervención de una per­ sona autorizada se evitó tan enorme desacato 52. A la llegada a la ciudad de Nuremberg optó Campeggi por despojarse de su manto rojo y del capelo cardenalicio, no hacerse preceder de la cruz y abstenerse de dar la bendición, para no ser insultado por el populacho. L le­ gada la Semana Santa, se suprimieron en las parroquias muchos de los sagra­ dos ritos, mientras se permitía al sacerdote luterano Andrés Osiander lanzar imprecaciones desde el pulpito contra el «anticristo de Roma». En el templo de los agustinos, el domingo de Resurrección, contra la ley canónica, se re­ partió la comunión bajo las dos especies a más de 3.000 personas 53. El obispo desagradable para Federico de Sajonia: las bodas concertadas entre la infanta Catalina, hermana menor del emperador, y Juan Federico, sobrino del elector, debían deshacerse. De ello se alegró Fernando de Austria, que deseaba ver a su hermana antes muerta que casada con un luterano. D e Hannart decía Carlos V: «Nobilem et splendidum virum, consiliarium nostrum et summum secretarium, Ioannem Hannart, burgravium in Lumbeck, equitem auratum Ordinis S. Iacobi» ( L e P l a t TI 217).

50 Las decisiones, en W r e d e , Deutsche Reichstagsakten IV 386. A l comunicarlo al emperador, expresaba su hermano Fernando muchas quejas sobre el m odo de proceder de Hannart (ibid., IV 784*85). Reunido en mayo el nuevo Consejo de regencia, puso su sede en Esslingen, ciudad dependiente del archiduque. 51 Es interesante el Consilium que escribió Aleandro para el nuncio, y que empieza: «Primum omnium oretur Deus assiduis precibus»; donde le recomienda que dé buen ejemplo de vida; que favorezca a los virtuosos y sabios en Alemania y no se deje engañar de los hipócritas; que recurra a la teología positiva (Biblia, Santos Padres y concilios, no a la escolástica); le indica cóm o responder a los Gravamina y a la demanda de un concilio. El texto, en I. D o e l l i n g e r , Beiträge zur politischen, kirchlichen und Kultur-Geschichte III 2 42 -6 7 . Resumen, en H e f e l e L e c l e r c , Hist. des conciles VIII 884-88. En otro memorial dirigido a Clemente VII que empieza: «Humani generis et auctor et assertor Iesus Christus», insiste en la oración a Dios, en la propia reforma, en la observancia de las leyes y de los concordatos, en la celebración de sínodos bajo la presidencia de legados bien escogidos, y añade que convendría a veces emplear la severidad, especialmente con las ciudades, lanzando contra ellas el entredicho, y bloqueando así su comercio; llega a proponer la privación a la Universidad de Wittenberg de todos sus pri­ vilegios, e incluso la excomunión y deposición del príncipe elector de Sajonia ( D o e l l i n g e r , Bei­ träge III 2 68-84). 52 Lo cuenta Aleandro; en P. B a l a n , Monumenta reform. luth. 341. Spalatino refiere que, al dar la bendición al pueblo en Augsburgo, «asinum ostendisse dicebantur» ( K i d d , Documents illustrative 135). 53 Lo dice Spalatino en sus Anuales Reformationis: «Augustiniani Nurmbergenses die Resurrectionis Dominicae, ut mihi Prior eorum Wolfgangus Volprechtus scripsit, ultra ter mille homines toto sacramento communicaverunt» ( K i d d , Documents illustrative 135). Ese Volprecht prior de los agustinos fue judicialmente condenado com o hereje, juntamente con Jorge Pessler y Héctor Poemcr, rectores de las parroquias de San Sebaldo y de San Lorenzo ( B a l a n , 386 -8 7 ).

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Ante las Dietas imperiales. Sickin gen y Hutten. Adriano V I

de Bamberg y el célebre franciscano Tomás Murner fueron silbados y ultra­ jados en las calles. A los tres días de su llegada hizo Campeggi acto de presencia ante los Es­ tados de la Dieta y tuvo su primer discurso, con palabras de gran mesura y en tono conciliador. Sólo en la cuestión del edicto de W orms se mostró exigente, insistiendo en que era ley del Imperio, y debía llevarse a la práctica. En esto se sentía apoyado por el representante del emperador, Juan Hannart, el cual había manifestado que la voluntad de Carlos V coincidía plenamente con la del nuncio. Cuando los príncipes le preguntaron qué respuesta les daba a las quejas o Gravam ina que la Dieta última había enviado al romano pontífice (Adria­ no VI), declaró el nuncio que el nuevo papa no había recibido ninguna noti­ cia oficial de tal escrito; que él— Campeggi— había visto uno de los tres ejem­ plares llegados privadamente a Roma, y que lo había encontrado extremoso e intemperante, hasta el punto de pensar que no había sido redactado por los miembros de la Dieta, sino por algún particular enemigo de la Santa Sede. «Por eso— dijo— a mí no se me dieron instrucciones concretas sobre ello, pero tengo plenos poderes para tratar acerca de las reclamaciones de la nación germánica y estoy dispuesto a discutir a fondo con los príncipes todos los asun­ tos; aunque lo mejor sería que los alemanes enviasen a Roma una embajada con sus peticiones, como lo han hecho los españoles, en la seguridad de que Clemente V II les concedería benignamente todo lo que fuese justo y honesto, no exigiendo otra cosa sino que ellos se opusiesen decididamente al continuo crecer de la herejía»54. El teólogo, humanista y jurista Federico Nausea (de Grau, 1496-1552), que era el secretario de Campeggi, redactó, para conocimiento de la curia, un informe sobre los Gravamina, distinguiendo las quejas justas de las in­ justas o exageradas, las cosas esenciales de las accidentales y abusivas 55. Conclusión de la Dieta

A los tradicionales y mil veces repetidos Gravámenes, la Dieta de Nuremberg añadió en 1524 algunos más, que le fueron comunicados a Campeggi, a saber, el abuso de que algunos administradores de obispados fueran sim­ ples sacerdotes, sin recibir la consagración episcopal; la dispensa de la resi­ dencia, que Roma concedía fácilmente a los obispos; la visita ad limina que el papa imponía a los mismos, haciéndoles pagar una contribución pecunia­ ria; y, sobre todo, la facultad concedida al archiduque de Austria de aplicar 54 W r e d e , Deutsche Reichstagsakten IV 483-89. Pocos días después de Campeggi llegaron los embajadores de Luis de Hungría, cufiado del césar, suplicando con lágrimas a la Dieta man­ dasen refuerzos militares contra los turcos invasores (E. A. R i c h t e r . Der Reichstag zu Nürnberg. 1524, Leipzig 1888). 55 Y a antes habían precisado Aleandro y Eck lo que había de justo y de exagerado o falso en tales querellas (F. D i t t r i c h , Beiträge zur Geschichte der kath. Reformation im ersten Drittel des 16. Jahrhunderts: HJ 5 [1884] 319-98 [358-60]). En 1523 decía Eck que, de los 100 graváme­ nes, sólo 26 tocaban al papa y a la curia: «Cum ínter centum artículos gravaminum missorum a principibus Germaniae solum 26 respiciant sedem apostolicam et curiam romanam, reliqui omnes concernunt clerum in partibus» (G. P f e i l s c h i f t e r , Acta reformationis cath. I 148). La propuesta de los obispos sobre la reforma o supresión de algunos gravámenes, en P f e i l s c h i f ­ t e r 430-35.435-87.

167

Conclusión de la Dieta

a la guerra contra los turcos las rentas eclesiásticas, contra el derecho común y con perjuicio de las iglesias alemanas. El 18 de abril de 1524 se redactó por fin, apresuradamente, el proceso verbal y se firmó el decreto en nombre del emperador. Respecto al edicto de Worms, los Estados del Imperio se vieron constreñidos a confesar que, siendo decreto imperial, tenían el deber de mandarlo ejecutar, pero añadieron que así lo harían «en cuanto fuere posible», abriendo con esta cláusula un portillo a su incumplimiento 56. Decían que un concilio libre y universal de la cristiandad debía ser convocado por el papa, de acuerdo con el emperador, lo más pronto posible, en una ciudad de Alemania. «Concilio libre», así lo querían los luteranos, pero «convocado por el papa», así lo querían los católi­ cos; es decir, un compromiso absurdo. Lo que se ha de observar hasta el tiempo del concilio lo decidirá una asamblea general ( communis congregatio) de la nación germánica, que se celebrará en Spira por San Martín (11 de no­ viembre), tanquam parascevem futurae synodi 57, donde algunos consejeros ins­ truidos— después de cuidadoso examen para discernir lo bueno de lo malo— presentarán un extracto o resumen de las cuestiones discutidas en la Dieta y de las doctrinas nuevas, extracto que será útil para el futuro concilio. Todos y cada uno de los Estados del Imperio deberán atentamente velar por que «en el ínterin se predique el santo Evangelio y la palabra de Dios según su genuino sentido y conforme a la interpretación de los doctores aprobados por la Iglesia». Palabras ambiguas con que los dos partidos trataban de en­ gañarse mutuamente. Los 100 gravámenes enumerados en la última Dieta serán entregados a una comisión para que los estudie y revise 58. El D r. Martín seguía con interés desde W ittenberg las disputas de la Dieta de Nuremberg y las decisiones que en ella se tomaban. «Todavía no han decretado nada contra mí y nuestro príncipe ha regresado ya», escribía el 14 de marzo. Y el 2 de mayo, no sin algún temor: «Oigo que en Nuremberg se lanzan contra mí gravísimas amenazas» 59. A ntes de que llegase a sus manos el decreto conclusivo de la D ieta ( R eich stagsabschied) , conociéndolo solamente por el mandato del emperador a los condes de M ansfeld 60, tomó la pluma y escribió en el mes de agosto de

1524

un folleto titulado D os edictos imperiales desacordes y contrarios respecto a

Lutero, transcribiendo en alemán el edicto de W orm s del 8 de mayo de 1521, con brevísimas glosas marginales, y el de Nurem berg del

18 de abril de 1524,

con un corto epílogo 61. 56 «Inter se concordarunt et concluserunt, se velle dicto nostro (el documento habla en nom­ bre del emperador) mandato obedienter, quemadmodum et ad id se obligatos esse recognosc*nt, pro virili sua, et in quantum possibile sit, parere et illud adimplere et observare» (B a l a n , 330; W r e d e , 603-605). 57 L e P l a t , Monument. II 2 18.

58 Sin hacer caso de las observaciones de Campeggi (B a l a n , 3 32 -3 5 ), se divulgó el documento por toda Alemania, com o si llevase la aprobación del emperador. Briefw. III 283.294. 60 «Caroli V Imperatoris Augusti Mandatum ad Comités Mansfeldenses» (en L e P l a t , II 21 7 -2 1 ). Véanse las noticias que trae Pietsch en W A 15,244-45. 61 Zwei keyserliche uneynige und wydderwertige Gepott den Luther betreffend: W A 15,254-78.

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C.5.

Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

Airada respuesta de Lutero Era costumbre del Reformador, cuando no quería perder tiempo en res­ ponder largo y tendido a sus adversarios, reeditar los opúsculos escritos con­ tra él glosándolos ligeramente. A s í lo hizo en esta ocasión, publicando los dos edictos con unos comentarios que nos revelan su estado psicológico y su actitud frente a las autoridades del Imperio. Traducim os unas líneas del prólogo, que rezan así: «Estos dos edictos im ­ periales los he hecho imprimir movido de gran piedad hacia nosotros, pobres alemanes, por si se digna la bondad de Dios mover a algunos príncipes, para que sientan— ver no es preciso, hasta los cerdos y los asnos pueden verlo— cuán ciega y obstinadamente obran. Es una vergüenza que el emperador y los príncipes procedan oficialmente con mentiras; pero es aún más vergonzo­ so que publiquen al mismo tiempo los dos decretos que aquí verás, man­ dando que se me trate como a proscrito, conforme al edicto de W orm s, y promulgando el edicto contrario, según el cual en la futura D ieta de Spira se deberá determinar lo que hay de bueno y de malo en mi doctrina... Tienen que estar borrachos y locos estos príncipes. Y nosotros los alemanes seguire­ mos siendo alemanes, y asnos, y mártires del papa aunque se nos machaque como la sémola en el mortero... M is queridos príncipes y señores: a mí, p o ­ bre y solo, os dais prisa a matarme, y en haciéndolo creeréis haber triunfado. Si tuvierais orejas para oír, yo os diría una cosa rara. ¿Y si la vida de Lutero valiese tanto delante de D ios que, no viviendo él, ninguno de vosotros tuviese seguridad de la vida y del señorío, y su muerte fuese la perdición de todos vosotros? C o n D ios no se juega. Seguid, pues, adelante, ahorcad y quemad; yo no cederé, D ios queriendo. Hem e aquí... A lo que veo, D ios me ha dado que hacer no con hombres de razón, sino con bestias alemanas, que me ma­ tarán, si soy digno, como me descuartizarían los lobos o los cerdos»62. N o se vaya a creer por estas palabras jactanciosas y retadoras que el pro­ fesor de W ittenberg se siente amenazado de muerte. Está seguro de que el poderoso príncipe elector de Sajonia y otros altos personajes le defenderán en cualquier caso. Por eso se atreve incluso a protestar públicamente contra los subsidios ordenados por la D ieta de Nurem berg para la defensa antiturca. Escribe así en el epílogo: «Para terminar, pido a todos los cristianos se dignen rogar a Dios por estos miserables y obcecados príncipes, con los que el Señor, sin duda gravemente airado, nos castiga; y no les sigamos ni ayude­ mos en la campaña contra los turcos, pues el turco es diez veces más prudente y piadoso que nuestros príncipes. ¿Cómo van a tener éxito en la lucha contra el turco estos locos que tientan a Dios y le blasfeman? Pues ya ves cómo ese m oital y miserable saco de gusanos que es el emperador, que no puede ase­ gurarse un solo instante de vida, se ufana descaradamente de ser el protector de la fe cristiana... C o n suspiros de lo más hondo del corazón, ruego a todos los piadosos cristianos que se compadezcan conmigo de estos locos, necios, insensatos, frenéticos y mentecatos bufones... D ios nos libre de ellos dándo­ nos por su gracia otros regentes. Amén» 63. 62 Ibid., 254-55. « Ibid., 278.

Los católicos, contra la Dieta

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Fácil es de imaginar cómo arrugaría la frente encolerizada, al leer esto, el

y con él otros príncipes católicos. ¿No era ese y a la revolución? Jorge publicó en sus Estados lo antes que pudo ambos decretos, el de W orm s y el último duque sajón Jorge el Barbudo,

breve escrito un llamamiento a la rebeldía

de Nurem berg, mandando severísimamente a todos sus súbditos que los pu ­ siesen en ejecución bajo graves penas 64.

Los católicos, contra la Dieta

Tanto Campeggi como el papa rechazaron la anunciada asamblea de Spira, donde querían los Estados germánicos, sin contar con la Santa Sede, decidir las cuestiones religiosas. Desde Roma se movieron todas las palancas diplo­ máticas a fin de frenar y anular las decisiones de la Dieta. Para eso, Clemen­ te VII, después de consultar a una comisión de cardenales, dirigió sendas cartas al rey de Inglaterra (16 de mayo), a Carlos V (17 de mayo) y al rey de Francia (22 de mayo), describiendo en términos alarmantes los graves daños que amenazaban a la religión en Alemania y pidiendo su colaboración para ponerles un firme dique 65. En la Instructxo compuesta por Aleandro para que los nuncios comunica­ sen al emperador la mente del papa se decía: «Advierta la cesárea Majestad que por el honor de Dios y suyo sería bueno ir pensando en privar de sus Estados al elector de Sajonia y transferir el electorado a otro príncipe más del agrado de Su Majestad...; pues el dicho de Sajonia, por ser autor y fautor de esta herejía, merece ser destituido, según las leyes sagradas e imperiales... También sería bueno que Su Majestad pensase en declarar incurso en la pena de proscripción imperial una sola, por ahora, de las ciudades libres, decre­ tando contra ella represalias en Alemania y en todos los lugares donde tiene mercancías, tanto más que los mismos mercaderes son muy responsables de esta herejía»66 El plan de Aleandro, redactado a fines de abril de 1524, lleva, como se ve, un cuño típicamente antirreformístico. A manos de Carlos V llegaron también letras de su hermano el archidu­ que Fernando con una tétrica pintura de la anarquía religiosa provocada en todas partes por los novadores y con una apremiante exhortación a no permi­ tir la asamblea de Spira, donde se tomarían decisiones sobre la verdad evan­ gélica, que no es exclusiva de la nación germánica, sino de toda la Iglesia, y que, por lo tanto, no debe ser objeto de una asamblea nacional, sino de un concilio universal 67. 64 Lo afirma C odeo, añadiendo: «Est enim Princeps non m odo pius et religiosus, verumetiam Caesaris et amantissimus pariter et observantissimus, exemplo gloriosae memoriae patris sui, Ducis Saxoniae, Alberti» ( Commentaria de actis 99). Por el mismo tiempo publicó Lutero algunos escritos de cierta importancia, com o Sobre el comercio y la usura (W A 15,294-322), de­ plorando la ruina económica que causan a Alemania los comerciantes, los usureros o prestamis­ tas, los monopolizadores de mercancías. 65 E n R in a l d i , Anuales a. 1524 n . 17-19.15-16.20. 66 B a l a n , Monumenta 345. Campegio aconsejaba lo mismo en abril de 1525: «Metiere in bando alcuna di queste terre piü ribelle, et la prima a mió judicio devrebbe essere Nuremberga» (¡bid., 436). Más concretamente Aleandro proponía a Clemente VII un programa de contrarre­ forma (cf. nt.73). ()7 J. Chmfí, Instruction Erzherzog Fcrdinands... vom 13 Juni 1524: Arch. f. Kunde oesterr. G .» 1 (1848) 83-149; Janssen, II 407-8.

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Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

Carlos V estaba perfectamente de acuerdo con su hermano y con el papa; por eso envió inmediatamente a Roma una embajada, presidida por el duque de Sessa, para anunciar a Clemente V II que él desaprobaba terminantemente las decisiones de Nuremberg, en especial la asamblea de Spira, y estaba dis­ puesto a tomar medidas enérgicas contra las agresiones de la herejía; propo­ nía luego la inmediata convocación de «un concilio universal de toda la cris­ tiandad...; y, puesto que piden se haga en Alemania, podría Su Santidad elegir para esto la ciudad de Trento, que ellos consideran como de Alemania, aunque esté en Italia» 68. Más enérgica fue la reprobación, hecha por el mismo emperador, de las decisiones de Nuremberg. Dirigiéndose a todos los Estados del Imperio, les reprocha severamente el haber prometido que cumplirán el edicto de Worms «en cuanto sea posible»; ese edicto que Carlos, con el unánime consentimien­ to de todos los Estados y príncipes alemanes, promulgó «contra la alucinación luterana y contra su doctrina herética, maligna y venenosa»; y en cuanto a la asamblea de Spira, convocada para el día de San Martín, «nos no podemos ni queremos de ningún modo admitirla o permitirla». «Dado en nuestra ciu­ dad de Burgos, en Castilla, el día 15 de julio de 1524» 69. El emperador no fue obedecido por todos, porque antes que llegase su orden se congregó en Spira una asamblea a mediados de julio, a la que asistie­ ron los delegados de las ciudades libres o imperiales, inficionados muchos de ellos de luteranismo, los cuales, no contentándose con pretextar dificultades contra la ejecución del edicto de W orms, determinaron que cada ciudad debía buscar doctos predicadores que anunciasen el Evangelio en toda su integridad y pureza70. Refiere Codeo, asesor, juntamente con Eck y con Juan Fabri, del nuncio en Nuremberg, que los príncipes encomendaron a sus teólogos examinar diligentemente los libros luteranos, y que con esa ocasión recopiló él y refutó no menos de quinientos artículos, extractados de 36 sermones de Lutero, indicando a los mismos príncipes la inmensa selva de errores que se podía recoger de los demás escritos del hereje 71. Liga de Ratisbona

Lorenzo Campeggi, el sensato y hábil diplomático del papa, mientras acom­ pañaba al archiduque Fernando en su viaje de Nuremberg a Stuttgart y de Stuttgart a Ratisbona, iba meditando el modo más apto de atajar la invasión luterana. Había que empezar por la reforma del clero, y luego provocar en las autoridades una fuerte reacción contra los novadores. Ya que en Nuremberg no había podido hacer que todos los príncipes del Imperio se decidiesen a combatir la propaganda herética, pensó que por lo menos sería posible que algunos de ellos se coligasen y formasen un frente de defensa y de impug­ nación. 68 La data no debe ser «circa maium», com o escribe Balan (3 5 1 ), sino quizá 23 de julio. E n C o c l e o , Commentaria 9 5-97. 70 Sobre la reunión de Spira y el luteranismo de las ciudades libres, J. J a n s s e n , II 4 20 -3 9 . En Nuremberg, luteranizada com o pocas, resplandecía maravillosamente la clara figura de Charitas Pirckheimer, abadesa de Santa Clara. 71 C o c l e o , Commentaria 95.

Liga de Ratisbona

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A l archiduque le pareció todo muy bien, porque era amparar la causa del emperador y de la fe católica. L o mismo opinaban los duques de Baviera, hasta ahora poco propensos hacia los Habsburgos, y bastantes obispos. L o primero que estos príncipes católicos deseaban era la reforma eclesiástica en sentido tradicional, hecha por orden de la autoridad romana. Campeggi recibió de Clemente V II plenos poderes para decretar todo lo que fuese conveniente para la salvación de Alemania 72. Reunióse esta asamblea en Ratisbona el 27 de junio de 1524, bajo la presi­ dencia del archiduque y del nuncio, y duró hasta el 7 de julio. Asistieron a ella los siguientes personajes: Mateo Lang, cardenal y arzobispo de Salzburg; G ui­ llermo IV y Luis X, hermanos, duques del Palatinado en la Baviera superior e inferior; Bernardo Clesius, obispo de Trento; Juan III, administrador de la diócesis de Ratisbona; delegados plenipotenciarios de Jorge, obispo de Spira; de Guillermo, obispo de Estrasburgo; de Cristóbal, obispo de Augsburgo; de Hugo, obispo de Constanza; de Cristóbal, obispo de Basilea; de Felipe, obispo de Freissing; de Ernesto, administrador de Passau, y de Sebastián, obispo de Brixen. Ninguno de los tres electores eclesiásticos se halló presente. Tampoco el elector Joaquín de Brandeburgo ni el catolicísimo duque Jorge de Sajonia. «Encendidos todos ellos de piadoso celo por la fe católica— escribe Codeo, que participó en las deliberaciones— , se unieron espontáneamente en una con­ federación, fortaleciéndose así para resistir con mayor eficacia a la facción lu­ terana. Antes que el duro rescripto imperial llegase a Alemania y aun antes de que fuese escrito, los príncipes por sí decidieron y decretaron que el edicto de W orm s se ejecutase; que el Evangelio se interpretase según la exposición de los Padres aprobados y recibidos en la Iglesia; que nadie predicase sino con la aprobación de su ordinario y después de examen; que ninguna innovación se introdujese en la santa misa y en la administración de los sacramentos, ni en las ceremonias, ayunos, oraciones, oblaciones y demás ritos antiguos usa­ dos universalmente en la Iglesia católica; que fuesen prohibidos y castigados los matrimonios ilícitos de los sacerdotes y de los religiosos; que los tipógrafos no impriman nada que no haya sido antes examinado y aprobado. Y , entre otras muchas cosas, determinaron con notable precaución y severidad que los hijos de sus súbditos que estudiaban en la Universidad de W ittenberg fuesen lla­ mados antes de tres meses y no volviesen a estudiar allá, bajo pena de perder todos sus beneficios y sus herencias; y que en sus territorios ningún estudiante de W ittenberg poseyese algún beneficio eclesiástico ni tuviese lecciones en sus gimnasios. Item, que nadie recibiese en sus tierras a un luterano desterrado por alguno de los príncipes, sino que el condenado por uno solo debía consi­ derarse proscrito por todos. Finalmente, que, si uno de ellos sufría rebelión o sedición de parte de sus súbditos, todos los demás debían venir en su auxi­ lio» 73. 72 G. P f e i l s c h i f t e r , Acta reformationis I 297-99; B a l a n , Monum. 326-28. 73 C o c l e o , Commentaria 97-98. N o se conserva el protocolo de las sesiones de Ratisbona,

pero muchos documentos referentes a aquella asamblea han sido publicados por G. P f e i l s c h i f ­ Acta reformationis I 294-393. A ese tiempo deben de pertenecer los planes contrarreformísticos de Aleandro, que proponía a Clemente VII proceder enérgicamente, con avisos a los obispos, a los frailes, a los escritores antiluteranos, a los impresores, etc., y recomendaba severas medidas contra la Universidad de Wittenberg, ciénaga de todos los males, y contra el mismo Federico el Sabio ( P i ’I í i l s c i i i i t i . r , I 268-84). te r,

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Ante las Dietas imperiales. Sickingen y Hutten. Adriano V I

Los príncipes se reservaban el derecho de contraer otras alianzas fuera de esta liga o confederación particular. Para satisfacer a las exigencias de los príncipes en la cuestión de la reforma eclesiástica, procuró Campeggi que se formasen tres comisiones: una para las desavenencias entre el clero y el laicado, otra para la reforma propiamente dicha y otra tercera para la reglamentación de la predicación y de la doctrina. Los artículos reformatorios, publicados por Campeggi el 7 de julio con validez para toda Alemania, eliminaban algunos de los gravámenes, pero atendían principalmente a evitar los desórdenes del clero. Aunque no era una reforma muy radical, hubiera sido un buen paso hacia la revitalización de la Iglesia en Alemania si todos los obispos se hubieran cuidado de ponerla en práctica 74. Acompañando al archiduque Fernando, el nuncio Campeggi se encaminó a Viena, adonde llegó a fines de julio, y el 12 de agosto comunicó a Roma sus buenas impresiones de la reunión de Ratisbona 75. Carlos V escribió a su her­ mano desde Tordesillas una carta exultante de go zo 76. En el mapa del Imperio alemán empezaba a dibujarse una línea divisoria. La Contrarreforma daba sus primeros pasos. Con todo, hay que decir que fue una medida más defensiva que ofensiva y de escasa eficacia. El 7 de febrero de 1525, el papa Clemente VII exhortaba a los príncipes germánicos a que se incorporaran a la Liga de Ratisbona 77. En otro capítulo veremos cómo Jorge de Sajonia, siguiendo estas recomen­ daciones y normas, promueve la Liga de Dessau (julio 1525) con el intento de poner un dique a la creciente marea luterana. 74 Constitutio ad removendos abusus et ordinatio ad vitam cleri reformandam, en P f e i l s c h i f I 334-41; R i n a l d i , Annoi, a.1524 n.25-38. 75 «Per quello ch’io sento, parmi che quello convento habbia portato buon frutto... Qui pro­ cediamo gagliardamente contro questi predicatori» ( B a l a n , 362). Ranke dio tal vez demasiada importancia a aquel congreso; no así W. F r i e d e n s b u r g , Der Regensburger Convent von 1524: Hist. Aufsätze en memoria de G. Waitz (Hannover 1886) 502-39. 76 «Acceptis litteris Serenitatis vestrae de constitutis in Ratisponensi conventu, tanta sumus laetitia affecti, ut maiori certe non potuissemus» ( B a l a n , Monum. 390). 77 «U t qualis Ratisponae per illos clarissimos et religiosissimos viros proceres concordia ini­ ta, et foedus factum fuit..., talis fieret inter caeteros» (ibid., 421). Poco antes, el 7 de diciembre de 1524, el legado Campegio se quejaba en un despacho al secretario Sadoleto de la inercia del Reichsregiment, a cuya ciencia y conciencia se predicaba en Esslingen la doctrina luterana: «In lo Consiglio, over Regimentó imperiale, in Eslinga molto freddamente si procede contra lutherani, et il marchese di Bada, quale è locotenente del principe, ha li uno predicatore lutherano et lo fa predicare in santo Agostino» ( B a l a n , Monum. 403). te r,

C a p í t u l o

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P R IM E R A S E S C IS IO N E S : K A R L S T A D T Y M Ü N Z E R . L A C O N T R O V E R S I A C O N E R A S M O (1 5 2 4 -1 5 2 5 )

Hemos visto que en Ratisbona apunta la fractura político-religiosa del Imperio: alrededor del emperador o de su representante se agrupan aquellos duques y obispos que se mantienen fieles a la tradición católica y quieren de­ fenderla contra ciertos príncipes y ciudades que prestan decididamente su fa­ vor a las nuevas corrientes reformadoras, antirromanas. Vamos a ver en este capítulo que también dentro del campo luterano brotan escisiones y cismas, banderías y sectas, que se combaten encarnizadamente entre sí, pero que están unidas en el odio común al papado. Lo primero que notamos es que la rama «mística» se separa muy pronto de la rama que podemos llamar «ortodoxa». Andrés Bodenstein de Karlstadt

Empecemos por el Dr. Karlstadt, figura ruin y desmedrada en lo físico, alma apasionada y violenta con oscuras propensiones místicas, de escasa bri­ llantez expositiva o dialéctica y de temperamento inclinado siempre al extre­ mismo. Le vimos actuar al lado de Fr. Martín, como su más ardiente partida­ rio, en W ittenberg y en Leipzig; convertirse en caudillo de los más exaltados durante la ausencia de Lutero en 1521; abandonar despechado su cátedra uni­ versitaria y su canonjía para retirarse en 1522 como un campesino laico a Segrena, y desde fines de 1523 reformar, con un radicalismo que no placía a los wittenbergenses, la parroquia de Orlamunde. Una de sus enseñanzas más es­ candalosas era la negación de la presencia real de Cristo en la eucaristía, doc­ trina que aparece en sus escritos desde 1523. A l mismo tiempo intensificaba su actividad literaria, derramando en diversos escritos sus teorías teológicas y místicas, disidentes del «nuevo papismo» que, según él, imperaba en W itten­ berg !. Todavía en 1521 pensaba, como Lutero, que el sentido literal de la Escri­ tura es el único válido y obligatorio; mas cambia de opinión en septiembre de dicho año cuando lanza a la luz pública su libro D e legis littera. Desde entonces afirma que no basta el sentido literal; es preciso que el cristiano lector, bajo la divina inspiración, descubra otro sentido más profundo y espiritual. Propug­ nando tal opinión, que abre las puertas al misticismo más subjetivista y revolu­ cionario, no es extraño que se aproximase a los «profetas de Zwickau», como vimos anteriormente. Luego dirá que la palabra escrita no tiene en sí valor al1 Véase lo dicho en el c.3 de esta p.2.a Karlstadt ha sido acusado por algunos de judaismo y de fundar su doctrina del ocio contemplativo en el reposo sabático. Cuando en enero de 1524 permitió a un varón casado tomar segunda mujer porque la primera parecía inhábil para el ma­ trimonio, Lutero escribió al canciller G. Brück: «Ego sane fateor, me non posse prohibere si quis plures velit uxores, nec repugnat sacris litteris; verumtamen apud christianos id exempli nollem primo instituí... pro vitando scandalo et pro honestate vitae quam Paulus exigit... Tamen sinitote iré quod it, forte etiam adhuc circumcidetur Orlemundae et toti Mosaici futuri sunt» (Briefw. III 231).

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C.6.

Karlstadt y Münzer. La controversia con Erasmo

guno; sólo vale la voz del Espíritu, que explica el verdadero sentido, en lo cuaj se acercaba claramente a las posiciones de Tomás Münzer. T al blasfemia antibíblica le pareció al Dr. Martín absolutamente intolera­ ble. Tampoco en el concepto de la f e sola, justificante, estaban de acuerdo. Por todo lo cual, Lutero pidió que los escritos de Karlstadt no se publicase^ sin previa censura de la Universidad de Wittenberg. No lo consiguió, por más que en su favor tenía la autoridad del príncipe y la connivencia de muchos im ­ presores. A fin de estampar con más libertad sus libros, Karlstadt estableció en Jena una tipografía, desde la cual desafiaba y atacaba sin respeto a los wittenbergenses 2. Expulsado de Sajonia

En el verano de 1524, Lutero, por orden de sus príncipes 3, emprendió un viaje de visita pastoral por distintos lugares de Turingia, donde fermentaban doctrinas revolucionarias, contra las cuales debía predicar en nombre del Evan­ gelio. El 14 de agosto peroró en W eimar y el 21 entró en Jena. A l día siguiente subió al púlpito y lanzó con vehemencia un largo discurso contra el espíritu sedicioso de los que destruyen templos, altares e imágenes y niegan el sacra­ mento de la eucaristía. Entre la multitud de sus oyentes se hallaba ocasional­ mente Karlstadt, el cual, indignado, pidió en seguida una entrevista con el pre­ dicador, que le fue concedida sin dificultad. Después de comer fue admitido a la presencia del Dr. Martín, que aún estaba de sobremesa con sus amigos en el Hostal del Oso Negro. Sentado entre los comensales, se quejó de que Lutero le pusiese a él en el número de los fanáticos que en Allstedt llegaban a predicar la revolución y el asesinato de los impíos. En cuanto a la doctrina eucarística, afirmó que Lutero no entendía la Sagrada Escritura y que incurría en contradicciones. Replicó el Reformador que él no había nombrado a Karlstadt en el sermón y que éste, aunque fingiese repudiar la revolución, de hecho era amigo de los nuevos pro­ fetas y que su espíritu no le parecía de Dios, pues nada de bueno había conse­ guido con su furor iconoclasta. Volvió Karlstadt al ataque, certificando que en W ittenberg le habían amor­ dazado, maniatado y maltratado al no permitirle hablar ni escribir; que le die­ sen libertad para hacerlo, y entonces verían la eficacia de su espíritu. El Dr. Martín metió la mano en el bolsillo y, sacando un gulden, o florín de oro, se lo alargó, diciendo en son de reto: «Tomadlo, y, si tenéis algo contra mí, atacadme con valor y a cara descubierta». Karlstadt tomó la moneda y, mos­ trándola a los asistentes, habló así: «Queridos amigos, esto es una prenda o señal de que tengo permiso para escribir contra el Dr. Lutero». Prometió éste que no le pondría obstáculos para la impresión de sus libros. Ambos bebieron otro vaso y con un apretón de manos se despidieron 4. 2 Lutero el 14 de enero de 1524: «Carlstadius Ienae typographiam erexit, illic excussurus quod volet hom o... Ea res... nostrae Academiae pariet oprobrium» (Briefw. III 233). «Carlsta­ dius non cessat more suo: institutis novis typis Ienae edidit et adhuc 18 libros edet, ut dicitur» (Briefw. III 234). 3 Particularmente del joven duque Juan Federico (H. B a r g e , Andreas Bodenstein von K. I I 119). 4 Un relato de esta disputa de Jena en W A 15,334-41. N o le faltaba razón a Karlstadt para protestar de que se le contase entre los revolucionarios de Münzer, a quien trató de disuadir de

El miserable se humilla ante el burgués

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Prosiguiendo Lutero su viaje, llegó el 24 de agosto a Orlamunde, parroquia de Andrés de Karlstadt. La gente, abandonando sus faenas del campo, se arremolinó, con las autoridades municipales, junto a la casa donde se hospe­ daba el doctor de Wittenberg, el cual se puso a disputar con ellos sobre las imágenes y sobre el sacramento de la eucaristía. Si hemos de creerle, las obje­ ciones que le pusieron con textos de la Biblia eran absurdas. No logrando apa­ ciguarlos, montó rápidamente en su carroza con unos amigos y se escapó de la ciudad entre los insultos e improperios de los habitantes, muy contento de que no hubiesen lanzado contra él piedras e inmundicias y plenamente per­ suadido de que no tenía otro enemigo más encarnizado que ese Karlstadt, «hombre miserable, entregado a su réprobo sentir y poseso de los demonios» 5. A fin de liberarse de tan peligroso enemigo, que no cesaba de escribir con­ tra las ideas luteranas, el profesor de W ittenberg consiguió del príncipe Fe­ derico que lo desterrase de todo el electorado de Sajonia, «brutal transgresión de la libertad de conciencia», en opinión de Barge. Obedeciendo a un decreto del 18 de septiembre de 1524, el pobre Karlstadt, con su mujer y su hijito, tuvo que abandonar el país, peregrinando de pueblo en pueblo como un mendigo. En octubre se hallaba en Estrasburgo, pero aun allí le persiguió Lutero con cartas para aquella comunidad evangélica. El desterrado se dirigió a Zurich, a Basilea y a otras ciudades; sólo en diciembre halló morada estable en Rothenburg, protegido por el maestro de gramática Valentín Ickelshamer. A llí leyó a fines de febrero de 1525 el libro de Lutero Contra los profetas bajados del cielo, que era una tremenda invectiva contra él y sus doctrinas, y allí compuso, en respuesta, tres tratados contra el Reformador de W ittenberg 6. A llí predi­ caba, escribía y reformaba la liturgia con su acostumbrada violencia iconoclas­ ta mientras ardía en el sur de Alemania la guerra de los campesinos contra los príncipes. Antes de que Rothenburg fuese asaltada por las feroces tropas del luteranizante Casimiro, margrave de Brandeburgo-Ansbach, hubo de salir hu­ yendo. Pasó dos o tres días en su ciudad natal (Karlstadt del Mein), donde vi­ vía aún su madre, y el 11 ó 12 de junio llegó a Frankfurt. En su viaje por tierras mal conocidas e infestadas de soldados y de salteadores, más de una vez fue reconocido y acusado de ser uno de los causantes de la revolución. Tanto él como su mujer sufrieron despojos y malos tratamientos con amenazas de muerte. El miserable se humilla ante el burgués

Aquel miserable y errabundo predicador llegó a la ciudad de Frankfurt en la más triste situación de alma y cuerpo. Desilusionado, menesteroso, abando­ nado de casi todos, porque los príncipes le miraban con suspicacia y malevo­ lencia, como a un sedicioso, y él no tenía coraje ni temperamento de soldado para capitanear a los sublevados campesinos, como había hecho Münzer. s u s p r e d ic a c io n e s s e d ic io s a s e n c a r t a d e l 19 d e j u l i o d e 128; C. F. J a e g e r , Andreas Bodenstein 455).

1524 (J.

K . S e id e m a n n ,

Thomas Münzer

5 A Spalatino, 13 de septiembre: «Carlstadius traditus est tándem in reprobum sensum... Semper alienus a gloria Christi fuit... Infensior mihi, imo nobis, est quam ulli hactenus fuerint inimici, ut putem non uno diabolo obsessum miserabilem illum hominem» (Briefw. III 346). 6 Erklarung des X Capitels Cor. 1.— Von dem Neuen und Alten Testamenta— Anzeig etlicher Hauptartikel christlicher Lehre. Cf. W A 15,49-50; H. B a r g e , II 279.283.287. Otros tratados an­ teriores están reseñados en W A 15,38-40. Del libro de Lutero hablaremos luego.

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La postración psicológica y el descorazonamiento le forzaron a dar un paso indigno de un doctor y teólogo como él, aunque bien explicable, porque tenía a su lado a una pobrecita mujer y a un hijito, a quienes no podía alimentar. Así se comprende que el 12 de junio, apenas llegado a Frankfurt, escribiese una triste carta al «venerable señor doctor y querido compadre» Martín Lutero, implorando perdón de todo lo que ha pecado contra él, suplicándole se com­ padezca de su mujer y de su hijito y prometiendo, con humildad rayana en la vileza, que en adelante no escribirá, ni predicará, ni enseñará nada contra los de W ittenberg 7. El nuevo elector, Juan de Sajonia, que había sucedido a su hermano Fe­ derico en mayo de 1525, no tuvo inconveniente en que regresase por algún tiempo a aquel país. Lutero— que acababa de contraer matrimonio— tuvo la cortesía de hospedarle en su casa a fines de junio, pero de incógnito y no sin antes exigirle una declaración escrita de que nada tenía de común con los re­ voltosos de Münzer ni con los campesinos sublevados 8. No contento con esto, quiso el Dr. Martín, de acuerdo con otros profesores de la Universidad, impo­ nerle una obligación más dura: la de retractarse públicamente y por escrito de sus opiniones sobre el sacramento de la eucaristía. Y aquel infeliz teólogo que en numerosos tratados había negado con profunda convicción la presencia real de Cristo bajo las especies sacramentales, se vio forzado a confesar, aunque con reticencias y ambigüedades— y, como dirá él más tarde, «con miserables morros» (m it dem elenden M a u le ) — que «el cuerpo de Cristo está realmente en el pan del Señor» y que sus propias enseñanzas no las había sacado de la Sa­ grada Escritura 9. Retiróse Karlstadt a vivir con los parientes de su mujer en la aldea de Segrena, junto a Wittenberg; mas no debía de encontrarse muy a gusto cuando a principios de septiembre escribió una carta a Lutero pidiéndole que interce­ diese ante el príncipe a fin de que le fuese permitido avecindarse en la aldea de Kemberg 10. Debió de obtener lo que deseaba, porque en la primavera de 1526 lo hallamos en Bergwitz, llevando vida de labriego, y poco después, en la misma Kemberg al frente de una mísera tienda de comestibles. Añorando los antiguos días de predicación y de disputa, sintió que en su corazón rebrotaban las ansias de figurar, de manifestar libremente sus ideas y de no ser menos que el Dr. Martín. Así, pues, el 12 de agosto de 1528 escribió al príncipe elector, diciendo que no podía seguir aceptando todas las opiniones de Lutero; eso le era tan imposible como volar; le suplicaba, por tanto, le diese licencia para salir de Sajonia. Y como por maniobras de Lutero tal licencia no le fuese otorgada, a principios de 1529 decidió fugarse del país. En marzo llegó 7 Briefw. III 526-30. Y a antes le había escrito desde Rothenburg el 18 de febrero com o «her­ mano y amigo», deseando la reconciliación («concordiam nostram cupio serio et candide resar­ ciré») y rogándole impetrara del principe publicam securitatis fidem para regresar a Sajonia. Lu­ tero intercedió a su favor, sin duda porque, teniendo al enemigo en casa y necesitado de todo, lo tenía desarmado (Briefw. III 449). El elector Federico no quiso admitirlo; pero su sucesor, el duque Juan, consintió en que viniera, poniéndole condiciones. 8 Esta declaración (Entschuldigung) en W A 15,438-45. 9 Toda la retractación o Erklärung de sus doctrinas en W A 15,455-65. Se imprimió en sep­ tiembre de 1525. 10 Se lo pide por Dios, «unius Dei contemplatione, qui te innumeris eximiisque dotibus locupletavit et hominem hominibus anteposuit» (Briefw. III 566). ¿N o suenan estas palabras a servi­ lismo y adulación?

La dulce vida del Dr. Martín

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a Holstein, donde entró en relaciones con el anabaptista Melchor Hofmann; poco después se hallaba en la Frisia oriental; en 1530 lo vemos en Zürich, bien acogido por Zwingli, y en 1534, en Basilea, donde murió de peste el 24 de diciembre de 1541. El hecho de haberle hospedado Lutero en su casa durante varios días nos impresiona gratamente y nos descubre la cordial generosidad del Reformador. Pero es muy probable que Karlstadt se sintiese humillado al ver a su antiguo colega Fr. Martín instalado, con la comodidad propia de un burgués, en el edificio que había sido convento de los agustinos, comiendo y bebiendo ale­ gremente entre amigos que le veneraban como a un ser superior, mientras el antiguo arcediano de la colegiata, profesor y Dr. Andrés Bodenstein de Karl­ stadt, arrastraba su existencia en la mayor penuria. ¡Qué diferencia entre los dos, que habían enseñado juntos en la misma Universidad y unidos habían peleado contra Eck en Leipzig! La dulce vida del Dr. Martín

El maestro de Rothenburg, Valentín Ickelsamer, nos refiere en 1525 algu­ nos particulares muy interesantes sobre la «dulce vida» de Lutero. En una Lamentación de algunos hermanos dirigida a los cristianos todos acerca de la gran injusticia y tiranía que Lutero actualmente ejerce en W ittenberg contra Andrés Bodenstein de Karlstadt, hace la apología de éste, y, apostrofando al Reforma­

dor, le dice: «Yo conozco bien tu conducta, porque he sido algún tiempo estu­ diante en Wittenberg. No quiero hablar de la sortija de oro que adorna tu dedo, con escándalo de mucha gente; ni del lindo aposento encima del agua (del estanque), donde se bebe alegremente en compañía de otros doctores y señores; de esto último me quejé muchas veces ante mis compañeros de Universidad, pues me disgustaba muchísimo que, desatendiendo negocios mucho más urgentes, estuvieseis sentados en torno a un jarro de cerveza. De estas cosillas oí quejarse una vez en casa de Pirckheimer, en Nuremberg, a un corredor de comercio, que decía no estimarte nada, que tocas bien el laúd y llevas camisa con cintillos. Yo, movido del amor que entonces te tenía, estuve a punto de insultarle como a un loco». «Pudiera equivocarme, pero lo que en aquella época me desagradaba era que tú disculpases la vida impía y loca de los wittenbergenses diciendo que no podemos ser ángeles... Como tú te glorías de poseer la verdadera doctrina de la fe y la caridad, gritas que nadie reprenda en ti sino las debilidades de la vida. No, nosotros no juzgamos ni reprendemos a ningún pecador, como lo hacéis vosotros; pero decimos: donde a la fe cristiana no siguen las obras, allí la fe no ha sido bien predicada ni re­ cibida; y repetimos a propósito de vosotros el proverbio que Roma ha escu­ chado tanto tiempo: 'Cuanto más cerca de Wittenberg, tanto peores cristia­ nos’». Sigue acusándole de orgullo y de intolerancia tiránica, porque obliga a todos a pensar como él: «Vete a sentarte en la silla papal tú que no quieres oír otra canción que la tuya» n . 11 «Ich will aber nicht von dem gülden Fingerlein (Fingerring), das viele Leute ärgert, noch von dem hübschen Gemach sagen, das über dem Wasser steht, darin man trunk und mit anderen Doctoribus und Herren fröhlich war... Je näher Wittenberg, je böser Christen... Jetzo rück dich recht im Papststähl» ( Clag etlicher Brüder an alle Christen von der grossen Ungerechtigkeit und

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Refiérese Ickelsamer a los años que preceden al matrimonio del Reforma­ dor; luego que éste abandonó el celibato para casarse con Catalina de Bora, se comprende mejor que disfrutase en su hogar de las comodidades propias de la vida burguesa. Tam bién Münzer en 1524 acusaba con virulencia al Dr. M ar­ tín de ser «un inepto reformador y un hombre afeminado, que pone cojines a la carne delicada» de los pecadores, exalta la fe y desprecia las obras 12. L a controversia sacramentaría

La controversia sobre el sacramento de la eucaristía puede decirse que empezó en 1524 y duró muchos años. Lutero llamaba «sacraméntanos» a los extremistas que iban más lejos que él en la explicación del sacramento eucarístico, negando no sólo la transubstanciación, sino la presencia real de la carne y sangre de Cristo. A los sacraméntanos— como a los Schwärmer o fanáticos iconoclastas, pseudoprofetas y anabaptistas— los agredió en sus escritos con un lenguaje insultante, mordaz y sañudo como el que solía reservar para el diabólico papismo, para los teólogos que censuraban sus doctrinas o para enemigos como Jorge de Sajonia y Alberto de Maguncia. Iniciador de la controversia puede decirse el inquieto y errabundo Karlstadt. Hasta 1522 parece que coincidía con Lutero en admitir la presencia real de Cristo en el pan y en el vino (im panatio). Pero he aquí que a fines de ese año llega a W ittenberg una Epístola christiana... tractans coenam Dominicam, que tenía por autor al abogado de La Haya Cornelio Hoen (Honius, f 1525). Con diversos textos de la Biblia y con otros argumentos tratábase allí de probar que en la frase del Señor H oc est corpus meum, la palabra est equivale a significat, y, por lo tanto, debe traducirse: «Esto es signo de mi cuerpo» 13. T al explicación irritó la bilis del Dr. Martín, que estaba entonces apaci­ guando la ciudad; Karlstadt, en cambio, se puso pensativo, y empezó a darle vueltas al texto bíblico hasta elaborar su teoría eucarística, que se reduce a lo siguiente: cuando Cristo prometió que nos daría su cuerpo y su sangre, se refería a su pasión y muerte; por la cruz se nos perdonan los pecados y se nos da la gracia, no por la eucaristía. En el sacramento del altar no hay más sus­ tancias que la del pan y el vino; no dijo Cristo: «Este pan es mi cuerpo», sino: «Este (y apuntaba a su propio cuerpo) es el cuerpo mío». Cuando, en octubre de 1524, Karlstadt, desterrado de Sajonia, pasó por Estrasburgo, expuso su teoría a Bucer, Capitón y demás reformadores de aquella ciudad, los cuales se dejaron seducir más o menos por ella. Manifes­ taron sus vacilaciones a Lutero, y éste se alarmó, como si un gran incendio hubiera estallado en su campo— así se lo escribió a Spalatino— , e inmediata­ mente, el 15 de diciembre, dirigió una larga y gravísima carta a los de Estras­ burgo, amonestándoles del peligro de cisma y aseverando que las palabras del Evangelio son tan claras y taxativas: H oc est corpus meum, que no es po­ sible darles otro sentido que el literal. ¿Qué más hubiera deseado él unos Tyrannei, Augsburg 1525). Nueva ed. por L. Enders en «Neudrucke deutscher Literaturwerke» 118 (1893) 41-55. Otras acusaciones de Ickelsamer contra Lutero en G r i s a r , Luther I 431.434.639; J. K . S e i d e m a n n , Thomas Münzer 47. 12 Por el mismo tiempo, el espiritualista Gaspar Schwenckfeld se quejaba de la libertad car­ nal (flayschliche Freiheit) de los luteranos ( G r i s a r , Luther III 129-37). 13 La epístola está publicada entre las obras de Zwingli (CR 91 [IV 512-19]).

Contra los profetas « celestes »

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años antes, cuando este problem a le intrigaba angustiosamente, que el poder entenderlas metafóricamente, para así fastidiar más y más a los papistas? «Confieso que, si el D r. Karlstadt o cualquier otro me hubiera manifes­ tado hace cinco años que en el sacramento no hay sino pan y vino, me hubiera prestado un gran servicio. Yo había sufrido tan fuertes tentaciones, luchas y heridas, que me hubiese alegrado, pues bien veía que con ello infería el mayor golpe al papado» 14. L a Epístola de Honius llegó tam bién a Basilea, donde Ecolampadio y Pellikan la leyeron con placer; y a Zürich, donde Ulrico Zwingli, que ya se estaba orientando en esa dirección, formuló en 1524 su teoría del signum o del simbolismo del pan y el vino de un modo m uy semejan te al de Ecolampadio, como si las especies consagradas no fuesen sino símbolos de Cristo y de su gracia. Pudieron tam bién influir en él de alguna manera los siete opúsculos sobre esta materia que Karlstadt hizo im prim ir aquel mismo año en Basilea. La herejía carlostadiana cundía por muchas partes y con leves modifica­ ciones triunfaba en Basilea y en Zürich, inquietaba a los de Estrasburgo y penetraba en Silesia, donde Gaspar de Schwenckfeld empezaba a simpatizar con los suizos. Tem ió Lutero que el movimiento reformista, que él había provocado y dirigido hasta ahora doctrinalmente, se fragmentase en m ultitud de sectas. Y determ inó oponerse con su gran autoridad a la inm inente des­ bandada. Como el cabecilla principal por ahora era Karlstadt—nos referimos a los últimos meses de 1524— , contra él enderezó el ataque, y le asestó dos estocadas o dos mazazos como para dejarlo sin vida y sin honra. Nos referi­ mos al libro, en dos partes, titulado Contra los profetas bajados del cielo. Contra los profetas «celestes»

T oda la obra va dirigida contra Karlstadt. No se hace mención de otros sacramentarlos propiam ente dichos. Los profetas que él, por antífrasis, llama «celestes» son los fanáticos, que destruyen vandálicamente los templos y las imágenes sagradas, se dicen inspirados por el Espíritu de Dios y se lanzan sin vocación divina a predicar doctrinas contrarias a las que se enseñan en W ittenberg. E ntre esos pseudoprofetas no hay duda que incluye a los tu r­ bulentos seguidores de M ünzer en Allstedt. Pero la parte más extensa de la obra va contra los sacramentarlos, contra los «profetas de Zwickau» y nom i­ nalm ente contra Karlstadt. La prim era parte estaba ya publicada el 2 de enero de 1525, según testi­ fica M elanthon; la segunda, después de tres semanas de intenso trabajo, salía a fines de mes 15. Al escribirla tenía Lutero en su mesa varios tratados de Karlstadt; esto es evidente, porque los va refutando sobre la base de textos citados casi lite­ ralmente. «Una nueva tem pestad—así comienza—viene hacia aquí». «El D r. K arl­ stadt ha apostatado (abgefallen) de nosotros para convertirse en nuestro peor 14 W A 15,394. 15 Widder die hymelischen Propheten , von den Bildern und Sacrament: W A 18,62-125.134-214. Sobre e l espíritu de estos fanáticos y su influencia posterior véase K . H o l l , Luther und die Schwär­ mer: G esamm elte A ufsätze I 420-67.

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enemigo». Deplora que algunos se dejen guiar por la razón, dando im portan­ cia a sus obras y a las cosas exteriores, y descuidando lo fundamental, que es la justificación ante Dios por la fe sola y la tranquilización de la conciencia. Y pasa a hablar de los iconoclastas, estableciendo como principio que las imágenes de Cristo, de M aría y de los santos no son dañosas si sólo se tienen ante los ojos, no en el corazón. En la Escritura no está prohibido el tenerlas, sino el adorarlas. No hay inconveniente en que sean completamente elim ina­ das, con tal que sea sin escándalo y tum ultos. «El D r. Karlstadt no es un pro­ feta asesino, pero tiene un espíritu faccioso de homicida y bandolero»16. Y para ridiculizar los fundamentos bíblicos en que se apoyan los iconoclastas cuenta una picante historieta que le aconteció a él mismo cuando estuvo de visita en O rlam unde 17. Interrum pe Lutero su desordenado opúsculo doctrinal para defenderse de una acusación que, no sin fundamento, le había lanzado su enemigo. «Acerca de la queja del D r. Karlstadt por haber sido desterrado de Sajonia..., lo prim ero que diré es que yo no traté con el elector de Sajonia sobre la per­ sona de Karlstadt, ni en toda mi vida hablé una sola palabra con ese príncipe, ni lo vi nunca, excepto una vez en W orm s ante el emperador en mi segunda audiencia» 18. Pero se ve obligado a reconocer que muchas veces le escribió contra los fanáticos de Allstedt por medio de Spalatino, y «con el joven duque, mi señor Juan Federico, confieso que hablé de este asunto, denunciándole los crímenes y ambiciones de Karlstadt» 19. Sigue demostrando que los particulares no pueden arrogarse ciertas facul­ tades propias de los príncipes, instituidos por Dios; y que Karlstadt tiene el mismo espíritu revolucionario de los falsos profetas seguidores de M ünzer, los cuales enseñan que hay que reformar la cristiandad y erigir otra nueva, ahorcando a todos los príncipes y a todos los impíos. «Aunque reviente el demonio, Karlstadt no puede negar que los príncipes de Sajonia están en posesión de la suprema autoridad terrestie por orden de Dios y que las gentes les están sometidas; pues ¿qué espíritu será el que desprecia tal ordenación»? 20 E l crotorar de la cigüeña

Antes de term inar la prim era parte, se empeña en rechazar dos inculpa­ ciones que Karlstadt solía im putar a los de W ittenberg; primera, que, aunque negaban el sacrificio eucarístico, seguían usando para su rito litúrgico la palabra «misa», que tiene sentido sacrificial; segunda, que después de la consagración del pan y el vino alzaban la hostia y el cáliz, gesto de ofrenda que significaba sacrificio 21. >6 Ibid., 72. Lutero solam ente condena la manera violenta y escandalosa de los fanáticos

(Schwärmer); pero, cuando se trata de extirpar supersticiones, él es tan fanático com o el más pintado: «Bueno es y loable destruir las imágenes (de María) que se veneran en Eyche, en Grimm enthal, en Birnbaum, etc., que son imágenes idolátricas y albergues del d em onio» (p.75). 17 «D ie Braut— argüía uno de Orlamunde—mus das Hem bd nacket aus ziehen» (p.84). D el m ism o m odo, la Iglesia debe quitarse la cam isa, que son las imágenes. W A 18,85. Era una de tantas zorrerías diplomáticas de Federico para poder responder al emperador y al papa que él no se metía en el asunto de Lutero, mientras bajo cuerda y valién­ d ose de intermediarios, com o Spalatino, lo favorecía todo lo posible. i« Ibid., 86. 20 Ibid., 95. 21 Ibid., 101-25. La elevación de la hostia y el cáliz, suprimida por Karlstadt en Wittenberg,

Profeta asesino y archidemonio

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A lo prim ero responde con argumentos filológicos; a lo segundo, insis­ tiendo en que no hay que dar importancia a los ritos externos; por otra parte, no existe ningún mandato de Cristo contra la elevación del sacramento. Y que si el alzar una cosa fuese ofrecerla en sacrificio, tendríamos que, «si una m u­ chacha levanta el espejo para mirarse en él, ofrece sacrificio; si el labriego levanta el hacha o el trillo para cortar o trillar, ofrece sacrificio; si la madre levanta al niño y lo jalea, lo ofrece en sacrificio» 22. En conclusión, hay que defender en todo la libertad cristiana. El Dr. Karlstad t ha apostatado del reino de Cristo y padecido naufragio en la fe. La segunda parte es una prolija y monótona refutación de los libros de Karlstadt sobre el sacramento eucarístico. Si poco antes le acusó de que es­ cribía demasiados libros sobre lo mismo oyéndose a sí mismo, «como la ci­ güeña su crotorar», algo semejante se podría decir a veces de la irrestañable plum a del D r. M artín. No le es difícil desbaratar completamente los argumentos del adversario, im pugnando su método exegético al explicar las palabras de Cristo: Este es mi cuerpo... Esta es mi sangre; y regalando a su rival piropos tan galantes como éstos: «Aquí mi Karlstadt se desploma como un cerdo que zampa perlas o como un perro que se ha devorado una cosa santa»; ese sofista, esa mente loca, que «sabe tan poco alemán como griego». «El D r. Karlstadt es mucho más loco que los papistas», porque se fía de su propia razón (von Frau H uida), que es una maga, embaucadora y mujer del diablo». «Su explicación: Este es mi cuerpo, el cuerpo que aquí está sentado, ¿no es un lindo ciscarse en la cor­ dura?» 23 El teólogo de W ittenberg podía gloriarse de haber vencido en esta batalla al prim er sacramento 24; pero la guerra estaba desencadenándose en diversos frentes, y pronto surgirán otros antagonistas—el más prestigioso de los cuales será Zwingli— , que le hostigarán ásperamente y le harán perder el tiempo y la paciencia durante varios años. Para él no serán sino «espíritus de Satanás» y «demonios encarnados», lo mismo que el papa y los papistas. Profeta asesino y archidemonio

Hablando de Karlstadt, no se puede menos de aludir frecuentemente a Tomás M ünzer. A Lutero le gustaba unir esos dos nombres, como si sus caracteres y aspiraciones fueran muy semejantes. En realidad no era así, aun­ que cierta espiritualidad y ciertas ensoñaciones místicas fuesen comunes a uno y otro. El pensamiento de M ünzer era más coherente, profundo y original; su temperamento, más ardoroso y combativo que el de Karlstadt. En opinión de Lutero, la figura de M ünzer es la de «un profeta celeste», es decir, diabó­ lico; un «archidemonio que no perpetra sino latrocinios, asesinatos y derra­ mamientos de sangre» 25. fue restablecida por Lutero cuando éste regresó de Wartburg en 1522 por no descontentar al pueblo, que la deseaba. Quitársela de repente era peligroso; duró hasta junio de 1542, en que Bugenhagen la suprimió definitivamente ( B a r g e , Andreas Bodenstein I 149). 22 W A 18,118-19. 23 «Von Fraw H uida der klugen Vernunft... Inn der K lugheyt beschissen» (W A 18,138.184). 24 Con todo, no se ilusionaba de haber convencido a sus adversarios. «Respondí Carlstadio, sicut vid es... Orlamundenses rustid nates libello m eo purgant», escribe a Link el 7 de febrero (Bricfw. Ill 437). 25 W A 18,357 y 367.

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A partir de Lutero y M elanthon, y, sobre todo, de Bullinger, se le ha con­ siderado como el padre y fundador de los anabaptistas; pero esa opinión no puede sostenerse, porque nunca fue M ünzer muy amigo del bautismo de los adultos, ni siquiera del de los niños; lo que im porta—decía—es el bautismo interior por obra del Espíritu Santo, no el externo. M odernos historiadores protestantes, como H. Boehmer y H. Bornkamm, le tienen por el más influ­ yente y poderoso pensador de la Reforma después de Lutero. No es fácil formarse de él un juicio exacto, porque aún no se ha hecho un estudio defini­ tivo de sus ideas y sentimientos a base de un análisis profundo de sus escritos 26. A la luz de la guerra de los campesinos, de la que se tratará en el capítulo siguiente, el escritor ruso Smirin, siguiendo la línea trazada anteriorm ente por K. Kautsky y por E. Bloch, lo cuenta entre los mayores revolucionarios populares de tipo socialista o comunista. Pero M ünzer era teólogo y místico a su manera, más que agitador popular; le interesaba lo religioso mucho más que lo social. Nacido hacia 1489, parece que estudió artes o filosofía en Leipzig y teo­ logía en Frankfurt del Oder. Sabemos que conocía el griego y el hebreo. E n 1514 era ya sacerdote de la diócesis de Halberstadt; no se prueba, aunque algunos ligeramente lo hayan afirmado, que fuese jamás fraile. En 1519 co­ noció a L utero en la disputa de Leipzig. Por recomendación del Reformador alcanzó la parroquia de Zwickau (1512-21), donde suscitó graves turbulencias de tipo social y donde sintió el influjo del fanático Nicolás Storch y de otros visionarios. M odelaron además su pensamiento las lecturas de Tauler, de Joaquín de Fiore y del mismo Lutero; añadióse luego el trato con los husitas de Bohemia (1521-22). En aquel ambiente taborista concibió y publicó su Manifiesto de Praga, anunciando la nueva Iglesia del Espíritu. Volvió a A le­ mania, y de 1523 a 1524 fue párroco o predicador de Allstedt, pequeña ciudad artesana y agraria de Turingia, que quiso contraponer a W ittenberg, centrando en ella un gran movimiento religioso, contrario en muchas cosas al luterano. Frente a los doctores universitarios de W ittenberg, constituyó en A llstedt la com unidad de los elegidos y amigos de Dios. D e su gran actividad literaria dan testimonio sus numerosos escritos. j Para tener una fe viva y actuosa, proclamaba M ünzer la necesidad de los siete dones del Espíritu Santo, especialmente del don de tem or de Dios. La Sagrada Escritura es letra m uerta si no la vivifica el Espíritu. Es mucho mejor la palabra divina grabada en los corazones que la escrita en papel o pergamino. El que no ha recibido la interna revelación no puede ponerse a predicar. Tomás M ünzer, soñador y visionario, se siente escogido por Dios para iniciar la nueva Iglesia apostólica, que no se compone de curas y frailes, sino de amigos y elegidos de Dios que han recibido el Espíritu Santo, el cual les revela lo que han de predicar 27. El sufrimiento y la pobreza son señales de la elec­ 26 V é a s e e n t r e t a n t o Schriften und Briefe. K r i t i s c h e G e s a m t a u s g a b e ( G ü t e r s l o h 1968); Thomas M üntzers Briefwechsel, e d . H . B o e h m e r y P . K i m ( L e ip z ig 1931); P . K i r n , Thomas M üntzers po­ litische Schriften ( H a l l e 1950); C. H i n r i c h s , Luther und M üntzer ( B e r l in 1952); H . S. B e n d e r , Die Zwickauer Propheten, Th. M ünzer und die Täufer: TZ 8 (1952) 262-78; W . E l l i g e r , Thomas M üntzer ( B e r l in 1960); E . I s e r l o h , Zur Gestalt und Biographie Thomas M ünzers: TTZ 71 (1962) 248-53; H . J. G o e r t z , Innere und äussere Ordnung in der Theologie Th. M üntzers ( L e ip z ig 1967); A . M . L o h m a n n , Z ur geistigen Entwicklung Th. M üntzers (Leipzig 1931).

27 Lutero pone en boca de M ünzer una sucia blasfem ia contra «illum D eu m qui cum eo non

E l Satán de A llsted t contra el evangelista de W ittenberg

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ción divina; de nada servirá el devorar toda la Biblia si no se sufre la dura reja del arado de la cruz. Hay que dejar a Dios que arranque las espinas y cardos, para que seamos cristiformes y podamos creer de veras. Sólo purifica­ dos por el sufrim iento y la cruz se llega a la fe, que viene de Dios y puede ser corroborada por la Sagrada Escritura. Como no adm ite el principio lute­ rano de sola Biblia, tampoco el de sola fieles, ni la oposición de ley y Evangelio. A los teólogos wittenbergenses los denominaba «los doctos en la Escritura»; él se decía, en contraposición, «el docto del Espíritu». Según refiere Lutero, los escritos de M ünzer distinguen cinco grados de cristianismo; el prim ero es die Entgrdbung, el desbastar el alma, despojándola de lo más pecaminoso; el segundo, die Studierung, o afán de reformarse más y más; el tercero, die Verwunderung, o el estupor m ientras se m edita sobre el pecado y la gracia; el cuarto, die Langweil, que es un tedio inactivo y un terror de la ley que se padece por los pecados; el quinto y último, die tiefe Gelassenheit, la desesperación suprem a y el abandono total. «Cuando se llega a este grado, entonces se oye la voz divina» 28. E l Satán de AUstedt contra el evangelista de Wittenberg

Grandes m ultitudes de los contornos de A llstedt corrían y se apelotonaban para escuchar la voz del nuevo profeta que Dios les enviaba. M ünzer repetía q ue su doctrina la había recibido de lo alto; Dios mismo se la había com uni­ cado. Y procuraba organizar a sus secuaces, teniéndolos bien unidos en aso­ ciaciones o «ligas de elegidos», que habían de constituir el reino de Dios sobre la tierra. Violencias externas no se cometían por entonces. Solamente el 24 de marzo de 1524 algunos de los más fanáticos demolieron e incendiaron la capilla de la Virgen de Mallerbach, depredando el tesoro de aquel santuario, centro de peregrinaciones. En Allstedt desarrolló M ünzer gran actividad literaria y liturgista. Sus escritos Sobre la fe fingida y Protestación de la fe genuina y del bautismo se leyeron como un cartel de desafío contra los teólogos de W ittenberg. Hoy se reconoce que la más im portante de sus obras en A llstedt fue la creación de la liturgia alemana (misa, maitines, laudes, vísperas), fundada en los textos bíblicos, que él traducía maravillosamente en forma inteligible para la gente ruda. Hizo que el pueblo participase activamente en las funciones litúrgi­ cas y compuso cánticos religiosos, que se debían cantar en los templos. L utero no hará en este punto sino seguir sus pasos, con muchas vacilaciones al principio. Sus predicaciones eran cada día más vehementes y amenazadoras. Por la realización del reino de Dios se han de afanar los elegidos, mas tam bién, si es preciso, ha de intervenir la espada de los príncipes. A tan noble tarea exhortó el 13 de julio de 1524 al elector Federico, a su hermano el duque Juan y al hijo de éste, Juan Federico, en el sermón que les predicó en el casIoqueretur», de cuya exactitud literal nos perm itim os dudar (Tischr. 1204 I 598). A llí m ism o 1® atribuye la doctrina m oral de que «maritus non debet cum uxore coire, nisi divina revelad os6 esset certior factus se sanctum filium ex isto coitu habiturum » (p.600). M ünzer se había c a s a d o en A lstcdt (1523) con una antigua m onja, Otilia de Gersen, m as no consta que sus hijos fuese11 santos. Tischr. 1204 I 599.

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tillo ducal de Allstedt, y que luego fue publicado. Exhortábales a no dejarse seducir por los sacerdotes hipócritas, que predican un Evangelio falso. La piedra que viene a pulverizar el cuarto imperio, profetizado por Daniel, o sea el imperio pontificio-imperial, es el pueblo de los elegidos que yo anuncio. Los pobres laicos y campesinos abrazan la causa del verdadero Evangelio; y, si vosotros los perseguís, podrán más que vosotros. Cuantos se opongan a la revelación divina serán agarrotados sin misericordia, como hicieron los profetas con los sacerdotes de Baal. Sin la exterminación de los impíos, la Iglesia no podrá volver a su pureza primitiva. Todos los seguidores del pa­ pado caerán asesinados. D e Eisleben, de Mansfeld, de Sangerhausen, de Q uerfurt, de Halle y de otras ciudades venían presurosos a oírle, dispuestos a establecer el nuevo reino de Dios, en el que todos los cristianos serían iguales y los bienes se re ­ partirían entre todos, según las necesidades de cada cual. Anunciaba como inm inente una gran transformación del mundo, el exterminio de todos los tiranos y luego un reino milenario de paz y justicia. De los príncipes de W ittenberg, preocupados del giro revolucionario que tom aba esta predicación, le vinieron órdenes de someter sus escritos a la censura de la Universidad. Era eso lo que deseaba Lutero. Pero M ünzer, que al principio dio buenas palabras al duque Juan, declaró luego que nunca tole­ raría tal humillación ante los falsos teólogos, y especialmente ante el «archipagano», «archipícaro», «papa de Wittenberg», «dragón y basilisco», «adulador de príncipes», «Fr. Dulcevida» (Bruder Sanftleben), «P. Matalascallando» ( Vater Leisetritt) , «cuervo graznador», «serpiente ponzoñosa» y «zorro astuto» que era el «Dr. Lügner» (mentiroso, Luther) 29. «Si las autoridades desenvai­ nan la espada—predicaba el 24 de julio— , nos opondremos con la espada». Lutero escribió entonces una Carta a los príncipes de Sajonia acerca del espíritu revolucionario 30, previniéndolos contra M ünzer, que es la personi­ ficación de Satán. Su voz es la voz del diablo. Es verdad que yo no he recibido ese espíritu de que alardean ellos, pero sé que mi obra es la obra de Dios. Ellos no someten su doctrina a nadie; yo sometí la mía a la discusión en Leipzig, en Augsburgo, en W orm s ante el emperador. Yo ataqué al papa m odestamente y no con la arrogancia de éstos, que no respetan a ninguna autoridad; no obe- j decen al Espíritu Santo, sino a Satán. Quieren acabar con el sacramento del I bautismo y del altar y con toda la Escritura y que honremos a Dios con las propias obras y con la libre voluntad. Yo no veo en Allstedt los frutos del Espíritu. «Si fuera verdad que nosotros los cristianos debemos destruir las iglesias y asaltar a los enemigos, como los judíos, se seguiría que tendríamos que matar a todos los no-cristianos, como se les mandó a los judíos matar a los cananeos y amorreos, así como destruir las imágenes» 31. T erm ina animándolos a proceder contra esas gentes turbulentas, m ientras él confía en el favor y protección de los tres príncipes, Federico, Juan y Juan Federico. 29 «O doctor Lügner, du tückischer Fuchs». Las principales expresiones, en su Schutzrede hochverursachte... (Nuremberg 1524), cuyo análisis puede verse en H i n r i c h s , Luther und M üntzer 164-72; el texto crítico en Thomas M üntzer Schriften und Briefe 322-43.

30 W A 15,210-21. 31 W A 15,220.

E l predicador empuña la espada de Gedeón

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E l predicador em puña la espada de G edeón

Citado por la suprema autoridad de Sajonia, el Satán de Allstedt no vaciló en comparecer ante el duque Juan, hermano del elector. De aquel interroga­ torio, tenido en el castillo de W eim ar el i.° de agosto, no se sacó nada en limpio, sino una m utua desconfianza 32. M ünzer se persuadió que los prín­ cipes de W ittenberg, favorables a la reforma luterana, no moverían un dedo por im plantar el reino de Dios sobre la tierra como él lo predicaba. Supo además que el Consejo de Allstedt le traicionaba. Tom ó, en consecuencia, la resolución de huir secretamente en la noche del 7 al 8 de agosto de 1524. ¿Adonde dirigirse? A la ciudad de M ühlhausen, en Turingia, donde un antiguo monje cisterciense, Enrique Pfeiffer, en la parroquia de San Nicolás y en las mismas calles inflamaba a las turbas en odio contra los obispos, curas y frailes. Era el momento en que la guerra de los campesinos contra los seño­ res ardía ya en el sur de Alemania. Ahora es cuando M ünzer, de acuerdo y conformidad con Pfeiffer, da rien­ da suelta a sus más hondos impulsos revolucionarios, los cuales, por violentos que fuesen, iban siempre ordenados hacia u n ideal religioso. E n su escrito Hoch verursachte Schutzrede, que tanto como defensa propia es ataque feroz «contra la vida muelle, carnal y sin espíritu de Wittenberg», trató de defender­ se de la acusación luterana de promover una revolución popular, ilegal y anár­ quica; no es eso lo que él pretendía, sino el derecho a una rebelión armada contra los dos príncipes impíos 33. Con todo, sus arengas a desenvainar la es­ pada contra los que se oponían a su evangelio y sus repetidas afirmaciones de que el pueblo tiene el ius gladii para ejecutar la justicia 34, podían ser entendi­ das como una incitación a la revuelta. El 25 de agosto escribía el recaudador de Sajonia, J. Zeys, a su príncipe que M ünzer había dirigido a los mineros de M ansfeld un feroz escrito, estimulándolos a obrar con audacia, pues ansiaba, en unión con ellos, lavar sus manos en la sangre de los tiranos 35. Su predicación en M ühlhausen provocó grandes alborotos, a los que en vano se opuso el Consejo de la ciudad. Los templos y los monasterios fueron despojados de sus bienes y las imágenes y reliquias de los santos fueron ani­ quiladas. M ünzer vociferaba que era preciso negar la obediencia a las autori­ dades y que no se debían pagar rentas, censos o tributos a nadie. Varios de los magistrados huyeron empavorecidos; entonces M ünzer y Pfeiffer prom ulga­ ron doce artículos con las exigencias de los ciudadanos y trataron de im plantar un nuevo régimen, una democracia igualitaria sin más ley que la palabra de Dios. Mas no lograron imponerse gracias a la tenaz resistencia de los m iem ­ bros del antiguo Consejo; y los dos revoltosos tuvieron que salir precipitada-

32 H j n r i c h s , Luther und M üntzer 75-81. 33 R em edando satíricamente a Lutero, que había dedicado pom posam ente su últim o escrito « A los altísim os y clarogénitos (Hochgebornen) principes, y señores, y d u q ues...», dedica M ün­ zer el suyo «A l altísimo, prim ogénito príncipe y om nipotente Señor Jesucristo, al piadoso R ey de reyes, al valiente D uque de todos los creyentes, a mi Señor m isericordioso y defensor fiel y a su atribulada única esposa, la pobre cristiandad». Los príncipes temporales no cuentan ya nada para Münzer; no hay m ás soberanía que la de Jesucristo (Thomas M üntzer Schriften 322). 34 «D ass ein gantze G em ayn G ewalt des Schwertz h ab ... D ie Fürsten K eine Herren, sondern Diener des Schwerts» (Schutzrede en «Politische Schriften» 171; Thomas M üntzer Schriften 328-29). 35 H i n r i c h s , 131-32.

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m ente el 28 de septiembre. A los pocos días aparecieron en Nurem berg. El rector de la escuela de San Sebaldo, Juan Denck, futuro anabaptista, se puso de su parte 36. Resistiéronse otros luteranos, y M ünzer se vio m uy pronto obli­ gado a salir otra vez y peregrinar por varias ciudades del sur de Alemania, so­ liviantando a los campesinos e incitándolos a la guerra. Púsose en comunica­ ción con Baltasar H ubm eier en W aldshut y con Ecolampadio en Basilea, hasta que a principios de 1525 sus secuaces de M ühlhausen le rogaron que regresase a aquella ciudad, donde les esperaba su mujer, Otilia. En febrero se hallaba de nuevo en M ühlhausen predicando en la iglesia de N uestra Señora. Y su pre­ dicación miraba ahora claramente a la revolución social, que debía hacer triu n ­ far la justicia y el reino de Dios sobre la tierra. Con este fin im plantó en la ciu­ dad el más severo régimen dictatorial. Su bandera era un estandarte blanco atravesado por un arco iris, símbolo del pacto de Dios con su pueblo. El 11 de abril de 1525 escribía Lutero con seria preocupación: «Münzer es en M ühlhausen rey y emperador, no sólo doctor» 37. Poco antes se habían sublevado contra sus señores los campesinos de T u ringia. M ünzer, poseído de un optimismo profètico, arrastró a sus seguidores a participar en la sublevación. No los acaudillaba como jefe militar, sino como profeta y arengador, o, según él firmaba en varias de sus cartas, como «siervo de Dios contra los impíos, con la espada de Gedeón». El desenlace trágico de aquella campaña lo veremos en el próximo capítulo. Erasmo y Lutero

Hasta el pacífico y pacifista Erasmo, rey de los humanistas, se vio obligado a m anejar la fina y cortante espada de su plum a en guerra abierta contra el Reformador. Aquella contienda teológica entre dos famosísimos personajes adquiere un valor trascendental cuando se observa que no era un humanista, sino el humanismo, el que tomaba posiciones contra la nueva teología de W it­ tenberg 38. L utero y Erasmo no se conocieron nunca personalmente. Tem peram entos más opuestos será difícil encontrar. Tam bién la educación literaria de uno y otro era muy diferente. El humanista empezó a interesarse por el teólogo cuan­ do advirtió que éste adoptaba desde sus primeros escritos una actitud de vio­ lenta hostilidad contra el escolasticismo, el monacato, la interpretación judaica y supersticiosa de la vida cristiana, las leyes canónicas y decretos pontificios. Esto atrajo la atención de Erasmo, que desde hacía muchos años venía censu­ rando el formalismo, la falta de interioridad religiosa, la multiplicidad de pres­ cripciones inútiles y otros abusos, sin notable resultado, y ahora pensó que tal vez por la violencia alcanzaría este fraile lo que él con la sátira literaria y con la razonable admonición no había conseguido. Ya conocemos las relaciones entre ambos reformadores, de recíproca es36 G . B a r i n g , Hans Denck und Thomas M üntzer in Nürenberg 1524: A R G 50 (1959) 145-80. 37 Briefw. III 472. 38 Esto n o quiere decir que los humanistas en m asa se declarasen contra Lutero. Entre lo s lu­ teranos figuraban M elanthon, Spalatino, Lang, Jonas, etc. D e m uchos se puede discutir hasta qué punto eran humanistas, porque no basta para serlo el conocer las lenguas clásicas. Véase m i librito Raíces históricas del luteranismo 242-56. Los humanistas Pirckheimer, Peutinger, Zasius, M utianus, Scheurl, Crotus Rubeanus y otros, que en un principio se entusiasmaron con el Reform ador, al fin le abandonaron, siguiendo el ejemplo de Erasmo y por las m ism as razones.

Erasmo y Luterò

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tim a y respeto hasta 1520, antes de la Dieta de W orm s y de las publicaciones más incendiarias del teólogo de W ittenberg. Cuando éste se precipita por los caminos de la rebeldía, Erasmo se aparta de él, y lo hace con dolor, porque, re­ conociendo en aquel fraile cualidades excelentes de predicador evangélico y aptitud para la teología espiritual, ve que las va a echar a perder por la exaspe­ ración, intemperancia y soberbia 39. Y lo que más le duele es que, oprimido Lutero, triunfarán los frailes 40. La postura de Erasmo se mantiene ambigua durante mucho tiempo. Por una parte, niega categóricamente que él sea un precursor de Lutero, con quien no desea tener nada de común y cuyas doctrinas heréticas él ha rechazado siempre; por otra parte, parece gloriarse de que casi todo lo que el Reformador afirma lo había dicho él anteriorm ente, nisi quod non tam atrociter; lo malo de L utero no sería tanto lo que dice cuanto la forma hiperbólica como lo dice. Sólo cuando vio claro que luteranismo significaba cisma y revolución reli­ giosa, y mucho más cuando observó la conducta de muchos luteranos, declaró abiertam ente y de mil maneras en sus cartas que no quería nada con ellos 41. Pero ¿por qué no escribía refutando sus doctrinas? «Todos los príncipes me piden que escriba contra Lutero», decía, y era verdad; pero se resistía siempre alegando diversos pretextos. No le gustaba comprometerse ni alistarse en nin­ gún bando; ése fue uno de los motivos por que se refugió en Basilea. El teólogo de W ittenberg, que siempre estimó los valores científicos y li­ terarios del Roterodamo, hubiera querido tenerlo de su parte aunque no fuera más que por contentar a M elanthon, Lang, Spalatino y Justo Joñas, amigos comunes. Mas no se hacía ilusiones. M uy pronto comprendió que el hum anis­ ta no se abrazaría jamás con la teología luterana 42. Las relaciones entre ambos se pusieron muy tensas en 1 5 2 2 . El 2 5 de m ar­ zo, Zwingli preveía un duelo inm inente entre los dos personajes 43. U n prim er paso fue el ataque de Erasmo a H utten en 1 5 2 3 . 39 Erasmo a Pirckheimer, 5 de septiembre de 1520: «D e Luthero nihil aliud dicam nisi quod in praesentia solum im pune licet, m ihi vehementer dolere tale ingenium, quod videbatur insigne quoddam organum ebuccinandae veritatis evangelicae, sic exasperatum esse rabiosis quorundam clam oribus» ( A l l e n , Opus epistolarum IV 337). A León X , el 13 de septiembre: «Ex his quae tum degustavi, visus est m ihi probe com positus ad m ysticas litteras veterum m ore explanandas» ( A l l e n , IV 345). Veterum more, es decir, no a la manera de los escolásticos. Casi igual a Lam pegio el 6 de diciembre. 40 A Jorge de Sajonia, el 3 de septiembre de 1522: «Lutherus, quod negari non potest, optimam fabulam susceperat... Sed utinam rem tantam gravioribus ac sedatioribus egisset con siliis... Periculum est ne, oppresso Luthero, sim ul pereant tot bona quae nolim aboleri... Adm iscuerunt se huic negotio m onachi quidam » ( A l l e n , V 126). Las relaciones entre Erasm o y Lutero hasta 1524, en P. M e s n a r d , Essai sur le libre arbitre (Alger 1945). Traduit et presenté par P. Mesnard,

Jntroduction. 41 A L. M arliano, el 25 de m arzo de 1521: «Christum agnosco, Lutherum non n o v i..., seditionem semper abhorrui» ( A l l e n , IV 459). A Ber, el 29 de abril de 1522: «Exordium huius fabulae m ihi semper displicuit, quam videbam in seditionem exituram» ( A l l e n , V 47). Contra la supuesta cobardía de Erasmo en su actitud religiosa se pueden recoger textos com o éste, a J. Longlond: «Sola conscientia m e revocat a Lutheranis» ( A l l e n , V II414). Y este otro, a Sadoleto: «D ecies emori paratus citius quam ad ullam m e sectam deflectam ab Ecclesiae consortio» ( A l l e n , V III 434). 42 Lutero a Lang, el 1 de marzo de 1517: «Erasmum nostrum lego et in dies decrescit m ihi animus erga eu m ... H um ana praevalent in eo plus quam divina» (Briefw. I 90). E l 28 de m arzo de 1519 todavía le escribe al hum anista con alabanzas casi adulatorias (Briefw. I 362). Pero el 28 de m ayo de 1522 el abism o entre las dos almas es insuperable: «Sentio Erasmum m inus de praedestinatione scire... quam hactenus sophistarum scholae sciverunt... Ego novi, quid sit in h oc h om ine» (Briefw. II 544-45). Bajo el aspecto religioso le desprecia soberanamente, pero no quiere provocarlo a la lucha. 43 Zwingli a B. Rhenanus: «Accepim us paucis ante diebus duellum ínter Erasmum atque Lutherum futurum» ( Briefwechsel des Beatus Rhenanus 300-301). Y dos m eses m ás tarde, Lutero,

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Uno y otro afilaban sus espadas, sin que ninguno de los dos se decidiese a bajar al palenque. Lutero, temiendo la inmensa influencia de su adversario, prefería no rom per lanzas con él y llegar a una capitulación. Por eso, en abril de 1524 le escribe: «Te ruego que te contentes con ser espectador de la tragedia; no te asocies a mis enemigos y, sobre todo, no lances escritos contra mí, y yo tampoco publicaré nada contra ti» 44. Pero Erasmo le responde con una am o­ nestación muy franca y muy seria previendo las catástrofes que la tragedia luterana acarreará a las letras y a la sociedad cristiana (8 mayo). L a «Diatriba» erasmiana

Por último, el cultor de las musas tomó el tridente y la red, haciéndose retiarius, como él decía. Las súplicas de los príncipes, especialmente de E nri­

que V III de Inglaterra y de Jorge de Sajonia, y de íntimos amigos, como T . M ore y C. Tunstall, habían vencido todas las resistencias. «La suerte está echada. Ya salió a luz mi librito De libero arbitrio... Tem o que en Alemania me lapidarán», escribía el 6 de septiembre de 1524 45. Podemos creerle cuando nos asegura que mal de su grado y casi por la fuer­ za dejaba los jardines de las musas para convertirse en gladiador 46. «Admirado, preguntarás—le escribe a Melanthon—por qué he publicado el librito sobre el libre albedrío. Es que ciertos teólogos enemigos míos habían persuadido a todos los monarcas que yo era cómplice juramentado de Lutero. No podía, pues, hacer otra cosa» 47. Ciertamente, convenía mostrar al mundo que Erasmo no comulgaba con las ideas luteranas. Pero hay que añadir que también le impulsaba una fuerza secreta, íntima, quizá subconsciente: el humanismo. La concepción humanís­ tica, basada en un sano optimismo del hombre y del cristiano tenía que alzarse contra el antihumanismo pesimista de la nueva teología. Por eso escogió como punto de ataque el dogma de la libertad o del libre albedrío, atacado por Lutero ya en 1518, y con mayor radicalismo, igual al de Wiclif, en 1520. Erasmo escogió además este punto porque aquí podía com­ batir con armas de la Sagrada Escritura, sin apelar a razonamientos metafísicos ni a sutilezas escolásticas, y mereció que Lutero le alabase por el acierto de atacar un punto vital (iugulum petisti). Denominó a su librito Diatribe, no en el sentido moderno de invectiva, sino en su significación griega de conferen­ cia o disputa, en latín collatio. El tono general de la obra es perfectamente se­ reno y discursivo, exento de mordacidad y de sátira 4S. aunque reconociéndose inferior en la pluma, decía: «Occurram balbucientissimus eloquentissim o Erasm o» (Briefw. II 545). 44 «Interim a te peto, ut si aliud praestare non potes, spectator sis tantum tragoediae nostrae, tantum ne socieris et copias adiungas adversariis, praesertim ne edas libellos contra m e, sicut nec ego contra te edam » (Briefw. V 271). 45 A l rey de Inglaterra: «Iacta est alea, exiit in lucem libellus de libero arbitrio, audax mihi crede facinus, ut nunc res habent Germaniae. Expecto lapidationem » ( A l l e n , V 541). 46 «Ex cultore M usarum fio gladiator» ( A l l e n , V 590). 47 «Miraberis cur emiserim libellum de libero arbitrio... M onarchis óm nibus persuaserant m e iuratissimum esse Luthero... N ihil igitur restabat nisi ut ederem quod scripseram; alioqui et m onarchas habuissem infensos» ( A l l e n , V 549). 48 De libero arbitrio Diatribe sive collatio , en «Erasmi Opera om nia» (Leiden 1706) IX 1215-48. Puede verse la traducción francesa con buena introducción histórica de P. M e s n a r d , Essai sur le libre arbitre (Argel 1945); K . H . O e l r i c h , Der spate Erasmus und die Reformation (M ünster 1961) 124-34; J. B o is s e t , Erasme et Luther (París 1962). E. W. K o h l s , Die Theologie des Erasmus (Ba~ silea 1966).

La «Diatriba » erasmiana

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«Entre los muchos problemas—tales son sus primeras palabras—que ocu­ rren en las divinas Letras, apenas hay uno tan laberíntico e inexplicable como el del libre albedrío»49. «Dirán algunos que en este punto una mosca como Erasmo no puede luchar con un elefante como Lutero; pero a ésos les diré que yo jamás he jurado en las palabras de Lutero; y si estoy en desacuerdo con él, ¿por qué no declararlo paladinamente? El Dr. M artín no puede llevar a mal que yo disienta de él, cuando él discrepa de todos los doctores de la Iglesia, de todas las universidades, concilios y decretos de los pontífices. No insultaré a nadie, porque eso no es digno de un cristiano y porque sólo busco la verdad. Por otra parte, a mí no me gusta ser apodíctico y dogmatizante en mis afirma­ ciones; por carácter, caería más bien en la opinión de los escépticos en aquellas cuestiones no prohibidas por la autoridad inviolable de las divinas Escrituras y por los decretos de la Iglesia, a los cuales someto mi juicio siempre y de buen grado» 50. H e leído las Aserciones de M artín Lutero, y, aunque el autor trata allí m u ­ chas cosas con gran espíritu, confieso ingenuamente que no me convence 51. ¿Qué es lo que nos dice la Escritura? «Que marchemos con brío hacia lo m ejor..., que nos esforcemos con todas nuestras energías..., que lo malo nos lo achaquemos a nosotros, y lo bueno se lo agradezcamos a la divina largue­ za» 52. Si fuera verdad lo que enseñan W iclif y Lutero, que todo cuanto ha­ cemos se debe a un predeterm inismo absoluto y no al libre albedrío, toda mo­ ralidad se derrum bará, porque «¿quién sostendrá la dura y perpetua lucha contra la carne? ¿Qué pecador tratará de corregir su vida?» Después de aducir seis Santos Padres de la Iglesia griega y siete de la latina, dice que en pro de la teoría luterana sólo pueden citarse a Manes y a Wiclif. Pero nuestro argumento—añade—se fundará en la Sagrada Escritura, única autoridad reconocida por el adversario, el cual ni siquiera atiende a los exegetas, porque, en su opinión, la Escritura es tan clara, que no necesita de intérpretes. El hum anista no cree en tanta claridad, y piensa que no basta el espíritu para entenderla; hace falta tam bién la ciencia humana, y, con todo, siempre se tropezará con algunos misterios inescrutables. Lutero se ufana de poseer el don del Espíritu, que le certifica del sentido verdadero. ¿Y cómo lo prueba? N o con sus obras ni con milagros o profecías. En cuanto a las obras, 49 «Vix ullus labyrinthus inexplicabilior, quam de libero arbitrio» (De libero arbitrio 1215). 50 «Et adeo non delector assertionibus, ut facile in Scepticorum sententiam pedibus discessurus sim, ubicunque per divinarum Scripturarum inviolabilem auctoritatem et Ecclesiae decreta liceat, quibus meum sensum ubique libens subm itto, sive assequor quod praescribit, sive non assequor» (ibid.). 51 N ótese el respeto de Erasmo para con su adversario. Alude a la Assertio omnium articulorum (W A 7,94-151), publicada por Lutero a fines de 1520 contra la bula de León X . En el art.36 no sólo negaba la libertad humana en orden a la salvación, sino en todas las acciones, aunque sean puramente naturales. «U bi ergo liberum arbitrium? Figm entum est penitus... Quis audet negare, se etiam in m alis operibus saepius coactum aliud facere quam cogitavit?... Periit itaque hic etiam generalis illa influentia, qua garriunt esse in potestate nostra naturales operationes ope­ ra n ... Liberum arbitrium est figmentum in rebus, seu titulus sine re. Quia nulli est in m anu sua quoppiam cogitare m ali aut boni, sed om nia, ut Viglephi articulus Constantiae damnatus recte docet, de necessitate absoluta eveniunt» (W A 7,145-46). Contra estas aserciones se apresuraron a escribir el teólogo J. C o d eo y el obispo de Rochester, J. Fisher. Erasmo los debió de conocer para preparar su impugnación; pero quien m ás le ayudó con sus consejos fue el basileense, anti­ guo teólogo de la Sorbona, Luis Ber, sobre el cual véase R . G .- V il l o s l a d a , La Universidad de París durante los estudios de F. de Vitoria 130.167-70.428. 52 «U t alacriter proficiamus ad m eliora..., ut totis viribus enitam ur... ac D om ini m isericordiam m odis ómnibus ambiamus, sine qua nec voluntas humana est efficax, nec conatus; et si quid mali est, nobis imputemus» (IX 1216).

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afirman de sí los luteranos que son santos por la fe sola; en cuanto a los mi­ lagros, responden que ya hoy no son necesarios teniendo la luz de las Escri­ turas. E n defensa de la libertad de obrar bien

El método de Erasmo es aducir primeramente los textos escriturísticos que claramente establecen la libertad humana, y después los textos que pa­ recen afirmar lo contrario. Los primeros son claros e irrefragables; los segun­ dos son enigmáticos, pero admiten una explicación que deja en salvo la li­ bertad, pues «consta que la Escritura, como obra de un mismo Espíritu, no puede pugnar consigo misma»53. Definido el libre albedrío como la facultad que tiene el hombre de aplicar­ se a lo que le conduce a la salvación o a lo contrario 54, el problema se circuns­ cribe en estos términos: ¿Puede el hombre aceptar o rechazar libremente la gracia que Dios le ofrece para su salvación? Lutero afirma que no; Erasmo, que s í 55. El humanista sostiene que la gracia es necesaria para toda obra bue­ na; mas la gracia, ayudando al libre albedrío, no lo suprime. Expone la opinión de Pelagio, que Erasmo no puede aceptar, porque concede al libre albedrío más de lo justo, y la contraria de San Agustín, que le parece también excesiva, porque va más allá de San Pablo. Tampoco la de Escoto le satisface del todo, porque otorga al hombre demasiado. Rehúye el meterse en sutiles explicaciones teológicas, y al fin formula su pensamiento —no muy felizmente— , diciendo: «A mí me place la sentencia de los que atribuyen un poquito ( nonnihil) al libre albedrío y muchísimo (plurimum) a Dios»56; pero no explica cómo el hombre, con la gracia divina, pone ese poquito de su parte, ese nonnihil que pertenece al orden natural. Aplaude el empeño de los que suprimen la arrogancia humana y ponen toda la confianza en Cristo; pero las hipérboles luteranas le llenan de inquie­ tudes. «Cuando oigo que no existen méritos humanos, que todas las acciones del hombre, aun del hombre santo, son pecados; cuando oigo que nuestra voluntad permanece inactiva, como la arcilla en mano del alfarero; cuando oigo que todo cuanto hacemos y queremos es efecto de una absoluta necesi53 «Constat autem Scripturam secum pugnare non posse, cum ab eodem Spiritu tota proficiscatur» (IX 1220). 54 «Porro liberum arbitrium h oc loco sentim us vim humanae voluntatis, qua se possit hom o applicare ad ea quae perduc*nt ad aeternam salutem, aut ab iisdem avertere» (IX 1220-21). 55 «A d quid valet totus hom o, si sic in illo agit D eu s, quemadm odum figulus agit in lu to?» (IX 1248). M uchos autores han deformado el pensam iento erasmiano, aproxim ándolo injusta­ m ente al pelagianism o. El hum anism o del R oterodam o era en este punto sustancialm ente conform e a la doctrina católica, aunque a veces falto de precisión teológica. «En fin, avec l ’Eglise et l’Evangile, Erasme avait pleine conscience de défendre toutes les valeurs humaines recueillies par celle-là et trascendentées par celui-ci. Outre le legs des lettres antiques, il protégeait cette notion de vertu, si m éconnue des luthériens, qui pour faire place à la grâce ne nous laissaient que le péché. D ign ité de la raison humaine faite pour la recherche de la vérité et la connaissance de Dieu; dignité d u coeur humain dont les saines vertus naturelles offrent, pour ainsi dire, à l ’influx de la grâce la matière que vivifièrent les grandes vertus surnaturelles. D ignité enfin de l’histoire humaine où to u t est providentiel, du paganism e aux temps m odernes... V oilà tout ce qu’Erasme eût voulu défendre contre Luther» (P. M e s n a r d , Essai sur le libre arbitre intr. 44-45). 56 «Pelagius libero arbitrio visus est tribuere plus satis; Scotus tribuit affatim. Lutherus... prorsus iugulavit liberum arbitrium» (IX 1247). P oco antes había precisado mejor su pensam iento hablando de la gracia preveniente o excitante y la gracia cooperante o concom itante: «H oc mihi videtur praestare illorum sententia, qui tractum quo primum stimulatur animus, totum tribuunt gratiae; tantum in cursu tribuunt nonnihil hom inis voluntati, quae se non subduxerit gratiae D ei» (IX 1244).

En defensa de la libertad de obrar bien

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dad, mi corazón tropieza en mil escollos. Y en prim er lugar, ¿cómo leemos en tantos pasajes de la Escritura que los santos obraron la justicia llenos de buenas obras y que caminaron rectamente delante de D ios..., si es pecado todo cuanto hacen los hombres, aun los de piedad eximia ?... ¿Cómo se habla tantas veces de premio, si no existe ningún mérito? ¿Con qué razón se alaba la obediencia de los que cum plen los mandamientos divinos y se condena la desobediencia de los que no los cum plen?... ¿Y por qué tenemos que com­ parecer ante el tribunal del juez, si todo cuanto sucede en nosotros es abso­ lutam ente necesario y no se debe a nuestro albedrío ?... ¿A qué tantas amones­ taciones, preceptos, amenazas, exhortaciones, instancias, si de nuestra parte no hacemos nada, sino que el querer y el obrar, todo lo realiza en nosotros la inm utable voluntad de D ios?»57 No podrán tachar a Erasmo de pelagiano los que lean las últimas palabras de su D iatriba: «Aunque hemos declarado—escribe—cuántos inconvenientes, por no de­ cir absurdos, se siguen de adm itir la supresión total del libre albedrío..., no por eso cae por tierra todo cuanto Lutero expuso piadosa y cristianamente sobre nuestro amor a Dios sobre todas las cosas, sobre la desconfianza en nuestros méritos, en nuestras obras y en nuestro esfuerzo; sobre la total con­ fianza que se ha de poner en Dios y en sus promesas»57*. Lo que Erasmo intenta salvar en este escrito es la responsabilidad del hombre, la noción de mérito y de demérito. Para él no hay ética ni moralidad hum ana si no hay libertad para elegir el bien y rechazar el mal. Es el hom bre quien, por voluntad de Dios, tiene que decidir librem ente de su propio destino 58. La Diatriba fue leída con sumo placer por el duque Jorge de Sajonia, que el 29 de septiembre de 1524 se lo agradecía al autor, diciéndole que ya no le quedaban dudas de los sentimientos antiluteranos del humanista. La Esposa de Cristo, nuestra santa madre la Iglesia, y el mismo Cristo te lo premiarán, añadía el 13 de febrero de 1525. Otros muchos plácemes le llegaron de la corte pontificia, por medio de Giberti; de la corte inglesa, por medio de L. Vi­ ves; de la corte imperial, por medio del mismo Fernando de Austria, y de muchos humanistas y amigos. El mismo M elanthon, que había defendido, con grandes aplausos de Lutero, la nulidad e inexistencia del libre albedrío, ahora empezaba a dudar, orientándose en sentido humanístico, y felicitaba a Erasmo por la mesura y circunspección con que se había expresado 59. 57 De libero arbitrio IX 1242. 57* j ) e Ubero arbitrio IX 1248. 58 Para establecer este aserto, em pieza Erasmo aduciendo las palabras del Eclesiástico: Deus ab initio constituit hominem et reliquit illum in martu consilii sui. Adiecit mandata , etc. (Eclo 15, 14-15). Es de notar que con Erasmo coincide el concilio Vaticano II al tratar de la libertad humana: «V oluit enim D eus hominem relinquere in manu consilii sui, ita ut Creatorem suum sponte quaerat et libere ad plenam et beatam perfectionem ei inhaerendo perveniat. D ignitas igitur hom inis requirit ut secundum consciam et liberam electionem agat» (const. Gaudium et spes n.17). Esa «dig­ nitas hom inis» es la que Erasmo quería defender y Lutero conculcaba. 59 «Perplacuit tua m oderatio» (carta del 30 de septiembre de 1524; A l l e n , V 554-55). A Spalatino le decía: «Videtur non contum eliose adm odum nos tractasse... Cupio ut haec causa, quae certe caput est religionis christianae. diligenter excutiatur, atque ob eam causam pene gaudeo Erasmum capessere pugnam » (Corpus Reformatorum I 673-74; W . M a u r e r , Melanchthons Anteil am Streit zwischen Luther und Erasmus: A R G 49 [1958] 89-114).

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Esclavitud de la voluntad

El teólogo de W ittenberg reaccionó furiosamente, como él solía. Su apar­ tam iento cordial del hum anista holandés se había ido ensanchando desde 1520. El 1 de noviembre de 1524 confiesa que está leyendo el libro erasmiano con asco y fastidio; el 17 del mismo mes, que está decidido a darle una respuesta; el 26 de marzo de 1525 todavía no ha empezado a escribir; le roban el tiempo las polémicas con Karlstadt y las Anotaciones al Deuteronomio. Y no digamos nada de la guerra de los campesinos, que aquel año devasta muchos países alemanes, y en la cual participa con su pluma. El 12 de abril comunica M elanthon que la obra del D r. M artín está co­ menzada, y, por lo tanto, se term inará en breve, aunque será extensa60. El 27 y el 28 de septiembre escribe Lutero, ya casado con la ex monja Catali­ na desde hace tres meses, que está metido de cabeza en la contestación a Erasmo 61. Sin duda pensó entonces lo que cinco años más tarde expresó en sus Char­ las de sobremesa: «Aplastar a Erasmo es m atar a una chinche; olerá peor m uerto que vivo. Pero esto no me im pedirá escribir contra él»61*. En el mes de diciembre de 1525 sale por fin en W ittenberg el gran volu­ m en De servo arbitrio, que Justo Joñas tradujo inmediatamente al alemán, y lo hizo estam par el mes siguiente con este título: Que la libre voluntad no es nada o no existe 62. Al revés del de Erasmo, que era expositivo y sereno, éste se distingue por su ímpetu, su torrencialidad, su elocuencia íntima y arrebatadora; todo el libro es un perpetuo apostrofe, una invectiva continua, hirviente de despre­ cios, mordacidades, y tam bién de rasgos de ingenio. Es el prim er libro escrito por el Reformador después de sus bodas. T ra ­ duciré algunos de sus párrafos más significativos, dejando a los teólogos que discutan sobre el alcance y el sentido preciso de sus expresiones 63. «Tu librito—le dice—me pareció tan sórdido y vil, que me compadecí profundam ente de ti, porque con tales porquerías ensucias tu hermosísimo e ingenioso estilo..., como si llevases estiércol en vasos de oro y de plata». «Tengo que agradecerte el que con tus argumentos hayas corroborado más y más mi sentencia». Esto le ocurría a Lutero en las disputas con todos sus adversarios. Era inútil intentar persuadirle de nada; la verdad absoluta e inmutable estaba siempre con él. «Del mismo modo que yo he soportado tu ignorancia, así, por tu parte, 60 «Brevi absolutum iri... C opióse tractabitur» (Corpus Reformatorum I 734). 61 A N . Hausmann: «Ego iam totus sum in Erasmo confutando». Y casi lo m ism o a Spalatm o (Briefw . III 582.583). 61 * Tischr, 822 I 398. 62 De servo arbitrio: W A 18,600-786. N o m enos de siete ediciones latinas se hicieron en 1526. 63 Con tendencia ecumenista, m uy propia de nuestros días, hay teólogos católicos que se em peñan en interpretar católicamente la doctrina luterana. Sirva de ejemplo A . M c S o r l e y , Luthers Lehre von unfreien Willen... im Lichte der biblischen und kirchlichen Tradition (M unich 1967). Pero entonces habrá que decir que M elanthon no entendió a Lutero cuando rechazaba sus doctrinas de servo arbitrio com o «delirios estoicos y m aniqueos», y, lo que es m ás grave, ni el m ism o Lutero se entendió a sí m ism o, pues estaba persuadido que enseñaba una doctrina completam ente opuesta a la tradicional en la Iglesia.

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soportarás mi deficiencia literaria (meam infantiam). No todo otorga Dios a uno solo». Dices que no te placen las aserciones categóricas, lo cual es renegar de la religión y de la piedad. Eres un escéptico e impío. Yo, en cambio, no sólo quiero sostener y afirmar lo que se contiene en las sagradas Letras, sino que amo la certeza total aun en las cosas extrañas a la Escritura, pues « ¿qué cosa hay más miserable que la incertidumbre?» T ú sometes tu juicio a los decretos de la Iglesia. «¿Qué dices, Erasmo? ¿No basta someterlo a la Escritura?... ¿Y dónde está la libertad y potestad de juzgar a los autores de esos decretos?» «El Espíritu Santo no es escéptico ni escribe en nuestros corazones dudas y opiniones, sino aseveraciones más cier­ tas y firmes que la misma vida y que cualquier experiencia». Como Erasmo había dicho que la Escritura no siempre es clara ni fácil de interpretar, Lutero le replica: «La Escritura confiesa simplemente la tri­ nidad de Dios, la humanidad de Cristo y la irremisibilidad del pecado. Aquí no hay nada de oscuridad ni de ambigüedad». Mucho simplismo es esto. Pero agrega: Dos claridades tiene la Escritura; una interior, que solamente la ve el que está iluminado por el Espíritu de Dios; otra exterior, que procede del ministerio de la palabra. Viniendo al estado de la cuestión, escribe que no es cosa superflua o indi­ ferente el averiguar si la voluntad humana hace algo o nada en el negocio de la salvación. «Has de saber que éste es el quicio de nuestra disputa (hic est cardo) . . . ; de esto tratamos, de inquirir qué es lo que puede el libre albedrío, qué es lo que recibe (quid patiatur) y cómo se comporta respecto a la gracia de Dios... Quien censure o menosprecie esto, es el mayor enemigo de los cristianos». Y en seguida adelanta su respuesta: «Todo lo que hacemos, todo cuanto sucede, aunque nos parece mudable y fortuito, de hecho sucede ne­ cesaria e inmutablemente...; porque la voluntad de Dios es tan eficaz, que no puede encontrar impedimento siendo la misma potencia natural de Dios, y es tan sabia, que no puede engañarse»64. Para Erasmo, la paz y la tranquilidad son el bien supremo; para Lutero, la fe, la conciencia, la salvación eterna, la palabra de Dios, y por estos bienes está dispuesto a arrostrar la muerte aunque el mundo entero se hunda en el caos y en la nada. La voluntad humana es un jumento

Los improperios contra el humanista salpican todo el libro. «Cuando más te empeñas en hacerme desistir de la temeridad, te precipitas en el extremo contrario a manera de los necios, y no enseñas sino las mayores temeridades, impiedades, perdiciones. ¿No adviertes que en esta parte tu librito es tan impío, blasfemo y sacrilego como no hay otro igual en el mundo?» Si no hay libre albedrío, preguntaba Erasmo, ¿quién corregirá su vida? Responde Lutero: «Nadie, porque ningún hombre puede hacerlo... Se corre­ girán, por obra del Espíritu Santo, los elegidos y piadosos; los demás perecerán sin enmienda». «El más alto grado de la fe está en creer en la clemencia de un 64 «Ex quo sequitur irrefragabiliter: om nia quae facimus, om nia quae fiunt, etsi nobis videntur mutabiliter et contingenter fieri, revera tamen fiunt necessario et immutabiliter, s¡ D ei voluntatem spectes. Voluntas enim D ei efficax est» (W A 18,615).

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Dios que a tan pocos salva y a tantos condena y creer en la justicia de quien voluntariamente nos hace necesariamente reprobables65. «Si sólo Dios y no nosotros obra la salvación en nosotros, es claro que antes de su acción no obramos nada en orden a la salvación, queramos o no quera­ mos». Cuando digo que la voluntad obra necesariamente, no se debe entender por violencia (coacte) , sino, como dicen, por necesidad de inm utabilidad, no de coacción...; no como un ladrón, arrastrado, contra su voluntad, al suplicio (obtorto eolio), sino espontáneamente y con voluntad gozosa; pero este gozo (hanc libentiam) o voluntad de obrar no puede impedirlo con sus fuerzas, ni omitirlo, ni cambiarlo... Esto no sucedería si la voluntad fuese libre o tuviese libre albedrío» 66. Y sigue la famosa imagen de la cabalgadura y el jinete que la monta. «La voluntad humana está puesta en medio, como un jumento; si la cabalga Dios, la voluntad quiere y va a donde quiere Dios, según lo que dice el salmo (72,22)... Si la monta Satán, quiere y va a donde quiere Satán; y no está en su arbitrio dirigirse y buscar a uno u otro jinete, sino que son los jinetes los que luchan por conseguir y poseer el jumento» 67. Confiesa Lutero que, hace más de un decenio, la opinión de tantos teólo­ gos, concilios y pontífices que Erasmo cita en su favor le hacía impresión y pensaba como ellos, y actualmente los seguiría si la conciencia y la evidencia de las cosas no le forzasen a lo contrario. Casi a la m itad del tratado se decide a seguir el orden de su adversario, refutando primeramente los argumentos escriturísticos de aquél y defendiendo luego su propia tesis con los textos bíblicos que el hum anista había rechazado o interpretado a su favor. Por lo pronto, no admite la definición erasmiana del libre albedrío, porque «ya he demostrado—dice—que el libre albedrío no compete sino a Dios». «El hom bre perdió la libertad, y por fuerza tiene que servir al pecado (cogitur servire peccato) , y no puede querer nada de bueno». Unas veces declara explícitamente que el hombre es libre y dueño de sus acciones en aquellas cosas inferiores que no se ordenan a la salvación68. Y otras defiende—como lo defendió en 1520—el determinismo universal de W iclif 69. «Ahora vas a ver—escribe—qué es lo que puede el humo del hombre contra los rayos y truenos de Dios». Y como Erasmo «ha citado un formidable 65 «Tam paucos salvat, tam m ultos con d em nat..., nos necessario damnabiles facit» (W A 18, 633). Tan intolerable se le hacía a Erasmo la condenación de un hombre sin libertad, y, por tanto, sin demérito, que escribió luego en su Hyperaspistes: «Q uom odo damnet im meritos, nec creditur hic, nec intelligitur... N o n enim intelligitur aut creditur a piis quod falsum est. H uiusm odi m onstris delectatur D octor H yperbolicus» (Erasmi Opera omnia X 1448). 66 W A 18,634. 67 «H um ana voluntas in m edio posita est, ceu iumentum. Si insederit D eu s, vult et vadit quo vult D eu s... Si insederit Satan» vult et vadit quo vult Satan. N o n est in eius arbitrio ad utrum sessorem currere» (W A 18,635). Sin imágenes, dirá luego m ás precisamente: «Si D eu s in nobis est, Satan abest, nec nisi velle bonum adest. Si D eus abest, Satan adest, nec nisi velle m alum in n o­ bis est» (W A 18,670). 68 «In rebus inferioribus. H ic regnat et est dom inus, ut in m anu consilii sui relictus» (W A 18, 672). Y luego: «Scimus liberum arbitrium natura aliquid facere, ut comedere, bibere, gignere» (W A 18,752). 69 Lutero conocía las proposiciones de W iclif condenadas por el concilio de Constanza, una de las cuales, la 26, reza así: «Omnia de necessitate absoluta eveniunt»; que Lutero hace suya cuando escribe: «Fateor enim articulum illum Viglephi, om nia necessitate fieri, esse falso dam natum Constantiensi conciliábulo» (W A 18,699). Lo m ism o había dicho en 1520 (W A 7,146).

Predeterminación

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ejército de lugares de la Escritura en favor del libre albedrío..., presentando como turba despreciable los textos contrarios», empieza Lutero el ataque expli­ cando los dos que le parecen más evidentes y favorables; el del Exodo: Induravitque Dominus cor Pharaonis (9,12), y el de Malaquías: Dilexi Iacob, Esau autem odio habui (1,2-3). Pero no quiere que el pecado se atribuya a Dios. «Aquí ves que Dios, cuan­ do obra en los malos y por los malos, ejecuta ciertamente el mal; pero Dios no puede hacer el mal aunque haga cosas malas por medio de los malos... Usa de malos instrumentos; de éstos es el vicio..., del mismo modo que un artesano corta mal con un hacha serrada y dentada». Su concepto de Dios y del bien y del mal es el de los nominalistas: «El es Dios, a cuya voluntad no se le puede señalar causa ni razón que le sirva de regla o de m edida... Su voluntad es regla de todo... Porque El lo quiere es una cosa recta, y no viceversa»70. Predeterminación

Entre la libertad hum ana y la presciencia divina no hay concordia posible. «Si Dios conoció desde la eternidad que Judas había de ser traidor, la traición de Judas fue necesaria, y no estaba en su mano ni en la de otra criatura obrar de otra manera ni cambiarle la voluntad... La omnipotencia de Dios le movía... Porque Dios quiere las cosas que prevé... Y como la voluntad de Dios es la causa principal de todo cuanto sucede, hace que nuestra voluntad sea nece­ saria... ¿En dónde está, pues, el libre albedrío?... En consecuencia, nuestro libre albedrío se opone diametralmente a la presciencia y a la omnipotencia de Dios» 71. Ya antes había defendido la predestinación al cielo o al infierno ante praevisa merita vel demerita, y ahora insiste en ello con mayor dramatismo aludiendo a sus experiencias personales. Que Dios arbitrariam ente (mera volúntate ) condene a algunos, como si se deleitase en los pecados y en los torm entos eternos de los desgraciados, es cosa que a muchos parece intole­ rable. «Yo mismo, más de una vez, me sentí perturbado, cayendo en el pro­ fundo abismo de la desesperación, y deseé no haber nacido ni ser hombre, hasta que conocí cuán saludable era aquella desesperación y cuán cercana de la gracia. Por eso se esforzaron muchos y sudaron buscando excusas para la bondad de Dios y acusaciones contra la voluntad del hombre, e inventaron distinciones entre la voluntad de Dios ordenada y la absoluta, entre necesi­ dad de consecuencia y de consecuente, y cosas semejantes, con las que no consiguieron nada... Porque nosotros no hacemos cosa alguna según el libre albedrío, sino según Dios lo previo» 72. Más explícita y concretamente: «El hombre, antes de transformarse en nueva criatura del reino espiritual, no hace nada, no se esfuerza nada, en 70 «Sed contra; quia ipse vult, ideo debet rectum esse, quod fit» (W A 18,712).

71 «Pugnat igitur ex diámetro praescientia et om nipotentia D ei cum nostro libero arbitrio» (W A 18,718). 72 «Ita nos non facere quodlibet pro iure liberi arbitrii, sed prout D eu s praescivit» (W A 18, 719). «Omnia quae condidit solus, solus quoque m ovet, agit et rapit om nipotentiae suae m otu» (W A 18,753).

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orden a preparar esa renovación y ese reino; y luego, una vez regenerado (recreatus) , no hace nada, no se esfuerza nada para perseverar en ese reino». No quiere Lutero aducir todos los pasajes de la Escritura que le favore­ cen, porque «toda la Escritura, en todos sus ápices y hasta la última letra, está de mi parte. Principalmente se detiene en la carta de San Pablo a los Ro­ manos para demostrar que todos los hombres están bajo la ira de Dios; todos son impíos e injustos, siervos del pecado, «aun los mejores y más honestos». «Pues ¿cómo podrán aspirar hacia el bien... o tener alguna fuerza útil para el bien, si todos (como dice el Apóstol) se desvían del bien?» 73 No quiero la libertad. Ultimas palabras

Acercándose al final de su trabajo, nos hace la siguiente confesión. «Yo, a la verdad, confieso de mí mismo que no desearía se me concediese el libre albedrío ni que se dejase cosa alguna en mi mano para poder aspirar a la sal­ vación; no sólo porque, en medio de tantas adversidades y peligros y entre tantas impugnaciones de los demonios, no lo podría guardar y retener—y, sien­ do un solo demonio más potente que todos los hombres, ningún hombre se salvaría— , sino porque, aun sin peligros, sin adversidades y sin demonios, me vería forzado perpetuamente a luchar contra la incertidumbre y a golpear el aire con mis puños; y, aunque viviese y trabajase eternamente, nunca mi conciencia estaría cierta y segura de haber hecho lo que debía para satisfacer a Dios» 74. Estas palabras proyectan un rayo de luz sobre la vida del joven Fr. Martín en el claustro, sobre sus primeras angustias espirituales y sus tanteos hacia su doctrina de la consolación. Por último, después de tantas injurias y tantos insultos, sarcasmos y vili­ pendios que ha ido disparando a diestro y siniestro contra la persona de su ilustre adversario, termina, como cortés caballero, dándole un apretón de manos. «Por Cristo, te ruego, Erasmo mío, que cumplas lo que prometiste, a saber, que te darías por vencido ante quien te enseñase cosas mejores... Confieso que eres grande y que Dios te ha adornado de muchos y nobilísimos dones: de ingenio, erudición y facundia prodigiosa. Yo, en cambio, no poseo otra dote que la de ser cristiano, de lo cual casi me glorío. Además, te alabo férvi­ damente y te ensalzo, porque has sido el único entre mis adversarios que has atacado la sustancia misma, el fondo de la cuestión, y, en vez de fatigarme con las cuestiones del papado, del purgatorio, de las indulgencias y otras bagatelas semejantes, en las que casi todos los demás han querido inútilmente cazar­ me, tú sólo has visto el eje central de todo y me agrediste a la yugular, por lo cual te doy gracias de todo corazón... Pero si esta cuestión no la puedes tratar sino como lo hiciste en esta Diatriba, te suplicaría ardientemente que, conten­ tándote con tus dones de letras y lenguas, siguieses, como hasta ahora, culti­ vándolas, promoviéndolas y dándoles esplendor; con tus estudios me has pres­ tado no pocos servicios, que te agradezco, y ciertamente en ese campo te ve73 «Q uom odo habent vim utilem ad bonum , qu¡ om nes ilrdinant a b on o?» (W A 18,761). 74 «Ego sane de m e confíteor... nollem mihi dan . n h i t r i u m » (W A 18,783).

H ujnanismo contra Reform a

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ñero y admiro con sinceridad. Pero Dios no ha querido ni te ha concedido hasta ahora que hagas cosa igual en nuestra causa. Y no creas que lo que digo es arrogancia... En este libro no propuse a disputa una opinión, sino que aseveré y asevero aún categóricamente, y a nadie le permito dar su juicio, antes persuado a todos que rindan su parecer». Tales son las últimas palabras con que se cierra el libro De servo arbitrio, libro tan amado y querido de su autor, que lo consideraba el mejor quizá de cuantos salieron de su plum a 75. ¿Por qué tal estima, si no vemos en él ninguna idea nueva que no se encuentre en sus escritos anteriores? Sin duda porque trata de su tema favorito, de lo que era raíz profunda de su teología y sustancia medular de su vida: de la justificación sin obras, del absoluto dominio de Dios y de la total incapacidad e inactividad del hom bre en orden a su salvación. Estas ideas, que le llenaban de consolación, las expresó en el libro De servo arbitrio con un vigor increíble. Y estaba satisfecho de ello. Humanismo contra Reforma

Erasmo, en cambio, quedó en los primeros momentos casi aturrullado ante aquel zarpazo de león o cornada de toro. El, que tan «civilmente» había tratado a su adversario, esperaba una respuesta menos feroz. Escribiendo al duque Jorge de Sajonia, le decía el 2 de marzo de 1526: «Podríase tolerar que me llamase estúpido, ignorante, borracho, bodoque (lapidem), majagranzas (stipitem), mastuerzo (j'ungum); al fin y al cabo soy hombre, y hum ano es todo eso; pero, a mayor abundamiento, dice luego que soy un Luciano ateo, que no creo en Dios, que soy un puerco del rebaño de Epicuro, que no admito la Providencia divina; me hace despreciador de la Sagrada Escritura, dem o­ ledor de la religión cristiana, enemigo del cristianismo, hipócrita crim inal..., y otras muchísimas cosas que ningún hom bre discreto escribiría ni siquiera contra el turco o contra M ahom a»76. «Contra nadie ha escrito tan virulentam ente como contra mí», repetía en las cartas a sus amigos 77. «Yo escribí un tiem po— le dice con hum or al car­ denal W olsey—que no hay nada tan indóm ito que no puedan dom ar las mujeres. M i opinión resultó ahora falsísima»78. Lutero se había casado con Catalina de Bora el 13 de junio de 1525. Nadie jamás, ni Noel Beda, ni López de Zúñiga, ni Pedro Sutor, ni el más avinagrado de los escolásticos, se había atrevido a denigrar en público tan rabiosamente al rey de los humanistas. Este no pudo llevar en paciencia tantas injurias, y como su pluma estaba cortada para la polémica, redactó en seguida otra obra más voluminosa que la prim era y teológicamente más profunda. Salió en dos partes, publicadas en Basilea en 1526 y 1527 bajo el 75

A Capitón, 9 de j u l io de 1537: «Nullum enim agnosco m eum iustum librum, nisi forte

De servo arbitrio et Catechismum » (Briefw. VIII 99). l l e n , VI 269-70. 77 A sí en cartas a P o l e , a Sylvius, etc. ( A l l e n , VI 283-84). Y a Boudet: «Tam virulenter, tam scurriliter atque etiam m alitíose, ut in nem inem hactenus insanius... Quidquid Ecclesia W ittembergensis potuit vel eruditione vel m aledicentia, id totum in eum librum collatum est» ( A l l e n , VI 284). A l m ism o Lutero le escribió el 11 de abril de 1526: «U t hactenus in nem inem scripseris rabiosius, im m o quod est detestabilius, m alitiosius... Tuo isto ingenio tam arroganti, procaci, seditioso, totum orbem exitiabili dissidio concutis» ( A l l e n , VI 306).

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7» A l l e n , V I 322.

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C.6.

Karlstadt y M ünzer. La controversia con Erasmo

título de Hyperaspistes «Diatribae» adversus servum arbitrium Lutheri, esto es, Escudo o defensa de la «Diatriba»... 79 En la prim era rechaza con indignación las falsas acusaciones de Lutero; en la segunda estudia el problema de la libertad y de la presciencia divina más a fondo que antes, destruye los argumentos luteranos y pone en evidencia las paradojas y las exageraciones desmesuradas del adversario. Con gran acierto y sagacidad fue Erasmo el prim ero en caracterizar al Reformador como Doctor Hyperbolicus. Con sinceridad conmovedora declara que sus móviles son pura­ mente religiosos: si él se persuadiese de que Fr. M artín defiende la causa de Dios, no habría monarca del m undo tan poderoso que le forzase a escribir tres palabras contra él; antes se arrojaría al fuego 80. El teólogo de W ittenberg no añadió una palabra a la controversia, y el gran humanista, aunque reconociendo grandes cualidades en su contrincante, se apartó de él para siempre, atacándole siempre que tuvo ocasión en sus cartas y en otros escritos, pero ensañándose, más que con el Reformador, con sus seguidores, que falsamente se decían «evangélicos». Así tuvo lugar la rotura definitiva entre el humanismo católico y la R e­ forma protestante. Si hasta entonces las fronteras entre uno y otro movimien­ to no aparecían muy claramente definidas, porque el humanismo se había adelantado a la Reforma en el ataque a los teólogos escolásticos y a los monjes, en la reacción contra las observaciones farisaicas y contra los excesos en el culto de los santos, en la difusión de la Biblia y en las exigencias de una reli­ gión más espiritual, más interior y más pura, ahora se vio claro que se dife­ renciaban radicalmente en sus principios y en sus aspiraciones, en su carácter, en su estilo y en sus métodos. U n abismo los separaba, y no había conciliación posible entre el optimismo humanístico y el pesimismo luterano, entre el sentido unitario y pacifista de aquél, bajo la autoridad de Roma, y la tenden­ cia secesionista y revolucionaria de éste. Los humanistas van con Erasmo

U n fiel compañero y colaborador de Erasmo en las ediciones de Santos Padres y de autores clásicos, el alsaciano Beatus Rhenanus (1485-1547), aun­ que decidido partidario de la reforma de la Iglesia y simpatizante de Lutero, escribía el i.° de septiembre de 1525 a su amigo Miguel Hummelberg: «Has­ ta ahora favoreciste un poco a Lutero, como le favorecieron todos los buenos viendo que el mundo, caídas todas las reglas del bien vivir, necesitaba absolu­ tam ente de reforma y de corrección, sobre lo cual amonestaba él, quizá demasiado acremente, con sus escritos al pueblo. Pero después que las cosas llegaron a tan rabioso furor y a tan molestos e insensatos altercados, estoy seguro que, dada tu prudencia, juzgarás con más cautela» 81. Era lo mismo que decirle: Vayamos con el humanista, no con el Reforma­ dor. No necesitaron tales consejos otros cultivadores de las letras humanas 79 Erasmi Opera omnia X 1249-1336.1337-1536. 80 «Si m ihi persuasum esset illum D ei causam agere, nullus est, in orbe tam potens m onarcha, qui me perpelleret, ut vel tria verba scriberem adversus eum, citius abirem in ignem » ( Opera X 1482). 81 «Favisti hactenus nonnihil L uthero... Verum postquam res ad rabiem et m olestas ac in­ sanas altercationes venit, scio te, qua es prudentia, tuum tibi iudicium servasse» (Briefwechsel des B. Rhenanus 334).

Los humanistas van con Erasmo

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que en un principio miraron hacia Wittenberg con esperanza y benevolencia, como Pedro Mosellanus (P. Schade, 1493-1524), a quien repugnaba íntima­ mente la reprobación al infierno según la enseñaba el teólogo de Wittenberg, y el gran jurista Ulrico Zasius (1461-1535), que se puso en contra de Lutero desde que leyó entusiasmado la Diatriba de Erasmo sobre el libre albedrío; lo mismo que el sabio naturalista y médico Jorge Agrícola (Bauer, 14941 555) 82- No aguardó a la controversia para renunciar a sus simpatías lutera­ nas el humanista Eobanus Hessus (Koch, 1488-1540), «rey de los poetas» de Erfurt, arrancado al luteranismo nada menos que por Mutianus Rufus, pon­ tífice literario del Ordo Mutiani 83. Y no tardaron en seguir el mismo ca­ mino, desengañados, Wilibaldo Pirckheimer (1470-1530), Enrique Loris Glareanus (1488-1563), Cristóbal Scheurl (1481-1542), Crotus Rubeanus (Juan Jäger, 1480-1539) y otros. Todos ellos, lo mismo que Erasmo, se sentían instintivamente repelidos, tanto o más que por los dogmas pesimistas del luteranismo, por la decaden­ cia espiritual y desenfreno moral que veían muchas veces en aquellos mismos que alardeaban de «evangélicos» y que se habían alejado de la Iglesia romana clamando «reforma». Es muy digno de notarse que el mismo Melanthon, el más impregnado de humanismo de todos los luteranos, el que, fascinado por Fr. Martín, había defendido en la primera edición de sus Loci communes (1521) el más absoluto determinismo, negando toda libertad humana, asustado luego de tan som­ brías teorías y de sus perniciosas consecuencias morales, mitigó notablemente sus opiniones en 1527, y mucho más en la segunda edición que hizo de los Loci communes theologici en 1535. Lutero, en cambio, permaneció siempre impertérrito en sus «delirios maniqueos», firmemente aferrado a aquella doctrina que era como la sustancia medular de su pensamiento religioso y la más honda consolación de su alma trágica 84. 82 Zasius escribía entusiasm ado a B. Amerbach el 17 de septiembre de 1524: «Liberi arbitrii collationem , dispeream si non sitientissim e perlegerim. Am plitudinem et divitias immensas ingenii Erasmici, tantum abest ut verbis ullis enuntiare p o ssim ..., quotidie m aior insurgit... Videre est quantum chaos sit inter Erasmi et Lutheri spiritum» (Epistolae ad viros suae aetatis doctissimos, ed. J. A . Riegger [U lm 1774] 71-72). En abril de 1525 le decía a Amerbach: «Pestis pacis Lutherus, om nium bipedum nequissim us» (ibid., 97). 83 Conrado M ut (Mutianus Rufus) le com unicaba a Erasmo el 23 de febrero de 1524: «Liceat nobis m aiorum ritu Christum colere... lon as, Schalbus, D raco, Crotus (Cordus?) a nostra sodalítate defecerunt ad Lutheranos. Eobanus resipuit m eo hortatu» ( A l l e n , IV 409-10). 84 La expresión manichaea deliria aplicada a esta doctrina luterana es de M elanthon en un es­ crito dirigido al elector A ugusto de Sajonia (CR 9,766). Para la actitud de M elanthon véase W . M a u r e r , Der junge Melancton II 481-89.

C a p í t u l o

7

L A S U B L E V A C I O N D E L O S C A M P E S IN O S Y L A G U E R R A

( 1524- 1525 )

Primeras insurrecciones

La pavorosa guerra que desoló los campos de Alemania en 1525 cuando diversos príncipes seculares y eclesiásticos, luteranizantes y católicos, se co­ ligaron para defender sus privilegios y aplastar a los insurrectos campesinos, tiene una prehistoria larga y remota. Baste recordar la famosa sublevación campesina que tuvo lugar en los alrededores de Niklashausen (Badén) cuando el año de 1476 un pastorcillo fanático y visionario por nombre Hans Bóhm, dejando su cornamusa, se puso a predicar, en nom bre de Dios y de la Virgen María, lo que en una visión le había ordenado nuestra Señora: la penitencia y el nuevo reino de Dios. Denunciaba el lujo de los opulentos y la inmoralidad de los clérigos, procla­ maba la igualdad de todos los hombres, sin diferencia de ricos y pobres y sin obediencia a ninguna jerarquía. Miles y miles de aldeanos de diversas regiones alemanas corrieron, ansiosos de libertad y deslumbrados por locas utopías, a engrosar el ejército desordenado del «gaitero de Niklashausen», o del «mu­ chacho santo», como le apellidaba el pueblo. Tem iendo una revolución, el obispo Rodolfo de W ürzburgo lo hizo prender el 12 de julio de 1476, y cinco días más tarde pereció en la hoguera como hereje y hechicero, sin que las innumerables turbas de sus devotos se atrevieran a salvarlo por la fuerza. En 1493 se constituye en Alsacia la «Liga del borceguí», así llamada por­ que «un borceguí con correas» (Bundschuh ) —en contraposición a la bota elegante que calzaban los nobles—adornaba los estandartes de los campesinos alzados en guerra social. Azul y blanca, con la pintura del borceguí y del crucifijo, era la bandera que enarboló en 1502 cerca de Spira el revolucionario Jost Fritz, que en 1513 reapareció en Brisgovia y en 1517 en el Alto Rhin acaudillando patrullas de aldeanos que reclamaban justicia social, con amenaza de m uerte a los miem­ bros de las clases privilegiadas Este capitán de grandes ambiciones y de pa­ labra meliflua, antiguo lansquenete, conocedor del arte de la guerra, sabía soliviantar al pueblo, esquilmado por los judíos, usureros, abogados y tirá­ nicos señores. «Ha llegado la hora—clamaba—de acabar con los ricos y los nobles; basta de tributos, exacciones, diezmos y servidumbres; los pobres tienen el mismo derecho que cualquiera para cazar en los bosques, pescar en los ríos y apacentar su ganado en los prados sin pagar impuestos o censos de ninguna clase». Sublevaciones campesinas de este tipo eran frecuentes en el Imperio, mas todas ellas fracasaron. La de 1431 en Renania 2, la de 1462 en Salzburgo, 1 Las hazañas de Jost Fritz las narró el primer poeta dramático de lengua alemana, Pamphilus G engenbach, de Basilea ( t 1525), en una canción popular, que trae R . v o n L i l i e n k r o n , Die historischen Volkslieder der Deutschen III 133-37. 2 F. v o n B e z o l d , Der rheinische Bauernaufstand vom Jahr 1431: Z. G. Obcrrh. 27 (1875)

■Primeras insurrecciones

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la de 1478 en Carintia, la de i486 en Baviera y en Alsacia, la de 1492 en Kemp­ ten, la del año siguiente en la comarca de Estrasburgo, la del «pobre C on­ rado» (der arme K u n zJ, nom bre genérico, en W ürtem berg (1514-17), y otras más, no sirvieron ciertamente para mejorar la situación económico-social de la clase agraria. Lo mismo había sucedido en otras naciones. Recuérdese, por ejemplo, el levantamiento popular y campesino de la Jacquerie francesa en 1358, cuyo aplastamiento se debió en gran parte a Carlos II el Malo, de Navarra, yerno del rey francés, y la sublevación de los campesinos del Essex y del Kent en 1381, dominados por el joven Ricardo II de Inglaterra 3. M uchos gérmenes revolucionarios ferm entaban desde antiguo en el agro germánico; gérmenes de tipo social y económico, a veces político, que se ponían en ebullición cuando con ellos se mezclaba algún ingrediente religioso. La influencia del husitismo y taborismo de Bohemia es fácilmente com pro­ bable en muchos casos 4. ¿No había dicho Hus, haciendo eco a W iclif, qüe un hom bre reo de pe­ cado mortal carece de autoridad civil y eclesiástica ? 5 ¿Y no eran pecado gravísimo las injusticias sociales que los señores de los campos—príncipes, condes, abades, obispos—cometían con los colonos, adscritos a la gleba o sometidos a excesivos tributos y a servidumbres arbitrarias? Fácilmente, pues, se podía justificar la revolución con una máxima religiosa. Y así lo hacían de cuando en cuando ciertos predicadores que fanatizaban a las turbas profeti­ zándoles el advenimiento de una época de felicidad igual para todos. ¿No somos todos hermanos? «Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿dónde estaban los nobles?»6 No se puede afirmar que la clase agraria de 1500 se hallase más duram ente oprimida que cien o doscientos años atrás; al contrario, se veían síntomas de que su situación mejoraba. Había campesinos que empezaban a gozar de las comodidades de la vida; pero jurídicam ente seguían bajo el antiguo régimen 129-49. Para otros levantam ientos, H . S c h r e i b e r , Der Bandschuh zu Lehen im Breisgau und der arme Konrad zu Bühl (Freib. B r . 1824); R . Z ö l l n e r , Zur Vorgeschichte des Bauernkrieges ( D r e s d e 1872); O. B r a n d t , Der deutsche Bauernkrieg (Jena 1929); G. F r a n t z , Der deutsche Bauernkrieg (M unich 1957). 3 H . G e r l a c h , Der englische Bauernaufstand von 1381 und der deutsche Bauernkrieg. Ein Ver­ gleich (M eisenheim 1969). En Cataluña, los sangrientos tum ultos de los «payeses de rem ensa»,

adscritos a la gleba y oprim idos por los señores, se apaciguaron en 1486 por sentencia arbitral de Fernando el Católico (E. d e H i n Oj o s a , E l régimen señorial y la cuestión agraria en Cataluña durante la Edad Media [Madrid 1905]; J. V i c é n s V iv e s , Historia de las remensas en el siglo X V [Madrid 1945]). Sobre las germanías de Valencia y M allorca en 1519-23, véase M . D a n v i l a , La germanía de Valencia (M adrid 1884). 4 B e z o l d , Zur Geschichte des Husitentums (M unich 1874). 5 «N ullus est dom inus civilis, nullus est praelatus, nullus est episcopus, dum est in peccato m ortali» ( D e n z i n g e r -S c h ö n m e t z e r , Enchiridion symbolorum n.656 [1 2 3 0 ]). 6

«W an Adam dalf und Eve span, who was thanne a gentilmen?»

Estos versillos de W illiam Langland (1332-1400) en su poem a Visio de Petro Plowman (Pedro el labrador) corrían de boca en boca entre los wiclefitas de Inglaterra, y poco después se difun­ dían por Bohem ia y Alemania: «Als Adam grub und Eva spann, wo war denn da der Edelm ann?»

D el siglo x iv es esta traducción latina: «Cum vanga quadam tellurem foderit Adam et Eva nens fuerat, quis generosus erat?»

(cit. en K . B u r d a c h , Der Dichter des Ackermann aus Böhmen: Vom M itt. zur R eform 111,2 [Ber­ lin 1926] 167-68).

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feudal, casi como siervos de la gleba, sin disfrutar plenamente del derecho a disponer de sus tierras y pagando a sus señores censos y gabelas. Las reivin­ dicaciones económicas y sociales son evidentes en todas partes. No tan claros ni tan generales aparecen los motivos políticos, que tam bién los hubo, pues a veces las comunidades locales campesinas intentaban defender sus liberta­ des frente a los pequeños Estados civiles y eclesiásticos, ávidos de dilatar más y más su jurisdicción. Era la época en que todos, desde el más poderoso prín­ cipe hasta el más exiguo conde, aspiraban al absolutismo político. M ucho contribuyó al descontento popular la sustitución de las consuetudines locales por el derecho romano, cuyas consecuencias acentuó fuertem ente J. Janssen en su Historia del pueblo germánico. A esta precaria situación de los más pobres hay que agregar la irritación de otros—artesanos, pequeños burgueses y mercaderes al por menor—contra las grandes compañías comerciales, que acaparaban la venta de ciertas m er­ cancías, y contra los que ejercían escandalosamente la usura. La im portación de productos extranjeros se acrecentaba de día en día, costumbre que fustigó Lutero acérrimamente, y el valor de la tierra y de sus productos se deprecia­ ba más y más. Cuando leemos los escritos satíricos y burlescos de la época, nos persuadimos de que siempre y en todas partes el aldeano es despreciado, rechiflado, ridiculizado cómicamente; en la literatura alemana, el rústico re­ presenta el tipo del palurdo, del inculto y grosero, del tonto de capirote, sin el ingenio natural y socarronería que por excepción se le atribuye a M arcolfo 7. Carácter del movimiento revolucionario

La sublevación campesina de 1524-25, la más huracanada y sangrienta de cuantas registra la historia del pueblo alemán, fue un conjunto de erupciones volcánicas que desde las fronteras suizas se fueron extendiendo a las regiones de Suabia, Renania, Franconia, Turingia y otros países del Imperio, sin unidad de mando y sin organización planeada. Que aquel cataclismo social no tuvo originariamente móviles propiam ente religiosos, parece claro cuando se ob­ servan sus causas más hondas, esto es, las ansias de libertad, de emancipación civil, de igualdad social y de mejoramiento económico que en el agro alemán brotan esporádicamente durante los cien años anteriores a la Reforma lute­ rana. Pero esto no quita que aquella revolución llevase marcado a fuego en su piel el signo religioso. La Reformatio Sigismundi (1439)—programa de reforma del Im perio y de la Iglesia, de autor ignoto—-había sembrado muchos gérmenes revolucio­ narios, y no todos de carácter social o político; los había de alarmante radi­ calismo religioso. Hay quienes obstinadamente se empeñan—el historiador 7 Esto se ve en el art. de F. v o n B e z o l d , Die armen Leute und die deutsche Literatur des spä­ teren M ittelalters: H Z 41 (1879) 1-37. «Los poetas vagabundos de linaje caballeresco del siglo x v versificaban en el m ism o tono que el hom bre vulgar, pero ¡qué terribles odios y burlas derrama­ ban en sus poco artísticas estrofas al tratar de los cam pesinos y de sus bosques! En la conocida Doctrina del hidalgo (Edelsmannslehre) se exhorta al joven caballero a apresar al cam pesino, despojándolo de todo cuanto posee y luego degollarlo. Bajo el nombre de cam pesinos son tam ­ bién m ofados los ricos ciudadanos, plebeyos, que para los nobles salteadores de cam inos tenían el valor de un buen venado» (p.7). Véase tam bién K . U h r i g , Der Bauer in der Publizistik der Re­ formation bis zum Ausgang des Bauernkriegs: A R G 33 (1936) 70.125.

Carácter del m ovim iento revolucionario

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Federico von Bezold entre otros—en negar que la Reforma luterana haya provocado la sublevación de los campesinos, como si éstos no hubiesen m ar­ chado a campaña en muchas regiones bajo las banderas evangélicas, aclaman­ do a la Biblia como única ley de la sociedad y acaudillados más de una vez por predicadores que se creían continuadores—si no discípulos—-de Lutero. Reconocemos paladinamente el carácter predominantemente social de aquel levantamiento—de eso nadie puede dudar— , pero no hay que cerrar ios ojos al influjo que la predicación del nuevo evangelio, con sus encomios de la «libertad cristiana» y su oposición a todos los príncipes católicos y a todas las autoridades eclesiásticas, ejercitó no sólo en los cabecillas, sino en las masas del pueblo ignorante. «No es historia pura y objetiva—escribió el protestante Maurenbrecher— , sino más bien una reflexión apologética derivada de una falsa perspectiva, el empeñarse en negar, contra los hechos reales, que la predicación evangélica de Lutero atirantó fuertemente e hizo madurar, y finalmente reventar, la tre­ menda agitación social que desde el siglo xv se notaba en las ínfimas clases sociales. En mayor grado aún contribuyeron a este resultado algunos predi­ cadores luteranos que pisaban las huellas de su maestro. La libertad cristiana predicada por el Reformador fue entendida por los campesinos de un modo más grosero y simplista de lo que estaba en la mente del autor. Y esta mala inteligencia de la nueva predicación aportó mayor pábulo a los móviles de los revolucionarios ya existentes» 8. A l propio Lutero se le intranquilizaba la conciencia pensando en esto. «Cuando Satán me encuentra ocioso y sin meditar en la palabra de Dios, tortura mi conciencia, sugiriéndome que he enseñado errores y desgarrado el orden público con tantos escándalos y sediciones concitados por mi doctrina impía». A tales cavilaciones no reacciona negando el hecho, sino diciendo: «Pero esa doctrina no es mía, sino del Hijo de Dios» 8*. Verdad es que Lutero no quería que el Evangelio se propagase con la horca, la hoguera o la espada; pero ¿no eran hijos suyos, aunque espurios, Karlstadt, y M ünzer, y otros revolucionarios? ¿No dio él ocasión y aun es­ tímulo a las violencias cruentas al afirmar en ciertos escritos de 1522 que no im porta el estallido de una revolución, porque es preferible el asesinato de todos los obispos—ídolos satánicos—y la destrucción de todos los conventos ■ antros infernales—a que se pierda un alma (en su opinión, claro está); que merecen alabanzas, como verdaderos hijos de Dios, los que arriesgan su vida por aniquilar el gobierno de los obispos y las instituciones del demonio? ¿No había repetido una y otra vez que toda ley es mala y que el cristiano no necesita de leyes, porque le basta la palabra de Dios? ¿Y no había echado pestes y maldiciones en 1523 y 1524 contra los príncipes, diciendo que son los mayores locos y los peores bribones, de los que todo se puede temer? El pueblo sacó las consecuencias, confirmando lo que dice el refrán: «siembra vientos y cogerás tempestades». La tempestad no tardó en venir. El poeta de Estrasburgo Sebastián Brant la había pronosticado cuatro años antes, señalando con sorprendente preci® W. M

au ren brech er,

Tischr. 3062 III 161.

Geschichte der kath. Reformation (Nordlingen 1880) 257.

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sión la fecha de los primeros tumultos: «Para el 1524 se prevén tales alborotos y horribles sucesos como si hubiese de perecer todo el mundo. ¡Dios ayude a la santa cristiandad!» 9 Tocan a rebato

No tenía carácter bélico, sino simplemente de protesta y conminación, el levantamiento de los campesinos de Forchheim (Franconia) el 26 de mayo de 1524, para obligar a las autoridades de la ciudad a concederles ciertos de­ rechos, como el de caza y pesca. La agitación llegó hasta los alrededores de Nurem berg y hasta la ciudad de Augsburgo, donde los artesanos se alza­ ron contra el Consejo. Casi al mismo tiempo, los de W aldshut, evangelizados por el fanático párroco B. Hubmaier, incitaban a los de la Selva Negra a rebe­ larse contra el abad de St. Blasien 10. No pocas veces, los aldeanos se unían fraternalm ente con los habitantes de las ciudades, especialmente con los tejedores, sastres y taberneros, ganosos de caer sobre los ricos. Surgían focos de rebelión esporádicamente en muchos países del sur, del este y del centro de Alemania, no menos que en el Tirol, Carintia y otros territorios austríacos. Solamente los paises más septentriona­ les y al sur la Baviera se vieron inmunes. Las turbas tum ultuarias, que empezaron protestando contra las clases privilegiadas, pidiendo la emancipación de la servidumbre y la supresión de censos y tributos, muy pronto se agruparon en ejércitos—si tal nom bre se puede dar a aquellos pelotones confusos e innumerables de gente rústica— que, provistos de armas elementales y creyendo realizar el reino de Dios y su justicia, asaltaban monasterios y castillos, quemaban iglesias y degollaban, en nom bre del Evangelio, de la fraternidad y de la libertad cristiana, a los no­ bles, a los monjes y a los eclesiásticos que se oponían a sus intentos. Iban capitaneados, o más bien azuzados, por sujetos irresponsables, ambiciosos, de vida turbulenta o corrompida, sedientos de riquezas, que pintaban ante los ojos de los pobres aldeanos un fácil paraíso mediante la distribución de todos los bienes; no faltaban algunos lansquenetes y caballeros arruinados que les amaestraban un poco en el arte de la guerra; muchas veces los caudi­ llos eran sacerdotes apóstatas y frailes escapados de sus conventos, como Pfeiffer y M ünzer. Conocemos los nombres de muchos de ellos n . Estos eran los que les inspiraban falsas ideas evangélicas, hablándoles del derecho divino contenido en la Sagrada Escritura como del único derecho, 9

«So w ürdt solch Werwer überall so gruselich Zufall u ff erstan, alsz ob all W elt solt undergan. G o tt helff der heyligen Christenheit!»

(S. B r a n t , Narrenschift , ed. F. Zarncke [Leipzig 1854] 161). M ás claramente aún había previsto Lutero la guerra inminente, escribiendo a W . Link el 19 de marzo de 1522: «Vulgus concitatus est ubique et oculos habet. Vi premi nec vult n ec potest. D om inus est qui facit haec, et has m inas et intentata pericula abscondit ab oculis principum ... Talia consum m abit, ut videar mihi videre Germaniam in sanguine natare... R es seria est quae instat» (Briefw. II 479). H . S c h r e ib e r , Der deutsche Bauernkrieg (Freiburg 1857-60) I 100. 11 Brom eando B. Rhenanus con su amigo M iguel Hummelberg, le escribe el 1.° de septiem ­ bre de 1525: «Tu vero, M ichael, quid agis? U b i thorax aeneus, ubi lancea, ubi parma, ubi gladius, ut in acie gloriose stare possis adversus nobiles et principes? A n solus cessas? An non de illorum es numero, qui Evangelium armis vindicandum censent? Equidem hic sacerdotes rusticanarum cohortium et duces fuerunt et signiferi» (Briefwechsel des B. Rhenanus, ed. Horawitz, 234).

Sublevción y guerra

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ante el que todas las leyes humanas tienen que desaparecer. El fanatismo re­ ligioso venía a prestar mayor ímpetu y calor a las reclamaciones sociales. Así, la guerra social se transformó en guerra de religión de parte de aquellos que creían defender con la espada la palabra de Dios. Se tocaba a rebato en una aldea, y en seguida salían armados los más atre­ vidos, fanfarrones o desesperados, a veces los más miserables, a los cuales se adhería mucha gente honrada y de buena fe. Los malvados y truhanes se im­ ponían a los demás, obligándoles a marchar con ellos y a participar en aven­ turas criminales. Pero no todos pretendían lo mismo; unos exigían derechos justos y razonables, otros deseaban la abolición de toda autoridad y una igual­ dad imposible y utópica. A l principio, los príncipes no se dieron cuenta de la gravedad del movi­ miento. El cronista de Ratisbona, Leonardo Widmann, escribe que «los cam­ pesinos procedían tan ferozmente como si el turco devastase aquel país; tal era su brutalidad e inmisericordia. Y mientras sólo atacaban a curas y conventos, la cosa iba bien y todo el mundo se reía; pero, cuando se lanzaron a quemar castillos, persiguiendo a los nobles, la gente se despertó» 12. Sublevación y guerra

Era el 23 de junio de 1524 cuando los campesinos de Stühlingen, al sur de la Selva Negra, se presentaron armados ante el castillo del conde Segismun­ do de Lüpfen (junto a Schaffhausen), declarando que en adelante no pagarían tantos tributos y servicios personales. Solamente el 10 de septiembre llegaron a un acuerdo—que al fin tampoco se cumplió— , en que se estipulaba, entre otras cosas, lo siguiente: los campesinos que posean un tiro completo de ca­ ballerías y algunas unidades (de una a tres) de ganado caballar o vacuno deben servir con ellos al señor siete días al año en la labranza o en la recolección; el que carezca de esos animales y de carro propio prestará siete días servicio personal. Deberán cortar y transportar al castillo de Stühlingen la leña nece­ saria para el fuego y para madera de construcción. En cuanto a la caza de animales monteses, la de osos y lobos les será permitida, pero el que haya matado un oso tendrá que llevar la cabeza y una pata de la bestia a su señor. Les será lícito acosar a los jabalíes que destruyen los sembrados; pero, en general, la caza mayor está reservada al señor; las aves podrán ser cazadas con percha o lazo. Anualm ente deberán pagar el impuesto de otoño (para la aldea de W ytzen era de cuatro florines y medio). Los tribunales populares continuarán como antes, etc. 13 A los insurrectos de Stühlingen, cuyo cabecilla, Hans M üller, se presen­ taba con manto purpúreo y sombrero de plumas, enarbolando bandera ne­ gra, roja y blanca, se les agregaron los de Hegau y de otros países; y, formando una «fraternidad evangélica» de más de 10.000 soldados, entraron victoriosos en W aldshut el 24 de agosto. En Thurgau, de Suiza, el alzamiento tuvo ca­ rácter más tum ultuoso y salvaje; 5.000 campesinos asaltaron en julio el m o­ 12 Die Chronicken der deutschen Städten (Leipzig 1878); en J a n s s e n , Geschichte des deutschen Volkes II 552. 13 S c h r e i b e r , Der deutsche Bauernkrieg I 45-50. Al fin, los cam pesinos rehusaron firmar este acuerdo, porque les pareció dem asiado oneroso.

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nasterio cartujo de Ittingen, lo saquearon y le prendieron fuego, llegando algunos a pisotear sacrilegamente las hostias del altar. D urante el invierno de 1524-25, las llamas del incendio se fueron difun­ diendo desde las fronteras de Suiza y las orillas del lago de Constanza hacia W ürtem berg, Alsacia, Renania, penetraron en Franconia, Turingia y Sajonia y bajaron hasta los ducados de Stiria, Carintia y Carniola. E n febrero de 1525, los campesinos de Suabia, reunidos en M emmingen bajo la dirección de un herrero y un peletero, llamados Ulrico Schmidt y Sebastián Lotzer, y siguiendo la inspiración del predicador suizo Cristóbal Schappeler, proclamaron que no obedecerían a ningún señor y que sólo de­ seaban gobernarse por el derecho divino. Por aquellos mismos días también, los campesinos de Kempten, descontentos del príncipe-abad, unidos con los montañeses del país de Algau, se alzaron en rebeldía. A las pocas semanas militaban bajo la bandera de Schmidt no menos de 30.000 hombres, dispues­ tos a destruir todos los castillos, abadías y conventos. Por lo pronto consti­ tuyeron, frente a las autoridades civiles, una «asociación cristiana de campe­ sinos». Sus reivindicaciones—en que se mezclaba lo temporal con lo espiri­ tual—fueron redactadas, en forma de 12 artículos, por el pellejero de M em m in­ gen Sebastián Lotzer, con la ayuda quizá de Schappeler 14. Publicados en marzo de 1525 en Augsburgo, pueden considerarse como el programa general de todos los campesinos sublevados; exigen muchas co­ sas de estricta justicia social, pero les dan un fundamento bíblico, que puede implicar la negación o repulsa de todo derecho humano. De ahí que los prín­ cipes juzgasen inaceptables tales artículos, aunque su redacción fuese m odera­ da y al parecer poco revolucionaria. Parecía una defensa más que un ataque. Los doce artículos

Comienzan diciendo que estas guerras y sublevaciones campesinas no son fruto de la predicación del Evangelio, porque el mensaje de Cristo es amor, paz, paciencia y concordia. Y lo que los campesinos desean es seguir fielmen­ te la palabra de Cristo. En resumen, los doce artículos se reducen a lo si­ guiente: 1. Nuestra primera petición y deseo es que en adelante cada comuni­ dad cristiana pueda elegir su pastor, que enseñe el puro Evangelio, sin adita­ mentos humanos, y pueda igualmente deponerlo. 2. Estamos dispuestos a pagar el justo diezmo del grano a fin de mante­ ner al pastor elegido por la comunidad: lo sobrante se dará a los pobres; mas no pagaremos el diezmo del ganado, porque es contra la Sagrada Es­ critura. 3. Hasta ahora hemos sido siervos de las clases altas, lo cual es lam enta­ ble, porque Cristo nos libertó y redimió a todos sin excepción con el derra­ mamiento de su preciosa sangre. No es que deseemos la libertad absoluta, rechazando toda autoridad, pues Dios no quiere la vida desordenada en los 14 Los 12 Artikeln der Bauernschaft in Schwaben pueden verse en H . B ó e h m e r , Urkunden zur Geschichte des Bauernskrieges (Bonn 1910); «K leine Texte» de Lietzmann n .50-51. N o parece probable l a opinión de que su autor fuese B . Hubmaier, párroco de Waldshut (G. F r a n t z , Die Entstehung der 12 Artikeln: A R G 36 [1940] 193-213).

«Exhortación a la paz »

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placeres de la carne. Por eso, estamos dispuestos a prestar obediencia, con­ forme a la ley divina, a nuestras legítimas autoridades en todas las cosas con­ venientes a un cristiano, mas no a continuar en la servidumbre. 4. Hasta ahora les estaba prohibido a los pobres cazar venados o aves silvestres y pescar en los ríos, lo cual es indigno y poco conforme a la palabra de Dios. En adelante queremos que todos tengan derecho a cazar y pescar en sus tierras sin hacer injusticia a nadie. 5. Todos los bosques que los nobles se han apropiado sin motivo justo deben ser devueltos al común, y será lícito a todos cortar leña y sacar m ade­ ra de construcción según las necesidades. 6. Los servicios personales que se nos exigen, y que van creciendo de día en día, deberán ser reducidos, pues nuestros antepasados solamente esta­ ban obligados a prestarlos según la palabra de Dios. 7. No queremos que los señores sigan oprimiéndonos, sino que entre ellos y los campesinos se llegue a un acuerdo justo. 8. Los arrendatarios están gravemente oprimidos, porque tienen que pa­ gar más de lo que rentan las tierras; así se arruinan los campesinos. Por eso es necesario designar algunas personas honorables que fijen lo que se ha de pagar conforme a justicia. 9. En los tribunales debemos ser juzgados imparcialmente, conforme al derecho tradicional y no según las leyes que se hacen cada día. 10. Los prados y campos que antiguamente pertenecieron a la com uni­ dad y que no hayan sido comprados legítimamente, deben volver a manos de ésta. 11. Debe ser abolido definitivamente el tributo llamado «caso de m uer­ te», por el que los herederos—viudas y huérfanos—son vergonzosamente ex­ poliados, contra toda justicia divina y humana. 12. Si alguno de estos artículos estuviera en pugna con la palabra de Dios, lo damos por nulo. ¿Quién determinaría la conformidad o disconformidad de estas reclama­ ciones con la «palabra de Dios»? En un folio adjunto a dicho manifiesto se citaban expresamente los nombres de Lutero, M elanthon, Zwingli, Osiander, Zell, etc. M artín Lutero debió de tener muy pronto un ejemplar en sus manos, pues consta que a principios de abril se puso a responder por escrito. Llam a­ do por el conde Alberto Mansfeld, hizo, en compañía de M elanthon, un viaje a Eisleben, su patria chica, donde inauguró una escuela y pasó los días 19 y 20 de abril. Allí, en el jardín del canciller mansfeldiense, parece que em ­ pezó a reelaborar lo que ya había escrito en W ittenberg. Resultó un librito de 18 hojas en cuarto, que aquel año de 1525 alcanzó no menos de 17 ediciones. «Exhortación a la paz»

El título completo reza así: Exhortación a la paz a propósito de los doce artículos del campesinado de Suabia 15. La voz del profeta y evangelista de W ittenberg, idolatrado por millones 15

Ermanunge zum Fride...: W A 18,279-334: M . G r e s c h a t, Luthers Haltung im Bauernkrieg:

A RG 56 (1965) 31-47.

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de alemanes, habla con acento terrible. Primeramente se dirige «a los prínci­ pes y señores» para decirles que los campesinos tienen razón en sus reclama­ ciones; después se vuelve «al campesinado» (an die BawrschafftJ para decla­ rar que los súbditos no deben sublevarse en modo alguno contra las autori­ dades temporales. «Vosotros, príncipes y señores temporales—escribe— , sois en la tierra los únicos responsables de estos desórdenes y tumultos; especialmente vos­ otros, ciegos obispos y locos curas y frailes, que aún hoy seguís empedernidos bramando furiosamente contra el santo Evangelio... Además, en vuestro go­ bierno temporal no hacéis sino desollar y cargar de tributos a los súbditos para fomentar vuestro boato y orgullo» 16. «No son los campesinos, mis queridos señores, los que se levantan contra vosotros, sino que es Dios mismo, que quiere castigar vuestro furor. Hay entre vosotros quien dice: 'Queremos arriesgar la suerte del país y de sus gen­ tes a fin de extirpar la doctrina luterana’ ... Para que pequéis todavía más y perezcáis sin misericordia, comienzan algunos a echar la culpa al Evangelio, diciendo que esto es el fruto de mi doctrina» 17. «Si os puedo dar un consejo, señores míos, amainad, por Dios, un poco de vuestra cólera. Un carro cargado de heno debe apartarse cediendo ante un borracho; ¡cuánto más debéis vosotros ceder en vuestra rabia, obstinación y tiranía para tratar razonablemente con los campesinos, como con borrachos y extraviados!... Ellos han formulado doce artículos, de los cuales algunos son justos y equitativos...; pero casi todos miran a su propia utilidad y prove­ cho y no están expresados del mejor modo. Contra vosotros redactaría yo otros artículos concernientes al pueblo alemán y a su gobierno, como lo hice en mi libro A la nobleza germánica, y serían cosas más importantes» 18. Si estas palabras parecen de imprecación más que de exhortación, toda­ vía son más duras y violentas las que dirige a los campesinos; y no es de ma­ ravillar, si se tiene en cuenta que la revolución agraria estaba promovida y acaudillada por unos cuantos fanáticos (Schwärmer) y profetas, tan odiados por el doctor de Wittenberg. Además, Lutero quiere mantenerse fiel a su doctrina de que jamás es lícito a un cristiano la revolución y la guerra contra las autoridades civiles, aunque sean tiránicas. «Es cierto que los príncipes y señores, que prohíben la predicación del Evangelio e imponen a las gentes cargas insoportables, han merecido que Dios los derribe de su silla por sus graves pecados contra Dios y contra los hom­ bres, y no tienen excusa alguna... Pero, si vosotros no procedéis conforme al derecho y a la buena conciencia, sucumbiréis; y, aunque ganaseis en lo temporal y dieseis muerte a todos los príncipes, al fin os perderíais eterna­ mente en cuerpo y alma. Por eso, aquí no hay que bromear, pues os jugáis cuerpo y alma para toda la eternidad» 19. «En primer lugar, queridos hermanos, vosotros proclamáis el nombre de Dios, os llamáis tropa o asociación cristiana, y pretendéis comportaros según 16 17 18 19

W A 18,293. Ibid., 295. Ibid., 297-98. Ibid., 300.

Cruz, cruz, es el derecho de los cristianos

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el derecho divino. Pues bien, sabed que el nom bre de Dios, su palabra y su título no se pueden tom ar inútilm ente y en vano, según ordena el segundo mandamiento: No invocarás el nom bre de tu Señor Dios en vano... Que vos­ otros tomáis en vano y deshonráis el nom bre de Dios, es fácil de probar; y que por eso incurriréis al fin en suma desgracia, es tam bién indudable...; pues está firme la palabra de Dios, que dice por boca de Cristo: E l que empuña la espada, a espada perecerá» 20. «Que la autoridad (die Oberkeit) sea mala e injusta no justifica el pandi­ llaje o la sedición (keyn Rotterey noch A u ffru r), pues el castigar la maldad no pertenece a los particulares, sino a la autoridad temporal, que porta espada, como dicen Pablo (Rom 13,4) y Pedro (1 Pe 2,14)... Ahora bien, no podéis negar que vuestra sedición se presenta de tal forma, que vosotros mismos os hacéis jueces y tomáis venganza, sin querer sufrir injusticia alguna» 21. «Ahora yo os hago jueces y someto a vuestro juicio esta cuestión: ¿Qué la­ drón es peor, el que roba a alguien gran parte de sus bienes, dejándole alguna cosa, o el que le quita todo lo que tiene, incluso el cuerpo y la vida? Las auto­ ridades os quitan injustamente vuestros bienes, no todos. Por el contrario, vosotros les quitáis su poder, en donde están comprendidos sus bienes, su cuerpo y su vida; por eso, sois vosotros ladrones mucho mayores que ellos y planeáis algo peor de lo que ellos hicieron. Decís que les dejaréis la vida y al­ gunos bienes. Que lo crea quien quiera, yo no» 22. Cruz, cruz, es el derecho de los cristianos

«Temo que entre vosotros hayan aparecido algunos profetas asesinos (Mordpropheten) que por vuestro medio aspiran al señorío en el mundo, por

lo cual luchan hace tiempo, y a quienes no les preocupa el poner en peligro vuestros cuerpos, bienes, honra y alma para el tiempo y para la eternidad... Dice Dios: M ía es la venganza y la retribución (D t 32,35). Item: Sed sumisos no sólo a los amos buenos, sino también a los malos (1 Pe 2,18)... T ened cuidado en el uso de vuestra libertad, no sea que, huyendo de la lluvia, caigáis en el agua, y, pensando alcanzar la libertad corporal, perdáis el cuerpo, los bienes y el alma eternamente» 23. «Sufrimiento, sufrimiento; cruz, cruz; tal es el derecho de los cristianos; tal y no otro» 24. Para term inar dirige una «exhortación conjunta a las autoridades y al cam­ pesinado», diciéndoles que todos, señores y campesinos, carecen de sentido cristiano, obran contra Dios y caen bajo la cólera divina. «Ningún partido hace la guerra con buena conciencia». «Alemania será devastada; y, en comenzando el derramamiento de sangre, será difícil hacerlo cesar» 25. «Por lo tanto, mi leal consejo sería que se escogiesen de la nobleza algunos condes y señores, y de las ciudades algunos consejeros, los cuales negociasen la paz amigablemente, de suerte que vosotros los señores dejaseis vuestra alti20 Ibid., 301-302. 21 Ibid., 303-304. 22 Ibid., 305.

23 Ibid., 308. 24 «Leyden, leyden, Creutz, Creutz, ist der Christen Recht, des und keyn anders» (W A 18,310)* 25 Ibid., 331-32.

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vez, que al fin tendréis que dejar a buenas o a malas, y mitigaseis un poco vuestra tiranía y opresión, para que los pobres alcancen aire y espacio para vivir. Por su parte, los campesinos tengan cordura y renuncien a ciertos artícu­ los demasiado exigentes» 26. Qué artículos sean ésos, Lutero no lo dice. Por eso su vaga exhortación a la paz, con tan ásperos improperios para el uno y el otro bando, no podía tener efecto alguno. El Reformador no valía para pacificador. Arde más y más la guerra

Contra la voluntad del gobernador austríaco, la ciudad de W aldshut re­ novó la elección del párroco en la persona del fanático predicador Baltasar Hubm aier, alentador de los campesinos. El archiduque Fernando de Austria, amenazado de una parte por los turcos y de otra por los franceses, que invadían el norte de Italia, no se sentía con fuerzas para aplastar a los rebeldes, pero cautamente desde Innsbruck preparaba un golpe decisivo. En cambio, no fal­ taban entre los príncipes quienes preferían llegar a un compromiso con los sublevados. Estos tenían confianza principalm ente en el elector de Sajonia, F e­ derico, protector de Lutero, que se había m ostrado siempre comprensivo y benigno respecto de los aldeanos y hablaba con resignación del posible triunfo de las clases populares, si así Dios lo quería. No llegó a ver el resultado de la revolución y de la guerra, porque murió, como veremos, el 5 de mayo de 1525. Desde marzo, no pocas ciudades de Suabia, Franconia, Alsacia y Renania se agregan al movimiento agrario; en W estfalia se sublevan M ünster y Osnabrück; en Turingia, E rfurt y M ühlhausen. Son principalm ente los artesanos, pelaires, curtidores, taberneros, los que protestan contra los ricos, contra las exenciones del clero y contra la administración comunal. De Rothenburg, ciu­ dad libre de Franconia, se hicieron dueños los campesinos rebeldes el 24 de marzo con 1a. ayuda del apóstata carmelita Hans Schmidt, apellidado el «Zorro», y del capellán Juan Deuschlin, gran enemigo de los judíos. Las hordas indis­ ciplinadas de campesinos armados empuñaban, mejor que la pica y el arcabuz, los jarros de vino que hallaban en las cantinas de los pueblos y de los monas­ terios. En la batalla se mostraban cobardes y en los saqueos se lanzaban desen­ frenados a las mayores atrocidades. T oda Alemania quedó horrorizada cuan­ do tuvo noticia de lo ocurrido en W einsberg, pequeña ciudad de W ürtem berg, el domingo de Pascua 16 de abril de 1525. M ientras el conde Luis Helfreich de Helffenstein oía misa, una tropa que se calcula de 6.000 a 8.000 campesinos, comandados por el caballero de Franconia Florián de Geyer, escalaron «como gatos» las murallas y asesinaron bárbaramente a los nobles y a los sacerdotes; el mismo conde de Helffenstein fue, entre burlas, insultos y sarcasmos, alan­ ceado, sin que la condesa su mujer, hija natural del emperador Maximiliano, despojada de sus joyas y aun de sus vestidos, pudiese alcanzar nada con sus súplicas e intercesión de aquellos forajidos. Entre tanto, los demás soldados, ebrios de sangre y de vino, se disputaban con gritos y zurribandas los cálices, ostensorios, casullas de seda y objetos preciosos de las iglesias. Dos días más tarde, las tropas que se decían evangélicas y defensoras de la 26 Ibid., 333.

A rde más y más la guerra

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palabra de Dios, capitaneadas por el depravado mesonero Sorge M etzler y por W endel Hipler, entraron en Heilbron, depredando iglesias y conventos. Lo mismo hicieron en toda la región del Odenwald. O tro pelotón de revoltosos se apoderó de Stuttgart el 25 de abril. E n Francfurt del M ein estalló la revolución el 17 de abril, a instigación del D r. Gerardo W esterburg, cuñado de Karlstadt y organizador de una «frater­ nidad evangélica» en unión con los campesinos de los contornos. El 25 del mis­ mo mes, los insurrectos de Maguncia, habiéndose apoderado de las puertas de la ciudad y de su artillería, vinieron a pactos con el cabildo y con el coadjutor del arzobispo, obligándoles a aceptar los doce artículos. E n M ühlhausen de Turingia, la revolución religiosa había triunfado mo­ m entáneamente en agosto de 1524 por obra de M ünzer y de Pfeiffer, según dijimos en el capítulo precedente. Expulsados los dos agitadores, no tardaron en regresar cuando toda Turingia estaba en llamas. Renovaron los vandálicos actos de iconoclastia y de pillaje e impusieron en marzo de 1525 un gobierno democrático fundado en el Evangelio, según decía, pero que de hecho era de autocracia despótica. Su «rey y emperador», al decir de Lutero, no era otro que Tom ás M ünzer, el cual repetía: «Sólo queremos el reino de Dios, y no acepta­ remos otras autoridades; hay que volver al estado primitivo, en que todos los bienes eran comunes». Y mientras así predicaba este «siervo de Dios contra los impíos», coros de muchachos y muchachas cantaban a su alrededor las prom e­ sas hechas por Yahvé a su pueblo escogido. La guerra ardía en todo aquel país, y M ünzer arengaba así en una carta a los mineros de Mansfeld: «Adelante, adelante, adelante. Es llegada la hora. Los impíos están acobardados como pe­ rros... Adelante, adelante, adelante; no tengáis misericordia... Os suplicarán, lloriquearán, pedirán como niños; no os apiadéis... Adelante, adelante; es la hora... Vuestro corazón será más grande que todos los castillos y armamentos de los impíos. Adelante, adelante mientras el hierro está caliente. No dejéis que la sangre se enfríe sobre las hojas de vuestras espadas. Forjadlas pim -pum sobre el yunque de Nemrod. Y echad abajo la torre. M ientras los nobles vivan, no es posible que estéis libres de tem or humano; m ientras ellos os gobiernen, no es posible deciros nada de Dios. ¡Adelante, adelante, adelante m ientras el día brilla! El Señor os antecede; seguidle. La historia está escrita en el capítu­ lo 24 de San Mateo. Por eso, no os atemoricéis; Dios está con vosotros» 27. El gran humanista M utianus, contemplando la brutalidad y salvajismo con que los campesinos saqueaban los templos de Dios y los monasterios, escribía el 27 de abril al casi m oribundo Federico de Sajonia: «Triste está mi alma hasta la muerte» 28. Dos días antes, el 25 de abril, en su querida Erfurt, minada por el luteranismo, 5.000 campesinos armados obligan al Concejo m unicipal a que les abra las puertas de la ciudad, y poco después se apoderan de los con­ ventos de los agustinos, de los carmelitas, etc., despojan los templos, destru­ yen retablos y altares; solamente de la colegiata o catedral se llevan un cente­ nar de cálices de oro y plata 29. 27 G. T. S t r o b e l , Leben, Schriften und Lehren Th. Münzers (Nuremberg 1795) 93-96. Esta y otras tres cartas las publicó Lutero, con breve prólogo y ultílogo, para hacer abominable la figura de M ünzer (W A 18,367-74). 2K K. Gil l e r t , Der Briefwechsel des Conradus Mutianus (H alle 1890) TI 306, 29 F. W. K a m p s c h u l t e , Die Universität Erfurt íí 208-14. El 7 de m ayo de 1525, Eoban Hessus

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Dos nobles entre los campesinos

Ya hemos dicho que algunos caballeros venidos a menos, ansiosos de poder y sedientos de venganza, vinieron a militar en los ejércitos turbulentos y des­ ordenados de los campesinos, siendo muy bien recibidos, pues andaban éstos muy necesitados de gente experta en la guerra. El personaje de mayor categoría era el príncipe Ulrico de W ürtem berg, tirano violento y disoluto, que desde 1519 había perdido su ducado, incurrien­ do en proscripción del Imperio. Había pedido ayuda a Francia, a cuyo servicio militaba contra el emperador. Y, deseando a toda costa recobrar sus dominios, que habían pasado al poder de Fernando de Austria, entabló relaciones con los campesinos sublevados del Hegau, Stühlingen y de la Selva Negra, y para halagarlos firmaba sus cartas «Ulrico el campesino» (Bauer Utz). Con su auxi­ lio y el de los suizos formó un ejército de 7.000 hombres; mas en vano pretendió adueñarse de W ürtem berg en febrero de 1525, pues a causa de la derrota de Francisco I en Pavía perdió el apoyo de los franceses. Con Ulrico militaban algunos caballeros despechados, como el sanguinario Hans Thomas de Absberg y otros, en cuya boca un poeta anónimo ponía este cantar: «Somos del orden ecuestre, — pero estamos empobrecidos... — Queremos recobrar nuestros castillos. — El pueblo debe ayudarnos, — y caeremos como lobos — sobre las hordas del clero — para perseguir a los curas, — darles muerte a todos — y beber su vino» 30. De otro jaez, un poco más humano, era el audaz y turbulento caballero G ótz de Berlichingen, antiguo compañero de hazañas y fechorías de Sickingen, de cuya catástrofe logró salir inmune. Cuando ahora «el ejército evangélico», a las órdenes de Jorge M etzler y del astuto e ilustrado W endel H ipler (Bauernkanzíer), se aproximó al castillo de Hornberg, propiedad de Berlichingen, éste se vio casi obligado a pactar con los campesinos, comprometiéndose el 16 de abril a acaudillarlos en la guerra. El, como capitán general, los condujo al sa­ queo de la abadía de Amorbach, donde se halló riquísimo botín (30 de abril); G ötz se reservó la cruz pastoral, cuajada de piedras preciosas, y en el festín be­ bió en cálices de oro. De allí se lanzó contra W ürzburgo y Rothenburg; mas no tardó en traicionar a sus tropas, abandonándolas en el trance más peligroso y decisivo. A nte un panorama de tanta anarquía, de tan terribles devastaciones, incen­ dios, muertes y saqueos, ¿qué sentía M artín Lutero? Su exhortación a la paz paró en letra muerta. Y a las tres semanas salió de su pluma una exhortación a la guerra. ¿Qué había sucedido? Quizá en abril de 1525 no conocía bien las atrocidades que cometían las hordas de campesinos. Las pudo ver con sus pro­ pios ojos en su viaje de regreso de Eisleben. M iró estupefacto cómo toda la Turingia hervía como una olla infernal, cuyo fuego soplaba el «archidemonio escribía a un amigo: «H em os arrojado al obispo de M aguncia, a ese desvergonzado señor, o más bien, tirano, a quien jamás volverem os a admitir. H an sido expulsados todos los frailes y monjas; los canónigos, desterrados; todos los templos, saqueados, y sus arcas vaciadas... H em os reco­ brado la libertad» (Eobani Epist. familiar. [Marburg 15431; cit. en N . P a u l u s , Der Augustiner

Bartholomäus

30

1 0 4 ).

«Wir sind vom Ritterorden, doch jtzund arm geworden», etc.

(de un m s. anón, de Fulda; cit. por J a n sse n , Geschichte des deutschen Volkes II 566-67).

Contra las hordas homicidas y rapaces

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de Mühlhausen», Tom ás M ünzer, quien poco antes había escrito una carta amenazadora a los condes Alberto y Ernesto de Mansfeld. Comprendió que, si triunfaban los «profetas» y fanáticos, reinaría el caos, el desorden, la anar­ quía. La «libertad cristiana», tal como él la entendía, no podía desarrollarse sino en la paz, en la tolerancia, bajo la espada protectora de la autoridad. Y, en consecuencia, se volvió a los príncipes, que ya habían empezado a cazar a los campesinos como a lobos, para decirles: «Perseguidlos y matadlos como a pe­ rros rabiosos; Dios os lo premiará». C o n tra las hordas hom icidas y rapaces

El 4 de mayo se hallaba de nuevo el Dr. M artín en el condado de Mansfeld. Desde Seeburg escribió una carta al D r. Juan Rühel, consejero del conde, exhortándole a que dejase obrar a su señor en la guerra empezada contra los campesinos, «miembros posesos del demonio», «ladrones y homicidas», que pretenden im poner al m undo un régimen no querido por Dios y contrario al gobierno legítimo de los príncipes. Ha oído que los sublevados avanzan ame­ nazando muerte, y él vuelve a su casa pensando en la m uerte y en las bodas inminentes: «A despecho del demonio, quiero tom ar a mi Catalina en m atri­ monio antes de morir» 31. Sería la m itad de mayo cuando ya estaba term inada y quizá impresa su vio­ lentísima invectiva Contra las rapaces y homicidas hordas de los campesinos 32. Es breve, pero tan frenética y apasionadamente defensora de cualquier gobier­ no establecido, que Erikson se ha atrevido a decir que «sus palabras podían adornar las puertas de las modernas centrales de policía y de los campos de concentración» 33. En efecto, apelando a San Pablo, da su bendición a las más inhumanas ti­ ranías. «En mi librito precedente—escribe Lutero—no quise juzgar a los campe­ sinos, porque ellos se decían dispuestos a someterse al derecho y ser instrui­ do s... Ahora se ve lo que pretendían con su falsedad y cuán vanamente m en­ tían... Lo que hacen es pura obra del diablo, especialmente el archidiablo que reina en M ühlhausen, autor de tantos latrocinios, asesinatos y derramamientos de sangre... Tres clases de pecados horribles contra Dios y los hombres car­ gan sobre sí los campesinos, mereciendo por diversos títulos la m uerte del cuerpo y del alma. Primeramente han jurado fidelidad y homenaje a la autori­ dad, como Dios lo ordena: Dad al ce'sar lo que es del ce'sar (M t 22,21) y Cada cual sea sumiso a la autoridad (Rom 13,1). Puesto que de una manera arrogante y criminal han quebrantado esa obediencia y encima se han sublevado contra sus señores, han incurrido en la pérdida del cuerpo y del alma» 34. «En segundo lugar, provocan tumultos, roban, saquean criminalmente los monasterios y castillos, que no son suyos, con lo cual merecen doblemente la 31 Briefw. III 482. Tam bién exhortó al nuevo elector Juan de Sajonia a batallar contra los cam pesinos (ibid., 508). 32 Wider die reubischen und mordischen Rotten der Bawren: W A 18,357-61. C on título lige­ ramente cam biado se imprimió contemporáneam ente en otras ciudades, fuera de Wittenberg. C o d eo , en su respuesta, traduce así: Adversas latrocinantes et raptorias cohortes rusticorum... Responsio lohannis Cochlaei (Colonia 1525). •" E. H . E r ik s o n , Young M an Luther 236. W A 18,357.

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m uerte del cuerpo y del alma, como salteadores de los caminos públicos y ase­ sinos ... Cualquier hombre particular puede ser juez y verdugo de un revolucio­ nario público, ya que, al estallar un incendio, obra mejor que nadie el que pri­ mero lo apaga». Esta consecuencia jurídica, que hoy nos asusta y horripila, no se le ha escapado irreflexivamente. La confirma y remacha con insistencia. «Al sedicioso hay que abatirlo, estrangularlo y matarlo privada o públicamente, pues nada hay más venenoso, perjudicial y diabólico que un prom otor de se­ diciones, de igual manera que hay que m atar a un perro rabioso, porque, si no acabas con él, acabará él contigo y con todo el país. En tercer lugar, cubren éstos con el Evangelio un pecado tan horrible y espantoso, haciéndose llamar hermanos cristianos..., con lo que se hacen los mayores blasfemos y profana­ dores del santo nom bre de D ios... No les ampara a los campesinos el decir que, según el Génesis (1,28; 2,15), todas las cosas han sido creadas libres y co­ munes y que todos nosotros hemos sido igualmente bautizados; porque en el Nuevo Testam ento no es Moisés el que vale, sino nuestro maestro Cristo, el cual nos somete al emperador y al derecho civil en cuanto al cuerpo y en cuanto a los bienes» 35. «Yo creo que ya no queda ningún demonio en el infierno, sino que todos se han incorporado a los campesinos... A la autoridad civil que pueda y quie­ ra, sin previas ofertas de justicia y equidad, golpear y castigar a los campesi­ nos, yo no se lo prohíbo... Para eso porta la espada y es servidora de Dios (Rom 13,4) contra los malhechores» «No hay que dormirse. Aquí no vale la paciencia o la misericordia. Es la hora de la espada y de la cólera, no de la gracia. Debe, pues, la autoridad ir adelante sin tem or y golpear con buena conciencia mientras tenga sangre en las venas... Y bien puede suceder que, si alguno muriese en defensa de la autoridad, sea verdadero m ártir delante de Dios... Por el contrario, los que su­ cum ban de parte de los campesinos serán eternamente tizones del infierno» 37. «¡Oh cuántos mártires podrían surgir ahora por causa de estos campesinos sanguinarios y profetas hom icidas!... El que pueda herir, golpear, agarrotar, que lo haga. Si mueres en la empresa, feliz de ti, pues una m uerte más bienaven­ turada no te puede sobrevenir... Si alguien estima esto demasiado duro, piense que la sedición es intolerable y que a cualquier hora se puede tem er la destruc­ ción del mundo» 38. Razón tenía el D r. M artín para sospechar que muchos le acusarían de cruel e inhum ano y de «adulador de los príncipes». Horrorizada la nación de las barbaridades que cometían los príncipes en la represión de los sublevados, echó la culpa a Lutero, haciéndole responsable de aquella guerra feroz. No cabe duda que su gloria de profeta y evangelista empezó a palidecer. El que hasta ahora solía ser venerado como héroe nacional y religioso perdió no poco de su popularidad entre sus compatriotas 39. Incluso algunos de sus amigos, 35 ib id ., 358.

36 Ibid., 359. 37 Ibid., 360. 38 Ibid., 361. 39 Hermann M ühlpfort, gobernador de Zwickau, escribía el 4 de junio: «El Dr. Martín está en gran decadencia ante el pueblo, lo m ism o entre los letrados que entre los iliteratos; creen que en sus escritos hay poca coherencia» (cit. en W A 18,376). Juan Rühel le pedía alguna aclaración porque m uchos no sabían explicarse cóm o Lutero alegaba contra los campesinos el texto de la'

Los príncipes van a la guerra. La Liga de Suabia

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como el canciller de Mansfeld, desconcertados o desilusionados, le pidieron que se justificase ante el público. M ejor le hubiera sido guardar absoluto silencio; pero el Reformador no podía reprim ir sus ganas de hablar y sus anhelos de quedar a flote, y en aque­ llos días festivos de su luna de miel parecía más dominado por el furor que por el amor. Por eso lanza, en la prim era mitad de julio, una misiva o carta abierta, que, en vez de ser una razonada justificación de lo que antes ha escrito, es un vio­ lento insistir en lo mismo, ratificando sus más duras expresiones y como desa­ fiando a todos sus enemigos 40. Idénticos sentimientos manifiesta en sus cartas; v.gr., el 15 de junio: «Se echa en olvido todo cuanto Dios ha obrado por mi medio; y ahora los señores, los campesinos y los curas, todos están contra mí y me amenazan de muerte»; pero son estúpidos y locos, y, para darles en la cabeza y volverlos más locos, he querido casarm e41. L os príncipes van a la g u e rra . L a L iga d e Suabia.

Hablábase de más de 300.000 campesinos armados en rebelión contra sus señores temporales, y, aunque estuviesen dispersos por muchas regiones, sin dirección única, sin plan fijo, desorganizados y con escasa caballería, no por eso dejaban de ser temibles para las ciudades pequeñas, para los castillos soli­ tarios y para las abadías y monasterios que florecían en medio de los campos. No es exageración retórica compararlos con una plaga de langostas o con una manada de lobos hambrientos. «En sólo el mes de mayo—dice C odeo—pade­ ció la Alemania superior mayores desgracias, mortandades y devastaciones que las padecidas por Italia en diez años de guerra de parte de los ejércitos de F ran ­ cia y España». Y agrega que, según Conrado W im pina, «sólo en Franconia fueron asolados 293 monasterios y castillos» 42. Hay quien da cifras más altas. Y otro tanto se diga de Turingia. ¿Cómo evitar la catástrofe social, política y económica que amenazaba a toda la nación? El Consejo de regencia se mantenía inactivo; creyó algún tiem ­ po que podría servir de interm ediario entre los campesinos y sus señores, por­ que había entre los sublevados quienes decían respetar la suprema autoridad del emperador; pero apenas los campesinos se aproximaron a Esslingen, don­ de residía el Consejo, éste escapó despavorido. Los príncipes y señores de al­ gunos territorios estaban divididos entre sí, miraban la revolución con cierta Escritura: Qui arripit gladium, gladio peribit, y luego exhortaba a los príncipes a la venganza, porque para eso portan la espada (Briefw. III 511). 40 Eyn Sendebrieff yon dem harten Buchlin widder die Bauren: W A 18,384-401. «Si esta respues­ ta les parece demasiado dura y alegan que está expresada con violencia, tapando la boca a los dem ás, yo afirmo que es justa, pues un sedicioso no es digno de que se le responda con razones que no acepta. Con el puño hay que responder a esos insolentes, de m odo que les salte la sangre de las narices... A tales alumnos lo que les conviene es la vara» (W A 18,386). Y en este tono sigue todo el escrito. 41 Briefw. III 531. Y el 20 de junio a W . Link: «Scio, mi W enceslae, libellum m eum rústicos rusticanosque vehementer oñendere, idque serio gaudeo» (Briefw . III 536). P oco antes, en carta del 30 de m ayo a Am sdorf, sabe que es llam ado «adulator principum», y a renglón seguido es­ tampa esta frase aterradora, tanto m ás horrible cuanto que sale de la boca de un hijo de cam pe­ sinos: «Ego sic sentio, m elius esse om nes rústicos caedi, quam principes et m agistratus... N ulla patientia rusticis debetur» (Briefw. III 517-18). 42 C o cu i M u s , Commentaria 114.

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indiferencia y pensaban salvarse mediante un compromiso. Entonces fue cuan­ do la Liga de Suabia se decidió a actuar enérgicamente con el fin de salvar la paz y la vida del Imperio. La Liga de Suabia (der Schwäbischer B und), orga­ nizada en 1488, y después con mayor eficacia bajo Maximiliano I, había logra­ do echar de sus dominios en 1519 al odiado duque Ulrico de W ürtem berg. Ahora tomó sobre sí el empeño de acabar con todos los revoltosos. Tenía a su cabeza un Bundesrat, o consejo federal, integrado por representantes de prín­ cipes, ciudades y caballeros. M iem bros de la Liga eran, en prim er lugar, el emperador, pero sólo para sus dominios familiares y países puestos bajo la tu ­ tela de Austria; luego, el duque de Baviera, el landgrave de Hessen, el elector de Maguncia, los obispos de Augsburgo, Eichstädt y W ürzburgo, con otros prelados, condes, caballeros y varias ciudades libres de Suabia y Franconia. Si en el momento que historiamos alcanzó preponderancia en la dirección de la Liga el duque Guillermo IV de Baviéra (1508-1550) con su hermano y corre­ gente Luis, eso lo debió en gran parte al enérgico, sagaz y poco escrupuloso diplomático Leonardo de Eck, consejero del duque y férvido prom otor de las ambiciones de Baviera frente a los Habsburgos 43. Gracias a su firmeza y a su tenacidad no menos que a su clarividencia de la situación, Baviera se mantuvo libre e indemne de la guerra campesina; amonestados por él, no pocos príncipes despertaron de su letargo; les persua­ dió que no había otro remedio que luchar o m orir y que los campesinos, por numerosos que fuesen, no eran invencibles, con tal que la Liga de Suabia se armase perfectamente y emprendiese la guerra en serio. «No hay que princi­ piar por un desastre—decía— ; si nuestro prim er paso es victorioso y sabemos perseverar en la contienda, el Imperio será salvo». Con incansable celo se dedicó a equipar el ejército, y tuvo la suerte de en ­ contrar un experto general en jefe en Jorge Truchsess de W aldburg, que tras unos meses de seria preparación, el 30 de marzo de 1525, al frente de 2.000 ji­ netes y 7.000 infantes, derrotó a un ejército superior de campesinos junto al D anubio superior, y el 4 de abril se lanzó victorioso contra Leipheim y G ünzburg, causando innumerables víctimas y haciendo luego decapitar a los azuza­ dores, como el párroco Hans W ehe. Más que de la infantería, hacía uso de la artillería, muy superior a la de los campesinos, y tam bién de la caballería, con que fácilmente desbarataba a las hordas enemigas. Dirigiendo sus tropas hacia Suabia, alcanza nuevas victorias, el 13 de abril en Essendorf y el 14 en W urzbach. No sólo con las armas sabía luchar Truchsess de W aldburg, sino tam ­ bién con ardides diplomáticos. Así consiguió en el pacto del 22 de abril some­ ter pacíficamente a los insurrectos del lago de Constanza y del Algau, pacto o tratado que Lutero publicó con una nota preliminar, «con grande alegría, como una particular gracia de Dios» 44. Vino luego la gran batalla cerca de Böblingen (12 de mayo) contra un ejér­ cito de 12 a 20.000 campesinos, de las regiones del Hegau, Klettgau, Selva N e­ gra y W einsberg, gracias a la cual la revolución del ducado de W ürtem berg quedó enteram ente sofocada, con sangrientas represalias. 43 W . V o g t , Die bayrische P olitik im Bauernkrieg und der Kanzler E ck (N ordlingen 1883).

44 W A 18,336-43.

Batalla de Frankenhausen. M uerte de M ünzer

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B atalla de F ran k en h au sen . M u e rte de M ü n z e r

No era fácil extinguir aquel incendio, cuyas llamaradas brotaban y rebro­ taban ahora al este, ahora al oeste, y en distintos países mal comunicados entre sí En el Tirol y países circunvecinos, sometidos al archiduque Fernando de Austria, ardía más que nunca la revuelta. Después de asolar las tierras de Brixen, el 12 de mayo asaltaron de improviso el monasterio de Neustift. Causa horror el relato de lo que hicieron aquellos 5.000 forajidos, demoliendo edi­ ficios, destruyendo bibliotecas, robando la orfebrería y todos los objetos de valor, entre orgías, profanaciones y blasfemias, bajo el caudillaje de Miguel Geismayr, sañudo perseguidor de los eclesiásticos. El 7 de mayo, G ótz de Berlichingen, «puño de hierro»; Jorge M etzler y Florián Geyer acamparon en las cercanías de W ürzburgo para ayudar a los artesanos de la ciudad sublevados contra el obispo. Pero entre tanto, Jorge Truchsess de W aldburg no perdía el tiempo, per­ siguiendo sistemáticamente a los rebeldes y exterminando sus bandas indisci­ plinadas. Tam bién el landgrave Felipe de Hessen aplastaba a los campesinos de su condado y marchaba a unirse con el duque Jorge de Sajonia y con el duque de Braunschweig. La batalla más famosa fue la de Frankenhausen (15 de mayo). E n esta ciudad, «el siervo de Dios contra los impíos, Tomás M ünzer, con la es­ pada de Aarón», al frente de 8.000 hombres, pensaba resistir a un pequeño pero aguerrido ejército reunido por los príncipes Felipe de Hessen, Jorge de Sajonia, Enrique de Braunschweig y Alberto de Mansfeld. Inflamó a los suyos con palabras de la Escritura, y, llevándolos a una colina cercana, los atrincheró con una barricada de carruajes volcados. Cantando el Veni, Sánete Spiritus, se animaban a pelear. Mas, apenas la artillería de la Liga empezó a disparar sus proyectiles mortíferos y la caballería se lanzó al asalto, las tropas de M ünzer, desorganizadas, em prendieron la fuga. N o menos de 5.000 fueron muertos. El ejército vencedor entró en la ciudad y pasó a cuchillo a casi toda la po­ blación masculina. M ünzer «el profeta» se escondió en una casa y se acostó, fingiendo que se hallaba enfermo. Sacado de su escondrijo, fue sometido a tortura y condenado a muerte. La gracia de Dios tocó su corazón, y, viendo en su derrota un castigo divino, declaró que su vida aventurera había sido una aberración. Antes de ser decapitado el 27 de mayo en M ühlhausen recibió con arrepentim iento y piedad los sacramentos de la confesión y la comunión según el rito católico 45. Cuando Lutero tuvo exactas noticias de la m uerte de M ünzer, lanzó a la publicidad un breve escrito, Historia espantosa y juicio de Dios sobre Tomás Münzer, llamándolo «profeta asesino, sediento de sangre», «espíritu aventurero 45 Tratando de Münzer, escribe C od eo: «lile vero m agna fertur fuisse ductus paenitentia, sum m a devotione et errores revocavisse et venerabile sacramentum, praevia confessione, ritu catholico sub una specie accepisse» ( Commentaria 111). Juan Rühel com unica a Lutero el 21 de m ayo que M ünzer «ha retractado todos sus errores, ha recibido el sacramento bajo una sola especie y confesado la fe que ha tenido y tiene la Iglesia, m ostrándose en su muerte com pleta­ m ente papista». Y el 26 de m ayo le m anda la profesión de fe católica de Münzer, dándole n oti­ cias detalladas sobre la captura del m ism o (Briefw. III 505.510). N o todos interpretaron tan ca­ tólicamente las últimas horas de Münzer. Cf. M . B e n s in g , Thomas M üntzer und der Thuringen Autsíand (Berlín 1966) 243-47. Enrique Pfeiffer, cogido por los príncipes cerca de Eisenach m ien­ tras huía, fue llevado a M ühlhausen y decapitado el m ism o día que Münzer; pero el antiguo cisicrciensc no quiso retractarse.

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La sublevación de los campesinos y la guerra

y sedicioso», por cuya boca no hablaba Dios, sino el demonio; por eso Dios le ha castigado, haciendo que en un momento «se hundiese en el polvo con milla­ res de partidarios» 46. R epresalias de los príncipes

Felipe de Hessen, Jorge de Sajonia, Enrique de Braunschweig y Alberto de Mansfeld, tras la victoria de Frankenhausen, movieron sus tropas hacia la ciu­ dad de M ühlhausen, fanatizada anteriorm ente por la predicación y la dictadu­ ra religioso-política de M ünzer y de Pfeiffer. Con estos cuatro príncipes vino por fin a unirse el elector de Sajonia, que ya no era Federico el Sabio, m uerto el 5 de mayo, sino su hermano Juan, amigo devotísimo de Lutero. No les fue necesario dar el asalto a M ühlhausen, porque sus habitantes, viéndose perdi­ dos sin remedio, salieron el 25 de mayo en actitud hum ilde al campamento de los príncipes, les entregaron las llaves de la ciudad y juraron, entre otras cosas, abatir los muros y torreones, pagar una indemnización de guerra y luego un tributo anual y devolver al clero y a la nobleza todo cuanto antes les habían arrebatado. Varios de los jefes sublevados fueron condenados a muerte. Entre tanto, en Alsacia el duque Antonio de Lorena, que miraba aquella guerra como una cruzada contra los luteranos, entró en Saverne, causando terrible m ortandad entre los rebeldes, cuyos cadáveres fueron arrojados a la llamada «fosa de los herejes»; algunas relaciones, como la de Lutero, hablan de 20.000 víctimas; según otras, el núm ero sería aún mayor 47. Luis V, el elector del Palatinado, salió de Heidelberg el 23 de mayo con un buen ejército en dirección de Bruchsal; mas no tuvo que desplegar mucha actividad bélica, porque los 7.000 campesinos armados que estaban en la ciu­ dad se rindieron a discreción. Los soldados del Palatinado y de Tréveris fue­ ron a unirse con las tropas de la Liga, capitaneadas, como queda dicho, por Jorge Truchsess de W aldburg. Este gran condotiero, pacificado W ürtem berg, se volvió el 18 de mayo 46 W A 18,367-74. Tom ás M ünzer, por sus ideas antijerárquicas y por su predicación revo­ lucionaria y profètica, es contado frecuentemente entre los «anabaptistas», lo m ism o que lo s «profetas de Zwickau». Pero inexactamente. El anabaptismo, que hace rebautizar a los adultos, dando por nulo el bautismo de los niños, y n o quiere participar en la organización civil o reli­ giosa, tuvo su cuna en Zurich hacia 1524 con Conrado G rebel (1498-1526), que intentó fundar una Iglesia espiritualista, de tendencias radicales. En 1525 se rebautizó Baltasar Hubmaier, que tanto influjo tuvo en la guerra de los cam pesinos y que en 1528 murió en Viena en la hoguera. La m isma muerte tuvo en Innsbruck en 1536 el anabaptista Jacobo Huttem er, cuyas doctrinas, teñidas de com unism o, penetraron en M oravia y Hungría. O diados por Lutero y perseguidos por el emperador, los anabaptistas hicieron m uchos prosélitos en los Países Bajos. Su m ás célebre predicador, M elchor H offm ann ( f 1543), actuó com o predicador laico y apocalíptico en las cos­ tas del Báltico; más tarde en Estrasburgo, en Frisia y H olanda. Su discípulo Juan M atthijs, de Harlem , «el nuevo Enoc», con Juan Beuckelsz, de Leiden, establecieron por la fuerza en Münster de W estfalia el «reino de Sión» (1533-35), que se hundió en un lago de sangre cuando las tropas del obispo Francisco de W aldeck asaltaron la ciudad. Los anabaptistas se difundieron por diver­ sos países, divididos en diversas sectas, com o la de los memnonitas, fundada por el párroco de Witmarsum (Frisia), M enno Sim ons (1496-1561) (U . G a s t a l d i , Storia dell’anabattismo dalle ori­ gini a Münster, 1525-1535 [Turin 1972], con buen com plem ento bibliográfico). 47 El 21 de junio, Lutero com unica a A m sdorf que su casam iento con Catalina es cosa hecha, y seguidam ente pasa a hablar de la guerra: «Certa res est in Franconia caesa esse X I millia rusticoru m ... Casim iras M archio (de Brandeburgo) vehementer saevit in suos ob fidem bis violatam . In Wirtenbergensi ducatu VI millia caesa sunt, alibi in Suevia X m illia... Fertur, ducem Lotharingiae in Alsatia X X m illia cecidisse» (Briefw. III 541). Juan Coeleo dice que 26.000 fueron los m uertos en Alsacia; Spalatino da la cifra de 19.000; Kilian Leib, 24.000, «si veras fuit rumor» (Briefw. III 542).

Represalias de los principes

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hacia W einsberg para vengar las ferocidades cometidas por los campesinos el mes anterior. W einsberg y cinco aldeas próximas fueron pasto de las llamas. Sangrienta fue la batalla de Königshofen (2 de junio), en la que el ejército de la Liga de Suabia, fuerte de más de 10.000 hombres por su unión con los de Tréveris y el Palatinado, persiguió a los campesinos como a jabalíes en el bosque, matando alegremente a unos 3.000 y capturándoles toda la artillería y municiones de guerra. El 3 de junio se rindió M ergenstein. Al día siguiente, «la Banda Negra» de Florián de Geyer fue arrollada y desbaratada cerca de Sulzdorf; más de 2.000 cayeron en el campo y 200 m urieron abrasados dentro de una iglesia. El 7 del mismo mes, Truchsess de W aldburg se apoderó de W ürzburgo, adonde vinieron a juntársele los otros príncipes coligados; 60 de los prisioneros fueron decapitados. Seis días más tarde, el mismo Truchsess y el margrave Casimiro de Brandeburgo-Ansbach entraban en Schw einfurt48. El día 19, acercándose el ejército de la Liga a Bamberg, se apresuró la ciudad a humillarse, prestando obediencia a su obispo. Y el 28 el margrave Casimiro entraba en Rothenburg y daba comienzo a sangrientas represalias, de las que logró escapar huyendo Andrés de Karlstadt, que buscó refugio a la sombra de su rival y enemigo M artín Lutero. A las victoriosas tropas del general en jefe de la Liga le aportó un buen refuerzo el famoso capitán de Carlos V Jorge de Frundsberg con 2.000 lansque­ netes bien fogueados. Inmediatamente, los campesinos del Algau, impotentes para resistir, entregaron a sus jefes y depusieron las armas en el mes de julio. W aldshut, uno de los primeros focos de la revolución, no se rindió hasta el 5 de diciembre. Su principal agitador, el anabaptista Baltasar Hubm aier, se había escapado pocos días antes, buscando asilo en Suiza 49. La revolución campesina podía darse por enteram ente aplastada y ahogada en sangre. Solamente en el Tirol, en el territorio de Salzburg y aun en Trento y Brixen, cuyos obispos andaban fugitivos, siguieron tum ultuando algunas bandas rebeldes hasta julio de 1526, en que todo el Im perio podía decirse pa­ cificado. Se calcula que los campesinos caídos bajo las armas serían cerca de 150.000. Y los destrozos económicos, artísticos, urbanísticos y agrarios ocasio­ nados en centenares de castillos (solamente en Franconia 292) y centenares de conventos, ¿quién los podrá computar? M uchos, incluso de los campesinos, echaron la culpa a M artín Lutero. Y éste, que conocía bien esas murmuraciones, lejos de excusarse, se atrevió a proferir estas palabras: «Yo he dado m uerte a todos los campesinos cuando la revolución; toda su sangre cae sobre mi cabeza, pero yo se la echo a nuestro Señor Dios, que me mandó hablar de aquel m odo»50. 48 E l 12 de junio escribía Lutero: «M archio Casimirus N euenstat (Neustadt) fortiter oppugnat, ubi sex millia rusticorum feruntur confluxisse» (Briefw. III 528). D e este Casimiro, defensor de la reforma luterana, se refiere que el 8 de junio ordenó cruelmente sacarles los ojos a 59 ciuda­ danos, abandonándolos luego com o bestias inútiles: «Plerique, antequam oculis privarentur, rogabant, uti potius vel strangularentur, vel decollarentur» (F. L. B a u m a n n , Quellen zur Ge­ schichte des Bauernkrieges [Tubinga 1876] 685). Las decapitaciones fueron m ás numerosas. 49 U n relato de toda la guerra, con listas de castillos y m onasterios destruidos, fue com pues­ to por Juan Eck y enviado a Juan M ateo Giberti en el verano de 1525; lo trae P. B a l a n , M onu­ mento ref. 501-14. Otro m ás com pendioso, ibid., 545-49. 50 «Ich habe im Auffruhr alle Baur erschlagen; alle yre Blut ist au ff meinem H alss. Aber ich weisse es au ff unsern Herrn Gott; der hatt mir solchs befholen zu reden» (Tischr. 2911a I I I 75).

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ha sublevación de los campesinos y la guerra

C onsecuencias sociales, políticas y religiosas

Como efecto de la revolución y de la guerra, gran parte de Alemania quedó terriblem ente devastada, depauperada, despoblada, con pérdidas económicas incalculables. La clase agraria, que había intentado sacudir el yugo de la ser­ vidumbre, tuvo que someterse a una esclavitud más pesada que antes; en cam­ bio, los príncipes triunfantes avanzaron hacia un absolutismo cada día más fuerte, más exigente y despótico. «La guerra de los campesinos condujo a una más ñrm e cristalización del partido evangélico y del partido católico» 51. En efecto, el 19 de julio de 1525, a imitación de la Liga de Ratisbona del año precedente, el duque Jorge de Sa­ jorna, alma de la reacción antiluterana, reunido con otros príncipes católicos, formaba con ellos la Liga de Dessau con el intento—decía—de destruir la fuen­ te misma de la revolución, «la maldita secta luterana» 52. M iembros de la Liga eran, además del duque Jorge, los dos electores Joaquín I de Brandeburgo y Alberto de Brandeburgo, cardenal-arzobispo de Maguncia, y los duques de Braunschweig-W olfenbüttel (Erico y Enrique). En su nueva reunión, a fines de diciembre en Leipzig, determ inaron suplicar al emperador activase la plena ejecución del edicto de W orm s contra Lutero. Con este encargo partió para España el duque Enrique de Braunschweig. La misma súplica le dirigía a Carlos V el Consejo eclesiástico de Maguncia (14 de noviembre), al que asis­ tieron delegados de las doce diócesis sufragáneas 53, con el propósito de inci­ tar a las autoridades supremas a luchar contra la peste luterana, pero las bo­ das de Carlos con Isabel de Portugal (10 de marzo de 1526) y, sobre todo, la Liga santa, constituida contra él por Clemente VII, Venecia, M ilán y F ran­ cia (Cognac, 22 de mayo de 1526), le im pidieron el viaje a Alemania. Por su parte, los príncipes que se decían evangélicos hicieron otro tanto movidos por el landgrave Felipe de Hessen, apellidado el M agnánimo, vale­ roso en la guerra y hábil político en la paz. Este convencido luterano se alió prim ero con el elector Juan de Sajonia, sucesor de Federico el Sabio en Gotha (26 de febrero de 1526) y luego firmó con él y con Alberto, conde de Mansfeld; con Wolfango, príncipe de Anhalt; Enrique, duque de Mecklenburgo, y otros señores del norte la Liga de Torgau (2 de mayo de 1526), que a los pocos años se transform ará en la Liga de Esmalcalda 54. E ntre las consecuencias religiosas de la guerra de los campesinos no hay que olvidar la excesiva dependencia en que cayó la Reforma luterana respecto de aquellos príncipes, cada día más absolutistas, que abrazaron el luteranismo. Si éstos, lo mismo que muchas grandes ciudades, como Brema, H am burgo, Erfurt, M agdeburgo, Breslau, arbolaron la bandera de la Reforma, algu­ nos caballeros y buena parte de los campesinos la abandonaron desengaña51 G. W o l f , Quellenkunde der deutschen Reformationsgeschichte I 404, 52 J. K . S e id e m a n n , Das Dessauer Bündniss vom 26 juni 1525: ZH T 17 (1847) 638-55. 53 Lutero estim ó tan peligroso el acuerdo maguntino del 14 d e noviem r con representacione de las diócesis sufragáneas, que creyó urgente impugnarlo con un violentísim o manifiesto: Contra el verdaderamente revolucionario, traidor y asesino consejo de toda la clerigalla (Pfafferei) de Maguncia. Instrucción y amonestación: W A 19,260-82. El 27 de marzo de 1526 se lo anunciaba a Spalatino: «Vix credis quanta m oliatur Satan per ducem Georgium et Episcopos» (Briefw. IV 41). 54 W . F r i e d e n s b u r g , Zur Vorgeschichte des Gotha-Torgauischen Bündnisses der I'.vungelischen 1525-26 (Marburg 1884).

Consecuencias sociales, políticas y religiosas

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dos. Antes de la guerra, el movimiento religioso nacido en W ittenberg había llegado a ser un poderoso y vasto movimiento popular; después perdió su espontaneidad, y fue fortaleciéndose gracias a la mano protectora—mano de hierro—de los príncipes. El brillo que aureolaba a Lutero como «héroe na­ cional» comenzó a palidecer 55. Encerrado en los confines de Sajonia, se con­ tentó con ser un animador del movimiento evangélico mientras surgían otros jefes más jóvenes y organizadores. Fue él mismo quien contribuyó con sus hechos y palabras a que se le mirase como a un aburguesado, comodón y amigo de los príncipes. Su ines­ perado matrimonio m ermó su prestigio de reformador. Y los insultos que repetidam ente profería contra los campesinos, a quienes llamaba cerdos, y asnos, y bestias, y tarugos toscos, no podían atraerle la simpatía de la gente del campo 55. Volvía las espaldas despectivamente a los humildes aldeanos, para mirar al rostro de los príncipes, esperando su protección salvadora. Con ser hijo de campesinos, se dejaba arrebatar del odio a los pobres la­ briegos, porque ya no seguían sus enseñanzas. «Yo soy enemigo de los cam­ pesinos», repetía; no tienen derecho a rebelarse por causa de la servidumbre a que están sometidos, porque «el estado de servidum bre no es contrario al cristianismo, y quien lo diga m iente»56. E ntre sus mil expresiones de aborrecimiento al pueblo humilde e igno­ rante de los campos, acaso ninguna tan sanguinaria y feroz como la siguien­ te: «Así, pues, debe la autoridad acosar, golpear, estrangular, ahorcar, que­ mar, decapitar y tullir a la plebe, al señor Todos, para hacerse tem er del pue­ blo y tenerlo manso» 57. Téngase presente que estas estremecedoras frases fueron pronunciadas en un sermón del 2 de febrero de 1526, cuando aún olían a pólvora los cam­ pos alemanes y hum eaban las ruinas de castillos y monasterios. Ya para entonces, M artín Lutero estaba casado y vivía tranquilo y feliz con su mujer, esperando al prim er hijo. Porque en los últimos meses de la guerra, en junio de 1525, no todo en Alemania era estrépito de bombardas y humaredas de incendios. En la ciudad de W ittenberg, las teas que se encen­ dían eran de amor y de himeneo, entre festivas danzas, banquetes y músicas. El antiguo fraile, abominando del celibato, contraía m atrimonio con una monja huida del convento. 35 Para evitar exageraciones léase F. L au, Der Bauernkrieg und das angebliche Ende der lutherischen Reformation ais spontaner Volksbewegung: Luther-Jahrbuch 16 (1959) 109-34. 56 «R u stid plañe sunt sues», decía en 1532 (Tischr. 2471 II 477). «Rustici sunt bestiae. Ipsi enim putant religionem a nobis excogitatam esse, et non divinam» (Tischr. 3594 III 440). «Rus-

ticis sum inimicus, q u ia... m inimas aut nullas peccandi habent occasiones. M agistratum vero am o, etiam peccantem » (Tischr. 50 I 17-18). «D ie Leibeigenschat ist nicht wider das christlich W esen, und der es sagt, der leugt» (serm ón del 21 m ayo 1525: W A 16,244). 57 «A lso mus die Oberkeit den Pófel, H er Omnes, treiben, schlagen, würgen, hencken, brennen, kopffen und radenbrechen, das m an sie fürcht und das Volck also ynn eim Zam gehalten werde» (W A 20,247).

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La sublevación de los campesinos y la guerra

M u e rte de F ed erico de Sajonia

Para casarse esperó Lutero a que muriese su gran protector Federico, que conservó toda su vida un fuerte sedimento de catolicismo tradicional. No veía este príncipe con buenos ojos el matrimonio de los sacerdotes, y su estima de Fr. M artín, de aquel ardiente predicador del Evangelio, lum brera máxima de la Universidad wittenbergense, hubiera decrecido notablemente si un día le hubiera visto instalado en su hogar, como un padre de familia, con mujer e hijos. Atorm entado por el mal de piedra y sintiéndose envejecer, Federico se había retirado a su palacio de Lochau desde principios de 1525. Cercano a la muerte, quiso confesarse, para lo cual llamó al párroco de un pueblo veci­ no, su confesor ordinario. Esto parece indicar sentimientos católicos; pero, llegado el momento de recibir el viático—no sabemos si a petición suya o por instigación de su capellán y consejero Spalatino, que no le abandonaba un solo instante— , le fue administrada la comunión bajo las dos especies de pan y vino, lo cual entonces era distintivo de los luteranos. Por eso, general­ m ente se admite que m urió fuera de la Iglesia católica romana, aunque en aquellos días de confusión teológica eran muchos- los que se adherían a la Reforma de Lutero sin querer separarse de la Iglesia tradicional en que sus padres les habían educado. Tampoco recibió la extremaunción, si bien esto pudo no depender de su voluntad. Poco antes de la m uerte—falleció el 5 de mayo—dio orden que viniese M artín Lutero. Este, que no había regresado de su viaje a Eisleben y M ansfeld, no pudo presentarse en Lochau por la rapidez del desenlace. Es aventurado adivinar lo que aquel príncipe cauteloso e indeciso le hubiera dicho en presencia de la muerte al fraile excomulgado, a quien nunca había querido ver ni hablar en vida, por más que a somorgujo le prestaba su favor 58. ¿Puede decirse con verdad de él que fue el «protector de la Iglesia evan­ gélica»? Indudablem ente, pues a él se debió la salvación de Fr. M artín con­ tra el anatema romano, el secuestro del mismo para guardarlo en el escondri­ jo de W artb u rg y la disimulada pero tenaz resistencia al edicto de W orms. Con todo, Federico aborrecía todo lo que fuese revolución, y si permitió predicar libremente las nuevas doctrinas, fue a condición de que no se engen­ drasen tumultos. Im buido como estaba en la piedad típicam ente medieval, no pudo menos de sentir dolorosamente la supresión del culto de las reliquias en 1523 y al año siguiente la abolición del sacrificio de la misa en la Schlosskirche, cuyo preboste era Justo Joñas. El 10 de mayo su cadáver fue trasladado con gran pom pa a W ittenberg para ser enterrado en la iglesia de su castillo. Interrogado Lutero por Spalati­ no sobre las ceremonias que se debían observar en los funerales, respondió en esta forma: Primeramente, ¿habrá procesión? Resp. Placet. 58 Sobre Federico el Sabio véase S p a l a t i n o , Friedrichs des Weisen Leben und Zeitgeschichíe , ed. Neuderker-Preller (Jena 1881); P. K a l k o f f , Friedrich der Weise und Luther: H Z 132 (1925) 29-42; A . K o c h , Die Kontroversen iiber die Stellung Friedrichs des Weisen zur Reformation: A R G 23 (1926) 213-60; I. H o e s s , Georg Spalatin (W eimar 1956) y la bibl. que citam os en el 1.1 c.13 nt.39.

M uerte de Federico de Sajonia

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¿Repique de campanas? — Placet. ¿Será llevado el cadáver en el féretro por ciudades y pueblos entre el do­ blar de las campanas y la concurrencia de las gentes? — Placet. Al llegar al sitio donde será enterrado, ¿se recitarán las vigilias? — Non placet.

¿Se encenderán candelas? — Non placet. ¿Habrá sermón la tarde del día 10, dejando el cadáver insepulto toda la noche? —Se responde que «por la tarde puede tenerse una oración fúnebre, que será pronunciada por Felipe Melanthon». (Lutero predicó el día n en el momento del entierro.) ¿Dirá la misa un obispo o algún alto prelado? — Non placet. ¿Serán negros los vestidos de los sacerdotes y los paramentos del altar? ■— Non placet.

¿Se pondrán colgaduras con los blasones o escudos de armas? — Non placet.

¿Se harán pasar junto al altar algunos caballos y se rom perán allí el escudo y la lanza? —Responde Lutero que estas usanzas en los enterramientos de los príncipes deben abolirse: «parece ridículo este espectáculo en nuestro si­ glo; son cosas bárbaras» 59. Pocos días más tarde, el Reformador comunicaba a Juan Rühel: «Mi serenísimo señor: El elector, el mismo día que yo me aparté de vos, entre el 5 y el 6, casi al mismo tiempo de la destrucción de Osterhausen, expiró con alma tranquila, fresca razón y juicio, después de recibir el sacra­ mento bajo las dos especies y nada de óleos. Tam bién le hemos sepultado sin misas ni vigilias, aunque con gran solem nidad... De la revolución no ha sabido mucho, pero escribió a su hermano que a buenas tomase todas las m e­ didas para que no se llegase a dar batalla; así m urió cristiana y felizmente. Señales de su m uerte fueron un arco iris que Felipe y yo vimos una noche del pasado invierno sobre el cielo de Lochau y un niño nacido en W ittenberg sin piel, y otro niño con los pies invertidos» 60. Como Federico no dejó descendencia legítima, el llamado a sucederle fue su hermano Juan, corregente desde hacía muchos años. El Dr. M artín podía estar contento, porque el nuevo príncipe era fidelísimo del nuevo Evan­ gelio y jamás le negaría su poderosa protección. Como político, no alcanzaba la estatura de su hermano; nunca alimentó, como aquél, grandes planes sobre reformas del Im perio ni intentó alianzas con otros príncipes; sus ambiciones se limitaban al buen gobierno del electorado de Sajonia, acentuando tal vez el patriarcalismo de Federico. Devotísimo de Lutero, le hizo venir muchas veces a la corte; cuando éste escribió su Pequeño catecismo, Juan de Sajonia, apellidado «el Constante», lo copió de su propia mano, testimoniando así su gran veneración al autor y a su doctrina. A él se debió la completa luteranización de la Sajonia ernestina. 59 Briefw. III 488. 60 «M it umbgekereten Füssen» (Briefw. III 508). El arco iris lo interpretó M elanthon com o señal de una sublevación popular. El 16 de abril escribía a Camerarius: «Arcus noctu a m e visus in nubibus in Loseri dom o significabat haud dubie popularem m etum ». (CC 1,119). M elanthon era muy aficionado a la astrología. Otros casos semejantes en Tischr. 3507 III 364-67. « D oleo Philippum M elanthonen astrologia adeo haerere» (Tischr. 3520 III 373). «Philippus astrológica tractat, sicut ego bibo eín starkcn Trunck Birs, quando habeo graves cogitationes» (Tischr. 17 I 7).

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Decía Lutero que así como Federico se distinguió por la summa prudentia, del mismo modo Juan por la summa clementia. Unidos los dos en una sola persona, resultaría un monstruo 61. 61 Tischr. 1738 II 197. A Juan de Sajonia dedicó Lutero su tratado De las buenas obras (1520) y el De la autoridad temporal (1 enero 1523). Este príncipe le asignó por mera benevolencia (nullius laboris occasione) una pensión anual de 200 florines (Tischr. 2623a II 553). En cierta ocasión le regaló un «K rystall», con signos y caracteres hebreos de oro, sin duda para usos mágicos, que había pertenecido al príncipe Federico. Lutero lo conservaba aún en 1543 (W A 53 614).

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a p í t u l o

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E S P O S O Y P A D R E D E F A M IL IA . L A S «C H A R L A S D E SO BREM ESA »

Muchos años tardó Lutero en decidirse a contraer matrimonio, y no por­ que le fuese difícil encontrar una mujer a su gusto, sino porque el fraile o el espíritu monacal seguía viviendo dentro de él aun después de haber abando­ nado la Iglesia y quemado públicam ente todas las leyes canónicas. ¿Y por qué ahora, m ientras los ríos de su patria corren sangre y los aires resuenan con alaridos de muerte, él, que en parte ha causado estas catástrofes, se entrega a las delicias del amor? P o r q ué se casó L u te ro

Desde 1520 aconsejaba a los sacerdotes la vida matrimonial, aseverando que el celibato es cosa diabólica y además imposible de guardar. Esto lo re­ petirá obsesivamente toda su vida. Pero es curioso, como en su lugar queda notado, que todavía en su soledad de W artburg persistiese en la idea de que con los monjes, que habían hecho libremente voto de castidad, no iba el m an­ dam iento divino de Creced y multiplicaos; con los párrocos y demás clérigos, sí. D e manera que, aun siendo imposible y diabólico el celibato, los monjes debían continuar soportando su yugo. Ya vimos cómo, por fin, se dejó convencer por M elanthon, Karlstadt y Zwilling de lo absurdo de su parecer, y, en consecuencia, escribió su virulenta diatriba contra los votos monásticos. En los años siguientes no se cansa de escribir cartas, predicar sermones y escribir libros para recomendar encare­ cidamente el casamiento a curas, frailes y monjas. No-hay en toda la historia un «apóstol del matrimonio» como Lutero; aunque.es de advertir que le niega carácter sacramental !. M ás aún, llégá a dccif que todo acto conyugal es pe­ cado, mas no imputable, porque la unión de- hom bre y mujer es m andamiento absoluto y universal de Dios 2. Si la castidad es absolutamente imposible fuera del matrimonio, si «es pecado el carecer de mujer» y si el instinto sexual es irreprim ible, como el de otras funciones fisiológicas, ¿por qué él, que confesaba no ser insensible a los atractivos femeninos, se resistió tanto tiempo a entrar en ese «paraíso m atri­ monial»? ¿Acaso porque, al pasar de los cuarenta años, el ardor de la concu1 T odo lo relativo al m atrim onio pertenece, según él, al derecho civil, no al eclesiástico. Y a en 1520 (De captivit. Babyl.) había negado la sacramentalidad del matrim onio. Este libro, lo m ismo que los que escribió Sobre la vida matrimonial y Contra el estado eclesiástico (1522), fue­ ron analizados en su lugar. Varias veces repite que el m atrim onio es una cosa civil: «ein eüsserlich weltliche Ding... weltlicher Oberkeit unterworfen» (W A 30,3 p.205); cuando dice que es res sacra , es porque la m anda D ios, autor de la naturaleza. La unión conyugal es pecam inosa, pero n o imputable, porque es ordenación divina (W A 43,454; R . S e e b e r g , Luthers Anschauung von dem Geschlechtsleben und der Ehe: LJ 7 [1925] 77-122; J. P a q u i e r , Luther et le mariage: D T C I 1278-83; S . B a r a n o w s k i , Luthers Lehre von der Ehe [Münster 1913J). 2 Es m ucho más que un precepto divino obligatorio; es una necesidad de la naturaleza. «M ulier in hoc creata, ut gign at..., non potest carere nuptiis» (W A 15,418-19). N ad ie puede m ante­ nerse casto fuera del m atrim onio (W A 18,275-78). «A is wenig des essens und trinkens entbehren u n d gerathen kann, also müglich ist von Weiber zu enthalten» (Tischr. 6905 V I 262). «Sine peccato non poics carcre uxore. Coniugium autem est ordinatio et creatura D ei» (Tischr. 233 I 98). M a rtín

l.u ttro 2

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Esposo y padre de familia. Las « charlas de sobremesa »

piscencia se le había mitigado? ¿Será ésa la causa de aquellos sus «temores de no ser bastante apto para la vida conyugal»? 3 ¿Y por qué finalmente, cuando le faltaban cinco meses para cum plir los cuarenta y dos años, optó por el casamiento ? Respondamos con palabras de Enrique Böhmer: «Lutero no se casó, como el hom bre normal, propter opus, por amor; ni propter opes, por mejorar sus condiciones económicas; ni tam ­ poco propter opem, o sea, por procurarse la ayuda de una m ujer que le cuida­ se en sus últimos días; sino, en prim er lugar, propter patrem, porque lo de­ seaba su padre; en segundo lugar, propter conscientiam et religionem, porque su conciencia le impelía a confirmar con la obra lo que enseñaba con la pala­ bra; y, en tercer lugar, propter diabolum et papam, para fastidiar al diablo y al papa» 4. Estas tres razones las repite muy a menudo; pero nosotros pensamos que el motivo más hondo fue el de consumar su ruptura con el papado, aniqui­ lando en sí mismo todos los restos de su antigua vida monacal, coronando su obra reformadora, antirromana, con un escándalo resonante—el m atrim o­ nio de un fraile con una monja— , y callando así la boca de los que, m urm u­ rando, le argüían de no cum plir la doctrina que predicaba. U n a capa a la española

El D r. M artín habitaba en el convento de los agustinos de W ittenberg desde que abandonó la soledad de W artburg a principios de marzo de 1522. Pronto el «monasterio negro» quedó casi vacío, sin otros moradores que el prior, Everardo Brisger; el profesor M artín Lutero, un fámulo o criado, por nom bre W olfango Sieberger, y tal vez algún huésped. Sabemos por el testi­ monio de Juan Dantiscus (de Dantzig) que en 1523 el Reformador solamente se ponía el hábito monacal cuando salía de casa. Refiere ese hum anista y di­ plomático, más adelante obispo de Ermland, que lo vio trajeado en tal for­ ma, que en nada se diferenciaba de un cortesano 5. Al año siguiente, en mayo de 1524, ya estaba pensando en colgar defini­ tivam ente los hábitos 6. Es Jorge Spalatino, íntimo de Lutero, quien nos da la noticia de que «el D r. M artín predicó en W ittenberg sin cogulla (sine cuculla) el domingo 9 de octubre. El 16 del mismo mes por la mañana subió a predicar cucullatus, pero después de mediodía lo hizo sin cogulla»7. Y no volvió a vestir jamás el hábito de fraile. Desde aquel momento podía considerarse reducido al estado secular has­ ta en las más pequeñas apariencias exteriores. Vestiría quizá la capa, cuyo paño fino le había regalado Federico de Sajonia (misit mihi optimum pannum). Habíase sonreído el elector al enviarle la tela de lana, diciendo: «¡Cómo le caerá una capa española!» (a la moda introducida en Alemania por Carlos V) 8. 3 El 3 de junio 1525 ruega a Rühel que explique al elector, «dass ich immer noch gefürchtet, ich sei nicht tüchtig gnug dazu» (Briefw. III 522). 4 H . B o e h m e r , Luthers Ehe: LJ 7 (1925) 40-76 (p.69). N o fue aquel m atrim onio Liebesheirat, ni Geldheirat, ni Vernunftheirat. D ice Lutero que no quería conservar nada de su anterior vida papistica (Briefw. III 531). 5 F . H i p l e r , Nikolaus Kopernicus und Martin Luther (Braunsberg 1868) 72-73. 6 «N am et ego incipiam tándem etiam cucullum reiicere» (carta del 25 m ayo a Capitón: Briefw. III 299). 7 Cit. en Briefw. III 301. 8 Tischr. 4414 IV 303.

Catalina de Bora

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Es natural que algunos, viéndole convertido en un caballero como cual­ quier otro y en relaciones de familiaridad con jóvenes muchachas recién salidas del monasterio, empezasen a sospechar que pronto se casaría. Los ecos de tales m urmuraciones llegaron a sus oídos por medio de Spalatino, al cual le escribía el 30 de noviembre: «No me extraña que tales chismes corran acerca de m í... M as no sucederá que yo tome mujer, no porque sea insensible a los movimientos de la carne y del sexo, pues no soy de leño ni de piedra, sino porque mi corazón está muy apartado del matrimonio, ya que cualquier día puede alcanzarme la m uerte y el castigo que merecen los herejes» 9. Eran días de guerra, y Lutero tenía entonces miedo de los príncipes y de los campesinos, que por una razón o por otra podían darle la muerte. Antes de cinco meses, ya le rondaba la idea de su posible connubio, pues el 10 de abril de 1525 escribe a Spalatino: «¿Por qué tú no das el paso hacia el m atrim onio? Yo mismo, que con tantos argumentos urjo a los demás, casi me muevo a ello» 10. Su propósito de casarse antes de m orir lo anuncia por prim era vez en carta del 5 de mayo a Juan Rühel, el mismo día en que expiraba Federico de Sajonia J1. C atalina de B ora

El D r. M artín estaba ya por aquellos días pensando, aunque sin apasio­ namiento, en una mujer concreta que había de ser su esposa. Llamábase Catalina y había nacido en un lugar de Sajonia el 29 de enero de 1499, de pa­ dres nobles venidos a menos. Huérfana de madre, había entrado en el monas­ terio cisterciense de Nimbschen, junto a Grimma, donde hizo la profesión religiosa el 8 de octubre de 1515. La predicación luterana contra los votos monásticos se dejó sentir en aquel claustro como en tantos otros, suscitando dudas e inquietudes. U n grupo de aquellas monjas manifestó al doctor de W ittenberg su deseo de escapar del convento, y, no sabemos de qué manera, Lutero lo transm itió a Leonardo de Koppe, maduro y respetable ciudadano de Torgau, que solía sum inistrar el pescado, la cerveza y otros víveres a aque­ lla comunidad. Este, con otros dos torgavienses, se las arregló para que el 5 de abril, domingo de Pascua de 1523, al anochecer, doce monjas saliesen clandestinamente del convento; tres de ellas fueron recogidas por sus parien­ tes y las otras se dirigieron con Leonardo Koppe a W ittenberg. A quí Lutero aposentó a varias de ellas, no sin escándalo de ciertas gentes, en el propio «monasterio negro», donde él vivía casi solitario; a otras les buscó honesto hospedaje en casas de amigos, e im portunó a personajes de la corte para que las socorriesen con limosnas. De esas nueve apostatae moniales recordemos aquí los nombres de M agdalena de Staupitz, hermana del famoso vicario 9 «N on fiet, uxorem ut ducam, non quod carnem m eam aut sexum m eum non sentiam, cum ñeque lignum ñeque lapis sim; sed animus alienus est a coniugio, cum expectem quotidie mortem ct meritum hacretici supplicium » (Briefw. III 394). 10 fíricfw. U l 470. Seis días m ás tarde le dice: «sic misceor fem inis», que debe traducirse: «tan m etido estoy en asuntos de mujeres» (ibid., 475). l» tíriejw. III 482.

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general de los agustinos; Ave de Schönfeld, cuyos encantos quizá conmovie­ ron algún tanto al Reformador, y Catalina de Bora 12. Esta últim a halló alojamiento en casa del notario Felipe Reichenbach, se­ gún opinan Köstlin y Kroker, o en la del pintor Lucas Cranach, según piensa Böhm er 13. Desde el prim er momento se afanó Lutero por buscarles marido 14; no había mejor manera de procurarles un seguro y estable acomodo. No era asunto fácil, porque el casarse con una monja les impresionaba desagrada­ blemente aun a muchos que seguían el nuevo evangelio. Pero Catalina de Bora tropezó en seguida con un pretendiente, joven de veinticinco años, lla­ mado Jerónimo Baumgärtner, de rica familia norimbergense, de quien se enamoró tan vivamente, que, cuando el novio desapareció de W ittenberg sin decir a nadie una palabra, Catalina enfermó de dolor. Pasado más de un año, púsole L utero unas letras a Jerónimo, diciéndole: «Si quieres todavía a tu Catalina de Bora, date prisa antes que sea de otro que está a la mano; mas ella te ama aún» 13. Baumgärtner, obedeciendo a sus padres, rechazó la mano que se le ofrecía. El nuevo adorador de la monja era Gaspar Glatz, recientemente elegido párroco de Orlamunde; pero Catalina sentía una repugnancia invencible ha­ cia aquel hombre roñoso y avariento, y todos los esfuerzos de Lutero por unir aquellos dos corazones resultaron ineficaces. U n gran sentimiento de piedad abrigaba el Reformador hacia aquella ex monja de veintiséis años cumplidos, huérfana de padre y madre, y de la cual probablem ente no querían saber nada su madrastra y sus tres o cuatro her­ manos; pero la pobre y abandonada Catalina, que siempre fue algo soberbia y ambiciosa, no quería casarse con un cualquiera. Y un día de marzo de 1525, en que Nicolás de A m sdorf se hallaba de paso en W ittenberg, fue Catalina a visitarle, llevándole un encargo para Lutero: que le dijese al D r. M artín que ella no se casaría con Gaspar Glatz, pero que estaba dispuesta a contraer matrimonio con Lutero o con el mismo Amsdorf, si cualquiera de ellos la aceptaba por esposa 16. El canónigo Am sdorf—caso rarísimo—se mantuvo célibe toda su vida. Lutero se decidió por fin a matrimoniar. Chanceando con Spalatino el 16 de abril, le decía: «Tres novias (uxores) he tenido simultáneamente y tan fuer­ tem ente las amé, que dos de ellas se me han ido para casarse con otros; a la 12 «A d m e venerunt novem istae apostatae m oniales... Miseret m e illarum valde» (Briefw. III 54). D e Catalina escribió una erudita biografía E. K r o k e r , Katharina von Bora , Martin Lu­ thers Frau (Berlin 1959). 13 En octubre de 1523, Cristian II de Dinamarca, huésped de Cranach, regaló a Catalina un anillo de oro. Supone Böhm er que sería por algunos servicios dom ésticos de aquélla, lo cual sig­ nificaría que vivían en la misma casa. J. Paquier sospecha, m aliciosam ente, tratos m ás íntim os con el rey destronado. 14 «Lutero, casamentero»: con este título se podría escribir todo un libro; tantos son los casa­ m ientos, no só lo de monjas exclaustradas y de sacerdotes y frailes fugitivos, sino de otros m uchos am igos o secuaces, que él fom entaba con sus exhortaciones y arreglaba con sus negociaciones. Innumerables casos aparecen en sus cartas de 1523-25. R econcilia a cónyuges disidentes, inter­ viene en procesos de im potencia y divorcio, resuelve las dificultades teóricas y prácticas de los que le piden consejo com o a suprema autoridad. Y luego le gusta asistir a las bodas. 15 Briefw. III 358. 16 «Venit Catharina ad N icolaum A m sdorfum ... Vellet Lutherus, vellet Amsdorfius, se paratam cum alterutro honestum inire matrimonium; cum D . G lacio nullo m odo» (A. S c u l t e t u s , Annalium evangelii decas prima [Heidelberg 1618] 274).

Las bodas, casi en secreto

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tercera la tengo apenas con el brazo izquierdo, y quizá me la quitarán pron­ to» 17. La prim era era Ave de Schónfeld, que se casó con el médico Basilio A x t 18; la segunda, quizá otra de las monjas de Nimbschen, o bien una joven de Magdeburgo, Ave Alem ann 19; y la tercera sería Catalina de Bora. L as bodas, casi en secreto

Cuando en los últimos días de abril de 1525 visitó de paso a sus familia­ res de Mansfeld, parece que su padre, Hans Luther, le mostró deseos de verle casado y con hijos. Desde entonces, ya no vaciló en tom ar a Catalina por esposa 20. Y como corrían maliciosos rumores sobre la excesiva intim idad de los novios—Erasmo comunicó en una carta que la monja ya no era «vestal», pero luego se retractó—, decidieron ambos casarse precipitadamente, sin avisar más que a unos pocos íntimos y de plena confianza. Ni siquiera a M elanthon, tan querido del Reformador, le dijeron una palabra, sin duda porque sabían que no aprobaría el hecho. La ceremonia tuvo lugar en la casa del novio, es decir, en el «monasterio negro» de W ittenberg, cedido en usufructo y más tarde en propiedad por el príncipe elector 21. No estaba la sala tan pulcramente aderezada como le hu!7 Briefw. III 475. 18 D ecía en 1537: «Si ante 14 annos voluissem uxorem ducere, tune Basilii uxorem, A ve de Schónfeld, elegissem. M eam nunquam amavi; semper eam habui suspectam superbiae, sicut est; sed D eu s ita voluit, ut derelictae misericordiam praestarem. Et felicissimum m ihi contigít coniugium, D eí gratia» (Tischr. 4786 IV 503). 19 N o hay m ás fundam ento para esta hipótesis que la frase humorística de Lutero a Am sdorf, párroco de Magdeburgo: «Fam a hic m ulta fuit, te duxisse Salutem illam Alem annam , sponsam meam (Briefw. IV 3). 20 Carta de principios de junio a Rühel: «Ihm (dem Teufel) zum Trotz, will ich m eine K ate noch zur Ehe nehmen, ehe denn ich sterbe» (Briefw. III 482). El 3 de junio está dispuesto a ace­ lerar la fecha de las bodas para animar con su ejemplo al arzobispo Alberto de M aguncia (Briefw. III 522), a quien acaba de escribir exhortándolo a casarse y secularizar sus dom inios, com o lo ha­ bía hecho su primo el gran maestre de la Orden Teutónica (W A 18,408-11). El m aguntino, que tal vez pensó en secularizarse cuando se hallaba en peligro por el avance de los cam pesinos, se afir­ m ó en sus posiciones católicas al salir triunfante de la guerra. Pero n o deja de ser chocante que este cardenal-arzobispo y elector del Im perio se permitiera en las bodas de Lutero hacerle un presente de 20 ducados, que Martín rechazó con desprecio, pero que Catalina no lo dejó escapar (cf. nt.32). En 1533 decía Lutero que ya no tenía esperanza de la conversión de este príncipe astu­ to e hipócrita, el más bribón de todos los bribones, fuera de N erón y Calígula. Antes creería en la conversión de Pilatos, H erodes o D iocleciano. 21 La propiedad del «m onasterio negro» con su jardín y dependencias debió de concedérsela a Lutero el príncipe Federico el Sabio; se la ratificó Juan de Sajonia en 1532 y Juan Federico en 1536. El m onasterio, ahora hogar dom éstico del Reform ador, se alzaba en la extremidad orien­ tal de la calle de los C olegios (Kollegienstrasse) , pavimentada en 1529, y m uy cerca de la «puerta de Elster». Entrábase por un gran portón, que Lutero y su mujer adornaron con piedra bien la­ brada en 1539; tenía tres pisos, un espacioso refectorium y numerosas celdas; a derecha e izquier­ da se veía, de una parte, lo que fue capilla de los frailes, y de la otra, un establo para el ganado. En una carta de noviem bre de 1527 habla L. de una magna aula, que es la suya; de un hibernáculo, donde ha colocado temporalmente a la enferma Margarita de Mochau; de un hypocausto, donde está Juanito enfermo, y otro donde está la mujer de Agustín Schurf (Briefw. IV 280). La parte trasera del edificio, con una especie de torre adosada al m uro, daba hacia el jardín (Klostergarten), el cual estaba lim itado al sur por la muralla de la ciudad. La antigua celda de Lutero, en el segundo piso, abría su ventana sobre este jardín, en el que el dueño cultivaba coles, calabazas, rábanos y otras hortalizas para la mesa familiar, además de variadas flores. A l oeste de la casa estaba la cervecería, la antigua Brauhaus del convento, cuya cerveza era elaborada por Catalina con malta que le regalaba el elector. Lutero mejoró la casa con nuevas edificaciones: el cuarto de baño, la bodega, que se hundió en 1532 y tuvo que reconstruirla; el establo para caballos, vacas y cerdos y una fuente en el jardín. H izo además algunas compras de importancia; v.gr., un exten­ so huerto fuera de las murallas, con piscina llena de sabrosos peces, y una finca rural en Zülsdorf (H . S t e i n , Geschichte des Luthershauses [Wittenberg 1883]; J. K . S e i d e m a n n , Luthers Grund.besitze: ZH T 30 [1860] 475-570). D ocum entos relativos a compras, ventas, gastos, etc., de Lutero se hallan en Briefw. IX 579-86; XII 402-27.

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biera gustado a Catalina; pero ahora no se trataba sino de lo esencial, de dar el m utuo sí, uniéndose legalmente en matrimonio delante de testigos. La fiesta pública se celebraría algunos días más tarde. Conocemos los nombres de los cinco que asistieron a las bodas el día 13 de junio, martes, por la tarde. Nos los ha transm itido A m sdorf en una carta que escribió al día siguiente por la mañana a Spalatino. Dice así: «Nues­ tro Lutero tomó por mujer a Catalina de Bora. Ayer estuve presente al acto y vi al esposo tendido en el tálamo. Al contemplar tal espectáculo, no pude contener las lágrimas; ignoro qué sentimiento agitaba mi alm a... Admirable es Dios en sus designios y en sus obras... Hoy ha preparado un ligero alm uer­ zo (prandiolum) y otro día celebrará la fiesta nupcial, a la que tú tam bién asistirás... Ayer estuvimos presentes el pintor Lucas (Cranach) con su mujer (Bárbara), el D r. Apel, Pomerano (Juan Bugenhagen) y yo; Felipe (Melanthon) no asistió» 22. El Dr. Juan Apel, profesor de derecho en W ittenberg, había sido canó­ nigo de W ürzburgo y estaba tam bién casado con una monja. Bugenhagen, como rector de la parroquia, sería el que pidió a uno y otro cónyuge el con­ sentimiento. La segunda parte del rito nupcial descrito por A m sdorf era el Beilager, y consistía en que los dos esposos yacían juntos en el tálamo delante de los testigos y, después que uno de los presentes le descalzaba un pie al marido, el párroco les daba la bendición 23. A unque ya podían decirse M artín y Catalina legítimamente casados, es probable que todavía viviesen separados hasta la celebración pública y so­ lemne de las bodas, que tuvo lugar dos semanas más tarde. El matrimonio de Lutero había sido privado, mas no clandestino. Es de advertir que entonces aun los matrimonios clandestinos, sin testigos, eran tenidos por legítimos y válidos, opinión no compartida por el D r. M artín, quien pensaba que el esta­ do de matrimonio es un estado público, perteneciente a la vida civil, y, por tanto, se ha de entrar en él públicamente. Con objeto, pues, de que nadie dijese que él había contraído un m atrimonio secreto, quiso hacerlo público ante la comunidad de W ittenberg dos semanas más tarde. E l b an q u ete nupcial

En seguida empieza a pasar invitaciones. A sus amigos de M ansfeld —Juan Rühel, Juan T h ü r y Gaspar M üller—les avisa que se ha casado apre­ suradamente y que el 27 de junio se tendrá la fiesta y la conducción de la 22 Der Briefwechsel des Justas Joñas I 94. 23 A sí lo hizo el D . M artín en el casamiento de uno de sus am igos en febrero de 1538 (Tischr. 3755 III 593). A . Franz (Die kirchlichen Benediktionen im Mittelalter, Freiburg i. B. 1909) nos ofrece diversas fórmulas de la benedictio thalami según el uso medieval; escogem os ésta, de un m isal alemán del siglo XV: « N octe vero sequenti, cum sponsus et sponsa ad lectum pervenerint, accedat sacerdos et benedicat thalam um dicens: Benedic, D om ine, thalam um istum et om nes habitantes in eo, ut in tua pace consistant et in tua volúntate permaneant et in am ore tuo vivant et senescant et m ultiplicentur in longitudinem dierum. D einde fiat benedictio super eos in lecto, tantum cum Oremus.— Benedicat D eus corpora vestra, etc.— H is peractis, aspergat eos aqua benedicta et sic discedat et dimittat eos in pace». (A. F r a n z , II 182). ¿Por qué en 1525 procedieron los de Wittenberg con tanto apresuramiento? Lo explica Bu­ genhagen en carta del 16 de junio a Spalatino: «M aligna fam a effecit, ut D . Martinus insperato fieret coniunx. P ost aliquot tamen dies publica solemnitate duximus istas sacras nuptias etiam coram m undo venerandas» (Dr. Johannes Bugenhagens Briefwechsel 32).

El banquete nupcial

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esposa a la propia casa (Heimfahrt ) , para la cual quedan invitados cordial' mente; «vendrán tam bién mis queridos padre y madre» 24. «Les he tapado la boca a los que me infamaban con Catalina de Bora»__es­ cribe a Spalatino— ; «al convite conviene no sólo que asistas, sino que contri' buyas trayendo algún venado, si fuere necesario» 25. «Ya sabes lo que me ha sucedido, que me he enredado en las trenzas de mi Catalina», bromea con L. Koppe, y le invita al banquete 26. Y a su antiguo hermano en religión W enceslao Link, ahora predicador en Altemburg, casado dos años antes: «De pronto y cuando yo pensaba en otras cosas, el Señor me lanzó extrañamente el matrimonio con la monja Catalina de Bora. D aré el banquete, si puedo, el martes después de San JuanN o te preocupes por los gastos; de acuerdo con mi señora, te absuelvo del regalo de la copa» 27. Im portantes son las palabras que el 21 de junio escribe a Amsdorf: «Cier­ ta es la noticia de mi apresurado matrimonio con Catalina... Así Dios lo qui­ so y lo hizo. Porque yo quiero bien a mi esposa, aunque no siento hacia ella un amor apasionado y ardiente. El próximo martes daré un banquete, hacien­ do público mi matrimonio, al que asistirán mis padres (parentes). Quiero que tú asistas a todo trance» 28. Y, en fin, dos días antes de la fiesta, vuelve a rogarle a Spalatino, que in­ dudablem ente se hallaba cerca de W ittenberg, quizá en Torgau con el prín­ cipe elector: «El martes exactamente será el día del convite, de manera que en el al­ muerzo de ese día se tendrá el mayor y principal banquete (summum et princi­ póle convivium). A fin de que el venado no llegue con retraso, haz que ma­ ñana por la tarde esté aquí puntual... Quiero term inar en sólo un día la fiesta para los huéspedes vulgares» 29. No sabemos por qué motivo le fue imposible a Spalatino venir al banque­ te nupcial, pero no dejaría de enviar—según costumbre en casos semejantes— algún ciervo o rebeco de los que cazaban en abundancia los m onteros del príncipe. Según la costumbre del país, el matrimonio contraído en casa solía ser bendecido en la parroquia. ¿Ocurrió así en este caso? Enrique Bóhmer, si­ guiendo a Kóstlin, lo da por seguro, y opina que el martes 27 de junio por la mañana, a eso de las diez, M artín y Catalina (probablemente separados) se dirigieron con la comitiva nupcial por la calle de los Colegios (Collegienstrasse) hasta la parroquia, entre el repique de las campanas y al son de los instrum entos músicos 30. Como la liturgia luterana no estaba aún establecida, ignoramos en qué 24 Briefw. III 531; carta del 15 de junio. 25 Briefw. III 533; carta del 16 de junio. Tam bién al m ayordom o de palacio, H ans von D olzig, le invita a contribuir m it eim Wildbret (ibid., 538); pero éste no debió de asistir, porque consta que el 27 de junio estaba ausente de Wittenberg. 26 Briefw. III 534. 27 Briefw. III 537. 28 «Vera est itaque fama, me esse cum Catharina copulatum , antequam ora cogerer audire tumultuosa in m e..., simul ut confirmem facto quae d ocu i... Ego nec am o nec aestuo, sed diligo uxorem» (Briefw. III 541). 2« Briefw. til 543. 30 H. BoiliMtR, I.uthers F.he: LJ 7 (1525 )67

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consistió aquella ceremonia, si es que realmente se celebró; quizá en la lec­ tura del capítulo segundo del Génesis y algunas oraciones 31. A eso de las once de la mañana tuvo lugar en el «monasterio negro», casa de los nuevos esposos, el summum et principale convivium, en el que alegre^ m ente participaron Hans L uther y su m ujer con otros parientes, los amigos de Mansfeld, los más íntimos de W ittenberg, empezando por Bugenhagen, J. Joñas, M elanthon y Cranach, y, sin duda, Amsdorf, que vino de M agdeburgo; W . Link de Altem burg, antiguo prior de aquel monasterio mientras Fr. M artín era subprior; Leonardo Koppe de Torgau, el que secuestró a las monjas de Nimbschen, etc. Todos ofrecerían a los novios o esposos algún regalo: una moneda de oro, una copa de plata, algún postre o bebida, alguna prenda o alhaja. El A yunta­ miento, del que era miembro Cranach, les ofreció, por medio del célebre artista, cierta cantidad (6 Kannen) de vino de Franconia para el prandiolum del día 14 y una cubeta de cerveza de Einbeck para el convite solemne, con 20 gúldenes por añadidura. Sabemos que de escanciador hacía Juan Pfister, estudiante universitario, que antes había sido monje agustino en Nüremberg. Spalatino les envió un «portuguez», moneda de oro portuguesa, del valor de 10 cruzados o 4.000 reis. Por aquellos mismos días debió de llegarles el generoso regalo del elector Juan de Sajonia, consistente en 100 florines de oro 32. Dícese que la Facultad teológica de W ittenberg donó en esta ocasión al más ilustre de sus profesores un panzudo cáliz de plata dorada, alto casi m e­ dio metro, que actualmente posee la Universidad de Greiswald; pero hay quien lo pone muy en duda, porque la inscripción que lleva es del siglo xvn 33. M u rm u racio n es. C a rta d e M elan th o n

A la verdad, el D r. M artín no escogió para casarse el momento más opor­ tuno. La escena idílica de unas bodas resalta de un modo casi sarcástico so­ bre el fondo roji*zo y tempestuoso de la hecatombe campesina de aquel año. Que un satírico como Erasmo se riese de que la tragedia luterana acabase en bodas, como cualquier pieza cómica 34, o que un teólogo católico de L eip­ zig, como Jerónimo Dungersheim, reprochase ásperamente al Reformador su flaqueza carnal y su olvido del carácter sacerdotal 3S, no era como para 31 El formulario im puesto posteriormente por Lutero a su Iglesia, en W A 30,3 p .76-77.

32 Añádase la donación de 20 florines de oro hecha por el cardenal Alberto de M aguncia m ediante el D r. Rühel: «Er schickte mir anno 1525 durch einen D octor zwanzig G oldgülden und liess sie meiner K äthen geben; aber ich wollts nicht haben» (Tischr. 3038 III 154). M as Catalina no los soltó. 33 B o e h m e r ,

Luthers Ehe

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34 En carta del 24 de diciembre de 1525: «Solent com ici tumultus fere in matrimonium exire... Similem exitum habitura videtur Lutherana tragedia. D uxit uxorem, m onachus m onacham » ( A l l e n , Opus epist. VI 239-40). 35 Las palabras de Dungersheim en G r i s a r , Luther I 480-81 y antes 446-47. También C o d eo estigm atiza, com o era de prever, el m atrim onio del fraile con la m onja, y cita unos versos goliar­ descos de Jerónimo Emser: «His magistrís licet nobis omne nefas, licet probis omnibus obstrepere. Cum iubilo.

I cuculla, vale cappa, vale Prior, Custos, A bba, cum obedientia. Cum iubilo.

A t Priapum Lampsacenum veneramur et Sylenum, Bacchumque cum Venere. Cum iubilo.

Ite vota, preces, horae, vale tim or cum pudore, vale conscientia. Cum iubilo», etc. (Commetti. 118).

Murmuraciones. Carta de M elanthon

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sorprender a nadie; pero que dentro del círculo de los luteranos hubiese quien torciese el hocico y mormullase en voz baja, escandalizado de que el fraile, venerado por su espíritu evangélico, se casase prosaicamente con una monja escapada del convento, era cosa digna de ser considerada seriamente 36. Lo grave fue que el amigo más querido y estimado de Lutero, el joven y docto Felipe M elanthon, tan respetuoso y devoto de su maestro, se atrevie­ se a desaprobar el hecho, aunque sólo fuese en el seno de la intim idad y bajo el tupido velo de la lengua griega. M erece leerse la carta que el 16 de junio de 1525, tres días después de las bodas del Reformador, dirigió sigilosamen­ te a su fidelísimo amigo Joaquín Camerarius. Traducida literalmente del griego, dice así: «¡Salud! Puesto que han de llegar hasta vosotros hablillas discrepantes sobre el casamiento de Lutero, parecióme bien comunicarte lo que pienso sobre ello. El 13 de junio inesperadamente se casó Lutero con la de Bora, sin que a ninguno de los amigos avisase previamente del hecho. Pero al atarde­ cer, habiendo invitado a cenar al Pomerano y a Lucas el pintor y a Apel, hizo ante ellos solos las ceremonias acostumbradas. T e maravillarás de que en estos calamitosos tiempos, cuando en todas partes hombres honrados y vir­ tuosos sufren tribulaciones, éste no tenga de ellos compasión, antes, según parece, prefiera vivir muellemente y menoscabe su reputación cuando Ale­ mania tiene más necesidad de su juicio y de su autoridad. Yo opino que las cosas sucedieron de esta manera: siendo él un hom bre afabilísimo, las m on­ jas, que con toda habilidad lo asediaban, lo han cautivado. Quizá el mucho trato con las monjas ha ablandado y encendido su corazón, aunque es gene­ roso y magnánimo. Este parece ser el modo como llegó a tan inoportuno cam­ bio de vida. Los rum ores de que antes la violó son claramente falsos... »Yo, como veo a Lutero triste y angustiado con este cambio de vida, pro­ curo con toda solicitud y con reflexiones animarle, ya que lo que hizo no me parece digno de reproche o injustificable. Tengo, además, argumentos de su piedad que no perm iten sentenciar contra él. Ahora, pues, yo le rogaría que se humillase en vez de engreírse y ensalzarse, porque esto es peligroso no solamente para los constituidos en dignidad sacerdotal, sino para todos los hombres; pues la prosperidad es origen del malévolo sentir, no sólo, como dice el Orador, para los insensatos, sino tam bién para los sabios. A más de esto, yo espero que tal estado de vida le hará más grave, de suerte que deje a un lado las bufonadas que muchas veces le hemos reprochado... »Te escribo largamente de estas cosas para que no te turbes mucho con este increíble suceso, porque sé que te preocupas del honor de Lutero, y estarás triste de que ahora se menoscabe. T e exhorto, pues, a llevar esto con calma, pues en la Sagrada Escritura se lee que es vida honesta el matrimonio, y es verosímil que uno se sienta verdaderamente forzado a casarse. Dios nos ha mostrado muchos deslices de los antiguos santos, porque quiere que nosotros, estudiando su divina palabra, no tomemos por consejero el prestigio o la apa­ riencia externa de los hombres, sino solamente su palabra. Por otra parte, se 36 E l 17 de junio se quejaba Lutero de que «vehementer irritantur sapientes etiam ínter n ostros» (Brlefw. III 535).

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m uestra impiísimo quien, por los deslices del maestro, condena su doctrina... Vale feliciter. Postridie Corporis C hristi...— Filippos» 37. Esta carta no estaba destinada a la publicidad. M elanthon confidencial­ mente comunica a su amigo la pena que le ha causado el matrimonio del R e­ formador con una monja, y en días de guerra y luto para Alemania. Se da cuenta de que al «héroe de la Reforma» se le ha caído la aureola de espirituali­ dad evangélica, convirtiéndose en un vulgar padre de familia, y, al consolar a su amigo, trata de consolarse a sí mismo. El gran filólogo era un adorador del teólogo de W ittenberg, y siguió siéndolo en adelante, gozando siempre de su amistad y frecuentando continuamente el hogar de M artín y Catalina. Eran muchos los que se extrañaban de ver al fraile austero convertido en cónyuge solícito y amoroso; y era el mismo Lutero el que durante los primeros meses de m atrimonio sentía cosas raras, que en su vida de célibe no había ex­ perimentado. En una de sus charlas de sobremesa decía: «El prim er año de matrimonio se tiene una extraña sensación. Sentado a la mesa, piensa uno: A n­ tes comía solo, ahora estoy acompañado; al despertarse en la cama, ve junto a sí un par de trenzas, que antes no veía. Luego traen las mujeres al marido, por ocupado que esté, muchas cuestiones fútiles, como mi Catalina, que, cuando yo me ponía a estudiar seriamente, venía a sentarse a mi lado, y, m ientras ella hilaba, me interrogaba: 'Señor doctor, el gran maestre ( de la Orden Teutónica), ¿es hermano del margrave’ ( de Brandeburgo) ?» 38 ¿Y el alboroto de la casa ? Cuando aquello era monasterio y estaba habitado por más de 40 frailes, reina­ ba el silencio, propicio a la oración. Pero ahora el rum or y estrépito de las visi­ tantes y de los huéspedes más o menos estables y el lloriqueo de los niños, que no tardó en venir, si le alegraban la vida, tam bién le perturbaban el estudio. U n m atrim o n io feliz

De aquellas bodas precipitadas, y en las que no intervino el tierno enamo­ ramiento de los contrayentes, resultó un matrimonio sereno, tranquilo, con amor de brasa, ya que no de llama, fundado psicológicamente en el feliz aco­ plam iento de los caracteres y en la recíproca necesidad. Lutero, desordenado y mal dotado para la economía, necesitaba de una m ujer que le arreglase los vestidos, le hiciese la cama, le barriese el suelo y le limpiase los muebles; le hiciese las compras y los pagos, le cuidase las rosas y lirios del jardín y aun los cerdos del cochitril. Para todo ello se pintaba sola la hacendosa, economizadora, un poco mandona y presuntuosa Catalina. Ella cultivaba la huerta, hacía la cocina y elaboraba la cerveza. «Antes de contraer m atrimonio solía tener la cama sin hacer durante un año entero, hasta pudrirse con el sudor. Pero decía: Estoy cansado y extenuado 37 El texto griego, con reproducción fotográfica del ms. original, que se conserva en la Bibl. Chigi, de R om a, puede verse en «D er K atholik» 21 (1900) 385-97 con notas críticas de P. A . Kirsch. Y en G r i s a r , Luther I 472-73. A l publicar Camerarius algunas cartas de su am igo M elanthon, publicó también ésta, pero con om isiones y alteraciones por respeto al Reform ador. Ese texto fal­ seado fue recogido por la edición del Corpus Reformatorum. El auténtico se conoce desde que lo dio a conocer A . v. Drussel en «Sitzungsb. Bayr. Akad. phil.-hist.» (M unich 1876). 38 Supongo que el margrave a quien alude Catalina es Alberto de Brandeburgo, y entonces la pregunta resulta cóm ica, porque es la m ism a persona que el gran maestre de la Orden Teutó­ nica; pero también podría aludir al margrave Jorge de Brandeburgo, que, en efecto, era herm ano del gran maestre (Tischr. 3178 III 211).

Un m atrimonio fe liz

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por el trabajo del día, y así me tum bo tranquilo en la cama» 39. Desde 1525, ya tenía quien se la aderezase y le cambiase las sábanas a su debido tiempo. N o se cansaba de dar gracias a Dios por la buena m ujer que le había caído en suerte, aunque ciertamente no representase el ideal femenino y parlotease más de la cuenta. N uestro matrimonio es felicísimo, decía. «Yo quiero bien a mi Catalina, y sé que la amo más que a mí mismo, pues prefiero m orir a que perezca ella con los hijos. Más fuerte aún debería ser el amor a Cristo, que con su sangre me libró de la potestad del diablo; pero, ¡ay!, Non intres in iudicium», etc. 40. A fines de 1531 decía: «Yo estoy muy agobiado. Cuatro tareas me ocupan, cada una de las cuales requiere el hom bre entero: tengo que pre­ dicar en público cuatro veces por semana y tener dos lecciones, entender en las causas matrimoniales, escribir cartas y escribir libros. Pero Dios proveyó bien, dándome una m ujer que cuida de los asuntos domésticos» 41. «Es una gracia inmensa el tener por compañera una mujer con quien pue­ das comunicar tus secretos y procrear hijos... Ketha, tú tienes un marido pia­ doso que te ama; tú eres una emperatriz. Reconócelo y da gracias a Dios» 42. Era la em peratriz del pequeño imperio de aquella casa, en donde ella m an­ daba y daba órdenes no sólo al marido y a los hijos, sino a los muchos huéspe­ des que allí vivían establemente. Era de carácter más bien fuerte que blando y en las charlas de sobremesa con estudiantes y personas doctas le gustaba echar su cuarto a espadas, e incluso latinear alguna vez. «Yo soy rico—decía M artín en abril de 1532— . M i Dios me ha dado una monja y tres niñitos» 43. «Soy más rico que todos los teólogos papistas del m un­ do entero, pues me contento con lo que poseo. Y tengo del matrimonio tres hijos, que ningún teólogo papista tiene» 44. No es extraño que de sus labios brotase esta oración: «Amado Padre celestial, porque tú me has dado el honor y oficio paterno y has querido que yo sea llamado y venerado como tal, bendíceme y otórgame gracia para que yo gobierne y sustente cristianamente y conforme a tu divina voluntad a mi mujer y a mis hijos y familia. Dame prudencia y fuerza para gobernarlos y educarlos bien; dales tam bién a ellos buen corazón y buena vo­ luntad para seguir tu doctrina y ser obedientes. Amén» 45. «Nadie puede estim ar bastante este don y la grandeza del m atrimonio or­ denado por Dios, por el cual se propaga toda la posteridad en el mundo» 46. «Me ha tocado un felicísimo matrimonio por la gracia de Dios. Tengo una mujer fiel, según las palabras de Salomón: Confidit in eam cor viri sui. Ella no me traiciona. ¡Ah, Señor Dios m ío ! El matrimonio no es una cosa puram ente 39 «A nte ductam uxorem lectum habuit non stratum per integrum annum, qui sudore com putruit. Ipse dixit: Ich war m ued und arbeit m ich den Tag ab, und still also inns Betthe» (Tischr. 5117 IV 670). 40 Tischr. 1563 II 135. 41 Tischr. 154 I 73. 42 « D u bist ain K eyserin» (Tischr. 1110 I 554). En m uchas cartas la denom ina «el señor K etha», «mi señor K etha» (dominus Ketha). 43 Tischr. 1457 II 104. “4 Tischr. 2579 II 530. 45 Tischr. 6927 VI 274. 46 Tischr. 974 I 492. Pero en 1538 dirá: A ntes morir que contraer segundas nupcias aunque m e ofrezcan una reina: «Expertus malitiam m undi, etiamsi m ihi regina offerretur p ost m eam K etham , m alim m ori, quam denuo fieri m aritus» (Briefw. V III 278).

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Esposo y padre de familia. Las « charlas de sobremesa »

material y física, sino que es un don de Dios, una vida dulcísima; más aún, castísima por encima de todo celibato. Pero, cuando cae mal, es un infierno»47. A su Catalina le da cariñosamente el nom bre abreviado de Ketha, Kethe o Kette, que en alemán significa cadena; por eso, jugando con la palabra, dice: «Estoy atado y cogido por mi Cadena» (Kette), y sigue traveseando con el ape­ llido Bora o Bore, al que le da el significado de Bahre, que en alemán es lo mismo que ataúd: «Yazgo sobre mi ataúd, m uerto al m undo»48. Cuando en 1526 Lucas Cranach hizo el retrato de Catalina de Bora, su marido M artín lo colgó en la pared del comedor, donde continuam ente lo contemplaba 49. R e m e n d a n d o sus calzones

Como Lutero no abundaba en riquezas, ni tenía afición al dinero, ni sabía adm inistrarlo debidamente, dejaba que en todo lo relativo a la economía do­ méstica mandase Catalina como soberana y emperatriz. «Mi mujer puede persuadirm e cuanto le place, porque ella sola tiene todo el dominio en sus manos. Gustoso le concedo todo el dominio de la economía, pero deseo que mi derecho quede salvo e íntegro. El régimen m ujeril nunca ha dado buen resultado» 50. Pero, tratándose de Catalina, «yo no puedo resistir ni a sus ruegos ni a sus lágrimas» 51. «Yo soy el amo inferior, ella el superior; yo soy Aarón, ella es mi M oisés»52. Escribiendo a los amigos, les envía a veces «saludos de mi señor Ketha». A veces echaba M artín una mirada al balance o registro de las cuentas, y se asustaba. «Mi economía es admirable, porque consumo más de lo que alcanzan mis rentas. Cada año se me van 500 gúldenes en la cocina, por no hablar de las otras cosas». «En carne, 300 florines; 200 en cerveza y 50 en pan» 53. La confianza en Dios le tranquilizaba: «Se ha quejado mi m ujer de que ya no nos quedan más que tres vasijas de cerveza; le respondí que no sufriremos daño mientras el paterfamilias sea Dios, que de tres puede hacer cuatro» 54. Por su parte, el «señor Doctor»—así lo llamaba respetuosamente Catalina— , además de los honorarios de profesor de Sagrada Escritura en la Universidad y de las donaciones que de cuando en cuando recibía del príncipe, aportaba a la economía familiar el trabajo de sus manos, plantando y podando árboles 47 Tischr. 4786 IV 503-504. 48 «Katherin oder K ethen» (W A 51,220). El 22 de julio a W . Link: «Ich bin an Ketten gebunden . Salutat autem te tuamque Catenam m ea Catena » (Briefw. III 549). 49 Tischr. 3528 III 378; 5261 V 35. A juzgar por el retrato que le hizo Cranach, no era Cata­ lina a los veintisiete años dem asiado bella; tenia póm ulos m uy salientes y ojos p oco expresivos. N o podem os apreciar bien su cabellera, que, a juicio de Lutero, «est egregium spectaculum et form a óptim a m ulierum » (Tischr. 6101 V 488). 50 «M ulierum dominium nihil boni a condito m undo effecit» (Tischr. 1046 I 528). 51 Lo decía Lutero respondiendo a quien le preguntaba por qué había condescendido con el capricho de su mujer, gastando dinero en comprar un huerto (abril 1532) (Tischr. 1995 II 290). 52 Tischr. 4910 IV 576. Pero alguna vez que Catalina quiso im poner su voluntad, Lutero se cuadró y «com m otus D octor dixit illi... N o lo ferre imperium tuum » (Tischr. 1046 I 528). 53 Tischr. 2835 III 13; 5660 V 291. El florín valía com o el gulden, poco m ás o menos; el gulden equivalía a 21 groschen; el grosche (o sueldo) era el jornal ínfim o de un obrero (W A 31,1 p.439). 54 Tischr. 2502 II 495.

Juanito, el primer hijo

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en el antiguo jardín, que caía en la parte posterior del convento, junto a la m uralla de la ciudad; pescando pececillos en el estanque de un espacioso huer­ to que por voluntad de Catalina había comprado junto a la carretera de Zahna, y tam bién—cosa que no era entonces tan extraña como en nuestros días— zurciendo o remendando sus propios pantalones; sólo que alguna vez aquel sastre hacía desastres, como un día en que «su m ujer le acusó de que para re­ m endar sus propios calzones había descosido los calzones nuevecitos de su hijo. A lo que él respondió: 'U n buen remendón tiene que disponer de muchos cue­ ros que pespuntar’ (viel Flickeleders). ‘Rara vez me caen bien los pantalones; por eso, me es preciso tener varios a escoger’. Y añadió que los dos electores, Federico y Juan, se cosían a sí mismos los calzones» 55. Así vivía feliz y tranquilo, libre de sus antiguas tentaciones juveniles, en el mismo convento en que había sido fraile observante bajo la regla de San A gustín y en la misma celda en que había sido algunos años subprior y había escrito sus primeras invectivas contra las indulgencias y contra el papado 56. U n día de 1538 en que vinieron a su casa dos franceses, recién llegados de Italia, que no querían volverse a su patria sin ver con sus propios ojos al famo­ so Reformador, éste les dijo: «Aquí veis mi reino pobrísimo, y a mí, que sigo como un monje en el monasterio, pero con unos frailes muy extraños, que son mi mujer y mis hijos» 57. Juanito, el p rim e r hijo

Conocemos bien los nombres y las fechas de nacimiento y m uerte de seis hijos de aquel matrimonio, tres varones y tres hembras 58. El 7 de junio de 1526 se alegró aquel hogar con las sonrisas del prim er hijo, que fue bautizado el mismo día, y se le impuso el nom bre de Juan (Hans), porque Juan Bugenhagen fue su padrino, y probablemente tam bién en honor del abuelo. Lutero se apresuró a comunicar a los amigos la alegre noticia. Se sentía infinitamente feliz con su Juanito (Hänschen, Iohannellus), su Lutercito (Iohannem Lutherculurn). Daba gracias a Dios por este don, y, al invitar a Spalatino, le pregunta­ ba: « ¿Cuándo vendrás a ver los antiguos m onumentos de nuestra familiaridad y amistad ? He plantado un huerto, he construido una fuente; todo ha quedado muy bien. Ven y te pondré coronas de lirios y rosas» 59. ¡Qué alegría la de aquel padre, bien pasado de la cuarentena, cuando a los seis meses su niño Juanito echó el prim er diente y empezó a llamar a su padre «tatá» (incipit tattare), o cuando intentaba dar por sí solo los prim eros pasos, 55 «D ie H osen geratten mir seiden recht» (Tischr. 4531 IV 365). 56 Aquella celda ha desaparecido, com o lo temía Lutero cuando en 1532 veía las obras de

dem olición y de restauración edilicia emprendidas por el príncipe: «Lebe ich noch ein Jar, sso mus m ein armes Stublein hinweg, daraus ich doc das Bapstumb gesturmet habe, propter quam cau­ sam dignum esset perpetua m em oria» (Tischr. 2540 II 509). 57 Tischr. 3991 IV 60-61. 58 Veit Dietrich anotaba: «A nno 25 in seditione rusticorum duxit uxorem, 12 iunii. A nno 26 natus est ei primogenitus Iohannes Luther, 7 iunii. A nno [27] Elisabetha. A n n o 29 nata est filia Magdalena. A nno 31 natus est filius Martinus, 9 novembris. [Anno 33] Paulus. [A nno 34] M ar­ garita » (Tischr. 1101 I 551). Sobre la descendencia de Lutero hasta nuestros tiem pos, J o h a n n L u t h e r , Die Nachkommenschaft Martin Luthers: LJ 7 (1925) 123-40; M . C l a s s e n , Das neue Luther-Nachkommenschaft. 1525-1960 (Limburgo 1960). w «Felici m arito, qui ex optim a uxore et muliere gratissima filiolum Iohannem Lutherculum, D eo benedicente, recepì, paterque factus sum mira D ei gratia... H ortum piantavi, fontem aedificabi, ut mimine satis leiiciter. Veni et coronaberis liliis et rosis» (Briefw. IV 89). N acid o Juanito u las dos ile l i tarde, lue bautizado dos horas después por el diácono Jorge Rörer.

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o cuando se pavoneaba graciosamente con una camisilla nueva ( mire s u p e r b it Iohannillus). Eran noticias que comunicaba por escrito a los amigos, como si tuvieran la misma importancia que los grandes acontecimientos de la época. Conservamos una carta deliciosa que M artín escribió a su primogénito cuando éste cumplió los cuatro años. Está datada el 19 de junio de 153 ° en la fortaleza de Coburgo, y merece copiarse toda, porque refleja nítidamente, como un espejo, el alma poética y el corazón paternal de quien la escribió. Dice así: «A mi queridísimo Juanito (Hensichen) Lutero, en W ittenberg. ¡Gracia y paz en Cristo! Veo con agrado, mi queridísimo hijo, que estudias bien y oras con fervor. Sigue haciéndolo así, hijo mío. Cuando yo vuelva a casa, te traeré un precioso regalo. Conozco un lindo, hermoso y agradable jardín, dentro del cual andan muchos niños con trajecitos de oro y cogen entre los árboles hermosas manzanas, peras, cerezas y ciruelas amarillas y verdales; cantan, saltan y están contentos. Tienen tam bién caballitos pequeños, bonitos, con riendas de oro y silla de plata. Pregunté al dueño del jardín quiénes eran aquellos niños, y me respondió: 'Son los niños que de buena gana rezan, estu­ dian y son buenos’. Dije yo: 'Buen señor, tam bién yo tengo un hijo, que se llama Juanito Lutero; ¿no podría él tam bién venir a este jardín, comer tan hermosas manzanas y peras, m ontar tan lindos caballitos y jugar con esos niños?’ Díjome el hom bre del jardín: 'Si él de buena gana ora, estudia y es bueno, puede venir al jardín; Lippus y Jost tam bién ( los hijitos de Felipe Melanthon y de Justo Joñas). Y, cuando vengan todos juntos, recibirán pitos, timbales, laúdes y todo género de instrum entos de cuerda; bailarán también y dispararán hermosas ballestas de plata’. Y me mostró en el jardín un bello prado aparejado para la danza, donde había colgados flautines de oro y tam ­ bores y ballestas de plata. Pero como todavía era tem prano y aún no habían comido los niños, no pude esperar a la danza, y díjele al hombre: ' ¡Ah, buen señor! Tengo que marcharme en seguida, y escribiré esto a mi querido hijo Juanito a fin de que estudie con aplicación, ore bien y sea bueno, para que tam bién él venga a este jardín. Pero tiene una tía Lene, con la cual vendría’. Dijo aquel señor: 'Está bien; vete y escríbeles esto’. Por eso, querido hijo Juanito, estudia y ora contento y diles a Lippus y a Jost que estudien y oren tam bién ellos; así vendréis todos juntos al jardín. Ahora te encomiendo al buen Dios. Saluda a la tía Lene y dale un beso de mi parte. T u querido padre, M artín Lutero» 60. No hay que deducir de esta carta juguetona y casi infantil que Lutero educase a sus hijos con excesiva blandura. U na vez que ese mismo Juanito cometió no sé qué travesura o desobediencia, lo castigó su padre teniéndolo tres días lejos de su vista y sin dirigirle la palabra. Nos lo cuenta Antonio 60 B riefw . V 377-78. Esa L ene es M agdalena de Bora, tía de Catalina, y, com o ella, m onja un tiem po en el m onasterio de Nim bsche, de donde huyó a W itenberg p oco después de la so ­ brina, y, cuando ésta se casó, entró con ella en casa de Lutero, donde cuidaba de los niños. F á­ cilm ente se adivina que ese herm oso jardín n o es otro que el paraíso, adonde irán lo s niños bue­ n o s. A sí lo entendió Juanito, quien dos años m ás tarde, estando a la m esa con su padre, decía graciosamente que el cielo es un lugar de delicias donde se com e, se baila, etc. «Iohannes Luther, fílíus m eus, puer ad m ensam sedens, serio sem el dicebat, sum m um gaudium in coelis esse edendo, saltando, etc. Illic flumen esse, quod lacte manaret, et ibi sim ilagines sponte crescere» (Tischr. 2507 II 497).

Fecunda descendencia

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Lauterbach: «Durante tres días enteros rehusó M artín Lutero recibir en su presencia a su hijo Juan, aunque éste se lo suplicó por escrito y por más que intercediera la madre, el D r. Joñas, el D r. Creutziger y Felipe. A todos los cuales respondió: 'Prefiero un hijo m uerto a un hijo indisciplinado’»61. Juanito, el primogénito, estudió derecho—que tanto disgustaba a su pa­ d re—en W ittenberg y en Königsberg, fue consejero del príncipe en la canci­ llería de W eim ar y se casó en 1553 con Isabel, hija del Dr. Gaspar Creutziger, de la que tuvo una sola hija, y m urió en 1575. F e c u n d a descendencia

El 10 de diciembre de 1527, a las nueve de la mañana, cuando el D r. M ar­ tín se hallaba en el colegio universitario teniendo su lección de Sagrada Es­ critura—explicaba entonces la epístola de San Pablo a T ito—, le nació la pri­ mera niña, a quien llamó Isabel (Elisabeth). Apenas entró en casa a eso de las diez, le saludaron todos con alegres albricias, y él tom ó la pluma para escribir a Justo Joñas: «En este momento me anuncian que he tenido de mi Ketha una hijita. ¡Gloria y alabanza a Dios Padre en los cielos! A m én»62. No fue duradera la alegría, porque antes de ocho meses el angelito volaba al cielo: «Murió Isabelita (Elisabethula) , mi hijita, dejándome el ánimo pas­ mosamente triste y casi mujeril», escribía el 5 de agosto de 1528. Pero a los pocos meses, el 4 de mayo de 1529, otra criaturita, a la que su padre amará ternísimamente, vino a sonreírle. Le pusieron de nom bre M ag­ dalena, seguramente por su tía Magdalena de Bora, que hacía de institutriz en aquel hogar. «Dios ha aumentado mi familia con Magdalena, mi hijita. El parto fue feliz y la madre está bien; ¡con qué opulencia nos bendice el Señor!» Así se regocija con sus amigos 6i. M agdalena vivió poco más de trece años, pues m urió el 20 de septiembre de 1542. La niña amaba mucho a su hermano mayor, y en la última enfermedad suspiraba por verle; pero Juanito, que tenía entonces dieciséis años, se hallaba ausente estudiando en Torgau. Lutero, afligidísimo, le escribe a M arcos Crodel, maestro del muchacho, que le ordene venir, sin decirle la causa del viaje para que no se entristezca demasiado; y, a fin de que se ponga inmediatamente en camino, le m anda un coche desde W itten b erg 64. Al día siguiente de la muerte, el desconsolado padre se desahoga con Justo Joñas: «Creo que ya te llegó la noticia de que mi queridísima hija M agdalena ha renacido para el remo eterno de Cristo, y, aunque mi mujer y yo no deberíamos hacer otra cosa sino dar gracias con alegría por tan bienaventurado fin y feliz tránsito, con que escapó a la potestad de la carne, del mundo, del turco y del diablo, es tanta, sin embargo, la fuerza del afecto, que no podemos evitar los sollozos 61 Tischr. 6102 V 489. Cuando niño aún estudiaba latín en la U niversidad, le escribió su padre previniéndolo contra el peligro de Erasmo: «Erasm o es un enem igo de toda religión (ein Feind oller Religion) y adversario particular de Cristo, perfecto retrato e im agen de Epicuro y de Luciano. Esto lo escribí yo, Martin Lutero, con mi propia m ano a ti, mi querido hijo Juan, y por tu m edio a todos m is hijos y a la santa Iglesia de Cristo» (Tischr. 6887 V I 252). 62 Briefw. IV 294. 63 Carta a Link, y casi igual a A m sdorf y a Joñas (Briefw. V 62-63). 64 Carta de 16 de septiembre (Briefw. X 147). Postrado ante el lecho de su hijita agonizante, Lutero lloraba inconsolable (Tischr. 5496 V 192).

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y gemidos del corazón y la gran postración como de muerte. Tengo grabados en lo más hondo de mis entrañas el rostro, las palabras, los gestos en vida y m uerte de mi hija obedientísima y reverentísima, de tal suerte que ni la m uerte de Cristo—en cuya comparación, ¿qué son todas las demás muertes ?— puede, como debería, quitarm e esa impresión. Dale tú gracias a Dios en vez de m í... Era, como sabes, de carácter blando, suave y amadísima de todos. Bendito sea nuestro Señor Jesucristo, que la llamó, la eligió y la glorificó. ¡Ojalá nos toque a mí, y a todos los míos, y a todos los nuestros tal muerte, o mejor, tal vida! Esto es lo único que pido a Dios, Padre de toda consolación y de las misericordias» 65. Juanito debió de quedar tan triste y afligido por la desaparición de su her­ mana, que tres meses más tarde su padre tuvo que dirigirle una carta exhor­ tándole a vencer la blandura poco viril de su corazón. El cuarto hijo fue varón y vino al m undo el 9 de noviembre de 1531. Como estaba ya próxima la fiesta de San M artín, le pusieron este nombre, que era además el de su padre. Tenía aún pocos meses M artinillo (Martinichen ), cuando un día, estando a la mesa, lo cogió en brazos su padre y, para inculcar la doctrina de que el hom bre con todos sus pecados no es obstáculo a la misericordia divina, co­ menzó a jugar con el niñito, diciéndole: «¿Qué has hecho tú para que yo te quiera tanto? ¿Cuáles son tus méritos para ser heredero de mis bienes? Sí, ensuciándote y mojándote, mereces que uno cuide de ti, que te atienda una niñera, que te den de mamar. Y a todas estas cosas quieres tener derecho; y, si no te las dan, llenas toda la casa con tus chillidos» 66. O tro día de 1532, mirándole su padre colgado a los pechos de Catalina, exclamó delante de todos los presentes: «Enemigos de mi niño son el papa, los obispos, el duque Jorge, Fernando (el archiduque de Austria) y todos los demonios; pero este niñito no les tiene ningún miedo, sino que mama con gusto y no pregunta por sus enemigos» 67. El 2 de enero de 1533, cuando contaba poco más de trece meses, daba tales vagidos, que nadie lo podía acallar. «El Doctor se pasó una hora entera sen­ tado triste con su mujer. Después dijo: 'Estas son las molestias del m atrim o­ nio, por las cuales rehúsan muchos el casarse. Todos tememos los antojos de las mujeres, los llantos de los niños, los cuidados que exigen y a los malos vecinos; por eso queremos estar libres, no atados; permanecemos solteros y nos damos al m eretricio’» 68. Apenas había cumplido M artinillo los seis años, y ya se distinguía por 65 Briefw. X 149-50. M irándola en el féretro, exclamó: «¡Ay, querida niña!; tú resucitarás y resplandecerás com o las estrellas y com o el m ism o sol» (Tischr. 5498 V 193). Entre otros versos que com puso a la muerte de su hija está el siguiente epitafio latino: «D orm io cum sanctis hic M agdalena, Lutheri filia et hoc strato tecta quiesco meo. Filia m ortis eram , peccati semine nata, sanguine sed vivo, Christe, redem pta tuo» (Tischr. 5490 V 185).

66 Tischr. 3141 III 186. 67 Tischr. 1631 II 156. A ese m ism o año de 1532 debe referirse este dicho de Lutero: «El D o c ­ tor, tom ando a su niño en los brazos, le dijo: ‘Si hubieras de ser jurista, preferiría verte colgado de la horca’» (Tischr. 1422 II 96). 68 Tischr. 2867 III 40. Por aquellos días declaraba que cuanto m ás desvalido es el niño, tanto es más am ado de sus padres. «Ideo ist Martinichen itzt m ein liebster Schatz, quia plus eget opera m ea quam loh an nes vel M agdalena, qui nunc loqui et postulare possunt» (Tischr. 1032 I 521).

Los últim os hijos

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sus travesuras, que infundían, cierto temor o aprensión a su padre. Este ma^ nifestaba en enero de 1538: «Mi última voluntad es que ninguno de mis hijos curse estudios en la Facultad de Derecho. Juan será teólogo; Martín es un picaro; me da miedo»69. No tenía por qué temer. Martín estudió teología, mas era débil d e salud, y no ejerció ningún cargo. Se casó en 1560 con la hija del burgomaestre de W ittenberg y murió cinco años después sin descendencia. Los últimos hijos

Lutero, que estimaba la fecundidad de una familia, aunque fuese pobre, como una felicidad y como una bendición de Dios, tuvo todavía dos hijos más, que alegraron los postreros años de su vida. A l varón lo llamó Pablo (Paul), en honor del Apóstol, y a la hembra, Margarita (Margarethe), nombre de su abuela. «El año 33— nos dice Conrado Cordatus— , el día 28 de enero, en la pri­ mera hora de la noche le nació al Dr. Martín Lutero un hijo, que fue llamado Pablo. Fueron sus padrinos en el bautismo el ilustrísimo duque Juan Ernesto (de Sajonia, hermano del elector Juan Federico), Hans Lóser, el Dr. Joñas, Felipe Melanthon y la esposa de Gaspar Lindemann (médico de corte). A l llegar Juan Lóser, le saludó con estas palabras: D eo gratias... H odie natus est novus p a p a ... Fue bautizado el niño en palacio, con un barreño fin arce ex p e lv i). Los padrinos fueron convidados a una comida, y yo serví a la mesa» 70. Soñaba Lutero que este hijo llegaría a ser un guerrero, es decir, un caballe­ ro o militar de categoría, como eran entonces los cortesanos que acompañaban a los príncipes en la guerra. Para eso lo educaría en su palacio el mariscal de corte, Juan Lóser, uno de sus padrinos. Se equivocaba. Pablo prefirió estudiar medicina en la Universidad; obtuvo luego una cátedra de profesor en Jena; de allí se dirigió a W eimar y a Gotha, donde fue médico del príncipe Juan Federico de Sajonia. En 1568 fue llamado a Berlín como médico del elector Joaquín II de Brandeburgo, y a la muerte de éste pasó a ser médico de los electores Augusto I de Sajonia y su hijo Cristián I en Dresde. M urió en 1593. Casado en 1554 con Ana de Warbeck, tuvo de ella seis hijos, que transmitieron a la posteridad la sangre y el apellido de Lutero hasta el siglo xvm . El último vástago del Dr. Martín fue Margarita. Vio la primera luz el 17 de diciembre de 1534, y aquella misma tarde dirigió Lutero sendas cartas llenas de satisfacción a sus amigos. A l príncipe Joaquín de Anhalt le suplica venga a ser padrino de bautismo de «la hijita que el Señor me ha regalado en esta misma hora»; a Justo Joñas le pide que no deje de asistir, si la salud se lo permite, «a la comida o a la cena»; y a la señora Ana Goritz, mujer del jurista Juan Goritz, le envió la siguiente esquela: «Honorable y virtuosa señora y querida amiga: Le ruego por amor de Dios que, habiéndome Dios concedido una pobre niña pagana, fruto de mi cuerpo «M ea ultim a voluntas est, ne ullus filiorum m eorum in illa Facúltate (iuris) prom oveat. Joanncs erit theologus; M artinus ist ein Schelckingen, illum timeo; Paulus sol wider den Turcken» (Tischr. 3690 III 335). 70 Tischr. 2946 III 111-12.

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y del de mi querida Catalina, queráis hacer el favor de ayudar a la pobre pagana a entrar en la cristiandad haciendo de madre espiritual suya, a fin de que con vuestros servicios y oraciones pase del viejo nacimiento en Adán al nuevo nacimiento en Cristo por medio del santísimo bautismo. Le quedaré agradecido. Encomiéndola a Dios. Amén»71. Margarita casó en 1555 con el noble prusiano Jorge de Kundheim, del que tuvo larga descendencia. Por estos dos hijos últimos, Pablo y Margarita, alcanzó el Reformador la más amplia y duradera posteridad. En 1936 se decía que los «Lutéridas» pasaban de mil; mas no se crea que todos son vástagos directos de Martín Lutero; la descendencia masculina directa se extinguió con el abogado Martín Gottlob Luther, que murió en Dresden el año 1759. Los que hoy conservan el apellido de Lutero proceden no de Martín, sino de su hermano Jacobo Luther y de su tío Hans Luther. E d u c a c ió n d o m é s tic a

Estimaba Lutero que los hijos son un don y merced del Señor; por eso le daba gracias de tantos como le había regalado y procuraba educarlos cristia­ namente. Ponderando Julio Kóstlin la sincera religiosidad y la intachable con­ ducta de todos ellos, escribe que ni los más imaginativos papistas, ni siquiera los jesuítas, han podido descubrir en sus costumbres mácula o defecto. A pesar de estar siempre tan ocupado, no dejaba su padre de instruirlos en la fe y en la moral, infundiéndoles principalmente una gran confianza en nuestro Salvador Jesucristo y una segura esperanza de la felicidad eterna en el cielo. Gozaba viendo su inocencia y simplicidad infantil y decía que su vida angelical tiene que ser gratísima a Dios. Ellos son nuestros maestros, no tienen pecado de envidia, de avaricia, de incredulidad; con más gusto reciben una manzana que un florín de oro 72. Llenábase de admiración al ver cuán sencilla y puramente vivían la fe en Cristo y en la infinita misericordia, sin dudas, sin tentaciones, sin dispu­ tas, como si estuvieran en el paraíso. Bromeando un día de 1531 con su hijita Magdalena, le preguntó poco antes de la Navidades: «Lenita (Lenichen ) , ¿qué regalo te traerá el santo niño Jesús ( ChrístJ ?» Y como sus amigos mos­ trasen extrañeza por tal pregunta, explicó Lutero: «Es que los niños tienen hermosos pensamientos de Dios y de que está en el cielo y de que es su Dios y su Padre» 73. Y se quedaba absorto contemplando la belleza corporal de los más pe­ queños, como Martinillo. «Tomando en brazos a su niño, decía: ’ ¡Ah, qué lindos ojos negros puso Dios en esta porción de carne sacada de un vientre fétido! Parece como si uno cogiese una tortilla y le pusiese encima unos lindos ojos. Y también el plasmar la nariz, la boca, las manos y los pies de un pedacito de carne en el cuerpo materno es un arte’» 74. El 6 de septiembre de 1538 estaban los niños junto a la mesa mirando con ojos ávidos un melocotón. Dijo entonces su padre: «Esta es la imagen del que 71 72 73 74

Tischr. Tischr. Tischr. Tischr.

3541 III 384. 3964 IV 38; 660 I 311. 2302 II 412. 2578 II 530.

La gran fam ilia d el Dr. M artín

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goza en esperanza. ¡Ah si nosotros pudiéramos mirar al último día con es­ peranza tan alegre!»75 En la educación de los hijos no le gustaba emplear el rigor, porque se acordaba de sus tristes experiencias de niño en su casa de Mansfeld, cuando sus padres le castigaban y atemorizaban, acoquinándolo usque ad pusillanimitatem. Exigíales obediencia y respeto, eso sí, pero no los azotaba duramente, como era costumbre en aquellos tiempos, y quizá en Alemania más que en otras partes. Cuando cometían una falta, los amonestaba seriamente, y no les permitía dar rienda suelta a sus caprichos, porque decía que pueri licentia corrum puntur16. Con más blandura que a los niños solía tratar a las niñas, por más débiles y delicadas. Procuraba conocer las inclinaciones y aptitudes de todos ellos para dedi­ carles a lo que mejor se adaptase al ingenio y carácter de cada cual. «Si uno se aficiona a las armas— decía— , lo mandaré a educarse con Juan Lóser, maris­ cal del príncipe de Sajonia; si a los estudios, lo pondré bajo el magisterio de Melanthon y Justo Joñas; si a los trabajos manuales, lo confiaré a un agri­ cultor» 11. Para que fuesen maestros particulares de sus hijos llamó a su casa a jóve­ nes teólogos, como Jerónimo W eller, y después a Jorge Schnell, Francisco Gross, Ambrosio Tutfeld, Jodoco Neobolus (Neuheler), y también, según parece, al maestro Jorge Plato. Conocemos igualmente a varias maestras o institutrices de sus hijas. La gran familia del D r. Martín

El monasterio agustiniano, que se había transformado por donación del príncipe en casa y hogar del Dr. Martín, aunque un poco destartalado, era muy capaz; demasiado grande para una sola familia, y Lutero lo convirtió desde el principio en hospedaje gratuito de sus parientes pobres y en pupilaje o pensión de amigos y discípulos. Eran tan numerosos los moradores de aquella casa, niños y niñas, muchachas casaderas y jóvenes estudiantes, mujeres viudas y casadas, maestros, etc., que el trabajo de Catalina tenía que ser muy grande, y el silencio para el escritor muy escaso. Formando parte de aquel hogar, casi como miembros de la familia, v i­ vían— además de su esposa y sus hijos— Magdalena de Bora, «la tía Lena», antigua monja, que educaba a los niños hasta que murió en 1537 78; dos so­ brinas de Lutero, Lena Kaufmann y Elsa Kaufmann, hijas de una hermana casada en Mansfeld; otra muchacha, de nombre Ana Strauss, pariente de C a­ talina; las tres eran casaderas en 1538, y el Dr. Martín se afanaba buscándoles 75 «Filii D octoris stabant ante m ensam intuentes intenti in pom a pérsica... Ach, das wir den jungsten Tag so frohlich in Hoffnung khunsten ansehen! Deinde recitabat virtutem pom i persici, quod optim us esset fructus, vicinus succo vini» (Tischr. 4309 IV 206-207). 76 Tischr. 4353 IV 251. 77 Tischr. 2946 III 111. 78 E. K r o k e r , Katharina ron Bora 130-31. La tía Lena se hallaba bien en su vida de solterona y no deseaba volver al convento. «M ume Lena, wolt yhr wider ins K loster und N onne werden? —Respondit: N on!» Entonces Felicitas de Selbitz, que frecuentaba la mesa de Lutero, pregun­ tóle por qué no deseaba volver, y como no respondiese, intervino el D octor brom eando: «Et ego quacro, quare mulleres non optent fieri virgines? Et tacuerunt omnes, et omnes siluerunt ridentcs» (Tischr. 2589 II 534).

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buenos pretendientes 79. Las recibió en su casa porque eran parientes pobres y huérfanas. En la Universidad de W ittenberg estudiaron algún tiempo C i­ ríaco Kaufmann, que en 1530 acompañó a su tío Martín en Coburgo, y otros dos estudiantes, Fabián y Jorge Kaufmann, que algún tiempo vivieron en la casa-monasterio del Reformador 80. Los cuatro eran hermanos de las dos Kaufmann arriba citadas. Otro sobrino, Hans Polner, que estudiaba teología en 1530, consta que habitaba allí, y algunas veces servía a la mesa; en alguna ocasión se excedió en la bebida 81. En 1537 y 1538 se cita en las Tischreden un tal Jodoco Neobolus, persona docta, que tal vez atendía a la administración económica y a la enseñanza de los niños. Entre las mujeres que habitualmente vivían en aquella casa se men­ ciona vagamente a otra sobrina que cuidó a Lutero cuando éste volvió enfer­ mo de Esmalcalda en 1537; a una tal Ana Strauss, pariente de Catalina de Bora, y a Margarita de Mochau, cuñada de Andrés Bodenstein de Karlstadt y quizá maestra de las niñas de Lutero. No eran pocas las personas que pasaban por allí rápidamente, y sólo se detenían para comer o entretenerse algún día con el Reformador; en primer lugar, los amigos íntimos que vivían fuera de Wittenberg; luego, algunos admiradores extranjeros, que en su viaje por Alemania no querían dejar de conocer personalmente al más famoso de los alemanes; y también monjes y monjas salidas del convento, que acudían a Lutero y moraban en su casa mien­ tras esperaban de él una colocación, de ordinario matrimonial, porque, como queda dicho, el Dr. Martín era un excelente casamentero 82. Si la ciudad de Wittenberg, como decía el Doctor, se había convertido en «el alcázar de todos los apóstatas de Sajonia», eso se podía repetir de la casa de Martín y Catalina. Alguna vez se habla en las Charlas de sobremesa de las sirvientas o fám ulas, que quizá serían las muchachas arriba nombradas; y con mucha frecuencia aparece el nombre y la actuación del fámulo W o lf (Wolfgango Sieberger), que estaba al servicio de Fr. Martín desde 1517 y le fue toda la vida criado fiel, recadero, jardinero, campanero, pajarero y servidor ad omnia. Con él bromeaba muchas veces el amo, aunque de cuando en cuando reprendiese su inercia 83. 79 Tischr. 3684 III 529. 80 K r o k e r , Katharina 1 5 3 -5 4 . si Tischr. 5050 IV 636. 82 Decía Lutero que estas monjas y monjes exclaustrados que acudían a él eran «la pena que tenía que pagar por haber destruido el m onacato» (Tischr. 2416 II 458). 83 «Um b meins Wolffs inertiam» (Tischr. 1626 II 155). N o debe referirse a Wolf, sino a otro fámulo, la acusación de haberse dejado seducir por una muchacha de m ala fam a (Tischr. 4668 IV 424). Lutero tuvo otros fámulos o sirvientes, como Juan el porquerizo, con quien alguna vez iría a distraerse: «Ne sis solus in tentatione... Ich gehe ehr zu meynem Seuhirten Joannes, auch ■den Schweinen, antequam solus essem» (Tischr. 3799 III 626). Por la casa de Lutero se dejaba ver de vez en cuando una m ujer de baja estofa, Rosina Truchses (die Hure Rosina), aventurera y estafadora (Tischr. 6165 V 520). Tuvo que despacharla Lutero como a «impurísima ram era» (Briefw. IX 505). Otras veces la llama em baucadora, vil, prostituta, ladrona (Briefw. X 520-21). El barbero de M artín se llam aba Andrés Balbier (o Engelhard), hom bre rico, que entendía de cirugía y sangró alguna vez a Lutero.

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Carta de los pájaros a Lutero

Es muy curiosa y poética una epístola quejumbrosa que el D r. Martín supone haber recibido de toda la pajarería de Sajonia. Escriben así los gárrulos, y canoros, y picoteadores volátiles, protestando contra las aficiones venatorias del fámulo Sieberger: «A nuestro buen señor el Dr. Martín Lutero, predicador en Wittenberg. Nosotros los tordos, mirlos, pinzones, pardillos, jilgueros y demás pájaros piadosos y honrados, teniendo que viajar este otoño sobre Wittenberg, hace­ mos saber a vuestra caridad que estamos bien informados de que un tal W olfgango Sieberger, vuestro sirviente, ha osado acometer una grande y cri­ minal audacia, comprando a alto precio, por el gran odio y rabia que nos tiene, ciertas redes viejas y averiadas para confeccionar un armadijo y quitar a nues­ tros amigos los pinzones y a todos nosotros la libertad, dada por Dios, de volar por los aires y picotear granillos en la tierra; y con este objeto pone ase­ chanzas a nuestro cuerpo y a nuestra vida, siendo así que nosotros no le hemos dañado en nada ni hemos merecido de él tan grave y precipitada avilantez. »Y porque todo esto, como vos mismo podéis imaginar, significa para nosotros, que no tenemos graneros, ni habitación, ni otra cosa alguna, un peligroso y serio agravio, os dirigimos esta humilde y amigable súplica para que hagáis desistir a vuestro fámulo de tal atrevimiento; y, si esto no pudiera ser, le mováis a esparcir granos sobre la trampa la noche precedente y a no levantarse por la mañana antes de las ocho para ir a las redes; y así nosotros haremos el viaje por Wittenberg. Si él, en vez de hacer esto, pone criminal­ mente asechanzas a nuestra vida, pediremos a Dios que ponga remedio y que durante el día encuentre ( W o lf) en su armadijo ranas, saltamontes y limacos, y por la noche se vea cubierto de ratones, pulgas, piojos y chinches, a fin de que se olvide de nosotros y no nos impida el libre vuelo. ¿Por qué no emplea esa cólera y severidad contra los gorriones, las golondrinas, las picazas, los grajos, los cuervos, los ratones y las ratas, que os hacen mayor daño, os roban y hurtan y llevan de vuestra casa el trigo, la avena, la malta, la cebada, etc., cosas que nosotros no hacemos, contentándonos con buscar unas pequeñas migajitas y algunos granitos desperdigados? Fundando, pues, nuestra causa en derecho y razón, preguntamos si no es contra justicia el que tan duramente se aceche contra nosotros. Esperamos en Dios que, puesto que tantos de nues­ tros hermanos y amigos han escapado de sus manos este otoño, también nos­ otros nos escabulliremos de sus redes descosidas y deterioradas, según las vimos ayer. »Dado en nuestra mansión celeste entre los árboles, bajo el signo de nues­ tro sello y de nuestra pluma» 84. 84 W A 38,292-93. Aunque no lleva fecha, se supone que fue escrita esta fantástica carta en e l otoño de 1534. A propósito de «nuestro sello» (Sigillum, Petschaft, Siegelring), que el D r. M ar­ tín quiso emplear algunas veces como contraseña de sus escritos y que hizo esculpir en un m eda­ llón de piedra del portal de su casa, podem os decir lo siguiente: aunque la estirpe de los Luder, como de origen humilde, no tendría «escudo de armas» ni blasón alguno, pensó M artín en hacerse uno para su familia, que fuese a la vez escudo y sello, y escogió, como elemento heráldico funda­ m ental, una rosa. El 25 de junio de 1530 le escribía J. Joñas: «Mi serenísimo príncipe (Juan Fede­ rico) ha hecho esculpir vuestra rosa en una linda piedra y cercarla de oro, con lo que resultará un sello muy hermoso; Su Alteza en persona os lo entregará» ( Briefw. V 393). Parece que el sello fue hecho por algún orfebre de Nurem berg bajo la inspección de L. Spengler, y cuando el prin-

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Más adelante, en 1530, volveremos a admirar el sentido estético con que Lutero contemplaba la naturaleza y la poética familiaridad con que trataba a los animales, especialmente a los pájaros. E l abad y la abadesa

Además de las personas arriba nombradas que moraban en casa del Dr. Martín y de su esposa Catalina; además de los hijos, sobrinos y sobrinas, institutrices, tutores o pedagogos, viudas o solteras, etc., que integraban la familia luterana, hay que contar a los pupilos que comían y dormían en aquella casa ( Kostgänger) . Como el Dr. Martín, no obstante los regalos que recibía de los amigos, los honorarios de su cátedra universitaria y los auxilios pecuniarios con que le favorecían los príncipes, andaba siempre alcanzado de medios económicos, pensó su mujer Catalina en aumentar sus recursos convirtiendo aquel gran caserón en hospedería. Muchos estudiantes o maestros, amigos, discípulos y admiradores del Reformador, pagando un precio moderado, encontraban allí digno alojamiento y se sentían felices de convivir con el más famoso per­ sonaje de Alemania. Los más ilustres y conocidos son los autores de Jas Tischreden o Charlas de sobremesa, de que en seguida hablaremos. Las antiguas celdas de los frailes eran ahora habitaciones de huéspedes y familiares. Cuando en tiempo de epidemia la enfermedad entraba en aquella morada, «mi casa— decía Lutero— se transforma en un hospital». El, «como buen padre de familia, hacía de obispo y de sacerdote» 85. cipe, a su regreso de la D ieta de Augsburgo, pasó por Coburgo, donde se hallaba Lutero, se lo regaló. Es m uy interesante la carta que Lutero escribió a Spengler el 8 de julio: «Pues deseáis sa­ ber si mi sello está bien logrado, os diré en buena amistad lo que ahora me viene al pensamiento: quiero que mi sello sea una expresión gráfica de mi teología (ein Merkzeichen meiner Theologie). En prim er lugar, una cruz negra en medio de un corazón en su color natural m e traerá a la m em o­ ria que la fe en el Crucificado nos da la bienaventuranza... Aunque la cruz es negra, pues m or­ tifica y da dolor, deja al corazón en su propio color (rojo sanguíneo), porque no destruye la na­ turaleza, es decir, no lo m ata, sino lo conserva vivo; el justo vivirá por la fe en el Crucificado. El corazón debe estar en medio de una rosa blan­ ca, para indicar que la fe da alegría, consolación y p az... R osa blanca y no roja, porque el color blanco es el de los espíritus y de los ángeles. La rosa está en un campo azul celeste porque esa ale­ gría en espíritu y en fe es un principio de la fu­ tura alegría del cielo, internam ente poseída ya en esperanza, pero no aún ostensible. Y en ese cam po, un circulo o anillo de oro, porque esa bienaventuranza celeste permanece eternamente^ sin fin, y es m ás preciosa que todos los gozos y bienes, como el oro es el más alto, noble y pre­ cioso de los metales» (Briefw. V 445). El sello no llevaba lema o m ote. Pero encerraba, com o hem os visto, un m isterio teológico, que L utero explicó un día muy esquemáticamente a sus co­ mensales en esta forma: Mysterium Sigilli Doctoris M artini. Circulus /'consum m atum R osa i significat J gaudium C or I | cordis Crux J U n cruce» (Tischr. 3436 III 315).

85 «Paterfamilias est episcopus et sacerdos in dom o sua» (WA 43,412). «In dom o m ea coepit esse hospitale» (Briefw. IV 275). Así decía el 1.° de noviembre de 1527 cuando M argarita de M ochau y la esposa del médico A. Schürf yacían en cam a por causa de la peste; la propia am a de casa, Catalina, estaba próxima a dar a luz, y, en iguales circunstancias, la esposa de Jorge R örer

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En un sermón de 1544 se quejaba el Dr. Martín de que su autoridad do­ méstica no era bastante respetada, pues mandaba a las criadas y a los fámulos, y no le obedecían; no era como el centurión del Evangelio, que decía a su sier­ vo: F a c hoc, e t f a c i t 86. En una cosa se hacía obedecer sin falta, y era en los actos familiares que se referían a la instrucción religiosa. No solamente a sus hijos, sino también a los demás, les explicaba las cosas fundamentales del catecismo que debe saber todo cristiano, los diez mandamientos, el credo, algunas sentencias de la Es­ critura, y les enseñaba los medios más sencillos para orar, leyendo en privado algún salmo, repitiendo las peticiones del padrenuestro y recogiéndose por la noche para pensar un poco después del trabajo del día 87. Desde 1532 dejó a Bugenhagen el oficio de predicar en la iglesia parroquial. Los achaques y enfermedades le impedían muchas veces asistir a la asamblea eucarística, y especialmente subir al púlpito; mas no por eso renunciaba a su oficio de ecclesiastes o predicador de Wittenberg; congregaba a su alrededor a sus hijos, familiares y amigos y les predicaba todos los domingos, tomando como base las perícopas del evangelio del día. Veit Dietrich recogió las predi­ caciones domésticas por él oídas y copiadas sobre la mesa desde 1532 hasta 1534, publicándolas en 1544 con el título de Hauspostille 88. No hay que pen­ sar que reflejen con perfecta exactitud la palabra de Lutero, pero éste las apro­ bó en un breve prólogo, donde dice que, al reunir a los que vivían con él para sermonearles los domingos, pretendía cumplir su deber de padre de familia, instruyéndolos en la religión y enseñándoles a vivir cristianamente. A l contemplar esta vida familiar de tantas personas diferentes por la edad, el sexo y la formación, bajo la autoridad del Dr. Martín, éste se nos presenta como un venerable patriarca, o mejor— puesto que vive y actúa en la casa que fue su monasterio— , como el prior de una abigarrada comunidad, con la cual trabaja, ora y se entretiene, mereciendo el respeto y la admiración de todos. No falta en aquel monasterio laico una abadesa mandona y dominadora como una «emperatriz»: es el ama de casa, Catalina, que sabe llevar las cuentas con puntualidad y exactitud, y a veces protesta de que su marido no cobre todo lo que compete a su oficio 89. «Tischreden»

Para conocer la vida de aquella casa y al mismo tiempo para conocer infi­ nitas circunstancias de la biografía de Martín Lutero; para penetrar en su co­ razón y en su pensamiento; para formarnos idea clara de su modo de hablar, de su carácter y temperamento, de su modo de enjuiciar los sucesos históricos luchaba con la muerte. Diez días más tarde escribía que la peste am ainaba, pero que para tan gran familión había tenido que sacrificar no menos de «quinqué porcos» (Briefw. IV 294). 86 W A 49,332. 87 Véase el Modo simple de orar para un buen amigo (1535) (WA 38,358-75), donde a su amigo Pedro el barbero le explica el padrenuestro, los diez m andam ientos y el credo. 88 Las Hauspostille, o sermones dominicales en casa (a diferencia de las Kirchenpostille, teni­ das en la parroquia), en W A 52,1-842. C uando Bugenhagen partió para Dinam arca (1537-39), Lutero le sustituyó en la predicación. 89 En la fiesta de San Bartolomé interrogábanle a M artín sus comensales sobre dicho após­ tol, y Catalina interrum pió: «‘Señor D octor, no les enseñéis gratis’... Replicó el D octor: ‘Yo durante treinta años he enseñado y predicado gratis. ¿Por qué empezar a vender mis cosas en mi edad decrépita?’» ( Tischr. 5187 IV 704).

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y las personas de su tiempo, las cosas divinas y las terrenas, las ideas teológicas y los fenómenos de la naturaleza; en una palabra, para comprender el mundo interior y exterior de Lutero, poseemos un documento tan importante y excep­ cional, que bajo muchos aspectos puede decirse único en la historiografía uni­ versal. M e refiero a la compilación, hecha por sus amigos y comensales, de las Charlas de sobremesa (T isch red e n ).

No se trata de una autobiografía, que siempre es parcial y sospechosa de subjetivismo, sino de otra cosa que contiene mucho elemento autobiográfico, descriptivo y narrativo de la propia vida, sin que pretenda ser un autorretrato literario. El retrato es perfecto, pero está hecho por otros, por los que le acom­ pañan en los momentos de más íntima y familiar expansión. Podríamos com­ parar este documento impar de la literatura a un film o película cinematográ­ fica compuesta de 7.075 fotografías instantáneas, no todas distintas, porque algunas de ellas están tomadas por diversas cámaras fotográficas cuando la misma charla está transcrita por diversos autores. A sí podemos saber lo que Martín Lutero dijo y comentó en torno a la mesa con sus familiares y amigos desde 1531 hasta 1546, año de su muerte, o sea, durante quince años. ¿De qué personaje histórico poseemos una documentación semejante ? Los comensales que allí, sobre la misma mesa de la comida o de la cena, anotaban lo que oían decir al venerado maestro, suelen dividirse en tres gru­ pos o en tres períodos: 1) De 1529 a 1535: Conrado Cordatus, V ito D ietrich, Juan Schlaginhaufen, A ntonio Lauterbach, Jerónimo W eller y Ludovico Rabe ( C orvin us). 2) De 1536 a 1539 son solamente dos de los ya nombrados, W eller y Lauterbach, sobre todo el copiosísimo Lauterbach, los que recogen notas, y caracterizan un grupo o período intermedio entre los más antiguos y los más modernos. 3) De 1540 a 1546: Juan M athesius Gaspar Heydenreich, Jerónimo Besold, Juan Aurifaber, Jorge Rorer, acaso el más exacto de todos, y otros de menos importancia, como el maestro Jorge Plato, Juan Stoltz, Fernando de Maugis 90. A las colecciones que llevan los nombres de estos comensales del Dr. M ar­ tín se añaden algunos códices dependientes de aquéllas, como el de Gaspar Khumer. Refiere Mathesius, el primer biógrafo protestante de Lutero, que, cuando éste hablaba en la mesa, «todo el antiguo monasterio se quedaba en silencio», y sus palabras eran recibidas por todos como el más exquisito «condimento de la comida»; pero también le gustaba oír hablar a los demás. Y a veces les inci­ taba con preguntas; v.gr., «¿Qué novedades se cuentan por ahí?» Otras veces les proponía cuestiones de la Sagrada Escritura, que él resolvía breve y rotun­ damente. Y en ocasiones se discutían asuntos muy interesantes y lindas histo­ rias, porque frecuentaban aquella mesa maestros y doctores universitarios no sólo de Wittenberg, sino también de otras ciudades. 50 Son de inapreciable valor las colectáneas de Cordatus, Dietrich, Schlagenhaufen, L au­ terbach (éste el más copioso de datos, ordenados a veces temáticamente), y las de M athesius, Heydenreich, Aurifaber, y especialmente R orer. Ese Corvinus o R abe no es el famoso teólogo A ntonio Corvinus, como algunos repiten, sino Ludovico, consejero municipal de Halle. En la edi­ ción crítica de W eim ar (1912-21), en seis volúmenes, preparada por E. K roker, se anota, siempre que es posible, la data de la charla. Véase el estudio de P. S m ith , Luthers Table Talk: A criticat Study (New Y ork 1907) y el de L. C r i s t i a n i , Le propos de table de Luther. Etude critique: R Q H 90 (1911) 470-97; 91 (1912) 101-35; 92 (1912) 436-61.

Cordatus empieza

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Cordatus em pieza

El primero que empezó a tomar notas de lo que se hablaba en la mesa fue Conrado Cordatus, un antiguo sacerdote católico que después de casado vino a W ittenberg estando ya en los cincuenta y cinco años, y se hospedó en casa del Dr. Martín. El mismo nos refiere cómo principió sus notas en el verano de 1531: «Había escrito yo en mis cartapacios estas palabras de Lutero a Felipe M elanthon): ’T ú eres retórico al escribir, no al hablar’. Me gustaba el candor tanto del que hablaba como del que escuchaba... Pero lo que yo escribí no le agradó a Felipe; por lo cual una vez y otra vez me pedía los cartapacios en que yo solía escribir lo que oía. Por fin se los entregué, y él, después de leer un poco, es­ cribió en ellos este dístico: «Omnia non p rodest, Cordate, inscribere chartis sed quaedam tacitum dissim ulare decet».

A la verdad, siempre pensé que era una hazaña arriesgada el poner por es­ crito todo cuanto oía mientras me hallaba de pie ante la mesa o sentado en la comida, pero la utilidad venció a la timidez. Y el Doctor nunca indicó ni con una sola palabra que este mi obrar le disgustase. Así abrí camino para que otros se decidiesen a hacer lo mismo, especialmente el maestro Vito Dietrich y Juan Turbicida (Schlagenhaufen), cuyas migajas espero yo juntar con las mías». Y a continuación exhorta a otros a «alabar conmigo las palabras de L u ­ tero más que los oráculos de Apolo; no solamente las palabras graves y teoló­ gicas, sino también las aparentemente juguetonas y ligeras» 91. Después de Cordatus entró la costumbre de que uno o varios de los co­ mensales llevasen a la mesa su escribanía o recado de escribir y anotasen los dichos más interesantes del maestro. Así se formaron diversas colectáneas, que los amigos y admiradores de Lutero copiaban con devoción, engrosándolas con préstamos recíprocos y aun con otras sentencias sacadas de los sermones y prelecciones o conservadas en la memoria. No salieron a la luz en vida del Reformador, pero luego de su muerte se publicó una gran compilación de conversaciones o coloquios ( Tischreden oder Colloquia D . M . Luthers, Eisleben 1566) preparada por Juan Aurifaber (Goldschmied), que había sido en 1545 fámulo y acompañante de Lutero en los últi­ mos viajes y en la hora de la muerte. Aurifaber utilizó las colecciones de otros comensales, recogiendo infinitas noticias de aquí y de allí, a veces repetidas sin ningún orden cronológico, por el afán de agruparlas según cierto orden doctrinal, pues lo que él pretendía era hacer un libro de lectura edificante, y, lo que es peor, puso de su cosecha ligeras añadiduras, y lo vertió todo a un lenguaje alemán áspero y prolijo; por eso hay que leerlo con cautela. Publicáronse después otras colecciones de Colloquia, mas ninguna oscure­ ció la fama de la de Aurifaber, que en el siglo x v m fue recogida por W alch en la edición de las obras completas de Lutero y en el siglo x ix reproducida por la edición de Erlangen. »1 Tischr. 2068 II 310-11.

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Un gran avance en el conocimiento de las Tischreden significó el hallazgo y publicación en 1872 del diario (Tagebuch) de Antonio Lauterbach, comen­ sal de Lutero, que se extiende desde el i.° de enero de 1538 hasta el 25 de diciembre del mismo año, refiriendo casi día a día lo que había escuchado en la mesa. Halláronse luego nuevas notas del mismo Lauterbach, el diario de Vito Dietrich, la colección de Mathesius, de Cordatus, de Schlagenhaufen, de Jorge Rórer. Por fin, teniendo en cuenta los más antiguos manuscritos, Ernesto Króker nos ha dado en W eimar la edición crítica de las Charlas de sobremesa. «Tischreden» como fuente histórica

Más de una vez se ha reprochado a algunos historiadores el haber abusado de las Charlas de sobremesa, como si se tratase de una fuente turbia, en la que no se refleja con exactitud la alta personalidad del D r. M artín Lutero. Verdad es que de este admirable documento se puede abusar, como de cualquier otra fuente histórica, si se la explota con parcialidad tendenciosa. No faltaron an­ tiguamente algunos autores protestantes que se dolieron de que saliesen a la luz pública algunas cosas o palabras indignas del Reformador; lamentaban es­ pecialmente la indecencia, ordinariez y grosería del lenguaje en ciertas ocasio­ nes. Ciertamente abusará de las Charlas de sobremesa quien no busque en ellas sino lo que busca el escarabajo, como abusaron los que sólo presentaron al público una antología de rasgos edificantes; mas no quien procure encontrar allí la faz completa de Lutero con sus ojos resplandecientes y con sus frunces y arrugas. Yo pienso que se retrata aquí el Lutero integral con sus defectos naturales y al mismo tiempo con sus más altas cualidades espirituales, el fer­ viente predicador de plegarias encendidas y el hombre vulgar de expresiones soeces; personalidad siempre relevante, con sus odios de sectario y con sus vivas esperanzas de cristiano, con sus debilidades humanas y con su roqueña fe en Cristo, con sus preocupaciones de padre de familia y sus sublimes pen­ samientos de teólogo. En sus Charlas de sobremesa solía expresarse en aquella mezcla de lengua latina y lengua vernácula que era frecuente entre los estudiosos de aquel tiem­ po. Cuando estaban presentes su mujer, sus hijitos y algunas personas de es­ casa cultura, parece que el alemán sería el idioma más usado, aunque entrecor­ tado con palabras latinas, y el latín cuando se sentaban a la mesa personajes extranjeros o cuando el argumento lo exigía. Tal vez soltaba una frase poco limpia, y agregaba: «Tomad nota también de esto y escribidlo» y2. En las transcripciones que se nos han conservado, a excepción de las de Aurifaber y Heydenreich y las muy breves de Luis Rabe, predomina el latín. No hay que pensar que todas ellas nos den la palabra exacta de Lutero, pero sí la idea y lo sustancial de la conversación. Adoraban a su maestro, y es in92 Ibid., 246 I 102. Más de una vez tuvo que oír Catalina frases poco decentes; v.gr., Tischr. 1975 II 285; 1376 II 78; 2865a III 38; 3298 III 258, etc. Y alguna vez protestó con femenil deli­ cadeza. Así, un día en que Lutero recibió un libro de G. Schwenkelfeld con ideas eutiquianas y zuinglianas, exclamó enfurecido: «Las er mich ungeheiet!» Catalina repuso pudibundam ente: «Ei, liber Herr, es ist zu gros!» (Tischr. 5659 V 300). Que Catalina conocía bien la lengua patria, lo sabemos por el mismo Lutero, que a un inglés deseoso de aprender el alemán le aconsejó to­ mase a Catalina por maestra: «Ego tibí usorem meam in praeceptorem germanicae linguae propono; quae facundissima est; sie kans so fertig, das sie mich weitt dam it uberwindet» (Tischr. 4081 IV 121).

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comprensible que modificasen a sabiendas su pensamiento. Pudieron equivo­ carse en la inteligencia de alguna frase o quizá no la oyeron perfectamente, confundieron tal vez un nombre con otro, pero su testimonio tiene autoridad mientras no se demuestre lo contrario 93. Si alguna vez tienen reparo en transcribir alguna expresión demasiado cru­ da, la ponen en abreviatura o bien dicen la cosa sin expresar la palabra con­ creta 94. Donde hay que andar con más crítica es en aceptar las afirmaciones del mismo Lutero. M e refiero a las afirmaciones de tipo histórico, no solamente cuando refiere cosas de sus tiempos de católico— aquí su mitomanía, su pa­ sión y sus exageraciones son notorias— ■ , sino cuando narra cosas que le han contado viajeros de extraños países, o que ha leído en libros poco dignos de crédito, o repite sin crítica los varios rumores que llegaban a sus oídos, espe­ cialmente acerca de sus enemigos. El estudio crítico que les ha dedicado L. Cristiani concluye con estas palabras: «El gran Doctor, que presidía las co­ midas del 'convento negro’, se pinta en las Charlas verdaderamente al natu­ ral y de cuerpo entero» 95. Tem as de conversación

Las Charlas de sobremesa constituyen una selva variadísima, en donde el curioso caminante tropezará con árboles y rocas, lindos jardines y pequeños basureros, joyas perdidas y residuos despreciables, pájaros que cantan, cora­ zones que oran, bocas que maldicen. Pero en medio y por encima de todo aletea una ardiente religiosidad, bien simbolizada y estimulada por el cruci­ fijo pendiente junto a la mesa 96. Es de creer que el Dr. Martín ocuparía la cabecera. En un puesto de dis­ 93 Alguien ha tropezado, por ignorancia, en un pasaje en que se habla de Christus adulter: «Christus ist am ersten ein Ebrecher (Ehebrecher) worden bei dem Brunn cum muliere, quia illi dicebant... Quid facit cum ea? Item cum M agdalena, item cum adultera» (Tischr. 1472 II 107). Es absolutam ente absurdo pensar que Lutero llamase a Cristo adúltero. Hace alusión a las m ur­ muraciones de los judíos contra Jesús. Si el texto no aparece claro, es porque Schlagenhaufen descuidadamente om itió algunas palabras explicativas, v.gr., «adulter coram mundo», que halla­ mos en un lugar casi paralelo. Predicando sobre la M agdalena en 1536, decía: «Et dic*nt eum diabolum ... Filius hominis est ein Seuffer, helt zu Buben und H uren... Iohannes coram mundo Seuffer und H uren» (WA 41,647). Lo que dijo, pues, Lutero fue que Cristo pareció ante el mun­ do como adúltero, porque m urm uraron de él al verle con la sam aritana y otras pecadoras. 94 Así lo hace, p.ej., Cordatus en el n.2865 III 38. Ningún otro escribió aquella frase por pu­ dor y respeto. Del grobianismus de estas charlas escribió el historiador protestante Heinrich Boehmer: «Si, mezclados con estos buenos testigos (los comensales de Lutero), nos dejamos conducir a la mesa redonda del ‘monasterio negro’, puede ciertamente asaltarnos la impresión de que he­ mos caído por equivocación en un retén de guardias ( in eine Wachtstube) ; tan grosero, tan fuer­ te, tan bronco, tan zafio nos parece el tono de la conversación. Pero no nos dejemos asustar por eso, y sigamos al D octor hasta su aposentillo (in sein Stüblein) para contemplarlo m ientras es­ cribe libros con toda tranquilidad, porque quizá veremos que nuestro espanto se transform a en un estupor apacible» (Luther im Lichte der neueren Forschung 151-52). 95 Le propos de table de Luther: R Q H 92 (1912) 461. A los que quisieron restar autoridad a los escritores de Tischreden alegando que eran estudiantes jóvenes, responde Króker: «Conrado Cordatus, el primero que se lanzó a escribir en la mesa las palabras del D r. M artin, era m ás viejo que Lutero. Veit Dietrich tenía veinticinco años cuando comenzó sus notas, y ya se había acre­ ditado como secretario de Lutero. D e la misma edad era G aspar Heydenreich, que había regen­ tado una escuela cuando retornó a W ittenberg. Jerónimo W eller vino con veinte años a la mesa de Lutero; Antonio Lauterbach, con veintinueve, y Juan M athesius, con treinta y cinco» (Luthcrs Tischreden ais geschichtliche Quelle: LJ [1919] 81-131 [p.95]). 9(1 H ablando un día de la pasión de Cristo, apuntó con el dedo al crucifijo: «M ostrans dígito imaginen! Cliristi pendentis ad mensam» (Tischr. 5577 V 258). H abía también en la estancia un cuadro de la Virgen María con el niño Jesús en los brazos (Tischr. 1755 II 207; 6365 V 62).

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Esposo y padre de familia, has «charlas de sobremesa »

tinción se sentaba desde 1539 el Dr. Wolfango Schiefer (Severus), antiguo amigo de U. Hutten y enemigo maldiciente de Erasmo, que, después de ha­ ber sido maestro de los hijos de Fernando de Austria, se había pasado a los novadores. Con alguna frecuencia figura Catalina de Bora dialogando con los comensales, aunque quizá comiese en mesa aparte con las demás mujeres; también aparecen de vez en cuando los niños; pero, sin duda, no se arrimaban a la mesa principal sino ocasionalmente. A sí las conversaciones podían ser más serias, interviniendo en ellas maestros, estudiantes, predicadores, amigos. El Doctor y amo de casa no echaba discursos, sino que sentenciaba autoritativamente, respondía a preguntas concretas o desahogaba sus sentimientos con plena libertad y confianza. Muchas veces hablaba de sus años de niñez y juventud, de su vida en el claustro, de mil peripecias de su vida, con infinidad de confidencias autobiográficas; describía vivamente sus antiguas tentaciones, sus recientes enfermedades, las perversas costumbres de los cristianos moder­ nos, los castigos que merecían sus enemigos; se despachaba a su gusto contra el pontificado romano, contra Erasmo, contra el duque Jorge, contra el Dr. Eck, contra Alberto de Maguncia, contra Karlstadt, Münzer, Zwingli y los sacra­ méntanos; contra el monacato, contra el sacrificio de la misa; prorrumpía en acciones de gracias a Dios, porque le había hecho conocer la verdad del Evan­ gelio; disertaba con ardiente y profunda convicción sobre la fe en Cristo, sobre la misericordia divina, sobre la caridad para con el prójimo; contaba anécdotas que había oído de personas de su tiempo y curiosidades típicas de ciudades que había visitado; manifestaba su opinión acerca de los italianos, de los fran­ ceses, de los españoles, de los turcos, de los judíos y de los diversos países ger­ mánicos; de sus costumbres y de sus idiomas; expresaba sus ideas y daba con­ sejos sobre las escuelas y las universidades, la educación de los niños, la teolo­ gía, la música, la predicación, los libros por él leídos; refería chuscas historie­ tas de demonios y de brujas; con mucha frecuencia hablaba del matrimonio y de la vida conyugal, y mostraba sus múltiples conocimientos de la naturaleza, de las plantas, de los animales, etc. Generalmente reinaba el buen humor entre los interlocutores; un día apos­ taron a ver quién decía más mentiras; otras veces parloteaban con desenvol­ tura o prorrumpían en bufonadas, y no era raro que entonasen juntos alegres canciones populares y salmos o cánticos religiosos. «Mis cantilenas le son mo­ lestas al diablo», repetía el Dr. Martín una mañana que salió de casa cantando para ir al campo 97. «El 17 de diciembre— anota Lauterbach, refiriéndose al año 1538— vinieron algunos cantores, que entonaron egregios motetes. Oyén­ dolos Lutero con admiración, exclamó: ' ¡Qué regalos tan insignes nos hace el Señor en esta vida y en tal estercolero! ¿Pues qué será en la vida eterna, en que todas las cosas serán perfectísimas y agradabilísimas?’» 98 Discurrían en cierta ocasión sobre la profundidad de cada palabra de la Sagrada Escritura, cuando se acercó Catalina reprochándoles: «¿Qué hacéis, que no coméis nada charlando sin parar?» 99 97 Tischr. 3945 IV 25. 98 Ibid. 4192 IV 191. 99 Ibid. 2747 II 303.

«Interviene «la Doctora »

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Interviene «la Doctora»

La mujer del Dr. Martín era llamada «la Doctora» ( Doctorissa , D o kto rin ). Era demasiado habladora, y más de una vez se lo echó en cara su marido. N o sólo se despachaba con facilidad y elocuencia en su lengua materna, sino que también chapurreaba el latín. Y citaba de vez en cuando textos de la Sagrada Escritura 10°. Por ejemplo, una vez que discutían acerca de si los judíos se han de convertir o no al fin del mundo, y uno de los comensales sostenía la afirmativa apoyándose en San Pablo (Rom 9,27). Replicaba Lutero que ese texto no prueba nada. E intervenía la «D octorissa: 'Scriptum est: F iet unus pastor et unum ovile’ . Y el Doctor: 'Sí, querida Catalina, eso sucederá cuando los paganos vengan al Evangelio’» 101. En muchas cosas se le notaba que había sido monja, sobre todo en sus for­ mas de piedad; v.gr., al sentir una punzadura imprevista, exclamó espontá­ neamente: «¡Ave María!» Y su marido buenamente declaró: «¡Como si no tuviéramos a Cristo consolador a quien invocar!» 102 En plan de chanza y bromas dialogaban así en abril de 1532, según refiere Schlagenhaufen: «'Llegará el día en que un hombre se case con más de una mujer’ . Res­ pondió la Doctora (D octorissa) : ' ¡Que se lo crea el diablo!’ Dijo el Doctor: 'L a razón está, Catalina, en que una mujer no puede engendrar más de un hijo al año, y el marido muchos’ . Respondió Catalina: 'San Pablo dice que cada cual tendrá su mujer propia’ (1 Cor 7,2). Replicó el Doctor: 'Propia, sí, pero no única; eso no lo dice San Pablo’ . Y así bromeaba el Doctor largo tiempo con la Doctora, la cual decía: 'Antes de sufrir eso, entraría yo de nue­ vo en el monasterio, dejándoos a vos y a todos los hijos’» 103. «'Señor Doctor— interrogó un día la Doctora— , ¿cómo es que en el pa­ pado orábamos tan fervorosa y diligentemente y con tanta frecuencia, mien­ tras que ahora nuestra oración es tan glacial y poco frecuente?’ Respondió el Doctor: 'Es que el demonio empuja sin cesar a sus seguidores a que se fatiguen afanosamente en el servicio de Dios; en cambio, el Espíritu Santo nos amonesta y enseña cómo debemos orar; sólo que nosotros somos tan fríos y tan remisos para orar, que no consigue nada’» 104. Sin duda que la antigua monja no quedó satisfecha de la respuesta, pero guardó silencio ante su admirado Doctor. A un en la doctrina fundamental de la justificación conservaba Catalina resabios papísticos. «Preguntó el Doctor a su mujer si creía que era santa, a lo que ella res­ pondió estupefacta: '¡Cóm o puedo ser santa yo, tan gran pecadora!’ Y el Doctor repuso: 'Ved cómo la abominación papística intoxicó los corazones, penetrando hasta la más íntima medula, de suerte que ya no pueden ver en 100 «Cum ... plures loci proferrentur, et uxor latine dixerat» (ibid., 4861 IV 559). Cómo leía la Biblia a ruegos de su m arido, véase en Briefw. VI 316-17. 101 Probablem ente lo citó en latín, como está en Tischr. 4860 IV 559. También cita a San Pa­ blo en n.1461 II 105. 102 Tischr. 1449 II 103. i»-1 Ibid. 1461 II 105. 104 Ibid., 4885 IV 568-69. O tra versión, esta vez en latín, del mismo Mathesius: «Doctorissa dixic Domine Doctor, cur in papatu tam ardenter et saepe oravimus, nunc tam frigide et raro?» (ibid., 4918 IV 580).

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Esposo y padre de familia. Las «charlas de sobremesas

sí sino la justicia personal’. Y , vuelto a Catalina, le dijo: ’ ¿Crees ciertamente que has sido bautizada y tienes fe en Cristo? Pues cree igualmente que eres santa’» 105. En abril de 1542 hablaban de un zapatero que, habiendo sorpren­ dido a su mujer en adulterio, le cortó la nariz. «Preguntó la Doctora: ' ¿Qué hay sobre el adulterio?’ Afirmó el Doctor: 'Yo por mi parte la hubiese apu­ ñalado’. Repuso la Doctora: ' ¡Cómo puede la gente obrar tan mal y manchar­ se con tal pecado?’ Respondió el Doctor: 'Querida Ketha, la gente no ora... Por eso, debemos orar nosotros: N o nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. De un muchacho no me maravillo, porque los muchachos son mu­ chachos’» 106. No siempre las conversaciones eran tan serias. En las afueras de W itten­ berg, junto a la carretera de Zahna, había comprado Lutero, por voluntad de Catalina, un huerto grande con un estanque lleno de diversidad de peces, como lucios, lochas, truchas, percas y carpas. A llí solían ir los dos esposos a pescar. Y un día de 1533 que trajeron a casa buena provisión, comentaba Cordatus: «‘Con suma alegría y acción de gracias hemos comido algunos pe­ ces a la mesa’. Y el Doctor decía: 'Catalina, tú estás más contenta con estos pececillos que muchos nobles cuando pescan centenares de peces en grandes estanques’» 107. Com er, beber y cantar

En el huerto crecían también las vides. «Y cierto día que en la mesa se sirvieron algunos hermosos racimos del huerto del Doctor, exclamó uno de los comensales: 'Es sorprendente que una tierra tan arenosa (como W itten­ berg) produzca frutos tan hermosos’» 108. En la bodega de Lutero había barriles de diversos vinos; el mejor, a su gusto, era el de Franconia. Su bebida más frecuente era la cerveza, especial­ mente por la noche, pues decía que le ayudaba a dormir. La más exquisita fue algún tiempo la de Torgau, «la reina de las cervezas», que después perdió calidad; la peor, la que se vendía en Wittenberg. Por lo demás, parece que daba la primacía al vino: «El vino— sentenciaba— es cosa bendita y tiene en su favor el testimonio de la Escritura, mientras que la cerveza es tradición humana» 109. La cerveza que consumían se elaboraba en la cervecería de casa, por arte de Catalina y con la malta que les enviaba gratuitamente el elector. Entre los platos más suculentos que se ponían a su mesa los días de gran fiesta, el más estimado era el ciervo asado, que solían regalarle los cortesanos y caza­ dores del príncipe. Pero afirmaba Lutero que las carnes del venado, como las de las aves silvestres, son melancólicas; por eso, él prefería, igual que los ios Tischr. 2933 III 96-97. 10« Ibid. 5381 V 117-18. 107 Ibid. 3390 III 300-301. ios Ibid. 5221 V 14. En el huerto de casa cultivaba Lutero melones o pepinos, calabazas y pequeñas cidras (Briefw. IV 220). Desde N urem berg le m andaba Link en 1527 simientes de va­ rias hortalizas y utensilios de labranza. Ese mismo año Lutero pedía a Lang rábanos de Erfurt, que eran grandes y famosos, y rabanizas para plantar. Al huerto salía a veces para recrearse: «contemplando las maravillas de Dios en los frutos de los árboles, flores, hierbas y pájaros» (Briefw. VIII 209). 109 Tischr. 254. I 107.

Comer¡ beber y cantar

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príncipes de Sajonia, comer gorrín asado. Cuando oía a los cerdos gruñir en el establo, se alegraba, porque se los imaginaba ya emparrillados o en sal­ chicha 110. Alguna vez que se sentía enfermo pidió a su mujer le pusiese un plato de arenque asado con guisantes y mostaza. Lutero padecía frecuentemente de vértigos y vahídos. «Para mí— repetía— no hay remedio mejor contra el vértigo que seis cucharaditas de manteca. La manteca es cosa muy sana; por eso creo yo que es tan robusta la gente de Sajonia, porque comen mucha manteca. También es buena la infusión de serpol. Y el comino negro, mace­ rado dos noches en vino, es buen remedio contra los vahídos». Esto último lo confirmaba Justo Joñas, uno de los comensales m . La comida de aquella casa era sana y limpia, mas no exquisita 112. La ahorradora y un poco cicatera Catalina no trataba a sus huéspedes con exce­ siva liberalidad. Pero entre todos ellos reinaba en la mesa la alegría y el buen humor, a lo que contribuían notablemente las ocurrencias y bromas de Lutero. Una noche de noviembre de 1536 debió de empinar el codo un poco más de lo ordinario, y se ex cu só diciendo: «Mañana en clase tengo que hablar de la borrachera de Noé (explicaba entonces el Génesis); por tanto, beberé esta noche bastante, a fin de poder hablar mañana de los inconvenientes de la bebida». El Dr. Cordatus, que estaba allí presente y no entendía el humorismo de Lutero, pro­ testó: «¡De ningún modo! Lo que se debe hacer es lo contrario». Y Lutero: «Hay que ser indulgentes con los defectos de cada país. Los bohemios engullen, los wendos roban, los alemanes trincan de lo lindo ( sauffen ) ; pues, querido Cordatus, ¿cómo quieres que un alemán gaste su dinero sino en la bebida, especialmente si no ama la música y las mujeres?» 113 «Poco después vio que las niñas y los jóvenes bailaban. Es un placer— dijo— ■ maravilloso. Los italianos, aunque quieren ser pudorosos al bailar, hacen gestos lascivos. N o se abrazan ni se tocan con las manos, sino que se empal­ man mutuamente mediante un pañuelo; pero los pasos del baile son lasciví­ simos. Los italianos son sumamente celosos. ¡Ay de aquel que habla con mujer ajena!» 114 No era raro que de la mesa se retirasen cantando. Lutero conocía bien a los principales músicos de su tiempo y hablaba de ellos 115. 110 «Libenter audio grunnire porcos, quia afferunt Braten, W urst» (WA 46,494). Los ve­ nados y aves silvestres «coguntur vivere in fuga, ideo habent carnem melancholicam, non alentem»; por eso prefería la carne de cerdo a la de ciervo, «denn ein Schwein hat W urst, Speck Fleisch, quae nutriunt» (Tischr. 3823 III 640). »1 Tischr. 2612 II 545. 112 Ibid. 3684 III 529. 113 Ibid. 3476 III 344. " 4 Ibid. 3477 III 345. 115 «Deinde canebant novam m utetam , scilicet: Anima mea hilaris facta est» (ibid., 3691 III 536). «Prima ianuarii anni 1537 egregias cantilenas post caenam cecinerunt. Quas cum admiraretur D octor M artinus, dixit cum singultu: Ach, wie feine musici sindt in 10 Jharen gestorben! Joaquín (de Prez, f 1521), Petrus Lorue (de la Rué, 1 1518), Finck (Heinrich, t 1521) et multi nlii excellentes» (ibid., 3516 III 371). «Haec dixit cum rideremus inter cantandum » (ibid., 5408 V 130). «Deinde canebantur cantilenae Senflii (L. Senfel o Senfl, | 1543J egregiae, quas mirabatur et laudabat» (ibid., 6247 V 557).

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Esposo y padre de familia. Las « charlas de sobremesa »

E l sueño de Lutero

¿Dormía siesta el Dr. Martín? U n día citó en la comida un verso de Silio Itálico contra el sueño excesivo. Y dirigiéndose a Melanthon, allí presente, le dijo: «‘Maestro Felipe, explicadme ese verso y decid si el sueño diurno es dañoso’. Respondió Melanthon que la siesta, si es moderada, no hace daño; no hay pajarillo, por pequeño que sea, que no descanse al mediodía. Agregó Lutero: 'Cuando se calientan los ojos, es tiempo de alzarse del sueño’» 116. A las nueve de la noche, el amo de casa se acostaba y reposaba siempre, según propio testimonio de 1531, sobre el costado izquierdo. Los últimos años, aunque no dormía más de seis horas, se pasaba ocho en la cama descan­ sando. Según eso, se levantaría a eso de las cinco, como sus criados ordina­ rios 117. Frecuentemente consultaba a los médicos, pero luego no les hacía caso. Sus recetas medicinales no pueden tener valor absoluto para todas las circunstancias, porque, según él, «Avicena y los demás escritores de medicina no tienen en cuenta a los ángeles y a los demonios. Ahora bien, una hierba que hoy es provechosa, mañana puede ser mortal si un demonio la empon­ zoña» 118. Así, discutiendo de lo humano y lo divino, de las ciencias naturales y de la Sagrada Escritura, de historias verídicas y de cuentos populares, de la gracia y del pecado, de los animales y de las plantas, de Cristo y del demonio, de las cosas presentes, pasadas y futuras, de omni re scibili et de quibusdam aliis, del cedro del Líbano y del hisopo que brota en la pared (1 Re 4,33), en tono a veces serio, a veces humorista y burlón; bromeando, rezando, cantando, abriendo su alma y desahogando su corazón ante círculos de amigos incon­ dicionales, hablaba y hablaba el profeta de Alemania, el eclesiastés de W it­ tenberg, el doctor más famoso de aquella Universidad, el antiguo fraile y ahora marido de Catalina de Bora. Sus Charlas de sobremesa serán siempre una rica fuente para sus biógrafos. 116 Ibid., 3757 III 594. 117 «Paterfamilias praescribit servo certam rationem et ordinem operarum domesticarum, iubet ut surgat hora quinta» (WA 44,704). En febrero de 1532 (Briefw. VI 270) escribe desde Torgau a Catalina que duerme bien, seis o siete horas seguidas y luego dos o tres más, por efecto de la cerveza. «H ora nona cubitum eo» (Tischr. 3733 III 578). u s Tischr. 3383 III 298.

C a p í t u l o

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O R G A N I Z A C I O N D E L A IG L E S I A L U T E R A N A . D E S P IR A (15 2 6 ) A S P IR A (15 2 9 ). V I S I T A C I O N D E L A S IG L E S IA S . L O S C A T E C I S ­ M O S. R E A C C IO N C A T O L IC A

Hemos visto que la Liga católica de Dessau (1525) y la evangélica de Gotha-Torgau (1526) dan principio a la escisión político-religiosa del Im­ perio alemán. Por muchas simpatías que el teólogo de W ittenberg hubiese perdido con la guerra de los campesinos, nadie podía detener el avance in­ vasor del luteranismo. En la guerra se habían unido momentáneamente prín­ cipes católicos y evangélicos; mas, apenas terminado el conflicto, el antago­ nismo entre los dos partidos se hizo más firme e irreducible. E l problema alemán

El edicto de W orms no se cumplía y la cuestión religiosa de Alemania seguía sin resolver. La Media Luna se dibujaba en el este como una cimitarra cada día más peligrosa y amenazadora. Muchas de las reformas exigidas por los novadores no eran aceptables para los católicos. El problema alemán era como una herida sangrante y dolorosa, para la cual no hallaban remedio las Dietas imperiales, que, después de estudiar el problema, dejaban su solución a la Dieta siguiente. Faltaba una autoridad suficientemente fuerte para hacer cumplir la ley en todos los Estados y ciudades. Quizá solamente Carlos V con su presencia hubiera podido hacerse respetar por todos y reunir las fuer­ zas económicas, militares y políticas necesarias para imponer su voluntad, contraria a cualquier cisma político-religioso. Pero al nieto de Maximiliano, enzarzado en las guerras con Francia, le era muy difícil, por no decir imposible, trasladarse a Alemania para acometer seriamente, con el espacio requerido, el grave problema luterano. Lo único que entraba en sus posibilidades— y el emperador no lo descuidaba— era dar desde lejos directivas y consejos a su hermano y representante Fernando. A l deseo de la Dieta de Nuremberg en 1524 de que se convocase un «sínodo ge­ neral de la nación alemana» aquel mismo año en Spira, se había opuesto Carlos decididamente, accediendo al ruego de Clemente VII, que lo juzgaba peligrosísimo; en cambio, exhortaba calurosamente al papa a convocar un concilio ecuménico que reformase lo que había que reformar en la Iglesia y buscase una solución al problema religioso que se discutía en Alemania La maraña política internacional pareció desenredarse cuando el 24 de lebrero de 1525 la brillante victoria de Pavía puso en manos del emperador 1 «Porque no havemos de faltar con nuestras fortunas y Estados y con nuestra propia per­ so n a ... al remedio deste tan evidente daño de la religión... Y pues piden que ( el concilio) se haga cu Alemania, podría Su Santidad elegir para esto la ciudad de Trento, que por ellos es tenida por Alemania, ahunque sea Italia» (M. G a c i i a r d , Correspondance de Charles V et Adrien V I 206), l.a minuta de esta carta es del 18 de julio, pero fue registrada en su form a definitiva en Burgos el 23 de julio de 1524. Aquí suena por primera vez en la historia la ciudad de T rento como ciudad conciliar.

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la persona del vencido rey Francisco I, que fue llevado prisionero a Madrid. Soñó Carlos entonces en emprender lo más pronto posible un viaje a Italia para recibir en Roma la corona imperial y compeler al papa a la inmediata convocación de un concilio reformista, después de lo cual se presentaría triun­ fante y prestigioso en Alemania; en aquella Alemania desgarrada por cismas y guerras, a la que él daría unión, justicia y paz con promesas de reformas. Fracaso de Augsburgo

Con estos propósitos convocó desde Toledo una Dieta imperial, que debía congregarse en Augsburgo el i de octubre de 1525. No se abrió hasta el 11 de diciembre, bajo la presidencia del archiduque Fernando de Austria, lugarte­ niente imperial; pero como ni aun entonces los príncipes y los representantes de las ciudades se dieran prisa a comparecer, pareció lo más prudente disol­ ver la asamblea (9 enero 1526) y aplazarla para el mes de mayo. A sus delegados en la Dieta les dirigió Jorge de Sajonia una instrucción, pintando con tétricos colores la situación religiosa de Alemania en aquel mo­ mento. «Es verdad— decía aludiendo al fin de la guerra campesina— que la revolución nacida del evangelio de Lutero está ya sofocada; pero las innova­ ciones religiosas y las violencias son tan grandes y peligrosas, que, si no se aplican enérgicos remedios, son de temer males peores que los precedentes. En muchos lugares se intenta cada día arrojar de sus claustros a frailes y mon­ jas por medio de amenazas, de promesas o de la fuerza; se incautan los bienes de la Iglesia «como si se tratase de una herencia legítimamente adquirida». Ningún abad, ningún prior, está seguro de sus posesiones. Los príncipes, los condes y las ciudades pueden libremente blasfemar, profanar y pisotear el sacramento del Señor; destruir los templos, apoderarse de las limosnas y gas­ tarlas... A causa de la ruina de la autoridad eclesiástica y de la unidad cris­ tiana, pretende cada cual interpretar a su gusto el Evangelio, de suerte que hay tantas herejías como artículos tiene el credo... Se habla de la necesidad de las reformas, pero no se mira a la reforma, sino a la completa destrucción de todo lo existente» 2. El duque Jorge no cargaba demasiado las tintas. L o demuestra un mani­ fiesto, firmado por «algunos amigos del bien común, espiritual y temporal», que corría por la ciudad de Augsburgo durante la Dieta. Janssen resume así su contenido. «Todos los obispados, abades y otras prelaturas y prebendas carecen de utilidad alguna para la fe cristiana o para el Sacro Imperio. Es pre­ ciso emplear sus bienes cristianamente en cosas mejores y más útiles. Tal cambio se efectuará por medio de la autoridad civil, a la cual compete el fo­ mento del bien común y del orden cristiano. Los Estados laicos de la Dieta, con exclusión de los eclesiásticos, deberán poner mano a la obra y tomar una decisión». Pide también la supresión de todos los principados eclesiásticos y la completa secularización de los bienes del clero, los cuales serán aplicados a la organización de un ejército permanente y a pensionar algunos dignatarios eclesiásticos. Reclama además para el poder temporal o civil la facultad de 2 C. H ó f l e r , Charitas Pirckheimer... Denkwürdigkeiten (Bamberg 1852) L X ll-L X in . Lo mismo decía el duque Jorge a su yerno Felipe de Hessen ( J a n s s e n - P a s t o r , Geschichte des deutschen Volkes III 33).

La D ieta de Spira

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definir autoritativamente la verdadera interpretación de la palabra de Dios y de atender a que los pastores y predicadores sean piadosos e ilustrados. Para cada uno de los seis distritos o «círculos imperiales» (K reise des R eichs) se nombrará un «obispo», que se contentará del salario que se le asigne, sin otra potestad que la puramente espiritual 3. Entre los panfletos que se imprimían entonces con burlas y desprecios de la antigua religión había uno casi inofensivo, al que Lutero le inyectó en la cabeza y en la cola cierta dosis de virus ponzoñoso, publicándolo en enero de 1526 con el título de E l papado con sus miembros descritos y pintados 4. Dice en el Prólogo refiriéndose al clero secular y regular: «Callaré las blasfemias y vergüenzas que éstos cometen con sus misas y otras ceremonias litúrgicas, como si Satán los hubiese fundado para blasfe­ mar de Dios y seducir a las almas... Se puede pensar que ellos son aquel gran pueblo Gog y Magog, de quien dicen Ezequiel y el Apocalipsis que ro­ dearon la ciudad santa de Dios y que al fin serán aniquilados y dados en pasto a los pájaros... Ninguno de esos dos órdenes tienen estima de la fe y de la caridad... Unos llevan tonsura, otros cogulla, o manto, o roquete de color blanco, o negro, o gris, o azul... Estos son la plaga de langostas, orugas, esca­ rabajos y gusanos dañinos que devoran y devastan todo el país» 5. Siguen los grabados de escaso valor artístico: un papa, un cardenal, un patriarca, un obispo, un canónigo, un cura, un diácono y otras 58 figuras de todas las órdenes monásticas con unos versillos alemanes al pie de cada una. En la Conclusión, escrita por Lutero como el Prólogo, exhorta a sus secuaces a seguir incansables injuriando y escarneciendo al papado hasta que esa «roja meretriz sea pisoteada como el lodo de las calles y no haya en la tierra cosa más vil que esa Jezabel ebria de sangre» 6. La Dieta de Spira

Después del tratado de Madrid (14 de enero de 1526), en que Francisco I se vio obligado a renunciar a sus derechos sobre Nápoles y Milán y a ceder al emperador el ducado de Borgoña, Carlos V volvió a prometer que se diri­ giría en seguida a Italia, para subir luego a Alemania y pacificar el Imperio. Así se lo escribe a los príncipes desde Toledo el 5 de febrero, y a su hermano Fernando el 26 de marzo. Llega a señalar la fiesta de San Juan Bautista como ’ J a n s s e n , Geschichte III 33-34. El conde palatino Federico, herm ano de Luis V, envió a sus representantes en la D ieta de Augsburgo un m em orial en que decía que era absolutam ente ne­ cesario un concilio en territorio alemán que decidiese cuestiones como la comunión sub utraque spccie, el culto de los santos, la confesión, la potestad del papa y de los obispos. La D ieta por m i parte censuró los abusos de la vida pública, principalmente de los eclesiásticos; expresó su «leseo de que la Biblia se tradujese al alemán y la palabra divina se explicase sin sutilezas para instrucción del pueblo; en el nom bram iento de párrocos o pastores, se ponga cuidado para que nula parroquia o prebenda tenga su beneficiario; sea permitido a todos y cada uno de los clausiiulcs la libertad de abandonar la vida religiosa; los que quieran continuar en el m onasterio, no .(■1111 molestados, con tal que vivan dignamente; ni se pongan estorbos a los sacerdotes que deseen ■unlrncr m atrimonio. La D ieta regulará los días festivos y de ayuno. Deberán reducirse los cen­ ias o tribuios a la Iglesia; los bienes superfluos de las prebendas pingües y los caudales de los iiuinnsterios suprimidos se emplearán en pro de las escuelas, hospitales, hospicios y otros fines '"tíntales. Así se evitará la inminente escisión eclesiástico-política dentro de Alemania (W. F r ie 1 M N . s i i u u i i , Die Rejbrmation uml der Speirer Reichstag von 1526: LJ 8 [1526] 120-95 [p.142-43]). •' />«.* Itapstum mil seyncn Gliedcrn gemalet und beschríeben: W A 17-7-43. ’ Ihid., 7. " Ihid., 42.

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fecha inicial de su viaje 7. Carlos V, que acababa de cumplir veintiséis años, disfrutaba aquellos días de su luna de miel, pues había contraído matrimonio el x i de marzo en el alcázar de Sevilla con la infanta Isabel de Portugal. Sus deseos de emprender el viaje a Italia no pudieron cumplirse, entre otras causas por las disensiones con Clemente VII, que culminaron en la Santa Liga de Cognac (22 de mayo de 1526), en que se confederaron contra el emperador — por negociaciones y consejos de Juan Mateo Giberti— el papa, el rey de Francia, Venecia y Francisco Sforza. En tales circunstancias, por más que su hermano el archiduque le apre­ miase a acelerar el viaje a Alemania, pues sin su presencia no podría evitarse la catástrofe, bien veía Carlos que su llegada para la Dieta de Spira, que debía iniciarse en junio, carecía de verosimilitud, por lo cual, escribiendo a D. Fer­ nando el 26 de marzo, le daba normas acerca de su comportamiento en la Dieta y renovaba los plenos poderes otorgados a sus comisarios. Pensó el archiduque en diferir la convocación de la Dieta imperial; pero, hallándose alcanzado de recursos económicos para la guerra contra los turcos y para el régimen interno de la nación y persuadido de que el emperador no vendría tan pronto como se esperaba, le escribió el 30 de abril que la Dieta se abriría próximamente 8. La ciudad libre de Spira, situada en la orillá izquierda del Rhin, casi a 50 kilómetros al sur de Worms, hormigueaba de gente en el mes de junio de 1526. Se iba a celebrar el Reichstag o Dieta imperial, y empezaba a afluir una multitud innumerable de caballeros, clérigos, mercaderes, juristas, prín­ cipes de toda Alemania y embajadores de Hungría, de Saboya, de Venecia. Don Fernando de Austria se hallaba en la ciudad desde el 18 de mayo, y se impacientaba de la morosidad y renuencia de muchos Estados del Imperio, que tardaban en enviar sus representantes. Entre los primeros en llegar se contaban los electores de Maguncia, de Tréveris y del Palatinado, el margrave Casimiro de Brandeburgo-Kulmbach, el conde palatino Juan de Simmern, los obispos de Spira, de Trento, de Estrasburgo, de Würzburgo, etc. M uy tarde se presentaron el conde Hermann de W ied, arzobispo y elector de Colonia, y el obispo Enrique de Utrecht, coadjutor de Worms. Si la asisten­ cia de obispos fue muy escasa, fueron, en cambio, muy numerosos los delega­ dos de las ciudades libres, tocados en su mayoría de mentalidad reformista y luterana, como los de Estrasburgo, Frankfurt, Nuremberg, Ulm, Augsburgo, etc. El elector Juan de Sajonia no se presentó hasta el 20 de julio con una escolta de 400 caballeros; pocos días antes había entrado el landgrave Felipe de Hessen con una comitiva de 200 jinetes. Eran ambos las más fuertes co­ lumnas del nuevo evangelio y buscaban apoyo en los delegados de las ciu­ dades. Desde el primer momento hicieron alarde de su nueva fe, no asistiendo 1 J a n s s e n , Geschichte III 40. 8 H . B a u m g a r t e n , Geschichte Karls V (Stuttgart 1888) II 556-57. Pocos meses antes, el 13 de enero le escribía Fernando: «de cette mauldicte secte Lutherienne, quest sy maulvaise que je ne le vous saroye escripre», rogándole que acelere su venida, «y vouloir pourveoir avecq vostre brieve venue de par desa. C ar je ne voy point daultre remede et sans cela je crains que tout yra en ruyne et perdición» (B a u m g a r t e n , II 551). El tem or de que el em perador entrase en Alemania aterraba a los príncipes favorables a Lutero; los católicos, en cambio, ponían sus esperanzas en la venida de Carlos.

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a la misa y quebrantando públicamente los ayunos y abstinencias. El landgrave Felipe, apenas llegado a Spira, hizo matar un buey a la puerta de su alber­ gue, y al día siguiente, que era viernes, lo ofreció en la mesa a sus convidados. Con él venía el predicador luterano Adán Krafft, y con Juan de Sajonia el teólogo Juan Agrícola de Eisleben y el párroco o pastor de Altemburg, Jorge Spalatino, que, casado poco después de su amigo Lutero, seguía siendo con­ sejero del elector. Estos predicaban y celebraban la «sagrada cena», conforme al rito luterano, en presencia de sus señores y de otros muchísimos que concu­ rrían atraídos por la novedad del espectáculo. Como un desafío a los católi­ cos, los lacayos y servidores de los dos príncipes citados llevaban bordadas en la manga derecha de sus libreas las cinco letras iniciales del siguiente tema: Verbum D ei M a n et In Aeternum.

Juan Codeo, presente en Spira, nos dice que por las calles de la ciudad se vendían impunemente libros luteranos; era un público desprecio del edicto de Worms. En la hermosísima catedral románica, en donde se guardan los sarcófa*gos de cinco emperadores medievales, se celebraba la misa católica los domingos y alternaban en sus predicaciones un fraile franciscano y el canó­ nigo Juan Fabri, venido a la Dieta como representante de los obispos de Constanza y Basilea. Asistía devotamente el archiduque de Austria, D. Fer­ nando, con sus amigos, pero se echaban de menos muchos personajes ilustres. Es de notarse que muchos príncipes católicos, algunos de tanta importan­ cia como Jorge de Sajonia, el elector Joaquín I de Brandeburgo y los duques de Baviera, se abstuvieron de venir personalmente a la Dieta, quizá por el fracaso de la precedente o porque desconfiaban de la eficacia de sus delibe­ raciones, con lo cual es claro que el partido católico— que todavía conservaba la preponderancia— perdía fuerza y prestigio. Ni siquiera el romano pontífice se dignó enviar su legado, como otras veces, por más que se lo suplicó el archiduque Fernando 9. No estaba C le­ mente VII bien enterado de la cuestión religiosa en Alemania, y, al parecer, tampoco sentía la necesidad de mejor información, ni estaba su ánimo enton­ ces como para hacer obsequios a su enemigo el emperador. Deliberaciones de los tres Estados

El 25 de junio de 1526, en la gran sala del Consejo municipal de Spira, el archiduque Fernando de Austria, como lugarteniente del emperador y en unión con cuatro comisarios enviados por Carlos V, declaró inaugurada so­ lemnemente la Dieta, poniendo como base para las deliberaciones una ins­ trucción imperial fechada en Sevilla el 23 de marzo, en la que declaraba sus planes de ir pronto a Roma para recibir la corona imperial y mover al papa a la convocación de un concilio, en el cual se tratarían todos los problemas tic la cristiandad, tanto los dogmáticos como los de reforma de los abusos, herejías y desórdenes que cundían en muchas partes, y, sobre todo, desgra­ ciadamente, en la nación germánica. Pero como necesariamente pasará algún tiempo— decía— hasta que se llegue a dicho concilio, hay que tomar ciertas medidas con urgencia, pues vemos los muchos y graves errores que se prediw I*. H a l a n , Monumenta saecull X V I... Clementis VII epistolae 225-26. El nuncio Jerónimo Koruriu fue a Spira acom pañando al archiduque, mas no como representante del papa.

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can, con escándalo del pueblo, y los libelos que se imprimen insultando y es­ carneciendo a las autoridades. Para remediar estos males, desea el emperador que los Estados, de acuerdo con sus comisarios, deliberen y vean el modo de atajar los tumultos y castigar a los culpables, pero en tal forma que no se in­ troduzca ninguna innovación en materia de fe ni se alteren los usos e institu­ ciones tradicionales de la Iglesia, porque esto pertenece al concilio general. Si en el Imperio ocurren entre tanto algunas turbaciones, los príncipes debe­ rán ayudarse mutuamente, haciendo que en todas partes se cumpla el edicto de W orms 10. Pedía luego una contribución para el sostenimiento del Reichsregiment y para la guerra contra los turcos. Es de notar que la instrucción o propuesta de Carlos V fue leída en forma algo mitigada, silenciando o suavizando ciertas frases que podían parecer contrarias a la libertad de discusión. A l día siguiente, 26 de junio, reunidos los Estados en la sala superior del Ayuntamiento, optaron por dividirse en tres curias o colegios: la de los elec­ tores, que eran seis, pero cuyo voto era el más decisivo en todas las decisiones; la de los príncipes o señores (duques, condes, prelados), y en tercer lugar la de las ciudades libres o imperiales, cuyos derechos en la Dieta no estaban aún bien fijos y delimitados, pues dependían de lo que los electores y demás prín­ cipes les concediesen en cada caso. D e hecho bastaba el voto de los electo­ res y de buena parte de los príncipes para que fuese válido un decreto de la Dieta n . A fin de proceder con orden, dividieron la propuesta del emperador en cinco puntos: i.°, prohibición de las innovaciones en materia de fe; 2.0, man­ tenimiento de los usos tradicionales de la Iglesia; 3.0, supresión de los abusos; 4.0, modo de proceder contra los transgresores de aquellas costumbres, ins­ tituciones y ordenaciones que la Dieta aprobase como tradicionales; 5.0, ejecu­ ción del edicto de Worms. La curia de los electores, en su mayoría, juzgó prudente y cristiano el pa­ recer del emperador, al cual quería atenerse en todos los puntos; mostrábase decidida a conservar la fe cristiana y las buenas costumbres eclesiásticas, pero dispuesta a la corrección y reforma de los abusos y desórdenes, y nada decía de medidas punitivas contra los novadores. El 30 de junio entregaron su dictamen a las otras dos curias de los príncipes y de las ciudades. Entre los príncipes y señores se alzaron al principio algunas objeciones, mas acabaron por aprobar el dictamen de los electores. En cambio, al discutir los puntos siguientes, especialmente al examinar los comienzos de la escisión religiosa, las causas de la guerra civil y las medidas con que se deben prevenir futuros tumultos, la disensión entre ambas corporaciones apareció clara y ma­ nifiesta. Las sublevaciones revolucionarias se originaron, según algunos, de los abusos eclesiásticos; respondían los obispos que la causa eran los panfle­ tos y las predicaciones sediciosas. No acababan de ponerse de acuerdo, cuando el 4 de julio las ciudades les 10 F r i e d e n s b u r g , Der Reichstag zu Speier (Berlín 1887) 523. Este trabajo sigue siendo fun­ dam ental para todo lo referente a la Dieta. Para conocer la m archa de las deliberaciones pueden verse las piezas de archivo publicadas por J. N e y , Analekten zur Geschichte des Reichstags zu Speier im Jahre 1526: Z K G 8 (1886) 300-307; 9 (1887) 137-81; 12 (1891) 334-60. 11 F r i e d e n s b u r g , Die Reformation 145.

Festejos y distracciones

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remitieron su dictamen de tono audazmente evangélico. Eran las ciudades el terreno donde más fuertemente había prendido la semilla luterana. Jacobo Sturm, delegado de Estrasburgo, con Bernardo Baumgartner, delegado de Nuremberg, y otros muchos de igual tendencia trabajaron lo posible por salvar la causa del nuevo evangelio. En el dictamen de las ciudades se decía que la ejecución del edicto de W orm s resultaba imposible; que no se debía alterar la fe cristiana, fundada en la palabra de Dios, pero que era preciso eliminar los abusos eclesiásticos, contrarios al verdadero cristianismo, lo cual convenía que hiciese la Dieta sin aguardar al concilio. La impresión causada por estas ideas fue considerable. Aquella Dieta, convocada para reprimir al luteranismo, parecía querer convertirse en tribunal para oír acusaciones contra la Iglesia y condenar sus abusos. Se airearon los viejos gravamina contra la curia pontificia y los resentimientos de la nación germánica contra Roma. A recalentar más y más este ambiente contribuyó no poco la llegada de los dos principales jefes de la reforma luterana, Felipe de Hessen y Juan de Sajonia (12 y 20 de julio). Los electores, que tenían conocimiento de la irritación de Carlos V contra Clemente VII, agudizada aquellos días, no se sentían con ánimos para salir a la defensa de Roma, mientras los luteranizantes, atacando al régimen ecle­ siástico, parecían defender al emperador. Por eso y porque se persuadieron que un examen de los abusos era inevitable, la propuesta de las ciudades del 4 de julio fue aceptada tanto por los electores como por los demás príncipes. Festejos y distracciones

No todo eran sesiones, debates, consejos, memoriales, deliberaciones y pro­ blemas inquietantes en los comicios de Spira. Había mucha gente advenediza y ociosa que necesitaba divertirse en cualquier forma y dar a la ciudad un aire de fiesta ininterrumpida. Los altos personajes que habían venido a la Dieta lo necesitaban y lo deseaban más que nadie, y eran los primeros en dar ejem­ plo y en promover las diversiones. Hacia el 10 de julio, el elector del Palatinado invitó a los demás electores a que le acompañasen hasta Heidelberg en una gran cacería por los bosques de la ribera derecha del Rhin. Y con los grandes señores iba una abigarrada multitud de palafreneros, monteros de trailla, batidores, criados, etc. Apenas habían regresado de su excursión cinegética llegó a Spira la alegre noticia de que Ana de Hungría, la joven esposa del archiduque Fernando de Austria, había dado a luz una hija el 9 de julio. Rebosante de gozo el archi­ duque, organizó una espléndida fiesta, que empezó por una misa solemne en la catedral el 16 de julio. Siguió el banquete, al que fueron invitados todos los príncipes y los delegados de las ciudades, que llenaban catorce largas mesas, a las que se sirvieron no menos de 25 platos diferentes. Por la tarde se celebró una justa o torneo caballeresco con la participación personal del mismo I). Fernando. La tensión religiosa de las sesiones se relajaba en los festines, juegos, ca­ cerías y torneos. Entre todos los príncipes distinguíase por su fausto y esplen­ didez Juan de Sajonia, que diariamente tenía junto a sí en la mesa 700 comen­

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sales. «Verdaderamente— refiere Spalatino— , el elector nos trata con magni­ ficencia y liberalidad»; «algunos príncipes se quedan a jugar hasta las diez de la noche, y alguno ha perdido al juego más de 3.000 florines» 12. Lutero, que de las cuestiones que se agitaban en Spira estaba casi a oscu­ ras, de las fiestas y banquetes sabía algo, ya que, escribiendo a W . Link el 28 de agosto, le dice: «En Spira se tienen los comicios como los alemanes suelen celebrarlos: se bebe, se juega; y, fuera de eso, nada» 13. Labor de las comisiones

Mejor que las curias o colegios en pleno, se pensó que trabajarían algunas comisiones particulares. Así, mientras unos pocos discutían separadamente sobre la extirpación de los abusos, los grandes señores y sus cortesanos po­ dían divertirse alegremente, según su costumbre. Especial atención merece la comisión de la segunda curia, o de los prín­ cipes y señores, constituida el 5 de julio por cuatro laicos, abiertamente lute­ ranos, y por cuatro eclesiásticos. Fue llamada «la comisión de los ocho», y redactó un informe reformista que, si bien contradecía en bastantes puntos al derecho canónico, respetaba cuidadosamente todo lo dogmático. Proponía que se conservase intacta la misa latina (aunque la epístola y el evangelio se leerían en alemán); que se conservasen como hasta ahora, con las mismas ceremonias, los siete sacramentos, en cuya administración los clérigos no debían percibir ningún derecho de estola; que se dejase a la con­ ciencia de cada cual la comunión bajo una o dos especies; que para evitar frecuentes escándalos no se pusiese ningún obstáculo al matrimonio de los sacerdotes; que se predicase el Evangelio conforme a la interpretación de la Iglesia universal, observando el principio exegético (repetido por Lutero) de explicar la Escritura por la Escritura; que en la ordenación de sacerdotes se tuviese en cuenta la edad, la capacidad y las costumbres de los ordenandos; que las parroquias fuesen visitadas al menos una vez al año; que se redujesen las fiestas, conservando las de la Virgen y de los principales santos; que se disminuyesen también los días de ayuno, conservando los de Cuaresma, y que esta ley no obligase sub g ra vi ; que las autoridades censuren los libros que se imprimen, pues ellos han sido la causa de tantos errores y escisiones en el Imperio; que se suprimiesen muchas de las dispensas, reservas, anatas, en­ comiendas, exenciones, etc. 14 En el cuaderno de quejas y demandas presentado por las ciudades el 1 de agosto a la asamblea, se exigía para las autoridades civiles el derecho de deponer y de nombrar a los párrocos; se acusaba duramente a los frailes men­ dicantes; se pedía la reducción del número de monasterios para aplicar sus rentas al alivio del pueblo; se abogaba por el matrimonio de los sacerdotes; se postulaba la predicación libre del Evangelio; y, en lo relativo al culto y 12 Spalatini Chronicon sive Anuales 660-67; F r ie d e n s b u r g , Der Reichstag zu Speier 322-455. Los delegados de Frankfurt anunciaban el 30 de julio: «N ada de nuevo, sino que los electores y príncipes banquetean y juegan» ( F r ie d e n s b u r g , Der Reichstag 322). Otros banquetes, ibid., 455. 13 B rie fw . IV 109. 1“ J. N e y , Analekten: Z K G 9 (1887) 142-66.

Solución y compromiso

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ceremonias, cada Estado debería disponer libremente mientras no se reuniera el próximo concilio 15. En las deliberaciones de los príncipes y señores de los días 30 y 31 de julio y i.° de agosto, se determinó, con objeto de simplificar el trabajo, for­ mar una sola comisión con miembros de las tres curias. Esta «gran comisión» (D er Grosse AusschussJ, integrada por seis consejeros de los electores, 12 de­ legados de los príncipes y dos de las ciudades 16, tuvo su primera reunión el 2 de agosto y continuó activamente su tarea hasta que el 16 de agosto pre­ sentó su Advertencia sobre los abusos y gravámenes 17. Pero como aquellos días los defensores del nuevo evangelio se hacían más audaces y más exigentes, temió Fernando que la Gran Comisión diera algún paso temerario en materia religiosa o estrictamente eclesiástica, y de­ cidió cortar el peligro de un tajo. Para eso envió el 3 de agosto dos delegados, que manifestasen a todos los reunidos, con más claridad que el día de la aper­ tura, la decidida voluntad del emperador de que en la Dieta no se discutiesen cuestiones de fe cristiana ni se alterasen las ceremonias y costumbres tradi­ cionales de la Iglesia. Y leyeron el texto de la instrucción firmada el 23 de marzo. De hecho, la Gran Comisión puede decirse que no abordó el problema religioso. Entre los novadores, la impresión fue de sorpresa y disgusto. Solución y compromiso

Algunos se disponían a partir, y tal vez lo hubieran hecho si el archiduque no los hubiera retenido con buenas palabras. No convenía que abandonasen la Dieta antes de votar el subsidio para la guerra turca. Mientras los electores buscaban un compromiso entre las opuestas ten­ dencias, los delegados de las ciudades presentaron el 4 de agosto una respues­ ta sumamente ingeniosa y sagaz. Los antiguos decretos, como el de W orms — decían— , hoy no pueden mantenerse, porque las circunstancias han cam­ biado, y el mismo emperador, si estuviese aquí presente, lo reconocería. Desde la instrucción del 23 de marzo hasta ahora han pasado más de cuatro meses; en aquella fecha, el emperador era amigo del papa; hoy día las dos cabezas de la cristiandad están en guerra, y Carlos no ordenaría lo que enton­ ces ordenó. El concilio, que entonces se creía próximo, ahora se aleja inde­ finidamente. Por lo tanto, lo mejor será enviar a Carlos V una embajada que le informe exactamente de la situación actual de Alemania y le suplique, para precaver nuevas sediciones, se digne convocar la asamblea nacional, pedida en 1524 por la Dieta de Nuremberg, y suspender por ahora la aplicación del edicto de W orms 18. La Dieta en pleno aprobó el proyecto de enviar a Carlos una embajada. 15 D ocum entos en F r i e d e n s b u r g , Der Reichstag 543-51. 16 Los dos representantes de las ciudades, Jacobo Sturm de Estrasburgo y Cristóbal Kress do Nurem berg, eran fervientes evangélicos (H. B a u m g a r t e , Geschichte Karls V [Stuttgart 18881 II 561). Ratschlag des Grossen Ausschuss der M isbreuch..., publ. por R a n k e , Deutsche Geschichte VI, up¿nd., 41-61. Esta advertencia o memorial de la G ran Comisión, más que de las cuestiones reli­ giosas, trata de las anatas, reservaciones y otros gravámenes, más o menos onerosos, que solía exigir la curia rom ana, y contra los cuales protestaban todas las Dietas germánicas. I s I h i i i ) i : m s i i u r < i , Der Reichstag zu Speier 452-54.

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En los días siguientes se trató de las personas que serían enviadas y del men­ saje que debían llevar: necesidad de que venga a Alemania el emperador; de que se convoque un concilio general libre en territorio alemán antes de año y medio, y, si esto no, al menos una asamblea nacional de todos los Estados alemanes. A l edicto de W orms sería bueno dejarlo descansar ahora en aten­ ción a las dificultades de los tiempos 19. Y , naturalmente, se debía comunicar al emperador, como a supremo ár­ bitro de todo, la última decisión de la Dieta, cuyo decreto conclusivo ( Recess) fue firmado el 27 de agosto. Para entenderlo hay que tener en cuenta la precisión en que se hallaba D. Fernando de no ofender a los príncipes y ciudades mientras los turcos amenazaban en el este, y también la carta que el 27 de julio le había escrito el emperador enviándole un proyecto de mitigación del edicto de Worms. En estas circunstancias, el archiduque juzgó oportuno aprobar una fórmula de compromiso, ideada en parte por el arzobispo de Tréveris en la reunión de los electores. Dícese allí que, en cuestiones concernientes a la cristiana fe y religión y a las ceremonias y usos tradicionales de la Iglesia, «ninguna innovación se in­ troducirá, ni se tomará decisión alguna, pues tal es la voluntad del empera­ dor». Para llegar a la unión de todos, evitando la actual escisión religiosa y para restablecer la paz y concordia, los Estados consideran la convocación de un concilio general, o al menos de un sínodo nacional alemán, como el medio mejor y el más eficaz. Ese concilio deberá abrirse dentro de año y medio lo más tarde; y en el ínterin, respecto a las cuestiones relacionadas con el edicto de Worms, «los príncipes y las ciudades, de común acuerdo, se comprometen a vivir, gobernar y comportarse ellos y sus súbditos, hasta el futuro concilio, como cada cual espera y confía poder hacerlo, respondiendo de todos sus actos delante de Dios y de la Majestad imperial» 20. Leopoldo Ranke otorgó a esta última cláusula una trascendencia desme­ surada, estimándola inmensamente importante ( unendlich wichtig) , porque, a su juicio, «contiene el fundamento jurídico de la formación de las iglesias territoriales... y lleva en sí la escisión religiosa de la nación»21. Más bien hay que decir, con Janssen, que tal fundamento jurídico no se encuentra ni en las palabras ni en el espíritu del documento, el cual ni siquie­ ra intenta ser una disposición definitiva. D e ningún modo se les concedía a los príncipes el ius reformandi. «Ateniéndose al texto literal, no se puede ha­ blar de ningún reconocimiento legal de las iglesias territoriales, según preten­ dieron algunos descubrir allí más tarde; ni de justificación alguna en orden a oprimir el culto católico, suprimir la jurisdicción episcopal, incautarse de las fundaciones católicas y de los bienes eclesiásticos; esto aun prescindiendo de que el emperador no sancionó nunca el documento de la Dieta. La apela­ 19 Los embajadores nom brados fueron dos católicos (M arquard de Stein y Juan Fabri) y dos evangélicos (el conde Alberto de M ansfeld y Jacobo Sturm). La em bajada por fin no se efectuó; Carlos V no quiso aprobar el decreto de la Dieta. 20 Neue und vollständigere Sammlung der Reichsabschiede, ed. Seckenberg-Koch (Frank­ furt 1747) II 273-75. 21 Deutsche Geschichte II 261.

La batalla de Mohács

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ción a un futuro concilio no era negar la jurisdicción eclesiástica, sino más bien admitirla. A sí lo creyeron al principio los novadores» 22. Hay que reconocer, no obstante, que, si no constituyó una base jurídica, sirvió por lo menos de pretexto para que las autoridades civiles, alegando su responsabilidad ante Dios, se diesen prisa a llevar adelante la Reforma en sus Estados antes de que se celebrase el concilio 23. Y fue tan perjudicial para la causa de la Iglesia romana, que, en la si­ guiente Dieta de Spira (1529), el partido católico, más fuerte, conseguirá su anulamiento. L a batalla d e M ohács

Don Fernando tenía prisa por clausurar la Dieta, porque las noticias que le llegaban del avance turco eran alarmantes. En Constantinopla se miraba con buenos ojos a Lutero, no precisamente por algunas remotas y superficia­ les similitudes con el Islam, como la reprobación del culto de las imágenes, sino porque daba que hacer al emperador y dividía las fuerzas de Alemania y de todo el Occidente. Mirando a la conquista de Europa, Solimán el M ag­ nífico escribía a su aliado Francisco I, vencido por Carlos V: «Ensillado tengo el trotón día y noche, y la espada al flanco». En efecto, saliendo de Estambul con un ejército de 100.000 hombres, que muy pronto se duplicaron, invadió el reino húngaro. En vano el rey de Hungría y Bohemia, Luis II Jagellón, joven de veinte años, casado con María de Habsburgo, pidió auxilio a los cris­ tianos de Occidente; ni siquiera el voivoda de Transilvania, Juan Zapolya, sospechoso de traición, mandó a tiempo sus tropas 24, y el intrépido Luis II con un pequeño ejército de cerca de 20.000 soldados tuvo que oponerse a la acometida de los otomanos, que lo aniquilaron en la llanura de Mohács (29 de agosto de 1526). El mismo monarca húngaro, mientras huía, murió ahogado al cruzar a caballo un río. D i cese que 2.000 cabezas de cristianos se alzaron como trofeo ante la tienda del sultán, el cual, incendiada la ciudad de Buda, tuvo que retirarse, afortunadamente, para reprimir las sublevacio­ nes del Asia Menor. ¿En quién recaerían las dos coronas vacantes de Hungría y de Bohemia? Parecía natural que en Fernando de Austria, esposo de la hermana de Luis II y hermano de la reina viuda. Pero con eso crecía la potencia de los Habsburgos, y sus muchos rivales y enemigos no lo podían llevar con paciencia. Los duques de Baviera y otros príncipes alemanes, además del rey de Polonia, pretendían para sí la Bohemia; a todos ellos logró vencerlos la habilidad de Fernando, a quien los checos eligieron por unanimidad en Praga el 23 de octubre de 1526 y coronaron en febrero del año siguiente. Más ardua y disputada fue la sucesión del reino de Hungría. La mayoría de los magnates, por odio a los alemanes, eligieron a Juan Zapolya, a quien favorecían el rey de Francia, Venecia, Baviera y al principio el mismo papa; 22 J a n s s e n , Geschichte III 54. D e la misma opinión es F r i e d e n s b u r g , Der Reichstag 482.

21 Lo confiesa el mismo Janssen: «Der Speyerer Abschied bildet keinesweg eine positive Rechtsgrundlage, wohl aber den Ausgangspunkt für die Ausbildung neuer Landeskirchen» (ibid., 58). 24 O . R iN A i.ni, Anual, eccl. a .1526 n.64.

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pero el voivoda no se atrevió a resistir el ataque de Fernando en 1527 y se retiró a Transilvania, dejando al Habsburgo la corona de Hungría. Años adelante, decía Lutero ingeniosamente: «Fernando es rey de Hun­ gría privative (porque de buena parte de aquel reino había sido privado por los turcos), rey de Bohemia participative (porque participaba de los derechos de su esposa, heredera del reino) y rey de Alemania imaginative» (pues el ver­ dadero soberano era Carlos V). Nunca tuvo para Fernando tantas simpatías como para Carlos V 25. L u te r o y la g u e r ra c o n tra los tu rc o s

Creo que ésta es la ocasión de dar a conocer la opinión de Lutero sobre la guerra contra la Media Luna. Gran escándalo habían causado en el mundo católico sus afirmaciones anteriores respecto a la guerra contra los infieles, y especialmente respecto a la cruzada, a la cual siempre iban anejas grandes indulgencias. «Pelear contra los turcos— escribía en 1520— es oponerse a Dios, que por su medio castiga nuestras iniquidades»; proposición condenada por León X en la bula Exsurge, Domine. Consiguientemente, disuadía a todos los cristianos el tomar las armas mientras la guerra fuese conducida en nombre del papa. El modo mejor de conjurar ese terrible castigo divino no era el gue­ rrear contra el enemigo, sino el reformar la vida. Como ahora el sultán estaba próximo a Viena y todo el Imperio germá­ nico temblaba ante la inminencia de los feroces jenízaros, le fue preciso a Lutero, cediendo a la súplica de algunos amigos, explicar su pensamiento, diciendo que lo que él prohibía era la guerra en su aspecto religioso, no en su aspecto de defensa. Había que combatir, mas no por los motivos que señalaba el papa, y mucho menos con el propósito de ganar las indulgencias que la bula de cruzada solía conceder. No la Iglesia, sino los príncipes seculares en cuanto tales, deben tomar la iniciativa de cualquier guerra. El 9 de octubre de 1528 firmó la dedicatoria de un libro dedicado al land­ grave Felipe de Hessen: Acerca de la guerra contra los turcos 26. Antes se luchaba— son sus palabras— como cristianos contra enemigos de Cristo; se guerreaba en nombre de Cristo, siendo así que muchos de aquellos cristianos eran peores que los mismos turcos. El papa y los obispos dirigían la campaña; por eso Dios no nos ayudaba, y hemos perdido la isla de Rodas, casi toda Hungría y buena parte de Alemania. «¿Cuántas guerras, decidme, ha habido contra los turcos en que no hayamos padecido grandes pérdidas por la presencia de obispos y eclesiásticos? ¡Qué lamentable fue el caso del 25 «Ferdinandus est rex H ungariae privative, Bohemiae participative, Germ aniae im aginati­ ve» (Tischr. 998 I 504). N unca le perdonó a Fernando el haber m anchado sus m anos con la san­ gre de algunos predicadores, perturbadores del orden público; le tachaba de sanguinario, poco am ante de la paz, peste de Alemania, desafortunado en sus empresas. En cambio, a Carlos, de­ cía, todo le resulta bien; «debe de tener un buen ángel» (Tischr. 2736 II 624). Y, com parando a los dos «grandes hermanos», añadía: «Ule (Carolus) est pacis, hic (Ferdinandus) belli auctor; ille fortunatus, alter infelicissimus; alterum omnes amant, alterum omnes fugiunt». N o acertó Lutero cuando profetizó: «Ferdinandus... m ortuo fratre Carolo, wird er nichts sein werden» (véase lo dicho en la n.46 del c.4). 26 Vom Kriege widder die Turcken: W A 30,2 p .107-48. P or haberse extraviado los primeros pliegos, se retrasó la impresión, que sólo se term inó en abril de 1529. Poco después publicó un serm ón sobre lo mismo: Heerpredigt: W A 30,2 p.160-97. En 1541 publicará una Exhortación a orar contra los turcos: W A 51,585-625.

Lutero y la guerra contra los turcos

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buen rey Ladislao III, muerto por los turcos en Varna con sus obispos! D es­ gracia que los mismos húngaros atribuyeron al cardenal Cesarini, por lo cual lo mataron. Y , recientemente, el rey Luis pudiera quizá haber luchado más afortunadamente si no llevara consigo un ejército de clérigos... Si yo fuera emperador, rey o príncipe, en guerra contra los turcos exhortaría a mis obis­ pos y curas a que se quedasen en casa y atendiesen a su oficio de orar, ayunar, leer, predicar y cuidar de los pobres, como lo exige y enseña no sólo la Sa­ grada Escritura, sino su propio derecho eclesiástico» 21. «Y, si yo fuese gue­ rrero y viese en el ejército una bandera con la cruz u otro signo clerical, aun­ que se tratase de un crucifijo, huiría de allí como del demonio» 28. No quiere el Reformador que la religión se defienda con las armas. En­ tonces, ¿por qué se ha de luchar contra la Media Luna ? «Primeramente, por­ que, siendo cierto que el turco no tiene derecho ni mandato de empezar la guerra e invadir los países que no son suyos, es claro que su guerra es puro crimen y latrocinio... En segundo lugar hay que decir quién es el que debe luchar contra los turcos... Dos son, y solamente dos, los hombres que han de pelear, a saber: uno que se llama «cristiano» y otro el emperador Carlos» 29. Puesto que el turco es esclavo del demonio y tiene al demonio por su dios, contra él luchará el cristiano con la penitencia y la oración; no con procesio­ nes ni con misas o invocación de los santos, como hasta ahora; a lo más, se puede permitir el canto de vísperas o una breve letanía después del sermón. A fin de que el cristiano se convenza de la necesidad de orar, cuenta Lutero las atrocidades y blasfemias de los turcos, siervos del diablo; las infames doc­ trinas del Alcorán y de Mahoma, poseído por el espíritu de la mentira». Mahoma es un «grande y potente asesino». Los turcos son por naturaleza be­ licosos y gritan en la batalla ¡ A lá ! ¡ A lá !, como los ejércitos del papa gritan Ecclesia! E cclesia! La Iglesia del diablo. Como los papistas, así los turcos creen que las obras santifican. «El otro hombre a quien le toca luchar contra los turcos es el emperador Carlos, o quienquiera que sea emperador; porque los turcos atacan al Impe­ rio y a sus súbditos, y él está obligado a defenderlos, como autoridad pública puesta por D ios... El que quiera luchar contra los turcos, que lo haga bajo precepto del emperador, en nombre del mismo y bajo su bandera; así tendrá la conciencia segura de que obedece a la divina ordenación, porque bien sa­ bemos que el emperador es nuestro legítimo superior y nuestra cabeza, y quien en tal caso le obedece, obedece a D ios...; y, si muere en esta obedien­ cia, muere en estado de gracia» 30. «Nadie luche contra los turcos por las causas que hasta ahora han movido a los emperadores y príncipes, o sea, por ganar honra, fama y bienes, por di­ latar los dominios o por ira y deseo de venganza» 31. N i por defender a la Iglesia. «El emperador no es cabeza de la cristiandad 27 W A 30,2 p.113-14. Sobre el cardenal Juliano Cesarini, una de las figuras más egregias de su siglo, y sobre su m uerte en la fuga después de la derrota de V arna (1444), véase L. P a s t o r , Geschichte der Päpste I 278-80.333-35. 2» WA 30,2 p.l 15. 2,) Ibid., 116. 3" Ibid., 129-30. 31 Ibid., 130.

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ni protector del Evangelio y de la fe. La Iglesia y la fe deben tener otros de­ fensores distintos del emperador y de los príncipes, porque éstos son, gene­ ralmente, los peores enemigos de la cristiandad y de la fe» 32. Así, mezclando sofismas y verdades palmarias, nobles sentimientos y acusaciones falsas y calumniosas, rectificaba sus antiguas exageraciones; con la distinción de «cristiano» y de «hombre público» se escudaba contra los que lo denunciaban como a enemigo del Imperio. El aprovechaba la ocasión para desahogar su inexhausta cólera contra el papa, poniéndolo a la par con el turco en perversión e infidelidad y haciéndo­ lo causante de todas las desgracias de la cristiandad. L a nuev a Iglesia o co m u n id ad d e creyentes

Cuando el Reformador, según acabamos de ver, negaba a los príncipes seculares todo derecho a intervenir en cuestiones religiosas y aun a ser pro­ tectores de la religión, ya hacía algún tiempo que, por motivos de convenien­ cia y contra sus propias convicciones, había hecho de su Iglesia libre y evan­ gélica una esclava de los príncipes; la había independizado de Roma, para en­ tregarla, atada de pies y manos, al arbitrio de la autoridad civil. ¿Qué concepto de la Iglesia tenía Lutero? A l separarse de Roma, ni si­ quiera se le ocurrió elaborar un concepto propio, diferente del tradicional. Pero sus nuevas ideas sobre la fe, sobre los sacramentos, sobre el papa y la jerarquía, sobre las relaciones del hombre con Dios, le tenían que forzar a ello. Y el primer concepto que se forjó de la Iglesia fue sumamente espiritua­ lista y antijerárquico. La Iglesia es, según Lutero, «la comunidad de los que creen en Cristo»; y como la creencia es interna e invisible, en tal Iglesia no existirá autoridad externa que amenace con penas y excomuniones, ni organi­ zación jerárquica, porque no puede ni debe tener carácter de institución ju ­ rídica. Como la palabra «Iglesia» puede tener resonancias estructurales y aun arquitectónicas, pues a veces se usa en lugar de «templo», Lutero prefería denominarla «el común de todos los cristianos» (Gem ein aller Christen) , o «la comunidad cristiana» ( die christliche Gem einde) , o «el santo pueblo cristiano» ( das heilige christliche V o lk ). Lo que une entre sí a los miembros de este pueblo de creyentes es la co­ munidad de fe en Cristo. Nada de jerarquía, nada de jurisdicción ni de diferen­ cia entre clero y pueblo; todos son sacerdotes y todos son iguales; todo el que tiene fe y enseña el Evangelio puede decirse verdadero papa 33. «La Iglesia es invisible»; primero, porque su cabeza, que es únicamente Cristo, sólo es cognoscible por la fe, y segundo, porque sus verdaderos miem­ bros, los creyentes en Cristo, son desconocidos 34. D e algún modo hay que conocerla externamente. «¿Cómo conoceré a la 32 Ibid., 130. Cf. H . B u c h a n a n , Luther and the Turks 1519-1529: A R G 47 (1956) 145-60. 33 E n 1520, en su manifiesto A la nobleza cristiana de la nación germánica, había defendido el sacerdocio universal y la igualdad de todos los fieles. El mismo año (De captiv. Babyl.) pre­ dicaba la exención de toda ley: «Ñeque papa, ñeque episcopus, ñeque ullus hom inum habet ius unius syllabae constituendae super christianum hominem» (W A 6,536). A l año siguiente, res­ pondiendo a Catarino, escribía: «Evangelium et Ecclesia nesciunt iurisdictiones, quae non sunt nisi hom inum tyrannicae inventiones... Ideo qui Evangelium docet, ille papa est et Petri successor»(W A 7,721). Y en 1522-23: «Unter den Christen solí und kan keyn Uberkeyt seyn» (WA 11,270). 34 «Abscondita est Ecclesia, latent sancti» (WA 18,652). Cf. W A 7,710.

La Iglesia y el Estado

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Iglesia? Es preciso que haya algún signo visible para reunimos a oír la pala­ bra de D ios... Ese signo necesario es el bautismo, el pan y, sobre todo, el E van ­ gelio» 35. «Donde veas que no está el Evangelio, como ocurre en la sinagoga de los papistas y tomistas, allí no existe la Iglesia aunque bauticen y coman del al­ tar... Solamente por el Evangelio es concebida, formada, alimentada y con­ servada la Iglesia; en suma, toda la vida y sustancia de la Iglesia está en la palabra de D ios... No hablo del Evangelio escrito, sino del hablado; no de cualquier sermón declamado en el púlpito del templo, sino de la palabra auténtica y genuina que da a conocer la fe de Cristo verdadera, no la fe infor­ me y tomística» 36. El Evangelio predicado por la Iglesia romana no es el verdadero. Solamen­ te donde se predica el puro Evangelio, es decir, el luterano, allí está la Iglesia 37. Gracias al Señor, nosotros tenemos la palabra de Dios pura y cierta, no así el papa» 38. Para predicar el Evangelio no hace falta misión eclesiástica ni encargo oficial; basta el bautismo, porque el bautizado es sacerdote, obispo y papa. Tan sólo por fines prácticos ordena que cada comunidad escoja al predicador y lo deponga, si le parece 39. Con tales doctrinas eclesiológicas no es de maravillar que en seguida so­ breviniera la disgregación y la anarquía. No bastaba que cada comunidad parroquial se organizase a su manera, porque surgían tantas iglesias como parroquias, con diferentes ritos y aun con diversos dogmas. Cuando en mu­ chas de ellas ardió la revolución individualista y pseudomística de los faná­ ticos Schwärmer, como Karlstadt y Münzer, y contemporáneamente estalló la guerra de los campesinos, vio Lutero que todo se lo llevaría la trampa si no daba a su Iglesia una organización más firme y estable, con dogmas obli­ gatorios, con liturgia precisa y con parroquias subvencionadas e inspecciona­ das por la autoridad civil; organización puramente humana, no fundada en la revelación. L a Iglesia y el E stado

Aquel concepto tan espiritualista de la Iglesia libre, sin leyes ni autorida­ des y sin más unión que la interna de la fe y la participación fraternal en el banquete eucarístico, pudo alimentar algún tiempo las ilusiones del Refor­ mador, pero éstas se evaporaron muy pronto. Y a vimos la primera desilusión que se llevó en Leisnig. El peligro aumentó cuando surgieron otros predi­ cadores del Evangelio, que no se sometían al teólogo de W ittenberg y que no daban a la Biblia la misma interpretación. Empezaron a crearse parroquias cismáticas, como las de Orlamunde y Zwickau. No habiendo una autoridad 35 WA 7,720. 3 «Non de Evangelio scripto, sed vocali loquor..., de germano et genuino verbo, quod fidem Christ ¡ veram, non informem et thomisticam doceat» (WA 7,721). '7 «Dabey aber soll m an die christliche Gemeine gewisslich erkennen: wo das l a u t e r EvanItcllon gepredigt wirt» (W A 11,408; 51,518). '» W A 38,237.

w WA 6,408. Cristo quitó a los obispos y concilios el poder de definir las doctrinas de fe y «c lo olorgó a los fieles en común y a cada uno en particular (W A11,409). Véase lo que escribió en I V23 D élos derechos y poderes de una comunidad cristiana (cf. supra C.III).

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de apelación en suprema instancia, tenía que sobrevenir la indisciplina y el desorden. Todavía el 17 de noviembre de 1524, respondiendo a Nicolás Hausmann, que deseaba la uniformidad y proponía la reunión de un conci­ lio luterano, le decía: No quiero la unión hecha por la ley; «basta la unidad de espíritu» 40. ¿A quién encomendar la dirección de la Iglesia? ¿A los eclesiásticos, a los pastores, obispos, o como se los quiera llamar, es decir, a los predicadores que anunciaban la palabra divina y presidían los ritos en el templo? ¿O bien a las autoridades civiles, ordenadas por Dios ? A los primeros les negaba Lutero todo poder jurisdiccional, y sólo debían moverse en el ámbito puramente religioso 41. Entregar la Iglesia a las autoridades civiles en este momento histórico pa­ recía fácil. Hasta 1525, en que todos los príncipes se decían católicos, Lutero no podía pensar ni remotamente en ello; el príncipe— decía— , en cuanto príncipe, no puede intervenir en ningún negocio eclesiástico, lo mismo que el zapatero en cuanto zapatero. Mas ahora que, en la Sajonia electoral, en Hessen, en Prusia y en otros pequeños Estados y ciudades, los príncipes y magistrados habían abrazado la causa luterana, traía grandes ventajas poner en sus manos la dirección externa de la Iglesia. Los predicadores seguirían anunciando la palabra divina, pero el príncipe custos utriusque tabulae, cui­ daría de que todos enseñasen la misma doctrina y practicasen los mismos ritos litúrgicos, rechazasen como una idolatría la misa y el culto de los santos y en ninguna parte apareciesen sectas u opiniones contrarias a las del Estado. En lo más hondo del alma luterana bullía una fuerte oposición a este siste­ ma de gobernar la Iglesia 42, pero el oportunismo superó todos los obstáculos. Por más que en su libro Sobre la potestad civil, de 1522-23, había prohibido a los príncipes cualquier intervención en el campo religioso aunque fuese para reprimir la herejía o para impedir que sus súbditos fuesen seducidos por falsas doctrinas, juzgó ahora necesario acudir a ellos para el régimen externo de la Iglesia, régimen externo que naturalmente excluía la predicación y los oficios litúrgicos, pero que llegó a convertirse en un absolutismo religioso casi total y despótico, como a su tiempo veremos. Un día que Spalatino, transmitiéndole las quejas de los católicos oprimi­ 40 «M odo unitas spiritus salva sit» (Briefw. III 373). 41 «Ihr Regiment (el de los sacerdotes y obispos) ist nicht eyn Uberkeyt odder Gewalt, sondern ein Dienst und A m pt» (W A 11,271). Cuando luego se preocupe por la organización de su Iglesia, dirá en 1528 que la función sacerdotal (das Priesterampt) ha sido instituida por Cristo, aunque no sea sacram ento ni imprim a carácter (WA 26,504). Sobre la m ente de L utero en este punto véase la discusión de opiniones en E. I s e r l o h , Reformation: H andbuch der K G , dir. Jedin, IV 231. 42 A un en sus últimos años escribía: «Arm a et reges m undi debent quidem servire ad hoc ut in regno Christi sit pax pro docendo et propagando Evangelio. Sed per leges non debet adm i­ nistran illud» (W A 44,773). C laro que aquí ya se les deja abierto un portillo a los príncipes abso­ lutistas. Tam poco le parecía bien que los bienes eclesiásticos (de abadías, obispados, parroquias, etcétera) pasasen a m anos de la autoridad secular; pero se contentaba diciendo que por lo menos así quedaban dentro de Alemania, sin que exigiese nada la curia de Rom a: «Nunquam volui ut bona eeclesiastica ad política transferrentur... Etsi melius est ea in Germ ania retineri, quand si a papa et a suis curtisanis impiis devorarentur» (Tischr. 5635 V 286). En ocasiones llegó a con­ ceder a los príncipes la facultad de perseguir a los disidentes incluso con la pena de muerte: «Qui enim volet contradicere..., coerceatur m agistratus auctoritate» (Briefw. V 137, y m ás expresa y deliberadamente en un parecer de 1536 (W A 50,8-15). Cf. N . P a u l u s , Protestantismus und Toleranz im 16. Jahrhundert (Freiburg 1911); J. L r CLER, Hist. de la tolérance au siécle de la Reforme (Paris 1955) I 161-76.

La Reforma, necesitada de reforma

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dos, le pidió explicaciones de esa omnipotencia y arbitrariedad de los prínci­ pes en cuestiones religiosas, respondió el Reformador: «Nuestros príncipes no fuerzan a nadie a aceptar la fe y el Evangelio; solamente reprimen las abominaciones externas... Propio de los príncipes es reprimir los públicos delitos, como los perjurios, las blasfemias manifiestas del nombre de Dios» 43. Naturalmente, la mayor blasfemia contra Dios era el profesar la fe y el culto católico. ¿Cómo justificar ideológicamente este modo de proceder, tan contrario a sus antiguas ideas sobre la separación absoluta del Estado y la Iglesia? Por ventura, sus nuevas enseñanzas sobre la acción de los príncipes podrán hallar un punto de inserción, que las haga menos ilógicas, en una frase del mani­ fiesto A la nobleza cristiana de la nación germánica, donde Lutero decía: «Como el poder civil está, igual que nosotros, bautizado y tiene la misma fe y Evan­ gelio, debemos dejar que sea sacerdote y obispo y que ejerza sus funciones legítimamente en provecho de la comunidad cristiana»44. Era un modo disimulado de introducir a los príncipes en el gobierno de la Iglesia bajo la cándida veste del bautizado 45. En resumidas cuentas, los príncipes no tienen poder sobre la Iglesia, pero la Iglesia tiene necesidad de la ayuda de los príncipes, y éstos, para tenerla sujeta, la institucionalizan más y más. L a R efo rm a, necesitada d e re fo rm a

Es corriente llamar a la Iglesia creada por Lutero, contra la Iglesia ro­ mana, «la Reforma», y a Lutero «el Reformador». Llegados en nuestra historia hasta el año 1526, ¿será lícito en este momento hablar de una reforma de la Reforma? Por supuesto, no hablamos de ninguna mutación, enmienda o al­ teración dogmática; nos referimos sólo a lo disciplinar y a lo institucional. Ha sido reconocido incluso por autores protestantes que, al hundirse erv muchas partes de Alemania la Iglesia antigua con sus instituciones, se pro­ dujo el caos, el desorden, la indisciplina. Algunos de los nuevos pastores o párrocos, los que eran verdaderamente celosos y de no vulgar cultura, se lamentaban de la tacañería de los fieles y de su creciente inmoralidad; otros — que desde antiguo vivían en concubinato— eran ignorantísimos, y se pre­ ocupaban de la mujer y los hijos más que de la comunidad a la que tenían que predicar. La nueva grey cristiana, que ya no cumplía los preceptos de la Iglesia antigua, empezó a desentenderse de sus pastores, y ni pagaba los diezmos ni contribuía en modo alguno a la sustentación de la parroquia. 43 «principes nostri non cogunt ad fidem», etc. (carta del 11 de noviembre de 1525: Briefw. III 616). ** «Die weyl dan n u die weltlich Gewalt ist gleich m it uns getaufft..., mussen wir sie lassen Priester und Bischoff sein» (WA 6,408). Recuérdese que ya en 1520 había proclam ado el deber de ios príncipes de reform ar la Iglesia. 45 «D an war ausz der T auff krochen ist, das m ag sich rum en, das es schon Priester, Bischoff und Papst geweyhet sey» (W A 6,408). Zwingli le reprochaba duram ente este cambio de conducta y de pensamiento: «ut nunc non pauca admittas, quae paulo ante in hoste dam nabas... D am nai>us olim furorem caedesque pontificum, nunc auctor es principibus». Le acusa, además, de «amarulentia quaedam intolerabilis hostibus..., im potentiam tuam in furorem esse conversam ..., cum udco nihil proferas vel te vel religione christiana dignum» (Briefw. IV 185). Llegó L utero a lla­ m ar dioses a los príncipes: «Principes sunt deL, vulgus est Satan» (Tischr. 171 I 79).

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Son interminables las quejas del Reformador, a lo largo de toda su vida, contra la irreligiosidad, la corrupción y el embrutecimiento de las costumbres que invadían todas las clases sociales. Numerosos testimonios recogió I. Doellinger en el tomo primero de su obra h a Reforma 46, y muchos más podrían aducirse 47. Como al desorden e indisciplina se juntaba la carestía y las dificultades económicas, no es de maravillar que «muchos suspirasen por el antiguo es­ tado de cosas» 48. . . . . . . . No existiendo una autoridad espiritual o eclesiástica, tuvo que intervenir la autoridad del Estado en la corrección de los abusos. Nadie les había con­ cedido a los príncipes el ius reformandi, pero ellos se lo tomaron, y Lutero se lo bendijo. Ya a fines de 1524, un predicador llamado Jacobo Strauss, personaje in­ quieto y turbulento que recuerda a Karlstadt, obtuvo del príncipe Juan el encargo de inspeccionar cinco o seis comunidades de las cercanías de Eisenach; la guerra de los campesinos interrumpió el giro de la visita. Y poco des­ pués,' otro predicador más sereno y equilibrado, Nicolás Hausmann, párroco de Zwickau, declaró por escrito a Lutero y oralmente a los príncipes Fede­ rico y Juan que las parroquias iban a la ruina sin la intervención estatal. Lutero le contestó el 27 de septiembre de 1525: «Sé que es necesaria la reforma de las parroquias y la uniformidad de las ceremonias. Y a estoy con las manos en la masa, y pediré la ayuda del príncipe» 49. Efectivamente, el 31 de octubre se dirige a Juan de Sajonia, «como a su­ prema autoridad civil», para solicitar de él dos cosas: la reforma de la U ni­ versidad y la reforma de las parroquias. Para lograr la primera, el elector ya había hecho algo aumentando los honorarios de los profesores. Para la se­ gunda propone un remedio semejante: «Los párrocos yacen en todas partes en miserable situación, pues no hay nadie que les retribuya. Las ofrendas y limosnas por los difuntos (O p ffer und Seelpfennige) han caído en desuso, y los diezmos o no se dan o, si se dan, muy escasamente. La gente no se preocupa del predicador ni del párroco, de suerte que si Vuestra Gracia elec­ toral no emprende una seria ordenación y un conveniente sostenimiento de los párrocos y de las cátedras de predicación, en breve tiempo desaparecerán 46 | d o e ll i n g e r , Die Reformation I 278-348. D uras son las palabras de Erasmo en Epístola contra quosdam qui se falso iactant evangélicos: Opera X 1573-1587. 47 U nos p o c o s ejemplos: «M aiora sunt peccata quam p n u s..., antea aedificabantur tem pla, d ab atu r m o n a c h i s . . . Prius dedit plura (se refiere al pueblo de W ittenberg) cum vigilias orarem; iam nihil dat, cum Evangelium praedico... U bi prius n utnti sunt 300 m onachi, hic vix unus praedii : , n ! nutrituV» fW A 147341-42). «G ratulam ur nos esse liberatos a tyrannide papistica et tam en EvangeHo et^ spiritimli usu non utuntur. Sic frewen sich, das sis nicht beichten... N hue beichten ™ „ v i oder act Jaren nicht eyn M al» (W A 29,94). D e u n w.tenbergense que en qumce anos no se acercó a la comunión, dijo Lutero: «Ego illum ... publice proclam abo excommumcatum»

' «M ulti iaitur exoptant pristinum rerum statum cum fortuna priore, e t addunt hanc b la s p h e m ianv ex ista doctrina Evangelii nihil boni extitisse; insuper et ingenia hom m um et m ores longe corruptiores esse quam olim» (WA 43,435). La decepción de muchas personas honradas y su nostalgia de los tiem pos católicos las com probó Aleandro en 1532, com o aparece en sus despac« ° %riefw. III 582. El 3 de m ayo de 1525, dos días antes de la m uerte de Federico de Sajonia, exhortaba H ausm ann al príncipe Juan a poner orden en la Iglesia evangélica, «siguiendo las ilus­ tres huellas del santo rey Josafat» (K. A. B u r c k h a r d t , Geschichte der sachsischen Kirchen- und Schulvisitationem von 1524-1545 [Leipzig 1879] 4-8).

Visitación de las iglesias

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las parroquias, las escuelas y los alumnos, con lo que se arruinará el servicio y la palabra de Dios» 50. El elector de Sajonia empezó a arrogarse derechos espirituales, mandando el 16 de agosto desde W eimar a todos los sacerdotes no predicar en adelante otra doctrina que «el puro Evangelio, sin aditamentos humanos», y prohi­ biéndoles celebrar misas por los difuntos, bendecir el agua y la sal 51. A principios de 1526 designó cuatro visitadores que inspeccionasen las iglesias de los distritos de Borna y de Tenneberg; dos visitadores eran ecle­ siásticos (Spalatino y Myconius) y dos laicos. El resultado de tal inspección fue poco halagüeño. En el distrito de Tenneberg, que contaba de doce pa­ rroquias, ningún sacerdote predicaba «el puro Evangelio»; en el de Borna, más luteranizado, sólo 14 predicadores, de 23 que había, enseñaban el «Evan­ gelio», por lo cual los visitadores suplicaban al príncipe tomase él solo en sus manos el nombramiento y la deposición de los pastores 52. El 23 de noviembre es el mismo Lutero el que suplica al elector que nombre un párroco para Schweinitz, porque el anterior ha muerto 53. Esto quiere decir que el príncipe empezaba a ser el papa de la Iglesia luterana. V isitación de las iglesias

El resultado de los primeros tanteos vino a convencerle al Reformador de que no bastaban las visitas ocasionales y esporádicas. Había que pensar en visitas generales, sistemáticas, y aun en hacer de la visitación eclesiástica una institución permanente, bajo las órdenes de la suprema autoridad civil. Sólo poniendo a la Iglesia bajo la inspección y dependencia del Estado podía mar­ char adelante. Es de importancia programática la carta que el 22 de noviembre de 1526 dirige al príncipe elector pidiendo la dotación de las parroquas, lo mismo que de las escuelas, y el nombramiento de cuatro visitadores que inspeccionen el país y den cuenta al Gobierno a fin de que éste tome las medidas necesa­ rias. Temiendo que entre la gente mayor no hará muchos prosélitos, se pre­ ocupa de atraerse a los jóvenes desde la escuela. «Nos llegan quejas— dice— de los párrocos de casi todas partes. Los cam­ pesinos no quieren dar nada, y esta ingratitud de las gentes por la palabra de Dios es tal, que, sin duda, nos amenaza un gran castigo del Señor. Si yo lo pudiera hacer en buena conciencia, procuraría que careciesen de párroco y predicador y viviesen como cerdos... Pero como todos nosotros tenemos el deber, sobre todo las autoridades, de mirar, en primer término, por la pobre juventud, y de educarla, según va creciendo, en el temor de Dios y en las buenas costumbres, conviene tener escuelas, predicadores y párrocos. Si los viejos no quieren, que se vayan al diablo. Pero, si la juventud queda abanso Briefw. III 595. R epite lo mismo el 30 de noviembre. 51 «Das m an das lauter rayn Evangelion on menschliche Zusatzung predigen soll» (L. R an Deutsche Geschichte II 162). 52 B u r c k h a r d t , Geschichte der sächsischen 9-14; P. D r e w s , Der Bericht des M ykonius über dir Visitation des Amtes Tenneberg im M ärz 1526: A R G 3 (1905) 1-17. Inm oralidad e irreligión creciente no sólo en el pueblo, sino en los párrocos ignorantes, aparece igualmente en K , G rossm a n n , Die Visitations-Akten der Diöces Grimma (Leipzig 1873). 3J Briefw. IV 135. K i',

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donada y sin educación, la culpa será de la autoridad, y el país se llenará de gente bestial y disoluta». Viniendo a la cuestión principal de la visitación de las iglesias, se expresa en esta forma: «Ahora que en vuestros Estados las leyes papales y las institu­ ciones eclesiásticas han desaparecido y todos los monasterios y fundaciones han venido a vuestras manos, como a jefe supremo, también os han venido juntamente los deberes y obligaciones de ordenar estas cosas, tarea que nadie sino Vos puede ni debe aceptar. Por eso, habiendo hablado con vuestro can­ ciller, señor Nicolás de Ende, creo necesario que Vuestra Gracia electoral, puesta por Dios en tal oficio, ordene y mande urgentemente que cuatro per­ sonas se encarguen de visitar el país: dos entendidos en cuestión de censos y bienes, y dos en cuestión de doctrinas y de personas, los cuales, por man­ dato de Vuestra Gracia electoral, establezcan escuelas y parroquias y cuiden del modo de mantenerlas. Donde las ciudades o aldeas tengan posibilidad de ello, Vuestra Gracia electoral tiene poder para forzarlas a mantener las es­ cuelas, cátedras de predicación y parroquias» 54. Esto es entregar al príncipe secular una Iglesia maniatada. Cuatro días más tarde, el elector ordenaba a sus consejeros que deliberasen sobre este asunto con el Dr. Martín. Y éste, al saber poco después las di­ ficultades económicas que dificultaban la cura pastoral del Dr. Juan Drach (Draconites) en la parroquia de Walterhausen, le consuela prometiéndole una próxima visita de inspección, ya que sin tal ayuda las parroquias, las escuelas y el Evangelio van a la ruina 55. Por fin, Juan de Sajonia se decidió a nombrar los miembros de las comi­ siones de inspección, no sin antes consultar a la Universidad, la cual el 6 de diciembre de 1526 sugirió los nombres de Melanthon y Jerónimo Schürf. La visita tal vez comenzó en febrero, pero hubo de interrumpirse en espera de instrucciones detalladas 56. El 16 de junio de 1527 marca una fecha trascendental, porque ese día está firmada en Torgau una Instrucción y ordenanza del príncipe elector sobre el modo de hacer las visitas o inspecciones de las iglesias 57. Y como afirma K. Holl, aquí aparece claramente «el régimen de la Iglesia territorial» 58. Juan de Sajonia ordena la visita de las iglesias en virtud de sus derechos de príncipe temporal. Los visitadores, sean eclesiásticos o laicos, de él reci­ ben sus poderes, como funcionarios suyos. Y cuando ellos expongan e im ­ pongan a las comunidades evangélicas lo que han de creer y lo que han de practicar, lo harán en nombre del príncipe. Los párrocos que no enseñen el puro Evangelio o no admitan la nueva liturgia alemana serán destituidos. N a­ die en el electorado de Sajonia tendrá la audacia de predicar otra doctrina ni administrar los sacramentos si no es conforme a la palabra de Dios «tal como nosotros y los nuestros la hemos aceptado en este tiempo en que Dios nos 54 B rief w. IV 133-34. Sobre la preocupación de Lutero por la educación de la juventud véanse sus escritos: An die Ratsherren: W A 15,27-55; Eine Predigt: W A 30,2 p.517-88. 55 B rief w. IV 167-68. Al principe, 3 de febrero de 1527. 56 Así opina B u r c k h a r d t , Geschichte der sächsischen 16; otros piensan hoy que en febrero no hubo tal visita. 57 Instruktion und Befehl, en E. S e h l t n g , Die evangelischen Kirchenordnungen des 16. Jahrhun­ derts (Leipzig 1902) I 142-48. 58 K . H o l l , Luther und das landesherrliche Kirchenregiment, en «Aufsätze» I 326-80 (p,373).

La mano suave de M elantbon

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ha concedido esta gracia». El príncipe no pretende «forzar a nadie a la fe 0 a determinadas prácticas», pero sí quiere «precaver dañosos tumultos y otros desórdenes y no tolerar en nuestro país sectas o cismas». Por eso manda a los que no piensen igual que él, sean predicadores o laicos, vender sus bienes y abandonar el país 59. Apenas recibida esta Instrucción, los visitadores o inspectores, llamados también obispos, se pusieron en camino el 5 de julio de 1527, según testifica Lutero 60. Recorrieron la Turingia, examinaron el estado de las parroquias y de las escuelas; se informaron de la fe, de las costumbres del pueblo, y descubrie­ ron con asombro que la situación religiosa del país era peor de lo que se habían imaginado: las nuevas creencias no habían penetrado en muchas par­ tes y seguían vigentes las ceremonias católicas; en otras, al desaparecer el catolicismo, había desaparecido toda especie de religión; en algunos lugares perduraban las huellas de fanatismo y profetismo que habían dejado Karlstadt y Münzer; no solamente las comunidades carecían de la debida instruc­ ción, sino también los pastores. L a m an o suave de M elan th o n

A principios de julio, y para uso personal de los visitadores, Melanthon había hecho estampar unos A r tíc u lo s61, que suscitaron escándalo en algunos teólogos luteranos y sorpresa ilusionada en los católicos. Su doctrina sobre la penitencia, que empieza por el temor de Dios; sobre la confesión auricular y sobre la predicación de la ley, no sólo del Evangelio, pareció un viraje y una aproximación a la antigua Iglesia. El mismo hecho de las visitaciones ecle­ siásticas, ¿no era un remedo de las visitas canónicas, episcopales, usadas en la Iglesia romana? Hubo quien, como el Dr. Juan Fabri, se ilusionó con la vuelta de Melanthon al catolicismo62. Y el mismo Erasmo, escribiendo a Gattinara, presentía que la fiebre luterana se iba mitigando 63. Lutero no dio importancia a las hablillas que corrían acerca de Melanthon, en quien tenía absoluta confianza. «Se calmarán por sí solas», le aseguraba al elector. Y a Spalatino, angustiado y perplejo: «No te conturben también a ti esos rumores de la visita. El príncipe me ha enviado las actas para que las 59 Dice Holl que este absolutismo teocrático no lo aprobó nunca Lutero, tolerándolo solamente «ais blosses Notwerk». El príncipe elector fue siempre para él «nur ein N otbischof» (ibid., 1 375). Lo cierto es que el teócrata Juan de Sajonia, con la aquiescencia del Reform ador, esta­ bleció despóticamente en Sajonia la religión reform ada, empezando por imponer en febrero de 1526 a todos los párrocos de su territorio la nueva misa alemana (Deutsche Messe und Ordnung des (¡ottesdienstes)i confeccionada por Lutero con la ayuda del músico J. W alter; prescribió, como escribe Spalatino, «per ditionem suam servari missam germanicam a M artino Lutero paulo ante editam cum novo accentu» (Chronicon sive Annalesy ed. J. B. Mencken, II 654). Paso im portante en la luteranización del país. 60 C arta a Hausm ann, 13 de julio: «Visitatio incepit impleri. Profecti enim sunt ante octiduum 1). Hero et M. Philippus in opus istud» (Briefw. IV 222). Ese compañero de M elanthon sería el Dr. Jerónim o (Schurf), o bien H ans von der Planitz, diplom ático y consejero fidelísimo del prín­ cipe. AI número de los visitadores pertenecían F. Myconius y Justo Menius con algunos conse­ jeros de la corte. f,t Articuli de quibus egerunt per visitatores in regione Saxoniae: C R 26,9-28. 62 «Fabcr ex Bohemia ad me scripsít, hortaturque ut deficiam a causa, habiturum me def'cctionis praemium, conditionem aliquam apud Ferdinandum regem» (Corp. Ref. I 998; carta •del 13 de septiembre de 1528; L. H e l b l i n g , Dr. Johartn Fabri [M unster 1941] 39). «In dies milescit febris iutherana» (A lli-n, Opus vpist. VII 422; carta del 27 de julio de 1528).

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examine y vea si pueden publicarse; todo es muy hermoso, con tal que se cumpla lo que en ellas se establece» 64. Con las experiencias adquiridas y con los consejos de Juan de Sajonia, que había reunido en Torgau (26-29 noviembre) a sus consultores (Lutero, Melanthon, Bugenhagen, Agrícola y otros) para trazar la pauta de las visitas y el sentido dogmático de las predicaciones, compuso Melanthon una Ins­ trucción para los visitadores de las parroquias en el principado de Sajonia, que se imprimió en marzo de 1528, con prólogo de L u tero65. Dice éste que el visitar e inspeccionar las iglesias es propio del obispo, que en griego significa inspector, y los obispos de la Iglesia primitiva cumplían este cargo fidelísimamente. Ahora que, «por inefable gracia de Dios, el Evan­ gelio ha retornado a nosotros, o, por mejor decir, ha amanecido por primera vez», queremos restaurar ese oficio episcopal; pero como ninguno de nosotros tiene vocación o mandato para ello, «hemos pedido humildemente al ilustrísimo y alto príncipe y señor Juan, duque de Sajonia, gran mariscal del Im­ perio, elector, landgrave de Turingia y margrave de M isnia..., quiera nom­ brar algunas personas hábiles para este oficio... Y benignamente ha nombrado a estas cuatro personas: al noble y distinguido caballero Hans de Planitz, al respetable y sabio Jerónimo Schürf, doctor en leyes; al eximio e ilustre Asmus de Haubitz y al honorable señor y maestro Felipe Melanthon. Quiera Dios que sea un feliz ejemplo para los demás príncipes alemanes... No se tome esta Instrucción como un precepto riguroso, porque no queremos lanzar nue­ vas decretales pontificias... Aunque no es el príncipe el llamado a adoctrinar o gobernar eclesiásticamente, está, sin embargo, obligado, en cuanto autoridad civil, a evitar cismas, facciones y alborotos entre sus súbditos, como el empe­ rador Constantino mandó ir a los obispos a Nicea, porque no quería ni podía tolerar el cisma de Arrio»66. Viene a renglón seguido la Instrucción melanthoniana, dividida en 18 capitulitos que tratan de la fe, de los mandamientos de Dios, de la oración, de los sacramentos del bautismo, eucaristía y penitencia, del matrimonio, del libre albedrío, de la libertad cristiana, del culto divino en los templos, etc. Aunque Lutero aprobó esta Instrucción, es evidente que él espontánea­ mente no la hubiera escrito así, tan mitigada y tan próxima a la doctrina católica. Se nota que gran parte del pueblo al que se dirigían los visitadores se conservaba todavía fiel al catolicismo, aunque lleno de ignorancia; por eso tratan de conquistárselo presentándole la doctrina luterana muy atenuada, de suerte que al «hombre tosco del vulgo» (fü r den gemeinen groben M a n ) le era muy difícil discernirla de la tradicional. Sin penitencia no hay salvación; por eso no hay que predicar sólo la fe, sino la penitencia y la ley, que están comprendidas en la fe. Dios castiga al que no cumple los mandamientos. En el pan consagrado está realmente el M A M elanthon, 27 de octubre: «Ego pugnam istam verborum non m agni puto» (Briefw. IV 272). A Juan de Sajonia, 12 de octubre: «Das aber die W iderwärtigen möchten rühm en, wir krochen wieder zurück, ist nicht gross zu achten; es wird wohl still werden» (ibid., IV 265). A Spalatino, 19 de agosto: «Ne te quoque conturbent visitationis rum ores» (ibid., IV 232). 65 Unterricht der Visitatoren an die Pfarhern: W A 26,195-240. L a prefación de Lutero ocupa cinco páginas. L a Instrucción tiene algo de acta o narración de lo que se ha hecho en las visitas prim eras y mucho de program a de lo que se ha de hacer en las futuras. 66 W A 26,196-200.

Impresión recibida por los visitadores

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cuerpo de Cristo, y en el vino su sangre. Todos deben comulgar bajo las dos especies; ésta es la auténtica doctrina evangélica; pero, si algunos son tan débiles e ignorantes que hacen pecado de ello, no queremos forzar su con­ ciencia. No se puede preceptuar la confesión oral de todos los pecados, por­ que esto es imposible; pero sí se ha de exhortar a la gente a la confesión oral de aquellos pecados especialmente que más angustian el alma o requieren consejo. Y no vayan al sacramento eucarístico sin que el párroco los haya escuchado y visto que están bien dispuestos. Sería bueno que se celebrasen «los domingos, la Anunciación, Purificación y Visitación de la pura Virgen María, San Juan Bautista, San Miguel, los apóstoles, la Magdalena; en par­ ticular se han de mantener las fiestas de Navidad, Circuncisión, Epifanía, Pascua, Ascensión, Pentecostés». «Respecto del canon de la misa, ya saben los sacerdotes por otros escritos lo que han de hacer; a los laicos no es pre­ ciso predicarles mucho de esto». Todos los días por la mañana se tendrá en la iglesia el oficio litúrgico, consistente en el canto de algunos salmos, lección de la Sagrada Escritura y a veces sermón; por la tarde, algo semejante, con el canto del M agníficat o del T e Deum . Estaría bien conservar el anatema o excomunión contra los públicos pecadores, los cuales podrían ser admiti­ dos al sermón, mas no al santo sacramento. Todos los párrocos de cada dis­ trito deben estar sometidos a un superintendente, al cual se dirigirán en los casos difíciles. El último capítulo trata de las escuelas, con normas pedagó­ gicas muy útiles, que forman una especie de ratio studiorum de carácter hu­ manístico. Estos artículos contenían una dogmática y un derecho canónico que de­ bían ser predicados y recomendados a todos los cristianos del electorado de Sajonia. Quien se resistiese a aceptarlos desobedecía al príncipe, y, por tan­ to, tenía que emprender la vía del exilio. Im p resió n recibida p o r los visitadores

A principios de abril de 1528 se concluyó el primer giro de las visitas. Recibido el informe por el príncipe Juan, nombró éste en julio nuevos visi­ tadores, que desde octubre de 1528 hasta enero del año siguiente recorrieron todo el territorio, dividido en cuatro distritos. Lutero con Justo Joñas y va­ rios consejeros de la corte visitaron la Sajonia desde W ittenberg y Torgau hasta Grimma y Eilemburg; Spalatino, el Vogtland y Altemburg; Melanthon prosiguió la visita de Turingia, y otros inspeccionaron la Franconia. Iban a reformar el país en cuanto funcionarios del Estado. La religión se convertía ■en una sección de la administración pública. «Nosotros los visitadores, que somos obispos, hallamos en todas partes pobreza y penuria» 67; así se expresaba Lutero, refiriéndose a la miseria es­ piritual más que a la corporal. «El aspecto de todas las iglesias es miserabi­ lísimo— repetía el mes siguiente— •, pues los campesinos no aprenden nada, no saben nada, no rezan nada...; ni se confiesan ni comulgan...; abandona­ ron lo papístico y desprecian lo nuestro»68. 67

«Nos visitatores, hoc est, episcopi sumus, et invenimus paupertatem et penuriam ubique» IV 597). » «Miserrima est ubique facies ecclesiarum, rusticis nihil discentibus, nihil scientibus, nihil

1(llrltfw.

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La misma impresión, y acaso más pesimista, se saca de la lectura de las cartas de Melanthon, ya que, al comprobar cómo cundían los escándalos y las impiedades, la angustia de su ánimo casi frisa en la desesperación. Las visitas, por causas políticas, hubieron de dejarse interrumpidas en 1529. R e­ comenzadas sistemáticamente en 1532, llevarán a cabo una profunda obra transformadora del país: suprimirán todos los monasterios y cualquier otro residuo católico; regularán la economía de las parroquias y escuelas, parte con los bienes confiscados a las instituciones católicas y parte con los subsi­ dios del príncipe; pondrán en todas partes pastores o párrocos bien instrui­ dos en el nuevo evangelio; uniformarán el culto divino y las ceremonias li­ túrgicas; establecerán la enseñanza del catecismo; como fruto general de todo ello, la doctrina luterana será aceptada por todos los habitantes a bue­ nas o a malas. A imitación de Sajonia, también otros países y ciudades libres introduje­ ron el sistema de las visitaciones eclesiásticas, porque se persuadieron que éste era el modo mejor de hacer triunfar en todas partes la nueva religión. Bien podemos afirmar, con E. Sehling, que las visitas fueron los canales por los que las nuevas ideas se introdujeron en todo el territorio. L os consistorios

U n paso adelante en la organización de la Iglesia luterana bajo la supre­ ma autoridad del príncipe se dio con la creación de consistorios. Las visitas eran esporádicas, y en los intermedios faltaba una autoridad que resolviese los problemas que surgían en las parroquias. Ni siquiera los superintenden­ tes, creados por Juan de Sajonia en 1527 y escogidos entre los párrocos de las principales ciudades, bastaban a resolver las infinitas cuestiones de orden canónico que se les presentaban cada día, porque sus funciones se limitaban a vigilar, examinar e informar luego a la corte, mas carecían de poder eje­ cutivo. A l negar la autoridad del papa, los luteranos negaban también la validez del derecho canónico romano. ¿Quién crearía el nuevo derecho? Cuando a Lutero se le presentaba un caso de impedimento matrimonial, de divorcio o de otro asunto semejante, buscaba en la Biblia algún texto que le facilitase la solución; pero no todos tenían la autoridad del Reformador para imponer su criterio. Hacía falta un tribunal eclesiástico que resolviese autoritativamente cada caso 69. El príncipe Juan Federico requirió el parecer de la Universidad de W it­ tenberg. Reunidas las Facultades de Teología y de Derecho, encomendaron el asunto a Justo Joñas, el cual, asesorado por Melanthon, Bugenhagen y varios juristas, presentó en 1538 un dictamen sobre el modo de organizar un tribunal mitad laico, mitad eclesiástico, que se llamó C onsistorio70. En orantibus..., nec confitentes, nec com m unicantes..., papistica neglexerunt, nostra contem nunt» (Briefw. IV 624). Y a en 1523 confesaba Lutero: «Certum est quod ad faciem iam sumus peiores quan antea... M ulti quidem peiores fiunt ex Evangelio» (W A 11 190). w Sobre los orígenes del derecho m atrim onial protestante véanse los documentos que trae G. S c h l e u s n e r , Z u den Anfängen protestantischen Eherechts im 16. Jahrhundert: Z K G 6 (1883) 390-428; 12 (1891) 576-82; Í3 (1892) 130-62. 70 E. S e h l i n g , Die evangelischen Kirchenordnungen I 58. Fue el landgrave Felipe de Hessen el primero que aceptó la institución de las visitas y el prim ero que apeló a la D ieta de Spira de 1526.

E l catequista alemán

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1539 empezó a funcionar en Wittenberg, con competencia restringida a lo matrimonial y para sólo el distrito de Torgau y el de W ittenberg71. Retocando el dictamen de J. Joñas, llegóse por fin el año x542 a una per­ fecta estructuración del Consistorio. Era como una corte de justicia compues­ ta de teólogos y de jurisconsultos laicos nombrados por el príncipe, con potestad para examinar y decidir no sólo los asuntos matrimoniales, sino todas las cuestiones relativas a las personas y a los oficios eclesiásticos. A l Consistorio le pertenecía la inquisitio de las personas, de la administración, de los bienes, escuchar las denuncias y dar su sentencia, imponiendo casti­ gos, como la cárcel, la privación de bienes, etc. Sus poderes fueron exten­ diéndose más y más con el correr de los años. Como se ve, el derecho civil venía a identificarse con el canónico. W ittenberg imitaba a las Congregacio­ nes de la curia romana 72. También en este punto los otros príncipes luteranos copiaron al elector de Sajonia. El absolutismo del Estado esclavizaba a la religión al mismo tiempo que la defendía contra cualquier disidente. E l catequista a lem án

La impresión que le causó a Lutero el estado moral y religioso de los pue­ blos por él visitados fue deprimente. En todas partes ignorancia, abandono, corrupción. Y donde no reinaba la irreligiosidad o la indiferencia, halló que todavía perduraba lo que él aborrecía más, la superstición católica. Tropezó con muchos pastores incapaces de predicar y de leer en público la Sagrada Escritura; con mucha gente sencilla que no entendía nada del nuevo evange­ lio y a veces ignoraba la más elemental doctrina cristiana. Lutero se enfurecía, echando la culpa de todo, como era su costumbre, a la ignorancia y corrup­ ción del clero en la antigua Iglesia. Si el luteranismo quería triunfar en Alemania, tenía que instruir a los eclesiásticos y conquistar a los hombres incultos de las aldeas, a los que el Reformador llamaba «paganos»; había que catequizar a todo el país. Así, el teólogo de W ittenberg se convirtió de la noche a la mañana en el mayor cate­ quista de su patria. Los catecismos que inmediatamente se puso a escribir son el fruto de las experiencias recibidas por él y por sus compañeros en las visitas de las iglesias. para reform ar la Iglesia de su país. Reunidos bajo su presidencia los eclesiásticos y los nobles en i-i sínodo de Homberg, el 21 de octubre de 1526, organizaron la Iglesia en form a democráticapresbiterial, casi independiente del príncipe. Cada com unidad (conventus fidelium) debería elegir i sus pastores (obispos o párrocos y diáconos o ayudantes) y tendría poder incluso para exco­ mulgar a los indignos o rebeldes. Las comunidades locales se unirían entre sí por un sínodo anual, lisie régimen democrático-presbiterial, cuyo inspirador fue el ex franciscano aviñonés Francisco Lambert (1483-1530), no se llevó a la práctica, porque el landgrave asumió todos los poderes religiosos, como si fuera el pontífice supremo. Fruto de aquel sínodo fue la Reformatio ecclesiarum Uassiae, que contiene 34 capítulos sobre el culto, la doctrina, los sacramentos, la constitución i\c cada iglesia o comunidad; el c.29 trata de la Universidad de M arburg, fundada poco después por el landgrave Felipe, quien nom bró profesor de exégesis bíblica al mismo Lam bert. M arburg Iuc la primera Universidad típicamente protestante y la primera que se fundó en Alemania sin privilegios pontificios ni imperiales (W. M a u r e r , Franz Lambert und das Verfassungsidell der Reformatio ecclesiarum Hassiae: Z K G 48 [1929] 208-60, recogido en su obra Kirche und Geschichte I .18-61). 71 K. M ü l l e r , Die Anfänge der Konsistorialverfassung im lutherischen Deutschland: H Z 102 UV09) 1-30 (p.5). Sobre el carácter jurídico del Consistorio véase E. S e h l i n g , Geschichte der protestantischen Kirchcnvcrfassung (Leipzig 1914) 18.

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Desde sus primeros años de predicador le había gustado a Fr. Martín exponer al pueblo la doctrina cristiana en sermones sobre el decálogo, sobre el padrenuestro, sobre la confesión, sobre los sacramentos; particular empeño había puesto en explicar desde el púlpito el evangelio de cada domingo. Ya en 1522 había dado a la estampa las Kirchenpostille o sermones para todas las dominicas de Adviento y Navidad, y en años sucesivos continuó publicando Postilla o sermonarios que facilitasen la predicación a los curas ignorantes. En su M isa alemana (1526) manifiesta su deseo de que en la cena eucarística, «después del evangelio en alemán, se tenga el sermón sobre el evangelio de la dominica; y me parece que, si se tienen ya las Kirchenpostille (de 1527: W A 21 y 22) para todo el año, lo mejor sería que se leyese al pueblo toda la Postilla del día o siquiera un fragmento» 73. Con esto no hacía sino continuar la tradición medieval, pues es bien sabi­ do que en los siglos x iv y x v existían sermonarios iáciles con sermones domi­ nicales, que los curas incapaces de predicar se aprendían de memoria o bien los leían ante los fieles en la misa. Solían llevar títulos como éstos: Summa praedicatorum, Repertorium aureum, Sermones amici, Dormi secure, Postilla studentium, M anuale curatorum, etc. En esta línea vienen a colocarse los di­ versos tomos de Kirchenpostille, Festpostille y Hauspostille de Lutero.

Pero si llegó a ser el gran catequista de Alemania, eso se debió, mucho más que a sus sermonarios, a sus dos famosísimos Catecismos, mayor y menor, que deben estimarse, juntamente con la traducción de la Biblia, como el ali­ mento espiritual de cada día que el Reformador suministró a sus adeptos de aquella generación y de las venideras. «El catecismo— decía en una de sus charlas de sobremesa— es la Biblia de los laicos». Los méritos catequísticos del Reformador son inmensos. A él se debió un decisivo impulso a la catequética, que ciertamente estaba ya en movimiento desde hacía más de cien años. Desde los tiempos apostólicos existía en la Iglesia la catequesis; aquel resumen de la doctrina cristiana que se enseñaba poco antes del bautismo a los catecúmenos, puede llamarse catecismo; pero tardó en aparecer un librito con ese nombre destinado a los niños, cosa muy explicable antes de la invención de la imprenta y cuando el analfabetismo era general. Ramón Llull, Juan Gerson, San Antonino de Florencia y Erasmo escribieron catecismos para párvulos y gente sencilla. Numerosos sínodos y concilios del siglo x v recomendaban a los párrocos la enseñanza de la doc­ trina cristiana. Los novadores comprendieron en seguida su importancia para la nueva creencia. Es significativo el dato que en los siete años que precedie­ ron al Catecismo luterano, o sea, «entre 1522 y 1529, publicasen ellos cerca de 30 catecismos, algunos en muchas ediciones» 74. Estoy preparando el catecismo pro rudibus paganis, escribía el 15 de enero de 1529. Referíase al Catecismo mayor en alemán, que salió a luz en abril de aquel año. A l mismo tiempo, aunque se publicó en mayo, componía el C a te­ w a 19,95. 74 J. M. R e u , D. M artin Luthers Kleiner Katechismus. Die Geschichte seiner Entstehung (M u­ n i c h 1 9 2 9 ) 1 4 . N o menos de 39 títulos de obrillas catequísticas recoge M a n g e n o t , Catéchismey e n D T C , fundándose en los cinco volúmenes de textos publicados por F. C o h r s , Die Evangelischen Katechismusversuche vor Luthers Enchiridion (Berlín 1 9 0 0 -1 9 0 7 ). 73

Los dos « Catecismos »

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cismo menor, para curas de pueblo y predicadores75. Ambos Catecismos se derivan de tres series de predicaciones catequísticas tenidas por el Reformador en mayo, septiembre y diciembre de 1528 en cumplimiento de las ordenacio­ nes vigentes en W ittenberg de predicar el catecismo cuatro veces al año durante dos semanas. El Catecismo menor apareció primeramente en forma de tablas ( tabulae) o carteles que se podían colgar en casa o en el templo, con los mandamientos, el credo, el padrenuestro y una brevísima explicación para niños; poco después recibió la forma que hoy conocemos. El Catecismo mayor, dentro de su brevedad, quería ser un manual de doctrina cristiana que sirviese a los párrocos en la explicación del Catecismo menor, y no estaba redactado, como éste, en forma de preguntas y respuestas, sino de breves capitulitos. Ambos figuran hoy día entre los escritos simbólicos o confesiona­ les (Bekenntnisschriften) de la Iglesia luterana. L os dos «C atecism os»

En el primer proemio del Catecismo mayor declara Lutero que lo que él pretende es componer «una doctrina para niños y gente sencilla» que contenga todo cuanto un cristiano debe saber. Y el que no lo sepa debe ser arrojado como indigno. Por eso lamenta que haya gente anciana que, a pesar de su total ignorancia, frecuenta los sacramentos como los demás cristianos. En el proemio de 1520 explica la razón de su Catecismo. Puesto que mu­ chos párrocos se muestran tan negligentes en su oficio que parece no miran más que al bienestar de su vientre, viviendo igual que bajo el papado y por­ tándose como porquerizos o perreros, no como pastores de almas, trata de facilitarles su deber con este escrito. Les aconseja que, en lugar de las siete horas canónicas, de las que ahora están libres, lean por la mañana, al mediodía y a la noche una o dos hojas del Catecismo, o del libro de oraciones y de la Biblia, rezando un padrenuestro por sus parroquianos. «Así lo hago yo, como un niño— confiesa Lutero— , aunque soy un doctor y predicador tan docto y experimentado como esos que se jactan de su saber» 76 y se desdeñan de leer el Catecismo. Hay que leerlo diariamente para vencer las mil estratagemas del demonio, sus continuas tentaciones y sus dardos encendidos. «El que conoce perfectamente los diez mandamientos, conoce toda la Sa­ grada Escritura y puede en todos los casos y cosas aconsejar, consolar, juzgar, dictaminar, lo mismo en lo canónico que en lo civil, y ser juez de todas las doctrinas... ¿Qué es, por ejemplo, el Salterio sino una simple idea y un ejer­ cicio práctico del primer mandamiento?»77 Es de notar que Lutero, tan polémico de ordinario, evita en este C atecis­ mo las frases hirientes o despectivas contra los católicos y aun la mención de ciertas enseñanzas que pudieran ser ocasión de disputa; v.gr., la doctrina del pecado original, que corrompe la naturaleza moral del hombre; la inutilidad de las obras para la salvación, la predestinación al infierno, y pasa en silencio 73 El m ayor lleva este simple título: Deudsch Catechismus (WA 30,1 p .125-238); el menor, Dpr kh'iiw Catechismus fu r die gemeine Pfarherr und Prediger (W A 30,1 p.241-345), con traduc-

ríón latina, anónim a. En las siguientes ediciones se le antepuso, en el título, la palabra Enchiridion. 7® WA 30,1 p.126. 77 Ibid., 128.

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la facultad, propia de cada cristiano, de interpretar la Escritura. Sólo al tratar del primer mandamiento critica los abusos de la devoción popular «bajo el papado», y en el sexto reprueba el celibato y los votos monásticos. En la primera parte explica los diez mandamientos con oportunas alusio­ nes bíblicas; en la segunda, los artículos de la fe; en la tercera, las peticiones del padrenuestro, y en la cuarta, el sacramento del bautismo y el sacramento del altar. Termina con una «breve exhortación a la confesión». El Enquiridion: Catecismo menor, sigue la forma tradicional de preguntas y respuestas en lenguaje sencillo, preciso y claro para que los niños lo apren­ dan fácilmente de memoria. Empieza así: «Primer mandamiento: ‘N o tendrás dioses ajenos’ . — '¿Qué significa esto? — Resp.: Que a Dios, sobre todas las cosas, debemos temer, amar y confiar en él. Segundo mandamiento: ‘ N o tomarás el nombre de tu D ios en vano’ . — ¿Qué significa esto? — Resp.: Que debemos temer y amar a Dios, no blasfemar su santo nombre, no jurar, ni ejercitar la magia, ni mentir, ni engañar, antes in­ vocarlo en todas las necesidades, pedirle ayuda, alabarlo y darle gracias. Tercer mandamiento: 'Santificarás los días festivos’ . — ¿Qué significa esto? — Resp.: Que debemos temer y amar a Dios, no despreciar su palabra ni la predicación, tenerla por santa, oírla con gusto y aprenderla... Sexto mandamiento: ‘ N o co­ meterás adulterio’ . — ¿Qué significa esto? — Resp.: Que debemos temer y amar a Dios, vivir casta y honestamente en palabras y obras, y amar y res­ petar cada cual a su mujer» 78. Sigue la explicación del credo o de los artículos de la fe en preguntas y respuestas; y luego la exposición del padrenuestro en la misma forma. Con unas pocas preguntas sobre la naturaleza y efectos del bautismo y de la euca­ ristía podía darse por concluido el Catecismo menor, pero Lutero quiso aña­ dirle otras cosas útiles para la vida cristiana; consejos y oraciones; v.gr.: «Por la mañana, cuando te levantas de la cama, te persignarás con la santa cruz, diciendo: 'En el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Am én’. Luego, de rodillas o de pie, el credo y el padrenuestro. Y , si quieres, añadirás esta oración: 'Gracias, Padre celestial, por Jesucristo, tu Hijo’, etc. Por la noche, al acostarte, te persignarás con la santa cruz, diciendo...» (oraciones análogas). Lutero, que en muchas de sus costumbres seguía siendo fraile, se acordó, sin duda, de la bendición de la mesa, usual en el monasterio, y abreviándola la introdujo en su Catecism o; lo mismo hizo con la acción de gracias después de comer. Incluyó también una serie de sentencias de la Sagrada Escritura apropiadas a los diversos estados: a los pastores de almas, a las autoridades civiles y a sus súbditos, a los casados, a los hijos, a los criados y criadas, a los jornaleros, a los adolescentes, a las viudas, etc. Y en conclusión, una manera de confesar los pecados. Pregunta el confesor: «¿Qué es lo que deseas?» Res­ ponde el penitente: «Yo, miserable, confesándome y acusándome te digo de­ lante de Dios, mi Señor, que soy hombre pecador y frágil; no guardo los man­ damientos de Dios; no creo rectamente en el Evangelio; no hago nada bueno y no puedo sufrir ninguna adversidad. En particular he cometido tal y tal 78 Ibid., 282-86.

Reacción católica

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pecado, que grava mi conciencia. Por lo cual te suplico me des la absolución en nombre de Dios y me consueles con la palabra divina» 79. En sus Catecismos reveló Lutero cualidades no vulgares de pedagogo y rara habilidad para darse a entender a los niños y. a la gente sencilla. Quería que todos los predicadores explicasen el catecismo siempre con las mismas palabras, siguiendo un texto breve. Los niños debían recitar el decálogo, el credo y el padrenuestro al levantarse por la mañana y poco antes de comer y de cenar; y, si no lo hacían, deberían sus padres negarles el alimento. Los mayores de edad que se resistiesen a aprender el catecismo, serían desterrados de su patria por el príncipe 80. Con tan draconianas medidas, la catequización luterana del país penetró profundamente. R eacción católica

Graves acontecimientos se producían entre tanto dentro y fuera del Im­ perio. Carlos V y su hermano y lugarteniente Fernando, con los demás prín­ cipes germánicos fieles al catolicismo, se asustaron de los avances que reali­ zaban los novadores al socaire de las ventajas obtenidas en la Dieta de Spira de 1526. El peligro mayor provenía del audaz o «magnánimo» landgrave de Hessen, el cual andaba en tratos de amistad con el voivoda J. Zapolya, aspirante al trono de Hungría, y con los reyes de Polonia, de Dinamarca y de Francia, de quienes ya había recibido promesas de ayuda contra Fernando de Austria. Pretendía además, aun con disgusto de Lutero, tener bien unidas y en paz a las diversas tendencias evangélicas, especialmente de zuinglianos y lutera­ nos, que se desgarraban entre sí. Y hacía todo lo posible por que el inmoral, asesino y aventurero Ulrico de Würtemberg, arrojado de su país por la Liga de Suabia en 1519, y a quien hemos visto en 1525 guerreando en favor de los campesinos revolucionarios, reconquistase su ducado, con lo cual se reforzaría en el sur de Alemania el poder de los evangélicos, cuyo caudillo supremo empezaba a ser el ambicioso Felipe de Hessen. Era, pues, necesario a los católicos reaccionar contra las concesiones tem­ poráneas otorgadas a los novadores en Spira y emprender una campaña seria contra el pulular de las nuevas doctrinas. Lo mismo en Austria que en Baviera y en otros países del sur de Alemania, donde la Liga de Suabia seguía desplegando autoridad y fuerza, los gobiernos reprimieron a los luteranos, ensañándose principalmente contra las sectas más radicales y revolucionarias. El fanático anabaptista Baltasar Hubmaier fue quemado vivo en Viena el io de marzo de 1528. Meses antes habían padecido la misma muerte Miguel Sattler en Rottenburgo, Hans Hut en Augsburgo, Leonardo Kaiser en Schárding y otros en Landsberg y en Munich. En nombre del emperador giró una visita a diversas ciudades y cortes principescas durante la primavera de 1528 el vicecanciller imperial, Balta­ 70 Ibid., 343. Sobre la doctrina luterana de la confesión véase L. K l e i n , Evangelisch-luthetische llrlchtc (Paderborn 1961) 11-81. El rito que usaba en la absolución de los penitentes (imposición do manos, oración, exhortación) en Tischr. 3739 III 581. K Ibid., 270.

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sar Merklin, coadjutor del obispo de Constanza. Aquel enérgico diplomático tenía el encargo de despertar el espíritu católico de las autoridades y espo­ learlas a la persecución de los herejes. La reacción católica que se deja sentir en 1528 tuvo su culminación al año siguiente en la Dieta de Spira. Estudian­ do Maurenbrecher las decisiones enérgicas tomadas en dicha Dieta, escribe lo siguiente: «Se puede ver en ellas con alguna seguridad un efecto de la reac­ ción eclesiástica, que empezó a echar raíces en Alemania en 1524, y también un fruto de la actividad literaria de Erasmo; asimismo, los escritos de otros teólogos católicos, como Eck, Codeo, Fabri, Emser, y más aún Fisher, Schatzgeyer, Pirstinger, contribuyeron notablemente a ese resultado» 81. E l falsario O tto de P ack

En la primavera de 1528, Alemania se hallaba al borde de una guerra de religión por la impetuosidad y arrogancia del joven landgrave de Hessen. Hallábase este príncipe un día de febrero de 1528 conversando en la ciu­ dad de Cassel con el vicecanciller de la Sajonia albertina, Otto de Pack, y como le manifestase sus recelos de que algunos príncipes católicos— empezando por su propio suegro, Jorge de Sajonia— , en una reunión tenida en Breslau el 15 de junio de 1527 con el rey D. Fernando, se hubiesen conjurado contra él y contra la causa luterana, enmudeció Pack con aire pensativo, y luego sus­ pirando le dijo: «No es, ¡oh príncipe!, que se esté solamente maquinando una campaña contra vos; la confabulación está hecha; el pacto, firmado en Bres­ lau». Y prometió que le mostraría el original del documento. Hecho una furia, se presentó el landgrave en Dresden, en febrero de 1528, queriendo ver las pruebas de la conjuración. Pack le declaró que no podía mostrarle el original, porque se lo había guardado el canciller, pero sí una copia auténtica del mismo. En efecto, sacando una escritura atravesada por un cordón de seda negra con el signo lacrado de la cancillería sajona, le hizo fijarse en el plomo colgante con el sello personal del duque Jorge, bien conocido por Felipe, y en las firmas de los confederados. Decíase en el documento que los electores de Maguncia y de Brandeburgo, los duques de Sajonia y de Baviera, los obispos de Salzburgo, W ürzburg y Bamberg, con el rey Fernando de Austria, se comprometían a atacar todos juntos al elector Juan de Sajonia si persistía en proteger a Lutero y a los se­ cuaces de éste; se volverían luego contra el landgrave Felipe, y, si no se re­ tractaba, lo arrojarían del condado de Hessen, que caería en manos de su suegro, el duque Jorge de Sajonia. También obligarían a la ciudad de Magdeburgo a someterse a su arzobispo. Felipe no dudó lo más mínimo de la autenticidad del documento, del que mandó a su secretario sacar copia exacta, y, habiendo retribuido a Pack la traición con 4.000 florines, marchó precipitadamente a Weimar para tratar del asunto con el elector Juan. Frente a la Liga católica había que establecer firmemente otra Liga evangélica, y adelantarse a los conjurados atacándolos inmediatamente con fuerzas superiores. El 9 de marzo, los dos príncipes firmaron un pacto de alianza, obligándose 81 Geschichte der Kathol. R e f 274.

E l falsario Otto de Pack

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a aportar cada uno 6.000 hombres de a pie y 2.000 de a caballo y a juntar lo más pronto posible una suma de 600.000 florines para los gastos de la guerra. Toda Alemania se asustó al contemplar estos preparativos militares. D e­ sangrada como estaba por la guerra de los campesinos, temía que los ejérci­ tos volviesen a devastar el país y que la nación se escindiese en dos bandos irreconciliables. No faltaban quienes esperaban de la revolución el aniquila­ miento del catolicismo y el triunfo de las nuevas ideas, y con esa esperanza corrían a alistarse bajo las banderas del landgrave de Hessen 82. No abrigaba tales ilusiones Melanthon. Y tampoco Lutero. Asesorado por ambos, el elector Juan envió a su propio hijo a calmar los ímpetus guerre­ ros de Felipe, aconsejándole que primero denunciase ante todos los príncipes la conjuración de Breslau haciendo público el documento comprometedor. Así lo hizo el landgrave, dando a conocer la copia, no el original naturalmente. Respondió inmediatamente Jorge de Sajonia, acusando de embustero a quien dijese haber visto el documento auténtico. Protestaron en el mismo sentido Joaquín de Brandeburgo y Fernando de Austria. Otros le achacaron la falsi­ ficación al mismo landgrave, por lo cual Felipe tuvo que dar el nombre del impostor 83. Hoy día, todos los historiadores imparciales niegan la autenticidad de aquel documento; Ranke descubre en él «las mayores inverosimilitudes». Lutero creyó que era auténtico y que la confederación de los príncipes papistas contra el evangelio era una realidad. Y como siempre había mirado al católico duque de Sajonia como a su más implacable enemigo, ahora le atacó con la violencia que le era característica. El 14 de junio de 1528 escribía en carta a Wenceslao Link: «Ya ves cuántas alteraciones ha causado esa Liga de los príncipes impíos, por más que ellos la nieguen. La frígidísima excusa del duque Jorge es para mí una confesión. Pero nieguen, se excusen, disimulen, yo sé de ciencia cierta ( ego sciens scio) que esa Liga no es un ente de ficción ni una quimera, aunque sea un monstruo harto monstruoso... Nadie puede negar que pretenden opri­ mir el evangelio... Si otra vez maquinan algo, yo rogaré a Dios y luego amo­ nestaré a los príncipes que los exterminen sin misericordia, porque son san82 L. R anke (Deutsche Geschichte III 26-32) da las cifras arriba mencionadas. Pero Janssen (Geschichte des deutschen Volkes III 138) dice que se obligaron a poner en pie de guerra conjun­ tamente un ejército de 20.000 infantes y 6.000 jinetes. Lo mismo afirma Seckendorff ( Commentarius historiáis II 95). Este últim o historiador escribe que Felipe aseguró a Juan que había tenido en sus m anos el mismo original: «Electorem Saxoniae filiumque eius Vinariae convenit, iisque magnum quod imminere videbatur periculum exposuit, et foederis exemplum sigillatum et subscriptum se in m anibus habuisse testatus est» (V. L. S e c k e n d o r f , Commentarius II 95). Lo di­ ce Bucer a Farel, 1 de mayo de 1528: «Interea, Hessi nomine, alius et m aior (exercitus) coactus dicitur: tim etur ingens rerum perturbatio. Vulgus sperat sacrificis m alum intentari; ideo Uirmatim Hessi castra petunt» (A. L. H e r m i n j a r d , Correspondance des Réformateurs II 13233). Felipe amenazó con sus tropas al arzobispo de M aguncia, obligándole a renunciar a su ju­ risdicción episcopal sobre Hessen y a pagar 40.000 florines; del mismo m odo, exigió 20.000 al obispo de Bamberg, y 40.000 al de W urzburgo; violencias injustas que desaprobó M elanthon: «Odióse extorsit pecuniam, nobis valde dissuadentibus» (CR 1,998). Para guerrear contra Fer­ nando de Austria pidió auxilio pecuniario a J. Zapolya y al rey de Francia. s ' O tto de Pack, perseguido por Jorge de Sajonia y abandonado al fin por el mismo Felipe ile Hessen, que lo había tenido algún tiempo a su servicio, vagó por diversos países, hasta que, ni-restado en los Países Bajos, se le form ó proceso, en el que confesó su impostura, y m urió decapilado el 8 de febrero de 1537. Sobre el negocio de Pack puede verse la amplia documentación recogida por J. Kühn en Deutsche Reichstagsaktcn VII 257-312; S t . E h s e s , Landgraf Philipp von llrssen urnI Otto von Pack (Freiburg i. Br. 1886).

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guijuelas insaciables, que no quieren estar en paz hasta ver a Alemania cu­ bierta de sangre» 84. Cayó esta carta en manos del duque, el cual, naturalmente, se irritó sobre­ manera. Escribió a Lutero, preguntándole si en efecto era él autor de aquellas letras. Lutero esquivó la respuesta, diciendo que le dejase en paz, sin moles­ tarle más; que sus consejeros le podrían decir quién era el autor. Jorge se sintió más herido, y compuso un breve escrito contra el Refor­ mador de Wittenberg, llamándole perjuro, desleal y miserable, que califica a sus adversarios de asesinos y sanguinarios, siendo así que no hay escritos más sanguinarios que los suyos; él es el que tiene sed de nuestra sangre 85. Las injurias del duque Jorge— respondió Lutero en un opúsculo contra él— «son para mí esmeraldas, rubíes y diamantes» 86. L a nuev a D ieta de Spira

El turbio negocio de Pack y las belicosas escandecencias de Felipe de Hessen habían irritado los ánimos de los católicos alemanes, máxime del em­ perador y de su hermano Fernando. Carlos V estaba más resuelto que nunca a acabar con la «peste del luteranismo». Le alentaba en este propósito su re­ ciente reconciliación con el papa Clemente V II y la seguridad de su predo­ minio en Italia después de las últimas victorias sobre los franceses. También Fernando de Austria, conseguida la corona de Hungría y de Bohemia, se sentía con más fuerzas para dar la batalla a los novadores. El 30 de noviembre de 1528, desde España, donde aún se hallaba el empe­ rador, convocó la Dieta próxima en la ciudad de Spira para el día 21 de febrero del año siguiente. Programa de la misma: las disensiones religiosas, la guerra contra el turco y la paz interna del Imperio 87. La sesión inaugural no tuvo lugar hasta el 15 de marzo de 1529. Dos días antes había llegado con una escolta de 100 caballeros y festiva charanga el elector Juan de Sajonia, acompañado de Melanthon, que, naturalmente, no asistieron a la misa solemne de Spiritu sancto pro prospero initio D ietae, en la catedral, como tampoco a las procesiones que se organizaron posteriormente, ni siquiera a los banquetes de los príncipes católicos. A los pocos días entró en la ciudad el landgrave de Hessen al frente de doscientos coraceros y al son triunfador de las trompetas. Los dos príncipes amigos alardeaban de no guar­ dar los ayunos y abstinencias, y, lo mismo que en la Dieta precedente, hicie­ ron escribir en las puertas de sus albergues las cinco letras iniciales de su lema: Verbum D ei M a net In AE ternum 88. Sus predicadores Juan Agrícola, 84 Briefw. IV 483-84. M elanthon decía de esta carta: «Sane violenter scripta, sed ego non tam auctori irascor, qui sui simílis est..., quam illi qui talem epistolam non est veritus istic circumferre» (CR 1,1004). 85 Welcher Gestalt...: WA 30,2 p.5-6. 86 Von heimlichen und gestohlen Brieffen... wiedder Hertzog Georgen zu Sachsen: WA 30,2 p.25-48. 87 J. N e y , Geschichte des Reichstags zu Speier im Jahre 1529 (Ham burgo 1880) 291. ^ 88 J. K ü h n , Deutsche Reichstagsakten unter Karl V (Stuttgart 1935) VIII 547-58; texto ale­ m án 1129-36. U n poeta popular acusaba al landgrave de haber organizado una cacería al lobo el día de viernes santo, impidiendo con eso que muchos asistieran a oír el canto de la pasión: «Auch h at er zu Speier dargestellt, zu jagen die W olf in freiem Feld, am K arfreitag», etc. ( R . L il ie n k r o n ,

Die hist. Volkslieder IV

3 5 9 ).

V alidez del edicto de W orm s

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Erhard Schnepf y Adam Weiss, ya que no podían en los templos, anunciaban la palabra de Dios en las casas de sus señores, animando a la concurrencia a profesar la nueva religión. En la catedral predicaba la doctrina católica el Dr. Juan Fabri, consejero del rey D. Fernando y desde 1530 obispo de Viena; y lo hacía con tan fervoroso entusiasmo y expresiones tan enérgicas, que más de una vez se sintieron heridos sus adversarios. El 15 de marzo, lunes, a las siete de la mañana, se celebró una misa y se cantó el Veni, Sánete Spiritus, después de lo cual los comisarios imperiales, a cuya cabeza estaba D. Fernando de Austria, abrieron las sesiones de la Dieta, leyendo el discurso o «proposición» que les había enviado el emperador, y cargando el acento sobre algunos puntos. Luego de exponer el grave pe­ ligro y la amenaza de los turcos, Carlos se decía muy disgustado por el con­ tinuo crecer y dilatarse de las perversas doctrinas, que no sólo impugnaban usos y costumbres loables de la Iglesia, sino también engendraban tumultos y sediciones. El concilio general no se había podido celebrar hasta ahora, pero sería inmediatamente convocado, pues ya el papa se había puesto de acuerdo con el emperador. Mientras no se celebrase, se prohibía bajo severas penas que ningún príncipe forzase a nadie, por medio de confiscación de bienes o de cualquier otra forma, a profesar una fe nueva. El famoso artículo de la Dieta de 1526 en que se dejaba a los Estados la libertad de actuar, en la cuestión religiosa, conforme a su conciencia delante de Dios y del emperador, quedaba abolido «por los graves inconvenientes y erradas interpretaciones contra nuestra santa fe cristiana» que de él se habían seguido 89. Ante una voluntad tan decidida y enérgica, los luteranos temblaron. El estrasburgense Sturm escribía al día siguiente a Bucer: «En suma, Cristo está de nuevo en manos de Caifás y de Pilatos». El partido católico se sentía más animoso que nunca, y, lo que era más importante, tenía de su parte a la ma­ yoría de los miembros de la Dieta. A l lado del elocuente Fabri trabajaban con ahínco el prestigioso cardenal Mateo Lang, el canciller de Baviera Leonardo de Eck, cuyas habilidades diplomáticas y políticas nos son conocidas, y el in­ fluyente, aunque de costumbres nada austeras, Gerwig Blarer, abad de W eingarten 90. En la segunda sesión (18 de marzo) se decidió formar una Gran Comisión que preparase las decisiones de la Dieta. D e los dieciocho miembros que la integraban, diez eran fervientes católicos, cinco de tendencia conciliadora y solamente tres, a saber, el elector de Sajonia y los delegados de Estrasburgo y de Augsburgo, se decían abiertamente evangélicos. Validez del edicto de W orm s

En la reunión del lunes santo (22 de marzo), la Comisión decidió por ma­ yoría de votos aceptar la propuesta imperial, que anulaba el artículo de la Dieta de 1526 y mantenía el edicto de Worms de 1521. D e nada sirvieron las protes­ tas del elector de Sajonia y de sus correligionarios. A l mismo tiempo se le ro89 J. K ü h n , Deutsche Reichstagsakten unter Kart V (Stuttgart 1935) VII 547-58; texto alemán 1129-36. 9° Sobre este abad renacentista, poco amigo de reform as morales, que no sim patizaba con Lutero, mas tam poco con los primeros jesuítas, véase H. G ü n t e r , G. Blarer von Weingarten, en «Festschrift G. v. Hertling» (Munich 1913) 342-49. Ai' i r t j u

Lutero 2

10

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gaba al emperador hiciese convocar un concilio general

y libre antes de un

año en una ciudad que podría ser M etz, Colonia, Estrasburgo o cualquier otra de Alemania,

y, si no se congregaba antes de año y medio, convocase una

asamblea general de la nación germánica, a la que él asistiese personalmente.

Una subcomisión se encargó de discutir la cuestión de la guerra contra los turcos. En la sesión del 23 de marzo se volvió sobre lo mismo del día precedente. Lo que se determinó fue que los Estados fieles al edicto de W orms debían con­ tinuar en esa línea severa de conducta hasta el próximo concilio; los otros miem­ bros del Imperio que se han contaminado de las nuevas doctrinas y no pueden extirparlas sin riesgo de revoluciones, prometerán hacer lo posible por evitar más novedades religiosas. En particular no se permitirán predicaciones ni sec­ tas contrarias al sacramento de la carne y sangre de Cristo (esto se dirigía con­ tra Zwingli, no contra Lutero); los anabaptistas serán durísimamente perse­ guidos; ni el celebrar la misa ni el oírla será prohibido en parte alguna; y nin­ guna autoridad civil por causa de religión podrá oprimir a nadie, ni quitarle tierras y jurisdicción, ni confiscar sus bienes, ni tomar bajo su protección a los desterrados de otro país 91. Matizáronse con suavidad estas fórmulas en los días sucesivos, y el 3 de abril se propusieron a la aprobación de la Dieta 92. Como se ve, no pecaban de rigurosos estos decretos. Los luteranos podían estar contentos de la deci­ sión contra los sacramentarios; la misa luterana no se prohibía, aunque se abría una puerta para que se introdujese la católica en los países en que había sido abolida. Los adictos a la antigua Iglesia iniciaban una reconquista; com­ prendiéronlo bien los novadores, y se resolvieron a cortarles el paso. Nacen los protestantes

Aprobada por los electores el 6 de abril y por el colegio de los príncipes el 7, la propuesta de la Gran Comisión fue aceptada poco después por la ma­ yoría de la Dieta. Pero el 12 de abril un consejero de Juan de Sajonia declaró que ni su señor el elector, ni el margrave Jorge de Brandeburgo, ni el landgrave Felipe de Hessen, ni el príncipe W olfgang de Anhalt, ni los representantes del duque de Luneburg, ni el conde de Wertheim habían dado su aprobación, ni la darían jamás, al decreto en cuestión, contra el cual presentaban importan­ tes objeciones. Los delegados de muchas ciudades, por boca de Jacobo Sturm, dijeron que serían obedientes al emperador en todo lo temporal, pero que la conciencia les impedía ceder en lo tocante al evangelio. Las ciudades, que has­ ta principios de abril habían procedido de mancomún, mirando solamente a sus intereses políticos y económicos, ahora, por influjo personal de D. Fernan­ do, se escindieron netamente bajo el aspecto religioso, y no menos de 21 dele­ gados aprobaron el decreto en su última formulación, mientras 18 lo recha­ zaban. A sí estaban las cosas, cuando llegó por fin el legado pontificio pedido por el emperador a Clem ente V II. Era un noble laico, modenés, el conde Juan T o 91 Deutsche Reichstagsaktett VII 585-95; texto en 1140-55. 92 Cada príncipe, secular o eclesiástico (o su delegado), tenía un voto. Las ciudades libres e imperiales tenían todas en común un solo voto «ex gratia principum, quod alias olim non habuerunt. Item omnes praelati habent unum votum » (Deutsche Reichstagsakten VII 549 nota).

Nacen los protestantes

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más de la Mirándola, que en la sesión del 13 de abril se presentó oficialmente, declarando que el papa estaba dispuesto a prestar ayuda a los alemanes en la guerra contra los turcos; que nada deseaba tanto como la extinción de los erro­ res y herejías que pululaban en Alemania, y para eso, una vez pacificados el emperador, el rey de Francia y los demás príncipes, tenía intención de convo­ car un concilio general el próximo verano a fin de que la potentísima nación germánica vuelva a la unión de la fe y de la religión 93. Aquellas frases y promesas fueron oídas por los luteranos con la mayor indiferencia. Todo eso no les interesaba lo más mínimo. Cuando el 19 de abril de 1529 los miembros de la Dieta entraron en la gran sala de la Rathaus de Spira, no se imaginaban que aquel día había de marcar una fecha importante en la historia de la Reforma. Por orden del rey D. Fer­ nando, leyó el conde palatino Federico el decreto aprobado por los comisarios imperiales y por la mayoría de la Dieta. No se prohibía en ellos, como hemos visto, la nueva religión; solamente se prohibía el uso de la violencia y se exigía en todas partes libertad para los católicos 94. Viendo que no se tenían en cuenta sus objeciones, la minoría se retiró para discutir aparte y tomar una decisión. Ya anteriormente, todos los llamados evangélicos estaban de acuerdo en no someterse al decreto. Solamente dudaban si la protesta oficial debían hacerla solamente los luteranos o si debían también entrar los zuinglianos, que no admiten la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo en el sacramento de la eucaristía. Es sabido que Lutero abominaba de éstos como de instrumentos del demonio 95. El elector de Sajonia y Felipe M elanthon vacilaban. Pero el landgrave de Hessen, que planeaba una gran unión de todos los disidentes de Roma, impuso su criterio, y todos los novadores de las diversas tendencias se unieron para protestar contra el decreto de la Dieta. Mientras aún los Estados se hallaban reunidos en la sala, regresaron los miembros de' la minoría y presentaron a la Dieta su formal protesta en un do­ cumento escrito por el canciller de Sajonia. Los protestantes no eran más que cinco y sólo uno de ellos pertenecía al rango de los electores; los otros eran principillos de escaso poder, aunque alguno había de jugar papel importante en la historia religiosa del Imperio. Sus nombres: el elector Juan de Sajonia, el landgrave Felipe de Hessen; Jorge, margrave de Brandeburgo-Kulbach; el prín­ cipe W olfgang de A n h a lt y el canciller Juan Förster, en nombre de los duques Ernesto y Francisco de Luneburg 96. Decían en esta Protestation del 19 de abril que no podían en conciencia suscribir los artículos de dicho decreto, teniéndolos por nulos y sin fuerza obli­ gatoria, inspirados por el odio de Dios y de su santa palabra, perturbadores de la paz y contrarios a la Dieta de Spira de 1526, a la cual ellos querían per­ manecer fieles hasta la convocación de un concilio general o nacional. Jacobo Sturm de Estrasburgo se adhirió a la protesta en nombre de las ciudades evan­ gélicas. 93 Su breve discursito latino en Deutsche Reichstagsakten VII 1244-46. 94 M elanthon confesaba: «Articuli enim ibi facti non gravant nos» (CR 1,1059). 95 En 1531 decía Lutero que Zwingli y Ecolampadio «sunt magni peccatores». (Tischr. 2 I 3). Y al año siguiente, recién m uertos los dos reformadores: «Nimium blasphemi fuerunt» (ibid., 94 I 35). 96 Rekhstagsaktcn VII 776-88; texto en 1262-65.

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Otro documento de protesta más extenso, redactado por el canciller de Jor­ ge de Brandeburgo y suscrito por los mismos, fue presentado el 20 de abril al rey D. Fernando; pero éste, con un gesto de desdén, no lo quiso recibir. In­ sistían en que les era imposible aprobar la anulación del decreto de Spira de 1526; tenían que obedecer a «Dios, supremo rey y señor de los señores», y pe­ dían excusa de «no seguir el voto de la mayoría, porque, en las cosas tocantes al honor de Dios y a la salvación y bien de nuestras almas, cada uno por sí mismo debe comparecer ante Dios y rendirle cuentas, de modo que nadie puede dis­ culparse apelando a la decisión de otros, sean mayoría o minoría» 91. Sin atención alguna a tales protestas, el decreto de la Dieta fue firmado, leído públicamente y promulgado el 22 de abril 98. Tres días después, el domingo 25 de abril, los protestantes quisieron dar otra forma a su protesta, y redactaron una A ppellation contra los artículos con­ cernientes a la cuestión religiosa. Reunidos en una pequeña habitación (in parvam stubellam ) del domicilio del capellán Pedro Muttersstadt, sito en la calleja de San Juan, los consejeros del elector Juan de Sajonia, del margrave Jorge de Brandeburgo-Kulmbach, del landgrave Felipe de Hessen, del prínci­ pe W olfgang de Anhalt y de los duques Ernesto y Francisco de Luneburg en­ cargaron a los notarios Leonardo Stettner y Pancracio Salzmann que redacta­ ran un instrumento jurídico apelando al emperador, al concilio o asamblea nacional y a todos los jueces cristianos e imparciales " , Adhiriéndose a la apelación los delegados de 14 ciudades: Estrasburgo, Nuremberg, Ulm, Constanza, Lindau, Memmingen, Kempten, Nördlingen, Heilbron, Reutligen, Isny, St. Gallen, Weissenburg y Windsheim, bastantes de las cuales no seguían a Lutero, sino a Zwingli 10°. Por el hecho de esta protesta, se llaman protestantes todos los partidarios de la Reforma, sean luteranos, zuinglianos o de cualquier otra tendencia. L a escisión del Imperio

Desde aquel momento, nadie podía negar la existencia de dos Alemanias divididas y antagónicas: la Alemania católica y la Alemania protestante. El 22 de abril, dos días antes de clausurarse la Dieta, Felipe de Hessen ha­ bía firmado una secreta alianza con Juan de Sajonia y con las ciudades de Es­ trasburgo, Ulm y Nuremberg, comprometiéndose todos a defenderse mutua­ mente en caso de agresión de parte de la Liga de Suabia, del Consejo de re­ gencia o de la Cámara de justicia; «por la defensa de la palabra de Dios», se 97 Texto de la Protestation en p.1274-88 (p.1277). A una legación protestante que en septiem­ bre se presentó a Carlos V en Piacenza, le respondió el em perador que aprobaba lo hecho p o r Fernando de Austria en la D ieta de Spira (1529) y que le dolía profundam ente el disidió religioso; en cuanto a los argumentos de conciencia de los protestantes, les hacía saber que tam bién él—y quizá m ás que los adversarios—cuidaba de la tranquilidad de su conciencia y de la salvación de su alma: «nam et sibi et reliquis principibus animae suae salutem et conscientiae tranquilitatem non minus esse curae quam illis» (J. S l e i d a n , De statu religionis et reipublicae 98v). 98 Ibid., 804-5; texto, con los nom bres de todos los presentes, en 1298-1314. 99 Ibid., 848-57; texto en 1346-56: Protestan contra lo acordado por la m ayoría, en nom bre de la conciencia. Exigen la libertad religiosa, mas no están dispuestos a concederla a los católicos. Y apelan al em perador para que se m antenga el decreto de 1526, nunca aprobado por Carlos V. 100 C uatro ciudades menos que el 12 de abril; esas cuatro que ahora no se adhieren son Colo­ nia, Frankfurt, G oslar y Hall. El landgrave escribió a Zwingli el día 22, declarándole su deseo de que se uniesen todos los evangélicos (Zwinglis sämtliche Werke [Leipzig 1929] X 108-109).

La escisión d el Imperio

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disponían a la guerra civil, y determinaban el número de lansquenetes y de caballeros que cada Estado aprontaría. U n historiador protestante, Federico von Bezold, ha escrito:

«Como Lutero en Worms, por motivos de conciencia, se separó de la Igle­ sia católica, así ahora el Estado evangélico, amenazado en su nacer, se aferró al antiquísimo medio de defensa contra la intolerable violencia y tiranía de la letra que mata con su juridicismo. El trascendental principio de que es preci­ so obedecer a Dios antes que a los hombres es el tema básico que recurre con­ tinuamente en la protesta, como en las demás declaraciones de los protestantes. Decían los teólogos de Nuremberg: Si tememos la proscripción del emperador, mucho más hemos de temer la reprobación de D ios... Y el burgomaestre de Memmingen afirmaba que Dios es más fuerte que el mundo; a Dios le querían escoger por caudillo supremo. Ante tan magnífica decisión, nos produce im­ presión lamentable el ver gimotear a Melanthon por la peligrosidad de la pro­ testa; se sentía como desmayado y exánime de angustia»101. Lutero siguió los negocios y deliberaciones de la Dieta con suma indife­ rencia. Hallábase en W ittenberg comentando en sus lecciones universitarias la profecía de Isaías, aunque un tremendo catarro le producía continua tos y le privaba de la voz. A llí estaban con él su padre Hans, su hermano Jacobo, un cuñado y una cuñada. De su madre no se hace mención. Y Catalina, su mujer, estaba para dar a luz. El 4 de mayo escribía: «De la Dieta no sabemos nada. Esperamos de un día para otro el regreso de Felipe Melanthon» 102. Y dos días más tarde: «Los comicios se han terminado sin casi ningún fru­ to; sólo que los flageladores de Cristo y los tiranos de las almas no pudieron sa­ ciar su furor. Y a es bastante el que hayamos impetrado esto del Señor» 103. Difícilmente una Alemania dividida podría poner un dique a la avenida torrencial de los turcos, que desbordaban la frontera oriental y amenazaban con abrevar sus caballos en las aguas del Rhin. El 4 de mayo, Solimán el Magnífico dejaba Constantinopla y avanzaba ha­ cia Hungría al frente de un ejército de 250.000 hombres. La lentitud de su avance, insólita en aquel sultán, dio tiempo al rey D. Fernando para organizar la defensa e implorar el auxilio del papa y de los príncipes cristianos 104. «Bastantes turcos tenemos dentro del Imperio», decía el duque Jorge de Sajonia, aludiendo a Felipe de Hessen 105. Y a Fernando no le faltó entonces un buen refuerzo de alemanes y de españoles. Dueño de Buda, que cayó en manos del visir Ibrahim el 8 de septiembre y fue entregada al vaivoda Juan Zapolya, lanzóse Solimán contra Viena; alrededor de la ciudad imperial, guarnecida con 20.000 soldados, acamparon los tur­ cos en forma de corona. Veinte ataques resultaron inútiles, y el 14 de octubre 101 Geschichte der deutschen Reformation 595. Las palabras de M elanthon a L. Spengler el 17 de m ayo son éstas: «Paene exanimatus sum harum rerum cogitatione. Et est periculum ne qua ímperii m utatio ex his principiis sequatur» (Corp. Reform. I 1068). También Lutero tenía miedo de los planes que abrigaba el inquieto landgrave: «luvenis ille Hassiae inquietus est et cogitationibus aestuat» (Briefw. V 125). 102 Briefw. V 60. 103 Briefw. V 62. 104 RiNAi.of, A nnahs a .1529 n.34-39. 105 «Haben (wir) den Turkcn genug im Reich» (Deutsche Reichstagsakten VII 292).

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C.9-

Organización de las Iglesias. Spira. Visitación oficial. Catecismos

optaron por retirarse, dejando sus soñados laureles en poder de los heroicos defensores. «A nuestro sentimiento nacional moderno— escribe el historiador arriba citado— le produce ciertamente dolorosa impresión el ver al mejor dotado de los príncipes protestantes de aquel tiempo tener una actitud contraria a los intereses del Imperio y deplorar la retirada de los turcos de Viena, al par que hablaba con esperanza de una nueva invasión turca» 106. Lutero, en cambio, en todas las cartas de aquellos días respira satisfacción y contento por el fracaso del ataque musulmán contra el Imperio.

106 B e z o l d ,

Geschichte 598.

C

a p í t u l o

i o

L U C H A S IN T E S T IN A S . L U T E R O C O N T R A Z W IN G L I E N M A R B U R G (1 5 2 9 )

A l fin de la Dieta de Spira de 1529 surge, como hemos visto, el protestan­ tismo organizado. El Imperio alemán se fracciona y divide en dos bloques an­ tagónicos. También el protestantismo estuvo a punto de sufrir aquel año una grave escisión por las diferencias dogmáticas que se manifestaban entre sus principales cabecillas, discordes en la interpretación del Evangelio. Los tres últimos años habían sido de notable progreso para la Reforma luterana. Ver­ dad es que alguno de sus secuaces, como Leonardo Kaiser, degradado públi­ camente del sacerdocio en Passau, había muerto entre las llamas (agosto de 1527) y otros predicadores evangélicos eran severamente perseguidos en Baviera, en Austria, en los Países Bajos y en los dominios de Jorge de Sajonia; pero los adeptos del luteranismo en el norte de Alemania se multiplicaban; la ciudad de Braunschweig, por obra de Bugenhagen, que allí pasó los meses de mayo a octubre de 1528, se luteranizó totalmente, y se organizó eclesialmente en manera tan cabal, que pudo servir de modelo a otras comunidades de la baja Sajonia. Además, el sistema de las visitaciones eclesiásticas implantado en el electorado de Sajonia se extendía a otros países, como Hessen, Braunschweig-Lüneburg, Schleswig-Holstein, Ansbach-Bayreuth, Nuremberg, apun­ talando firmemente y dando consistencia a las invertebradas iglesias evangé­ licas. El peligro para el luteranismo nació en sus propias entrañas, porque no pocos de sus adeptos se dejaban seducir por Zwingli, en el sur y sudeste de Alemania. Fue una crisis más grave que la ocasionada por Karlstadt y Münzer. Pero, antes de explicar su naturaleza y desenvolvimiento, digamos algo de la salud física y espiritual de Lutero en aquellos días. «Foris pugnae, intus timores»

Luchas por fuera, temores por dentro (2 Cor 7,5), gemía Lutero en 1527, re­ pitiendo las palabras de San Pablo. Fue aquel año uno de los más angustiosos en la vida atormentada del Reformador. Ya en 1526 había sentido fuertes do­ lores de litiasis, que rápidamente desaparecieron con el remedio casero de un arenque frito y guisantes con mostaza que a petición suya le preparó Catalina; en enero de 1527 sintió que un coágulo de sangre cerca del corazón le ponía a las puertas de la muerte. También entonces una infusión de cardo santo le ;ilivió en un santiamén 1. 1 «Verum est, nuper me súbito sanguinis coagulo circum praecordia angustiatum fuisse. Sed repente mihi remedio fuit aqua cardui benedicti» (Briefw. IV 160). Lo del arenque y los guisanles lo cuenta el médico M . Ratzenberger, sin precisar la fecha. M ás curiosos son las medicinas >|ue le recetó contra el persistente insomnio el D r. W. Rychardus: «Si lac mulieris m ixtum cum oleo violato in commissuram coronalem ungatur..., hum ectet cerebrum ad som num que disponat»; y otros dolores «mitigandi sunt cum emplastro, quod fit ex medulla cervi, in qua coquuntur terrae cum modico croco ct vino sublimato. Haec si dorm ituro apponuntur, som num conciliant» (T. K üldk, Analecta Lutherana 50).

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Luchas intestinas. Lutero contra Z w in g li en M arburg

El más violento y continuado ataque fue el que le sobrevino inesperada-* mente el 6 de julio de 1527. Lo conocemos en todos sus detalles, porque dos de sus más fieles e íntimos amigos, J. Bugenhagen y Justo Joñas, que le asistie­ ron en los momentos más apurados, lo relataron y describieron inmediatamente con la más puntual exactitud. Modernamente ha sido objeto de particular es­ tudio de médicos y psiquíatras. «La enfermedad— dice uno de éstos— le atacó de una manera subitánea y sorprendente con brutal y catastrófica vehemencia paralizadora, sin racional motivación psicológica interna o externa. Antes del ataque reinaba en todo su ser una paz moderada; paz completa no la había tenido nunca, pero conoció largos períodos en que se sentía bien y de buen humor... Era el hombre más famoso de su tiempo, tenía casa y hogar y gozaba de sólida posición civil como profesor de universidad y como el padre reconocido y venerado del nuevo ré­ gimen eclesiástico... Las últimas oleadas de sus luchas a raíz de la guerra de los campesinos se habían calmado. Lutero tenía mujer e hijos y un vivir orde­ nado, procurando la regularidad y una buena y sana alimentación. Mediante una sana y armónica, en cuanto podemos juzgar, vida sexual, había logrado cierta natural distensión de su temperamento volcánico. Tampoco tenía, que sepamos, preocupaciones domésticas de importancia... Pues bien, en medio de esta inusitada calma, emerge con agudos perfiles el gran ataque de su enfer­ medad psíquica, la más intensa quizá de su vida, como también Sóderblom lo ha hecho resaltar» 2. El ataque psíquico— lo que Lutero llamaba «tentación» ( tentatio, A n fechtung, Versuchung ) — precedió al ataque somático, que se presentó en forma de síncope. La tentatio spiritualis se prolongó durante bastantes semanas y meses, con gran depresión del ánimo, según veremos. Era el 6 de julio, sábado. Por la mañana experimentó una gran turbación espiritual. Le pareció que Satanás le acometía furiosamente, y sintió que la mano de Dios venía a derribarle y herirle, como a Job. Se abrió ante sus ojos el abismo de la muerte y del infierno, y, temblando en todos sus miembros, per­ dida casi del todo la confianza en Cristo, no podía resistir a las olas tempestuo­ sas de la desesperación y de la blasfemia 3. Cuatro años más tarde dirá que las tentaciones más frecuentes de esa época eran las sugestiones del mal espíritu, que le decía: «¡A cuántas gentes has engañado!» A las ocho de la mañana ordenó que un fámulo llamase a Bugenhagen, pá­ rroco de W ittenberg y profesor de la Universidad, que era su padre espiritual. Bugenhagen se presentó en seguida, temeroso de que se tratase de algún asun­ to grave; pero lo encontró en la cocina conversando serenamente con su mujer.

«Preguntóle por qué me llamaba. Respondió que no era cosa grave ( nihil mali esse). Pero, cuando subimos a una habitación más secreta, empezó a en­ comendar todas sus cosas a Dios, Padre de las misericordias, y a confesar sus pecados; rogábame— él, mi maestro, a mí, su discípulo— le consolase con las palabras de la Sagrada Escritura, dándole la absolución de los pecados, y exhor­ 2 P. R e i t e r , M . Luthers Umwelt, Charakter und Psychose II 99-100. La cita de N. Sóderblom, en Humor och Melancholie och andra Lutherstudie (Estocolmo 1919) 83. 3 C arta a M eianthon: «Amisso fere toto Christo, agebar fluctibus et procellis desperationis et blasphemiae in Deum » (Briefw. IV 226).

En peligro de muerte

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tábame a que orase por él...; pidióme también que al día siguiente, domingo, le admitiese a la santa comunión del cuerpo y sangre de Cristo, porque esperaba que ese día predicaría, sin sospechar lo que aquella tarde le había de acontecer... S i ya me llama el Señor — dijo— , hágase su voluntad... A l terminar la confesión, hablándome de la tentación que había padecido, aunque quizá sin explicarla suficientemente, dijo: Cree la gente, mirando a mi comportamiento externo, que yo voy pisando rosas. Pero D ios conoce mi v id a ... E l mundo no ve los egregios dones que D ios, negándoselos a muchos millares de hombres, me ha dado a mí para que yo sirva a los que E l conoce, de form a que el mundo, no admirando la palabra de salvación que D ios le ofrece por mi medio, tropiece y caiga... Estuve con él hablan­

do a solas hasta que no faltaba sino una hora para el mediodía. Y , como ciertas personas nobles nos habían invitado, le rogué que no dejase de venir al convite. Prometió no faltar. Amonesté a su mujer que no le dejase permanecer ocioso en casa, esperando que aquello le sería provechoso. Asistió efectivamente al banquete, pero comió y bebió muy poco, cosa que yo solo noté, y regocijó suavemente, según su costumbre, a los convidados. Serían las doce cuando salió del convite al jardín de Justo Joñas» 4. E n peligro de muerte

Lo que por la tarde pasó lo puso por escrito J. Joñas el día 7 de julio en los términos siguientes: «Con el Dr. Martín, nuestro carísimo padre, ocurrió lo siguiente: habiendo tenido por la mañana, según él nos confesó, una grave tentación espiritual, de la que se repuso medianamente, invitado por los nobles señores Martín W al­ lenfels, Hans Löser y Erasmo Spiegel, fue a la hostería Schultheisen, y, levan­ tándose de comer, entró en mi huertecillo para aliviar la tristeza y malestar. Charlando conmigo, se pasó allí sentado dos horas, y, al dejar mi casa, nos convidó a la cena a mi mujer y a mí. Subí, pues, al monasterio a eso de las cinco. Díjome la esposa del Doctor que Martín estaba reposando; que aguardase yo un poco, si no me era molesto, en atención a su salud. Esperé hasta que el Doctor se alzó del lecho para cenar con nosotros. Quejábase de un resonante zumbido en el oído izquierdo, fenómeno que, según los médicos, precede al síncope 5. Como el zumbido no cesaba, dijo el Doctor que no podía sentarse a la mesa; subió, pues, a su habitación para echarse de nuevo en la cama. Seguí yo solo sus pasos, mientras su mujer daba no sé qué órdenes a las criadas. Y en la puerta misma de la habitación fue acometido de un síncope el Doctor antes de que llegase presurosa su mujer. ¡O h señor doctor Joñas! — exclamó— , me siento m al; dadme agua o lo que tengáis, que, si no, me muero. Yo, consternado y temblando, cogí una vasija de agua fría y la derramé sobre su rostro y espaldas desnudas. El empezó a orar: Señor, si así lo quieres, si ésta es la hora que me pre­ fijaste, hágase tu voluntad, y siguió rezando con gran ardor de la mente, eleva­ dos los ojos al cielo, el Pater noster, el salmo Domine, ne in furore tuo arguas me y el M iserere mei, Domine, quoniam infirmus sum, etc. Entre tanto llega su mu4 Dr. Johannes Bugenhagens Briefwechsel, ed. Vogt, 65-73. C on variantes en Tischr. 2922 III 80-86. 5 «Quasi tumentes fluctus maris, magna tempestate resonante, sonarent ad aurem sinistram ct totam sinistram capitis partem » (Bugenhagens Briefwechsel 65).

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jer, y, viéndole tan desfallecido y casi exánime, llena de consternación llamó a gritos a las criadas. El Doctor pidió que le quitasen las calzas o medias ( tibia-

lia ) ; así se hizo inmediatamente. Echado sobre la cama y reposando boca arriba, se sintió de repente completamente falto de fuerzas. D e nuevo acudió a la oración: Señor Dios, a quien amo sobre todas las cosas (Dom ine mein aller liebster Gott), tú sabes cuán gustosamente hubiera vertido la sangre por la de­

fensa de tu palabra (pro tuo verbo), pero quizá soy indigno; hágase tu voluntad. M oriré, si tal es tu voluntad, con tal que tu nombre sea glorificado con mi muerte o con mi v id a ... Glorifica tu nombre santo contra los enemigos de tu sacrosanta palabra. Señor Jesús, tú me diste el conocimiento de tu nombre; tú sabes que yo creo en ti, D ios verdadero y verdadero mediador y salvador nuestro, que derramaste tu sangre por nosotros; asísteme con tu espíritu en esta hora... Luego preguntó si había venido el médico, Dr. A gu stín (Schurff). Este vino poco después y le aplicó bolsas calientes y otros fomentos, consolándolo y animándole a no en­ tristecerse. L legó también Pomerano (Bugenhagen), párroco de la iglesia de W ittenberg, a quien aquel mismo día por la mañana se había confesado...

M i querido señor párroco — le dijo— , hoy me confesé y vos me disteis la absolución; estoy contento... Y , volviéndose a su mujer, repitió dos o tres veces: M i queri­ dísima K etha, yo te ruego que, pues es la voluntad de D ios, te resignes en su divino querer; tú eres mi legítima esposa; tenlo por cierto y compórtate conforme a la palabra de D io s... M i D ios y mi Padre, más de una v ez he sido desconsiderado (leichtfertig) en mis palabras; bien sabes que lo hice para sacudirme la tristeza de mi carne débil, no con mala conciencia. Dirigiéndose a nosotros: Sed testigos que no he retractado lo que acerca de la penitencia y la justificación escribí contra el papa, sino que lo juzgo evangelio de D ios y verdad d ivin a ; si a algunos les parece que actué con demasiada libertad y aspereza, no me arrepiento. D ios sabe que no he deseado mal a nadie 6. Señor, si quieres que muera en la cama, hágase tu volun­ tad. Hubiera deseado derramar mi sangre, pero también Juan Evangelista, que escribió un libro bien fu erte contra el papa, murió en esta fo rm a ... Em pezó a pre­ guntar por su hijito: ¿Dónde está mi queridísimo Juanito (H e n slin )? L e acercan el niño sonriente, y le dice: ¡O h buen niñito!, a ti y a mi queridísima K etha os encomiendo a la suma piedad de D ios. N ada poseéis; pero D ios, que es «pater pupillorum et iudex viduarum», os conservará y sustentará. H abló luego con su m u­ jer de ciertas copas de plata, añadiendo: O tras cosas ya sabes que no poseemos... Cuando le aplicaban bolsas calientes, dijo que le retornaban las fuerzas y que deseaba sudar. Se dio orden a todos que salieran, dejándole descansar. Q ue nuestro Señor Jesucristo nos lo conserve incólume por mucho tiempo. Amén» 7. E n la criba de Satanás

Cuando al día siguiente, domingo, volvieron los tres amigos— Joñas, B u ­ genhagen y el médico— a visitar al enfermo, lo hallaron m uy aliviado, tanto que al atardecer pudo levantarse de la cama. Para colmo de calamidades, sobre la ciudad de W ittenberg cayeron los 6 En otra versión: «No me poenitet. Ich habe ja niem andt arges gunt, das weis G ott» (Tischr. 2922 III 89-90). Según Bugenhagen, el enfermo hablaba entonces unas veces en latín y otras en alemán. 7 Der Briefwechsel des Justus Joñas 104-107. C on variantes en Tischr. 2922 III 86-90.

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horrores de una peste, segando muchas vidas y sembrando el pánico en la población. La Universidad se trasladó a Jena en agosto de 1527. En aquella escapada de la gente principal, solamente Lutero y Bugenhagen tuvieron valor para desafiar los peligros de contagio y prestar asistencia espiritual a los moribundos. En vano el príncipe Juan de Sajonia escribió al Dr. Martín pidiéndole que con su mujer y su hijo abandonase la ciudad. Más que el peligro de la peste, le impresionaba la angustia de los apestados. Y aquel hombre que sufría entonces pavorosas agonías interiores, no tuvo miedo de contraer la enfermedad corporal 8. Bugenhagen, que durante la pestilencia pasó a vivir con la familia del Reformador en el antiguo «monasterio negro», atestigua que Lutero, acon­ gojado y melancólico después del ataque referido, solía llamarle a media­ noche para que le dijese alguna palabra de consolación espiritual 9. Es que la gran tentación espiritual del 6 de julio, con sus angustias, dudas y depresiones psicológicas, se prolongaba semanas y meses hasta la prima­ vera de 1528. En su epistolario, como en la agenda de un enfermero, se registran casi diariamente todos los altibajos de su enfermedad espiritual. El 10 de julio, después de dar breve cuenta a Spalatino del síncope que le puso a las puertas de la muerte, le suplica humildemente: «Ruega al Señor que no abandone a este pecador suyo» 10. T res días más tarde comunica a N . Hausmann: «He padecido un grave síncope, de suerte que todavía me veo forzado a abstenerme de leer y es­ cribir» 11.

El 2 de agosto le dice a Melanthon que todavía se estremece del horror que sintió durante más de una semana agitado por la muerte y el infierno 12. El 12 del mismo mes, a Justo Menius: «No dejes de orar fuertemente por mí, porque esta pugna agónica supera a las fuerzas humanas... N o estuve enfermo solamente de cuerpo, sino mucho más de espíritu. A sí me hostiga Satán con sus ángeles, con licencia de Dios, nuestro Salvador» 13. El 21, a Juan Agrícola, de Eisleben: «No dejéis de consolarme y de orar por mí, porque soy un pobre y menesteroso... Satán con todo su poder se rnfurece contra mí» 14. Y el 26, a Hausmann: «Te ruego por Cristo que en tus oraciones me ayu­ des contra Satanás y sus ángeles, que me hacen mucha guerra» 15. 8 El valor abnegado de Lutero resalta más si se com para con el egoísmo pusilánime de Calv1110 en iguales circunstancias. C uando en Ginebra apareció la peste en 1542-43, sólo el hum a­ nista Sebastián Castellio se ofreció espontáneam ente a visitar a los enfermos en los hospitales. Requeridos por el Concejo de la ciudad los demás ministros y predicadores, respondieron con ( '11 Ivino que «Dieu ne leur a donné la grâce d ’avoir la force et constance pour aller au dict hospilal, priant les tenyr pour excusés» (F. W. K a m p s c h u l t e , Johann Calvin [Leipzig 1869] I 489). IJ «Ab eo tem pore libenter adsum viro, per quem m undus voluit relatum Evangelium ... U nde Imn domi eius dorm io, ipso volente. Subinde enim queritur se graviter tentari et orat ardenter et lix|uitur de Scripturis. H oc saepe mihi dixit: T entatio me obruit, quum venit, ut tumentes fluctus iimris... Sed media nocte me revocat et invenio virum in lecto ad sólitas preces conversum et ad! Ililci suae confessionem» (Bugenhagens Briefw. 71). Briefw. IV 221. 11 Ibid., 224. 12 «Plus tota hebdóm ada in m orte et inferno iactatus, ita ut toto corpore laesus adhuc tremam: membris» (ibid., 226). 1 ’ «Agon iste meus supra vires est» (ibid., 228). i-l Ibid., 235. I’ Ibid., 238.

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El 2 de septiembre, a G. Wiskamp: «El comentario al profeta Zacarías queda a medias, porque no tengo salud para continuar» 16. El 8 de octubre, a M . Stifel: «Hace tres meses que languidezco más en el espíritu que en el cuerpo, de suerte que apenas he escrito nada. Satanás me criba» 17. El 19 del mismo mes, a J. Joñas: «Todavía no me ha restituido totalmente el Señor a mi prístina salud y aún permite al ángel de Satanás vapulearme y tentarme» ls. Dos días más tarde, a Stifel: «Tú ruega por mí para que Cristo no me abandone, que bien siento los azotes del ángel de Satanás» 1(). El 27 de octubre, a Melanthon: «Ruega por mí, que soy un gusano mise­ rable y abyecto, bien vejado por el espíritu de la tristeza» 20. El 1 de noviembre, a N. Amsdorf: «Lo que yo pido y tú pedirás con­ migo es que mi Cristo haga de mí lo que le plazca, pero que me guarde para que no llegue a ser un desconocido y enemigo suyo, yo que con tanto afán y fervor le he venerado y predicado hasta ahora, aunque no sin ofenderle con muchos y grandes pecados. Satán pide que le den un nuevo Job... Deseo responder a los sacraméntanos, mas nada puedo si no crecen las fuerzas de mi ánimo» 21. El 7 de noviembre, a Hausmann: «Yo con estas tempestades y pusilani­ midad de espíritu me siento angustiado desde hace muchos meses» 22. El 10 del mismo mes, a J. Joñas: «Llevo sobre mí la ira de Dios, porque pequé contra El; el papa y el emperador, los príncipes, los obispos y el mun­ do entero me odian y me impugnan; y, como si esto no fuera bastante, mis hermanos me maltratan; y mis pecados, la muerte y Satán con todos sus án­ geles se encruelecen sin cesar contra mí. ¿Y qué me puede consolar y guar­ dar si me abandona el mismo Cristo, por quien ellos me odian? Pero no abandonará hasta el fin a este misérrimo pecador, porque pienso que soy el último de todos los hombres» 23. El 17, a Hausmann: «Sospecho que no es un demonio cualquiera, sino el príncipe de los demonios, el que se ha alzado contra mí; tan grandes son su potencia y su sabiduría con todas las armas de la Escritura; de forma que, si no me sostuviera la opinión de otros, mi ciencia escriturística de nada serviría; esto lo digo para que tanto más ores por mí» 24. El 22, a W . Link: «Espiritualmente, ¿qué soy o qué hago? Ciertamente, no lo sé. Satán se mueve, queriendo que yo no escriba más, sino que des­ cienda con él a los infiernos. Cristo lo pisotee. Amén. Y tú, hermano mío, ruega por mí» 25. El 28, a J. Brenz: «Satán anda suelto contra mí, y con sus maquinaciones 1«

Ibid., 243. 17 Ibid., 263. 18 Ibid., 269. 19 «Satis a Satanae angelo colaphisor» (ibid., 270). 20 Ibid., 272. 21 Ibid., 275. 22 «Ego tempestate et pusillanimitate spiritus nunc multis mensibus angor» (ibid., 277). 23 «Ego enim porto iram Dei, quia peccavi ei» (ibid., 279). 24 Ibid., 282. 25 Ibid., 284.

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intenta en privado arrancarme a Cristo, ya que en público y en la confesión de la palabra ve que no consigue nada» 26.

Y al día siguiente, a E. Brisger: «Verdaderamente creo que Satanás está furioso contra mí por lo mucho que hice y dije y escribí contra él» 27. El 14 de diciembre, a Hausmann: «Aún no estoy libre de mi tentación ni deseo librarme, si es para gloria de Dios, mi suavísimo Salvador. Amén. Pero no dejes de orar por mí y de agonistizar en esta agonía acérrima con el propio Satanás, príncipe potentísimo» 28. El 29 de diciembre, a Joñas: «Yo de cuerpo estoy sano; de espíritu, cuan­ to place a Cristo, que pende de mí como yo de El, por un tenue hilo; Satán, en cambio, tira de mí con potentes maromas y camellos, queriendo arras­ trarme a los infiernos; pero la debilidad de Cristo, gracias a vuestras oracio­ nes, le vence o por lo menos lucha fuertemente» 29. Y al día siguiente, al mismo Joñas: «Mira, Joñas mío, que no ceses de orar por mí y de agonistizar conmigo, porque mi tentación se mitiga a ratos, para volver a sus horas con más rigor» 30. El 1 de enero de 1528, a Wiskamp: «Cierto que esta tentación tan fortísima me era conocida desde la adolescencia, pero no creía que ahora se iba a agravar tanto» 31. Llega el 25 de febrero, y escribe a Link, diciendo que la tentación empie­ za a decrecer 32. Quizá influyó en ello, como apunta Reiter, el hecho de que sus mejores amigos, como Melanthon, J. Joñas, Amsdorf, etc., que habían huido de W ittenberg durante la peste, dejándole en casi absoluta soledad, regresaban ahora, pasado el peligro, y las lecciones universitarias se reanu­ daban normalmente en Wittenberg. Lutero tenía un carácter eminentemen­ te sociable; no podía tolerar el aislamiento y la incomunicación, porque, como él decía, en la soledad vienen las tentaciones del diablo, la melancolía, las dudas, la desesperación. Es de notar que en todo este tiempo no abandonó su actividad docente. A los poquísimos estudiantes que se quedaron en W it­ tenberg les dio, como solía, tres lecciones semanales, desde agosto hasta no­ viembre, sobre la epístola primera de San Juan, y luego, sobre las de San Pa­ blo a T ito y Filemón, hasta cerca de Navidad. En enero, febrero y marzo ex­ plicó la primera a Timoteo. 26 Ibid., 286. 27 Ibid., 288. 28 Ibid., 289. 29 Ibid., 307. 30 Ibid., 312. 31 Ibid., 319. Cinco días después (6 de enero) tropezam os con una carta curiosísima de Lutero a Joñas en que le describe, con la m ás exacta m inuciosidad con que se puede hablar a un médico, la enfermedad hem orroidal que había padecido tres años antes. Aunque parezca irreve­ rente y quizá se ofenda algún lector pudibundo, quiero copiar aquí las principales frases, que re­ velan, entre otras cosas, el maravilloso realismo de aquel hom bre y su dominio pleno de la lengua latina para decir todo lo que quiere con concisión y graficismo: «Meus m orbus talis erat, ut egestione simul prodiret ani labium tumens in m odum fere iuglandis in circuitu toto, in quo erat seabies m inutula, quantum est granum cannabis, quae parvula scilicet, quo laxior esset egestio, hoc plus dolebat; quo durior, hoc minus cruciabat. Si autem crúor mixtus ibat, tum erat salus atque adeo suavitas et voluptas quaedam in egerendo. A tque quo plus cruoris, hoc plus voluptatis, ita ut delectatio provocaret me per diem saepius ad cacandum, et si dígito tangeretur, suavissime pruriebat et fluebat crúor» (Briefw. IV 346). 52 «Meus Satan, orantibus vobis, aliquanto est mihi tolerabilior (ibid., 387).

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Luchas intestinas. Lutero contra Z ivingli en Marburg

«Ein feste Burg ist unser Gott»

Vencida la enfermedad, tranquilizada el alma, desaparecida la peste, to­ davía le quedaban al Dr. Martín dos graves preocupaciones: la de los turcos, que amenazaban a Hungría con ánimo de saltar luego hasta el centro del Imperio, y la más grave de los sacraméntanos, que interpretaban a su capri­ cho las palabras de la Escritura y creaban divisiones y cismas dentro del nue­ vo evangelio. En tan apurada situación, en medio de tantos demonios que como leones hambrientos le querían devorar, la oración salía a gritos de sus labios, y fue entonces— probablemente a principios de 1528— cuando su plegaria se hizo poesía, y compuso aquel canto de batalla y de esperanza cierta de la victoria: «Firme baluarte es nuestro Dios» (E in feste Burg ist unser G o tt), que en otro capítulo hemos dado a conocer. Y es muy verosímil que en aquellos meses de peligros de muerte y de congojas espirituales y molestas tentaciones recitase muchas veces en voz baja aquel otro cantarcillo que en julio de 1524 le había brotado de la pluma al estilo de una secuencia medieval: «En medio de la vida — nos asedia la m u erte...— En medio de la muerte — se nos abren las fauces del infier­ no... — En medio de la angustia del infierno — nos arrastran nuestros pe­ cados... — Kyrieleison» 33. Ante la creciente amenaza de la M edia Luna, se decidió a escribir el libro Sobre la guerra contra los turcos, que hemos analizado en el capítulo prece­ dente; y en contra de las nuevas doctrinas predicadas por Zwingli y los sa­ cramentarlos planeó y redactó varios escritos, de los que hablaremos en seguida. Ulrico Zwingli, el reformador helvético

En W ittenberg no se conoció hasta muy tarde el nombre y la importan­ cia del reformador suizo, ni sus doctrinas características. Zwingli pertenecía a la generación de Lutero, pues había nacido el 1 de enero de 1484, o sea, siete sémanas después del reformador alemán. Y comenzó a anunciar su programa de reforma casi al mismo tiempo que el teólogo de Wittenberg. Nunca quiso que le llamasen luterano, aunque aceptó la doctrina de la jus­ tificación por la fe sola. «Si coincidimos— solía decir— , es porque los dos hemos bebido en las mismas fuentes». Aunque uno y otro eran de origen campesino, el suizo se distinguía profundamente del alemán. Zwingli veía en Cristo al maestro y al modelo; para Lutero, más hondamente religioso, Cristo era el Salvador que perdona y da la vida eterna por pura misericordia. La mentalidad de Lutero va siempre marcada por la teología de la cruz; la de Zwingli, por la filosofía humanística con sus métodos, su lógica, su exi­ gencia intelectualista. Con un poco de exageración, se ha contrapuesto algu­ na vez la aspiración individualista de Lutero («cómo salvar mi propia alma») 33 M itten wir im Leben sind, adaptación de la secuencia latina Media vita in morte sumus. Véase lo dicho en el c.4 de esta p.2.a

Ulrico Z w ingli , el reformador helvético

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a la aspiración social de Zwingli («cómo realizar la salvación de mi pueblo»). Este pensaba que la reforma religiosa y política sería la salvación de Suiza. Nacido en un lugar montañoso del cantón de St.-Gallen y educado en su niñez por un tío sacerdote, estudió luego artes en la Universidad de Viena y, finalmente, en Basilea, donde siguió en filosofía la vía antigua; se laureó en 1506, y alcanzó gran fama entre los humanistas por sus conocimientos de las letras clásicas. El 29 de septiembre de ese mismo año fue ordenado de sacerdote por el obispo de Constanza. Nombrado párroco de Glarus, ejercitó con celo sus funciones pastorales; en 15 13 -15 acompañó como cape­ llán a sus compatriotas que militaban en la guerra de Italia al servicio del papa. A su regreso, con ardiente patriotismo se declaró enemigo de los ser­ vicios mercenarios de los suizos en el extranjero y contrario a cualquier gue­ rra que no fuese defensiva. En 1516 -18 actúa como capellán en el célebre santuario de Einsiedeln; mientras Lutero difunde sus tesis contra las indul­ gencias, él predica una reforma litúrgica, canónica y espiritual, que todavía no salta los límites de la crítica erasmiana. Con Erasmo, a quien admira, se pone en comunicación amistosa; cuando el sumo humanista hace la edi­ ción crítica del Novum Instrumentum (15x6), Zwingli copia de su mano con bella caligrafía todo el Nuevo Testamento y se aprende de memoria las epís­ tolas paulinas en su texto griego. No obstante su espiritualidad bíblica, tiene serios deslices en materia de castidad con mujeres de vida liviana, nunca (como él decía) con mujeres casadas ni con doncellas incorruptas. Aunque durante varios meses resistió vigorosamente, volvió a caer con escándalo de muchos 34. Desde el r de enero de 1519 le vemos como vicepárroco en la histórica colegiata Grossmünster, de Zurich. Hasta ese año gozaba públicamente de buena fama sacerdotal, si bien no faltaban quienes le acusaban de mundanidad y de amor a la música. Su evolución espiritual es rápida desde 1520. En 1522 pidió a su obispo per­ mitiese a los sacerdotes el matrimonio; pocos meses antes se había casado él secretamente con la viuda Ana Reinhart. Predica contra el celibato, contra los ayunos, contra las devociones populares, contra las leyes eclesiásticas, diciendo que él no acataba a la Iglesia y sus dogmas, sino a la tiranía papal. En enero de 1523 induce al gobierno cantonal a convocar un coloquio reli­ gioso, en el que Zwingli defiende 67 tesis, proclamando a la Biblia única fuente y regla de fe, y a Jesucristo, único jefe de la Iglesia, y repudiando toda autoridad del papa y de los obispos, el sacrificio de la misa, el purgatorio, las indulgencias, el valor de nuestras obras, el monaquisino, el celibato, el carácter sacerdotal. En vano le arguye el vicario general de Constanza, Juan Fabri, en representación del obispo. El Consejo de Zurich atribuye la vic­ toria a Zwingli, y ordena, entre otras cosas, la supresión de las procesiones y ceremonias y la incautación de las reliquias. En los templos se destruyeron altares y cuadros, quedando reducido el servicio divino a la predicación y la plegaria, con la comunión bajo las dos especies, sin cantos ni músicas. Los 34 El 5 de diciembre escribía a un amigo: «Non te lateat, ab hinc ferme triennium, me in ani­ mo proposuisse mulierem non tangere, quod Paulus bonum dixerit esse mulierem non tangere; id vero parum feliciter cessit. ... Heu, cecidi et factus sum is canis ad vom itum ... H uius rei tantus nos semper tenuit pudor, ut etiam dum Claronae essemus, si quid peccabamus in hanc partem, tnm iilud commillebam oeculte, ut etiam familiares vix rescirent» (Sammtliche W erkeV II 110-11).

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libelos satíricos del poeta de Berna Nicolás Manuel (| 1530) se leían con fanático entusiasmo. Una de las creaciones más interesantes de Zwingli fue la llamada «Pro­ fecía», que tenía algo de predicación y mucho de academia filológica. Todos los días, a las siete de la mañana, se reunían en el coro de la catedral, para estudiar el Antiguo Testamento, los predicadores, capellanes y estudiantes maduros de latinidad. Un joven leía el texto escogido de la Vulgata latina; un doctor lo releía en hebreo, con breve exégesis del mismo, y un tercero vol­ vía a leerlo en la versión griega de los Setenta. A continuación el presidente hacía algunas indicaciones sobre el modo de exponer el texto en la Iglesia, y, finalmente—luego que las puertas se abrían para dar entrada al público—, un predicador pronunciaba un sermón en lengua vulgar sobre el texto es­ tudiado. De la «Profecía» brotaron los principales escritos exegéticos de Zwingli 35. Zwingli contra Lutero

Hasta 1524 parece que el reformador suizo coincidía con el reformador alemán en la explicación del sacramento eucarístico, aunque sin haber pro­ fundizado la cuestión. Pero entonces leyó la epístola del holandés Cornelio Hoen, y le sucedió lo que antes le había sucedido a Karlstadt, que empezó a negar la presencia de Cristo en la eucaristía. Es el mismo Zwingli quien nos lo asegura: «Del bátavo Honius, cuya epístola me fue entregada por Juan Rhodius y Jorge Saganus, varones insignes por su piedad y erudición, recibí yo la interpretación de est por significat... Y me gustó esta exposición obvia y simple: Este pan significa mi cuerpo» 36. Un argumento que le hacía fuerza era el siguiente: Cristo está a la dere­ cha del Padre y no dejará su trono antes del juicio final; siendo esto así, no puede al mismo tiempo estar corporalmente en la eucaristía, porque el cuerpo de Cristo, como limitado que es, no puede estar sino en un solo lugar. Y en pro de su interpretación simbólica y espiritual del sacramento aducía las pa­ labras de Jesús en Cafarnaúm: Spiritus est qui vivificat ; caro non prodest quidquam (Jn 6,4). L a eucaristía no es un donum Dei, como quería Lutero, sino simplemente una gratiarum actio, en la que deben participar todos los fieles para conme­ morar y agradecer a Cristo el beneficio de su muerte por nosotros. Púsose de acuerdo con Ecolampadio, que enseñaba en Basilea, y ambos desencade­ naron una ofensiva teológica contra el Reformador de Wittenberg, a quien acusaban de no entender la Escritura y de aproximarse demasiado a los pa­ pistas. El violento escrito de Martín Lutero Contra los profetas celestes, es decir, 35 Sobre Zwingli, además de sus Obras completas, especialmente los 5 vols, de su epistolario (Sämmtliche W erke 7-11), puede verse J. R i l l i e t , Zwingliy le troisième homme de la Réforme (Paris 1959); J. R o g g e , Zwingli und Erasmus (Stuttgart 1962); A. R i c h , Die Anfänge der Theologie Huldrych Zwinglis (Zurich 1949); J. V. P o l l e t , Huldrych Zwingli et la Réforme en Suisse (Paris 1963). Amplia bibliogr. ofrece P o l l e t , Zwinglianisme, en DTC. 36 Arnica exegesis: Sämtliche W erke V 738. Y en Responsio ad epistolam Bugenhagii (1525) había escrito: «Epistolam istam cuiusdam et docti et pii Batavi. In ea felicem hanc margaritam est pro significat hoc accipi inveni» (Sämmtliche W erke IV 560).

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contra Karlstad, contra los sacramentarlos y demás fanáticos, no quedó sin respuesta por parte de los suizos. Zwingli, en uno de sus mejores libros, Co­ mentario sobre la verdadera religión y la falsa (1525), suma teológica escrita en latín para que se difundiese más, impugna en casi todos sus capítulos la doctrina católica; pero al llegar a la eucaristía envuelve en la misma condena­ ción a papistas y luteranos, porque decir que a Cristo se le come corporal y sensiblemente es cosa atroz, estúpida e impía y sólo concebible en antropó­ fa*gos 37. Tampoco la pluma de Ecolampadio estaba ociosa; y como la doctrina de los sacramentarios cundía no sólo en Suiza, sino en Estrasburgo y en Suabia, algunos doctos luteranos reunidos en Hall, con Juan Brenz a la ca­ beza, salieron a la defensa de la impanación o consubstanciación en un Syngramma (1526) prologado por el mismo Lutero 38. Respondió inmediatamente Ecolampadio con un Antisyngramma, y Bucer, desde Estrasburgo, con su Apología 39. Poco después se enfrentan los dos principales antagonistas: el reformador de Zurich y el de Wittenberg. Zwingli dirige a Lutero en 1527 su obra Arnica exegesis 40, en que con lenguaje al parecer moderado, pero en el fondo duro, y con inquebrantable convicción pulveriza y desprecia los argumentos con­ trarios, vengan de Lutero, o de Melanthon, o de Bugenhagen; defiende a Bucer, a Ecolampadio y demás sacramentarios; paso a paso va siguiendo a L u ­ tero, triturando sus afirmaciones, diciéndole una y mil veces que yerra y se alucina en la lectura de la Sagrada Escritura, que sostiene opiniones absurdas que corrompen la pureza de la fe y censurando su lenguaje injurioso, calum­ niador, mordaz. «Gracias—observa—que estos libros los ha escrito en ale­ mán, evitando así que sirvan a los extranjeros como ejemplo de maledicencia». «No leas este epílogo—termina—con indignación ni con somnolencia, porque no te será fácil desbaratar lo que aquí se aduce contra los ejércitos de tus epiqueremas. Creo que soy el último que vengo a disputar contigo, y lo hago de mala gana; mas no creas que por venir el último ya estoy derrotado. Acuér­ date del proverbio: ’El buey cansado hinca más firmemente la pezuña’»41. Acompañando al libro, le envió Zwingli una carta severa y arrogante de quien no tiene miedo en bajar a la arena para medir sus fuerzas con el atleta de Wittenberg. Lleva la fecha de 1 de abril 1527: «Me has obligado, doctísimo Lutero, a escribir contra toda mi voluntad esta Exegesis, en la que me enfrento contigo con franqueza, es verdad, pero sin ultrajes». Seguidamente le reprocha su amarulentia, el furor y saña de sus escritos, y también su incoherencia de pensamiento y su servilismo para con los príncipes. «Ahora, pues, cuando ya nada nos ofreces digno de ti y de la religión cristiana; cuando el conocimiento de la verdad crece de día en día, mientras que en ti no crece la mansedumbre y la humildad, sino la audacia y la cruel37 De vera et falsa religione commentarium (con dedic. al rey de Francia): Sámmtliche Werke III 628-911. «Quod corporalem ac sensibilem Christi carnem edi..., non solum impium sit, sed ctiam stultum et immane, nisi apud anthropophagas fortasse degas» (p.789). 38 Syngramma clarissimorum qui Halae Suevorum convenerunt virorum (W ittenberg 1526): WA 19,457-61. 39 J. V. P o l l e t , Martin Bucer. Études sur la correspondence ( P a r i s 1958-62) I 11; II 65. 40 Arnica exegesis, id est, expositio Eucharistiae negocii ad M . L . : Sámmtliche W erke V 562-758. 41 Arnica exegesis V 753.

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dad, son muchísimos los que opinan que tú padeces algo aunqueun padecen los repudiados por el Señor... Es mucho o qu Q^aiasnente conotiempo el espíritu del Señor te fuese famdmr y P 'tiemp0 conoCemos cemos tu erudición, agudeza y penetración, pero oonerle la verdad. Si tú persistes e n oscurecerla de cua quier mam ^ ^ rX

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superioridad y le aconsejaba preguntarse a sí mismo, ¿ o s vocado?» C onfesión d e fe en la eucaristía

Ese inicio de duda, aunque fuese metódica, no podía entrar e ^ de Lutero, el cual, escribiendo a sus amigos, se revolvía con do . me ha escrito una carta llena de soberbia, de calumnia, de pertinacia, de odio y casi de malignidad»43. «A Zwingli lo juzgo dignísimo de sacro odio, ya quedan P ciosamente obra en nombre de la santa palabra de ios» • ,, La respuesta adecuada la tenía ya escrita, pues por os mi salía la Arnica exegesis, si no antes, daba Lutero a a impren a contra este título: Que las palabras de Cristo: «Este es mi cuerpo», siguen fi los fanáticos45. , , r¡>rn. La virulencia del estilo y los ataques persona es no eran Pvaneémendación para un teólogo que desea exponer claramente a ve nnclría lica, ni el medio más apto para conciliarse a un enemigo y riva qu causar gravísimos perjuicios. , , ,, Como si eso fuese poco, al año siguiente, apenas repuesto de su en erme dad, lanza el Dr. Martín otro voluminoso escrito reafirmando su eucaristía: Confesión de la cena de Cristo 46. • , Con una fe profunda en la presencia real d e l c u e r p o y sangre en la eucaristía, rechaza indignado la interpretación sim o ica e . mentarios, husmea en Zwingli rastros de racionalismo y aun e Pe. analiza e interpreta filológicamente los textos evangélicos e a m ’ niega que los argumentos de Zwingli y Ecolampadio tengan ue a los suyos y proclama en voz alta su fe en el sacramento eucaris íc t que los venideros no se engañen pensando que Lutero se avenía herejes. Dos motivos le impulsan a rechazar la teoría sacramentaría, q en la eucaristía más que un símbolo y una conmemoración. Pn ™ , orden exegético: las palabras de Cristo aquí no admiten otro sen i 42 Sammtliche W erke IX 78-80. 45 A Spalatino, 4 de mayo: Briefw. IV 198.

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cu,«. W A 26,m-S09. » « f t i o S S s G Í f w ron juntos: Über D. M artin Luters Bitch Bekentnis genant, zw p.22-248.

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Planes del landgrave de Hessen

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obvio y literal, y hay que admitirlas con fe y humildad. El segundo es de orden teológico: la teología de Lutero aborrecía todo lo que no fuese fe pura, todo lo que valorizase las buenas obras en orden a la santificación y salvación; ahora bien, en la teoría zuingliana, la eucaristía no era un mero don de Dios en orden a despertar la fe, consolando a las almas, sino principalmente una «acción de gracias» de los fieles recordando la muerte del Señor; era más obra humana que divina. Es claro que el Reformador de Wittenberg coincidía con los católicos en admitir la presencia real de Cristo en la eucaristía (al menos en el momento de la comunión); pero, contrariamente a ellos, negaba la transubstanciación, admitiendo la presencia del pan y del vino en unión con el cuerpo y la sangre del Salvador; por eso su doctrina se ha llamado impanatio y a veces consubstantiatio. Conviene, sin embargo, tener presente que a esta cuestión, si perma­ necía o no la sustancia del pan y del vino, le daba muy poca importancia, y, en caso de elegir entre los sacraméntanos, que negaban la presencia real, y los católicos, que la admitían mediante la transubstanciación, se quedaba con los últimos 47. La fe eucarística, profundísimamente arraigada en los pueblos de la Edad Media, como que era el corazón palpitante de su religiosidad, se mantenía viva y ardiente en el antiguo fraile agustino. Por aversión a Roma negó la transubs­ tanciación, a la cual se sentía inclinado por su interpretación literal de la Escritura, y se quedó en un término medio completamente ilógico. La ruptura entre Wittenberg y Zürich había estallado en momentos di­ fíciles para la Reforma protestante. El papado parecía cobrar nuevas fuerzas espirituales después del «Sacco di Roma» (1527); el emperador se sentía más seguro tras la paz con Clemente V II y con Francisco I; el archiduque Fer­ nando de Austria acrecentaba sus dominios con la corona de Hungría y de Bohemia, y los príncipes católicos del Imperio triunfaban sobre los evangéli­ cos en la Dieta de Spira de 1529. Lutero declaró que no quería seguir disputando con Zwingli, servidor del diablo. Los puentes entre Wittenberg y Zürich estaban rotos, y él no quería fatigarse en empresas inútiles. Pero aquel propósito que parecía tan inque­ brantable, tuvo que doblegarse ante la voluntad de los príncipes seculares, que empezaban a ser los pontífices supremos de la nueva religión. Lo vamos a ver en los coloquios de Marburg. Planes del landgrave de Hessen

El 22 de abril de 1529, al clausurarse la Dieta de Spira, el landgrave Felipe de Hessen, presintiendo las graves consecuencias que del decreto de la Dieta podrían seguirse a los protestantes, firmó una alianza secreta con Juan de Sajonia y con las ciudades de Nuremberg, Ulm y Estrasburgo, comprome47 «Da llgt m ir nicht viel an... Es bleybe Wein odder nicht, m ir ist gnug, das Christusblut da scy... Und che ich mit den Schwerinern wolt eytel Wein haben, so wolt ich ehe m it dem Bapst cylel hallen» (Vom Abendmahl: WA 26,462). «1520 sagte er noch, wer wolle, möge die Transsubstiintiationslehre beibehalten. Und auch später lehnte er sie ohne besonderen Ton ab und konnte den Schweizern gegenüber sein Zusammenstehen m it Rom in der Realpräsenz erwähnen» (IV Ai t u m i s , l.uthcrx Ahendmahlslvhre: Luther-Jahrbuch 11 [1929] 2-42 [p.4]).

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tiéndose todos a defenderse mancomunadamente contra cualquiera que por motivos religiosos les atacase. No le atalantó mucho a Melanthon este pacto de guerra dentro del Im­ perio, y, cuando regresó de Spira a Wittenberg, se lo comunicó a Lutero, el cual, arrugando la frente, aseguró que se opondría con todas sus fuerzas. Con este objeto escribió el 22 de mayo al elector, diciéndole que le traía muy inquieto el pacto de Spira. «Guárdese Vuestra Alteza de semejantes alianzas, y, si el landgrave persiste en sus planes, no se deje Vuestra Alteza envolver de sus maquinaciones, porque las consecuencias serán muy perniciosas. T al pacto no se funda en la confianza en Dios, sino en maniobras humanas, y no hará sino provocar otros pactos y uniones de los papistas. No se deje arrastrar del landgrave, que es un joven y turbulento príncipe» 48. Lo peor—añade—es que los aliados sostienen doctrinas «contra Dios y contra el sacramento»; la unión con ellos sería contra el Evangelio. Esta y no otra era la razón última de la repugnancia de Lutero a los planes de Felipe de Hessen. Y no se puede negar que su mirada clarividente llegaba al fondo de aquel plan al parecer grandioso. Porque es lo cierto que el ambi­ cioso landgrave, más político que religioso, aspiraba a construir un fuerte bloque evangélico—sin distinción de matices dogmáticos—que se extendiese desde Dinamarca hasta Venecia y contra el cual nada pudiesen los Habsburgos. Como el de Hessen llegase a la persuasión de que no podrían unirse jamás política y militarmente mientras no conviniesen en los fundamentos dogmá­ ticos, ideó una conferencia de las diversas confesiones evangélicas a fin de que sus teólogos se pusiesen de acuerdo. Dirigióse primeramente a Ulrico Zwingli, reformador de Zurich, porque era el personaje de mayor categoría e influjo entre los evangélicos no lutera­ nos: «Estamos trabajando—le decía desde Spira el 22 de abril de 1529—por que Melanthon, Lutero y los que siguen tu opinión en lo relativo al sacramento se junten en lugar oportuno para que Dios, misericordioso y omnipotente, conceda la gracia de concordar en dicho artículo, y sobre el fundamento de la Sagrada Escritura vivan unánimes con espíritu cristiano... Pues en esta Dieta los papistas, para sostén de su perversa vida y conducta, no han sabido hallar otro medio que procurar que no estemos unidos en la fe los que seguimos la pura y limpia palabra de Dios»49. Esto lo decía un príncipe que desde 1525 vivía en adulterio, y así viviría muchos años, sin poder acercarse a la sagra­ da mesa. Zwingli responde: «Estoy a tus órdenes; señala el lugar y tiempo» 50. El 1 de julio vuelve a escribirle el landgrave, comunicándole que ha avisado a Lutero y Melanthon dónde y cuándo se deben reunir: en nuestra ciudad de Marburg el día de San Miguel (29 de septiembre); le ruega venga acompañado de Ecolampadio 51. 48 «Der Landgraf... ein unruhig junger Fürst ist» (Brlefw. V 76-77). 49 Zwinglis sámmttíche Werke X 108-109. La ciudad de Zurich estaba unida por un «pacto de garantía cristiana» con Constanza desde 1527, pacto que luego se extendió a Berna, Biel, SanktGallen, Basilea y M ühlhausen. Por la parte contraria, tam bién se unieron los católicos suizos de Lucerna, Uri, Unterwalden, Schwitz y Zug bajo la égida protectora de Fernando de Austria. 50 El 1 de mayo: «Volens ac libens adero... Proinde locum ac tempus indica» (Sammtliche W erke X 117). 51 Ibid., X 185-87. El mismo día 1 de julio escribió a Lutero y M elanthon.

El coloquio de Marburg

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Pero Lutero no cede en su resistencia: «Para el día de San Miguel nos ha llamado a Marburg el landgrave de Hessen para intentar la concordia entre los sacramentarlos y nosotros. Felipe (Melanthon) y yo, después de recusar y resistir por largo tiempo, finalmente nos hemos visto forzados, por su impor­ tunidad, a prometer nuestra asistencia... No esperamos nada bueno de tales coloquios..., que siempre fueron más perjudiciales que provechosos... Han sido llamados también Osiander de Nuremberg, Juan Brenz y otros, pero se niegan a venir... Ese joven de Hessen es un inquieto, rebosante de fantasías» 52. Y un mes más tarde: «De la conferencia de Hessen... juzgas rectamente que nada bueno resulta a las iglesias de Dios de tales conferencias súbdolas. Por eso te ruego que, si puedes, no asistas... Nosotros desde el principio nos opu­ simos decididamente; pero como ese Macedón de Hessen importunase a nues­ tro príncipe, coaccionados, dimos nuestra palabra» 53. E l coloquio de Marburg

En el viaje a Marburg, los sacraméntanos se anticiparon a los luteranos. De Zurich vino Zwingli acompañado de Rudolf Collin, que nos dejó un relato muy detallado y exacto de las conferencias; de Basilea, Ecolampadio. De paso por Estrasburgo (8-19 de septiembre) recogieron a Martín Bucer, Gaspar Hedió y Jacobo Sturm. El 27 de septiembre llegaban a Marburg, siendo recibidos con suma afabilidad y esplendidez por el landgrave en su castillo. Antes de la llegada de Lutero tuvo tiempo el reformador de Zurich para captarse la simpatía de Felipe de Hessen y hablar con él de posibles pactos de amistad política 54. Hasta el 30 de septiembre no asomaron los luteranos. Venían de Wittenberg, acompañando al Dr. Martín, Felipe Melanthon, Justo Joñas, Gaspar Cruciger y Jorge Rórer; en Gotha se les había juntado Federico Myconius, y en Eisenach, Justo Menius. Aquella misma tarde se acordó celebrar una conferencia previa, al día siguiente, entre los cuatro que habían de ser casi los únicos interlocutores: Lutero, Zwingli, Melanthon y Ecolampadio 55. Túvose efectivamente el viernes 1 de octubre; y, a fin de que no se en­ frentasen desde el principio los dos corifeos, dispuestos ambos a no ceder lo más mínimo, ordenó el landgrave que Lutero disputase separadamente con Ecolampadio, y Zwingli discutiese con Melanthon aparte. De los dos primeros no tenemos noticias ciertas, sólo que disputaron durante tres horas; de los otros sabemos que discutieron durante seis horas, comenzando a las seis de la mañana; Melanthon propuso a Zwingli, además de la cuestión eucarística, otros dogmas, como del pecado original, de la divinidad de Cristo, de la T ri­ Briefw. V 125; carta a Brissmann, 30 de julio. 53 Briefw. V 141; carta a Brenz, 29 de agosto. El «M acedón» es una ingeniosa alusión a Filipo de Macedonia. 54 M. L enz, Zwingli und Landgraf Phitipp: Z fK G 3 (1879) 22-62.220-74.429-63. 55 El 2 de octubre por la tarde llegaron el D r. Esteban Agrícola, de Augsburgo; Juan Brenz, de Hall, y Andrés Osiánder, de Nurem berg (Osianders Bericht: W A 30,3 p.144). «Confluxerunt plerique alii ex Rhenanis partibus, e Colonia, Argentina, Basilea, Helvetiis, sed non sunt admissi ad colloquium. Fiebat enim hoc in superiore hypocausto ad cubiculum principis» (carta de J. Jo­ ñas, 4 de octubre, en S e c k e n d o r f , Commentarius hist. et apol. de Lutheranismo II 140). K arlstadt, que vagaba predicando por la Frisia oriental, pidió humildemente al landgrave «ut huic quoque anscri vel corvo potius inter olores in illo conventu daretur locus», pero los cisnes no quisieron oír el crocitar del cuervo (Der BrUfwechsel des J. Joñas I 130). 52

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nidad, de la justificación por la fe, de la palabra de Dios como medio de gra­ cia, etc., que, en opinión de los wittenbergenses, no entendían rectamente los zuinglianos. Parece que en todo se pusieron de acuerdo, menos en lo de la eucaristía. Melanthon declaró poco después al elector de Sajonia que había notado en Zwingli poca formación teológica y opiniones erróneas en la cues­ tión del pecado original, de la justificación y otras 56. A l día siguiente, sábado, 2 de octubre, se tuvo el gran coloquio en una sala privada próxima a la cámara del landgrave. Quería Zwingli que fuesen admitidos todos los que deseasen presenciar la discusión; replicaba Lutero que eso no estaba bien ni era de utilidad. Decidió el landgrave que entrasen los teólogos y varones doctos, los de la corte y los embajadores extranjeros. Zwingli proponía que se hablase en latín; Lutero que en alemán. Y en alemán se dialogó, no sin que el teólogo de Wittenberg protestase con indignación cuando el de Zürich se ponía a hablar en griego 57. Presidió las sesiones el príncipe, que prestó suma atención a las palabras de los dialogantes, y a su lado el exiliado duque Ulrico de Württemberg, que gozaba de la amistad de Felipe. En torno a una mesa sentábanse los cuatro interlocutores. El resto del público sería poco más de 50 personas, según testimonio de Brenz, aunque Zwingli asegura que los «árbitros» eran 24 a lo sumo. No hubo notarios ni se levantaron actas oficiales de aquellos coloquios, pero fueron no pocos los asistentes que después escribieron de memoria cuanto se acordaban de lo sucedido. Y sus testimonios concuerdan en lo sustancial, y muchas veces en lo accidental y hasta en lo literal de las expresiones. La edición Weimar publica paralelamente los tres relatos de Hedió, de un anó­ nimo (quizá Rörer) y de Collin; separadamente, el de Osiander, el de Brenz, unas breves rapsodias anónimas y otro aún más breve sumario. Poseemos, además, una carta de Justo Joñas a Reiffenstein sobre lo mismo. Aquí transcribiremos sencillamente y sin comentarios el relato del zuingliano Rodolfo Collin 58. Coloquio del día 2 de octubre

A las seis de la mañana, el canciller Feige de Hessen abrió la conferencia con una solemne alocución, exhortando a todos a la unidad en la verdad. Inmediatamente tomó Lutero la palabra volviéndose a la presidencia: «Muy alto príncipe, serenísimo señor: No dudo que con buena intención se ha ins­ tituido este coloquio. Yo me resistía, porque harto se ha escrito sobre el asun56 C R 1,1099-1102. 57 Lutero dirá en sus Charlas de sobremesa: «Cuando estábamos en M arburg, él hablaba siempre en griego. U na vez, en su ausencia, dije yo: ‘¡Cómo no tiene vergüenza de hablar en grie­ go hallándose presentes tantos doctores helenistas, como Ecolampadio, Felipe (M elanthon) y Brenz, que también lo hablan, y m ejor que él’!» (Tischr. 5005 IV 609). El m al recuerdo de Zwin­ gli lo conservó toda su vida: «Zwinglius fuit quidem ens, sed nec verum nec bonum (Tischr. 322 I 133). Y recordando su m uerte en la batalla de Kappel: «Zwinglius ist gestorben wie ein M or­ der, quia voluit alios adigere ad suos errores» (Tischr. 1793 II 216). 58 W A 30,3 p .l 10-43. La carta de Joñas (4 de octubre) puede leerse en S e c k e n d o r f , Commentarius II 139-40 y en CR 1,1094-97. Teniendo en cuenta estas fuentes, ha reconstruido el coloquio W. K o e h l e r , Das Marburger Religionsgespräch 1529. Versuche einer Rekonstruktion (Leipzig 1929). Véase del mismo Zwingli und Luther. Ihr Streit über das Abendmahl nach seinen politischen und religiösen Beziehungen 2 vols. (Leipzig 1914).

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to, y no queda nada por decir. M i sentencia está tomada, y mientras viva no cambiaré de opinión. Mas no he podido negarme a la piadosa voluntad de tan excelente príncipe. Antes de discutir sobre la eucaristía convendría que los adversarios expusiesen su sentir sobre otros capítulos de la doctrina cris­ tiana, porque parece que las iglesias de Zurich, de Basilea y de Estrasburgo sostienen opiniones erróneas sobre la Trinidad, la persona de Cristo, el pe­ cado original, el purgatorio y la justificación por la fe». A l oír acusaciones tan bruscas y poco irénicas, protestaron vivamente Zwingli y Ecolampadio, ase­ gurando que sus escritos daban fe de la verdad de sus doctrinas. Orientóse, pues, la disputa al sacramento de la eucaristía 5Í>. « L u te r o , antes de comenzar el coloquio, había escrito en su mesa ( con tiza) para disputar contra Zwingli y Ecolampadio: Estoes mi cuerpo, con el fin de no permitir le apartasen de estas palabras. Después, en largo discurso, declaró que él disentía de la parte contraria, y disentirá perpetuamente, porque Cristo dijo clarísimamente: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Habrá que probar que este cuerpo no es cuerpo. Adujo las teorías de sus adversarios. Pero él no admite disputa alguna sobre tan claras palabras; rechaza los argu­ mentos de razón o de sentido común. Y , juntamente con los argumentos de la carne, rechaza los argumentos matemáticos, diciendo que Dios está por encima de las matemáticas, y las palabras de Dios hay que adorarlas y cum­ plirlas con estupor. Ahora bien, Dios manda: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. E c o la m p a d io , respondiendo a los argumentos de Lutero, piensa que hay que estudiar el capítulo 6 de San Juan para poder explicar los otros pasajes. A l texto Esto es mi cuerpo opone este otro: Yo soy la vid verdadera. No se opone al poder de Dios. De la manducación carnal hay que pasar a la espiritual; estima que su opinión no es vana ni impía; se apoya en la fe y en la Escritura. L u t e r o reconoce que hay metáforas (en la Escritura). Un término gené­ rico puede admitir sentido metafórico; pero Esto es mi cuerpo es una frase demostrativa. Pregunta cómo la manducación corporal excluye la espiritual. Confiesa que hay Padres de la parte contraria si se admite la interpretación (metafórica). E c o la m p a d io : 'También es demostrativa la frase Yo soy la vid verdadera. De hecho pueden darse figuras (retóricas)’. L u t e r o no niega las figuras; sólo quiere que se pruebe, sin petición de principio, que aquí se habla en sentido figurado. Cuando Cristo dijo: Esto es, hay que admitirlo necesariamente. E c o la m p a d io lee el capítulo 6 de San Juan, y demuestra que Cristo trata de la manducación espiritual, excluyendo la corporal; luego no hay mandu­ cación del cuerpo. L u t e r o repite la cita de San Juan, y dice: 'T u opinión es que por la man­ ducación espiritual se excluye la corporal. Los judíos pensaron que tenían 59 Hasta aquí un resumen de los relatos de Hedió y del Anónimo. Lo que sigue es todo textualmente de Collin.

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que comer a Cristo, igual que el pan y la carne se come en el plato, o como un lechoncillo asado’ . E c o la m p a d io responde que ese modo de interpretar es grosero. Y sobre ello entablan larga contienda y discusión. E c o la m p a d io : 'Creer que Cristo está en el pan es una opinión, no un artículo de fe. E s peligroso atribuir demasiada importancia a los elementos . L u t e r o : 'Levantar una pajuela, por mandato del Señor, es un acto espi­ ritual’ . Explica largamente el ejemplo de la herradura 60. 'Cuando Dios habla, los hombrecillos deben escuchar; cuando Dios manda, el mundo debe obede­ cer; y todos tenemos que besar su palabra sin vanas curiosidades’. Tras este debate, dijo Ecolampadio: 'Teniendo el nutrimento espiritual, ¿qué falta nos hace el corporal?’ L u t e r o : 'Si nos hace falta o no, ahora no me interesa. Pero estando escri­ to: Tomad, etc., hay que hacerlo absolutamente y creerlo’. Y repetía muchas veces: 'Hay que hacerlo. Si me mandase comer fiemo, yo lo comería, en la persuasión de que sería saludable’. E c o la m p a d io explica aquel lugar del capituló 6 de San Juan: La carne no aprovecha para nada. 'Si la carne comida no aprovecha, sino el espíritu, debemos esperar a saber lo que aprovecha y mirar a la voluntad de Dios’, etc. Por fin, los dos protestaron que perseveraban en su propio parecer, puesto que ninguno había satisfecho al otro. Z w i n g l i interviene y acusa a Lutero de prejuicios, ya que protesta que no abandonará su opinión... 'Hay que confrontar unos con otros los textos de la Escritura. Y así, aunque no tengamos la expresión 'Esto es la figura del cuerpo’, tenemos pruebas de que excluía la manducación corporal; luego en la cena no nos dio su cuerpo corporalmente’ . Los dos estaban de acuerdo en que lo principal es la manducación espi­ ritual. Z w i n g l i , tratando del capítulo 6 de San Juan, insiste en estas palabras: La carne no aprovecha para nada, exceptuando la humanidad de Cristo, que padeció para nuestra salvación. Y, por la lógica de las palabras, demuestra con mucha fuerza que la carne comida no aprovecha para nada... Cuando subiere al cielo, entonces veréis que no se me come corporalmente, realmente, materialmente, etc. El espíritu y la carne son cosas contrarias. Refregándole lo de la interpretación grosera, afirma que Lutero ha dicho algunas cosas bien, otras puerilmente; por ejemplo: 'Si Dios mandase comer fiemo’ , etc. Porque lo que Dios manda, lo manda para nuestro bien y salvación; Dios ilumina, no difunde tinieblas. Por tanto, no dice: 'Esto es mi cuerpo esencial­ mente, realmente, carnalmente’ , porque sería contra la Escritura. Los orácu­ los de los demonios son oscuros, no los de Cristo. El alma come espíritu, no carne. 60 En el relato de Hedió se dice: «Simile de principe iubente equum beschlagen, humile est ein Hu/feisen» ; pero si lo m anda el príncipe... (p. 115).

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L u te ro : En nuestro caso, Esto es el cuerpo no puede probarse que sea metafórico. Si Dios me ofreciese una manzana silvestre, yo la comería espiri­ tualmente; porque donde está la palabra de Dios, allí hay manducación espi­ ritual. Por consiguiente, cuando sobreañadió la manducación corporal, dicien­ do: Esto es mi cuerpo, hay que creerlo. Comemos por la fe este cuerpo que se entregó por nosotros. La boca recibe el cuerpo de Cristo, y el alma cree a las palabras, porque come el cuerpo’. Z w in g li: 'Por la Escritura se prueba que lo significado se toma por el signo; como en Ezequiel (5,1), y phase en el Exodo (12,27). P °r tanto, si en los textos dudosos de la Escritura hace falta una confrontación, hemos de ate­ nernos a los lugares semejantes’ . Acusa a Lutero de retoricar y de traer argu­ mentos ficticios al decir: ’Si Dios manda esto o lo otro’, pues bien sabemos que Dios no manda esas cosas. 'Usáis de la palabra en sentido equívoco. Las palabras nos dan entender la voluntad de Dios. Dios no nos propone cosas incomprensibles. Que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, no es cosa desconocida a los fieles. Ejemplo tenemos en María, que interroga: ¿Cómo puede acontecer eso? Y , una vez asegurada, cree. Y en el capítulo 6 de San Juan, los discípulos dudaron de la manducación carnal, por lo que Cristo les declaró la espiritual. Que la palabra de Dios sea una manducación, no lo niego; pero la palabra creída’. L u t e r o : 'L o s textos de Ezequiel y sobre la phase son alegorías, cavilacio­ nes sutiles sin significación alguna. En cuanto a la palabra cuerpo, no decimos que depende de nuestro modo de expresarnos, sino de la institución de Cristo. No son nuestras las palabras, sino de Cristo: Haced, etc. Por esta palabra, Cristo hace que la mano del sacerdote sea la suya. L a boca no es mía, la lengua no es mía, es de Cristo, aunque yo sea un picaro o un bribón. Lo mismo su­ cede en el bautismo. Símil: Cuando el príncipe derrota y pone en fuga al enemigo, todas las manos (de los soldados) se dicen manos del príncipe. Si dijeres a un monte, etc., se hará (Mt 17,20). No disputo ahora si el est equivale al signijicat; me basta que Cristo diga: Esto es mi cuerpo. Contra esto no puede ni el demonio. L o que yo quiero es no doblegar las palabras a mi arbitrio, sino al arbitrio y mandato del Señor. El alma come también la cosa corporal, porque el cuerpo está corporalmente en la palabra. Si interrogo, pierdo la fe. Yo me vuelvo loco. ¿Por qué no entendéis también metafóricamente lo de Subió a los cielos, etc.? Creed, pues, a las puras palabras y dad gloria a Dios’ .

Z w in g li: 'También nosotros rogamos que deis gloria a Dios y dejéis la petición de principio. Vuestra tesis, ¿cómo la probáis ? No dejaré sin examen y tan superficialmente tratado ese lugar evangélico. Tendréis que cantarme en otro tono’. L u t e r o : 'Hablas de una manera odiosa (invidiose)’ . Z w i n g l i le pregunta si cree que Cristo en el capítulo 6 de San Juan quiso curar a los ignorantes. L u t e r o : 'Queréis imponeros alborotadamente. Duro de oír es tal lenguaje (Jn 6,60), decían los judíos, teniéndolo por imposible y absurdo’.

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Z w i n g li: 'No, no; este texto de San Juan os retuerce el pescuezo’. L u t e r o : 'N o os ensoberbezcáis tanto; estáis en Hessen y no en Suiza. Aquí el pescuezo no se retuerce así’. Y siguió lanzando otras calumnias y alborotando muchísimo61. Z w in g l i se excusó, d ic ie n d o q u e esa frase es u n id io tism o d e su país y q u e so n d iv e rsa s las fo rm a s d e ex p re sarse.

El príncipe (Felipe de Hessen), con un gesto y unas palabras, dio por buena la excusa». Sesión de la tarde.—Era ya el mediodía cuando se interrumpió la sesión para ir a comer. A las dos de la tarde (hora secunda) se hallaban de nuevo en la sala del castillo sentados en torno a la mesa. Prosigue la narración de Collin: « Z w in g li empezó citando las apostillas de Lutero, en las cuales había escrito que Cristo había dicho de sí: La carne no aprovecha para nada. Y tam­ bién las palabras de Melanthon a este propósito: que el cuerpo sea comido corporalmente, es un discurso mal fundado; lo que decían los antiguos, que el cuerpo de Cristo alimenta el alma, yo lo entiendo de la resurrección. L u t e r o : 'N o me interesa lo que hemos escrito. Pero probad que Esto es mi cuerpo no se refiere al cuerpo. El cuerpo (de Cristo) alimenta al cuerpo del hombre para la eternidad. Cuando la boca recibe el cuerpo (de Cristo), adquiere una cierta inmortalidad, pues la palabra, por voluntad de Dios, infunde virtud. Dios dice: Tomad, haced, y se hace. Lo dijo y se hizo. Nuestro decir es muy diferente del mandato de Dios. Si San Pedro estuviese presente, no sabríamos lo que creía. Dios no funda el sacramento en nuestra santidad, sino en su palabra. Por malo que sea un sacerdote, realiza el sacramento’. Z w i n g li: 'Es absurdo que los impíos hagan una cosa sacra’. L u t e r o : 'De ningún modo es absurdo, porque aun el malo bautiza. En la palabra de Dios administran los impíos, porque se sientan en la cátedra de Moisés, etc. Dice San Agustín, contra los donatistas, que no sólo a los probos y piadosos se debe confiar el ministerio, porque lo que nosotros hacemos se funda en la palabra de Dios’. Z w i n g l i : 'Una cosa es cuando se hace según enseñan los fariseos, y otra cuando se hace según la palabra de Cristo. El ministerio de predicar es mayor que el ministerio de bautizar. Y al ministerio de predicar pertenecen estas pa­ labras: Esto es mi cuerpo’. E c o la m p a d io resume el capítulo 6 de San Juan y aduce el pasaje de Nicodemus (Jn 3,1) con una explicación. L u t e r o : 'L a fe se refiere a este cuerpo presente, y también al que está en

el cielo’. 61 Nótese que es un zuingliano el que escribe. Y añade: «Et tamefl simili phrasi usus est Lutherus in libro Contra caelestes prophetas, inquiens: Lass uns dem Schalck an die Gorgel, Carolstadium , innuens» (WA 30,3 p.123).

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E c o la m p a d io : 'Siempre Lutero vuelve a lo mismo, como si nosotros retu­ viésemos el pan sin la palabra de Dios. La Iglesia está fundada sobre esto: Tú eres Hijo de Dios, no sobre Esto es mi cuerpo’ . L u t e r o : 'Con dificultad lo acepto. A mí me basta Esto es mi cuerpo. Con­ fieso que el cuerpo está en el cielo, y confieso que también está en el sacra­ mento; si es o no contra la naturaleza, no me interesa, con tal que no sea contra la fe’. E c o la m p a d io : 'Se hizo semejante a nosotros en todo. Como es semejante al Padre en la divinidad, lo es a nosotros en la humanidad’. L u t e r o : 'Doñee veniat, etc. Vosotros distinguís entre la humanidad y la divinidad; yo no me preocupo de eso. A los pobres siempre tendréis con vosotros, a mí no (Mt 26,11). M uy bueno es el argumento que hoy trajisteis: sustancial­ mente, como nació de la Virgen, así está en el sacramento. Es preciso acudir a la analogía de la fe por la definición de la fe según el capítulo 1 1 de la carta a los Hebreos’. E c o la m p a d io : 'Nosotros no reconocemos a Cristo según la carne’. P e l i p e ( M e l a n t h o n ) : 'Es decir, según nuestra carne’. E c o la m p a d io : 'Vosotros nos queréis quitar la metáfora, y, en cambio, em­ pleáis la sinécdoque, contra la interpretación de los católicos’ . L u t e r o : 'E so se lo dejamos a Dios. Sinécdoque es decir 'espada’ por 'vaina’, o 'jarro’ por 'cerveza’. La frase Esto es mi cuerpo es frase inclusiva, porque el cuerpo está en el pan, como la espada en la vaina. Esta figura retórica la exige el texto; pero la metáfora suprime totalmente la realidad, como cuando decís: el cuerpo, esto es, la figura del cuerpo. Ejemplo: Aquel sobre quien veáis la pa­ loma; y en la paloma estaba el Espíritu Santo’. E c o la m pa d io , m u y h á b ilm e n te , se valió d e l m ism o ejem p lo d e la p alo m a e n fav or d e s u o p in ió n . Z w in g li: 'Dios envió a su Hijo en semejanza de carne sujeta al pecado (Rom 8,3). Se anonadó a sí mismo y en la figura externa (schémati), etc. (Flp 2,7). Asemejado a sus hermanos (Heb 2,17). Luego su humanidad es limitada. Si el cuerpo está allá arriba, no está más que en un solo lugar’. Y cita a Agustín, Fulgencio y otros. Conclusión: el cuerpo de Cristo está en un solo lugar, luego no puede estar en muchos sitios’. L u t e r o , al repetir el argumento, en vez de schémati eurezeis, dijo héxeis. ' ¿Semejante en todo? Luego tendría mujer y ojos negros. En cuanto a que esté en un lugar, ya os dije antes y os lo intimo: no quiero nada de matemáticas; lo repito otra vez. No nos cuidemos de si está en la cena como en un lugar’. Z w i n g l i aduce el texto griego de San Pablo: L u t e r o : ' ¡Habla en latín o en alemán, no en griego!’ (Leset teusch oder latein, nit griechisch ).

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Z w i n g l i se excusa en. latín, diciendo que lleva doce años usando el códice griego 62. Prosiguiendo, afirma: 'Luego Cristo es limitado, como nosotros so­ mos limitados’. L u t e r o : 'Concedo. Es como la nuez y la corteza. Lo mismo se diga del cuerpo de Cristo. Dios puede hacer que no esté en un lugar y también que esté’ . Hubo largo debate sobre el predicamento de lugar. Y como Lutero concediese que es limitado el cuerpo de Cristo, argüía Zwingli: 'Luego en un solo lugar; por lo tanto, si está en los cielos, no está en el pan’ . Lutero no quería oír hablar de lugar ni de ubicación, y repetía: 'No quiero tratar de esto, no quiero’. Z w i n g li: 'Entonces, ¿tenemos que hacer solamente lo que vos queráis?’

Era ya casi la hora de la cena y se interrumpió el debate». Coloquio del día 3, domingo

Podemos decir que la lucha cuerpo a cuerpo de los dos corifeos el día pre­ cedente había sido fatigadora y casi extenuante, de tal forma que una vez L u ­ tero, rendido de la disputa, dejó la palabra a Melanthon, y otra vez hizo otro tanto Calvino con Ecolampadio. En la mañanita del domingo ya estaban de nuevo afilando sus aceros en la sala del castillo con la misma presidencia y el mismo público de personas doctas. Sin ninguna frase introductoria, prosigue el zuingliano Collin su relato: « Z w in g li:

'El cuerpo de Cristo es limitado, luego está en un determinado

lugar’. L u t e r o : 'No está en lugar cuando está en el sacramento; puede estar y tam­ bién no estar en determinado lugar. Dios puede poner mi cuerpo en tal manera que no esté en lugar. Los sofistas afirman que un cuerpo puede estar en diver­ sos lugares, lo cual yo no lo repruebo. Ejemplo: el mundo es cuerpo, y, sin embargo, no está en un lugar’. Z w i n g li: 'Arguyes del poder al ser. Prueba que el cuerpo de Cristo puede estar a la vez en diversos lugares’ . L u t e r o : 'Este es m i cuerpo’. Z w i n g l i lee un texto de Fulgencio según el cual Cristo está en un solo lugar, y objeta a Lutero el haber escrito: 'Allí está el cuerpo entero de Cristo’ . Y también: 'Si la divinidad no hubiese padecido en Cristo, no sería ése mi Cristo’. L u t e r o : 'Fulgencio no habla de la cena, sino contra los maniqueos’. Y cita un texto de Fulgencio sobre la cena del Señor donde se hace mención de la oblación. Z w i n g li: 'Offertur quiere decir que se celebra la memoria de la oblación’. L u t e r o en este momento puso en duda el sacrificio a fin de no renunciar a su opinión; pero, reconvenido por Zwingli, revocó lo dicho. Y como de 62

Hedió añade: «Et semel tantum legerit Testamentum latinum» (ibid., 136).

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nuevo quisiese demostrar, por las palabras Esto es mi cuerpo, que el cuerpo de Cristo está en muchos lugares, Zwingli lo envolvió63. Lutero retractó lo que había dicho: 'Que Dios quiera estar en un lugar o no estar, dejémoslo a El; a mí me basta Esto es mi cuerpo’ . Z w in g li: 'Incurres en petición de principio; así un porfiador podría sos­ tener que Juan era hijo de María, pues Cristo dijo: He ahí a tu hijo, inculcan­ do sin cesar: Cristo dijo: He ahí a tu hijo, he ahí a tu hijo’ . L u t e r o : 'N o h a y p e tic ió n d e p rin c ip io , p o rq u e n o se p ru e b a u n a rtíc u lo d e fe p o r el m ism o a rtíc u lo ’. Z w in g li: 'Hay que confrontar los textos de la Escritura y discutirlos. Decidme si el cuerpo de Cristo está en un lugar’. B r e n z : 'Está sin lugar’. Z w in g li: 'Dice Agustín que tiene que estar en un solo lugar’ . L u t e r o : 'Agustín no habla de la cena’ . Por fin concede Lutero que no está en el sacramento como en lugar. E c o la m p a d io arguye de ahí, diciendo: 'Luego no está corporalmente (leyblich) con verdadero cuerpo’». (Interrumpióse la discusión a la hora de mediodía y reanudóse poco des­ pués de la comida.) « E c o la m p a d io tomó de nuevo la palabra para decir que, habiendo con­ venido en que el cuerpo de Cristo no está en el sacramento como en lugar, propone pacíficamente esta pregunta: ¿Cómo está allí el cuerpo? Lee textos de Agustín y de Fulgencio. L u t e r o : 'Tenéis en vuestro favor a Agustín y a Fulgencio, pero los de­ más Padres están de nuestra parte’ . E c o la m p a d io pide que sean presentados los Padres de esa opinión, mas

no lo recaba. L u t e r o admite que el sacramento es signo de una cosa sagrada; concede que hay símbolos santos que significan alguna otra cosa distinta y la represen­ tan a los ojos del entendimiento. Está de acuerdo en lo de signos naturales y signos instituidos por Dios. Pero rechaza las palabras citadas de Agustín, porque las escribió en su juventud y porque se trata de un escritor antiguo y oscuro 64. Y con esto concluye. E c o la m p a d io dice que, si él cita a los Padres, es para que no se piense que es nueva la sentencia por él defendida. Y también da por acabado su discurso. Lo mismo hizo Zwingli. Bucer y Zwingli recitaron su profesión de fe» 6S. 63 «Zuinglius eran cepit. Lutherus revocavit dictum» (ibid., 140). N ótese o tra vez que es un zuingliano el que así juzga. N o dicen tal cosa los otros testigos. í)4 N o es creíble que el ex agustino Fr. M artín llame a San Agustín «obscuras et antiquus scriptor» (p.143). M ás comprensibles parecen estas palabras si se refieren a San Fulgencio, nom ­ bre om itido aquí por Collin quizá inadvertidamente. 65 «Bucerus protestatur et Zuinglius» (ibid.). M ás expresamente lo dice Brenz: «Ibi tum su­ gerís Bucerus recitat compendium doctrinae ecclesiastarum Argentinensium. D ixerat enim Luthe­ rus in principio colloquii multos Argentinae errores» (WA 30,3 p.155).

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Fin del coloquio

Creía Felipe de Hessen que aquellos coloquios se alargarían por lo menos una semana, pero se vio que al tercer día el tema estaba agotado; ninguno de los contrincantes tenía nada nuevo que decir y era cosa demasiado evidente que los ánimos de todos se mantenían rígidos e inflexibles, sin dar un paso atrás y sin esforzarse lo más mínimo por comprender los argumentos del adversario. Lutero se mostró en esta ocasión, como siempre, firme, firmísimo en sus convicciones; tenazmente agrapado, como una lapa, a la frase que había es­ crito con tiza sobre la mesa: Esto es mi cuerpo; seguro de sí mismo y con una fe inquebrantable, absolutamente inalterable, herméticamente cerrada a cual­ quier duda o vacilación, sin dejarse conmover por los más vigorosos argumen­ tos contrarios aunque le acusasen de ir contra la razón y contra la naturaleza. Ante la ciencia y la lógica del reformador suizo, reaccionaba el de Wittenberg con la misma violencia y obstinación que ante los teólogos papistas. Solo él estaba con la palabra de Dios. Y, sin embargo, su posición de equilibrista en­ tre católicos y zuinglianos revela gran inconsecuencia lógica. Quiere admitir literalmente las palabras de Cristo: Esto es mi cuerpo. Y luego les da esta in­ terpretación arbitraria: «Esto es pan con mi cuerpo». En la relación de Rodolfo Collin, que hemos copiado literalmente, se trasluce un Lutero prevenido y aun irritado contra Zwingli. En cambio, en la información que nos ha transmitido el luterano Juan Brenz leemos que «todo pasó humanísimamente y con suma mansedumbre; sólo Ecolampadio, a quien todos creíamos más suave, se mostró a ratos un poco impertinente, aunque sin contumelia. Y Zwingli achacaba la aspereza de su lenguaje al país donde nació»66. Otro luterano, Justo Joñas, nos ha transmitido sus impresiones en esta forma: «Hoy (4 de octubre), lunes, el príncipe, por medio de sus consejeros y eruditos, todavía anda buscando alguna vía de sincretismo. Pero sobre el asunto del sacramento no habrá composición amistosa, no se llegará a la concordia... En Zwingli hay un quid agreste y ciertos humillos de arrogancia; en Ecolampadio, maravillosa bondad natural y clemencia; en Hedió, no me­ nor humanidad y afabilidad de temperamento; en Bucer, astucia vulpina re­ vestida de ingeniosidad y de prudencia. Todos son doctos sin duda alguna, y, comparados con ellos, los papistas no merecen el nombre de adversarios. Zwingli, aunque sin propensión natural a las musas ni a la sabiduría, parece versado en las letras»67. Según refiere Hedió, al fin de los coloquios Zwingli rogó a Lutero que le perdonase la aspereza de las palabras, asegurándole que siempre había de­ seado su amistad y aun ahora la solicitaba. Contestóle Lutero: «Pedid a Dios el arrepentimiento o la enmienda» (ut resipiscatis). Intervino Ecolampadio: «Pedidlo también vosotros, que no lo necesitáis menos»68. 66 67 nerva 68

Bericht des Brenz: WA 30,3 p.152. «In Zuinglio agreste quoddam est et arrogantulum ... Zuinglius iratis videtur versatus in litteris» ( S e c k e n d o r f II 140). W A 30,3 p.144.

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u s ís

et invita

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Los 15 artículos de M arburg

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En el banquete que el día 4 de octubre ofreció el príncipe a varios teó­ logos, como Lutero, Melanthon, Osiander, Joñas, Brenz, Myconius, con el prefecto de Isenach y el mismo Hedió, que refiere el hecho, Lutero bendijo los alimentos; y al rezar el padrenuestro, después de las palabras Santificado sea tu nombre, añadió: «Y condenado sea nuestro nombre por mil diablos». A los postres, Melanthon disertó sobre Platón y los filósofos; Lutero, muy risueño, habló de puerorum simplicitate El landgrave exhortó a todos a la unanimidad y concordia y a mantenerse externamente unidos, aunque bien veía que el abismo entre ambas posicio­ nes era insalvable. A l día siguiente montó a caballo y partió de Marburg. Lo mismo hizo Lutero por la tarde con los suyos, no sin antes redactar unos ar­ tículos, en los que, para disimular el rotundo fracaso del coloquio, se subra­ yaban los puntos de concordancia de los dos partidos. Los 15 artículos de Marburg

Como fruto de aquellas conferencias teológicas, pareció conveniente for­ mular una serie de artículos dogmáticos que señalasen las tesis comunes a todos los allí reunidos, y también sus divergencias. El autor que redactó rapidísimamente los 15 artículos de Marburg el 3-4 de octubre fue Lutero, sin hacerse mucha ilusión de que serían aceptados por los zuinglianos. Más bien temía lo contrario; pero se engañó, pues Zwingli condescendió cuanto le fue posible. El primer artículo se refiere a la Santísima Trinidad. El segundo, a nues­ tro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, concebido sin obra de varón en las entrañas de la pura virgen María. El tercero, a la pasión y muerte de Jesucristo. El cuarto, al pecado original; los tres siguientes, a la justificación por la fe sin obras; el octavo, a la palabra de Dios; el nono, al bautismo; el décimo, a las buenas obras; el undécimo, a la confesión oral; el duodécimo, a la autoridad civil; el decimotercero, a las tradiciones y ordena­ ciones humanas, que se pueden guardar si no van contra la palabra de Dios. El penúltimo recomienda el bautismo de los niños, y el último, el más can­ dente, se expresa en esta forma: «Del sacramento del cuerpo y sangre de Cristo. Art.15. Creemos y sostenemos todos, a propósito de la cena de nuestro buen Señor Jesucristo, que se deben tomar las dos especies, según la institución del mismo Cristo; que la misa no es una obra por la cual puede uno adquirir para otro, vivo o muerto, la gracia; que el sacramento del altar es el sacramen­ to del verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo y que la gustación espiritual fdie geistliche Niessung) del mismo cuerpo y sangre le es a todo cristiano su­ mamente necesario; ítem, que el sacramento y la palabra han sido dados y prescritos por Dios omnipotente para excitar la fe en las conciencias débiles por medio del Espíritu Santo. Y aunque nosotros todavía no nos hemos puesto de acuerdo sobre si el verdadero cuerpo y sangre de Cristo esté o no corporalmente en el pan y vino, pero los de un partido darán muestras a los del otro de caridad cristiana en la medida que la conciencia les permitirá, 69 C . H e d ió , Itinerarium ab Argentina Marpurgum super negotio Eucharistico: Z K G 4 (1880) 4 16-36 (p.436).

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y cada partido rogará instantemente a Dios todopoderoso que El nos confir­ me por su Santo Espíritu en la inteligencia de la verdad. Amén.— (Siguen las firmas:) Martín Lutero.—Justo Joñas.— Felipe Melanthon.—Andrés Osiander.—Juan Brentz.—-Esteban Agrícola.—Juan Ecolampadio.—Ulrico Zwin­ gli.—Martín Bucer.—Gaspar Hedió»70. No hay que ilusionarse pensando que estaban perfectamente concordes ni siquiera en los 14 primeros artículos, pues cada una de las partes inter­ pretaba las palabras y las frases conforme a su propia mentalidad. «Tenéis un espíritu distinto del nuestro», les reprochaba Lutero. Por eso las discre­ pancias y las discusiones perdurarán en lo sucesivo. Ultimas impresiones

Si en las cartas de aquellos días buscamos la impresión que de los colo­ quios sacaron los contrincantes, encontraremos que Lutero volvió de M ar­ burg como un triunfador que ha dejado postrados en el campo a sus despre­ ciables adversarios; y veremos que los mismos sentimientos de imperator victorioso animaban a Zwingli. Así escribe el reformador suizo a su compatriota y amigo Joaquín Vadian (von Watt) el 20 de octubre, dándole cuenta del coloquio y afirmando que Lutero profirió «algunas cosas frívolas... y otras muchísimas incoherentes, absurdas y necias... Los cortesanos de Hessen casi todos abandonan a Lute­ ro... La verdad triunfó tan manifiestamente, que si alguna vez ha sido un hombre vencido, ése es Lutero, impudente, contumaz, abiertamente derro­ tado..., aunque él entre tanto se proclamase invicto»71. Oigase ahora la voz del Dr. Martín. Escribiendo a Catalina, su mujer, desde Marburg, le participa que el landgrave hoy mismo (4 de octubre) se está esforzando por que todos permanezcamos unidos y nos tratemos como hermanos y miembros de Cristo; «pero nosotros no los queremos como tales, aunque sí los trataremos con paz y buena voluntad. Dile al Pomerano que los mejores argumentos han sido el de Zwingli: Corpus non potest esse sine loco, ergo Christi corpus non est in pane; y el de Ecolampadio: Sacramentum est signum corporis Christi. Yo creo que Dios los ha cegado, pues no han sabido presentar otra cosa»72. Y el 12 de octubre, desde Jena a Juan Agrícola: «En suma, estos hombres son ineptos e inhábiles para disputar. Aunque veían que sus argumentos no concluían, se empeñaban en no ceder en lo de la presencia del cuerpo de Cristo...; en los demás puntos, sí cedieron. A l fin nos suplicaron que por lo menos los reconociésemos como hermanos, y esto lo urgía mucho el príncipe; 70 W A 30,3 p .160-71. Para redactar estos 15 artículos de M arburg, Lutero tuvo ante los ojos 17 artículos compuestos (en Torgau, agosto-septiembre de aquel año) por varias personas doctas de W ittenberg. Esos artículos de Torgau pueden decirse «la primera confesión de fe luterana», y se conocen como «los 17 artículos de Schwabach», porque fueron presentados en esta ciudad el 16 de octubre de 1529 por los delegados de los príncipes luteranos Juan de Sajonia y Jorge de Brandeburgo-Ansbach con la intención de que Hessen y las ciudades de la Alemania del sur los admitiesen, separándose así de Zwingli; pero fracasó la tentativa, porque las ciudades de Ulm y de Estrasburgo, de tendencia zuingliana, se negaron a aceptarlos. Texto en W A 30,3 p.86-91 con bibliografía. 71 Zwinglis sämtliche Werke X 317. 72 B rief w. V 154.

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mas no pudimos hacerles tal concesión; les dimos, sin embargo, las manos en señal de paz y de caridad»73. El 28 de octubre escribió a Link en tonos exultantes. No es extraño que su actitud de intransigencia y superioridad avivase más y más la hostilidad de los zuinglianos: «Los sacraméntanos—confesaba más tarde— , después de nuestro sínodo de Marburg, arden contra nosotros en un odio más acerbo que nunca» 74. El 5 de octubre partió de Marburg para encontrarse con el elector de Sa­ jorna en Schleiz. Iba contento y satisfecho; pero, al llegar a Torgau—según refiere Melanthon— , la noticia de que un inmenso ejército de turcos ponía cerco a Viena lo dejó consternado 75. Su estado de ánimo se refleja en una carta que «con mano cansada y tem­ blorosa» escribe el 19 de octubre, poco después de llegar a Wittenberg: «Todo el día de ayer me sentí atormentado por la tristeza... Me persigue el ángel de Satanás, con la cooperación quizá del furor de los turcos, que están a nuestras puertas para castigar con vara de hierro aquellas horribles blasfe­ mias de los impíos, que se oponen a la palabra (de Dios), y juntamente la in­ gratitud intolerable de la plebe en todas partes. Cristo se apiade de nosotros» 76. Una semana después: «Yo estoy luchando con agonías de muerte contra los turcos y contra su dios»77. Más explícito el 28 de octubre, escribiendo a Link: «A duras penas pude llegar a casa; tanto me atribulaba el ángel de Satanás, que perdí la esperanza de volver a ver a los míos vivo y salvo. Pero Cristo vence a estas potestades del aire; por eso tú ruega por mí más instantemente. Por ventura, en esta ago­ nía tengo que luchar también con el mismo turco en persona, o con su dios, que es el diablo» 78. Y en otra carta: «Austria ha sido devastada; Viena no ha caído por milagro del cielo, pero su desolación es irreparable; todas las aldeas vecinas han sido quemadas, más de 100.000 hombres muertos o prisioneros. Lo mismo en Hungría. A es­ tos males se agrega que el césar Carlos amenaza y determina encruelecerse contra nosotros con mayor atrocidad que el turco. Así tenemos por enemigos al emperador de Oriente y al de Occidente... Esta es la hora de Cristo débil y agonizante... Los de mi casa están bien. Pero yo, pecador, soy sujeto y objeto del furor de los demonios, que sin cesar me tienden asechanzas y en­ gaños» 79. 73 Briefw. V 160. En carta a Probst (1 de junio de 1530) dirá: «Sacram entarii... sunt... non solum mendaces, sed et ipsum m endacium ... Cum vícti essent in coena Dominica, noluerunt revocare hunc articulum ... E t qui non vincerentur, cum Zwingli unum et totum argumentum fuerit, corpus non posse esse sine loco et dimensione? Cui ego ex philosophia opposui ipsum coelum naturaliter esse sine loco... Summo studio et contentione egerunt, ut viderentur nobiscum con­ cordes, ita ut hanc vocem nunquam ex me possent ferre: Vos habetis alium Spiritum quam nos» (Briefw. V 340). 74 C arta a Hausm ann, febrero de 1530: Briefw. V 237. 75 «in itinere bono animo fuit Lutherus, doñee ventum est Torgam . Ibi cognovimus Viennam a Turcis oppugnari... Ea re valde omnes consternati sunt» (carta del 10 de octubre: Corpus Reform. I 1108). 76 Y termina: «Nunc trem entibus et lassis digitis plura non potui» (Briefw. V 163-64). 77 Briefw. V 167. 78 Briefw. V 170. 79 Briefw. V 175-76. M a rtín ¡.utero 2

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Por fuera rugía la tempestad de los turcos, por dentro se le ennegrecían horriblemente las imaginaciones y los pensamientos con dudas, inquietudes, angustias. ¿Llegó a perder la fe en sí mismo, en su propia misión, en la ver­ dad de su doctrina? En 15 3 1 dirá que una de las más graves tentaciones es «cuando la conciencia dice: ¿Eres tú el único que posees la verdadera palabra de Dios, y los demás no la tienen?» 80 «Muchas veces me dijo Satán: ' ¿Y si tus dogmas contra el papa, la misa, el monacato, etc., fuesen falsos?’»81 Estos pensamientos—dice—me hacían trasudar. Se le renovaban ahora las congojosas turbaciones que había expe­ rimentado ocho años antes en la soledad de Wartburg. Pero ahora no estaba solo. «Mi Catalina está fuerte en la fe» 82. El mejor remedio para desechar tétricos pensamientos era el zambullirse animosamente en sus tareas de profesor universitario, de predicador evangé­ lico y de escritor. Así lo hizo, reanudando en su cátedra las lecciones sobre Isaías, prosiguiendo activamente la traducción del Antiguo Testamento al alemán y subiendo a los púlpitos de la colegiata y de la parroquia para ins­ truir al pueblo. Un sermón importante fue el que predicó a fines de octubre, dando un grito de alarma y de guerra para despertar a sus «siempre amodo­ rrados alemanes» y lanzarlos a la guerra contra los turcos, devastadores ini­ cuos del Occidente, que son el Gog y Magog anunciados por el profeta Ezequiel y por el Apocalipsis. ¿No eran signos—juntamente con la acción ma­ léfica del anticristo romano—del inminente fin del mundo? 83 Así lo había pronosticado Fr. Juan Hilten (f 1500), cuyos vaticinios leía curiosamente por aquellos días. so «Cor dicit: Tune solus es, qui vis verum Dei verbum habere, et alii omnes non habent?» (Tischr. 130 I 53-54). 81 Tischr. 2372 II 436. 82 «M ea K etha adhuc fortis est fide et sana corpore» (Briefw. IV 276). 83 Heerpredigt wider die Turcken: W A 30,2 p. 160-97.

C a p í t u l o

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D IE T A Y «C O N FE SIO N D E A U G S B U R G O » (1530 )

A fines de 1529 parecía llegado el momento feliz en que se cumplirían los deseos y las esperanzas de los católicos alemanes: que el emperador, tras nueve años de ausencia, volviese por fin a saludar a sus fieles súbditos de la nación germánica y a presidir personalmente la Dieta imperial, pacificase los espíritus y restableciese la unidad religiosa y la concordia política. La autoridad de Carlos V había crecido inmensamente. Sus dos capitales enemigos, Francisco I y Clemente VII, se le habían rendido tras pertinaces luchas; el primero, por la paz de Cambray (5 de agosto de 1529), y el segundo, un poco antes, por el tratado de Barcelona (29 de junio). El más amenazador y formidable de todos, el sultán turco, fracasadas momentáneamente sus am­ biciones invasoras, se retiraba de las murallas de Viena (16 de octubre). Los mismos protestantes alemanes, a pesar de su coalición en Spira y de los gi­ gantescos planes antiimperiales del landgrave de Hessen, no habían logrado ponerse de acuerdo en Marburgo. Carlos V miraba a Alemania, mas antes de poner allí los pies quería arreglar pacíficamente los conflictos de Italia y recibir de manos del papa la corona imperial. Magnificado así su prestigio, se presentaría ante los prín­ cipes alemanes llevando en su mano laurel, y olivo en vez de espada. Coronación imperial en Bolonia

El cronista Prudencio de Sandoval se deleita en enumerar prolijamente los nombres y títulos más ilustres de la nobleza española que acompañaban al emperador en las dos poderosas flotas que zarparon de Barcelona el 28 de julio de 1529, comandada la una por Andrea Doria, la otra por el capitán Rodrigo de Portuondo. Tres cardenales, en nombre de Clemente VII, le aguardaban en Génova, y con ellos el obispo de Verona, J. M. Giberti, el cual, según comunica Contarini, «mal veduto da Cesare», se partió en seguida. El marqués de Mantua y muchos otros señores y políticos italianos vinieron a congraciarse con el poderoso monarca. Viajando por tierra, Carlos pasó por Parma y Piacenza, donde el 12 de septiembre recibió con seriedad y disgusto una embajada de los «protestantes» de Spira, a los cuales respondió por intér­ prete el día siguiente. Y el 5 de noviembre entraba con inusitada pompa en Bolonia. Allí le estaba esperando el papa con el colegio cardenalicio. «Entraron delante—refiere Sandoval—cuatro banderas de caballos y de hombres de armas con riquísimos atavíos. Seguíase luego la infantería espa­ ñola, tan famosa por tan extrañas cosas como habían hecho en Italia en aque­ llos años». Al célebre capitán Antonio de Leiva, sentado en una silla de manos bajo precioso dosel, lo portaban en hombros sus soldados. Carlos montaba un caballo blanco ricamente enjaezado. «Encima de la cabeza del emperador iba un riquísimo palio de oro, que le llevaban los principales doctores de

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aquella Universidad, con ropas rozagantes de seda de diferentes colores; alre­ dedor del emperador iba toda la juventud de Bolonia a pie». En la entrada de la ciudad, el obispo con toda la clerecía cantaba el Te Deum laud.am.us. A la puerta de la iglesia catedral de San Petronio, el papa Clemente, vestido de pontifical con su tiara en la cabeza, saludó a Carlos V con grandes señales de afecto. «Gustaban mucho todos de considerar el rostro grave y varonil del cesar, el color plateado y su delicada tez, cubierta de una mesura hermosa y grave. La nariz, corva un poco y levantada de en medio...; con el mirar de sus ojos, garzos vergonzosos; con los cabellos un poco crespos, y la barba, entre roja y rutilante, de color de oro muy fino. Dábale mucha gracia y majestad el cabello cortado en derredor, a manera de los antiguos emperadores. Sobre todo notaban el labio inferior, un poco caído, como lo tienen de grandes tiem­ pos a esta parte casi todos los descendientes de la casa de Borgoña...; el cuerpo, de mediana y justa estatura, con la carne que bastaba para que ni fuese flaco ni demasiado grueso. El que con más atención y gusto le miraba era el pontífice. Parecióle harto más humano y lleno de majestad de lo que le habían pintado» 1. Entre los personajes que vinieron a Bolonia deseosos de conocer al empe­ rador no faltaron poetas y pintores. Entre estos últimos descollaba Tiziano, que retrató a Carlos de pie y acariciando con la mano izquierda el cuello erguido de su perro, retrato que es una simple copia del pintado en 1532 por Seisenegger. Los italianos no se dejaron prendar solamente por la bella apostura del joven monarca, sino también por sus cualidades espirituales, por su magna­ nimidad, sensatez, modestia y cortesía. En sus largas conferencias con Cle­ mente VII, el nieto de Maximiliano y de los Reyes Católicos demostró que había alcanzado su plena madurez política. Perfecto conocedor de las perso­ nas y de las circunstancias, él era el que dirigía las discusiones y 1 hallaba la solución más acertada. Con ser el papa Médici un astuto diplomático, se convenció de que aquel príncipe de veintinueve años le era superior en ese campo. Entre los dos arreglaron todos los asuntos de la?península italiana, reajustando las fronteras y posesiones de varios principados, para lo cual ne­ gociaron con los representantes de casi todos los Estados italianos, llegando con ellos a un tratado de «paz general de Italia» bajo la supremacía española. El emperador perdonó sus precedentes deslealtades a Francisco II Sforza y le restituyó el ducado de Milán, aunque dejando en la capital una fuerte guar­ nición de tropas fieles. También se comprometió a sojuzgar por la fuerza la república de Florencia, restaurando el gobierno de Alejandro de Médicis, pariente del papa, promesa que cumplió en seguida, aniquilando las mesna­ das del fiero Francisco Ferruccio. Agradecido Clemente VII, no pudo menos de condescender con los deseos de Carlos V, dando palabra—que no cumplió—de convocar rápidamente el concilio de Trento, si esto había de servir para la extirpación de la herejía. Por fin, el 22 de febrero, con las acostumbradas ceremonias litúrgicas en 1 P. d e S a n d o v a l , Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V: BAE 81 1.8 p.364. Véase tam bién P. M e x ía , Historia del emperador 535-39.

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la «capella degli Anziani», del palacio comunal, recibió Carlos V de manos del pontífice la corona de hierro, traída de Monza; dos días más tarde, en la catedral de San Petronio, con fastuosidad teatral y barroca, fue primeramente ungido; recibió a continuación las insignias de sus supremas dignidades—el cetro, la espada, el globo imperial—y, finalmente, la corona de Carlomagno, jurando que, como cabeza de la cristiandad, defendería al papa y a la Iglesia romana. Esta fue la última coronación imperial hecha por manos de un ro­ mano pontífice. «Señalóse para ello—comenta Sandoval—el felice día de su nacimiento del emperador, que era el de santo Matías, porque en tal cumplía los treinta años y en el mismo, cinco años antes, había sido preso por sus capitanes el rey de Francia en Pavía» 2. C. Agripa de Mettesheim cantaba entusiasmado: «Roma, tuus sileat Caesar sileantque triumphi». Y con la misma exaltación se enardecían todos los im­ periales. Hubiera deseado Carlos que en estas ceremonias participasen, como de costumbre, los príncipes electores; mas el tiempo urgía, y no fue posible ha­ cerlos venir de Alemania 3. Convocación de la Dieta

El 2i de enero de 1530, el emperador desde Bolonia convocó a todos los Estados alemanes a la Dieta imperial (Reichstag), que debía abrirse en la ciudad de Augsburgo el 8 de abril. A pesar de la «protesta» de Spira (1529), había muchos, entre los católicos y entre los protestantes, que no tenían ojos para ver el insalvable abismo que separaba a las dos confesiones religiosas y a los dos partidos políticos. Muchos luteranos se reputaban todavía miem­ bros del gran organismo cristiano y supranacional que se decía la cristiandad, cuya cabeza temporal era el emperador, y éste, no desanimado por el fracaso de su edicto de la Dieta de Worms, se ilusionaba con poder atraerse a los disidentes con concesiones accidentales y fórmulas de acomodamiento, con­ siguiendo la unidad de la fe sin apelar a la fuerza de las armas. T al actitud se la habían inspirado los erasmianos que formaban parte de su Consejo, y principalmente su canciller, Mercurino Gattinara, piamontés, cardenal desde agosto de 1529, y el secretario, Alfonso de Valdés. El tono del documento convocatorio de la Dieta no podía ser más sereno y pacífico. Donde se manifestaba enérgico y apremiante era en requerir la ayuda de todos para la guerra contra el turco; pero en la cuestión religiosa sólo pedía paz y unión. «Y a fin de que se proceda mejor y más saludablemen­ te, se deben deponer las discordias, olvidar los antagonismos, encomendar a 2 Ibid., 367. Sandoval describe la coronación con lujo de detalles (367-73), y no m enos P. Mexía (548-53 y 560-63); nuevos particulares en L. P a s t o r , Geschichte der Päpste IV,2 p.383-387. Lutero refiere que «Carolus áureo m arsupio donavit Papae 4.000 aureas medallas, hoc est, áureos sua et fratris imagine insignitos» (Briefw. V 275). 3 El único príncipe alemán allí presente era el conde Felipe del Palatinado. D e lo cual se la­ m enta Ranke: «En la caballería alemana, que antaño acom pañaba al em perador en los puentes del Tiber, no había que pensar. Abajo, en la plaza, había 3.000 lansquenetes alemanes, bravos guerreros, bien plantados; pero quien los capitaneaba era el español Antonio de Leiva» (Deutsche Geschichte in der Zeit der Reformation V 157). El mismo Lutero deploraba la ausencia de los clcctorcs alemunes en Bolonia (Tisc/tr. 6309 V 595).

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nuestro salvador los pretéritos errores y procurar con diligencia entender y considerar los pareceres de cada uno, las opiniones contrapuestas y las diver­ sas sentencias con espíritu de caridad y benevolencia, a fin de que, corrigiendo las cosas que de una y otra parte han sido mal explicadas y tratadas, se llegue a la única verdad cristiana, y en adelante todos abracemos y retengamos una sola y verdadera religión; y del mismo modo que todos estamos y militamos bajo un solo Cristo, así también vivamos en la unidad de una sola Iglesia» 4. El 22 de marzo, las dos cabezas de la cristiandad se despidieron amiga­ blemente en Bolonia, y mientras Clemente VII regresaba a Roma, Carlos V enderezaba su viaje hacia el norte para asistir a la Dieta, acompañado del cardenal Lorenzo Campeggio, nombrado legado pontificio para Alemania y países norteños en el consistorio del 16 del mismo m es5. No era la primera vez que este experto diplomático venía a Alemania. Lo hallamos en 1524 en la Dieta de Nuremberg. Conocía bien todos los paí­ ses del Imperio y sus múltiples problemas. En 1528-29 había desempeñado una dificilísima legación ante el rey de Inglaterra, que solicitaba el divorcio. Ahora le encomendaban otra misión no menos difícil. Durante el viaje, el nuncio fue explanando sus ideas sobre la cuestión religiosa alemana y des­ arrollando su programa de acción, que se reducía a lo siguiente: atraerse sua­ vemente a los protestantes con promesas y con algunas concesiones; pero, si persistían y no daban su brazo a torcer, entonces imponerse por la fuerza y aplicar estrictamente el edicto de Worms. Prosiguieron semejantes conver­ saciones en Innsbruck, adonde Campeggio llegó el 2 de mayo, y Carlos V al día siguiente. Alegróse el emperador a la vista de su hermano, Fernando de Austria, y de su hermana, la reina viuda María de Hungría, y tuvo la satis­ facción de que su cuñado, el destronado Cristián II de Dinamarca, abjurase allí mismo la religión luterana y volviese a la Iglesia católica 6. Las primeras impresiones de Campeggio no fueron muy halagüeñas. «Las cosas de Alemania, en cuanto entiendo—escribía a Jacobo Salviati— , están en mayor desorden de lo que yo imaginaba, por lo cual se cree que Su M a­ jestad permanecerá aquí algunos días para acometer el negocio con maduro consejo». «Todos, lo mismo buenos que malos, piden un concilio universal, 4 Texto alemán en C. E. F o e r s t e m a n n , Urkundenbuch I 7-8; F . W. S c h i r r m a c h e r , Briefe und Acten 459. U n breve fragmento de la versión latina en J. l e P l a t , Monumentorum II 321: «U t in hac causa religionis partium opiniones et sententiae inter sese in caritate, lenitate et mansuetudine audiantur..., illis quae utrinque secus in scriptura tractata sunt correctis, res illae ad unam simplicem veritatem et concordiam christianam com ponantur..., in una Ecclesia christiana in unitate et concordia vivere possimus». Sorprendido J. Joñas de estas palabras tan benignas del cesar, escribía a Lutero: «Nihil est... clementius aut mitius» (Briefw. V 301). Y el mismo Lutero tuvo palabras de alabanza para esta «maravillosa y rara m ansedum bre» (WA 30,3 p.292). El teólogo A dam Weiss adm iraba la imparcialidad y equidad del em perador (W. G u s s m a n n , Quellen und Forschungen zur Gesch. des Augsburgischen Glaubenbekenntnisses [Leipzig 1911] I 346). 5 Las actas consistoriales en E h s e s , Conc. Trident. IV intr. p.xxxii. El mismo día, el papa le nom bra su plenipotenciario ( G u s s m a n n , Quellen I 249-52). Sobre Campeggio, además de lo dicho en el c.5, E h s e s , KardinalLorenzo Campeggio a u f dem Reichstage yon Augsburg. 1530: RQ 17 (1903) 383-406; 18 (1904) 358-84; 19 (1905) 129-52; 20 (1906) 54-80; 21 (1907) 114-39; CT IV p.XXXII-XLVJ.

6 Campeggio al secretario papal Salviati; «II re di D acia i qui con Cesare, il qual dcsideroso chs si reducá al dritto camino, voleva che io in confessione lo ascoltasi et assolvesi» (RQ 17 [1903] 390). El papa, gozoso de la conversión del rey, no tarda en conceder el breve solicitado (ibid., 392. 394). El breve en R i n a l d i , Anuales a.1.530 n .58-59. Quien oyó por fin la confesión del rey penitente y le absolvió de sus crímenes fue J. Faber, imponiéndole la penitencia señalada por Rom a: una peregrinación a los sepulcros de los apóstoles y la construcción de un hospital (H. L a e m m e r , Monumenta Vaticana 35-36).

E l parecer de Campeggio

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o por lo menos nacional, especialmente los duques de Baviera, óptimos prín­ cipes católicos». «Hay que excluir el nacional por motivos de escándalo; en cuanto al universal, espero conducir bien las cosas y no faltaré a mi deber» 1 . El parecer de Campeggio

Cabalgaban juntos el 8 de mayo por las afueras de Innsbruck el emperador y el nuncio, que se profesaban recíproca simpatía, cuando el emperador le suplicó que le pusiese por escrito las ideas que de palabra le estaba sugi­ riendo. Tomó inmediatamente la pluma Campeggio y pergeñó un memorial (Instructio ) , del que se conservan varias copias italianas, cuyo texto español ( Parecer sobre las cosas de Alemana) halló Maurenbrecher en el archivo de Simancas y publicó en su libro sobre Carlos V 8. Empieza narrando los orígenes y progresos de la doctrina luterana, los daños y tumultos que se han seguido y los que son de temer. A todo ello puso remedio el emperador en la Dieta de Worms, pero su ausencia de Alemania fue causa de que aquel edicto no se cumpliese. Ahora que retorna victorioso y aureolado de gloria podrá llevar a cabo la extirpación del luteranismo. Lo primero que aconseja a Carlos V es que proceda en perfecta unión con su hermano D. Fernando y con los demás príncipes católicos para reducir a la recta vía a los que se apartaron de ella. Yendo bien unidos, no habrá prín­ cipes ni ciudades que osen resistirles. Perdonar a los que espontáneamente vuelvan, pero castigar a hierro y fuego a los pertinaces y obstinados, con tal que estas medidas no resulten contraproducentes. Si el cesar ve que proce­ diendo con dulzura y benignidad con este o aquel príncipe o con las ciudades imperiales no se consigue nada, entonces no tener reparo en emplear la es­ pada y la vara férrea a fin de arrancar de raíz la venenosa planta. Es preciso obrar intrépidamente, como Maximiliano I en la guerra contra los del Palatinado (1504-1509), que tanto acrecentó su autoridad. Una vez vencida la herejía en Alemania, le será fácil al emperador hacer la guerra a los turcos; de lo contrario, tropezará con grandes dificultades. Y para que no rebrote la herejía hay que purgar las cortes principescas y las magistraturas ciudadanas de todos aquellos que bajo capa de verdadera fe siembran herejías y corrom­ pen príncipes y ciudades. Los predicadores herejes deben ser suplantados por otros católicos. Monjes y monjas tornen a sus monasterios, aun por la fuerza si es preciso. Sean quemados los libros de los herejes e instrúyase al pueblo en la doctrina cristiana. Además es necesario vigilar a la manera de la Inqui­ sición española para que nadie caiga en errores dogmáticos. Renuévese y há­ gase observar el edicto de Worms, pues vemos los frutos que ha producido en el electorado de Brandeburgo, en el ducado de Baviera y en Austria. «Es­ pero— concluye—que Dios enderezará todo a buen fin, así por la necesidad de su santa y católica fe como por la bondad y sincero y ardiente ánimo de Su Majestad y de su serenísimo hermano» 9. C arta del 4 de mayo, en CT IV p.xxxu. 8 W. M a u r e n b r e c h e r , Karl V und die deutschen Protestanten. 1545-1555 (Dusseldorf 1865) npénd.2-14. L. Ranke fue el primero en hacer uso de una copia italiana (Die roemischen Päpste (Leipzig 18891 72-73). 9 M a u r d n i i k i x i i i r , I . c . Un resumen latino en CT IV p.xxxm. 7

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se atrevía a esperar nada bueno. El mismo Juan de Sajonia, fidelísimo luterano y dispuesto a obedecer siempre a las indicaciones del más ilustre de sus súb­ ditos, no quería tomar una actitud antiimperial. Se hubiera juzgado feliz con que el emperador le permitiese gozar pacíficamente de sus derechos religio­ sos, que creía definitivamente adquiridos. Campeggio y otros cercanos a Carlos V se ilusionaban con que el elector volvería a la Iglesia romana. No sabían cuánto influjo ejercía en él Martín Lutero. También otros grandes señores y ciudades se mantenían en cierta ambigüedad e incertidumbre res­ pecto de la autoridad suprema. Los que temblaban ante la venida de Carlos eran los que, como el landgrave de Hessen y sus aliados, estaban decididos a llevar hasta el cabo la revolución religiosa y a oponerse tenazmente al em­ perador. Este, dejando la capital del Tirol, entró en Baviera, cuyos duques Guiller­ mo y Luis de Wittelsbach, aunque políticamente mal avenidos con los Habsburgos, le dispensaron en Munich el más suntuoso recibimiento (10 de junio): fiestas litúrgicas y mundanas, aparatosas cabalgatas, partidas de caza, torneos, representaciones teatrales, festines 48. Escoltado por los príncipes seculares y eclesiásticos de Austria y de Ba­ viera, el 15 de junio, cerca de las ocho de la tarde, Carlos V atravesaba el puen­ te del río Lech, afluente del Danubio, y entraba en la ciudad de Augsburgo, donde le estaba aguardando, desde dos horas antes, la más brillante reunión de príncipes que los alemanes habían visto 49. A ugsburgo

Prudencio de Sandoval recuerda los nombres de muchos de ellos, y pro­ sigue así: «Llegando todos estos príncipes delante del emperador, se apearon de los caballos, besándole cada uno la mano. Y el arzobispo de Maguncia, cuyo es hablar en nombre del Imperio, con una breve y elegante oración dio al emperador el parabién de su venida. Y por parte del emperador y en su nombre respondió Federico, conde palatino, uno de los siete electores. Luego volvieron a subir en sus caballos y fueron acompañando al emperador y al rey su hermano. »Salieron los ciudadanos de Augusta, y muchos en traje de guerra, con este orden: traían delante de sí doce tiros gruesos de artillería, y los artilleros venían vestidos de blanco, y de la misma manera los soldados que venían en su guardia. Tras ellos venían los arcabuceros, luego los ciudadanos, armados como cada uno quiso, y vestidos de negro y jubones de raso negro. Después de ellos venían los mercaderes, vestidos de color frailengo y plumas en los sombreros. Seguían luego dos mil piqueros con cuatro banderas tendidas, ca­ minando en compás al son de los atambores. Luego la caballería con ropas coloradas... Luego venían los bodegoneros y cocineros, vestidos de color de ceniza; los últimos venían otros dos mil y doscientos y sesenta soldados de a pie y de a caballo... Toda esta gente, puesta así en escuadrón, como dije, 48 N arración de autor desconocido, en F o e r s t e m a n n , Urkundenbuch I 245-46. Campeggio describe las fiestas en carta del 14 de junio (H. L a e m m e r , Monumento Vaticana 36-37). 49 Juan de Sajonia había llegado el 2 de mayo; Felipe de Hessen, con una comitiva de 1 2 0 hombres, el 14 del mismo mes ( G u s s m a n n , Quellen I 5 1 ).

Apertura de la Dieta

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disparó la arcabucería; luego hizo lo mismo la artillería por su orden. Hecha esta salva, los magistrados y nobles hincaron tres veces las rodillas con tres profundas reverencias, y con muestras de mucho contento saludaron al em­ perador, y, tomándolo en medio, lo llevaron por la ciudad. Iba solo el césar en un hermosísimo caballo español blanco enjaezado, como para tal príncipe convenía. Salieron a la puerta de la ciudad cuatro senadores con un palio de tela de oro, y, cogiéndole debajo, le llevaron hasta una plaza que está en medio de la ciudad, donde le esperaban el arzobispo y clerecía con otro riquísimo palio que traían seis canónigos; y fueron con él a la iglesia mayor, donde el emperador hizo oración y el arzobispo dijo las preces ordinarias de la Iglesia. Hecho esto, se fue el emperador a palacio... El duque de Sajonia llevaba el estoque desnudo delante del emperador... Detrás... Bernardo, cardenal de Trento; George, obispo brixiense; Marco, cardenal saltzburgense; Cristó­ bal, arzobispo de Augusta, y el cardenal Campeggio, legado del papa» 50. Es de notar que en Augsburgo, ciudad libre con un obispo, Cristóbal de Stadion (f 1543), tan amigo del erasmismo como enemigo de la doctrina lute­ rana, ésta se había infiltrado en muchos de sus habitantes. Estos vibraron ahora con nobles sentimientos patrióticos y religiosos, quizá porque veían en Carlos V al nieto de Maximiliano, que tan clara predilección les había mos­ trado. En Augsburgo había nacido el doctísimo humanista Conrado Peutinger, secretario de la ciudad y árbitro de su política. Allí tenía su sede central la mundialmente famosa compañía bancaria y comercial de los Fugger (la Fuggerei ocupaba un barrio de 53 casas). En el espléndido palacio de los Fugger, el cardenal Cayetano había dado audiencia a Martín Lutero en 1518. Ahora, el cardenal Campeggio se hospe­ daría en el convento de Santa Cruz; el emperador, en el lujoso palacio epis­ copal, y las reuniones de la Dieta se celebrarían en la no menos magnífica casa consistorial (Rathaus) . A pesar de la prosperidad y riqueza de la ciudad, ante aquella inundación de huéspedes, los víveres empezaron a escasear, y era un susto ver cómo subían los precios de las cosas más elementales 51. A p ertu ra d e la D ieta

La noche del 15 de junio, apenas el emperador bajó del caballo y entró en su hospedaje, se despidió cortésmente de la regia comitiva, ordenando que solamente se quedasen con él por un momento los cuatro principales cabecillas del movimiento protestante, a saber, el elector Juan de Sajonia, el landgrave Felipe de Hessen, el marqués Jorge de Brandeburgo-Ansbach y el duque Francisco de Lüneburg, a los cuales taxativamente les mandó por boca de su hermano, más experto del idioma alemán, que, mientras él estuviera en 50 Historia del emperador (1.19) 397-98. J. Joñas pintaba la escena en carta a Lutero: «Principes Bavariae deduxerunt Caesarem quingentis equitibus bene armatis, hastatis et rubro colore indutis... Proximus ante Caesarem inequitabat noster illustrissimus Princeps Elector gestans argenteum ensem. Reliqui Electores praecedebant» (Briefw. V 367-69). Campeggio a Salviati, en I ai m m i r , Monumento 39-40. Véase la minuciosa descripción de R a n k e , Deutsche Geschichte III 1(>7-70. Los dos breves saludos del elector de Sajonia y de su hijo, en F o e r s t e m a n n , Urkunden I 252-54. Siguen varias narraciones contemporáneas. ?I «Princeps noster—escribía Lutero—singulis septimanis 100 florenos pro solo pane (para ru corla comitiva)... ct hebdomadatim 2.000 llorenos absum at» (Briefw. V 339). Cf. ibid., 301*

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Augsburgo, ningún predicador protestante tuviese sermón alguno en la ciudad 52. Sorprendidos de tal mandato, se callaron los más ancianos respetuosa­ mente, pero el impetuoso landgrave de Hessen, Felipe el Macedón, según le apellidaba Lutero, se atrevió a aseverar que en sus predicaciones no se hacía sino anunciar la pura palabra de Dios. Enojado Carlos V y mirándole con ojos encendidos, se contentó con repetir firmemente el mandato. Tal vez fue en esta ocasión cuando el margrave Jorge de Brandeburgo exclamó: «Señor, antes que privarme de la palabra de Dios, preferiría arrodillarme aquí y que me cortasen de un tajo la cabeza»; a lo que el buen emperador, que venía con deseos de paz y de conciliación, replicó en tosco dialecto niederdeutsch: «Querido príncipe, cortar la cabeza, no» 53. Lo que Carlos V pretendía con esa prohibición era impedir los escándalos y las discusiones que ya empezaban a surgir en ciertos sermones polémicos de luteranos y zuinglianos. Por eso, tras la querella y protesta de los príncipes, mandó que no solamente los protestantes, sino también los católicos, se abs­ tuvieran de predicar durante la Dieta; él señalaría predicadores competentes que anunciasen la palabra de Dios sin tocar las cuestiones controvertidas. En todo esto no hacía sino seguir los consejos del legado Campeggio 54. Ya antes de tal prohibición, Juan de Sajonia había consultado a Lutero cómo debería comportarse en la hipótesis, que se temía, de que el emperador no permitiese la predicación. Y el Dr. Martín, con sumo respeto a la autori­ dad constituida, le respondió: «Respecto a la cuestión de cómo hay que com­ portarse si Su Majestad imperial ordenase a Vuestra Alteza electoral hacer callar a los predicadores, mi parecer es el siguiente: el emperador es nuestro señor, la ciudad y todo el país le pertenecen; del mismo modo, en Torgau nadie debe resistir a Vuestra Alteza electoral cuando manda que en su ciudad nadie haga esto o lo otro. Su Majestad imperial no debería prohibir la predi­ cación de la pura y clara Escritura, que además nadie la predica en forma re­ volucionaria y fanática; pero, si las súplicas (al emperador) de nada sirven, entonces hay que dejar que la fuerza prevalga sobre el derecho» 55. A l día siguiente de la llegada de Carlos V era la fiesta del Corpus Christi, fiesta que en los últimos siglos había alcanzado una magnificencia sin igual. Por la mañana se celebraba solemnemente la misa cantada y por la tarde una concurridísima procesión recorría las calles de la ciudad. Triunfo popular del Cristo oculto en la eucaristía. Invitados los príncipes protestantes a acompañar al emperador en este 51 «Vivae vocis oráculo, ut iurisconsulti loquuntur, rogavit Caesar, ut mox altero die desinerent concionatores nostri» (Joñas a Lutero, 18 de junio: Briefw. V 368). 53 Son éstas las únicas palabras germánicas (o flamencas) que conocemos de Carlos V: «Low Forst, nit K op ab!» (S c h i r r m a c h e r , Briefe und Acten 58-59). Osiander comunica a Lutero que las palabras del cesar fueron: «Nicht K o p f abhauen, nicht K o p f abhauen!» Pero, sin duda, las traduce al alemán corriente (Briefw. V 383). 54 Escribe Joñas el 18 de junio: «Hodie sabbato Caesar praeconio publico facto per quattuor tubicines voce heraldi mandavit per totam Augustam suspensionem omnium concionum utrinque, tum nostrarum tum etiam papistarum ad tempus» (Briefw. V 369). Campeg gio comunica a Salviati el m andato imperial: «Che niun ardisse di predicare sotto gravissime pene, che deputato non fusse da lei, et in executione di ció furon eletti tre predicatori valenti, che in diverse chiese predicano» (RQ 17 [1903] 396-97). 55 Briefw. V 319.

A pertura de la D ieta

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acto de culto, «respondieron negativamente, diciendo que Dios no había ins­ tituido el sacramento para que fuese adorado» 56. Según una relación contemporánea, «Su Majestad imperial y el rey Fer­ nando con muchos príncipes y señores fueron personalmente en la procesión. En primer lugar, gran número de condes y gentilhombres con cirios encendi­ dos marchaban delante del Santísimo Sacramento, detrás de los cuales iban los tambores y los timbaleros. El arzobispo y elector de Maguncia portaba el Santísimo bajo palio, teniendo a su derecha a Su Majestad el rey de Hungría, y a su izquierda al margrave Joaquín, elector de Brandeburgo. El palio era portado por seis príncipes. Su Majestad el césar lo seguía a pie, vestido de jubón de terciopelo oscuro, con un hacha encendida en la mano; detrás, los demás príncipes y señores con muchedumbre de pueblo» 57. El lunes 20 de junio se inauguró la Dieta con una misa solemne, cantada por el cardenal-arzobispo de Maguncia, en la que predicó Vicente Pimpinella, arzobispo de Rosano y nuncio del papa ante el rey Fernando, discurriendo largamente sobre el peligro turco; ni una sola vez pronunció el nombre de Lutero; pero afirmó que, cuando no se quiere honrar a San Pedro y a sus llaves, interviene San Pablo con la espada y dirime la cuestión 58. Duró el sermón hora y media, y Campeggio, entusiasmado, decía que jamás había escuchado discurso que tanto le agradase. Es interesante notar que los prín­ cipes protestantes asistieron a la misa «todos sin excepción», según testifica el embajador mantuano, Bagaroto 59, aunque internamente se riesen de la ceremonia. Martín Lutero, seguramente, ni se hubiera reído ni hubiera auto­ rizado el acto con su presencia. Pasaron a la gran sala de la Rathaus, donde Carlos V, en vez de pronunciar o leer personalmente su discurso de apertura, hizo que lo leyese, delante de todos los representantes de los Estados alemanes, el conde del Palatinado, Fe­ derico. Habló de su elección a emperador y de la Dieta de Worms; dijo que, si bien le había sido preciso ausentarse de Alemania, había dejado aquí auto­ ridades competentes para su buen régimen y administración; pero que, es­ tando en España, había tenido noticia de las grandes discordias religiosas surgidas en el Imperio y de la terrible amenaza de los turcos, que han inva­ dido Hungría, Croacia y otros pueblos, y «con un ejército tan poderoso como no se ha visto desde los tiempos de Atila, llamado el azote de Dios», quieren asaltar el Imperio, comenzando por Hungría. Estos son los dos graves problemas que hay que resolver en esta Dieta. Sobre el segundo discurrió largamente. El emperador y rey de España emplea­ rá todos sus recursos en la guerra, y otro tanto hará su hermano D. Fernando. Pero no bastan. Es absolutamente necesario que todos los Estados del Im­ perio participen unidos en semejante empresa a fin de refrenar la invasión turca. En cuanto al problema religioso, él, más que nadie, deplora los cismas y divisiones eclesiásticos, y «como emperador romano, supremo abogado de la 56 R a n k e , Deutsche Geschichte III 171. 57 Van kayserlicher M aiestát Einreyten a u ff dem Reychstag gen Augspurg (Augsburgo 1530), en J. M a y , Der Kurfiirst Cardinal und Erzbischof Albrecht II 156-58. F. VV. iScníRRMACHER, Briefe und Acten 74. 59 M. S a n u to , I Diari 53,326.

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fe ortodoxa y defensor vigilante y esforzado de la religión y de la Iglesia ca­ tólica», cumplirá su deber de apartar los males, sanar las heridas y eliminar los cismas, sobre lo cual mucho ha pensado y consultado. Alude a los latrocinios, incendios, guerras, devastaciones y demás calami­ dades que cayeron sobre Alemania por causa de las sectas sediciosas, espe­ cialmente de los anabaptistas. El ama la paz y la concordia, para cuya restau­ ración viene ahora a Alemania. «Con seriedad y clemencia pide a los electo­ res y a todos los príncipes y Estados del Imperio que—cualquiera que sea la mente de cada cual—manifiesten, conforme al documento imperial de in­ dicción, su parecer, opinión y sentencia acerca de los errores y cismas, y re­ dacten por escrito, en alemán o en latín, los gravámenes y abusos que los eclesiásticos cometen contra los políticos, y los políticos contra los eclesiás­ ticos» 60. En las discusiones no se dio el primer lugar al problema bélico, sino al religioso. Así lo exigieron el 22 de junio los protestantes, porque las aporta­ ciones que ellos harían a la guerra querían condicionarlas a las concesiones que antes les hiciese el emperador en materia de religión. M elan th o n y E rasm o

Si Lutero hubiera sido admitido a la Dieta, el' problema religioso no hu­ biera sido largamente discutido y estudiado en numerosas sesiones y delibe­ raciones. Pronto se hubiera llegado al choque frontal y a la separación. El R e­ formador era un hombre religiosamente monolítico, enemigo de transacciones y compromisos, y, por lo mismo, sincero aborrecedor de diálogos y coloquios. El estaba persuadido de que a la unión con Roma no se podía ni se debía llegar jamás; se contentaba con que las autoridades políticas le concediesen libertad de palabra y de predicación. El resto sería obra de la palabra de Dios. No siéndole permitido venir a Augsburgo, todos estaban conformes en que después de él no había otro personaje más autorizado que Felipe Melan­ thon, fidelísimo discípulo hasta entonces del Reformador, aunque de carácter y temperamento diametralmente opuestos. Melanthon, «de estatura breve, de cuerpo grácil, de ingenio penetrante», como lo describe Hilian Leib en sus Anales, no era más que un Erasmo convertido al paulinismo luterano. Su perfecta formación humanística le hacía abordar los problemas teológicos y bíblicos sin los véitigos abismales de Lutero, sin estremecimientos turbado­ res, y también sin honda penetración especulativa. La naturaleza humana valía para él mucho más que para su maestro, y se resistía a creer que la acción moral del hombre quedaba aplastada y anulada por la acción divina. Estas tendencias divergentes no se manifestaron hasta que el jovencito profesor de griego en la Universidad de Wittenberg se hizo hombre maduro, con gran personalidad científica y con inmenso prestigio humanístico. Todos los ami­ gos de Erasmo lo tenían por amigo, y se regocijaron al saber que él llevaría la voz del protestantismo en la Dieta de Augsburgo. Con él—pensaban mu­ chos doctos y consejeros de Carlos V-—se podría llegar a un acuerdo, a una conciliación de contrarias ideologías. 60

323-30;

C . E. F o e r s t e m a n n , Urkundenbuch y e n R i n a l d i , Annales a . 1530 n . 65-72.

I 295-309. Texto latino en

L e P lat,

Monument. II

M elanthon y Erasmo

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Esto se hubiera realizado en lo posible, es decir, exterior y formalmente, con fórmulas equívocas, que ni a Lutero ni al papa hubieran contentado, si frente al dulce, blando y amable Melanthon, jefe de los teólogos protestantes, se hubiera presentado, como jefe de los teólogos católicos, el suave, humano y pacifista Erasmo. Aunque profesaban distinta fe, los dos eran amigos fra­ ternales. Pero el Roterodamo, que no se presentó en Worms en 15 2 1, tampoco hizo acto de presencia en Augsburgo. Era ya viejo, estaba enfermo y no tenía una palabra nueva que decir. Hay que advertir que tampoco fue oficialmente in­ vitado. Gattinara, que había pensado en ello, murió antes de reunirse la Dieta. Es de alabar la iniciativa del cardenal-legado Campeggio, que, lleno de admiración por el príncipe de los humanistas, le pidió su parecer sobre el asunto fundamental que se iba a estudiar en la Dieta. Erasmo contestó el 24 de junio: «En cuanto a lo que Vuestra Señoría reverendísima me pide, que le manifieste mis esperanzas o temores en la actual situación, le diré que hay otras personas mucho más perspicaces que yo y que conocen las cosas públi­ cas y privadas de Alemania más profundamente... No acierto a entrever el resultado de esta monstruosísima tragedia... No veo el más mínimo resqui­ cio de esperanza... Si el negocio se quiere resolver con la espada, me temo que vamos a contemplar la faz de Alemania verdaderamente lastimosa»61. En suma, Erasmo escurre el bulto. No quiere presentarse en la gran asam­ blea germánica, porque se siente anciano; no envía por escrito su parecer, por­ que hay otros que lo harán mejor. Los medios violentos no los puede admitir; en los pacíficos—que fueron siempre los suyos—no tiene confianza: ¿Qué hacer? Nada. Dejar las cosas como están. Unos días antes, en carta al cardenal Sadoleto, no se mostraba tan pesi­ mista, si bien sus palabras, típicas de aquel perpetuo adversario de los esco­ lásticos, especialmente cuando éstos vestían cogulla frailuna, revelaban un conocimiento tremendamente superficial del luteranismo. «Si en los comienzos —decía—Martín hubiera sido desdeñado (neglectus) , este incendio no hu­ biera estallado, o, por lo menos, no se hubieran extendido tanto sus llamas». Los frailes que acusaron de hereje a Lutero tienen la culpa de todo. Se exce­ dieron en el ataque, y él se afianzó en su error. Tras una explicación tan pueril del fenómeno, se deja mecer un poco por las ilusiones. «Dos cosas—añade— me ofrecen un rayito de esperanza; la primera es el carácter maravillosamente propicio del césar (genius Caesaris mire felix), y la segunda la disensión que reina entre los protestantes en cuestiones dogmáticas»62. Aludía con razón a las discrepancias y luchas entre luteranos y zuinglianos, favorecidos aquéllos por Juan de Sajonia, y éstos por Felipe de Hessen. El «genio del césar» aquellos días estaba bajo la inspiración erasmista. Y el erasmismo sí que se halló presente en Augsburgo, aunque no Erasmo en persona. El gran canciller Gattinara, patrono de todos los erasmianos, al morir en Innsbruck el 4 de junio, había dejado buenos discípulos en torno a Carlos V; baste pensar en los tres secretarios: Alfonso de Valdés, erasmicior 61 « N i h i l

02 Ai, u

n

omnino video

s p e i»

(P.

S. A lle n ,

, Opus epist. V Ilí 433-35.

Opus epist. VIII 459).

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Erasmo, según Pedro Olivar; el político, conciliador y cauteloso Cornelio de Schepper y Alejandro Schweiss No faltaban otros que colaborasen con ellos en el acercamiento benévolo hacia la facción contraria. Junto a Carlos V estaba su hermana la reina viuda, María de Hungría, que no veía la trascendencia del luteranismo y tenía con­ sigo un predicador protestante; y entre los eclesiásticos figuraban el obispopríncipe de Augsburgo, Cristóbal de Stadion, y el cardenal obispo de Trento, Bernardo de Cíes, ambos de tendencia erasmista, aunque decididamente contrarios a cualquier herejía. Del mismo Alberto de Maguncia decía Lutero el 6 de julio que era muy alabado como partidario de la paz y concordia. O tro s personajes

Fue en Augsburgo donde se realizó el mayor esfuerzo de una y otra parte por llegar a la pacífica convivencia, ya que la unión se veía imposible. Melanthon, vigilado desde lejos por Lutero, tuvo palabras de respeto para la Iglesia romana y alargó su mano hacia los teólogos católicos en gesto de fraternidad, pero sin renunciar a ninguno de los dogmas fundamentales de su maestro. Los católicos por su parte estaban dispuestos a hacer las concesiones necesa­ rias, pero sólo en materias accidentales de derecho eclesiástico. Carlos V quería con toda el alma la paz y la unión religiosa; deseaba tratar con los disidentes con mansedumbre y benignidad, buscar todos los medios de atraerlos con moderación y paciencia; pero, si sus esfuerzos en este sentido resultaban inútiles, estaba resuelto a emplear contra ellos la fuerza. Esto se lo exigía su conciencia de emperador y cabeza temporal de la cristiandad. Se lo había prometido seriamente a Clemente V II en la paz de Barcelona y después en Bolonia. Y nunco olvidó este su propósito y jura­ mento, que nos transmite el cosmógrafo y cronista Alonso de Santa Cruz: «Juro por Dios, que me crió, y por Cristo, su Hijo, que nos redimió, que ninguna cosa de este mundo tanto me atormenta como es la secta y herejía de Lutero, acerca de la cual tengo de trabajar para que los historiadores que escribieren cómo en mis tiempos se levantó puedan también escribir que con mi favor e industria se acabó» 64. A pesar de todo, la impresión que causó entonces en los alemanes, incluso en los luteranos, füe de bondad y afabilidad. Así escribía Lutero el 25 de ju63 M elanthon á Lutero, 19 de junio: «Cornelius (de Schepper) ludit suo more, ac videtur singulari diligentia cavere, ne veniat in suspicionem nostrae amicitiae... Est alius quispiam hispanus secretarius (Valdés) qui benigne pollicetur, et iam cum Caesare et Campeggio de mea sententia contulit» (ibid., 371). Sobre Alfonso de Valdés sigue siendo fundamental F. C a b a l l e r o , Con­ quenses ilustres vol.4 (M adrid 1871), que, sin embargo, no trata de la D ieta de Augsburgo. Véase G . B a g n a t o r i , Cartas inéditas de Alfonso de Valdés sobre la Dieta de Augsburgo: B H 57 (1955) 353-74. Y las Introducciones de J. F. M ontesinos a las ediciones de Diálogo de las cosas ocurridas en Roma (M adrid 1928) y Diálogo de Mercurio y Carón (M adrid 1929): Clásicos Cast. 89 y 96. Según W. M aurenbrecher, es probablemente de la plum a de Valdés la Relación de lo que en las co­ sas de la fe se ha hecho en la Dieta de Augusta: Col. Doc. inéd. vol.4 (M adrid 1843) 259-74. Otros se inclinan a negarlo. M aurenbrecher atribuye tam bién im portante influjo de sentido conciliador al teólogo sorbónico (no consta que fuese fraile) Juan de Quintana, confesor de Carlos V ( Geschichte der k. Reformation TNordlingen 1880] 298-99). Sobre los estudios de Q uintana, doctor en teo­ logía (abril 1520), véase R. G .- V il l o s l a d a , La Universidad de París durante los estudios de F. de Vitoria 413-429. 64 A. d e S a n t a C r u z , Crónica del emperador Carlos V (M adrid 1920-25) II 457.

Otros personajes

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nio: «El césar es encomiado maravillosamente por su clemencia increíble; parece que Dios le ha provisto de un buen ángel»65. Y cinco días después, Justo Joñas no disimulaba su entusiasmo: «Ahora he contemplado la faz y semblante del césar más de cerca que hace un decenio en la Dieta de Worms. Me parece que en este príncipe se dan todas las cualidades de un espíritu verdaderamente regio, liberal, generoso, clemente, y de una afabilidad (humanitatis) innata y sobresaliente. He oído decir a uno de los grandes que asiste a sus reuniones y consejos que siempre que el rey Fernando dice en la sesión alguna palabra dura o vehemente, le tira el césar de la orla del vestido, indicándole que a los reyes les conviene moderación y clemencia» 66. Melanthon escribía a Lutero: «Nadie hay en la corte de mayor suavidad que el mismo césar. Todos los demás nos odian cruelísimamente»61. El mismo Melanthon confesaba que los proceres hispani aconsejaban pru­ dentemente a Carlos V. De Justo Joñas es el siguiente testimonio: «El césar ha pedido el parecer de los proceres españoles sobre lo que conviene hacer en el asunto de Lutero. Respondiéronle: 'Si la doctrina luterana es contraria a los artículos de la fe, debe Vuestra Majestad emplear todos los medios para sofo­ carla. Pero si se trata de una controversia sobre los abusos de la Iglesia romana y sobre ciertas tradiciones, entonces lo más sensato es encomendar el negocio al juicio de pocas personas verdaderamente eruditas y piadosas, no sospecho­ sas de parcialidad. Aconsejarse con pocos es lo mejor; porque en las disputas de muchos no hay sino clamoreo, donde reina el peleonismo’» 68. Después de Carlos V, el personaje más en vista era el legado pontificio, Lorenzo Campeggio, maduro y experto diplomático, cuyas ideas acerca del asunto luterano coincidían con las de la curia romana, si es que no eran su re­ flejo: atraerse a los protestantes con promesas, y, si era preciso, con amenazas; en último lugar, con medios violentos. «Campeggio—decía Melanthon el 19 de junio—es el causante de que nos opriman con la fuerza». Y Lutero más vigo­ rosamente el 26 de agosto: «Campeggio es un grande e insigne diablo» 69. El era el que insistía ante el emperador con esta frase categórica: «En las cosas dogmáticas y sustanciales no hay que concederles ni un ápice»70. Los teólogos católicos que más guerra hicieron al Evangelio en Augsburgo, según Spalatino, fueron los siguientes: Juan Eck, Juan Fabri, Agustín Maternus, su­ fragáneo de Würzburgo; Conrado Wimpina, Juan Codeo, Pablo Haug (Hugo), provincial de los dominicos; Andrés Stoss, provincial de los carmelitas; Con­ rado Kóllin, prior del convento dominicano de Colonia; Bartolomé de Usingen, Juan Dietenberger, prior de Coblenza; Juan Burchard, vicario de los do­ minicos; Jerónimo Monta, vicario del obispo de Tréveris; Matías Kretz, pre­ dicador de Augsburgo; Pedro Speiser, vicario de Constanza; Amoldo (Halderen) de Wesell, de Colonia; Conrado Thumb, predicador de Ratisbona; Wolf« Briefw. V 385. 66 Ibid., 427. Casi lo mismo el 8 de julio. 67 C arta del 19 de junio: Briefw. V 371. Casi las mismas palabras el 25 de junio. 68 Lo mismo escribe M elanthon a Lutero, y éste alaba el juicio de los proceres (ibid., 462). 69 Briefw. V 371.579. Y a Myconius: «Campeggius hortatur Caesarem ut bellum suscipiat contra nos» (CR 2,18). 70 «Gli ho detto che non é da concederli quanto é il transverso di una ungia ne le cose della fede et subslantiali, ct cosí mi ha detto, che ¡o non dubiti» (RQ 17 [1903] 401).

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gang Rebdorff, prepósito de Stendal; Medardo, franciscano, predicador del rey Fernando 71. Contábanse entre ellos los mejores teólogos alemanes, aunque Melanthon a todos los vilipendiase con desdén. Los doctores que defendieron la doctrina luterana, según el mismo testigo, fueron: J. Joñas, prepósito de Wittenberg; Felipe Melanthon, Urbano Rhegius, Juan Frosch, Esteban Agrícola, Andrés Osiander, Juan Brentz, predica­ dor de Hale; Juan Rurer, predicador en Ansbach; Maitín Mógling, pastor de Kitzingen; Adam Candidus (Weiss), pastor de Crailsheim, venido, como los tres precedentes, con el marqués Jorge de Brandeburgo; Juan Agrícola (de Eisleben), Conrado Sottingerus, venido con el príncipe de Hessen; Enrique Capius (Bock), venido con el duque Ernesto de Lüneburg 72. Y no hay que olvidar a Jorge Spalatino, que nos ha transmitido estos nom­ bres, y que con J. Joñas, J. Agrícola y J. Brenz fue de los más próximos co­ laboradores de Melanthon. E n treg a de la confesión de fe

El viernes 24 de junio, fiesta de San Juan Bautista, a las tres de la tarde se reunieron por segunda vez los Estados bajo la presidencia del emperador. El arzobispo de Bremen y el duque Jorge el Barbudo de Sajonia condujeron al cardenal Campeggio hasta su trono, quien después de presentar sus creden­ ciales pronunció un discurso, pintando el tristísimo estado de la religión y de la nación alemana por causa de las herejías y exhortando a los príncipes a la concordia, a volver a la antigua fe y a disponerse a la guerra contra los turcos. Los protestantes quedaron bien impresionados, porque no escucharon de sus labios ninguna palabra hiriente ni acerba 73. Era éste el día convenido entre el emperador y los príncipes evangélicos en que éstos debían consignar oficialmente los artículos de su confesión religiosa, exponiendo sus opiniones y los abusos eclesiásticos que debían corregirse. En efecto, el canciller de Sajonia, Gregorio Brück, declaró que allí tenía dichos artículos en alemán y en latín. Empeñóse el landgrave de Hessen en que se recitasen en voz alta delante de toda la Dieta. Opúsose el rey D. Fernando de Austria. Recibió Carlos V los artículos, diciendo que serían leídos al día siguiente delante de loá príncipes; mas no en la gran sala de la Dieta, sino en la sala gótica del palácio imperial. Así se hizo el día 25, a las dos de la tarde, con menos numerosa concurrencia 74. Anota J. Joñas que la estancia no era muy capaz, pues apenas cabrían en ella doscientas personas. Recitó los artículos (o Confessio) el canciller sajón, Cristián Beyer, quien con pronunciación lenta, clara y distinta tardó dos horas en su lectura. El césar la escuchó con atención, aunque estaba en alemán, y 71 Adversarii evangelii qui Augustae fuerunt: Tischr. 6256 V 560-61, La lista es del comensal de Lulero, A. Lauterbach, quien la tom a de Spalatino. E ran los mejores teólogos que entonces tenía Alemania, aunque a M elanthon, que no era doctor en teología, ninguno le parecía docto acaso por eso: «Nullum ibi virum ne quidem mediocri doctrina praeditum invenio» (Briefw. V 424). 72 Doctores qui a partibus evangelii Augustae fuerunt: Tischr. 6256 V 561. Del mismo. 73 Lo asegura J. Joñas (Briefw. V 391). El texto del discurso, en D . C h y t r a e u s , Historia Augustanae Confessionis (Frankfurt a. M . 1578) 61-68. 74 Así se lo refieren a Lutero tanto J. Joñas como J. de Sajonia (Briefw. V 391.395).

Las prim itivas redacciones

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en seguida mandó a Alfonso de Valdés y Alejandro Schweiss que se la tradu­ jesen al italiano y al francés 75. Antes de examinar su estilo y su contenido, hemos de preguntarnos: ¿Cómo se llegó a la forma actual del documento? L as prim itivas redacciones

La gestación de la Confessio fue larga y laboriosa y empezó mucho antes de la apertura de la Dieta. Ya en el mes de abril, mientras los wittenbergenses se hallaban de paso en Coburgo, el elector de Sajonia, deseoso de presentar al emperador una justifi­ cación de su proceder en materias de religión, encargó a Melanthon la redac­ ción de un documento que precisase y explicase los puntos principales del nuevo evangelio con carácter conciliativo y nada polémico. Melanthon, como lo indican sus cartas, puso inmediatamente manos a la obra, utilizando los 17 artículos de Schwabach (octubre 1529) y los últimos de Torgau (27 mar­ zo 1530). Este escrito de carácter defensivo se intituló al principio Apología, pero poco a poco fue tomando un colorido dogmático de «profesión de fe», por lo cual terminó llamándose Confessio o Glaubensbekenntnis. Para entender esta transformación hay que saber que el teólogo de Ingolstadt, Juan Eck, encarga­ do de sintetizar el vasto material de errores extractados de las obras luteranas por varias universidades, lo hizo en un libro de 404 artículos, que el 14 de marzo envió a Carlos V 76. Contra el empeño de muchos luteranos de presen­ tar su doctrina contraria a la de los «fanáticos» y muy poco diferente de la ca­ tólica, el Dr. Eck afirma que Lutero no se diferencia mucho de los anabaptistas y zuinglianos y que sus errores son retoños de las antiguas herejías. Un ejemplar de este escrito llegó a manos de Melanthon, el cual, previendo el impacto que aquello iba a causar en todos, se propuso ampliar su Apología aclarando la conformidad de la Iglesia luterana con la Iglesia primitiva y con los antiguos concilios, y no menos la fuerte oposición de la misma a las sectas de los fanáticos. Esto le obligó a convertir su Apología en una Confessio. Sim­ plificaba mucho la parte dogmática, como si los luteranos no rompiesen con lo esencial de la fe católica y sólo discrepasen de Roma en rechazar ciertas tra­ diciones y corregir ciertos abusos. No había, pues, que confundirlos con los zuinglianos, ni menos con los revolucionarios anabaptistas. El trabajo de Melanthon se podía dar por acabado el 1 1 de mayo, pues ese día el elector Juan de Sajonia escribía a Lutero: «Puesto que vos y otros sabios nuestros de Wittenberg, por deseo y voluntad nuestra, recopilasteis los artícu­ los que se discuten en materia de religión, queremos manifestaros que el maes­ tro Felipe Melanthon los ha revisado aquí y los ha redactado en la forma que ahora os envío. Y es nuestra graciosa voluntad que vos nuevamente los veáis y examinéis libremente, anotando lo que os plazca o lo que necesite explicación 75 Ibid., 427-28. 76 Artículos 404... ex scriptis pacem Ecclesiae perturbantium extractos corarn divo Caesare Carolo V... ac proceribus Imperii loan. Eckius offert se disputaturum (Ingolstadt 1530). Cf. K . RisC h a r , Johann Eck a u f dem Reichstag zu Augsburg 1530 (M ünster 1968) 25-27.

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para que pueda estar dispuesto y preparado a la llegada del emperador, que esperamos en breve»77. Con la misma fecha le escribía Melanthon: «Te enviamos nuestra Apología, o, mejor, Confesión. A l césar no le gustan disputaciones prolijas. Yo digo allí lo que juzgo que puede ser más conveniente y provechoso. He tocado casi to­ dos los artículos de la fe, porque Eck ha publicado contra nosotros las más endiabladas calumnias, a todas las cuales he querido poner remedio. Tú, se­ gún la alteza de tu espíritu, juzgarás de todo el escrito»78. Lutero no tarda en contestar al príncipe: «He leído rápidamente la Apología del maestro Felipe, y me gusta mucho (fast wol) y no hallo nada que corregir ni cambiar, ni convendría hacer esa mezcla, pues yo no puedo expresarme tan suave y moderadamente» 79. Como Carlos V había de tardar todavía un mes en llegar a Augsburgo, tuvo tiempo Melanthon para seguir introduciendo muchas mejoras y retoques en su escrito 80. O b ra co m ú n de diferentes iglesias o países

La más importante transformación que sufrió la Confessio fue que al fin ya no expresaba solamente la fe de Wittenberg, sino la de diversas tendencias protestantes, no todas coincidentes con la doctrina de Lutero 81. El primer impulso en este sentido procedió del margrave Jorge y del elector Juan de Sajonia. Cuando este príncipe vio que sus tentativas de arreglar con el emperador la cuestión religiosa de su país había fracasado—recuérdese la embajada enviada a Innsbruck—, pensó que tenía que unirse con otros prínci­ pes y ciudades protestantes para elaborar una confesión de fe común a todos y presentarla a la Dieta. Solamente como grupo compacto y coherente podrían ser respetados y reclamar con éxito su libertad religiosa. Por supuesto, zuinglianos y «fanáticos» (Schwärmer) quedaban siempre excluidos. Apenas el margrave Jorge de Brandeburgo-Ansbach llegó a Augsburgo el 24 de mayo, pusiéronse de acuerdo los dos príncipes luteranos. Y pronto supieron ganar para la unión a la vacilante ciudad de Nuremberg, al duque Ernesto de Lüneburg y al príncipe Wolfgang de Anhalt. Sólo el 23 de junio se adhirió la ciudad de Reutligen, y, por fin, el landgrave de Hessen, amigo de los zuinglianos y de los estrasburgenses, acaso el menos religioso de los príncipes protestantes—desde 1526 hasta 1539 ni una vez se acercó a la comunión— , pero, sin duda, el más político y el más ambicioso y audaz 82. 77 Briefw. V 311. 78 Ibid., 314. 79 Ibid., 319. 80 «In Apología quotidie m ulta m utam us» (22 mayo) (Briefw. V 336). 81 En la prim era redacción, el a rt.l sobre la Trinidad empezaba así: «En el electorado de Sa­ jonia se enseña unánim em ente...»; en la última no aparece esta limitación geográfica (J. v o n W a l t e r , Der Reichstag zu Augsburg 1530: LJ 12 [1930] 1-90 [p.33]). 82 M elanthon el 4 de m ayo rogaba a Lutero que escribiese al «M acedón» de Hessen con­ firmándolo en la sana doctrina, y el 20 am onestaba Lutero muy seriamente a dicho príncipe no se dejase em baucar por las dulces palabras de los antiluteranos, que son saetas encendidas del demonio, aludiendo a las doctrinas sacram entarías de Zwingli y Ecolam padio (Briefw. V 305. 330). El 21 de m ayo decía U. Rhegius muy optimísticamente del landgrave: «Non sentit curri Zwinglio... Gaudeo certe principem illum m ulto minus ad discordiam esse pronum quam ante eius adventum rum or sparserat» (Briefw. V 334). Pero Felipe de Hessen no se interesaba mucho en la Confessio Augustana, y el 12 de junio evitaba el trato con los wittenbergenses. Sobre N u­ remberg, Reutlingen, etc., véase G u s s m a n n , Quellen I 127-50.150-62.

Obra común de diferentes iglesias o países

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Melanthon tuvo que leer los escritos confesionales que estos aliados le presentaban 83, pedir la colaboración de amigos como el político Brück y el teólogo Brenz, y, consiguientemente, atenuar ciertas frases de su propia Confessio e insertar otras nuevas a fin de ampliar y armonizar en una apa­ rente unidad aquel «embrollado juego de fuerzas», en que «el elector luchaba contra el landgrave, Melanthon contra Zwingli, Nuremberg y Reutlingen contra Estrasburgo, la Germania inferior contra la superior». «La Confessio Augustana—sigo citando a Gussmann—no se alza ya de la llanura como una cumbre solitaria y dominadora de todo, sino que está rodeada de produccio­ nes análogas, que se extienden delante de ella como cadenas de montañas... Desde el momento en que se convirtió en confesión común de un mayor grupo de creyentes, perdió algo de la primitiva unicidad. Afilados con­ trastes luchan por su forma definitiva; su resultado es un compromiso que encubre, sí, las contradicciones, mas no las armoniza fundamentalmente ni las elimina. Melanthon despliega sus más finas artes de pulimentador. Lleno de vehementes ímpetus de paz, va al encuentro especialmente del partido papal; en tal forma, que más de una vez corre peligro de violar la delicada frontera de la veracidad. Junto a él también el landgrave canta su triunfo. El logra suprimir todo lo polémico contra los suizos, de modo que sólo queden ecos indirectos; pone la Confessio sobre base completamente nueva, corres­ pondiente a su personal concepción jurídica, y con magras concesiones deja satisfecho al elector. Así, la Confessio, en su forma exterior, se asemeja a un escrito político de carácter diplomático» 84. De pronto vemos que se produce una pausa de pocos días en el laboreo de este amplio documento confesional. El 19 de junio avisa Melanthon a Lutero que ha entrado én contacto con Alfonso de Valdés, y éste con Campeggio y con el emperador, a fin de arreglar privadamente el asunto. En efec­ to, por encargo de Carlos V, el secretario español le preguntó a Melanthon el sábado 18 de junio cuál era la actitud de los luteranos en materia de reli­ gión y cuáles sus deseos. Respondió Melanthon que la doctrina luterana no era tan herética, ni mucho menos, como se la imaginaban en España y como se la han presentado al emperador; que la Iglesia de Wittenberg no se dife­ renciaba de la romana en los dogmas fundamentales, sino principalmente en estos tres puntos: a j admitía la comunión de los laicos bajo las dos espe­ cies; b) permitía el matrimonio de curas y frailes, y e ) rechazaba la misa privada. Creía él que, si el emperador les concediese estas tres cosas, fácil­ mente se hallaría remedio para todo lo demás 85. 83 Las confesiones de fe de los príncipes, de las ciudades y de algunos teólogos protestantes, en el vol.2 de W. G u s s m a n n , Quellen und Forschungen. Casi todo el vol.l es exposición histórica. 84 G u s s m a n n , Quellen I 243-44. A diferencia del elector, que deseaba entenderse directamente con Carlos V, el landgrave, enemigo de los Habsburgos, no era partidario de que el asunto de la religión lo decidiese el em perador ni la D ieta, dom inada por los católicos, sino más bien un concilio universal cristiano y libre, es decir, laico e independiente del papa. A él se debió que en el prefacio de la Confessio Augustana se introdujese el recurso al concilio. 85 CR 2,122. Véase la relación de los diputados nurembergenses (21 de junio) en T. K o l d e , Die älteste Redaktion der Augsburger Konfession (Gütersloh 1906) 87-88: CR 2,122. El embajador m antuano Antonio Bagaroto añade un cuarto punto: que se les dejase en la posesión tranquila de los bienes eclesiásticos confiscados (S a n u t o , I Diari 53,326). Campeggio dice tam bién que las exigencias se reducían a cuatro puntos, y luego añade un quinto: «Vogliono... de communione sub utraque specic... Sccondo, levar il celibato de preti... 11 terzo, che si deggia corriggere il canone

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Alegróse Carlos V con estas declaraciones, que daban pie a un diálogo fructífero, y también Campeggio concibió algunas esperanzas. «Las confe­ rencias privadas con los dos secretarios imperiales, Scepper (o Schepper) y Valdés, habían despertado de nuevo en el pecho de Melanthon la antigua propensión sajona a encontrar, con el menor ruido posible, un arreglo con el emperador. Su ilimitada confianza, rayana en la candidez, le arrastró a for­ mular para el emperador los artículos reclamados por los luteranos: el sacra­ mento bajo las dos especies, el matrimonio de los sacerdotes y la misa, pues confiaba que de esta suerte se podía evitar la entrega pública de una confessio y arreglarlo todo calladamente y entre pocos. Por eso suspendió por algún tiempo su trabajo, de manera que hubo días en que la composición de la Confessio Augustana no dio un paso. Pero la resistencia de la Cancillería, que en este caso tenía vista más larga que el sabio miope, inexperto del mun­ do, y tal vez más la clara y exigente proposición de que cada Estado presen­ tase su propio parecer en alemán y latín, le arrancaron a sus sueños. El pro­ yecto de presentar ante el césar y el Imperio una justificación común estaba ya categóricamente establecido en la tarde del 21 de junio... E inmediata­ mente se volvió a la elaboración de la Confessio. Dos días más tarde tuvo lu­ gar en el albergue del elector la deliberación definitiva de los príncipes (pro­ testantes), diputados de las ciudades, teólogos y consejeros. El texto fue leído en común; se precisó su formulación verbal y se pusieron las firmas. Luego se pusieron en limpio los dos ejemplares y se cotejaron entre sí. Ya estaba todo pronto para la hora solemne de su entrega al emperador» 86. Los firmantes eran: «Juan, duque de Sajonia, elector.—Jorge, marqués de Brandeburgo.—Ernesto de Lüneburg.—Felipe, landgrave de Hessen, etc. Juan Federico, duque de Sajonia (hijo del elector) .— Francisco, duque de Lüneburg.—-Wolfgang, príncipe de Anhalt.-—El Senado y los magistrados de Nuremberg.—El Senado de Reutlingen» 87. E stru c tu ra de la «Confessio A ugustana»

El 25 de junio, como queda dicho, la confesión de fe protestante fue leída delante del emperador y de los príncipes. Al día siguiente, el bueno de Melanthon, al enviársela a su padre y maestro, «cuya autoridad seguimos en las cosas de mayor importancia», le decía que el documento era «bastante vehemente», porque les daba una buena carda a los frailes. Como los adver­ sarios han de responder, pregunta el maestro Felipe al Dr. Martín qué es lo que se podrá Conceder en las cuestiones que se disputarán, es decir, sobre la comunión, el celibato sacerdotal y la misa privada. Lutero se quedó pasmado leyendo el escrito melanthoniano, y su res­ puesta fue: «Por mi parte, en esta Apología se ha cedido más de lo justo» 88. della m essa..., il quarto che om nino si faccia un concilio generale... Ancora dicono di levar li beni allí ecclesiastici» (RQ 17 [1903] 401). 86 G u s s m a n n , Quellen I 112-13. 87 «Landgravius subscripsit nobiscum, sed tam en dicit, sibi a nostris de sacram ento non satisfieri» (Briefw. V 427). 88 «M iror quid velis, ubi petis quid et quantum sit cedendum Pontificibus... Pro mea persona plus satis cessum est in ista Apología» (ibid., 405). M uchas veces ha sido criticado M elanthon por su actitud transigente y su falta de franqueza y sinceridad. Y a en el siglo x v iii surgió entre los protestantes una viva controversia, que continúa en nuestros días, y puede verse e n G u s s m a n n ,

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Ciertamente, él no hubiera escrito aquella confesión de fe; pero como vio que en ella se afirmaban sus dogmas fundamentales, prefirió no poner di­ ficultades y ayudar a los suyos a batirse fieramente en las disputas sucesivas. Una cosa le consolaba, y era que sus amigos habían confesado valientemente su evangelio delante de todo el Imperio. ¿Qué predicación mejor que ésta? La reacción que se notó en algunos católicos de la Dieta fue—como había previsto Valdés—de airado repudio. Cuenta Juan Agrícola que uno de los mayores príncipes exclamó: «Han presentado un escrito redactado en papel blanco con tinta negra; si yo fuese emperador, les respondería con otro es­ crito con tinta roja» 89, color de sangre. Lo que hizo el emperador fue primeramente prohibir a los protestantes la publicación del escrito y luego ponerlo en manos de los príncipes católicos a fin de que lo examinasen y refutasen. «La fórmula de la Confessio—observa justamente Grisar—estaba redac­ tada en tal forma, que no hablaba en nombre de Lutero o de los teólogos, sino en el de los príncipes convertidos a la nueva fe, que la presentaban. En realidad era una confesión de fe de los príncipes, y sólo más tarde llegó a ser una especie de símbolo, o sea, el credo oficial del luteranismo. Los prín­ cipes que comulgaban en aquellos sentimientos quisieron mostrar por boca de Melanthon lo que ellos habían mandado predicar hasta entonces en los propios Estados 90. No deseaban ahora sino una palabra de aprobación para continuar pro­ pagando sin estorbos su nueva religión. La Confessio Augustana, considerada en su estructura externa, consta de dos partes, a las que antecede una prefación dirigida al «Invictísimo empe­ rador, césar augusto, señor clementísimo». Esta prefación no es de Melan­ thon, sino del canciller sajón Jorge Brück, que le dio un carácter jurídicopolítico. Presenta a los príncipes protestantes como fieles y obedientes súb­ ditos del emperador, que no desean otra cosa que alcanzar la concordia cris­ tiana con buena conciencia; si en la Dieta, después de examinar las discre­ pancias religiosas, no se llegase a un acuerdo amigable, le recuerdan al em­ perador sus antiguas promesas de pedir instantemente al papa la convoca­ ción de un concilio general cristiano y libre, ante el cual están dispuestos a comparecer para defender su causa 91. Nótese que el concilio aquí postulado deberá ser cristiano, es decir, cons­ tituido por simples cristianos aunque no sean obispos ni clérigos; y libre, 0 sea, independiente del papa y de la jerarquía. En tal concilio bien podían confiar los protestantes. Ellos eran los primeros en saber que tal concilio 1 349-50. H . Virck piensa que fue una fatalidad para M elanthon, sabio de gabinete, elenredarse en estas negociaciones, para las cuales estaba incapacitado; y term ina su artículo con estas pala­ bras: «Mas no olvidemos que M elanthon con sus otros inmortales méritos para la Reform a com­ pensó los daños que le causó como diplomático y político» (Melanchthons politische Stellung a u f dem Reichstag zu Augsburg 1530: Z K G 9 [1888] 293-340). 89 «M it Rubricken» (Briefw. V 404). 90 H. G r i s a r , Lutero, la sua vita 354. si «Offerimus nos hic ex superabundanti in omni obedientia coram Vestra Caesarea Maies(ate in tali christiano et libero concilio generali com parituros» (Die Bekenntnisschriften der evanKrlisch-lutherischen Kirche [Gottingen 1956] 44-137). Edición manual, muy útil por sus notas e introducción, la de M. B f.n d is c io l i , La Confessione Augustana (Como 1943).

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era un vano sueño, pero apelaban a él con el único intento de aplazar las de­ cisiones y entre tanto ganar tiempo. El cuerpo de la Confesión de Augsburgo se compone de dos partes: la pri­ mera, de 21 artículos, pertinentes al dogma; la segunda, de siete artículos, relativos a los «abusos eclesiásticos corregidos por la Reforma». C ontenido dogm ático y refo rm ato rio

El esfuerzo de Melanthon por atenuar y disimular las diferencias dogmá­ ticas entre la Iglesia luterana y la romana, por acentuar los puntos de contac­ to y de identidad entre ambas y por demostrar que los luteranos son enemi­ gos de los zuinglianos, de los anabaptistas y de otros fanáticos herejes de aquellos días, es demasiado palmario y evidente. Daremos un brevísimo compendio de su contenido. En los tres primeros artículos afirma los dogmas de la Trinidad, del pe­ cado original (éste en forma incompleta) y de la divinidad de Cristo, Hijo de Dios, nacido de la Virgen María.—En el artículo 4 expone la justificación por la fe ( per fidem, no dice solam) ; fe o confianza que Dios estima o reputa por justicia (fidem imputat Deus pro iustitia).—Del «ministerio de enseñar el Evangelio y administrar los sacramentos» (art.5) no dice que sea de insti­ tución divina.—La fe tiene que producir buenos frutos, que son las obras buenas, en las cuales no se ha de poner la confianza (art.6).—La Iglesia es la congregación de los santos o creyentes, en la que se enseña puramente el Evangelio y se administran rectamente los sacramentos (art.7-8).— El bau­ tismo es necesario (art.9), mas no dice sus efectos.—«En la cena del Señor está verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo, y reprobamos al que niegue esta doctrina»; velada alusión a Zwingli, Ecolampadio, Bucer y de­ más sacraméntanos (art.io).—«La confesión privada se ha de retener, mas no es necesaria la confesión de todos los pecados» (art.n).—La penitencia consiste en la contrición o terror de la conciencia, reconociendo el pecado, y en la fe o confianza de la absolución (art.12).—Los sacramentos son notas de la profesión cristiana y signos para excitar la fe (art.13).—Nadie debe enseñar públicamente en la Iglesia o administrar los sacramentos, sino los legítimamente llamados (art.14).—Los ritos eclesiásticos deben observarse si son útiles y no implican pecado, como los domingos, las fiestas, etc.; pero las tradiciones humanas, como los votos monásticos, los ayunos y abstinen­ cias, si se hacen para merecer la gracia y satisfacer por los pecados, son inúti­ les y se oponen al Evangelio (art.15).—Es lícito a los cristianos, contra los anabaptistas, ejercer las profesiones y actividades civiles; se debe obedecer a los magistrados y a las leyes, si lo que mandan no es pecado (art.16).—Cris­ to vendrá al fin del mundo como juez, y dará a los justos la vida eterna, a los impíos la condenación eterna, contra lo que dicen los anabaptistas (art.17).—El hombre tiene libre albedrío para las cosas de la vida presente y para vivir razonablemente con honradez externa fad efficiendam iustitiam civilem), mas no para alcanzar la justicia espiritual sin el Espíritu Santo (art.18).—La causa del pecado es la voluntad de los impíos y del diablo (ait.ig).—Falsamente son acusados los nuestros de prohibir las buenas obras; en cambio, los pre­

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dicadores hasta ahora no enseñaban otras obras que ciertos puerilidades, como guardar algunas fiestas, ciertos ayunos, cofradías, peregrinaciones, cul­ to de los santos, rosarios, monaquismos, etc. (art.20).—No hay que implorar la mediación de los santos, porque Cristo es el único mediador ante el Padre; pero «se puede proponer la memoria de los santos como ejemplo que imitar», del mismo modo que el emperador puede imitar el ejemplo de David en las guerras contra los turcos (art.21). Con esto se acaba la primera parte, que aspira a ser una síntesis de la dogmática luterana, aunque resulta muy incompleta. Se habrá notado cómo, aun permaneciendo fundamentalmente con Lutero, el humanista de Wittenberg lima la frase, mitiga la expresión y escamotea lo más hiriente a un católico, con peligro de desvirtuar a veces el dogma luterano. Nada se dice del carácter jerárquico de la Iglesia, del primado romano, de la autoridad de los concilios, del magisterio eclesiástico, de la necesidad de las obras buenas para salvarse, del número y naturaleza de los sacramentos, de los efectos del bautismo, de la transubstanciación eucarística, sin duda por no ponerse bruscamente contra la fe romana. Lutero será el primero en deplorar las graves reticencias y las ambigüe­ dades de la obra melanthoniana: «Satán vive aún—decía el 21 de junio— , y bien se da cuenta del andar solapado de vuestra Apología, que disimula los artículos del purgatorio, del culto de los santos y, sobre todo, del papa anticristo... Pero así se verá que soy profeta veraz, porque dije siempre que cualquier intento de concordia doctrinal es vano y sin esperanza» 92. La segunda parte es de contenido reformatorio; enumera los puntos en que los protestantes juzgan haber corregido abusos de la Iglesia romana. Comprende siete artículos (22-28), que se refieren a la comunión bajo las dos especies, al matrimonio de los sacerdotes, la misa, la confesión, la dis­ criminación de alimentos, los votos monásticos, la jurisdicción de los obispos. Aquí Melanthon se mueve con mayor desenvoltura y mucho más a gusto. Hasta el estilo latino se le hace más erasmiano. Todo lo más cáustico de la sátira de Erasmo, especialmente contra las ceremonias y los frailes, ha sido utilizado con un poco más de veneno y de trascendencia dogmática. Es cierto que muchas de las acusaciones contra las prácticas religiosas de los católicos se apoyan en la realidad histórica, aunque el autor las exagere e hiperbolice siempre, no para pedir una reforma de las mismas, sino para exigir su absoluta supresión o un cambio radical de las instituciones. En la cuestión de la misa no se contenta con denunciar los abusos innegables que se cometían—especialmente en Alemania—en las «misas privadas», misas mercantilizadas para subsidio de los innumerables «altaristas» que de ellas vivían, sino que pasa a quitarles todo carácter sacrificial, latréutico y satis­ factorio. Esta segunda parte, por ser de crítica fácil, de sátira punzante, de pintura recargada y efectista de una vida cristiana cuyos defectos todo el mundo co­ nocía, era, por lo mismo, más apta para recoger adhesiones e impresionar al público con apariencias de verdad. El católico duque Guillermo de Baviera 92 «Satan adhuc vivit, et bene sensit Apologiam vestram leise treten et dissimulasse artículos» (carta a Joñas: liricfw. V 496). M tirtin

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confesó de sí mismo que el escrito melanthoniano le había impresionado. Además, era claro que en la segunda parte era más fácil llegar a un acuerdo que no en la primera. L a refutación de veinte teólogos

Mientras el elector Joaquín de Brandeburgo y el duque Jorge de Sajonia, con los doctores Eck y Fabri, creían que la mejor solución era aplicar con energía el edicto de Worms, los consejeros de Carlos V y la mayoría de los príncipes eclesiásticos se inclinaban a medidas más blandas y pacíficas. Por lo pronto, se debía poner mano al remedio de los abusos; pedían ade­ más que algunos teólogos competentes y de profunda doctrina, con honradez y sin resentimiento personal, examinasen cuidadosamente la Confessio Augus­ tana a la luz de la Biblia y de la doctrina católica, señalando las proposiciones ortodoxas y refutando las herejías o errores. Una vez redactada esta refuta­ ción, el emperador la haría leer a los príncipes disidentes y esperaría la res­ puesta 93. Así se hizo. No menos de 20 teólogos católicos recibieron el 27 de junio el escrito melanthoniano para su examen. Entre los más conocidos se contaban Eck, Fabri, A. Marius, Wimpina, Codeo, Stoss, Kóllin, Usingen, Dietenberger. Con gran fervor pusiéronse al trabajo, y, familiarizados como estaban con los escritos luteranos, no les fue difícil refutar los puntos más graves, señalar otros que no coincidían con las enseñanzas de Lutero, y, por lo tanto, podían considerarse sospechosos o falaces, y aducir otros muchos errores protestantes silenciados en la Confesión de Augsburgo. Distribuyéron­ se los 28 artículos entre todos los teólogos, mas no se pudo lograr la unidad de forma y de extensión, por lo cual el 2 de julio se encomendó el trabajo al Dr. Eck, quien con ayuda de Fabri redactó la Catholica et quasi extempo­ ránea responsio, obra voluminosa, con nueve apéndices probatorios y docu­ mentales 94, que, al ser entregada al emperador el 12 o 13 de julio, fue re­ chazada por su excesiva prolijidad y por el acento polémico, que irritaría a los adversarios 9S. Era preciso componer otia más breve y de tonos más suaves 96. Quería Carlos V—y así lo ordenó el 22 de julio—que la refutación se presentase no como un parecer de teólogos, sino como la confesión de fe del emperador; así había de imponerla él a los protestantes 97. Para eso creyó conveniente el cardenal Campeggio que no sólo a Eck, sino a toda la comisión, se encomendase la tarea, aunque el infatigable pro­ fesor de Ingolstadt llevase lo más pesado de la carga. Se formuló el escrito 93 CT IV p.xxxvi. Si después de esto los luteranos no se someten, el asunto se dejará al futuro concilio, pero entre tanto se aplicará el edicto de Worms. Campeggio se opuso siempre al conci­ lio, porque estaba cierto que los herejes no acatarían ninguna decisión conciliar (ibid., p.xxxvn). El escrito de los príncipes católicos al césar (27 junio) y la respuesta de éste (5 julio) en T. B r ie GER, Beiträge zur Geschichte des Augsburger Reichstages von 1539: Z K G 12 (1891) 123-87 (p .126-30), 94 Texto en J. F ic k e r , Die Konfutation des Augsburgischen Bekenntnisses (Leipzig 1891) 1-140. Cf. K . R is c h a r , Johann Eck a u f dem Reichstag 28-35. 95 Sobre la fecha y la elaboración, B r ie g e r , Beiträge 139-49. Quien la entregó al em perador no fue el legado, que se hallaba enfermo, sino su herm ano Tomás Campeggio, obispo de Feltre (K. L e ib , Historiarum sui temporis..., en D o e l l in g e r , Beiträge zur politischen II 546). 96 La que entonces compusieron C odeo y A m oldo Halderen de Wesel (Brevis ad singula puncta Confessionis Protestantium principum responsio) no fue entregada al emperador. 97 Así se lo habían aconsejado los príncipes católicos en escrito del 13 de julio. Texto en B r ie ­ g e r , Beiträge 135.

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en tono impersonal y se suavizó mucho con la supresión de todas las frases injuriosas; se dio más importancia a las pruebas escriturísticas y se redactó en un estilo más conciso, limado y exacto, hasta que el legado, siempre en contacto con los teólogos, quedó satisfecho 98. Así resultó la Responsio Augustanae confessionis, que el 30 de julio fue presentada al emperador, el cual, tras algunos retoques, la juzgó «cristiana y bien pensada». M elanth on, el conciliador

Ya hemos apuntado arriba el carácter conciliatorio, irénico, acomodati­ cio y hábilmente armonizador de Melanthon. Amaba la paz a toda costa, y es curioso que, mientras atacaba duramente a los sacraméntanos, buscaba una falsa unión con los católicos. En la Confessio Augustana (art.21) había escrito que en ella no había ninguna discrepancia de la Iglesia romana. Toda la di­ ferencia entre católicos y protestantes se reduce a unos pocos abusos que se infiltraron en la Iglesia sin aprobación de la autoridad " . Refiere Codeo que en Augsburgo iba Melanthon de casa en casa persua­ diendo a todos que, si les concedían la comunión bajo las dos especies y el matrimonio de los sacerdotes y la reforma de la misa, en lo demás serían obedientes a los obispos y prelados. Así habló con Alfonso de Valdés, con el confesor de Carlos V, con Codeo y otros. A l mismo Campeggio le quiso convencer de ello, y con ese intento le dirigió el día 4 (IV no VI) de julio, mediante el secretario del cardenal, una famosa carta, que, a juicio del luterano Walter, es «una negación del Evan­ gelio» 10°. En descargo de Melanthon, pacifista a ultranza, se puede observar que preveía el estallido de una guerra religiosa y el desgarramiento de Alemania. Por eso implora de Campeggio un tratamiento pacífico; nada de «fuego y hierro» contra los disidentes, porque no son tales. He aquí sus palabras: «No tenemos ningún dogma diverso de la Iglesia romana... Estamos dis­ puestos a obedecer a la Iglesia romana, con tal que ella, con la clemencia que usa con todos los pueblos, disimule o afloje algunas pocas cosas que nosotros ya no podemos cambiar aunque queramos... Además, acatamos con reverencia la autoridad del romano pontífice y todo el régimen eclesiástico, con tal que no nos repulse el romano pontífice... Si en Alemania sufrimos tantas odiosidades, se debe precisamente a que defendemos con suma cons­ tancia los dogmas de la Iglesia romana. Esta fe prestaremos a Cristo y a la Iglesia romana hasta el último suspiro. Si rehúsa recibirnos en su gracia, no es más que una leve desemejanza de ritos la que impedirá la concordia; pero los mismos cánones afirman que se puede retener la concordia eclesiástica dentro de cierta desemejanza de ritos» 101. 98 H . L a e m m e r , Monumenta Vaticana 48-49. 99 «Tn qua cerní potest nihil inesse, quod discrepet a Scripturis vel ab Ecclesia catholica vel ab Ecclesia R om ana... T ota dissensio est de paucis quibusdam abusibus, qui sine certa auctoritate in ecclesiis irrepserunt» (art.21). *00 «Am 4 Juli schrieb er Campeggi seinen berüchten Brief..., eine Verleugnung des Evangclium» ( Der Rcichstag zu Angsburg 68). 101 «Dogma inillum habcmus divcrsum ab Ecclesia R om ana... Parati sumus obedire EccleNiac Romanae, m odo ut illa... paucu quacdam vel dissimulet vel relaxet... Rom ani Pontificis

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Si el aceptar con los católicos el símbolo apostólico significa no tener ningún dogma diverso de ellos, lo mismo podía decir de los zuinglianos y anabaptistas, a los cuales, sin embargo, pretendía contraponerse decididamente. El 5 de julio comunicaba Campeggio al secretario del papa: «Felipe Melanthon me ha escrito una carta, que aquí incluyo, y el día de hoy ha tenido una larga conversación conmigo, mostrando gran deseo de buena concordia para la paz de esta nación; él se limita a los tres artículos que ya dije» 102. En Roma causaron estas noticias demasiado optimismo, ilusionándose con que el emperador allanaría todos los estorbos para la unión, y llegando el papa Clemente V II a apellidar a Carlos V «ángel del cielo». L u tero , el intransigente

No sabemos hasta dónde hubiera llegado el irénico Melanthon si detrás de él no hubiera estado, infundiéndole bríos y coraje, sosteniendo su debi­ lidad, quitándole miedos, avivando su fe y empujándole moralmente, el so­ litario de Coburgo, que de mala gana había permitido a sus amigos venir a la Dieta imperial. Siempre pensó el Reformador que su doctrina era absolutamente incom­ patible con la de la Iglesia romana y no podía ser alterada por los hombres, ni siquiera por un ángel del cielo. Por eso desconfiaba de todos los intentos concordistas y de cualquier diálogo en materia de religión. Lo había dicho claramente al ir al coloquio de Marburgo, y lo repetía ahora con más fuerza. «Felipe mío—le escribía el 27 de junio— , esas preocupaciones miserables que, según dices, te consumen, yo las odio vehementemente. Si así reinan en tu corazón, no es por la magnitud de la causa, sino por la magnitud de tu incredulidad... Tu filosofía es la que te atormenta, no la teología. ¿Puede el demonio hacer algo más que matarnos? Y eso, ¿qué importa? A ti, que en otras cosas eras tan buen luchador, te ruego que luches contra ti mismo, pues eres tu peor enemigo y suministras tantas armas a Satanás» 103. Y el 13 de julio: «No es posible en modo alguno conciliar a Belial con Cristo, y no debemos concebir esperanza alguna de concordia en cuanto a la doctrina. Por mi parte, no cederé lo que se dice un pelo»104. Dos días más tarde: «Os absuelvo de esta Dieta, en nombre de Dios, a todos vosotros (Melanthon, Joñas, Spalatino y Agrícola). Volved a casa, re­ pito; volved a casa. No esperéis concordia o tolerancia, ni yo se la pedí jamás a Dios, sabiendo que es imposible... A Campeggio, que se jacta de poder auctoritatem et universam politiam ecclesiasticam reverenter colim us... Levis quaedam dissimilitudo rituum est, quae videtur impedire concordiam » (F. W. S c h ir r m a c h e r , Briefe und Acten 135-36: C R 2,169-71). 10 2 r q 18 (1904) 359-60. Respondió el legado que, «siendo estos tres puntos que particular­ m ente me proponía, es decir, la comunión sub utraque specie, el m atrim onio de los sacerdotes y la misa, partes integrantes de la Confessio..., y tratándose del interés de toda la nación y aun de toda la cristiandad», no le parecía conveniente que los resolviesen los dos a solas, sino que de­ bían discutirlos en común con la comisión de los teólogos (ibid., 363). Joñas a Lutero el 8 de ju­ lio: «Hodie Philippus apud cardinalem Campegium fuit; hic m editatur esse affabilis» (Briefw. V 448). El mismo día, M elanthon a Veit Dietrich: «Is (Campeggius) mihi egregie verba dat; cum quidem suavissime disputet, tam en alibi nos impugnat. Ait se posse concedere usum utriusque speciei et coniugíum sacerdotum» (CR 2,174). 103 Briefw. V 399-400. 104 «At certe pro mea persona ne pilus quidem illis cedam» (Briefw. V 470).

Necesidad de confianza

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dispensar, le respondo con palabras de Amsdorf: 'Me cisco en la dispensa­ ción del legado y de su señor’ ... ¡A casa, a casa!»105 Y a J. Joñas: «Tened fortaleza y resistid virilmente hasta que sientan que sus amenazas no son omnipotentes» 106. Análogas palabras dirige a Agrícola, y otra vez a Melanthon: «Yo estoy con vosotros fide et spiritu... ¿Cuál sería el resultado si empezaseis a encubrir las monstruosidades del papa contra Dios y contra el régimen civil?» 107 Y a Spalatino: «Oigo con disgusto que habéis comenzado una obra prodigiosa: conciliar al papa con Lutero. Pero el papa no lo quiere y Lutero lo aborrece». «Mientras viva el papado, no puede vivir nuestra doctrina... Me escribes—le dice a Melanthon—que has obligado a Eck a confesar que nos justificamos por la fe; ojalá le obligases a no mentir... Me disgusta en absoluto ese empeño de concordar en la doctrina, concordancia imposible mientras el papa no dé por abolido el papado» 108. El 20 de septiembre: «Por tus últimas letras, óptimo Joñas, entendí que no habéis concedido lo que pedían los adversarios, de lo cual me alegré...; pero he aquí que me llegan truenos y relámpagos... de que habéis traicionado nuestra causa y que por bien de paz habéis cedido en muchas cosas... Si así es, buena jugada ha hecho el diablo metiendo entre nosotros la división... Por­ que yo no lo toleraré aunque un ángel del cielo me apremie y me lo mande. Pues mientras nuestros adversarios no nos ceden la cosa más mínima, ¿les vamos a ceder a ellos el canon, la misa, las dos especies, el celibato y la ju ­ risdicción episcopal, confesando que ellos pensaban bien, obraban bien, y que han sido falsamente acusados por nosotros?... Si les damos razón en lo del canon o en la misa privada, una sola de estas cosas basta para negar toda nuestra doctrina y confirmar la de ellos... Mirad no deis ocasión a que el cisma surja entre nosotros... Yo casi reviento de ira e indignación. Os suplico que, rompiendo toda negociación, dejéis de hablar con ellos y regreséis» 109. Le acongojan tanto aquellos coloquios de sus amigos con los teólogos ca­ tólicos, que no cesa de escribirles disipando sus dudas, aclarándoles las ideas, excitando su fe y confianza en la protección del Señor. N ecesidad de confianza

Pero, ahondando un poco más en el alma de aquel solitario que capitanea a los suyos desde la altura lejana, podemos descubrir en él un menesteroso de consolación espiritual. Empeñado en corroborar la fe de sus correligio­ narios, experimenta a ratos en sí mismo dudas y vacilaciones. Siente que le asaltan dudas—tentaciones del demonio, afirma él—, y por eso mismo sus 105 «Immer wieder heim, immer heim! Concordiam aut permissionem nolite sperare, ñeque ego unquam hanc oravi apud Deum , sciens impossibilem esse... Ich schisse dem Legaten und seinem H errn in seine Dispensation» (Briefw. V 480). Frase igualmente sucia y aún más repug­ nante, ibid., 583. 10 6 Briefw. V 486. 107 C arta del 31 de julio: ibid., 516. ios Briefw. V 576. «Quasi salvo papatu, nostra doctrina salva esse possit» (carta del 26 de agosto: (Briefw. V 577). 109 «Ego paene rum por ira et indignatione. Oro autem, ut abrupta actione desinatis cum illis agere, ct redeatis» (iiriefw. V 629).

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afirmaciones son más rotundas, deseando manifestar por defuera una firmeza de fe que no tiene dentro. Esas tentaciones que le susurran al oído posibilidades de hallarse en el error, dudas de su misión profètica, se nos hacen patentes a través de ciertos resquicios de sus escritos. Así, mientras comentaba el salmo 11 7 en su soledad de Coburgo, dejaba escapar estas significativas palabras: «Más de una vez el diablo me ha atrapado por no pensar yo en el artículo capital (de la sola fid.es) y me atormentaba con sentencias de la Escritura; tanto que el cielo y la tierra se estrechaban angustiándome. Entonces las obras humanas y las leyes llevaban razón y en todo el papado no había error alguno. En suma, sólo Lutero había errado, y nadie más; todas mis mejores obras, enseñanzas, predicaciones y libros merecían la condenación» 109 *, Estas son las más graves tentaciones, decía; tentaciones diabólicas, a las que hay que resistir con toda el alma, refugiándose en la confianza en Cristo y en la palabra de la Escritura. Así se consuela a sí mismo y sabe consolar a los demás. Bellísima es la carta que el 5 de agosto dirige al canciller Gregorio Brück animándole a esperar en Dios en momentos de grave peligro. Dios no puede olvidarnos—le dice— ; porque ¿acaso no es suya nuestra causa y suya nuestra palabra? «Yo he visto recientemente dos milagros: el primero es que, mirando desde mi ventana, contemplé las estrellas en el fir­ mamento y toda la hermosa bóveda celeste, y no se veían pilastras en que el arquitecto hubiese apoyado la bóveda. Y , sin embargo, el cielo no se caía y la bóveda se mantenía firme. Pero hay algunos que buscan esas pilastras y de­ searían tocarlas y agarrarlas; y, no pudiendo, tiemblan y se estremecen, como si el cielo hubiese de caer por la sola razón de que ellos no ven ni tocan las pilastras... El segundo milagro es que vi grandes y gruesas nubes flotando sobre nosotros, con tanto peso que podían compararse con un inmenso mar, y no se veía ningún sostén en que se apoyasen o descansasen, ni tinaja alguna donde recogerla. Y, sin embargo, no se desplomaban sobre nosotros, sino que nos saludaban con su rostro agrio y huían. Cuando habían pasado, tanto el suelo como nuestro techo, que las habían sostenido, se iluminaban con el arco iris... Más bien parecía un espectro, como el que brilla a través de un cristal pintado..., tjue no un poderoso sostén... Y, sin embargo, ese ingrá­ vido espectro portaba el peso del agua y nos protegía. Todavía hay personas que miran más, ¡y tienen más consideración y miedo al grosor y peso de las nubes que a ese leve, vaporoso y sutil espectro; porque desearían sentir la fuerza que tiene; y, no pudiendo, temen que las nubes desatarán un eterno diluvio. »He querido bromear amigablemente con vuestra señoría, aunque escribo en serio, porque he recibido particular alegría al saber que vuestra señoría, más que nadie, conserva el buen ánimo y el corazón esforzado en medio de esta tribulación. Yo había esperado obtener al menos la pax politica; pero los pensamientos de Dios son mucho más altos que los nuestros... Esos viri 109* «Es hat mich der Teuffel etliche M al erwischt...» (WA 31,1 p.255-56).

La refutación católica oficial

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sanguinum no han llegado aún a la mitad de la obra comenzada... Nuestro arco iris es débil, sus nubarrones son poderosos, pero al fin se verá cómo suena. Dispense Vuestra Señoría esta mi cháchara y consuele al maestro Felipe y a todos los demás» 110. Así y en otras mil formas, con palabra encendida, restallante, iracunda, afectuosa o sarcástica, les amonestaba sin cesar. Hubo días en que les escribió cuatro y aun cinco cartas, derramando en ellas el caudal de fe y esperanza que atesoraba en su corazón: «Seriamente puse nuestra causa—le dice el 28 de agosto—en manos de Cristo, porque Cristo me prometió—y en El confío yo en todo caso—que nuestra causa es y será suya. Por eso, cuando veo que nuestros adversarios, desesperando de la fuerza, apelan al engaño, lejos de tener miedo, me enorgullezco, en la certeza de que, aun cuando nosotros nos aletarguemos ignominiosamente, El no deja de velar para su gloria. Jáctense ellos, si quieren, de que habéis concedido mucho, porque no entienden que ese conceder significa que les habéis negado lo más importante» m . L a refutación católica oficial

El día 3 de agosto se tuvo la sesión quinta de la Dieta, que empezó con unas palabras del conde palatino Federico, portavoz del emperador; seguid damente, en la misma sala gótica del palacio episcopal en que se había leído la Confessio Augustana—y también en el espacio de dos horas largas, según anotó J. Joñas— , el secretario imperial Alejandro Schweiss leyó la Respuesta a la confesión de Augsburgo, que era la refutación clara, serena y precisa de los 28 artículos melanthonianos. A fin de evitar toda apariencia polémica, los teólogos ni siquiera decían confutatio, sino simplemente Responsio 112. Siguiendo paso a paso los artículos de la Confessio, advierten en cada punto lo que allí hay de verdad o de error, admitiendo todo lo que concuerda con la Iglesia romana, aplaudiendo la reprobación de herejías, como el pelagianismo antiguo y moderno; aclarando las frases ambiguas, completando las aserciones insuficientes, señalando lo que les parece diametralmente opuesto al Evangelio, aduciendo siempre los textos bíblicos que están a su favor y de­ clarando falsas y calumniosas las acusaciones que, sobre todo en la segunda parte, se lanzan contra la Iglesia o contra sus instituciones 113. 110 Briefw. V 532-33. ni Ibid., 586 .

112 Responsio Augustanae Confessionis. Texto latino y alemán en C R 27,81-228. Y m ejor en T. K o l d e , Die Augsburgische Konfession (G otha 1911) 140-75. Texto sólo latino, incluyendo los arts. de la C onf Aug., no sólo en la redacción de 1530, sino tam bién en la variaía de 1540, en L e P l a t , Monument. II 337-440. Pocos días m ás tarde compuso Eck otra respuesta, que él llama Concordia, muy clara y breve, publicada por G. Müller, Johann E ck und die Confessio Augustana: QFIAB 38 (1958) 205-42 (p.225-39). Recalca los puntos de conformidad; por ejemplo: «Quoad fidem iustificantem attinet, rem non negam us... Nolum us autem coram rudi populo declamari sola fides iustificat» (p.226). «In articulo vicésimo de bonis operibus concordavimus, quod opera sint necessaria ad salutem ... Sed an debeant propterea dici m eritoria, discordant» (p.239). 113 U san frases como éstas: «Cum R om ana concordat Ecclesia». «Nihil est quod offendat». «Acceptatur». «Laudanturque principes quod dam nant Anabaptistas». O estas otras: «Sacris litteris adversatur». «Ex diám etro pugnat cum evangélica veritate». «Non potest citra fidei praeiudicium adm itti». Y refuerzan sus proposiciones con textos de la Escritura brevemente y sin ra­ zonamientos. Más largamente se extienden en la segunda parte, rechazando las acusaciones falsas y explicando lo que los protestantes llaman abusos con razones históricas y dogmáticas: «Male hoc dinumerari inter abusus». «Res profecto est admiratione digna, quod caelibatu sacerdotalem abusum vocant, cum e converso violatio caelibatus»... «Quidquid in hoc articulo ponitur de sacratissimo missae officio... approbatur; quidquid autem adiicitur..., reiicitur, quia D eum gra-

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Naturalmente, ni el emperador ni ningún príncipe católico pueden apro­ bar los abusos verdaderamente tales que se hayan introducido en la vida cristiana y en las instituciones eclesiásticas. Para terminar, el emperador, que hace suya esta Responsio, como expresión auténtica de fe católica, espera y desea que los protestantes retornen al seno de la Iglesia y acepten todos estos dogmas en unión con la cristiandad entera, communi christianitatis consensu. De lo contrario, piensen los príncipes y ciudades renitentes que con ello habrán dado motivo a la Majestad cesárea para obrar cual conviene a un em­ perador romano y cristiano, defensor y abogado de la Iglesia, que no está dispuesto a tolerar cismas en Alemania 114. Impresionados por esta decisión tajante del emperador, los protestantes pidieron se les entregase una copia del documento a fin de reflexionar madura­ mente y dar luego una respuesta. Cuando Carlos V les dijo que bien, pero que no habían de mostrarlo a otros, ni darlo a la imprenta, ni replicar por escrito, porque esto daría lugar a nuevas contrarréplicas y no se acabaría nunca la disputa, ellos rehusaron comprometerse y se mantuvieron en su actitud negativa. Lutero desde Coburgo atizaba el fuego de su resistencia, alentándolos a no fiarse de los hombres y a no darse por vencidos. Como Carlos V necesitaba de su ayuda para la guerra contra los turcos y, al igual que otros muchos católicos de la Dieta, deseaba echar mano de todos los medios pacíficos antes de tomar una resolución enérgica, se decidió el 6 de agosto a constituir una comisión de 16 miembros, formada por los elec­ tores Alberto de Maguncia y su hermano Joaquín I de Brandeburgo, por los delegados de Colonia, Tréveris y el Palatinado, por los obispos de Salzburgo, Spira y Estrasburgo, el noble caballero Jorge Truchsess de Waldburg, con­ sejero del rey Fernando; los duques Jorge de Sajonia y Enrique de Braunschweig y otros menos importantes. Reunidos el 7 de junio con los luteranos, el príncipe Joaquín I de Bran^ deburgo, orador elocuente de formación humanística (Cicero teutonicus), di­ rigió a éstos un discurso exhortándolos benignamente a la unión y a la obe­ diencia al emperador. Dos días más tarde respondieron por medio del canciller Brück lo siguiente: que se sentían ofendidos porque a las amonestaciones se juntaban las amenazas; que no habían sido suficientemente oídos por el em­ perador, el cual, además, no había querido entregarles la Responsio para la imprenta; que en conciencia no podían aceptar esa Responsio sin antes exami­ narla atentamente y que no se había tenido cuenta de lo prometido en Spira respecto a la convocación del concilio. La comisión católica respondió por boca del mismo Joaquín de Brandeburgo que no tenían por qué estar doloridos del tratamiento, pues no había habido tales amenazas y siempre se les había tratado afablemente como ami­ gos y parientes; que el césar les había oído con la mayor clemencia y les había preguntado si tenían algo más que añadir a la Confessio, y que, si no les había viter offendit, christianam unitatem laedit», etc. «Quod autem insinuant in Missa Christum non offerri..., om nino reiiciendum est». «Falsum etiam est, constitutiones Ecclesiae obruere praecepta Dei», etc. (D. C h y t r a e u s , Historia Augustanae Confessionis 173-214). 114 F. W. SCHIRRMa c h e r , Briefen und Acten 168; B. J. K i d d , Documents illustrative 294-95. Véase el juicio despectivo y burlón que los luteranos hicieron de la Defensio, «tanto acerbo ineptiarum sub titulo catholicorum dogm atum », en Briefw. V 533.

La vía de los coloquios

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permitido divulgar e imprimir la Responsio, era porque temía que abusasen de ella, como hicieron con el edicto de Worms, desfigurándolo, ridiculizán­ dolo y desacreditándolo en públicos sermones, con detrimento de la Majes­ tad imperial; que apelaban a la conciencia donde no había por qué, y, en cambio, no hacían cargo de conciencia del separarse de la unidad de la Iglesia, dando más fe a los apóstatas que a los Padres y concilios generales; y, en fin, que, en la cuestión del concilio, el emperador lo deseaba sinceramente, mas ahora parecía imposible convocarlo por el peligro de guerra de parte de los turcos y del rey de Francia; por otra parte, Lutero y los suyos no estaban dispuestos a obedecer a un concilio cuya autoridad menospreciaban 115. L a vía d e los coloquios

Esta tenaz resistencia de la minoría protestante a la voluntad del empera­ dor originó en los católicos una sensación de disgusto, de resquemor, de in­ tranquilidad. Empezaban a perder las esperanzas cifradas en la Dieta y en el prestigio personal de Carlos V. ¿Se vería éste necesitado a recurrir a la fuerza de las armas ? Y entonces, ¿quién podría prever la suerte de Alemania ? A entenebrecer el cielo de Augsburgo con peores augurios contribuyó la fuga clandestina del landgrave de Hessen. A l anochecer del día 6 de agosto, acompañado de unos pocos jinetes y con disfraz a fin de no ser conocido, Felipe el Macedón, sin permiso del emperador, abandonó la ciudad. Aquella misma noche corrió la noticia de boca en boca, sembrando alarmas e inquie­ tudes. Decían los luteranos que aquello era una deserción del Evangelio; temían los contrarios que hubiese ido a reclutar un ejército para atacar al casi inerme emperador, procurándose ayudas económicas de Suiza y de Francia I16. En realidad, aquella escapada se debía a que el landgrave había estrecha­ do aquellos días su vinculación jurídica (Burgrecht) con Zwingli y con Zurich, tan mal vistos de católicos y luteranos. Estos últimos desconfiaban de él, por­ que, si bien había firmado la Confessio Augustana, lo había hecho de mal talante, ya que no podía aprobar el artículo 10 y las veladas críticas de los zuinglianos. Carlos V se quejó al día siguiente de la mala voluntad del landgrave, que tentaba de disolver la Dieta, y para impedir la fuga de otros mandó que sus alabarderos reforzasen la vigilancia de las puertas de la ciudad. Algunos alar­ mistas lanzaron la sospecha de que el emperador iba a tomar medidas repre­ sivas, y un predicador zuingliano llegó a avisarles a los príncipes de Sajonia (padre e hijo) que Carlos estaba resuelto a apoderarse de sus personas; rumor increíble y absurdo, pero que movió a los interesados a tomar precauciones. Melanthon no se cansaba de encomiar la afabilidad, modestia, dominio de sí mismo, benignidad y demás virtudes del emperador. Este rogó a los, luteranos que no abandonasen la Dieta antes de llegar a un arreglo pacífico. En su afán de lograr a buenas la concordia, Carlos V aprobó el proyecto’ de formar una comisión de 14 miembros, siete protestantes y siete católicos, "5

J . C o c h l a e u s , Acta et comment.

*'22 «Valde reprehendim ur a nostris, quod iurisdictionem reddidimus episcopis» (Briefw. V 598). Véanse sus cartas a M . Alber (23 agosto), a V. Dietrich (29 agosto) y a J. Camerarius (31 agos­ to) (CR 2,302.328-334). 123 M elanthon a Lutero, 1 de septiembre: «Ante triduum finitum est colloquium nostrum . Noluimus enim condiciones de altera sacraraenti parte, de canone, de privatis missis, item de caelibatu recipere. N unc res iterum ad Im peratorem relata est» (Briefw. V 602). 1 2 4 Kilian Leib enumera 13 puntos que los protestantes se empeñan en sostener contra la Iglesia rom ana (Historiarum sui temporis 550). En otra form a las indica M elanthon en carta a Lutero (Briefw. V 563-64). La impresión de Campeggio el 13 de septiembre era por demás pesi­ mista: «Nihil boni sperandum ... D io volesse che non si fosse m ai trattato cosa alcuna, né venuta S. M tá. in Germ ania, né fatta questa D ieta per questa causa» (RQ 19 [1905] 149). 125 «Suas iactant assertiones Evangelio inniti, cum totus christianus orbis, ipsis dum taxat exceptis, eorum dogm a im probat ut Evangelio et fidei contrarium » (RQ 20 [1906] 63). La res­ puesta de Carlos V a los protestantes (7 septiembre) en F o e r s t e m a n n , Urkundenbuch II 391-97. 126 Die Bekenntnisschriften 141-404. La trad. alem ana de la Apología es de J. Jonas. Tam ­ bién en F o e r s t e m a n n , II 483 (latín), 531-98 (alemán). M ás adelante, esta Apología fue publicada como trabajo privado de M elanthon, y no tardó en entrar, como la Confessio, en el corpus de símbolos protestantes. Mencionemos de pasada la confesión de fe (Fidei ratio) que Zwingli m andó al em perador a principios de julio. Véase en Z w i n g l i , Sämtliche Werke VI,2 p.790-817. D e ella decía M elanthon: «Zwinglius misit huc confessionem impressam typis. Díceres simpliciter mente captum esse... L oquitur valde helvetice, hoc est, barbarissime» (Briefw. V 476-77). Las cuatro ciudades discrepantes de Lutero en la doctrina eucarístíca—Estrasburgo, Constanza, Memmin­ gen y Lindau—firmaron otra Confessio (Tetrapolitana), obra de Bucer y de C apíto ( F . K . M u e l l e r , Die Bekenntnisschriften 57-78).

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D ieta y « Confesión de Augsburgo »

D ecreto conclusivo de la D ieta

El 23 de septiembre, después de mediodía, el elector Juan de Sajonia, cabeza y protector principal del luteranismo, acompañado del príncipe Wolf-, gang de Anhalt, de Melanthon, Spalatino y otros teólogos sajones, abando­ nó aquella ciudad, en que había vivido casi cinco meses entre ansiedades y temores, confortado por las epístolas de Lutero y confesando su fe con tal firmeza, que mereció de sus correligionarios el sobrenombre de «el Constante». Evangelii confessores invictissimi rezaba la inscripción de una me­ dalla acuñada en Augsburgo con la imagen del elector y de su hijo. A l partir dejó en Augsburgo como plenipotenciarios suyos al Dr. Gregorio Brück y a tres magnates de su corte. El príncipe, su hijo, había partido antes. A l anochecer del 1 de octubre, el solitario Martín Lutero en el castillo de Coburgo recibía gozoso a su príncipe y a los wittenbergenses que venían de la Dieta. El 5 emprendieron el viaje de regreso, pasando por Altenburg. El 13 del mismo mes, el profeta de Alemania entraba en Wittenberg, donde le aguardaba su esposa Catalina y sus hijos, el fiel Bugenhagen y tantos otros amigos y colegas. Le aguardaba particularmente la cátedra de la Universidad, donde el 8 de noviembre reanudó sus lecciones sobre el Cantar de los Can­ tares, aunque, como él escribía, «corporalmente me siento débil y enfermo» 127. Cuando algunos días después tuvo noticia del Receso de la Dieta, escribió desengañado: «Todo el orbe miraba a estos comicios suspirando por la paz, y he aquí que, en vez de un pan, nos dan una piedra» 128. La Dieta de Augsburgo se había concluido sin haberse obtenido el fin primario por el cual había sido convocada. Estomagado el emperador de tantas deliberaciones infructuosas y de tanto perder el tiempo en propuestas y contrapropuestas, prorrumpió al fin en esta frase: «Basta de palabras y con­ sejos; mano fuerte es lo que hace falta». Lo cual regocijó al legado Campeggio, y no menos a los príncipes católicos, que formaron entre sí una liga de­ fensiva para el caso de ser atacados por los disidentes, e incitaron a Carlos á promulgar el Receso. El emperador les agradeció su lealtad, prometiéndoles que en defensa del Imperio él no escatimaría ni sus bienes ni su sangre. El Receso, o sea, el decreto conclusivo de la Dieta con todas las disposi­ ciones allí tomadas, que se convertían en ley del Imperio, se promulgó el 19 de noviembre 129. Prescindiendo de cosas que ahora no nos interesan, podemos resumir las ordenaciones relativas a la religión en esta forma: Las sectas—decía—que han surgido en Alemania después de la Dieta de W °rms en la ausencia forzosa del emperador, le movieron a éste a convocar la Dieta de Augsburgo, invitando benignamente al elector de Sajonia, al 127 Briefw. V 652. U no de los días que pasó en Altenburg, hospedado en casa de Spalatino (8-9 de octubre) según cuenta Mathesius, Lutero escribió el famoso verso «Pestis eram vivus, moriens ero mors tua, papa» (J. M a t h e s iu s , Historien 398; Tischr, 844 I 410). Verso Que repetirá después en diversas ocasiones. Cf. supra n.23. i « Briefw. V 700. 129 Neue und Vollständigere Sammlung der Reichstagsabschiede (Frankfurt 1797) II 306-32. R inaldi (Annal. a.1530 n.124-68) transcribe el texto latino del Decretum in recessu Comitiorum Augustensium; Foerstemann (II 715-20) trae el texto alemán incompleto.

Decreto conclusivo de la D ieta

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margrave de Brandeburgo, al príncipe de Anhalt, a los duques de Luneburgo, al landgrave de Hessen y demás protestantes a que expusiesen sus doctrinas para conferenciar sobre ellas y llegar a la unión y concordia religio­ sa. El emperador les oyó con la mayor clemencia y entregó la Confessio al estudio de «excelentes teólogos y varones literatos de diversas naciones, que la refutaron con argumentos de los evangelios y de toda la Sagrada Escritura». Ellos, sin embargo—el elector, los cinco príncipes ya nombrados y los repre­ sentantes de seis ciudades—, se negaron a someterse, como se negaron tam­ bién a aceptar el primer esbozo de este Receso. Se enumeran a continuación los errores que se han propagado por Alemania sobre la eucaristía, la misa, los sacramentos; se enumeran los abusos, blasfemias y violencias intolerables perpetrados por las autoridades protestantes en sus respectivos Estados, im­ poniendo por la fuerza sus ideas, prohibiendo la predicación católica, cerran­ do los conventos, confiscando los bienes de iglesias, monasterios y otras fun­ daciones, y desterrando la liturgia tradicional cristiana, con lo que desaparece la piedad del pueblo. Todo lo cual no sólo va contra el Evangelio y la Escri­ tura, sino también contra las antiguas costumbres, ritos y ceremonias de la Iglesia católica. En consecuencia, el emperador con los electores del Sacro Imperio y con los otros príncipes y Estados ordenan: i) Manténgase la religión antigua con sus ritos vigentes en la Iglesia ca­ tólica desde hace siglos; suprímanse todas las novedades religiosas; los que introdujeron dichas novedades en sus Estados deberán ponerse de acuerdo con el emperador y demás príncipes mientras no se reúna un concilio. 2) Predíquese en todo el Imperio, respecto a la eucaristía y a la comunión bajo las dos especies, la doctrina que el Espíritu Santo inspiró a la Iglesia católica y nada se inmute en la práctica hasta la decisión del futuro concilio. 3) Celébrense las misas cantadas o privadas con sus ceremonias y oraciones del canon, etc., como lo practicó hasta ahora loablemente la Iglesia católica. 4) Contra la doctrina y práctica de los anabaptistas, se han de bautizar los niños, e igual­ mente debe observarse la confirmación y la extremaunción de los moribundos. 5) Se han de conservar y venerar devotamente las imágenes de Cristo, de la Virgen María y de los santos. 6) Nadie predique ni enseñe el «error bestial» (error belluinus) e inhumano de los que niegan el libre albedrío. 7) Los reli­ giosos y sacerdotes seculares deben abstenerse de contraer matrimonio, y los que ya lo hayan contraído o vivan en concubinato perderán sus beneficios eclesiásticos y serán gravemente castigados. 8) Todos los bienes eclesiásti­ cos o monasteriales confiscados, vendidos ilegalmente o desamortizados debe­ rán ser restituidos a sus prístinos dueños. 9) Ningún predicador entre en oficio sin la aprobación de su prelado, ni predique doctrinas sediciosas, ni se aparte de lo que en este Receso se ordena, ni aparte al pueblo de la santa misa, de las obras buenas, de la devoción a la Virgen y a los santos, de las fiestas, ayunos y abstinencias, que deberán cumplirse como lo observa la Iglesia, mien­ tras el futuro concilio no decida otra cosa. 10) Como las tipografías han cau­ sado tanto mal, mandamos a todos los príncipes del Imperio, así eclesiásticos como seculares, que vigilen las imprentas de sus países, a fin de que en adelante no se impriman ni publiquen libelos infamatorios y pinturas o cosas semejan­

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D ieta y «.Confesión de A ugsburgo »

tes sin censura previa y sin nombre expreso del editor, n ) Los episcopados, las iglesias, los monasterios y otras fundaciones cuyos poseedores eclesiásticos hayan sido injustamente despojados y expulsados, sean restituidos a sus pri­ mitivos dueños, de modo que pueda restaurarse el ejercicio de los oficios li­ túrgicos con el canto y otras ceremonias; todo ello bajo pena de perder nues­ tro favor e incurrir en la proscripción del Imperio. 12) Los católicos que vi­ ven en países protestantes deberán ser 1 espetados y gozarán de la especial protección del emperador. Por fin, Carlos V, mirando por la reformación cristiana y la conservación de la fe, repite su promesa de procurar que el romano pontífice en un plazo de seis meses convoque en lugar oportuno un concilio general católico, que se celebrará lo más tarde al cabo de un año de la convocación. Entre tanto, el edicto de Worms permanecerá en todo su vigor; si alguno persistiera en violar­ lo, el fiscal de la Corte de justicia procederá legalmente contra él. «Firmaron este Receso de la Dieta el emperador, el rey D. Fernando, su hermano; treinta príncipes eclesiásticos y seglares, veintidós abades, treinta y dos condes y treinta y nueve ciudades francas» 13°. En vano los protestantes pidieron el 2 de noviembre que no se publicase la parte del Receso tocante a la religión, prome­ tiendo, en cambio, su generoso auxilio en la guerra contra los turcos. El em­ perador les contestó con palabras tan firmes como corteses 131. Desilusión final

Nunca hasta entonces se habían aproximado tanto las dos posiciones, ca­ tólica y protestante, con vistas a un acuerdo pacífico. De una y otra parte se procuró abandonar las actitudes rígidas y extremistas. Los luteranos, vién­ dose obligados a luchar contra el ala izquierda protestante, formada por Zwingli, los sacraméntanos y los anabaptistas, se habían inclinado—al menos aparentemente—hacia el centro, o sea, a posiciones más tradicionales y menos violentas. Los católicos, influenciados por el irenismo de Erasmo y de otros reformistas, dejaban la extrema derecha para tomar actitudes conciliativas, y ponían sus esperanzas en un amistoso coloquio religioso. Colmaba las ilusiones el hecho de que el colocutor del bando contrario no había de ser Lutero, siempre irreductible y monolítico, sino el dúctil y concilia­ dor Melanthon. / Más de tres meses duraron, como hemos visto, las conferencias, los diálo­ gos, las deliberacioáes, bajo la mirada alentadora de un emperador amado y admirado por los dos partidos. Y, sin embargo, la unión no pudo realizarse; los coloquios se demostraron estériles y absolutamente ineficaces. ¿Por qué? Porque, de una parte, los protestantes no tanto pretendían un acuerdo doctrinal cuanto un decreto de tolerancia que les permitiese conser­ var todos los hitos hasta ahora conquistados; de otra, los católicos se engaña­ ban ingenuamente creyendo que todavía era posible la vuelta de los disidentes al seno de la Iglesia romana. De una y otra parte eran las concepciones dogmá­ ticas ran radicalmente contrarias, que, por mucha buena voluntad que hubiese de

130 P. d e S a n d o v a l , Historia del emperador 410. 131 L a p e t i c i ó n d e l o s p r o t e s t a n t e s , e n F o e r s t e m C a r l o s V (11 d e n o v ie m b r e ) , i b i d ., 811-12.

ann,

Urkundenbuch II

7 9 4 -9 6 ; l a r e s p u e s t a

D esilusión final

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en todos, lo único que podían conseguir era olvidar por un momento las di­ ferencias, disimularlas diplomáticamente, acercarse entre sí lo suficiente para sentarse un día amistosamente en torno a una mesa, mas no establecer una doctrina común para ilustrar la fe y para ordenar la vida religiosa de los pue­ blos. Con más claridad que Melanthon, que Erasmo y que el mismo Carlos V contemplaban las cosas Lutero desde Sajonia y Clemente VII desde Roma. Por eso, ni uno ni otro confiaban en el diálogo, ni siquiera en un concilio ecu­ ménico. La Dieta de Augsburgo puso en evidencia que el Imperio se desgarraba irremediablemente. Para Carlos V fue una gran desilusión y un profundo do­ lor. Se desmoronaban todas las esperanzas que había cifrado en aquel Reichstag, donde su mano hábil y poderosa había pretendido coser los retazos deshilaclia­ dos del viejo manto imperial. El emperador del Sacro Imperio no podía tole­ rar cisma alguno. Y como la vía del concilio en orden a la unión religiosa le parecía muy problemática, no vio otro recurso que el de la guerra. En caso de tener las espaldas bien guardadas, no le sería muy arduo ven­ cer en el campo de batalla a los novadores y quitarles sus principados al elector de Sajonia y al landgrave de Hessen, pero los jenízaros del sultán estaban pron­ tos a asaltarle por el este, mientras el rey de Francia se escondía, como un tigre en acecho, tras las fronteras del oeste. El Habsburgo no podía contra todos si no tenía una Alemania perfectamente sometida a su mandato; y, como no era hombre que precipitase sus decisiones, prefirió aguardar y prepararse para mejor coyuntura 132. Es cierto que la última decisión de la Dieta de Augsburgo fue durísima contra todas las sectas protestantes, incluso contra el luteranismo de Sajonia, suavizado por Melanthon. Pero, en último término, puede decirse que allí triunfó la minoría protestante, porque se mantuvo indómita, sin doblegarse a la ley del Imperio, y persistió en rechazar los edictos de Worms y de Augsbur­ go. Su fuerza estaba en la ayuda militar que podía prestar—o negar—al em­ perador. En esta Dieta de Augsburgo, en que los príncipes católicos aparecieron como vencedores, esos mismos tuvieron necesidad de unirse y confederarse en una liga político-religiosa a fin de defenderse contra posibles ataques de la parte contraria. Y el contragolpe protestante será Esmalcalda. 132 « S e h i z o e n e s t a D i e t a lo q u e h u m a n a m e n t e s e p u d o h a z e r , q u e d a n d o e s p e r a n z a d e h a z e r m á s e n o t r a y e n e l r e m e d i o d e l c o n c ili o g e n e r a l » ( P e r o M e x í a , H istoria del emperador 5 7 3 - 7 4 ) .

C

a p í t u l o

12

S O M B R A S D E M U E R T E Y D E G U E R R A . E S C R IT O S D E L U T E R O . L I G A D E E S M A L C A L D A ( 1 5 3 1 ) . T R E G U A D E N U R E M B E R G ( 15 3 2 )

Empezaremos este capítulo echando una mirada a las víctimas que en los años 1530-34 sucumbieron en torno a Lutero, y que le arrancaron lágrimas de dolor o gritos de exultación. Ya en 1528 había visto la sombra de la muerte que penetraba en su hogar para arrebatarle de la cuna a su hijita Isabel (Elisabethula) cuando ésta inicia­ ba sus primeras sonrisas. Al año siguiente fue el propio Martín quien se deba­ tió con la misma muerte, según vimos. Y quedó malherido para siempre. Enfermedad y muerte de Hans Luther

Hallábase en la soledad de Coburgo cuando recibió una carta de su amigo y pariente Juan Reinicke participándole la triste nueva de que su anciano pa­ dre, Hans Luther, había dejado de existir en Mansfeld. Pocos meses antes, al tener noticia de su grave enfermedad, encargó el Dr. Martín a su sobrino Ci­ ríaco Kaufmann, que estudiaba en Wittenberg, llevase en propias manos has­ ta Mansfeld la siguiente carta: «Querido padre: Me ha escrito mi hermano Jacobo que estáis gravemente enfermo. Como ahora (en febrero) el aire es malo y a causa del tiempo hay pe­ ligros en todas partes, me siento preocupado por vos. Porque, si bien es verdad que Dios os ha concedido hasta ahora firme y robusta complexión, vuestra edad avanzada me trae pensamientos de inquietud... Con muchísimo gusto hubiera ido yo personalmente a visitaros, pero me lo han disuadido y desacon­ sejado mis buenos amigos; y yo mismo opino que no debo tentar a Dios po­ niéndome en camino, pues ya sabéis cómo me quieren los señores y los cam­ pesinos. Sería de mucho gozo para mí que, si fuera posible, vinierais acá vos y mi madre; mi Catalina lo desea con lágrimas, como todos nosotros. Creo que os prestaríamos la mejor asistencia posible. Por eso os he enviado a Ciríaco, para ver si eso es posible a pesar de vuestra debilidad. Sea cual fuere la vo­ luntad divina para con vos respecto de la vida, yo desearía de todo corazón, como es justo, hallarme corporalmente junto a vos, y, conforme al cuarto mandamiento, testificar a Dios y a vos mi gratitud con filial amor y servicio. »Desde el fondo de mi corazón, yo pido al Padre, que me dio a vos por pa­ dre, os dé fortaleza por su infinita bondad y os ilumine con su Espíritu y os conserve, a fin de que reconozcáis con gozo y acción de gracias la sagrada doc­ trina de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a la cual habéis sido llamados y ha­ béis venido por su gracia, saliendo de la horrible tiniebla del error... »Que en vuestra flaqueza se mantenga el corazón alegre y consolado, por­ que tenemos allá, en la vida junto a Dios, un fiel y seguro auxiliador, Jesucristo, que por nosotros agarrotó a la muerte y a nuestros pecados, y se sienta ahora entre todos los ángeles, mirándonos y cuidando de que nosotros no tengamos

E nferm edad y muerte de H ans Luther

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miedo ni temor de caer y de hundirnos en el abismo. Tan grande es su poder sobre la muerte y el pecado, que éstos no podrán nada contra nosotros; y él es tan entrañablemente fiel y piadoso, que no nos abandonará con sólo que nosotros lo deseemos sin dudar... »Esta vida, sobre la que pesa la maldición divina, no es otra cosa que un valle de lágrimas; y cuanto más vive uno, tanto más ve y experimenta pecados, maldades, penas y desgracias... Yo os encomiendo a Aquel que os tiene más amor que vos mismo, y lo ha demostrado tomando sobre sí vuestro pecado y pagándolo con su propia sangre... Que este querido Señor y Salvador sea con vos y en vos a fin de que podamos vernos de nuevo alegremente sea aquí o allí, pues nuestra fe es cierta, y no dudamos de que dentro de poco nos veremos en Cristo... »Mi Catalina, Juanito, Magdalenita, tía Magdalena y toda mi casa os salu­ dan y oran fielmente por vos. Saludos a mi querida madre y a todos los amigos. La gracia y la fuerza de Dios permanezcan con vos eternamente. Amén.— Wittenberg, 15 de febrero de 1530.—Vuestro querido hijo Martín Lutero» *. Se le moría el padre a nuestro Martín, y éste no se atrevía a hacer un viaje de cien kilómetros por tierras casi enteramente luteranizadas. El enfermo vivió todavía tres meses y medio. En un ambiente saturado de luteranismo, donde el pueblo y los sacerdotes habían abrazado con entusiasmo las nuevas doctrinas predicadas por el hijo del minero, no es de maravillar que también el viejo Hans siguiera la corriente. ¿Y podía hacer otra cosa un hombre inculto como él; incapacitado para distinguir los dogmas antiguos de los re­ cientes y que probablemente no veía en la religión anunciada por su hijo más que un aligeramiento de los preceptos eclesiásticos y un cambio apenas per­ ceptible en el culto divino? El seguiría asistiendo todos los domingos a la fun­ ción eucarística, que ahora se llamaba cena en vez de misa, y, probablemente, comulgaría más a menudo que cuando era joven. Es verdad que en el nuevo cristianismo los curas se casaban; pero eso no parece que le escandalizase mu­ cho, porque él mismo se lo aconsejó en 1525 a Martín, si hemos de creer a éste. Por eso es muy creíble la siguiente anécdota: cuando llegaron a Mansfeld las letras consolatorias de su hijo, fue el párroco o pastor de la ciudad quien se las leyó, y, acabada la lectura, le interrogó si creía en lo que había oído, a lo que el enfermo respondió: «¡Anda! Si yo no lo creyese, obraría como un bri­ bón» 2. La noticia de la defunción vino a conocimiento de Lutero el 5 de junio. Apenas echó una ojeada a la carta de Mansfeld, volvióse a su fámulo o secre­ tario, Dietrich, diciendo: «Mi padre ha muerto». E inmediatamente tomó el salterio y se encerró en su cuarto para llorar a solas. Aquel mismo día escribió desde Coburgo a Melanthon y a W. Link. A éste le manifestaba su tristeza por la muerte «del viejo Lutero, queridísimo y dulcísimo..., por medio del cual Dios me dio la vida y la educación» 3. 1 Briefw. V 239-41. 2 «Ei! W enn ich das nicht gleubt, so thet ich ais ein Schalckh» (Tischr. 1388 II 81). El párro­ co de M ansfeld era entonces M artín Seligmann; pero piensa Kostlin, con otros, que quien le leyó n lln n s l.uther la carta fue Miguel Coelius, predicador del conde Alberto. •' Briefw. V 349.

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Y a Melanthon: «Hoy me ha escrito Juan Reinicke que mi queridísimo pa dre Hans Luther, el viejo, ha dejado esta vida en la mañanita de la dominica Exaudí (29 de mayo). Esta muerte me hace entregarme al llanto, acordándome no sólo de su persona, sino de su caridad suavísima, porque el Creador me dio por él cuanto soy y tengo; y, aunque me consuela lo que me escriben, que se durmió suavemente con firme fe en Cristo, sin embargo, la compasión y la memoria de su dulcísimo trato sacudieron en tal forma mis entrañas, que acaso nunca desprecié la muerte como ahora... Ahora le sucedo en la herencia del apellido, siendo casi el más viejo de la familia... La tristeza me impide es­ cribir más largo. Es digno y piadoso que llore, como hijo, a tal padre, por quien el Padre de las misericordias me trajo a la vida y con cuyos sudores me alimen­ tó y formó tal como soy. Me alegro de que él haya vivido hasta estos tiempos para ver la luz de la verdad. Bendito sea Dios en todas sus obras y designios eternamente. Amén»4. Carta a la madre moribunda

Al año justo de morir el padre de Martín Lutero, falleció también su ma­ dre Margarita. Muy poco sabemos de esta mujer silenciosa, honesta, resignada, un poco triste, que apenas figura como una leve sombra fugitiva en la vida dramática y resonante de su hijo. Su nombre era Margarita. ¿Y su apellido? Probablemente, Ziegler, aunque, como dijimos al principio, algunos autores la llaman Lindemann. Afortunadamente, conservamos la carta que Martín le dirigió diez días an­ tes de su muerte, acaecida en Mansfeld el 30 de mayo de 1531. No es una epístola familiar que rezume ternura; parece más bien un sermón acerca de la enfermedad, castigo de Dios, y la fe en el Salvador y la certeza de la resurrec­ ción. Pero no faltan algunos párrafos de acento más personal, que aquí tradu­ cimos: «Gracia y paz en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Amén. Mi amadí­ sima madre: Por unas letras de mi hermano Jacobo he sabido de vuestra enfer­ medad, y lo siento en el alma, particularmente, porque no puedo corporalmente estar junto a vos, como sería mi deseo; con todo, yo me presento ahí corporal­ mente por esta carta con todos los nuestros y no quiero estar alejado espiritual­ mente de vos. Aunque espero que vuestro corazón ha recibido ya larga y abun­ dosamente las enseñanzas necesarias y tiene dentro de sí (gracias a Dios) su palabra consoladora y además está bien provista de predicadores que os con­ suelen, todavía quiero yo hacer lo que es mi deber y lo que me toca como a hijo vuestro, reconociéndoos por madre mía, pues así nos ha hecho a entram­ bos nuestro Dios y Creador con mutuos deberes; así acrecentaré yo el número de vuestros consoladores». Tras estos cumplimientos introductorios viene una especie de prédica, no muy larga es verdad, pero toda salpicada de textos bíblicos, que difícilmente entendería la moribunda, a quien se le exhorta a confiar, porque Cristo es «el Vencedor, el verdadero Héroe que nos da la victoria». Y termina con unos 4 I b id ., 351.

Decae la salud de M artín

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flechazos a la religión en que había sido educada la pobre anciana, ya próxima a la muerte. «Con tales palabras y pensamientos y no con otros, querida madre, debe ocuparse vuestro corazón; dad gracias a Dios de que os haya traído a este co­ nocimiento y no os haya dejado hundida en el error papista, en el que nos en­ señaron a fundar nuestra confianza en las propias obras y en la santidad mo­ nacal, y a considerar a nuestro Salvador, que es la única consolación, no como consolador, sino como cruel juez y tirano, de modo que huyéramos de él hacia María y los santos y no pudiéramos recibir de él gracia y consolación. Pero ahora sabemos otra cosa... Cristo no es el hombre que nos acusa y amenaza, sino el que nos reconcilia...; amado salvador, dulce consolador, fiel obispo de nuestras almas. Digo, pues, que a este conocimiento os ha llamado Dios por su gracia, y tenéis como garantía su sello y sus letras, o sea, el Evangelio, el bautismo y el sacramento (eucarístico)... Que el Padre y Dios de toda conso­ lación, por su santa palabra y espíritu, os conceda una fe firme, alegre y agra­ decida a fin de que podáis superar esta aflicción y cualquier otra... Y con esto yo encomiendo vuestro cuerpo y alma a su misericordia. Amén. Ruegan por vos todos vuestros hijos y mi Catalina. Unos lloran; otros dicen al comer: 'La abuela está muy mala’ . La gracia de Dios sea con todos nosotros. Amén. Sába­ do después de la Ascensión del Señor, 1531. Vuestro querido hijo Martín Lutero» 5. ¿Hubo alguien que le leyese esta carta a la moribunda? Sólo sabemos que Margarita entregó su alma a Dios el día 30 de mayo. Decae la salud de Martín

La salud de Martín no era buena. Con el fin de recrearse un poco, se retiró unos días del otoño de 1531 a la casa que el mariscal hereditario de Sajonia (Erbmarschall), Juan Lóser, poseía en Pretsch, orillas del Elba. Pensando que el aire fresco y el movimiento corporal le aliviarían los zumbidos y dolores de cabeza, acompañó a aquel alto cortesano, gran amigo suyo, en algunas partidas de caza. Pero Martín, que estimaba la montería como «ocupación verdadera­ mente digna de un hombre ocioso» y «agridulce diversión de los héroes», no •sabía cazar sino en los campos del espíritu. Así, mientras iba con su amigo y protector en la carroza, «hice yo—le dice—mi caza espiritual, y empecé a co­ mentar el salmo 147, Lauda, Ierusalem, que fue para mí la más placentera y noble de todas las cacerías» 6. Lo concluyó en diciembre y se lo dedicó al ilustre mariscal, de cuya genero­ sa hospitalidad disfrutó el Reformador de Wittenberg en diversas ocasiones. No debió de mejorar mucho su salud, porque a principios de enero pre­ sentía la inminencia de un fuerte ataque. Este le sobrevino el día 22 de aquel mes por la mañana. Empezó por un tremendo rimbombo en los oídos, al que siguió gran debilidad del corazón. Llamó en seguida a Melanthon y Veit Dietrich—éste es quien lo refiere—a fin de distraerse un poco con su con­ versación. Hablaban los dos amigos de la alegría que sentirían los católicos ’ Ib id ., VI 103-105. 6 W A

3 1 ,1

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cuando supiesen la muerte de Lutero; pero éste, al oírles, alzó su cabeza del lecho, exclamando: «Yo no moriré ahora; lo sé cierto, porque Dios no puede confirmar con mi muerte la abominación papística después de la muerte de Zwingli y Ecolampadio». No alimentaba tantas esperanzas el médico allí pre­ sente, quien, después de examinarle la orina, declaró que de un momento a otro le podía venir un ataque apoplético, del que difícilmente escaparía 7. No pudiendo conciliar el sueño por el fuerte zumbido interno, decía que le parecía como si estuviese oyendo el campaneo de las torres de Halle, Leip­ zig, Erfurt y Wittenberg 8. Llegó a desesperar de sus fuerzas físicas, pero ya el 13 de junio estaba en plena convalecencia poi virtud, según creía, de las oraciones de sus amigos 9. L a muerte de Zwingli

En octubre de 1531 tuvo lugar la muerte trágica de Zwingli. El profesor de Wittenberg no pudo menos de alegrarse, viendo en ello la mano justiciera de Dios. Los manejos político-religiosos del reformador suizo, y mucho más sus teorías sacramentales, disgustaban y encolerizaban al reformador alemán, sobre todo desde que Zwingli conquistaba para su evangelio a Estrasburgo, Constanza y otras ciudades de la Germania superior e influía fuertemente sobre el landgrave de Hessen. Desde 1528, Ulrico Zwingli era el árbitro religioso y aun político de Zü­ rich, y contaba con la adhesión de Berna, St.-Gallen, Biel, Mühlhausen, Basilea, Schaffhausen. Frente a esta liga evangélica, los cantones católicos de Lucerna, Uri, Schwytz, Unterwalden y Zug, a los que luego se agregaron Friburgo y Valais, constituyen la Unión Cristiana (22 de abril de 1529), bajo la protección de Fernando de Austria. El intento de unirse los zuinglianos con los luteranos fracasa rotunda­ mente en Marburgo, según vimos. Pero Zwingli procura unirse estrechamen­ te con Felipe de Hessen, y juntos planean una gran confederación europea contra los Habsburgos, en la que debían entrar, con Zürich y Berna, varios príncipes y ciudades alemanas, Francia, Dinamarca, Inglaterra, Venecia, la Hungría de Zapolya y el mismo sultán turco. Mientras el ambicioso landgrave recluta aliados contra el emperador, Zwingli escribe a uno de sus adeptos que predicaba en Ulm: «¿Qué tiene que ver Alemania con Roma?... Considera aquel cantar: E l papado y el Im­ perio — los dós dependen de Roma. Como si no fuera bastante el haber enga­ ñado al orbe cristiano durante tantos siglos con artimañas ultraproditorias..., han añadido la maldad de levantar al supremo fastigio a un joven español supersticioso y hombre inexperto, que ni puede escuchar a los alemanes, por ignorancia del lenguaje, ni responder a sus deseos» 10. El 13 de febrero de 1531, Zwingli prohíbe a Zürich el comercio con los 7 Tischr. 157 I 75. En febrero de 1532 escribía desde Torgau: «Ante prandium ego quotidie m orior vertigine et vexatione Satanae, ut fere desperem de vita» (Briefw. VI 269). 8 Tischr. 2437 II 463. 9 Briefw. VI 318. 10 Z w i n g l i , Sämtliche W erke X I 157; del 26 de septiembre a C onrado Sam.

La muerte de Z w in g li

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cantones católicos, imposibilitando a éstos todo avituallamiento en Suiza, y atiza de mil maneras el fuego de la guerra, esperando que toda la confedera^ ción helvética acate su dictadura religiosa. Los cantones católicos concentran sus tropas junto a Zug el 9 de octubre y pasan la frontera zuriquesa. A Zwingli, que tanto soñaba en guerrear, le pilló el ataque de sorpresa, y de los 4.000 hombres que tenía a su disposición, apenas pudo recoger 1.500 para lanzarlos al combate. Otro segundo contin­ gente casi igual no le dio fuerzas bastantes para resistir a la impetuosa aco­ metida de los 8.000 católicos, que además habían sabido situarse en las mejo­ res condiciones topográficas. Era el n de octubre de 1531 cuando se riñó la sangrienta batalla de Kappel, en la que Ulrico Zwingli, espada al cinto, alabar­ da en mano y casco en la cabeza, cayó dos veces herido y otras tantas se alzó, peleando valerosamente; a la tercera no pudo levantarse. Todavía alentaba cuando llegaron los enemigos, que le invitaron a confesarse. El lo rehusó, y un capitán de las milicias de Unterwalden le dio el golpe mortal. Un tribunal militar ordenó que su cuerpo fuese descuartizado por traidor a la confedera^ ción helvética; luego fue entregado a las llamas por hereje. Un historiador protestante hace las siguientes consideraciones: «También al hijo más grande de Suiza le tocó en suerte el fin trágico de los héroes de la historia. Con mucha razón han sido notadas en él numerosas y estridentes contradicciones entre una casi moderna libertad de pensamiento y un repe­ lente rigorismo en la práctica. En él se encuentran Renacimiento y Reforma, humanismo y teocracia, amor a la confederación helvética y a la palabra di­ vina. Personalmente sabía conciliar estos contrastes en una unidad más alta. Del mismo modo que en su cielo no había sitio para el papa romano, pero sí para Sócrates y Arístides, Catón y Escipión, Heracles y Teseo, así él vivía en la firme persuasión de que no era posible que la confederación helvética su­ friera detrimento con la instauración general de la palabra divina. Su último intento de poner al servicio de un ideal democrático la realidad, le condujo a las más graves complicaciones y desengaños; pero expió noblemente la culpa de la catástrofe»11. Pocas semanas después, en la noche del 24 al 25 de noviembre, moría inesperadamente en Basilea Juan Ecolampadio, el auxiliar más importante de Zwingli. Martín Lutero dijo un día que Zwingli y Ecolampadio, al querer volar como dueños por el cielo de la Escritura, habían caído, quemadas las alas, igual que Faetonte e Icaro 12. Y Ecolampadio, que al principio era bueno, después concibió odio diabólico contra Lutero y murió en sus pecados 13. «Vemos—escribía el 3 de enero de 1532—que el juicio de Dios se repite. Primero en Münzer, ahora en Zwingli. Yo fui profeta al predecir que Dios no toleraría mucho tiempo esas rabiosas y furiosas blasfemias» 14. «Zuingli esgrimió la espada, y le han dado su merecido, porque Cristo 11 F . v. B e z o l d , Geschichte der deutschen Reformation 635-36. En la jefatura puram ente re­ ligiosa de Zurich le sucedió, con título de antistes, Enrique Bullinger (1504-75). 12 Tischr. 232 I 98. 13 W A 54,143; Tischr. 101 I 38; 6874 VI 245. H ¡iriefw. VI 246.

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ha dicho: E l que empuña la espada, a espada perecerá. Si Dios le ha concedido la bienaventuranza, lo ha hecho extra regulam» 15. «Zwingli ha muerto como un asesino» 16. Muere el elector de Sajonia

No tenía el luteranismo más firme y poderosa columna en el Imperio ni un príncipe más devoto y adicto al teólogo de Wittenberg que el elector Juan de Sajonia. Y también éste fue arrebatado por la muerte en 1532. Lutero lo amaba sinceramente y gozaba de su familiaridad y de su protección desde los días en que Juan ejercía la corregencia con su hermano Federico. A él y a sus cortesanos se debía, en gran parte, la organización pastoral y administra­ tiva de la Iglesia luterana, a la cual miraba como propia y en la que nada se hacía sin su consentimiento. Por su benignidad, moderación y prudencia era muy estimado de todos, incluso del emperador. Por una dolencia en el pie, quizá de tipo gangrenoso, tuvo que someterse a una operación quirúrgica en febrero de 1532. Presintiendo no lejano su fin, el 2 de aquel mes hizo donación perpetua a Lutero, a su mujer y descendien­ tes del «monasterio negro», en que ya vivían, con su corraliza y jardín. Lutero lo visitó repetidas veces en su palacio de Torgau, agradeciéndole sus favores, consolándole espiritualmente y animándole a perseverar en aquella fe que tan decididamente había confesado en la Dieta de Augsburgo. Notando en la última cacería que los venados no se le ponían a tiro, como otras veces, manifestó su extrañeza ante Lutero, el cual, humorísticamente, le respondió: «Sin duda que no reconocieron a su príncipe». El 13 de agosto se dirigió a Sweinitz. Preparaba una partida de caza cuando el 15 por la tarde un repentino ataque, al parecer de apoplejía, lo puso a las puertas de la muerte. Llamado Lutero con urgencia, salió rápidamente de Wittenberg acompañado de Melanthon y del médico Agustín Schurf. Cuando a la mañana siguiente llegaron a la cabecera del enfermo, éste agonizaba ya sin conocimiento. Murió tras una agonía de doce horas, sin que ningún pariente suyo se hallara pre­ sente. Su hijo Juan Federico había partido seis días antes para recrearse en Coburgo. Según Lutero, el elector Juan era un hombre de constitución muy robusta; en sus últimas horas sufría tanto, que a veces rugía como un león. Trasladado el cadáver a Wittenberg, fue enterrado el 18 de agosto, a las siete de la mañana, en la Schlosskirche, o colegiata de Todos los Santos, junto a su hermano Federico. Melanthon pronunció la oración fúnebre y Lutero tuvo un sermón al pueblo 17. Las campanas de Wittenberg doblaban a difuntos con son de dolor. «Can­ tan las campanas, cantan—decía Lutero—, pero muy diversamente de otras veces»18. Como el cadáver empezaba a corromperse, se hicieron los funerales y la sepultura con tanta celeridad, que ni siquiera se aguardó a que viniera el príncipe heredero. Tischr. 1451 II 103. 16 Ibid., 1793 II 216. 1 7 El sermón de Lutero en W A 36,237-54. Casi todos los datos sobre la m uerte del elector, en Tischr. 2607 II 542-43; W A 48,500. ♦18 Tischr. 1738 II 197. 15

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Juan Federico, el nuevo elector, hizo su entrada en Wittenberg el 4 de septiembre con una escolta de 200 jinetes. El Dr. G. Brück, como canciller, pronunció un discurso delante de toda la Universidad. Contestóle el Dr. Wolfgang Reissenbusch. El príncipe convidó a todos a comer. De sobremesa, Lutero y Melanthon refirieron las últimas noticias: que Solimán había ar­ mado un ejército de 200.000 turcos, pero que Carlos V marchaba a su en­ cuentro con otro de 150.000, compuesto de tropas selectísimas, uno de cuyos más insignes capitanes era el célebre Antonio de Leiva. «¿Quién iba a esperar—exclamó Lutero— que el césar podría reunir tan poderoso ejército?» «Tenemos un gran emperador, que ha unido bajo su cetro las dos fortísimas naciones de España y Alemania. Dios le otorgue la victoria... El papa, el rey de Francia, el de Inglaterra, los venecianos, traman asechanzas contra nuestro emperador; por eso necesita mucho de la oración de los buenos. Dios le ayudará, porque es sincero y no tiene sed de sangre» 19. Los datos no eran del todo exactos, pero reflejaban la ansiedad de los alemanes en aquellos momentos difíciles, en que la Media Luna amenazaba cercar a Viena y saltar sobre Alemania. Martín Lutero, aunque dolorido por la muerte de Juan de Sajonia, estaba contento del nuevo elector, Juan Federico, a quien él había educado religio­ samente. Alababa en este príncipe la fe cristiana, el amor a la palabra de Dios, la solicitud por las escuelas y por las iglesias, el no blasfemar, el tra­ bajar «como un burro»; sólo le reprochaba el afán de construir edificios y la inmoderación en la bebida, aunque sin emborracharse, porque tenía mucha resistencia. Era más expeditivo y enérgico que su padre, y también más de­ cididamente hostil a los Habsburgos; por eso mismo, más fácil de ser indu­ cido por sus cortesanos a enzarzarse en una guerra de religión 20. Nuevos escritos de Lutero

Pese a todos sus achaques y enfermedades, aquel infatigable trabajador no abandonaba la cátedra, ni desertaba del púlpito, ni dejaba en paz la pluma y las imprentas. De este tiempo son la virulenta Glosa del edicto de Augsburgo, las lecciones sobre los salmos graduales y otros salmos, sobre los profetas Oseas, Miqueas y Joel, la invectiva contra el asesino de Dresde, la amonesta­ ción a sus queridos alemanes, el libro contra la misa y la consagración sacer­ dotal, el gran comentario a la carta a los Gálatas y otros escritos que examina­ remos en el capítulo siguiente. Apenas llegó a sus manos el edicto o Recessus de la Dieta de Augsburgo, ■que debió de ser el 7 de mayo de 1531, aunque indirectamente lo conocía mucho antes, redactó una Glosa del supuesto edicto imperial 21, protestando que no quería atacar a «la Majestad imperial u otra autoridad», sino a los traidores y malvados—sean eclesiásticos, sean príncipes seculares—que bajo el nombre del emperador se proponían ejecutar sus criminales y desesperados propósitos. Blanco de sus tiros eran «el papa Clemente VII, el bribón de los bribones, y su servidor Campeggio». i» Ibid., 6265 V 564-65. 20 Ibid., 5137 IV 680-81; G. M e n t z , Johann Frivdrich der Grossmüíige. 1503-34 (Jena 1903). 21 Attj'f das vermeynt keiserllch Edict... Glossa: WA 30,3 p.331-88.

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Con furor elocuente y a ratos procaz, alza su voz contra las calumnias que ha sufrido en la Dieta la doctrina evangélica en varios artículos. Se fija par­ ticularmente en «el artículo capital de la fe cristiana, a saber, que la fe sola y sin obras salva al hombre», ni siquiera mencionado en el edicto. «¿Y qué podían entender de tan alto y santo artículo esos cochinos doctores ( Sew lehrer), si no pueden soportar los más insignificantes, por ejemplo, que todo varón debe desposarse con una mujer, y toda mujer unirse a un varón?... Sería lástima que esos locos, bestias y cerdos asquerosos oliesen la fragancia de esta nuez moscada; cuánto más que la comiesen y gustasen» 22. «Así, digo yo, el Dr. Martín Lutero, evangelista indigno de nuestro Señor Jesucristo, que este artículo (de la fe sola) deben dejarlo estar y no tocarlo ni el empe­ rador romano, ni el sultán turco, ni el de Tartaria, ni el papa, ni los cardena­ les, obispos, curas, príncipes, señores y todo el mundo con todos los de­ monios» 23. Siguen frases audaces sobre el desenfreno del alto clero, y, al tocar el punto de la restitución de los bienes de la Iglesia, ataca a los príncipes cató­ licos, que también roban y se apropian monasterios e iglesias, particular­ mente Alberto de Maguncia, Fernando de Austria, Jorge de Sajonia, los du­ ques de Baviera. Y a los que reconocen abusos en el papado, mas no quieren que la reforma venga de este rincón de Wittenberg, les responde: «Yo, el Dr. Martín Lutero, fui llamado y compelido al doctorado por pura obediencia, no por deseo pro­ pio. Entonces prometí y juré a mi predilectísima y santa Escritura predicarla y enseñarla pura y fielmente; a tal enseñanza ha venido el papado a poner obstáculos y a prohibirme su predicación... Pero yo, en nombre de Dios y fiel a mi vocación, caminaré entre leones y serpientes, pisoteando leoncillos y dragones, y lo que se ha iniciado en vida mía, se cumplirá después de mi muerte. De mí profetizó S. Juan Hus cuando desde su prisión de Bohemia escribió: 'Vosotros quemaréis ahora un Ganso (Hus en checo significa ganso), pero al cabo de cien años oiréis cantar a un cisne, y tendréis que sufrirlo’» 24. Las últimas palabras de la Glosa suenan así: «Caiga en el abismo del infierno el papado blasfemo y cuanto de él de­ pende, como lo anuncia Juan en el Apocalipsis. Amén. Diga todo cristiano: Amén» 25. / El traidor asesino He Drcsdcn

Escandalizádo de lo que en este y en otros escritos profería el Reforma­ dor, protestó Jorge el Barbudo ante su primo Juan de Sajonia el 1 3 de abril de 1531, exhortándolo a poner freno a las exorbitancias de su súbdito, que vomitaba maldiciones y blasfemias intolerables contra el emperador, el papa, los cardenales, los obispos, los príncipes, etc., todo lo cual era una palmaria violación de lo establecido en la Dieta de Augsburgo. El elector aconsejó moderación a su teólogo, mas no tomó ninguna medida eficaz. Por lo cual, el 22 Ibid., 365. 23 Ibid., 366. 24 Ibid., 387. 25 Ibid., 388.

D e A ugsburgo a Esmalcalda

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duque Jorge bajó personalmente a la palestra con un escrito anónimo contra Lutero (Dresden 1531). Este lo leyó en seguida, y, con la rapidez que le era propia, descargó sobre su adversario, sobre su odiado duque Jorge de Sajonia, la tunda más violenta de que era capaz aquel Hércules musculoso y furioso. La intituló Contra el fementido asesino de Dresden 26. Kóstlin la estima como «una de sus más amarulentas y apasionadas explosiones». El vocabulario luterano hace aquí alarde de su plétora de dicterios. Insulta continuamente a su enemigo, motejándolo de asesino, traidor, infame sicario, derramador de sangre, tunante desvergon­ zado, mentiroso, maldito, perro sanguinario, demonio. Y estalla volcánica­ mente en erupciones de ira y de odio, que no debieran salir de la boca de un cristiano. «Quiero en adelante maldecir a estos bribones y denostarlos hasta el día de mi muerte, sin que jamás oigan de mí una sola palabra buena. Estos true­ nos y rayos quiero que me acompañen hasta la sepultura. Yo no puedo orar sin que a la vez maldiga. Al decir: Santificado sea tu nombre, tengo que añadir: Maldito, condenado, infamado sea el nombre de los papistas y todos cuantos blasfeman de tu nombre. Al decir: Venga tu reino, tengo que añadir: Maldito, condenado, perturbado sea el papado con todos los reinos de la tierra que son contrarios a tu reino. Al decir: Hágase tu voluntad, tengo que añadir: Malditos, condenados, deshonrados y aniquilados sean todos los pensamien­ tos y designios de los papistas y de todos los que conspiran contra tu voluntad y consejo. Verdaderamente, así oro yo todos los días con la boca y con el corazón, ininterrumpidamente, y conmigo todos los que creen en Cristo» 27. De Augsburgo a Esmalcalda

Reanudemos ahora el relato de lo que acontecía en el Imperio después de la Dieta de Augsburgo. El 23 de noviembre de 1530 abandonaban aquella ciudad el emperador y su hermano D. Fernando con todos los de su corte. El 17 de diciembre estaban en la católica Colonia, donde Carlos deseaba —mejor que en la luteranizante Augsburgo—enaltecer a su hermano Fer­ nando con la dignidad de «rey de romanos». Era éste un paso político de gran importancia para la casa de Austria. Hacía muchos meses que lo venía pen­ sando. Durante la Dieta había expuesto sus designios a los príncipes electores, y supo ganarse al elector de Brandeburgo, al de Maguncia, al de Tréveris, al de Colonia y al del Palatinado; todos se rindieron a su parecer, menos Juan de Sajonia, el cual exigía plena libertad en los sufragios; por su parte, no creía conveniente nombrar un «rey de romanos» en vida del emperador, por­ que eso era casi hacer hereditaria la dignidad imperial. Sabido es que «rey de romanos» era un título que se daba al monarca alemán después de ser elegido por los príncipes y antes de ser coronado emperador por el papa. Entre los católicos había un príncipe a quien le dolía profundamente esta decisión de Carlos V; era el duque de Baviera; y eso no por escrúpulos de legalidad, sino 26 Widder den Meuchler zu Dresden: 27 WA 30,3 p.470.

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30,3 p.444-71.

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por ambición y rivalidad con los Habsburgos. Don Fernando, rey de Bohe­ mia y de Hungría, además de archiduque de Austria, era el lugarteniente de Carlos V en Alemania durante las largas ausencias de éste. Nunca como ahora se veía la necesidad de que su autoridad fuese la máxima posible. A fin de reforzarla, Carlos quiso añadirle la dignidad de «rey de romanos», lo cual era, además, asegurarle la corona imperial, como futuro sucesor. Invitados los electores para el solemne acto del nombramiento, todos asis­ tieron, menos el de Sajonia, y el 5 de enero de 1531, bajo las altas naves de la catedral de Colonia, D. Fernando fue aclamado rey por una inmensa muche­ dumbre de alemanes que participó devotamente en la sagrada liturgia y en la comunión eucarística. El 11 de enero fue coronado en Aquisgrán con la «corona de Carlomagno»28, firmando con los electores católicos un pacto de alianza, valedero por diez años, comprometiéndose todos a luchar unidos contra cualquiera que les de­ clarase la guerra. En la guerra meditaban entonces algunos príncipes protestantes que se sentían amenazados por el edicto de Augsburgo. Habíanse negado a acep­ tarlo, porque eso sería la ruina del protestantismo en Alemania. Oponíanse, sobre todo, al artículo del edicto que les mandaba restituir todos los territo­ rios y bienes episcopales, abaciales, parroquiales, etc., que injustamente ha­ bían arrebatado a las autoridades eclesiásticas. En Augsburgo, el emperador había reorganizado la Corte de justicia (Kammergericht) o tribunal supremo, cuyo fiscal mayor debía proceder con­ tra cualquier violación de lo acordado en la Dieta 29. Había, pues, que defen­ derse contra posibles medidas coactivas de la Corte de justicia. O rganización d e la L iga d e E sm alcalda

Fue el elector Juan de Sajonia quien, aconsejado por sus juristas, tomó la iniciativa, invitando a todos los firmatarios de la Confessio Augustana a reunir­ se el 22 de diciembre en Esmalcalda para tratar de los riesgos que les ame­ nazaban. En aquella pequeña ciudad no lejos de Gotha, en un paisaje de colinas y montañas coronadas de nieve, pasaron las fiestas de Navidad deli­ berando hasta el último día de 1530, y resolvieron que todos debían defenderse mutuamente c

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